28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIII
DEL TIEMPO ORDINARIO
14-23

23.

La parábola de los talentos nos hace reflexionar sobre esas inmensas riquezas espirituales que Dios ha dado a su Iglesia y que ésta tiene que poner en juego para hacerlas fructificar. Cada cristiano tiene que acoger la administración de su Señor y hacer productivo lo recibido.

El amo es Cristo, los siervos todos los creyentes. El amo nos encomendó sus bienes.

Los bienes son las cualidades naturales y gracias espirituales que nos preparan para determinados ministerios al servicio de Dios.

Jesús dejó a la Iglesia equipada con todo lo necesario para permanecer y poder cumplir su misión.

No somos iguales ni en dones ni en talentos, pero cada ser humano por el hecho de serlo ya tiene por lo menos un talento. Muchas personas con pocos talentos pueden hacer mucho.

¿Qué hicieron con los talentos? Los pusieron a trabajar. No es el talento de la persona lo que importa; lo que importa es cómo lo use.

Dos de los siervos negociaron bien con sus respectivos talentos. Tuvieron gran éxito: doblaron los bienes encomendados.

Dios no mira la cantidad total de las ganancias sino la fidelidad al mandato dado.

Me impresionó aquel día que fui al aeropuerto a recoger a un anciano misionero, que ya venía a morir a su tierra después de toda una vida gastada por los más débiles. Éramos en el comité de bienvenida sólo tres personas.

En el mismo vuelo venía un famoso cantante que convocó en el aeropuerto varios cientos de fans que le vitoreaban, le aplaudían y le animaban con palabras amables. Cada uno de nuestros dos personajes ponía en juego lo que Dios le había dado, pero me da la impresión que a pesar de la pobreza en el recibimiento, el Señor estará más contento con el primero, aunque la gente grite, aplaude y anime al que sólo canta... La recompensa de Dios es más silenciosa, sólo la escucha y la saborea el corazón y quienes son capaces de ver en esas obras la mano amorosa del Señor.

El tercer siervo cumplió mal: escondió el talento que se le dejó. Muchas veces ocurre esto: quien menos tiene es quien menos arriesga.

En muchas ocasiones oímos a personas que nos dicen: Yo es que no sé... no puedo... no estoy preparado... para hacer cosas por los demás. En cambio, siempre estamos preparados y dispuestos para recibir la ayuda de los otros...

El Señor viene y ajusta cuentas con sus siervos. Todos tarde o temprano debemos ajustar cuentas:

Hay personas que se contentan con una frase ya manida. Dicen que no hacen mal a nadie, pero para el cristiano esta no es la frase. La pregunta para el cristiano es: ¿Le haces bien a alguien?

Si hacemos el bien y lo hacemos bien, recibiremos la bendición de Dios. Los siervos fieles presentan al amo lo que han ganado.

El mal siervo tiene tres actitudes que también vemos con cierta frecuencia a nuestro alrededor,

quizá también en nosotros mismos:

Tenemos que llenarnos del convencimiento que algo es mejor que nada. Siempre podemos hacer algo por poco que sea.

El siervo inútil y negligente queda fuera del reino de Dios.

Los siervos que pusieron a rendir sus dones recibirán como premio el entrar al reino de Dios.

1. ¿Cuáles son los dones que Dios te ha dado?

2. ¿Qué dones son los más fáciles de poner al servicio de los otros?

3. ¿Cómo mantener vivos los dones recibidos de Dios?

4. ¿Pueden existir dones en una persona que no sea consciente de ellos?

5. ¿Cómo pueden morir los dones que Dios nos ha dado?

Mario Santana Bueno


24. 17 de noviembre de 2002
VERÁS LA PROSPERIDAD DE JERUSALÉN

1. "Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor" Mateo 25,14. Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y les confió su hacienda. A ellos les corresponde hacerla producir. Los dos primeros, sin pretendidas exigencias, pero con la esperanza consoladora y estimulante de que el Señor premia el trabajo y el esfuerzo, la iniciativa y el riesgo, la constancia y el orden, ponen a trabajar toda la capacidad que el mismo Señor les ha dado y todo su ardor, y duplican el capital. Hoy la Iglesia atraca en orillas nuevas. Hay que "mojarse" y dar respuestas a los problemas del mundo. "Los dejó encargados de sus bienes". El evangelio no es un depósito que hay que conservar, sino una semilla que hay que sembrar, una viña que hay que hacer fructificar, una levadura que hay que dejarla desarrollar, una aventura que hay que correr, un capital que hay que aumentar, y una responsabilidad que hay que tomar. Porque, como el evangelio no es el "opio del pueblo", sino la salvación del mundo, hemos de poder decirle al Señor: "Me diste cinco talentos y te devuelvo otros cinco". O "me dejaste dos, aquí tienes otros dos".

2. Los empleados fieles han sido como la mujer hacendosa, Proverbios 31, 10, que vale más que las perlas. Adquiere lana y lino y los trabaja con la destreza de sus manos. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre, con una vida de trabajo al servicio de la familia y de los necesitados. Y es alabada por su laboriosidad, por su actitud en el hogar y por su generosidad con los pobres. Como es una mujer de valores auténticos, de riqueza interior que se consolida y acrisola con el tiempo, aunque se marchite la belleza de la juventud, siempre es agradable y hermosa. El texto refleja todo un estilo de vida que derrama felicidad a su alrededor, que renuncia al brillo fugaz y superficial de los éxitos humanos, títulos humanos, fraudulentos a veces. Muchas mujeres de nuestra sociedad se distinguen por su juventud y su belleza, pero tienen las manos vacías, la cabeza vacía y el corazón vacío, y cuando llegan a la edad que las debía hacer merecedoras de amor y respeto por el sacrificio de su vida, se presentan empequeñecidas y pobres de virtudes. No hay rostro hermoso, cuando el egoismo mancha y afea el alma. Pinturas, cosméticos, barniz y oropel, son los modelos que se ofrecen hoy a la juventud, y los solicitados y bien remunerados y, a veces, sin dar golpe al agua.

3. La recompensa de los fieles: "pasa al banquete de tu Señor". Se trata pues de realidades religiosas. Los talentos, en el mensaje de la parábola, son el Reino: el Bautismo, la Palabra, los sacramentos, la Iglesia, con el derroche y profusión de sus carismas, la misión: "Id a todas las gentes" (Mt 10,7), alentados por la fuerza de la oración. En la historia de la Iglesia se han dado y se darán distintas líneas y estrategias de pastoral, en los sacramentos y su recepción por los fieles, en los organismos de gobierno, etc. Pero si cambia la pastoral, no cambia el Evangelio. Siempre será verdad que he venido para que tengan vid abundante; si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto; si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un codo a la medida de su vida?; ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios quien hace crecer.

4. Si en la vida cristiana, en la vida religiosa, no se trata de tener, sino de ser, hemos de acudir a Dios: Esto será la oración. La oración siempre será necesaria. Es en ella donde Dios nos recrea, nos infunde su Espíritu, nos entrega su entraña. Distintas son las filosofías que, en la práctica, pueden movilizar la acción, incluso pastoral-eclesial: La materialista: Se destaca por la obsesión por el número, la productividad y la producción. Si no se produce, no vale. De ahí, los ancianos abandonados...hasta la eutanasia. Existe el peligro de confundir el ser con el producir. Y no es lo mismo producir un objeto, que realizar un acto. Un robot nos producirá todas los objetos que le programemos. Pero ningún acto interior. La mundana: La lucha por el carrierismo. La ley del amiguismo. La práctica del arrimarse al sol que más calienta. La fuerza del enchufismo. Y la otra: cuando las cosas no se ven claras, no comprometerse. Y cuando ya lo son, unirse al carro del triunfador. La divina: En cuanto al número, oigamos a Cristo que dice a los doce: “¿También vosotros queréis marcharos?". Está dispuesto a quedarse solo. "Darán la sangre de su corazón a quien sirve a Dios y ayudarán todo lo que puedan a que le sirvan" (San Juan de la Cruz). “La sangre y la vida darán por la empresas de Dios, las almas de Dios (Santa Teresa) La renovación del mundo comienza en el corazón de cada persona (Juan Pablo II en la India). Es más fácil calzarse unas zapatillas de moqueta, que alfombrar de moqueta todo el mundo. Y ¿qué renovarse? Dejarse cambiar el corazón. Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y le daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas, y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios (Ezequiel, 11)

5. Es más fácil evadirse en el trabajo, que también aturde y gratifica. Es más difícil quedar en la oscuridad, sufrir con amor las consecuencias del ostracismo, esperar, callar, tener paciencia, amar a fondo perdido y no para que me quieren o porque me quieren. Es más difícil quemar una hora en la oración árida que dieciocho en la oficina con todos los teléfonos repiqueteando a todo gas y recibiendo llamadas y faxes de medio mundo. Santa Teresa propone como fin de su gran reforma: “me determiné a hacer eso poquito que yo puede y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, pues el Señor tiene tan tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fuesen buenos" (Camino 1). "Son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos" (Vida 15)

6. Para Teresita del Niño Jesús la oración es un impulso, una sencilla mirada elevada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en la prueba como en la alegría. Para San Juan Damasceno es la elevación del alma a Dios o la petición de bienes convenientes. Desde la humildad, que es la base de la oración, y la disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios, dice San Agustín. Cristo es el primero en buscarnos: “Si conocieras el don de Dios” y el que nos pide de beber. La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed (San Agustín). Nuestra oración es una respuesta a la queja de Dios vivo: “Tú le habrías rogado a él y él te habría dado agua viva. A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas rotas” (Jeremías 2,13).

7. La oración es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo; es comunión con Cristo y con toda la Trinidad. En el Antiguo Testamento, ya Dios le habla a Adán “¿Dónde estás? ¿Por qué lo has hecho?" Y el Hijo al entrar en el mundo “Vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad”. La oración se encuadra entre la caida y la restauración del hombre. Abraham se pone en camino como se lo ha dicho el Señor. Y Abraham que es hombre de hecho y no de palabras, en cada etapa levanta, como respuesta, un altar al Señor. Moisés es el mediador. También David es hombre de oración. Y Elías y los profetas. Y los Salmos. Jesús ora. La oración está en el corazón del Evangelio: ¡«pedid y se os dará... >! (Mt 7,7). Jesús, que pasa noches en oración (Lc 6,12), nos dice: <Lo que pidáis al Padre en mi Nombre, os lo concederá» (Jn 14,13). El evangelio de Marcos 9, 7, refiere que el padre de un joven endemoniado se dirigió a Jesús, después de que sus discípulos habían fracasado y no habían podido lanzar al demonio: "Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y donde le coge le tira; echa espuma, rechina los dientes y se pone rígido. He pedido a tus discípulos que lo alejen, pero no lo han conseguido". Cuando le preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Por qué no hemos podido expulsarlo nosotros? Jesús respondió: Esta especie sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno" (Mc 9, 28).

