23 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXII
(9-19)

 

9.

1. El desafío del amor 
El evangelio de hoy nos presenta dos elementos íntimamente relacionados para que elaboremos nuestra reflexión. Si el domingo pasado hemos visto que el amor cristiano es un amor total y absoluto, lo de hoy es un caso particular y una aplicación de ese principio.

Jesús comienza precaviéndonos del modo de comportarse de los escribas que, mientras exponen su virtud y su status a la vista de todos, por otro lado no tienen reparos en exprimir a las viudas indefensas, a las que sacan el dinero con el pretexto de darlo al culto, mientras que al mismo tiempo fingen hacer largas oraciones.

Este es el comportamiento de la hipocresía religiosa. El amor se comporta de otra forma. El amor nace de la sinceridad del corazón, y por eso mismo es silencioso a sí mismo. Hay dos formas de complacencia: la complacencia ante los otros y la que se tiene ante uno mismo. El amor cristiano rehuye ambas, precisamente porque el amor es olvido de uno mismo. El amor cristiano hace lo extraordinario de seguir a Cristo, de amar al enemigo, de perdonar una ofensa, de dar la vida por otro, sin hacer sentir el peso de su gesto. Allí está el signo de su autenticidad.

El camino de la cruz es un camino silencioso; es silencioso precisamente porque es de entrega total. Se entrega aun la forma de dar. No solamente se renuncia a la cosa que se da, sino a la forma o manera de dar la cosa. Lo que Jesús denuncia en los hipócritas es que, mientras se exhibe la virtud a la vista de todos y se busca la forma de ser reconocido -de ser tratado como virtuoso-, se oculta la iniquidad detrás de esa publicidad.

Un gran gesto de limosna puede ser una buena cortina de humo para no querer ver la injusticia con que tratamos a un empleado, a la asistenta o a los propios hijos. Y esa dualidad en nuestra supuesta virtud hace que todo el proceso quede radicalmente viciado.

Toda esta doctrina será expuesta por la Palabra de Dios en dos episodios sumamente simples en su elaboración pero profundamente ricos en su mensaje.

En la primera lectura hemos visto cómo Elías, presa del hambre, le pide a una pobre viuda ese poquito de harina y aceite que tiene en su casa para alimentarse ella y su hijo «antes de morir». La viuda apela a la lógica de Elías para resistir... mas finalmente cede, confiada en que Dios le dará en abundancia aquello que ella ofrece con total desprendimiento. Su fe había sido puesta a dura prueba: debía dárselo a riesgo de morir de hambre con su hijo. Ese pedazo de pan que se le pedía era su todo. Y dio ese todo. El "amarás al prójimo como a ti mismo" no era una metáfora. Debía cumplirlo al pie de la letra.

Mas aquí está el mensaje del texto bíblico: su generosidad total fue su alimento y su vida. Dios es la riqueza de quien da todo. Y así desde aquel día jamás le faltó el pan. Cuando se da todo, ya no nos falta nada, porque hasta eso que nos hace falta ya lo hemos dado. Cuando Dios pide, pide todo y para siempre.

He aquí lo extraordinario del amor cristiano. He aquí la diferencia entre dar limosna y dar de sí. Esto lo veremos mejor en la viuda del evangelio.

2. Las limosnas corrompidas LIMOSNA/VIUDA LIMOSNA/SENTIDO:

Sentado en la sala de las ofrendas del templo, Jesús observa cómo los ricos daban en abundancia sus limosnas para los diversos servicios cultuales y asistenciales. También observó cómo una viuda muy humilde entregó solamente dos monedas de cobre. Marcos, con sus típicos detalles, dice que era un «lepton», es decir, la moneda griega de menos valor.

Y la lección de Jesús: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.» El mensaje de Jesús gira en torno a dos ideas opuestas: dar lo que nos sobra - dar lo que necesitamos.

Como sucedió con otros textos evangélicos a primera vista un poco exagerados, alguien podrá preguntarse si el pasaje de hoy hay que tomarlo al pie de la letra o si se trata tan sólo de una piadosa metáfora.

En efecto, ¿se trata de que Jesús alaba a la viuda pobre por su gesto generoso, o pretende incluso que toda auténtica donación debe ser total, y que las ofrendas hechas por los ricos carecen de valor religioso porque sólo dan de lo superfluo? Podríamos traicionar el espíritu del evangelio si pretendiéramos solamente afirmar que es mejor dar todo que dar lo que nos sobra. La alabanza que Jesús hace de la mujer pretende introducirnos con expresa voluntad -ya que llama a los discípulos para hacerles el comentario- en el verdadero sentido de lo que significa «dar» u «ofrecer».

En efecto, los trece cepillos recibían las ofrendas de los fieles; ofrendas que se hacían a Dios en primer lugar, para ser después destinadas a las diversas necesidades del culto y de la asistencia caritativa.

Si partimos de esta premisa, la observación de que los ricos daban de lo que les sobraba, no puede ser sino un reproche, ya que pretendían, sin costo ni sacrificio alguno, complacer a Dios y tenerlo como garantía, cuando en realidad ellos mismos habían quedado fuera de la ofrenda.

