SUGERENCIAS

 

1.VE/MU  V/SENTIDO  VE/RAZON

No resulta fácil para todos creer en la otra vida. Unos viven tan bien que difícilmente pueden imaginar otra vida mejor. Otros viven tan sumidos en la pobreza que ni les dejamos imaginación para pensar en otra vida. A pesar de todo, son muchos los que, tarde o temprano y por distintas razones, reconocen que esto no es vida, que tiene que haber algo, que esto no es todo. ¿Hay otra vida? Los creyentes confesamos otra vida, la vida eterna.

Pero la eternidad es inimaginable y todos los esfuerzos de la mente acaban en tremendismo o en el absurdo de un tiempo infinito, que ya no sería tiempo. De otra parte la fe en la vida eterna conecta directamente con la resurrección. Y también esto encuentra no pocas dificultades, unas viejas, como la famosa objeción de que nos habla hoy el evangelio; otras nuevas, como el caso de los trasplantes de órganos (¿a quién pertenecería el corazón trasplantado o el riñón?).

Sin embargo, y contrariamente a las acusaciones contra los creyentes, la fe en la vida eterna, en la otra vida, resulta ser una de las pocas actitudes razonables, pues no podemos vivir como si no tuviéramos que morir, pero ¿podemos vivir para morir? La fe en la otra vida se presenta, desde un punto de vista puramente racional, como la única salvación para los vencidos. Y todos estamos vencidos de antemano por nuestro común enemigo mortal, que es la muerte. Sin esa fe, salvación de los vencidos, la historia sería sólo la crónica de los vencedores, de los más fuertes, de los violentos, de los que no dudan en matar para conseguir sus propósitos. Si la vida termina con la muerte, matar es la solución final. Muerto el perro se acabó la rabia. ¿Tienen razón los homicidas? De otra parte, la fe en la otra vida es la única que puede dar sentido humano a la historia y al progreso. Si la muerte es el final absoluto -todo se acaba con la muerte- la historia humana no es distinta de una historia natural, en la que los individuos mueren en beneficio de la especie. De donde se seguiría el absurdo de que los máximos luchadores de la libertad y de la justicia serían sacrificados sistemáticamente para que un día -¿cuándo?- haya una humanidad libre. Pero, ¿qué significa la humanidad si hay que eliminar de ella a los mejores hombres? Hay otra vida, es decir, otra forma de vivir. Y son muchos los que buscan y se esfuerzan en esa alternativa. Pero los creyentes confesamos, además, que hay otra vida, absolutamente otra, impensable e inimaginable, que sólo podemos creer y esperar.

EUCARISTÍA 1986/53


2.

El Dios cristiano es el Dios de la vida y de la alegría. Él ha transformado nuestra existencia y ha sembrado en ella la semilla de la esperanza. Por este motivo, el hombre de fe se caracteriza por su valentía.

El fiel sabe que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe.

El cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de JC, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo).

Esta fe es tan profunda que nos da una escala de valores y fidelidades. A fin de cuentas, los macabeos son hombres llenos de fidelidad... Buen motivo éste para insistir en los valores que requiere la vida cristiana: creer en la vida, en la posibilidad de reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones... Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura rehuir la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya ahora, en la que cada uno camina con propia responsabilidad.

JUAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974/2B


3. H/DESTINO.MU/RS:

El destino del hombre.-En el año 1975, una conocida actriz describía su encuentro con un viejo párroco. Ella le preguntó que de dónde sacaba él fuerza para ser cristiano en medio de un ambiente que cada vez era más indiferente. La respuesta fue: "Yo soy cristiano porque el mundo es inquietantemente petulante y charlatán: vocifera y "casca" mientras todo va bien. Sólo cuando uno muere, cesa en su afán; entonces ya no tiene nada que decir y calla. Y es precisamente en este punto, al callar el mundo, cuando yo anuncio un mensaje muy querido para mí. Yo tengo en mucha estima este mensaje -que se confronta con las risas de un mundo arrogante-, y es que el hombre tiene una meta".