8. Habían fracasado los discípulos de Jesús, a quienes él estaba formando para continuar su acción; los que mientras Jesús oraba en Getsemaní, dormían (Lc 22, 45), y sólo el Espíritu Santo en Pentecostés les enseñará a decidirse por la oración: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra" (Hch 6, 4). Y San Pablo exhorta: «Orad sin interrupción». Jesús comenzó su Pasión orando en el huerto de Getsemaní (Lc 22,41). María comenzó a ejercer de Madre de la Iglesia orando en el cenáculo con los apóstoles (Hech 1,14). La oración está en el corazón del Evangelio: ¡«pedid y se os dará... >! (Mt 7,7). Y San Pablo nos exhorta: «Orad sin interrupción» (Col 4,2; 1Tes 5,17).

9. Enseña Santo Tomás que la enseñanza y la predicación brotan de la plenitud de la contemplación. He ahí el gran remedio que necesita nuestro mundo: la oración. Ha escrito Trueman Dicken: "El único remedio al que nuestro señor mismo prometió coronar con el éxito..., no ha sido aplicado seriamente: el remedio de la oración... La oración es la clave indispensable de la situación" (El crisol del amor). Si Santa Teresa pudo corresponder tan vigorosamente a los deseos de Dios fue debido a la oración. De ella le vino todo, porque antes "no entendía como lo había de entender, en qué consiste el amor verdadero a Dios". Pero al "Príncipe de este mundo" le interesa que no se de con el remedio, y que se vayan dando palos de ciego, a ver si se acierta por casualidad. La solución no es disparar al blanco, sino hacer diana. "No luchamos contra la carne y la sangre, sino contra los imperios y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos", que saben lo que se juegan cuando una persona se decide de veras a vivir el misterio de la cruz y del amor. Escribe Santa Teresa: "Les presenta el demonio tantos peligros y dificultades ante sus ojos, que no es menester poco ánimo para no volver atrás, sino mucho y mucho favor de Dios".

10. Jesús comenzó su Pasión orando en el huerto de Getsemaní. (Lc 22,41). Escuchemos la exhoratación de Orígenes: "En el edificio de la Iglesia conviene que haya un altar, y son capaces de llegar a serlo los que están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios dia y noche sus intercesiones y a inmolarle las víctimas de sus suplicas. Como los apóstoles que perseveraban unánimes en la oración y oraban concordes con una misma voz y un mismo espíritu" (Homilía en la Dedicación de la Iglesia).

11. El banquete de tu Señor es la vida eterna. Todas las demás cualidades, que llamamos talentos por analogía, deben ponerse al servicio de los talentos sobrenaturales. Distintos fueron los talentos de San Pablo y de San Agustín, de Juan de la Cruz, del Cura de Ars, de San Francisco de Asís, de Carlos de Foucauld. Diferentes fueron sus cualidades humanas. Pablo empleó al máximum sus capacidades, pero afirmando enérgicamente que sus dotes de pensador, de hombre de acción, de tribuno y de escritor no valen nada. Lo que vale es la gracia, su unión con Dios, su fidelidad, su trabajo y esfuerzo, su vencimiento de las dificultades, aunque no viera los resultados. Aquellos medios y aquellos instrumentos, eran sólo instrumentos, canales de riego por donde corre el agua que brota del manantial de la cruz.

12. Y San Agustín, no porque su voz y su talento hayan sido aprisionados a la sede episcopal de una provincia africana, Hipona, dejará de hablar a sus fieles africanos con el lenguaje de los más elegantes estilistas y profundos pensadores que ha tenido la humanidad, pero sabiendo que lo que importa es la gracia de Dios, la vida eterna, la palabra, los sacramentos, que son los que salvan. Lo importante es la sangre de Cristo. El cáliz puede ser de oro, de plata o de terracota. No porque las cualidades del Cura de Ars sean de barro, dejará de pasar la santidad a través de su pobre canal. Con el cuchillo que tiene, aunque no haya sido tan afilado y agudo como el de Lacordaire, ha convertido más almas que los más elocuentes oradores. Y Juan de la Cruz, el poeta lírico más grande de España, nombrado patrono de los poetas españoles, lo ha sido sin pretenderlo, pues él lo había sacrificado todo por Cristo, pero ha puesto la sublimidad de su poesía al servicio del Reino. El que ha escrito que "la cruz a secas es linda cosa", y sabe que el padecer es el mejor instrumento de santificación y de extensión y profundización del Reino, porque "qué sabe el que no ha padecido". Por eso Carlos de Foucauld, discípulo suyo, escogió el último lugar para imitar al Maestro. Todos, después de haber hecho fructificar sus talentos, entran en el gozo de su Señor. Parece que nuestro tiempo cree que el santo es un hombre perfecto, como una adquisición humana, como enseñan los pelagianos, que exaltan al hombre, sin sacrificarlo.

13. Los que hacen rendir los talentos recibidos, "comerán del fruto de su trabajo, y no de la trampa, del pelotazo y de la mentira, la fecundidad llenará su casa de obras buenas, verán la prosperidad de Jerusalén" Salmo 127. Este salmo de tinte sapìencial, tiene su matiz idílico con perspectiva terrena, según el enfoque del Antiguo Testamento, que ya destacó San Juan Crisóstomo, en el que no cabe más que la añadidura y no llega al Reino de Dios y su justicia, que nos revelará el Nuevo Testamento. Sin embargo, no se queda en la prosperidad individual, particular y familiar, sino que tiene ya proyección social y nacional, de la que la prosperidad familiar es reflejo y efecto, considerando siempre que la cultura del bienestar está vinculada a la fidelidad a la Ley. La sociedad opulenta, a la que sobra todo, tiene los días contados si sigue olvidándose de Dios y de los que no tienen pan ni trabajo. Se producirán reclamaciones violentísimas porque los que lo conocen todo están cada vez más cerca.

14. Pero, ¿y el que enterró el talento-? "A ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Ha calculado mal. Ha escondido el talento, ha buscado la seguridad y ha huido del riesgo. Se hizo conservador. Y ha fracasado. Y ahora echa las culpas al señor, por exigente. Cuando las luces de la trascendencia son intencionadamente apagadas; cuando se silencia la muerte, que han convertido en tabú; y cuando el cielo es el inmediato destino eterno, pues se canoniza a los difuntos ya en sus funerales, evidente doctrina protestante que niega el purgatorio, Jesús señala con claridad "las tinieblas y el llanto eterno y rechinar de dientes".

15. "No nos durmamos, pues, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente" Tesalonicense 5,1. Oremos incesantemente. La oración será nuestra fuerza, el manantial de nuestra alegría, de nuestra sabiduría, de nuestro tesón y alegría. Con ella vendrán todos los dones del Espíritu Santo, que nos enseñará el camino para encontrar filones nuevos, métodos apropiados, que nos enseñará a lanzar la red sin convertirnos en burócratas pescadores de caña y paciencia para roturar y preparar la tierra para sembrar en ella ansias de cumbres y a no quedarnos en burgueses sin hambre y sed de justicia.

16. Vamos a ofrecer la acción de gracias al Padre porque nos ha dado cinco talentos en su Hijo. Al comulgar, el Señor va a estar con nosotros. "Permanezcamos en él, como él en nosotros, y daremos mucho fruto" Juan 15, 4.

JESÚS MARTÍ BALLESTER


25. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

Sobre la Primera Lectura (Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31)

El Libro de los Proverbios se cierra con un poema alfabético a la mujer perfecta. Se la contempla en su triple función de esposa, señora de la familia y madre:

—Una esposa perfecta es de valor inapreciable (10). Su marido, seguro de su amor y de su fidelidad, rebosa por ella gozo y paz (11-12).

Otro rasgo que torna sumamente amable a la mujer perfecta es su diligencia y laboriosidad. Solícita ama de casa, es muy madrugadora. Ordena el lugar y la labor de todos los domésticos y servidores. Provee a todos de alimentos y vestido (11. 21). Y si un momento le queda libre no lo malgasta en la ociosidad. Tiene siempre la rueca en sus manos y sus dedos no dan reposo al huso (19). Su diligencia nada tiene de egoísmo. No trabaja para enriquecerse, sino para ser más útil a los menesterosos: «Alarga su mano al desvalido y tiende sus manos al pobre» (20).

—Esta mujer perfecta, fiel esposa, diligente ama de casa, madre tierna, vive plenamente iluminada por la Sabiduría de Dios (Prov 8, 1-10). Y con esto ha superado las sutiles tentaciones femeninas de la vanidad y de la frivolidad. Tiene un recto conocimiento de la escala de valores: «Engañosa es la hermosura, vana es la belleza. La mujer que teme a Yahvé, ésa será alabada» (30). Una mujer tan sensata e inteligente, tan fiel y generosa, se hace merecedora de grandes premios y de la universal alabanza: «Dadle del fruto de sus manos y que las puertas (asambleas) alaben sus obras» (31). Retrato, pues, de la mujer ideal: laboriosa y madrugadora, previsora, abnegada y limosnera, amable y fiel.

Sobre la Segunda Lectura (1 Tesalonicenses 5, 1-6)

Pablo exhorta a los cristianos a esperar vigilantes y bien dispuestos el «Día del Señor»:

—Dios, que dirige la Historia, es el único que sabe el tiempo y momento de las sucesivas iniciativas y planes salvíficos. Más bien que una curiosa pretensión de indagar estos tiempos nos toca a nosotros estar siempre en vela y dispuestos para acoger la llegada del Señor: «El Día del Señor vendrá como ladrón en la noche» (2). El cristiano en su etapa de peregrino puede fácilmente ceder a la tentación de aficionarse desmedidamente al mundo sensible y olvidar los bienes invisibles: «Sí, el oído del hombre moderno se ha quedado sordo con el fragor del progreso exterior o está encantado por la magia de nuestra cultura locuaz; no siente, no escucha la voz de Cristo. De este modo, ¡cuántas riquezas ajadas, cuántos destinos humanos no llegan a madurar! (Paulo VI: 17-IX-1971). Engañado por esta magia de lo sensible, se instala en la tierra y da valor de perennidad a lo efímero: «Cuando digan: «Paz y seguridad», entonces mismo, de repente, vendrá sobre ellos la ruina» (3). La celebración litúrgica es vela perenne y disposición para el Día del Señor.

—Quienes viven en espera del Día del Señor deben vivir en vigilia y fervor y no en sueño y tibieza que pertenecen a la noche: «Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos, sino velemos» (5): En tensa vigilia del Bautismo a la muerte; ésta es para cada uno el Día del Señor.

—Pablo define a los cristianos como «hijos de la luz» y los contrapone a los «hijos de las tinieblas». Estos se entregan a obras de tinieblas (Rom 13, 13). Aquellos resplandecen por sus obras de luz: «Revestíos de las armas de la luz. Revestíos del Señor Jesucristo (Rom 13, 14). Se viste de Jesucristo quien le ama y le imita: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).