Jesús observa que a veces damos no lo que es parte de nuestra vida, sino aquello de lo cual hasta podemos permitirnos el lujo de prescindir. Otros, en cambio, al dar, se incluyen como parte de la misma ofrenda, a tal punto que la ofrenda supone un don y un sacrificio total. Dan lo imprescindible y necesario para ellos; dan vaciándose de sí mismos; dan como auténticos pobres de corazón.

Y como aquella mujer viuda sólo tenía dos monedas de cobre, no se excusó de dar su ofrenda, sino que dio todo porque ése era el sentido que para ella tenía el dar: todo es de Dios aun la propia vida.

O dicho todo esto de otra forma: la adoración de Dios consiste en la ofrenda total de uno mismo. Al darnos, dejamos de poseernos. Todo nuestro ser, nuestros bienes y posibilidades, nuestro esfuerzo, todo deja de ser sentido como algo propio. Poco importa lo que echamos en el cepillo; el cepillo es más bien un símbolo. La verdadera donación se hace con «todo lo que tenemos para vivir», en forma íntegra y total. Para captar en todo su espíritu este pasaje, debemos tener en cuenta que las donaciones no se hacían introduciendo el dinero en los cepillos, sino entregándolo al sacerdote y especificando para qué fin estaban destinadas. (Doce cepillos para las ofrendas obligatorias y uno para las voluntarias.) Todo esto hacía de la donación un gesto público que no podía pasar desapercibido por los circunstantes tal como sucedió en este caso.

Si cotejamos, además, este episodio con los versículos anteriores, parece deducirse que los mismos que tan abundantemente daban dentro del templo para expresar su piedad ante los sacerdotes, eran los que -según Marcos- «devoran los bienes de las viudas». Quizá esta pobre viuda había sido esquilmada y, a pesar de eso, lo poquito que aún le quedó, lo donó espontáneamente para el bien de todos.

La viuda era una pobre en todo el sentido de la palabra. Y precisamente porque era pobre, pudo dar; pues dio de su pobreza, de su necesidad, mostrando así que su corazón estaba desprendido aun antes de traer las monedas. Por esto pensamos que este texto evangélico debe ser interpretado al pie de la letra y debe ser tomado en su sentido estricto como norma cristiana: el servicio a Dios y a los hermanos es la entrega total e indivisa de uno mismo y de todos los bienes que se poseen. El retener una parte para uso exclusivo nuestro es de por sí una forma corrompida de adoración.

Según este criterio evangélico, podemos hacer ahora algunas aplicaciones concretas para que salga a la luz todo aquello que Jesús quiso descubrirles a los apóstoles.

a) El valor de una ofrenda no se mide por su cantidad, sino por su relación con lo que tenemos. Esto es lo primero que se desprende del mismo texto. Da más no quien deposita más, sino quien queda privado de más según su capacidad y posibilidad. Lo fundamental en una ofrenda es su calidad, y ésta se mide por la renuncia que lleva implícita. Es interesante observar cómo entre nosotros la palabra «limosna» tiene actualmente un sentido peyorativo, pues realmente con el tiempo ha llegado a significar esa moneda que nada significa para nosotros y que damos a alguien, más para poner de relieve nuestra suficiencia que por amor al otro. Una tal limosna injuria al necesitado y parece más encaminada a aliviar nuestra conciencia que los males de nuestros hermanos.

El evangelio de hoy denuncia este tipo de limosna como hipócrita y corrompida. Y en este sentido se puede afirmar que el cristiano no debe dar limosnas, sino que debe darse a si mismo, todo entero, por los demás. Por otra parte, suele ser una excusa muy común el decir que no damos «porque no nos sobra dinero, no nos sobra tiempo», etc. Marcos nos hace descubrir que, ayer como hoy, los que dan son aquellos que en realidad carecen de dinero y de tiempo. Dar no es un problema de cantidad sino de generosidad.

b) Jesús, criticando a los escribas y fariseos, hace ver cómo éstos, mientras dan sus limosnas y hacen largas oraciones, se exhiben vanidosamente en público, gustan de los primeros puestos y abusan de los indefensos.

Es decir: su religiosidad está circunscrita al templo y a unos momentos del día, pero no es toda la vida enfocada con espíritu religioso. También aquí falla la totalidad de la entrega.

La auténtica adoración a Dios se cumple, más que en el templo, en la familia, en la profesión, en el trabajo, en el campo sindical y político. También podemos decir aquí: No le demos a Dios una limosna... para dejar tranquila nuestra conciencia.

Aunque el evangelista Marcos no lo diga expresamente, sí parece insinuar la siguiente pregunta: ¿Qué sentido tiene la oración de esos ricos que le ofrecen a Dios las sobras? ¿Podrán rezar en comunidad? ¿Podrán comulgar de la misma mesa con aquellos que sufren su pobreza y su miseria? Aquí podemos recordar muy bien aquel conocido texto de Pablo que les reprocha a los corintios ricos el modo que tienen de celebrar la Eucaristía, pues se hartan de alimentos y bebidas, mientras otros padecen hambre (1 Cor 11,20-22 ).

Concluyendo...