Que el hombre tiene un fin es lo que Jesús anunció a los saduceos cuando éstos se enfrentaron a él con la cuestión de la resurrección. Pero Jesús dio la vuelta a la pregunta: El problema de los saduceos partía de la realidad del hombre como única medida, de modo que la realidad de la vida en el marco de una resurrección quedaba sumergida en un mar de dudas. Jesús invierte este cerrado punto de referencia e indica que la cuestión de la resurrección no puede plantearse (en orden a una solución) a partir de la simple experiencia humana, sino sólo dentro de un horizonte muchísimo más amplio y abarcador: el horizonte de Dios, para quien todos los hombres están vivos. (...).

Quien piensa y vive únicamente desde la perspectiva del hombre y de la materia, no puede entender el anuncio de la resurrección; hasta le tiene que parecer casi ridículo, como a los saduceos. La fe en la vida permanente con Dios se presenta como un reto ante un mundo que, arrogantemente, grita y parlotea de continuo sobre sus propias cosas, pero sólo hasta que topa con la dura e impenetrable realidad del misterio que envuelve la existencia del hombre y su destino.

EUCARISTÍA 1989/52


4. FRUSTRACIÓN  AGRESIVIDAD

Los psicólogos parecen estar bastante de acuerdo en que la frustración, el bloqueo de las aspiraciones humanas, está en la raíz de toda agresividad. Y, de acuerdo con ellos, los sociólogos apuntan como factor de violencia el desencanto, el callejón sin salida al que se ven abocadas las expectativas alumbradas en el sistema. La frustración que descubren los primeros vendría a ser como la parte sumergida del enorme iceberg que califican los segundos como desencanto.

Ocurre con las aspiraciones humanas, homologadas como expectativas sociales en el sistema, lo que ocurre con el tráfico en determinadas horas-punta: hay más vehículos en circulación que espacio libre; de ahí el atasco inevitable y el inevitable estruendo de las bocinas. En nuestra sociedad de hoy ocurre también que hay más expectativas "razonables" que posibilidades reales de satisfacerlas. Hay más trabajadores que trabajo, más profesionales que profesiones, más familias que hogares, más hambre que pan. Y, aunque de una parte, se controla la natalidad, se selecciona a los universitarios, se sortean las viviendas y se alzan los precios para cortar el consumo (de los no pudientes); de otra, se estimula y fomenta el número de expectativas, porque una demanda creciente, siempre mayor que la oferta, es condición indispensable de crecimiento.

Crece, pues, el número de insatisfechos. Crecen las frustraciones, crece el desencanto, crece la violencia. No sólo aumenta el número de homicidios (asesinatos, terrorismo); aumenta también y de modo alarmante el número de suicidios. Hay, por lo visto, cada vez más "motivos" para matar y hay también, cada vez más "motivos" para matarse. De donde se deduce que cada vez hay menos razones para vivir. ¿O acaso lo que falta es una razón para vivir? Las aspiraciones humanas se han convertido en expectativas y éstas no son más que los despojos de una esperanza hecha añicos.

El Hombre se siente roto interiormente, como una yuxtaposición de roles, como un haz de expectativas, sin identidad propia, sin razón para vivir. Y cuando no hay una razón para vivir, cualquier pretexto es suficiente para matar o matarse, que son dos modos de decir "no" a la vida. ¿O acaso lo que se está gritando violentamente es "no" a esta vida insensata?

EUCARISTÍA 1988/52


5. MU/SENTIDO

"Usted conoce el dicho "nueve meses se necesita para hacer un hombre; un sólo día basta para deshacerlo". Harto lo hemos vivido Ud. y yo, pero mire Ud.: no nueve meses, sino cincuenta años se requieren para hacer un hombre. ¡Cincuenta años de sacrificios, de bregar, ah..! ¡Y de tantas otras cosas! Y cuando el hombre está hecho, cuando nada le queda ya de su niñez, cuando, por fin, llega a ser hombre a carta cabal, no sirve sino a la muerte".

Este amargo discurso, que entresacamos de "La Condition Humaine", de Andrè Malraux, expresa el absurdo de la vida. Si la muerte no tiene sentido, toda la vida discurre en el vacío. Pero si la muerte tiene un sentido que no tiene la vida, habrá que dar un vuelco radical a la vida e interpretarla a fondo. No es poco singular que, buscando el sentido y la consistencia de la vida, haya que comenzar por plantear el sentido de la muerte.