Sobre el Evangelio (Mateo 25, 14-30)

En esta parábola Jesús exhorta a todos, singularmente a quienes elige para el ministerio, a trabajar con total entrega y espíritu de servicio:

—En esta parábola de los talentos se deja entrever la participación activa que algunos tendrán en el gobierno y en la propagación del Reino. Al que es fiel en el ministerio que se le ha confiado, se le confiará aún más (29). Todo don recibido es una responsabilidad. Y toda frustración de un don repercute en daño de la comunidad eclesial. En el juicio Dios nos pedirá cuentas.

—Todos tienen obligación de hacer fructificar los dones recibidos en orden a la propia santificación y en orden al apostolado (= Desarrollo del Reino). Siempre en vela y en fervor, pues nadie sabe de cuánto tiempo dispone. Es mal siervo y será duramente juzgado y castigado aquel que, desprovisto de caridad y de celo, deja improductivos los dones de gracia. Ni desarrolla en sí mismo la gracia ni se pone al servicio del Reino (24. 28).

—A veces, la apatía y ociosidad se apoya en el pretexto de que a nosotros no nos incumbe una labor especial en el Reino (24). Olvidamos que la Iglesia es la sociedad «de los llamados por Jesucristo» (Rom 1, 6). Y, por consiguiente, tenemos vocación a la santidad personal y a trabajar, bien que en diversa medida y en ministerios diversos, en servicio del Reino de Dios: «Nadie está ocioso en la Iglesia, nadie es inútil, ninguno está desocupado, nadie carece de vocación personal. Ninguno tiene ante si un vacío de ideales, una vana fatiga. Y sucede con frecuencia que las existencias más desgraciadas se hacen mediante la vocación cristiana las más dignas y más preciosas; los pequeños, los pobres, los que sufren. La Iglesia ofrece a cada uno un «quehacer», que contiene sentido, valor y dignidad y da esperanza a la vida humana. ¡Qué riqueza de ideales y de energías hay tan prodigiosa en el mundo! » (Paulo VI: 17-IX-1971). El Papa, que en la Iglesia tiene el ministerio máximo, reconoce que toda existencia cristiana puede ser y debe ser un servicio al Reino de Dios . Deus, qui... hominem vero formasti ad imaginem tuam, et rerum ej subjecisti universa miracula, ut vicario munere dominaretur omnibus quae creasti, et in operum tuorum magnalibus jugiter te Laudaret (Pref Dom. per annum V).

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),'Ministros de la Palabra', ciclo 'A', Herder, Barcelona 1979.

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BOURDALOUE

Motivos del trabajo

La pregunta "¿qué hacéis todo el día ociosos?" nos va a dar pie para hablar del trabajo, al cual estamos sometidos por la justicia vindicativa de Dios, que castiga al pecador, y la legal, que no se distingue de su providencia, y a la que pertenece gobernar los Estados del mundo. La ociosidad no se reputa en el mundo pecado grave, pero lo es delante de Dios, porque se opone a estas dos clases de justicia.

El pecado y la justicia vindicativa

Al mandar Dios al hombre que trabajara después de su rebeldía primera del paraíso, le impuso este castigo como pena satisfactoria que mitigara la justicia de Dios, y a la vez preservativa para impedir nuevos pecados.

Pena satisfactoria

1. Tres clases de trabajo

San Agustín distingue tres clases de trabajos: el de Dios, que obra continuamente dentro de sí mismo y en el universo por un efecto de su bondad, para comunicar y dar el ser a las criaturas (lo. 5,17); el de Adán en el paraíso (Gen. 2,15), donde lo hacía para ocupar su espíritu, ejercitando sus facultades; y el del hombre después del pecado, sujeto a él como castigo. La acción de Dios es prueba de su poder; la ocupación de Adán, señal de su virtud; la sujeción del pecador, estipendio del pecado. Dios, pues, te honra; Adán hallaba dulzura y placer; el hombre se humilla y mortifica.

Ahora, ¿puso Dios una ley general o exceptuó ciertos estados del mundo, destinando a los ricos a la dulzura del reposo y a los pobres a la miseria y a la servidumbre? No, Dios es incapaz de distinguir entre los hombres otra cosa que no sea la inocencia y el pecado. Una penosa tarea se impuso a todos los hombres y un pesado yugo a los hijos de Adán..., desde el que lleva púrpura y corona hasta d que viste groseras pieles (Eccli. 40,1-4).

Este es el partido que debe abrazar todo cristiano: trabajar como esclavo de Dios y no como Sócrates, que no tenía otra regla en sus ocupaciones sino el genio que le dominaba en cada momento. El cristiano trabaja por espíritu de penitencia.

¿Qué papel, pues, desempeñamos cuando nos entregamos a una vida ociosa? Sacudir el yugo de la justicia.

Notemos una peculiaridad del trabajo considerado como pena. La justicia humana suele aplicar el castigo a los delincuentes, y le importa poco que lo acepten o no. Pero Dios, que tiene sobre nosotros un dominio superior, quiere, para una reparación más perfecta, que nosotros mismos nos encarguemos voluntariamente de nuestro castigo, trabajando por nuestra propia elección.

2. La ociosidad, rebelión contra Dios

¿Qué es, pues, la vida ociosa, vuelvo a preguntar? Es, responde San Ambrosio, una segunda rebelión. La primera quebrantó la ley, la segunda huye del trabajo; en la primera dijo el hombre: No serviré (Jer. 2,20); en la segunda añadimos: No sufriré la pena. En la primera el hombre despreció a Dios como Soberano, en la segunda le desprecia como Juez.

A quienes viven en medio de comodidades y sin esfuerzo alguno siempre en diversiones que no divierten, porque la diversión supone una aplicación honesta de la que se descansa, a esos hombres de mundo que se pasan la vida de teatro en teatro, de tertulia en tertulia, y que del juego, en vez de un alivio del espíritu, que necesita distraerse, han hecho un empleo; a esas mujeres que pasan horas y horas en su adorno exterior, que no saben cosa alguna, hablan de todo y consumen el día en cartas inútiles, ¿qué les diré, sino que se oponen a la norma de vida que ha dictado Jesucristo?

3. Ni la riqueza ni la nobleza son privilegios

Algunos preguntan si se arriesga la salvación en esta manera de vivir. Pero ¿quién duda de esta verdad? ¿En qué se hallará mayor riesgo que en la profanación de la cosa más preciosa, que es el tiempo, y especialmente el tiempo de la penitencia? Si han de tomarnos cuenta de una palabra ociosa, ¿qué no será de una vida inútil? Nada importa lo que el mundo piensa, cuando el Hijo de Dios nos ha enseñado el modo con que debemos juzgar. Ya sé por experiencia que hay almas tan ciegas que pretenden hacer compatible esta vida ociosa con la devoción y la piedad, pero también sé que Dios confundirá esa piedad y esa devoción. Más yo soy rico. ¿Y qué? Todos los bienes del mundo no pueden librarte de la maldición del pecado. Dios, al darte esas riquezas, no intentó derogar sus derechos, y tú discurres lo mismo que si dijeras: Tengo riquezas, luego no he de morir. Acuérdate del que intentó descansar en ellas y oyó una voz que le decía: Esta noche morirás (Lc. 12,19-20).

Pero yo soy noble. Sí, y tan pecador como los demás. ¿Acaso tu dignidad borró la mancha de tu origen? Más alto que tú está el Pontífice, y San Bernardo decía a uno de ellos (cf. BAC, Obras selectas p.1489): "Pensad, no en lo que os han hecho, sino en cómo habéis nacido. Habéis sido hecho obispo, poro habéis nacido pecador. ¿Cuál de estas dos cosas os interesa más? Retirad tos ojos de la púrpura, que cubre vuestra bajeza y no cura vuestras llagas; contemplaos al nacer, y si separáis de vuestra vista el falso brillo de la gloria, no encontraréis sino un niño en pecado que llora por haber venido al mundo. Esto es lo que sois, Santísimo Padre, porque todo lo demás es accesorio".

Tal vez objetaréis que una vida semejante es enojosa. Si fuera un filósofo, os diría que el trabajo ordenado engendra complacencia y gusto; pero, como predicador cristiano, os contesto que lo aceptéis como penitencia que es.

Penitencia preservativa

Admiremos la bondad de Dios, que convierte una pena vindicativa en remedio para no pecar. La razón es sencilla: la ociosidad es la madre de los vicios, la ociosidad enseña muchas maldades (Eccli. 33,29).

1. Los males de la ociosidad

San Agustín, en un sermón a los religiosos de su Orden, glosando estas palabras, expone una serie de ejemplos tomados del Antiguo Testamento, Cuando los israelitas caminaban por el desierto, mientras Moisés conversaba con Dios, se sentaron a comer y beber y se levantaron para danzar (Ex. 32,6), y cayeron en la idolatría del becerro. Mientras David guerreó, no cometió los pecados gravísimos en que incurrió cuando eran sus generales los que guerreaban. La ruina de Sansón se debió a su vida muelle. Salomón no prevaricó mientras estuvo ocupado en la fábrica del templo. En fin, no somos nosotros más santos que David, ni más sabios que Salomón, ni más fuertes que Sansón.

San Francisco de Sales, hablando del trabajo de los antiguos solitarios, hace ver que la razón de ello estribaba no en que el trabajo manual fuera el fin de su vida ni en que lo necesitasen para comer, pues los fieles subvenían a sus necesidades. Lo hacían, dice San Jerónimo, no por la necesidad del cuerpo, sino por la salvación del alma, porque, según Casiano, un solitario ocupado ha de conservarse mejor que uno ocioso, ya que el ocupado sólo puede ser tentado por el demonio, y al perezoso le tienta una legión.

San Ambrosio lloraba en su tiempo la decadencia de la Iglesia y de Roma y la achacaba a la ociosidad. El ocio quebrantó a quienes no fueron quebrantados por las guerras.

2. La ociosidad no se halla en la vida honestamente activa

Hoy nos ocurre lo mismo. "No busquéis la verdadera piedad ni presumáis hallar la pureza de costumbres entre los grandes, entre los ricos ni entre los nobles, esto es, entre aquellos cuya vida no es más que un pasatiempo... ¿Dónde podremos encontrarla? ¿En las cabañas de una pobreza holgazana y mendiga? No; la ociosidad pierde a esos indigentes, holgazanes lo mismo que a los ricos, y esta especie de pobres, que Jesucristo no reconoce, está igualmente sujeta al libertinaje. ¿Dónde, pues, encontraremos la inocencia? Ya os he dicho que en ese estado mediano de la vida que subsiste de su trabajo, en esa condición menos ilustre, pero más segura para salvarse; en los mercaderes atareados con los cuidados de un justo y legítimo negocio, en los artesanos que miden los días por la obra de sus manos..., en éstos, vuelvo a decir, se encuentra la inocencia, porque en ellos no se halla la ociosidad".