A la luz de un mensaje evangélico tan transparente, todos nos podemos analizar hoy: ¿Qué significa para nosotros "dar"? ¿Cómo es nuestra entrega en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la comunidad parroquial? ¿En qué medida vivimos el espíritu de aquella viuda, pobre, pero de un corazón inmensamente rico? ¿Cuáles son las excusas que tenemos para dar solamente lo que nos sobra? Que la Eucaristía sea lo que fue para Cristo: un darnos todo a todos...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 371 ss.


 

10. UN SIMPLE DETALLE

Puede que sean las grandes ideas -o, mejor, los grandes amores- lo que dé sentido a nuestra vida, lo que sea capaz de movernos a la hora de tomar las grandes decisiones.

Pero lo que da color a esta vida nuestra, lo que la hace agradable o triste, pesada o llevadera, suelen ser más bien los pequeños, a veces insignificantes detalles. Lo que nos agua la fiesta de la vida no son, frecuentemente, ofensas o traiciones desmesuradas; sino pequeños gestos, desaires, olvidos. En cambio, un sencillo obsequio de amigo, una invitación inesperada, una simple sonrisa puede llenarnos de luz una mañana entera.

Quizá sea porque somos así de pequeños, o de sensibles; o porque estamos hartos de grandes palabras huecas y de bonitas promesas que luego no se cumplen; o, más sencillamente, porque es así como vivimos la vida: no de un trago, sino a pequeños sorbos.

Hay, a veces, un pequeño detalle que crece, de pronto, hasta adueñarse de toda la escena. Ocurre cuando se trata de un detalle significativo: cuando ese minúsculo gesto logra condensar y expresar los sentimientos, la vida del que lo realiza; cuando por él se nos asoma su alma. En un detalle de éstos se fija hoy Jesús. Pequeño, desde luego, casi imperceptible gesto de una mujer que, discretamente, deposita un par de monedas en el cepillo del Templo. No hacen ruido al caer. Y la pobre mujer se retira, en silencio, por donde vino. Diríase que nadie se ha dado cuenta de su acción.

Pero Jesús está atento. (¿De quién habrá heredado este Jesús su costumbre de estar pendiente de los más insignificantes detalles, de percibir llamadas donde los otros sólo oyen gritos molestos, de interpretar los sentimientos simplemente con mirar a los ojos, de descubrir necesidades antes de que los interesados las expresen?). Mientras la gente está medio distraída con el ruido que producen en el buzón las pesadas monedas de los ricos, Jesús parece no darse ni cuenta. Pero cuando todo está en calma, y el grupo que lo rodea, a falta de otros estímulos, tiene puesta toda su atención en sus palabras, Jesús no deja de percibir el detalle de aquella mujer que, al poner sus dos monedas silenciosas en el cepillo del Templo, está dejando allí, como ofrenda al Señor, todo cuanto tenía para vivir. 'Esa pobre viuda -subraya Jesús- ha echado en el cepillo más que nadie.'. No dice que tenga más mérito que nadie -¡y lo tiene!-; ni que sea mayor su originalidad, o más bello su gesto. Jesús es muy claro: 'Ha echado más que nadie'. Es que la contabilidad de Dios no se guía por nuestro sistema de pesas y medidas; para Él, un gramo de amor pesa más, mucho más que una tonelada de piedras preciosas.

Y aquí el detalle de Marcos. Cuando ya ha hecho desfilar ante nuestro ojos toda la vida de Jesús, sus milagros, sus palabras, y está a punto de contamos el capítulo supremo de su pasión y muerte-resurrección, toma este pequeño gesto de la viuda y nos lo pone ante los ojos. Es un detalle, sí; pero un detalle que expresa toda una vida, un detalle hecho de amor macizo.

Como si nos dijera: Puede que no te sientas capaz de hacer grandes obras por Dios. No te preocupes. Él no busca tus cosas, sino a ti. Toma, pues, tu corazón, ponlo en cada una de tus pequeñas obras, en los pequeños detalles de tu pequeña vida, y ofréceselo. Vale poco, lo sé. Como poco valen un pedazo de pan y una copa de vino, pobres frutos del humano esfuerzo. Pero tú verás -si los ofreces- lo que hace Dios con ellos. Tú verás, si te ofreces, lo que Dios es capaz de hacer contigo.

JORGE GUILLÉN GARCÍA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 176 s.


 

11.

«Primero hazme a mi un panecillo».

La historia de Elías y la viuda de Sarepta (primera lectura) muestra toda la grandeza de la Antigua Alianza. Se trata de una obediencia hasta la muerte. El profeta reclama de la mujer lo poco que a ésta le queda, un puñado de harina y un poco de aceite con lo que la pobre viuda había pensado hacer un pan para comerlo con su hijo antes de morir -a causa del hambre predicho por Elías-. El profeta se lo exige sin brusquedad. Comienza diciendo a la mujer: «No temas», las palabras que Dios emplea a menudo cuando se dirige a personas asustadas para transmitirles una orden. Entonces la mujer, aunque ciertamente está en una situación desesperada, se calma y se vuelve dócil. Primero recibe la orden de preparar un panecillo para Elías (lo mismo que había decidido preparar para ella y para su hijo) y después se produce la promesa de Dios de que sus provisiones no se agotarán hasta que cese la sequía. Lo decisivo en la narración es la prioridad de la obediencia de la viuda -que llega incluso a poner en juego la propia vida- con respecto a la promesa que garantiza su vida y la de su hijo.