No es fácil comenzar por el fin. Al socaire de una actividad desenfrenada, el fenómeno primordial y violento de la muerte escolla de tal suerte que no nos sacude interiormente. A pocos hechos de la existencia nos hemos vuelto ciegos como a la muerte humana. Y, sin embargo, el olvido de la muerte aborta el sentido de la existencia. En la meditación de la muerte está el secreto que da nuevas lumbres a nuestra vida. Quien conoce la muerte, conoce la vida. Y cabe decirlo a la inversa; quien olvida la muerte, olvida la vida.(...). La muerte abre al hombre la posibilidad del primer acto plenamente personal; la muerte es, por tanto, el lugar ónticamente privilegiado de la concienciación, de la libertad, del encuentro con Dios y de la opción sobre el propio destino.

En esta perspectiva, el dicho, citado de entrada, sobre el absurdo de la vida, se transforma en aliento de seguridad.

L. BOROS
El Hombre y su última opción
Estella 1972, pág 7-9


6. VE/ALIENACION:

La esperanza en la vida eterna no es un soporífero, con el que nos drogamos para dejar que el mundo vaya de tumbo en tumbo. Por el contrario, la esperanza en el cielo es el aguijón que espolea al creyente para hacer posible la vida de todos, hasta llegar a la plenitud de la vida eterna. Por eso, la Iglesia, peregrina hacia la casa del Padre, se toma en serio el mundo y la vida de los hombres. Y se pone incondicionalmente a su servicio.

EUCARISTÍA 1971/60


7. FE/ESPERANZA  FE/OBRAS.

¿CREE USTED? ¿ESPERA USTED...?

A pesar de todo lo que sucede y lo que se dice, el hecho religioso sigue estando ahí. Prueba de esta afirmación es que, de vez en cuando, en la vida pública, a hombres y mujeres que, por diferentes motivos, se hacen notorios en ella, se les sigue preguntando: ¿Cree usted en Dios? ¿Espera usted otra vida más allá de la que está viviendo? ¿Practica usted la religión? Las respuestas son naturalmente variadas y los fundamentos de las mismas -si es que se fundamentan-, de diversa categoría. Pero es así: deportistas, artistas, investigadores, políticos, intelectuales, famosos de todo tipo y origen soportan, generalmente, en sus entrevistas una pregunta igual: ¿Usted cree? ¿Usted espera....? Hay personas para las que una pregunta así debería ser una auténtica perogrullada: los cristianos. Nadie debería sentir necesidad de preguntar a un cristiano que sale "en los papeles" si cree o espera, como nadie pregunta a un pintor en plena exposición de sus obras si pinta, o un compositor, el día de su estreno, si compone. Ambos darían con extrañeza la misma respuesta: ahí están mis obras, ahí está mi música.

Las obras del cristiano deberían ser también testimonio elocuente y contundente de su fe y esperanza. La generosidad del cristiano, su espíritu de abnegación, su sentido de responsabilidad profesional, su espíritu de servicio, la disponibilidad de cuanto es y tiene en favor del prójimo, su espíritu de justicia, su sencillez, su humildad, su alegría, su comprensión, su tolerancia deberían ser otras tantas realidades que, por sí mismas, estuvieran gritando a los demás que ese hombre cree y espera.

Pero muy a menudo los hechos no se muestran tan coherentes. Para algunos, sí: los conocemos y nos impresionan. Para una mayoría, quizá no. La mayoría tendría que considerar natural que a cualquiera se nos pregunte por el problema, y, tal vez, no pudiéramos dar la única respuesta válida: "Evidentemente, creo y espero; ahí están las obras para demostrarlo".

Y es que creer y esperar no es un refugio y un consuelo. Es una exigencia impresionante que marca cada paso de nuestra vida, que le de tono, estilo y contenido. Creer y esperar no es fácil ni cómodo; es arriesgado, duro y hasta doloroso. Creer y esperar no es opio que adormece, sino estímulo que anima y desafío que sobrecoge. Creer y esperar no es una bonita teoría para recordarla en los momentos dolorosos e inexplicables, sino una realidad que se impone implacablemente las veinticuatro horas de cada día nuestro.

Por eso, quizá resulta tan difícil que haya muchos hombres a los que es innecesario preguntarles si de verdad creen y esperan.