El pecado de ociosidad

La malicia de la ociosidad consiste:

a) En que pervierte el orden natural de las cosas, pues busca el descanso por sí mismo. Es menester, decía aquel gran ministro Casiodoro, que la república se aproveche hasta de nuestras diversiones y que no busquemos lo entretenido sino para poder desempeñar lo que es trabajoso y causa de fatiga. El orden natural exige el trabajo de todos.

b) Infidelidad a la Providencia, que al distribuir los estados vino como a hacer un pacto con nosotros, y repartió los cargos para que así, ordenadamente y cada uno en su puesto, el mundo pueda ser gobernado.

(Ed Firmin Didot, Ti p. 556 y trad de Miguel del Castillo t 5 D. 178- 203)

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SAN AGUSTIN

Parábola de los talentos Mt. 25, 14-30

Premio del siervo bueno y diligente

"Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor..."

"Da, pues, el dinero del Señor; mira por el prójimo...

No pienses que basta con conservar íntegro lo recibido, no sea que te digan: 'siervo malvado y perezoso, debías haber entregado mi dinero, para que yo, al volver, lo recobre con intereses...'; y no sea que se le quite lo que había recibido y sea arrojado a las tinieblas exteriores.-

Si los que pueden conservar íntegro todo lo que se les a dado deben tener pena tan dura, ¿qué esperanza les queda a quienes lo malgastan de forma impía y pecaminosa...?"

(Sermón 351,4)

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SAN JUAN CRISOSTOMO

Parábola de los talentos Mt. 25, 14-30

Castigo del siervo malo y perezoso

"Siervo malo, tenías que haber puesto mi dinero en el banco..."

"Es decir, tenías que haber hablado, exhortado, aconsejado.-

- Es que no me hacen caso. Eso no te toca a ti...

Realmente, no lo hacen así los hombres. Entre los hombres, el mismo que toma el préstamo es responsable del interés. No así Dios. Tú tenías -dice- que depositar el dinero y dejar a mi cargo la reclamación: "y yo lo hubiera reclamado con interés..."

Interés llama aquí a las obras, fruto de la predicación.-

Tú tenías que haber hecho lo más fácil y dejar para mí lo más difícil. Más como lo no hizo: "Quitadle -dice- el talento y dádselo al que tiene diez. Porque a todo el que tiene, se le dará y abundará; mas, al que no tiene, aun lo que tiene, se le quietara..."

¿Qué quiere decir esto? El que ha recibido gracia de palabra y de doctrina y no hace uso de ella, perderá esa gracia; mas el que la emplea fervorosamente, se ganará mayor dádiva, como el otro pierde lo que recibiera.-

Mas no es ése el único daño del mal trabajador. Luego viene el castigo insoportable y, con el castigo, la sentencia, llena de mucha acusación.-

Porque, al siervo inútil: "Arrojadle -dice- a las tinieblas exteriores. Allí será el llanto y el crujir de dientes..."

Ya veis cómo no sólo el que roba y defrauda, ni sólo el que obra mal, sino también el que no hace el bien, es castigado con el último suplicio.-

Escuchemos, pues, esas palabras. Mientras es tiempo, trabajemos por nuestra salvación, tomemos aceite para nuestras lámparas, negociemos con nuestro talento. Porque si somos perezosos y nos pasamos la vida sin hacer nada, nadie nos tendrá allí ya compasión, por mucho que lloremos. También el que entró en el banquete de bodas con ropa sucia se condenó a sí mismo; pero de nada le aprovechó

El que recibió un solo talento, devolvió la cantidad que se le había entregado, aun así fue condenado. Suplicaron las vírgenes, se acercaron y llamaron a la puerta, pero fue todo en balde. Sabiendo como sabemos todo esto, pongamos a contribución, para aprovechamiento de nuestro prójimo, dinero, fervor, dirección, todo, en fin, cuanto tenemos. Porque talento vale aquí tanto como la facultad misma que cada un tiene, ora en gobierno, riqueza, doctrina, o cualquier otra cosa semejante.-

Que nadie, pues, diga: 'Yo no tengo más que un talento y no puedo hacer nada...''

No. Con un solo talento puedes también ser glorioso. Porque no serás más pobre que la viuda de los dos cornados, ni más rudo que Pedro y Juan, que eran ignorantes y no conocían las letras. Y, sin embargo, por haber dado muestras de su fervor y por haberlo hecho todo en interés común, alcanzaron el cielo..."

(Homilías sobre San Mateo. BAC Tomo II. Hom.78)

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LEONARDO CASTELLANI

Parábolas de las minas y los talentos (Lc. XIX, 11; Mt. XXV, 14)

Las dos últimas parábolas acerca del "Servicio de Dios" o sea de los "siervos", fueron pronunciadas al final de la prédica evangélica, el día de Ramos o el Martes o Miércoles Santo respectivamente.

Nos proponemos probar en este artículo que la "creatividad" ha sido querida y mandada por Dios, como precepto capital del "siervo de Dios" e "hijo de Dios", que es el Hombre; contra N. Berdyaef que pretende que el Evangelio no dice nada acerca de la "creatividad", mas sólo trata de "el pecado y la redención"; en su libro "El sentido del acto creador" (The Meaning of the Creative Act., trad. del ruso de Lowrie, Gollancz, Londres, 1955) por otra parte grande: grande en filosofía, inseguro y aun tropezado en teología.

Las dos parábolas tienen el mismo asunto y paralelo desarrollo, de donde algunos Santos Padres como san Ambrosio y varios exegetas modernos como Maldonado y Lagrange dicen que son una sola, tratada diferentemente por Mateo y Lucas; es decir, maltratada, en ese caso, pues no es de creer que estos supiesen más que Jesucristo. Son dos parábolas. Para no hacerme largo probándolo (pues no escribo un tratado científico) aduzco la autoridad de san Agustín, san Crisóstomo y santo Tomás; y también el hecho de que uno de los "identicistas", el P. Buzy, para probar que es una sola, mete la tijera en el Evangelio, corta, recorta, suprime, desarma, y ensambla; y "reconstruye" triunfalmente "la parábola primitiva", Dios le perdone. Eso no se ha de hacer. Hacer mangas y capirotes con los textos evangélicos no es lícito, hay que dejar eso a los racionalistas; un católico debe abstenerse; y un hombre de ciencia también, puesto que sabemos hoy de cierto que los meturgemanes y recitadores jamás metían cuchara en los recitados de los "nabihim", mas su oficio era conservarlos escrupulosamente. No me cansaré de decir esto. Si Mateo y Lucas hubiesen pergeñado sendas parábolas por su cuenta tomando pie de otra (perdida) de Cristo, lo hubiesen suplantado como Predicador y Revelador, simplemente. Es impensable (Ver Evangelio de Jesucristo, Pág. 45).

Lo mismo que las del Amigo Insistente y la Viuda Fastidiosa, tenemos aquí dos parábolas con el mismo tema, con el comienzo y el cabo diversos, y más amplitud y alcance en la segunda, las de las "Minas" -como escribieron ambiguamente los Padres latinos la palabra "mna", moneda que es un sesentavo de un talento; que habría que escribir "enna" y no "mina".

El tema es un Potentado (un "financista" en un caso; un "rey" en otro) que entrega capital a sus siervos para que lo beneficien; y retornando de una ausencia, premia desmesuradamente a los que han lucrado mucho o poco; y a los que no han acrecido aunque tampoco perdido el peculio, castiga también desmesuradamente. (El significado es tan claro que ya desde el principio la palabra "talentum", que era una moneda y un pondere, empezó a significar para el pueblo los dones espirituales que el hombre recibe de natura, hasta eliminar este sentido metafórico al otro sentido literal del término en el latín; como hoy persiste en castellano, francés e inglés; en que decimos "hombre de talento" sin acordarnos siquiera del significado primitivo: intrusión del evangelio en el lenguaje).

Díganme si esto no significa ordenar Dios al hombre, como "servicio de Dios", la creatividad, -o sea la actividad productiva de sus facultades- con el rigor más absoluto. O yo no entiendo lo que quiere decir con "creatividad" el filósofo ruso (cosa que puede ser), o el filósofo ruso ha leído muy por encima el Evangelio. No menos de seis veces aparece en él el mandato de "negociar hasta que yo vuelva "; y en cambio "la doctrina del pecado y la redención", que es el fondo exclusivo del Evangelio según Berdyaef, no la nombre jamás Cristo directamente, mas la establece solamente con sus hechos: "este cáliz del Nuevo Convenio es mi sangre, la cual será derramada por los pecados de muchos".

La parábola de las "minas" o "ennas" es más larga y circunstanciada, añade el tema accesorio de "los rebeldes al monarca" y alude al final a la Parusía, el último "juicio" del Rey; de modo que comprende en sí a la otra; y por eso la traduciremos íntegra:

"Escuchando ellos estas cosas, Jesús les dijo OTRA parábola ¡(diversa de las anteriores y más capital) porque iban acercándose a Jerusalén (y a la Pasión) y ellos se imaginaban que el Reino de Dios iba a sobrevenir entonces de golpe. Y les habló así: Había un hombre de linaje regio que se iba lejos a recibir investidura real para volver en seguida (como solían en ese tiempo los príncipes vasallos de Roma: como hizo Herodes Magno, el año 40 A.C.; y su hijo Arquelao, el 4). Y llamando a sus diez servidores, les entregó diez ennas con este encargo: "Valorizadlas hasta mi vuelta". Mas sus conciudadanos lo odiaban y enviaron (al Emperador) una embajada en pos de él para decirle: "No queremos que este reine sobre nosotros" (como hicieron el año 39 d.C. los judíos con Herodes Antipas, el cual fracasó en su viaje, y no retornó nunca a su Tetrarquía).

Y sucedió cuando Este volvió coronado, que convocó a los siervos que había habilitado, para ver qué medro habían obtenido. Y presentándose el primero, dijo: -Señor, vuestra enna ha lucrado diez ennas. Díjole el Señor: -Bien, buen siervo fiel, porque has sido fiel en lo poco, recibe el gobierno de diez ciudades. Vino el otro y dijo: Señor, vuestra enna ha producido cinco ennas. Díjole el Señor: -Y tú, sé gobernador de cinco lugares míos. Mas vino un tercero y dijo: -Señor, aquí está tu enna, guardada en una bolsa, pues he tenido miedo de ti, que eres hombre austero; y sacas de donde no has metido, y cosechas donde no has sembrado. Replicó el Señor: -Por tu boca te condenas, mal siervo. Si sabías que soy un hombre austero, que saca de donde no metió, y cosecha aun donde no sembró, podías al menos haber puesto mi dinero en préstamo; y a mi llegada, lo habría recogido con réditos. Y dijo a los asistentes: -Quitadle la enna, y dadla al que tiene diez. -Dijeron: -Señor, el otro ya tiene diez. -Replicó: -Os digo que a todo el que tiene se le dará más y abundará; al que no tiene se le quitará (lo poco) que tiene. Pero, mis enemigos, los que no me querían por rey, sean apresados y degollados en mi presencia..." Y esto dicho, caminó impetuosamente hacia Jerusalén.