2. «Todo lo que tenía».

El episodio de la pobre viuda, que aparece depositando su limosna en el evangelio de hoy, es (en Marcos y en Lucas) el punto culminante de los hechos y dichos de Jesús antes del «pequeño Apocalipsis» y del relato de la pasión. Aquí tiene lugar una última decisión.

Los ricos echan en el cepillo de lo que les sobra, sus cuantiosas limosnas no les suponen merma alguna en sus finanzas y con ellas adquieren buena reputación ante los hombres (Jesús critica duramente al comienzo de la perícopa su ambición y concluye: «Esos recibirán una sentencia más rigurosa»). La pobre viuda, en cambio, echa sólo dos reales: todo lo que tenía para vivir; lo hace libremente y sin que nadie, excepto Dios, lo advierta: en esto supera incluso la acción de la mujer veterotestamentaria. La viuda del evangelio de hoy no abre la boca, ni siquiera intercambia unas palabras con Jesús; pero Jesús la pone como ejemplo al final de toda su enseñanza: ella es, quizá sin saberlo, la que mejor ha comprendido lo que él ha querido decir en todos sus discursos. Y. al contrario que Elías, Jesús no dirá ni una palabra sobre una eventual recompensa: la acción de la mujer es tan brillante que tiene la recompensa en sí misma.

3. «Cristo se ha ofrecido una sola vez».

Si se lee la segunda lectura a la luz del evangelio, el sacrificio único e irrepetible de Cristo -en lugar de los múltiples sacrificios de animales de la Antigua Alianza- aparece claramente como la entrega última y definitiva, más allá de la cual ya no es posible dar nada porque nada queda. Su sacrificio se compara expresamente con la muerte del hombre: al igual que ésta es absolutamente única e irrepetible (se muere una sola vez, en la Biblia jamás se habla de una transmigración de las almas), así también este sacrificio basta para expiar los pecados del mundo de una vez para siempre. Y tras la autoinmolación de Jesús se divisa el sacrificio del Padre, que es enteramente comparable al de la pobre viuda del evangelio: también El echa todo lo que tiene en el cepillo, lo más querido y más necesario: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 203 s.


 

12. LO GRANDE Y LO PEQUEÑO

En aquella «balada» de Pemán, aquel leguito simplicísimo se atormentaba pensando que lo que él hacía -«ir mansamente con el cantarillo, por la veredica, bendiciendo a Dios»- era algo muy pequeño. Otra cosa eran los otros frailes:

«Fray Andrés disciplina su cuerpo 
sin tenerle piedad. 
Fray Zenón atruena el convento 
cantando maitines con hermosa voz. 
Fray Tomás se pasa las horas inmóvil 
levantado en arrobos de amor... 
Al lado de aquellos excelsos varones, 
¿qué hará el buen leguito para ser grato a Dios? 
Y con santa envidia murmuran sus labios: 
¡Fray Andrés!... ¡Fray Tomás!... ¡Fray Zenón!»

Perdonadme la larga cita. Pero la creo adecuada para enmarcar la cuestión que plantea el evangelio de hoy: «¿Qué es más válido; las gestas (?) llamativas de los famosos o las acciones anónimas de los sencillos?».

Dejándonos llevar de un papanatismo infantil e inmaduro, tendemos a ir fabricando «ídolos de barro», a los cuales rendimos un culto irracional y excesivo. Pregonamos y exorbitamos «cosas» de los «populares». Y pasamos displicentemente ante las humildes e innumerables acciones de los que, a nuestro lado, hacen más confortable nuestro vivir.

Jesús, en el evangelio de hoy, nos previene precisamente contra esa posible inversión de valores en la que podemos caer. Observando a los que pasaban junto a él, puso un ejemplo muy claro: la cruz y la cara. Allá iban «los letrados, paseándose con su amplio ropaje, deseosos de que la gente les hiciera reverencias, ocupando los puestos de honor en la sinagoga y en los banquetes, echando dinero en cantidad en el cepillo del templo...

¡Cuidado con ellos!», dice Jesús. Y allá «se acercó también una viuda pobre que echó dos reales». Pues oíd la sentencia de Jesús: «Ha echado más que nadie, pues los demás han dado de lo que les sobraba, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que necesitaba para vivir».

Bastaría esa breve consideración de Jesús para dar por concluida esta glosa. Pero no quiero terminarla sin hacer el decidido elogio de todos los pequeños seres que, en nuestro trabajo o nuestra diversión, sin darse importancia, van dejando «caer moneditas» en el cepillo de lo anónimo, pensando, además, que «lo suyo vale poco». Pero ¡ay, amigos! «el Padre, que ve en lo escondido» seguramente piensa que «ésos son los que dan más». Pienso, por ejemplo en R.E., de vocación: servidor de la parroquia.