EUCARISTÍA 1989/52


8. RS/REANIMACION  V/MU  /Jn/12/25  /Mt/16/25 /Mc/08/35  /Lc/09/24.

CREEMOS EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS.-

Muchas de nuestras dificultades para aceptar el misterio de la resurrección son de tipo saduceo. Interpretamos resucitar como revivir, en el sentido de volver otra vez a este vida. La experiencia defectuosa y unidimensional de esta vida y la falta de imaginación nos han llevado a entender la resurrección como un paso atrás -volver a esta vida- en vez de interpretarla como un paso adelante, como un adentrarnos en la vida, sin determinismos ni condicionamientos. Entender la resurrección en el sentido saduceo no sólo es difícil de creer, sino que resulta estúpido, ¿para qué volver otra vez a las andadas? Otra serie de dificultades, más serias acaso, pero no menos debidas a nuestra falta de imaginación y a la miopía humana derivada de la exacerbación seudocientífica, nace de la pretensión de querer reducir la muerte a un simple hecho que sucede al final de la vida. Nos imaginamos que la vida es un continuo entre dos extremos: el nacimiento, que le da origen, y la muerte que sería su límite. En realidad, cuando así pensamos, no hacemos sino engañarnos, pretendiendo alejar el fantasma de la muerte hasta el fin. Igual podemos decir que vivimos hasta la muerte, como que nos estamos muriendo desde que nacemos. Está claro que, con tan canijas ideas acerca de la muerte y de la vida, se nos haga difícil creer que, terminada la vida con la muerte, quede algo más que hacer.

Más cierto es -y más de acuerdo con el Evangelio- que la vida y la muerte, por paradójico que parezca, son dos modos de una misma realidad. En realidad, según Jesús, vivir consiste en ir dando la vida hasta la oblación total en eso que vulgarmente llamamos muerte, pero que, según Jesús, es el acto supremo de la vida (paso de "ésta" a la "otra"); mientras que, según el evangelio, morir es querer vivir mi vida cerrándome a los demás, que es lo que vulgarmente llamamos "aprovechar la vida". Está claro que el que vive dando la vida, no la pierde, la da. Mientras que el que vive sin querer darla, la pierde con la muerte.

DABAR 1974/61


9.

El domingo pasado con la solemnidad de Todos los Santos, y el día siguiente con el día de los Difuntos nos introdujeron en este tono de mirada hacia la vida eterna que popularmente ha tenido siempre el mes de noviembre. Y de hecho, las lecturas de estos últimos domingos del año litúrgico, y especialmente las de hoy, nos mantienen en el interior de este mismo tono de mirada hacia el final de la vida y la promesa de Dios de una nueva vida resucitada. La primera lectura lo formula así: "El rey del universo nos resucitará para una vida eterna". Y el evangelio, así: "Dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". Tanto la primera lectura de hoy como el evangelio son difíciles.

La primera lectura lo es, en primer lugar, por su crueldad, que la hace angustiosa para ser leída en público. Al presentarla, habrá que avisarlo y recordar que esa crueldad ha marcado muy a menudo la historia de los hombres y, en el caso concreto de los creyentes (pero no sólo de los creyentes), ha sido motivo de grandes ejemplos de fidelidad y entrega. También es difícil explicar por qué el comer carne de cerdo resultaba tan trascendental para los judíos, en tanto que signo externo de una adhesión a la fe y un rechazo de la idolatría (cf. Notas exegéticas).

Pero en todo caso, lo que queda claro es que hoy el tema central es éste: la fe en la vida nueva resucitada que Dios ofrece a cada uno de sus fieles después de la muerte. Y, juntamente con este tema central, se añaden algunas matizaciones sobre el sentido de esta vida eterna y sobre quiénes son sus destinatarios.

Hoy será apropiado decir uno de los prefacios de difuntos (el primero no, porque se refiere demasiado a la situación concreta del momento de la muerte).

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992/14


10. Vida después de la muerte

Cómo apasionan los programas de TV que tratan el tema de la vida después de la muerte y, en realidad, sólo testimonian personas que han estado en coma, pero que no han muerto. La razón de esto es que el hecho inexorable de la muerte es como una muralla que limita nuestro hábitat. Cuando uno está sobrado de años o tiene un notable déficit de salud las cosas pierden color, porque se reconoce que se está condenado a perderlas. Los cristianos tenemos en nuestro haber de creyentes la buena noticia de que la muerte no es el final de todo, sino el paso necesario para que llegue a su meta nuestra vocación de criaturas: llamadas a un encuentro personal y totalizante con el Dios de nuestra salvación. Las lecturas de este domingo, uno de los últimos de este año litúrgico, nos refrescan las ideas básicas de nuestra fe al respecto.