No es insólito en los improvisadores de estilo oral adaptar un recitado a un nuevo auditorio o a una nueva moraleja, volviéndolo otro... y el mismo.

Las diferencias de la otra parábola son: aquí es un ricachón y no un rey, la suma confiada es enormemente mayor (no sé si ironizó Cristo al hacer al Noble más pobre que al Financista) les dio diferentes sumas, diez, cinco y un Talento, "según su capacidad"; el premio que da a los industriosos y creadores es mayor y más indeterminado ("entra en el gozo de tu Señor") y el castigo es enorme: le quitan el talento que tenía para darlo al que tenía diez y arrojan al "siervo inútil" a "las tinieblas de allá fuera, donde será el llanto y el rechinar de dientes", lo que significa la muerte eterna. En vano Dom Calmet contiende que significa un calabozo, la cárcel. Eso no es "allá afuera"; sino, como dicen los malevitos, "adentro"; y esa expresión de Cristo designa siempre el infierno. Si el no hacer fructificar los dones que Dios nos dio (nos confió) puede resultar en la muerte eterna y Berdyaef quiere todavía más "mandato divino de creatividad" que éste, yo no sé lo que quiere.

Dios quiere por lo visto que cada hombre en este mundo (y sin eso no puede salvarse) "haga algo", produzca con y en su mente primero y después fuera, una cosa que ningún otro pueda hacer sino él. El valor "terrenal" de lo que hace (sea la Novena Sinfonía, sea otra cosa... no digo un tango) no tiene importancia; lo cual parece indicar el hecho de que Cristo sea indiferente a las sumas, en un caso una suma enorme, en el otro módica; los talentos nuestros a nuestros ojos son enormes; y las diferencias en "talentos" de los hombres nos suelen parecer enormes; en sí mismos mirados, la diferencia es poca o nada; "una mna a cada uno". (Entre paréntesis, no sé como Buzy dice que la "enna" era una cantidad risible, "como 1.000 francos"; pues según mis datos y los exégetas alemanes, una "enna" de oro moneda eran 87 dólares y por ende un talento 5.220; una "enna" de oro pondere eran 2.250 dólares y un talento 135.000. Puede que Buzy asuma que eran "talentos" de cobre (unos 49 kilos); pero el caso es que cuando no se hacía aposición ninguna, la palabra simple "talento" indicaba el peso en oro. Como quiera que sea, Dios quiere que "negociemos" con los 87, los 2.250 ó los 135.000 ó los 1.350.000 dólares que nos confió al crearnos con tal o cual disposición o fuerza vital.

Todos los Papas modernos, señaladamente Pío XI (que Berdyaef conoció) han insistido sobre la "creatividad", incluso los que nada han creado. El Papa Pío XII dijo repetidas veces que "la Verdad debe ser vivida, comunicada, obrada"; y para que la Verdad viva no hay tu tía sino hacerla pasar por la propia existencia; cosa que el artista, el científico, el caudillo, el empresario y el "pechero" hacen de modo diferente, una misma cosa en el fondo. El predicador que recita lugares comunes religiosos que él no practica ni siente, no predica en realidad; y sus "verdades" son escasamente "la VERDAD".

Y ¿qué ha de crear un pobrecito de amenos de un dólar, un minero de Bolivia, un mensú de Misiones o un zafrero de Salta? No se engañen: esos tienen más creatividad espiritual a lo mejor que un muchachito porteño que estudia (naturalmente) abogacía para llegar naturalmente a "gobernante"; y pilla una neurosis porque no era ese su lugar, y más le valiera haber sembrado papas. Todos pueden crear algo si el mundo moderno los deja; lo malo es que no nos deja; y entonces creamos, al menos, resistencia al mundo moderno. Los que entierran su "talento" en una bolsa o en un hoyo en la tierra, no son los que resisten, sino los que siguen la correntada. Estoy por contar aquí ejemplos de gente chiquitísima, sencillas sirvientas, peones rudos, que han hecho de repente en el mundo un hecho escondido, pequeño, singular, y admirable, como una joya en el fondo del río o una flor donde no se ve; pero ustedes deben saber más aun que yo de eso. Son cosas finas, que sólo Dios puede haber inspirado; y son más para contemplar que para describir; pues no las entendemos del todo.

Lo curioso es que Berdyaef esperaba una explosión de "creatividad religiosa" en el mundo hacia 1913, que iba a superar incluso la revelación de Cristo, pues había de ser la revelación del Espíritu Santo, la Tercera Iglesia, la Iglesia de Juan, mayor que la de Pedro; antigua herejía de los Gnósticos primero, y después de los Joaquinistas y de los Fratricelli; resucitada en la Rusia por Feodorof y Merejkowsky; la cual herejía invocaba una tercera, nueva y mayor "revelación" futura que la del Padre (Antiguo Testamento) y la del Hijo (Nuevo Testamento); cuya cabeza iba a ser la "Santa Rusia" lavada de sus pecados; y lo que se les reveló fue el comunismo ateo y satánico, después de una guerra sangrienta y una revolución atroz. No es profeta todo el que quiere... Dostoiewsky también esperaba esa extraordinaria revelación en la Tercera Roma (o sea Rusia), pero como alternativa de otra revelación o explosión demoníaca ("Los demonios", novela) una de las dos: y aconteció la segunda.

Una Orden Religiosa, o una nación, o un Estado, que suprimen, cohartan o podan la "creatividad" de sus miembros, ofenden la persona humana; y están condenados, a la corta o a la larga. Esto ocurre a causa de la "socialización", que es un proceso de arteriosclerosis que amenaza a toda sociedad humana: cuando lo social oprime a lo personal, lo formal a lo carismático, la simple conservación al crecimiento y elevación, "la letra al espíritu"; proceso que se dio al máximo en el cuerpo de los "Pherizim" o fariseos. Una orden religiosa que en vez de doctores sacros produjera técnicos en televisión, o cosas por el estilo, anda mal de "creatividad", patina, no cumple con su misión; y si no se examina y orienta, va a llegar a hacer daño en vez de provecho.

El "Servicio de Dios y el Rey" a través de la creatividad, el motor y el mote de la España Grande: no hemos de abnegarlo ni olvidarlo. Quizá por olvidarlo un tiempo, España devino chica. Mas ahora ¡arriba España!

(Tomado de Las parábolas de Cristo, Ediciones JAUJA, pág. 279 y ss.)

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Dr. Isidro Gomá y Tomás

Parábola de los talentos: Mt. 25, 14-30

Explicación: También esta parábola es propia de Mateo, aunque Lucas tiene la de las minas (19, 11-28), que ofrece muchas semejanzas con esta de los talentos. Maldonado y Bossuet las identifican, pero son tan notables las diferencias de lugar, tiempo, descripción y hasta finalidad moral de los dos fragmentos, que hoy se tiene por indudable que son dos parábolas propuestas por el Señor en distintas ocasiones. Ni obsta la semejanza de argumento y de moraleja, por cuanto se dan en los Evangelios varios caso» de repeticiones análogas. Por su claridad, bástale a esta parábola brevísimo comentario.

El hombre que da los talentos a sus servidores (14-18) . — Porque así es, en el reino de los cielos, como un hombre que, al marcharse lejos, llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes: es la imagen de Jesús quien, después de fundar su Iglesia, dejó la tierra y subió a los cielos, dejando a los suyos, que son todos y cada uno de los cristianos, todos sus bienes: sacramentos, doctrina, sacerdocio, gracia, etc. No se los distribuyó en igual medida, sino que dio a unos más y a otros menos: Y dio a uno cinco talentos, y al otro dos, y al otro dio uno: consideró las fuerzas, la capacidad, el ingenio de cada uno, y les repartió proporcionalmente sus bienes: A cada uno según su capacidad. El talento es representativo de los grandes dones que al hombre hace Dios, en el orden de la naturaleza y de la gracia: dotes de alma y cuerpo, dignidades, riquezas, elocuencia, prestigio, todo aquello, en fin, que podemos utilizar para la gloria de Dios y bien de las almas. No da Dios los dones naturales y sobrenaturales según la misma medida, sino que atiende las cualidades y fuerzas de los hombres de tal manera que ninguno de ellos pueda quejarse de que le haya concedido más o menos de lo que convenía. Distribuidos sus dones según su liberalidad, el hombre se marchó en seguida, sin decir el tiempo de su vuelta, dejando a los siervos negociaran el dinero según su criterio e ingenio: Y se marchó luego. La ausencia representa el tiempo que se nos concede para negociar el reino de los cielos.

Los vv. 16-18 refieren brevemente la conducta de los siervos: dos de ellos trabajaron con tanta inteligencia y tesón, que doblaron el capital recibido: El que había recibido los cinco talentos, se fue a negociar con ellos, y ganó otros cinco: es el símbolo de los que cumplen fielmente sus deberes, cooperan a la gracia, se afanan en trabajar para Dios, para sí y para sus prójimos. Lo mismo hizo el segundo: Asimismo el que había recibido dos, ganó otros dos. Nótese que los siervos negocian con los talentos que han recibido; porque en orden al reino de los cielos nada podemos hacer sino con lo que Dios nos da. El tercero, indolente y perezoso, no malbarata el talento recibido; se contenta con esconderlo en lugar seguro para devolverlo sin ganancia a su señor: Mas el que había recibido uno, fue y cavó en la tierra, y escondió allí el dinero de su señor: en él se figuran los que reciben en vano la gracia del Señor (2 Cor. 6, 1), que no hacen el bien que pudieran y debieran, ni levantan el corazón de las cosas de la tierra.

El Señor llama a cuentas a los servidores fieles (19-23) . — Dinero abundante y tiempo prolongado les concedió el Señor a sus siervos para que negociaran; por fin regresó y pidióles cuentas: Después de largo tiempo vino el señor de aquellos siervos, y los llamó a cuentas: es la visita del Señor al fin de nuestra vida: cuanto más tiempo y mayores dones, más exigente será el Señor. El siervo de los cinco talentos ofrece a su dueño el capital duplicado: Y llegando el que había recibido los cinco talentos, presentó otros cinco talentos: el fruto que debemos reportar de los dones de Dios debiera ser equivalente a los mismos. El siervo fiel no se ufana con la exhibición de su lucro, antes reconoce primero el don recibido, sin el que le hubiese sido imposible negociar diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste, he aquí que he ganado otros cinco de mes. Alaba y premia el Señor la diligencia del buen siervo: Su señor le dijo: Muy bien, siervo bueno y fiel: porque fuiste fiel en lo poco, te pondré sobre lo mucho: entra en el gozo de tu señor: la parábola pasa aquí de la alegoría a la realidad: no es cosa escasa cinco talentos; si eran de oro, valían sobre 650.000 pesetas; pero es poca cosa toda la riqueza del mundo comparada con el gozo del Señor, la visión de Dios en el cielo, que dará el Señor a quienes correspondan a sus dones.