Lleva ya años en su silla de ruedas. Pero no sufre por su incapacidad física y su quebranto, sino por no poder hacer ahora lo que antes hacía: velar por la calefacción de la iglesia, repartir sobres, arreglar grietas y fugas, o sea: amar a su parroquia. Pienso en tantos feligreses que, con pudor, te dicen un día: «Yo no valgo para animar liturgias o catequesis; pero aquí están mis manos...». Y ahí andan, jugando a carpinteros, albañiles, herreros, y aventurando arte y decoración, si ustedes me apuran. Pienso, en fin en...

Pero, no. Piensa tú mismo, lector. Y verás cuánta «mujercita pobre», dejando sus «dos reales». En el frontis de la casa de Lope de Vega, en Madrid, leí esta bella sentencia: «Parva propia, magna; magna aliena, parva». Permitidme que la traduzca así: «Muchas cosas de los que están a mi lado, son grandes. Y grandes cosas de los de fuera son pequeñas».

ELVIRA-1.Págs. 191 s.


 

13.

Frase evangélica: «Ha echado todo lo que tenía para vivir»
Tema de predicación: LA GENEROSIDAD CON LOS BIENES

1. En este pasaje evangélico muestra Marcos dos conductas contrapuestas: la de los letrados y la de la viuda pobre. Los «letrados» representan en este evangelio a personas ambiciosas de honores y dinero, amantes del prestigio, que desean los primeros puestos. Son vanidosos, avaros e hipócritas y utilizan la religión para explotar a los débiles. En realidad, ni siquiera son doctos en las Escrituras.

2. La «viuda», por el contrario, símbolo de la generosidad y disponibilidad de los pobres y pequeños, representa a los discípulos, ya que ama a Dios en medio de la corrupción social. En el fondo, el encuentro con Dios no se hace a través de las clases dirigentes y ricas del sistema, sino por medio de los corazones llenos de generosidad del pueblo pobre.

3. La comunidad de discípulos que quiere Jesús representa un mundo desarrollado según los designios de Dios, en el que cuenta más la calidad que la cantidad, y lo que uno es más que lo que representa o tiene. Frente a los infieles a Dios por su apego al dinero, están los creyentes generosos que dan lo que tienen y lo que son y participan de la generosidad de Cristo, que entregó total y gratuitamente su vida al Padre en servicio a los hombres.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Somos capaces de dar lo necesario alguna vez, en lugar de desprendernos de lo superfluo?
¿Compartimos los cristianos nuestros bienes?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 235


 

14.

El evangelio de Marcos se acerca al final

A lo largo de este año hemos ido leyendo el evangelio de Marcos y ahora, cuando se acerca ya el final, nos presenta los últimos tiempos de la vida de Jesús. Se trata de unos tiempos difíciles: todos le han dejado, los poderosos quieren su muerte y sólo le quedan los apóstoles y un grupo reducido de amigos. Pero Jesús, a pesar de todo, continúa hablando claro y de una manera muy sencilla y clara. No teme proclamar la Palabra de Dios en estos momentos últimos de su vida.

Jesús parte siempre de la vida real

Nos ha dicho el evangelio que "estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero". Como buen observador se fija en que "muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales". Y a partir de aquí, llama a los discípulos e inicia su reflexión: ¿dónde está la diferencia entre los fariseos y la viuda pobre? La respuesta es fácil de encontrar: los fariseos dan lo que les sobra y, en cambio, la viuda ha dado cuanto tenía, a pesar de que lo necesitaba para vivir.

Generosidad y vida cristiana GENEROSIDAD/V-CRA

Estas palabras de Jesús no las podemos reducir a la presentación de un buen ejemplo, sino que debemos entenderlas como una manera de presentar lo fundamental del cristianismo. Ser cristiano es sentirse amado por Dios sin límites de ningún tipo y tener ganas de responderle con un amor tan grande como sea posible. Pero amar es dar. Ahora bien, hay dos maneras muy diferentes de dar. Hay una manera de dar que hace que uno se pavonee de ser "buen cristiano" y provoca autosatisfacción. Eso acostumbra a pasar cuando uno da lo que le sobra, en lugar de dar la propia vida, dándose uno mismo. Porque, una vez ha dado, cierra la puerta y se queda en casa sin que le falte nada, pero también sin poder ver las necesidades que hay en la calle. Pero hay otra manera de dar, propia de aquel que realmente ama: fijando la mirada en la persona necesitada (sin poner fronteras ni categorías), en lugar de fijarse en lo que se da. En este caso, más que dar, podríamos hablar de compartir lo que se tiene y, por tanto, de compartir la vida.

La manera de amar del Reino de Dios

Esta es la manera como aman los pobres del Reino de Dios, que se identifica con la manera de amar de Jesús: compartiendo totalmente la propia vida y dándose hasta el extremo. Hoy, pues, tenemos una buena ocasión para reflexionar sobre ello, porque darse puede ser: comprensión, compañía, amabilidad, servicio.. .; cumplir el propio deber sin refunfuñar ni gloriarse de ello; superar lo que frena nuestro amor hacia los que nos rodean; nuestra colaboración generosa en las tareas de la parroquia o de las entidades del pueblo (barrio)...