Son preciosas las palabras de Jesús cuando les recuerda a sus interlocutores que el Dios del que habla Moisés: "No es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos".

Esta verdad justifica la Alianza que Dios hizo con los hombres tanto en el Sinaí como en Cristo. Era un pacto de amistad que ofrecía un amor eterno por parte de Dios y que solamente tendría sentido si la muerte es el paso a la fruición de esa amistad más allá de las apariencias de este mundo. Tanto es así que la fe en Cristo sería mera palabrería si no se pudiese traspasar el umbral de la muerte

El testimonio espléndido de los siete hermanos macabeos nos da la clave de tantas vidas entregadas al evangelio: "Vale la pena morir en manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo, nos resucitará".

Antonio Luis Martínez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
Número 274.8 de noviembre de 1998


11. LA RESURRECCIÓN, DESTINO HUMANO

El espíritu de Jesús no se extinguió con su muerte. Su humanidad, su palabra, su poder de sacudir y despertar las conciencias sigue actuando en el mundo. La fe en su resurrección es el centro de la experiencia cristiana. En medio del misterio de la destrucción que es la muerte, se ha manifestado Dios. Por eso creemos y esperamos que la vida es más fuerte que la muerte. La alianza del Dios vivo, es con la vida y con los hombres vivos no con muertos. Él no permitirá que esos hombres ligados con Él en su vida y en su historia, se hundan en la nada. Los llama, sobre todo a la vida eterna.

¿Cómo será la vida después de la muerte? La Escritura no entra en estas cuestiones, sólo habla de la resurrección del hombre entero. De Jesús se dice que fue resucitado, de los difuntos se dice que serán devueltos a la vida (1 Cor 15,22). Pablo habla de ir a vivir con el Señor. Jesús alude a los que no pueden matar "al alma" en el sentido de la vida; hoy estarás conmigo en el paraíso... todo se puede entender como una vida nueva... despierta un hombre nuevo. Sobre lo demás tenemos que callar, sin saber de relaciones espacio temperales.

No podemos medir la grandeza de la promesa divina y resulta esperanzador vivir confiados en la resurrección y en la ignorancia del cómo.

No debemos imaginar la resurrección como un retorno de la carne. Pablo insiste en ello, se siembra de corrupción, en vileza... se resucita en incorrupción, en gloria, en fortaleza, en cuerpo espiritual... Si la vida en Dios consiste en el amor, así será la vida futura en Dios. Él ha sido fiel en su designio y lo seguirá siendo y nosotros podemos vivir en la esperanza, construyendo ya nuestro destino futuro.

Celebremos el misterio de Cristo muerto y resucitado por nosotros, esta es la razón de nuestra esperanza y de nuestra Resurrección. Quizá ha comenzado por la fe en Él, la Vida esté ya en nosotros.

J. M. León-Acha


12. Para orar con la liturgia

"Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos causas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la Eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección"

S. Ireneo de Lyón


13.

El caso, que le plantean a Jesús los saduceos. "que niegan la resurrección", da pie a Jesús para afirmarla, pues Dios -les dice- "es Dios de vivos y no de muertos". Desde la perspectiva de la cultura judía, de su concepción del hombre como unidad irrompible de alma-cuerpo, no es imaginable la pervivencia exclusiva del alma sin el cuerpo. Y es en esta cultura, en esta mentalidad, en la que Dios ha ido revelando la salvación del hombre, entendida como resurrección. Ya en el Antiguo Testamento, primero implícitamente, como se lo hace notar Jesús a los saduceos, y posteriormente de forma explícita, se afirma la resurrección de la carne, como podemos observarlo en la admirable confesión de fe -martirio- de los hermanos Macabeos (1ª Lectura-léase).

El argumento de Jesús para probar la resurrección es el pacto eterno, que Dios hace con hombres, con Abraham, con Isaac, con Jacob, no con sus almas.

Jesús en su argumentación, no les da la respuesta definitiva, la razón suprema: su propia Resurrección, representativa de la resurrección del género humano, pues todavía no había sucedido -no había sido revelado- el Acontecimiento. En el proyecto salvífico de Dios la Resurrección de Cristo es el fundamento, la garantía, de nuestra Resurrección en Cristo.