El siervo de los dos talentos es tratado como el de los cinco: Y se llegó también el que había recibido los dos talentos, y dijo: Señor, dos talentos me entregaste, aquí tienes otros dos que he ganado: tanto hizo éste como el otro, porque sacó de su capital un lucro proporcional. Por ello tiene para él el Señor las mismas palabras de alabanza y la misma recompensa, porque no mira Dios cuánto hemos hecho, sino la diligencia, el ahínco, la fidelidad con que hemos trabajado: Su señor le dijo: Bien está, siervo bueno y fiel: porque fuiste fiel en lo poco, te pondré sobre lo mucho: entra en el gozo de tu señor.

El mal servidor (24-30) . — El tercer siervo no dilapido el capital recibido de su dueño, pero no lo hizo trabajar por desidia. Convencido de que ha obrado mal, lejos de confesar su pereza, increpa a su señor, tratándole de ambicioso y duro, justificando con ello su pusilanimidad y abandono: Y llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, sé que eres un hombre de recia condición, siegas en donde no sembraste, y allegas en donde no esparciste: te gustan negocios copiosos sin recompensar a quienes te sirven. Por esta tu dureza te temí, y guardé en lugar seguro tu talento, no fuese caso lo perdiese en mis negocios: Y temiendo, me fui y escondí tu talento en tierra. Y añade en forma grosera: Ahí tienes lo que es tuyo, no es justo te enriquezcas con mi trabajo.

Increpa el Señor al siervo por su desidia: Y respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y perezoso: malo es quien no cumple su deber de hacer el bien. Y luego retorciendo el argumento de la dureza y ambición, añade: Sabías que siego en donde no siembro, y que allego en donde no he esparcido, dice en forma interrogante, pues el trato que ha dado a los siervos buenos no le denuncia como ambicioso y duro; luego, motivo de más para que te afanaras en contentarme. Y cuando no quisieras aumentar mi capital con tu personal esfuerzo, podías llevar a la banca mi dinero para que me diera una renta que hubiese sido bien mía: Pues debías haber dado mi dinero a los banqueros, y viniendo yo, hubiera recibido ciertamente con usura lo que era mío. Y añade el Señor el castigo del siervo por su cobarde conducta: Quitadle, pues, el talento, y dádselo a quien tiene diez talentos: suele el Señor quitar a los hombres aquellos dones y gracias que con su pereza han hecho inútiles.

Termina la parábola con una admonición gravísima y con la sanción que mereció el siervo malo: Porque a todo el que tuviere, le será dado; el esfuerzo y la cooperación a la gracia, atraen otras gracias de la liberalidad de Dios. En cambio, los indolentes y perezosos, que tienen ociosos los talentos o dones que han recibido, se verán privados, en mil formas, de aquello que recibieron, aunque conserven las apariencias de lo que tuvieron: Mas al que no tuviere, le será quitado aun lo que parece que tiene. Esto, por durante la vida, en la que tiene también su aplicación esta parábola. Más terrible es sin comparación el castigo definitivo: Y al siervo inútil, echadle en las tinieblas exteriores, al infierno: Allí será el llorar y el crujir de dientes (vide Mt. 8, 12; núm. 56): no sólo los que obran mal serán condenados, sino también los que no hicieron el bien que debieron: "¡Ay de mí, si no evangelizare!", dice el Apóstol (1 Cor. 9, 16).

Lecciones morales . — A) v. 15. — A cada uno según su Capacidad... — No quiere ello decir que los dones de gracia correspondan a los de naturaleza; ni que nuestra capacidad receptora de la gracia, por decirlo así, condicione la largueza del Señor, dador de todo bien. Dios es libérrimo en la colación de sus dones. El, que da la capacidad, da la gracia; y cuando quiere, aumenta con la gracia la capacidad. Pero suele el Señor dar sus dones de gracia en forma que hasta en nuestro ser sobrenatural resulte la armonía, que es la característica de las obras de Dios. La desarmonía resulta de que nosotros no cooperemos a los dones de Dios, estableciendo un desnivel entre nuestra actividad y la generosidad de Dios para con nosotros. San Pablo se gloriaba de que la gracia de Dios no había sido en él vacía o inútil: es que Dios llenó el vaso del Apóstol según su capacidad; y el Apóstol llenó, por decirlo así, la gracia de Dios con la plenitud de su actividad. Esto es lo que hace las vidas llenas y provechosas, aunque sean desiguales en capacidad y en gracia recibida.

B) v. 20. — He aquí que he ganado otros cinco de más . — ¡Cuánta es la generosidad de Dios para con nosotros! Porque El, que nos da los dones de naturaleza y gracia, hace que podamos hacerlos fructificar todos en abundancia para lograr la vida eterna. El da el ser y la manera del ser, en el orden natural y sobrenatural; sin El, nada podemos hacer en orden a la vida eterna; pero basta que pongamos nuestra voluntad al servicio de sus dones para que nazca el mérito, y podamos enriquecernos, no a El, sino a nosotros, con los dones que El nos dio. Es como si un capitalista nos diera su dinero, y nos enseñara la manera de negociarlo, y lo negociara con nosotros, y nos asegurara enormes ganancias, todas para nosotros, a condición de que nosotros acopiáramos nuestra voluntad a la suya, nuestro esfuerzo a su esfuerzo.

c) v. 24. — Señor, sé que eres un hombre de recia condición... — Hay quienes se figuran a Dios como un señor austero e implacable, que sólo es capaz de infundir temor, dice Orígenes. Y otros, añadimos nosotros, piensan que Dios es tan tolerante, que hallan en su bondad "excusas para sus pecados" (Ps. 140, 4). Ni lo uno ni lo otro. Dios es lleno de austeridad, porque es la rectitud esencial y la autoridad infinita; pero es la suma bondad y la inmensa misericordia. Nadie tan padre como El, en quien se suma la gravedad máxima y la máxima bondad. Y es lleno de tolerancia en el sentido de que "disimula los pecados de los hombres" (Sap. n, 24) cuando se arrepienten de ellos; pero nunca justifica sus desviaciones sin la debida compensación a su justicia. Tan austero es, que no quiere nos levantemos con ningún talento para aplicarlo a nuestras conveniencias con daño de su ley; tan generoso, que nos permite segar en la vida eterna: lo que hemos sembrado en la temporal; y recoger en forma de bienaventuranza sin lo poco que hemos depositado en manos de los pobres.

D) v. 25. — Y temiendo, me fui, y escondí tu talento... — Con razón son comparados a este siervo perezoso los pusilánimes, dice Cayetano, a quienes se ocurren preocupaciones como ésta: “Me pedirá Dios estricta cuenta de este negocio, v. gr., de la cura de almas, de oír confesiones y de otras cosas análogas que sirven para el bien espiritual de los demás y propio; pero como quiera que hay en ello grandes peligros, lo mejor será no consagrarme a estos ministerios..." Fíjense, dice A Lapide, fíjense en ello los que no emplean los talentos, la doctrina, la prudencia y otras dotes en el bien propio y ajeno por desidia, por miedo de pecar, o por otra causa cualquiera: Cristo les exigirá por ello estrecha cuenta.

E) v. 26. — Siervo malo y perezoso... — Llámase malo este siervo, porque injurió a su señor; perezoso, porque no hizo trabajar su talento. Lo primero es pecado de soberbia; lo otro, de negligencia, dice San Jerónimo. Peca contra Dios, y contra sí, y quizás contra el prójimo, quien retiene la: gracia de Dios en la inacción. Dios quiere que produzca frutos de vida eterna.

F) v. 27. — Debías, haber dado mi dinero a los banqueros... No dice "el dinero", sino "mi dinero"; para que sepamos que no somos más que usufructuarios de todo cuanto hemos recibido de Dios: el ser, las facultades de cuerpo y alma, las pertenencias de todo género. Los banqueros son todos cuantos pueden beneficiarse de lo que nosotros tenemos: los súbditos, de nuestra autoridad; los ignorantes, de nuestra ciencia; el pueblo, de nuestra predicación y ejemplos; los pobres, las obras de caridad y beneficencia, de nuestras riquezas o de nuestro sencillo óbolo. Todo es caudal puesto a renta, 'y todo produce para Dios.

G) v. 30. — Echadle en las tinieblas exteriores... — Quien por, Su culpa cayó en las tinieblas interiores, utilizando, ciego, para si lo que le dio Dios para negociar para El, es castigado con las tinieblas exteriores, es decir, privado de la luz de Dios, que debió guiar sus pasos en vida y que fue por él despreciada. No hay tinieblas comparables a las que produce la ausencia de la luz de Dios; son la privación de la luz esencial, mil veces más negras que las que resultan de la ausencia de esta luz que Dios creó.

(Tomado de “El Evangelio Explicado” Vol. IV, Ed. Casulleras 1949, Barcelona, Pág. 145 y ss.)

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JUAN PABLO II

Homilía del Santo Padre

Lunes 4 de febrero de 1985

Jesucristo el hombre del trabajo. El texto evangélico que acabamos de escuchar nos habla del trabajo humano, que para el cristiano encuentra su máxima inspiración y ejemplo en la figura de Cristo, el Hombre del trabajo. Antes de comenzar su labor mesiánica en la proclamación del Evangelio a las gentes, ha trabajado durante treinta años en la silenciosa casa de Nazaret. Desde su primera juventud, Jesús aprendió a trabajar, al lado de José, en su taller de carpintero, y por eso le llamaban el «hijo del carpintero» (Matth. 13, 55). Éste trabajo del Hijo de Dios constituye el primer y fundamental Evangelio, el Evangelio del trabajo. Después, durante su predicación apostólica se referirá continuamente, especialmente en sus parábolas, a las diferentes clases de trabajo humano.

Jesús predicaba ante todo el reino de Dios. Y a la vez, el destino definitivo del hombre a la unión con Dios. Pero esta perspectiva sobrenatural mostraba igualmente el profundo significado del trabajo del hombre. Porque no pertenece solamente al orden económico temporal de la sociedad humana, sino que entra también en la economía de la salvación divina. Y aunque no sólo el trabajo sirve ala salvación eterna, el hombre se salva también mediante su trabajo. Esta es la enseñanza del Evangelio que la Sagrada Escritura nos transmite, repetidas veces, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

La lectura de hoy, tomada de San Mateo, recoge en la parábola de los talentos esta doctrina fundamental. Tres personas reciben de su amo los talentos. El primero, cinco; el segundo, dos; el tercero, uno. El talento significaba entonces una moneda, se podría decir un capital; hoy lo llamaríamos sobre todo la capacidad, las dotes para el trabajo. El primero y el segundo de los siervos, han duplicado lo que han recibido. El tercero, en cambio, esconde su talento bajo la tierra y no multiplica su valor.

En los tres casos se nos habla indirectamente del trabajo.