No es problema de cantidad

Dice el evangelio que Jesús se admira de que la viuda pobre eche dos reales. Nosotros quizá nos extrañaríamos, porque esperamos dar "cuando tengamos mucho". Pero, si no empezamos a dar ahora que tenemos poco ¿realmente daremos nunca nada? ¿Por qué no damos nosotros dos reales? Por ejemplo: venciendo la irritación de la madre ante el niño que no quiere irse a la cama; la ayuda del marido lavando los platos; la atención al compañero de trabajo poco eficiente; la participación en las reuniones del sindicato o de los padres de la escuela; visitando a un enfermo o echando una mano al vecino que tiene la mujer enferma... Y, si sabemos dar dos reales, quizá el Señor nos enseñe a darnos a nosotros mismos, cada vez más.

Una concreción: la economía de la Iglesia

Estamos a punto de celebrar el Día de la Iglesia. Por eso me permito hacer una llamada respecto a la economía de la Iglesia. ¿Cuál es la colaboración de cada uno de nosotros? La de muchas personas es casi nula; quizá porque no se lo han planteado. Pero eso es grave porque obligan al resto de cristianos a financiar la totalidad del presupuesto. Otros, como el caso del evangelio, dejan lo que les sobra en los bolsillos; generalmente es una miseria, pero ellos ¡ya están tranquilos! También es verdad que aún quedan personas (generalmente sin demasiados recursos económicos) que dan lo que les falta para vivir... La Iglesia no quiere ser rica, pero ha de tener una economía suficiente para afrontar sus necesidades y nosotros debemos sentirnos solidarios.

De otro modo, ¿qué sentido tiene que celebremos la Eucaristía -la donación total de Jesucristo-, si nosotros no estamos dispuestos a dar nada?

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1994, 14


15. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Domingo 9 de noviembre de 2003

1 Re 17, 10-16: El profeta Elías y la viuda de Sarepta
Salmo responsorial: 145, 7-10
Heb 9, 24-28: Un sacerdocio nuevo
Mc 12, 38 - 44: óvolo de la viuda

En toda la Biblia, la viuda, el huérfano y el extranjero, son el prototipo del pobre. En vez de extranjero deberíamos hoy decir el migrante. Lo común a todos ellos, es que no tienen quién los defienda. La viuda perdió a su marido, el único que en una sociedad patriarcal podía defender a la mujer. El huérfano perdió igualmente a sus padres. Al migrante nadie lo conoce y nadie lo defiende.

En Mc 12, 40 Jesús reprende a los escribas porque 'devoran la hacienda de las viudas con el pretexto de largas oraciones'. ¿Cuál es el pecado aquí? Las viudas no podían administrar su propiedad ni defenderse en un tribunal. Por eso buscaban a algún escriba para que les administrase sus bienes y las defendiese. Normalmente estos escribas eran corruptos y administraban mal los dineros. Por eso los escribas, para ganarse la confianza de las viudas, aparentaban ser muy piadosos. Las pobres viudas pensaban ingenuamente que los escribas más piadosos eran los más honrados, y les encomendaban sus bienes. El pecado que Jesús denuncia aquí, es la utilización de la religión y la piedad para engañar a los pobres y para explotarlos económicamente. Muchas veces, hasta el día de hoy, la religión va unida a la explotación económica de los pobres. Este pecado, dice Jesús, ‘recibirá una sentencia más rigurosa’.

Los otros pecados que Jesús denuncia en los escribas son extremadamente gráficos y hablan por sí mismos: ‘Tengan cuidado con los escribas, que gustan pasearse con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes’. También en la actualidad muchos ministros religiosos y autoridades civiles gustan usar signos sagrados o distintivos jerárquicos, para ser reconocidos y saludados en los lugares públicos y para ocupar los primeros asientos en las iglesias y en los palacios.

Jesús es presentado en la carta a los Hebreos en nítida contradicción con el Sacerdocio y Templo judíos. Jesús sumo-sacerdote no ofrece repetidas víctimas e interminables ritos, sino que se ofrece a sí mismo de una vez para siempre. No sacrifica con sangre ajena, sino con su propia sangre. Su sacerdocio trastocó definitivamente la naturaleza de la religión y de toda nuestra relación con Dios. Ahora toda religión pasa necesariamente por la solidaridad con el pobre. Jesús ahora realiza lo que anunció Oseas 6, 6 y Mateo retoma en 9, 13: ‘Quiero amor, no sacrificio’. Por eso Jesús es tan duro con los escribas, fariseos y sumo-sacerdotes de su tiempo, pero… también de nuestro tiempo.

El texto de hoy de 1 Re 17, 10-16 nos prepara para entender el de Mc 12, 41-44. Los dos textos respiran el mismo Espíritu. El profeta Elías anuncia ya la actitud de Jesús con la viuda pobre. Jesús está en el Templo frente al arca del Tesoro y observa como la gente echa monedas en el arca. Jesús discierne la realidad que está viendo, desde la perspectiva de una viuda pobre. El Templo en aquel entonces no era sólo un lugar de culto. Allí estaba también el arca del Tesoro, que funcionaba como un Banco Central y ahí se concentraba todo el poder económico, político, militar y religioso.