¿Cómo será la vida humana, la vida corpórea, del hombre resucitado, glorioso, en el cielo?

Podemos imaginárnosla; el mismo Cristo lo hace y nos invita a hacerlo en su respuesta a los saduceos ("Serán como ángeles…"). Pero bien entendido que la realidad supera toda imaginación, pues, mientras vivimos en este mundo, no podemos tener en absoluto experiencia alguna de ese otro mundo, al que estamos llamados, destinados, en Cristo.

¿Cuál será la función de nuestro cuerpo glorificado? Ciertamente no estará ya condicionado por las limitaciones de este mundo ni por perentorias necesidades vitales, ni por carencias que le aquejan. Bástenos saber lo que el mismo Señor nos dice: "ya no pueden morir… son hijos de Dios, porque participan de la Resurrección" de Cristo.


14.

La palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los muertos, mensaje que constantemente hacemos nuestros, sobre todo al rezar el Credo, al decir que creemos en la resurrección de la carne.

Este tema es sugerido por los llamados saduceos que negaban la resurrección, la respuesta de Jesús llega pronto y habla de una vida nueva que seguirá a la resurrección de los justos y aunque el Señor nos da esta certeza, no nos revela el modo y las condiciones de esta realidad nueva. Será vida ciertamente, aunque distinta de la presente.

Por medio de Cristo, Dios nos ha preparado un destino de vida, porque no es Dios de muertos, sino de vivos y aunque caminemos por este valle de lágrimas, el amor que Dios nos tiene y nos ha manifestado en Cristo, es un consuelo permanente y una gran esperanza.

El hombre lleva en lo profundo de sí la aspiración a la vida inmortal, por eso se resiste a morir. Los padres buscan perpetuarse en sus hijos, el escritor en sus libros, el político en la estima de su pueblo y podíamos enumerar muchos otros ejemplos.

Si después de esta vida no hubiera nada, nos sentiríamos profundamente frustrados, la vida humana sería una pasión inútil y el hombre un ser para la nada, como dicen muchos filósofos.

¡Pero no! Nuestro destino es la vida eterna: "Cristo resucito de entre los muertos, el primero de todos". La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna.Como creyentes debemos ser personas optimistas y plenas de alegre esperanza, amantes de la vida y de los hermanos. Es la fe en la vida eterna lo que nos da fuerza para asumir la vida presente. La esperanza de nuestra feliz resurrección debe hacerse realidad en medio de los hombres, siendo testimonio de la presencia del Dios vivo a través de obras concretas.

Todo bautizado tiene en sí mismo la semilla de la vida eterna; es un ser para la vida nueva en Dios en la medida que diaria y continuamente dé muerte al hombre viejo y pecador, hasta llegar a la meta final que es la plenitud de la vida en Cristo.

C. E. DE LITURGIA. PERU


15.

No es un Dios de muertos

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan Gralla

Reflexión:

La resurrección era un tema controvertido entre los judíos. No había un dogma, por eso los saduceos no lo creían. Sin embargo, los fariseos estaban convencidos de esta doctrina. También San Pablo utilizará el argumento de la resurrección para poner a los fariseos de su parte cuando era juzgado por Ananías (Hechos de los apóstoles 23, 6-9).

Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos estilos de vida. Los que buscan la felicidad sólo en esta tierra y los que tienen los ojos puestos en la eternidad.

Pero vamos a detenernos en el punto que origina la discusión: ¿habrá matrimonios en el cielo? Interesante pregunta. Ello nos lleva a profundizar en el fin último del matrimonio.

Cuando un hombre y una mujer se casan movidos por un amor auténtico buscan, sobre todo, hacer feliz a la otra persona y formar una familia. Por eso no escatiman los detalles que pueden hacer la vida más agradable a la pareja: un beso, un regalo, una atención, unos momentos de diálogo íntimo... Pero, si realmente quieren darle lo mejor a la persona amada deben buscar lo que realmente le hará feliz, lo que va a colmar plenamente su corazón. No se quedarán en lo pasajero de esta vida, sino que querrán darle el Bien Máximo, es decir, a Dios. Es el mejor regalo que pueden hacerse unos esposos: procurar por todos los medios que la otra persona tenga a Dios. Porque Dios es el Bien mismo y la fuente de toda felicidad.