Partiendo de estas dotes que el hombre recibe del Creador a través de sus padres, cada uno podrá realizar en la vida, con mayor o menor fortuna, la misión que Dios le ha confiado. Siempre mediante su trabajo. Esta es la vía normal para redoblar el valor de los propios talentos. En cambio, renunciando al trabajo, sin trabajar, se derrocha no sólo «el único talento» de que habla la parábola, sino también cualquier cantidad de talentos recibidos.

Jesús, a través de esta parábola de los talentos, nos enseña, al menos indirectamente, que el trabajo pertenece ala economía de la salvación. De él dependerá el juicio divino sobre el conjunto de la vida humana, y el reino de Dios como premio. En cambio, «el derroche de los talentos» provoca el rechazo de Dios.

De esta manera, el tema y el problema del trabajo aparecen ya como fundamentales desde el comienzo mismo de la vida cristiana. Constituyen una constante de la enseñanza social de la Iglesia, a través de los tiempos; especialmente en el último siglo, cuando el trabajo se convirtió en el centro de la llamada «cuestión social» y de todos los problemas relacionados con el justo orden social.

Este problema se presenta con caracteres graves, y a veces hasta trágicos, en tierras de Latinoamérica. La Iglesia, en la persona de sus Pastores, guiada por las enseñanzas del Concilio Vaticano II, lo ha podido constatar y denunciar adecuadamente, primero en Medellín y más recientemente en Puebla: «A la luz de la fe es un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe» (Puebla, 28). Yo mismo he recordado a vuestros obispos «la tragedia del hombre concreto de vuestros campos y ciudades, amenazado a diario en su misma subsistencia, agobiado por la miseria, el hambre, la enfermedad, el desempleo; ese hombre desventurado que, tantas veces, más que vivir sobrevive en situaciones infrahumanas. Ciertamente en ellas no está presente la justicia ni la dignidad mínima que los derechos humanos reclaman» (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad quosdam Peruviae Episcopos occasione oblata eorum visitationis «ad Limina», 4, die 4 Oct. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 740).

En la raíz de estos males de la sociedad se encuentran sin duda situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, a veces de alcance internacional, que la Iglesia denuncia como «pecados sociales». Pero sabe, al mismo tiempo, que ello es fruto de la acumulación y de 1a concentración de muchos pecados personales, que sería necesario evitar como raíz. «Pecados de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien pudiendo hacer algo por evitar, eliminar, o al menos limitar determinados males sociales, omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo» (EIUSDEM Reconciliatio et Paenitentia, 16). Pecado de los dirigentes y responsables de la sociedad y también de los trabajadores que no cumplen con sus deberes. En definitiva, pecados de insolidaridad ý egoísmo, de búsqueda del poder y del lucro, por encima del servicio a los demás.

Frente a estas situaciones, la Iglesia sigue inspirándose en el Evangelio y en su propia doctrina social, para ofrecer su colaboración constante y decidida a la causa de la justicia.

Por eso quiere estar cerca de los injustamente tratados y de los más pobres, para mejorar su situación en todos los sentidos. No sólo en campo económico, sino también cultural, espiritual y moral.

Porque pobre es quien carece de lo material, pero no menos quien está sumido en el pecado; quien no conoce su dimensión personal que va más allá de la muerte; quien no tiene libertad para pensar y actuar según su conciencia; quien es sometido por los dirigentes de la sociedad a limitaciones, según las cuales el que practica su fe se ve privado de beneficios que se otorgan a los que siguen las normas dictadas desde lo alto; quien es visto como mero objeto de producción.

La Iglesia quiere una liberación de todas esas esclavitudes. En esa misma línea se mueven vuestros obispos en las normas marcadas en su reciente Documento sobre la Teología de la liberación (Cfr. S. CONGR. PRO DOCTRINA FIDEI Instructio de quibusdam aspectibus «Theologiae Liberationis»).

Volvamos de nuevo a la Palabra de Dios, en la liturgia de hoy. Hemos escuchado el Evangelio del trabajo, de los mismos labios de Cristo, en la parábola de los talentos. Hemos recibido las enseñanzas apostólicas de San Pablo, hemos intentado señalar, siguiendo la enseñanza social de la Iglesia, cómo el trabajo humano pertenece al orden económico temporal, pero también ala economía de la salvación divina. A la luz de esta doctrina hemos examinad? algunos de los problemas acuciantes de vuestra sociedad.

Tanto en una como en la otra dimensión del trabajo humano tienen aplicación los deseos del Apóstol de las Gentes: «Que el Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros» (2 Thess. 3, 16).

En resumen: Paz.

Paz mediante el trabajo: «Comer el propio pan trabajando en paz». El pan debe llegar a todos. No puede sobreabundar para algunos (quizás sin trabajo), y faltar a los demás (a pesar del trabajo).

Trabajo para la salvación eterna.

Trabajo para el desarrollo de los hombres y de los pueblos. Para ese desarrollo que Pablo V? definió como «el nuevo nombre de la paz».

Por consiguiente: el desarrollo mediante el trabajo, y la paz como fruto del auténtico desarrollo; y desarrollo de todos y para todos.

He aquí las principales ideas del Evangelio del trabajo que la Iglesia anuncia al mundo contemporáneo.

«El Señor sea con todos vosotros».

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Ejemplos Predicables

El escritor y el criado del convento.

Un fámulo de un convento, que había leído un libro es­crito por un religioso de aquella casa, dijo cierto día al escri­tor: "No tengo ninguna duda que por haber escrito libros de tanta verdad y enseñanza, Dios le recompensará con un gran premio en el Cielo". El religioso, de suyo muy humilde, respon­dióle: "Querido amigo, el día del Juicio Final vendrán a tener igual valor mis libros que la escoba que usted usa. Y si por azar la intención que usted hubiese puesto en sus tráfagos de limpieza doméstica, resultase más agradable a Dios que la mía al escribir mis libros, recibirá sin duda mayor recompensa y será exaltado por Dios muy por encima de mí". Harta razón tenía aquel buen religioso, que un hábil trabajo puede agradar a Dios, si ha sido hecho con recta intención y ánimo de hon­rarle, pero también hay muchos santos en el cielo que en la tierra ni por asomo brillaron por la maestría de sus obras.

En el año 1912 se fue a pique el mayor navío del mundo.

El vapor "Titanic" se terminó el año 1912. Por aquel enton­ces era el buque mayor del mundo; podía alojar a más de 5.000 pasajeros y contaba con 800 hombres de tripulación. Ofrecía todas las comodidades imaginables: Teatro, baños, salas de juego, jardín-restaurante, etc., etc. Este maravilloso palacio flotante sé hundió en su primer viaje a América, el 13 de abril del año 1912 (a las once y media de la noche de un sábado), a consecuencia de un choque con una gran masa de hielo flotante. De los que viajaban en aquel buque sólo se salvaron 700, y perecieron en el naufragio 1.700, a pesar de haber contado con más de tres horas para organizar el salva­mento. ¿Por qué razón se salvó tan poca gente? Porque en aquel enorme navío, con miles de pasajeros a bordo, no existían más que diez y seis botes. Se había procurado por todos los medios hacer agradable la vida a los viajeros de aquel buque, echando sin embargo en olvido, de manera la­mentable, la protección de aquella misma vida. Cosa seme­jante hacen muchos hombres que procuran hacerse agradable el vivir con placeres y diversiones, pero olvidan el esforzarse en alcanzar el vivir verdadero, que es la vida eterna en la beatitud celestial. ¡Cuánto mejor no les sería que cuando Dios les llame al Juicio definitivo, pudiesen hallar una nave­cilla con que salvarse! Esta navecilla salvadora no puede ser otra que nuestras buenas obras. Obremos el bien mientras vi­vamos y Dios .mismo conducirá nuestra frágil embarcación a las costas de la felicidad eterna.

(Tomado de Catecismo en ejemplos, Vol III, Dr. F. Spirago. Ed. Políglota, pág.90 y ss)

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CATECISMO

El anuncio del Reino de Dios

543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19).

Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).

544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).

545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).

546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).


26. FLUVIUM 2005

La vida pensando en Dios

La Iglesia nos ofrece en este domingo una enseñanza más de Jesucristo sobre el Reino de los Cielos. Si la pasada semana nos recordaba que es un Reino siempre actual que reclama del hombre un interés permanente, como el de las vírgenes prudentes que aguardaban siempre dispuestas al Esposo, ahora nos hace ver que es además interés por un Reino a la medida de cada uno. Los hombres, como servidores del gran Rey, Señor del mundo, nos vemos dotados de diversos talentos según nuestra capacidad. Dios, Señor de cielos y tierra y justo juez, retribuye a cada individuo –depositario de sus dones– en función de su empeño por corresponder a lo que de Él ha recibido. Ese empeño, desvelo y medida del interés por su Señor, es la respuesta humana al requerimiento divino.

El gran Rey es Señor absoluto, pues nadie le supera en majestad y poder: es Dios, Creador del Universo y domina sobre cuanto existe. También el hombre es señor, aunque no absoluto, pues su dominio no alcanza a toda la realidad. Es señor, sin embargo, de los talentos que, –en su caso– Dios le ha otorgado: la capacidad que tenemos para alcanzar nuestro destino en Él, gracias a la condición de personas que nos ha concedido. Esa real impresión de control que tenemos sobre nosotros mismos y el efectivo ejercicio libre de nuestras capacidades son manifestaciones de la dignidad humana.

No es, por consiguiente, lo decisivo para cada persona si tiene muchos o pocos talentos –Dios, Señor absoluto, nos los ha otorgado de modo diverso a cada uno según su voluntad–, nos importa ante todo lo que libremente ponemos de nuestra parte para hacerlos rendir. Sólo con ser personas debemos reconocer agradecimiento a nuestro Creador; pero, además, nos vemos con algunas cualidades; que, aunque puedan ser escasas, son verdaderos talentos; es decir, oportunidades de servirle conscientemente: de amarle.

No debiéramos apenarnos por pensar que tenemos pocas cualidades, ni sentirnos orgullosos si nos parece que valemos mucho. Preguntémonos, en cambio: ¿hago todo lo que puedo? ¿Soy consciente de que es para Dios mi actuación, o me preocupa, más bien, el beneficio particular que obtengo? Apartir de preguntas de ese estilo descubriremos nuestra rectitud. Si con frecuencia comparamos la propia conducta con la de otros; si ponderamos excesivamente el éxito o el fracaso; o si de ello depende bastante nuestro estado de ánimo; si, en ocasiones, nos molesta el triunfo de los demas..., es señal de que no valoramos nuestras cualidades como lo que son: oportunidades recibidas de Dios para servirle, las que Él ha querido –suficientes, por tanto– para amarle.

Observemos que el señor de la parábola, en esta ocasión, concede el mismo premio a los dos servidores que hicieron rendir sus talentos. No se fija, en efecto, en cuánto consiguió cada uno. El primero obtuvo cinco talentos como fruto de su esfuerzo, el segundo solamente dos. Aunque el primero logró más del doble que el segundo ambos escuchan: Muy bien, siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor. No menciona el señor para nada la eficacia material. Sólo tiene en cuenta que los dos han trabajado bien a la medida de los talentos recibidos y, por eso, los dos doblaron su capital.