El centro de atención de las multitudes que acudían al Templo era los donativos de los grandes ricos. Para la fiesta de Pascua acudían a Jerusalén unos 300 a 400 mil peregrinos. El Templo era para los judíos un motivo de orgullo y la grandeza del Templo dependía en gran medida de las donaciones de las familias ricas. En esos tiempos de dominación imperial romana, el templo representaba además la identidad y la resistencia del pueblo de Israel. Por eso los que donaban dinero al Templo eran muy apreciados, no sólo por razones religiosas, sino también por razones políticas. Los pobres, tipificados en la Biblia por los huérfanos, las viudas y los extranjeros, era una multitud despreciada, insignificante, que pasaba totalmente desapercibida. Pero no para Jesús, que todo lo observa desde esta perspectiva de los pobres

Jesús, en medio de esa multitud de peregrinos, no sólo se fija en la viuda pobre, sino que también hace público y visible un juicio y una valoración diferente de todo el sistema económico, político y religioso del Templo. Jesús dice algo extraordinario: la viuda pobre ha contribuido con el tesoro del Templo más que todos los ricos, pues éstos han donado lo que les sobraba, y la viuda ha echado lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir. Desde la viuda pobre Jesús ha cuestionado todo el sistema del Templo, ha hecho un análisis radicalmente diferente de esa realidad global y ha hecho un juicio que subvierte los valores que sostenían y legitimaban toda la institución económica, política y religiosa del Templo. Jesús no desarrolla una alta teología o una larga discusión sobre la ley y los Profetas, sino que simplemente se fija en la viuda pobre y desde ella hace un juicio profético que subvierte toda la realidad del Templo. Su argumento principal es la viuda pobre. Los pobres, los injusticiados, el Tercer Mundo, los pueblos subdesarrollados… han de constituir nuestro punto de vista en todos los temas. Ellos han de ser nuestro argumento. En economía, en política, en sociología, en Iglesia.


Para la revisión de vida
-Jesús critica la falsa realidad de los fariseos, pendientes sobre todo de las apariencias, de lo que se ve y de lo que miran los demás… y alaba a la viuda que pasa desapercibida pero se entrega "más que nadie", dando "de lo que ella necesita"… ¿Estoy convencido/a de que yo debo ser yo mismo, más allá de toda dependencia de las apariencias, de las normas en que no creo, del qué dirán… desde lo más profundo de mi yo auténtico, asumiendo mis decisiones y mi relación con el mundo y con Dios? ¿Lo vivo así? ¿Hago cosas que no haría si nadie me observara o lo supiera? ¿Soy auténtico o hipócrita?

Para la reunión de grupo
-Jesús critica duramente a los que "se comen los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos"... A lo largo de la historia -y en todas las religiones- es frecuente que el estamento de los funcionarios religiosos no sólo "viva de su trabajo" sino que se aproveche de los bienes que provienen de las donaciones económicas que los fieles hacen con las motivaciones religiosas más fervorosas. Enumerar los casos más peligrosos: los santuarios populares, el comercio de objetos religiosos, los estipendios de las misas por los difuntos, la colecta en las misas de la parroquia…
¿Quién es el dueño de lo que se recoge en la colecta de la comunidad, el párroco de turno o la comunidad misma? ¿A quién corresponde el excedente económico (si lo hay) una vez que se han cubierto los gastos ordinarios de funcionamiento de la vida de la comunidad parroquial? ¿Qué participación ha de tener la comunidad cristiana en el manejo y administración de sus propios bienes y recursos?
-Jesús critica también a los "letrados" porque transforman el saber en poder, lo utilizan para conseguir un status social y para dominar… ¿Qué realidad podemos descubrir hoy a esta "tentación" también constante en la historia de las religiones?

Para la oración de los fieles
-Por todos nosotros, para que seamos coherentes entre lo que pensamos y creemos, y lo que practicamos, roguemos al Señor.
-Por los más pequeños, los anónimos e insignificantes, las personas que pasan desapercibidas a los ojos humanos pero son auténticas y coherentes con su fe y su corazón, para que con su humildad y autenticidad sigan generando fuerza y vida para la comunidad, roguemos al Señor.
-Por los que tienen en la Iglesia el servicio del saber y de la enseñanza, del gobierno y de la animación pastoral, para que nunca conviertan su don en lucro ni su saber en poder, ni se aprovechen en beneficio propio de su ministerio; para que se mantengan fieles al servicio de la comunidad como "siervos inútiles" que no se vanaglorían, roguemos al Señor.
-Por nuestras comunidades cristianas, para que brillen ante la sociedad también por su buena gestión económica: participada, democrática, comunitaria, honesta, desinteresada… roguemos al Señor.
-Por todos nosotros, para que la Palabra de Dios que acogemos como cristianos suscite en nosotros actitudes de apertura y de receptividad para toda otra palabra que Dios también pronuncia en multitud de lugares, personas y situaciones, roguemos al Señor.
-Por todas las comunidades cristianas católicas que se reúnen en el día del Señor y se ven privadas de la eucaristía por la falta de ministros del actual modelo, para que la Iglesia encuentre la forma de que tantas comunidades no se priven del sacramento que proclamamos como "fuente y cumbre de la vida cristiana", roguemos al Señor.