¡Cuántas veces la satisfacción personal no es a la medida de la honradez, de la rectitud, de la justicia! Y, ¡con cuánta frecuencia buscamos ante todo sentirnos satisfechos de nosotros mismos! Valdrá la pena un examen de conciencia detallado sobre la realidad objetiva de nuestra conducta. Debemos, por tanto, observar el resultado de nuestras acciones. Ver si hay progresos en nuestra vida, contemplada en la presencia de Dios, sin caer en comparaciones con la vida de otros. Si, en definitiva, mejoramos, no por amor propio, sino por amor a Dios.

Nuestra Madre, Santa María, convencida de su pequeñez ante Dios, busca sólo ser su esclava: quiere ser toda para Dios. Y el Creador, que no se deja ganar en generosidad, la eleva en cuerpo y alma al cielo.


27. Elogio a la mujer: Meditación del predicador del Papa
Comentario del padre Cantalamessa a la primera lectura del próximo domingo

CIUDAD DEL VATICANO, 11 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia-- a la primera lectura de la liturgia del próximo domingo (Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31).

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Una buena ama de casa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. El corazón de su marido confía en ella y no le faltará compensación. Ella le hace el bien, y nunca el mal, todos los días de su vida. Se procura la lana y el lino, y trabaja de buena gana con sus manos. Aplica sus manos a la rueca y sus dedos manejan el huso. Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada. Entréguenle el fruto de sus manos y que sus obras la alaben públicamente.

Por una vez, en lugar de concentrarnos sobre el Evangelio (la parábola de los talentos) meditaremos sobre la primera lectura, tomada del libro de los Proverbios, que habla de la grandeza y dignidad de la mujer. El elogio, si bien es muy bello, tiene un defecto que no depende de la Biblia, sino de la época y de la cultura que refleja. Releja una visión masculina: bienaventurado el hombre que tiene una mujer que le hace vestidos, que honra su casa, que le permite caminar con la cabeza alzada. Hoy las mujeres no se entusiasmarían con este elogio.

Para conocer el auténtico y definitivo pensamiento bíblico sobre la mujer hay que mirar a Jesús. Él no era, como hoy se diría, «feminista»; no hizo nunca un análisis o una crítica explícita de las instituciones y de las relaciones entre clases y sexos. En su misión, la diferencia entre hombre y mujer no tiene ningún peso. Ambos son imágenes de Dios, ambos necesitan la redención. Pero por este motivo precisamente es capaz de desenmascarar las deformaciones que han llevado a someter la mujer al hombre. Jesús es libre ante la mujer: no la ve como una insidia o una amenaza, y esto le permite romper muchos prejuicios.

Jesús no se niega a hablar con mujeres, a enseñarles, a hacer de ellas discípulas suyas. Resucitado, se muestra en primer lugar a algunas mujeres que se convierten de este modo en sus primeros testigos. De sus labios no sale nunca una palabra de desprecio o de ironía por la mujer, algo que era una especie de lugar común en la cultura de la época, penetrada por la misoginia. La salud de la mujer es tan importante para Jesús como la del hombre. Por ello, muchos de sus milagros afectan a las mujeres.

Me conmueve uno en particular: la curación de la mujer que desde hacía dieciocho años «estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse» (Lucas 13,10 y siguientes). Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Inmediatamente se enderezó y glorificaba a Dios. Esa mujer encorvada, a quien Jesús le grita, «¡quedas libre!», y que puede levantar la cabeza, ver a las personas a la cara, ver el cielo, glorificar a Dios, sentirse también ella una persona, es un símbolo poderoso. No es sólo una mujer; representa a la condición femenina; es esa innumerable cantidad de mujeres que no caminan encorvadas a causa de una enfermedad, sino por la opresión a la que han sido sometidas en casi todas las culturas. Qué liberación, qué esperanza encierra este grito de Jesús.

Uno de los hechos positivos de nuestra época es la emancipación de las mujeres, la igualdad de derechos. En la carta apostólica sobre la dignidad de la mujer («Mulieris dignitatem»), Juan Pablo II subrayó la contribución que la Iglesia quiere ofrecer a este signo de los tiempos. La mujer (como el hombre) tiene un aliado poderoso en este camino de auténtica liberación: el Espíritu Santo. Él mismo «se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Romanos 8, 16) y nos da el verdadero sentido de nuestra dignidad y libertad. En hebreo, el nombre del Espíritu Santo, «Rúah», es femenino. Pero, sin subrayar demasiado este hecho, es cierto que se da una afinidad, una connivencia, una cierta complicidad entre el Espíritu Santo y la mujer. Él es llamado el Paráclito, que significa consolador, y «Espíritu de vida»; consolador y «Espíritu de la vida»; que «calienta lo que está frío, sana lo que está enfermo». Y, ¿quién mejor que la mujer comparte, a nivel humano, estas prerrogativas?

Se dice que la hija de un rey de Francia trataba muy duramente a su joven sirvienta. Un día, irritada, le dijo: «¿No sabes que soy la hija de tu rey?». La joven le respondió con calma: «Y, ¿tú no sabes que yo soy la hija de tu Dios? ».


28. Predicador del Papa: Hay que cultivar los talentos espirituales

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 14 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. - predicador de la Casa Pontificia -, a la liturgia del domingo próximo, 16 de noviembre.

Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31; 1 Tesalonicenses 5, 1-6; Mateo 25, 14-30

La parábola de los talentos

El evangelio de este domingo es la parábola de los talentos. Por desgracia en el pasado el significado de esta parábola ha sido habitualmente tergiversado, o al menos muy reducido. Cuando escuchamos hablar de los talentos, pensamos en seguida en las dotes naturales de inteligencia, belleza, fuerza, capacidades artísticas. La metáfora se usa para hablar de actores, cantantes, cómicos... El uso no es del todo equivocado, pero sí secundario. Jesús no pretendía hablar de la obligación de desarrollar las dotes naturales de cada uno, sino de hacer fructificar los dones espirituales recibidos de él. A desarrollar las dotes naturales, ya nos empuja la naturaleza, la ambición, la sed de ganancia. A veces, al contrario, es necesario poner freno a esta tendencia de hacer valer los talentos propios porque puede convertirse fácilmente en afán por hacer carrera y por imponerse a los demás.

Los talentos de los que habla Jesús son la Palabra de Dios, la fe, en una palabra, el reino que ha anunciado. En este sentido la parábola de los talentos conecta con la del sembrados. A la suerte diversa de la semilla que él ha echado -que en algunos casos produce el sesenta por ciento, en otros en cambio se queda entre las espinas, o se lo comen los pájaros del cielo-, corresponde aquí la diferente ganancia realizada con los talentos.

Los talentos son, para nosotros cristianos de hoy, la fe y los sacramentos que hemos recibido. La palabra nos obliga a hacer un examen de conciencia: ¿qué uso estamos haciendo de estos talentos? ¿Nos parecemos al siervo que los hace fructificar o al que los entierra? Para muchos el propio bautismo es verdaderamente un talento enterrado. Yo lo comparo a un paquete regalo que uno ha recibido por Navidad y que ha sido olvidado en un rincón, sin haberlo nunca abierto o tirado.

Los frutos de los talentos naturales acaban con nosotros, o como mucho pasan a los herederos; los frutos de los talentos espirituales nos siguen a la vida eterna y un día nos valdrán la aprobación del Juez divino: "Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te daré autoridad sobre lo mucho: toma parte en el gozo de tu señor".

Nuestro deber humano y cristiano no es solo desarrollar nuestros talentos naturales y espirituales, sino también de ayudar a los demás a desarrollar los suyos. En el mundo moderno existe una profesión que se llama, en inglés, talent-scout, descubridor de talentos. Son personas que saben encontrar talentos ocultos -de pintor, de cantante, de actor, de jugador de fútbol- y les ayudan a cultivar su talento y a encontrar un patrocinador. No lo hacen gratis, naturalmente, ni por amor al arte, sino para tener un porcentaje en sus ganancias, una vez que se han afirmado.

El Evangelio nos invita a todos a ser talent-scouts, "descubridores de talentos", pero no por amor a la ganancia sino para ayudar a quienes no tienen la posibilidad de afirmarse por sí mismos. La humanidad debe algunos de sus mejores genios o artistas al altruismo de una persona amiga que ha creído en ellos y les ha animado, cuando nadie creía en ellos. Un caso ejemplar que me viene a la mente es el de Theo Van Gogh, que sostuvo toda la vida, económica y moralmente, a su hermano Vincent, cuando nadie creía en él y no lograba vender ninguno de sus cuadros. Entre ellos se intercambiaron más de seiscientas cartas, que son un documento de altísima humanidad y espiritualidad. Sin él no tendríamos hoy esos cuadros que todos amamos y admiramos.

La primera lectura del domingo nos invita a detenernos en un talento en particular, que es al mismo tiempo natural y espiritual: el talento de la femineidad, el talento de ser mujer. Contiene de hecho el conocido elogio de la mujer que comienza con las palabras: "Una mujer completa, ¿quién la encontrará?". Este elogio, tan bello, tiene un defecto, que no depende obviamente de la Biblia sino de la época en la que fue escrito y de la cultura que refleja. Si uno se fija, descubre que este talento está enteramente en función del hombre. Su conclusión es: bendito el hombre que tiene una mujer así. Ella le teje hermosos vestidos, honra a su casa, le permite caminar con la cabeza alta entre sus amigos. No creo que las mujeres sean hoy entusiastas de este elogio.

Dejando aparte este límite, quisiera subrayar la actualidad de este elogio de la mujer. Desde todas partes surge la exigencia de dar más espacio a la mujer, de valorar el genio femenino. Nosotros no creemos que "el eterno femenino nos salvará". La experiencia cotidiana muestra que la mujer puede "elevarnos a lo alto, pero también puede precipitarnos hacia abajo. También ella necesita ser salvada por Cristo. Pero es cierto que, una vez redimida por él y "liberada", en el plano humano, de las antiguas sujeciones, ella puede contribuir a salvar nuestra sociedad de algunos males inveterados que la amenazan: violencia, voluntad de poder, aridez espiritual, desprecio por la vida...

Después de tantas épocas que han tomado el nombre del hombre -la era del homo erectus, homo faber, hasta el homo sapiens, de hoy-, hay que augurar que se abra finalmente, para la humanidad entera, una era de la mujer: una era del corazón, de la ternura, de la compasión. Ha sido el culto a la Virgen el que ha inspirado, en los siglos pasados, el respeto por la mujer y su idealización en buena parte de la literatura y del arte. También la mujer de hoy puede mirarla a ella como modelo, amiga y aliada a la hora de defender su propia dignidad y el talento de ser mujer.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]