Oración comunitaria
Dios Madre-Padre nuestro que en Jesús nos has mostrado tu gusto por la autenticidad, la entrega generosa y la coherencia entre la fe y la vida: robustece nuestra fe, aumenta nuestra sinceridad, y otórganos ser dignos imitadores del modelo que en Jesús nos dejaste. Por el mismo J.N.S.


16.

Nexo entre las lecturas

Una actitud de generosidad disponible y confiada acomuna los textos del actual domingo del tiempo ordinario. La generosidad es la actitud de la viuda de Sarepta, que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su propio último sustento (primera lectura). Es también la actitud de la viuda, observada únicamente por Jesús, que deposita todo su haber en el cepillo del templo, por más que fuera una nimiedad (Evangelio). Es sobre todo la actitud de Jesús que se entrega hasta la muerte, de una vez para siempre, como víctima de rescate y salvación (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Generosidad se declina en femenino. En la liturgia de hoy las mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con toda la precariedad que ese término traía consigo en los tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y de Jesús. No pocas veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza (eso se sobreentiende), sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la región, a la viuda de Sarepta le quedaban unos granos de harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo, y luego morir. En esa situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo inexplicable, heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en el horno. La mujer accede. Hay una especie de instinto divino que la mueve a obrar así. Es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o nada tienen. No piensa en su suerte; piensa sólo en obedecer la voz de Dios que le llega por medio del profeta Elías.

2. La viuda del templo es una mujer excepcional. Siendo como era pobre y necesitada, no tenía ninguna obligación de dar limosna para el culto del templo o para la acción social y benéfica que los sacerdotes realizaban en nombre de Dios con las ayudas recibidas. Si tuviese obligación, su acción sería generosa porque dio todo lo poco que tenía, todo su vivir. Su gesto brilla con luz nueva y esplendorosa, precisamente porque se sitúa más allá de la obligación, en el plano de la generosidad amorosa para con Dios. El contraste entre la actitud de la viuda y la de los ricos que echaban mucho, pero de las sobras de sus riquezas, ennoblece y hace resaltar más la generosidad de la mujer.

3. La fuente de toda generosidad. La generosidad de las dos viudas mana de la generosidad misma de Dios, que se nos manifiesta en Cristo Jesús. Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en sacrificio de redención por todos los hombres: nada ni nadie queda excluido de esa generosidad. Generosidad de Jesús que, como sumo sacerdote, entra glorioso en los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en favor nuestro: continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por los hombres. Generosidad de Jesús que vendrá, al final de los tiempos, sin relación con el pecado, es decir, como Salvador que ha destruido el pecado y ha instaurado la nueva vida. En su existencia terrena Jesús era muy consciente de que no había venido al mundo para condenar sino para salvar. En su parusía o segunda venida, mantiene la misma conciencia de Salvador, por encima de cualquier otro atributo.


Sugerencias pastorales

1. La generosidad del corazón. No pocas veces los hombres nos llenamos de admiración cuando escuchamos o sabemos que alguien ha hecho un gesto de gran generosidad. No sé, ha dado, por decir el caso, de su propio bolsillo 200 millones de dólares para un hospital, o ha creado una fundación con fines de investigación o educativos dotándola de 450 millones de dólares... Esto es muy bueno, y ojalá haya muchos de esos hombres generosos, que están dispuestos a vaciar su bolsillo para que otros seres humanos reciban educación o puedan ser atendidos dignamente en un hospital. Sin disminuir la importancia de la cantidad, quiero subrayar que según el Evangelio más que la cantidad vale la actitud. Es decir, si esos millones los ha dado con verdadero amor y en acto de servicio; más aún, si el haber dado esos millones le ha supuesto renuncia. Por ejemplo, prescindir de un viaje en crucero por el océano Atlántico y el Mediterráneo, o dejar de comprar a su esposa un diamante precioso evaluado en varios millones de dólares, o tal vez vivir con mayor austeridad su vida de cada día. Cuando la generosidad no sólo afecta al bolsillo, sino también al corazón, es más auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da con toda el alma, ése es generoso, y su generosidad a los ojos de Dios vale igual de la del rico que se ha desprendido de millones de dólares. Cristiano, si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da de ese poco, pero tanto en un caso como en otro, hazlo con toda la sinceridad y generosidad de tu corazón. A los ojos de Dios eso es lo que más cuenta. Es de esperar que también a tus propios ojos.

2. Generoso, ¿hasta dónde? En este asunto, no hay leyes matemáticas. El principio fundamental está claro: da, sé generoso. Qué dar, hasta dónde llegar en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Serán las circunstancias las que irán marcando ciertas pautas a nuestra generosidad: por ejemplo, un terremoto o un huracán, una inundación ingente y destructora, una guerra tribal, una epidemia, etcétera. Sobre todo, será el Espíritu de Dios el que irá indicando a cada uno, en el interior de su conciencia, las formas y el grado de llevar a cabo acciones generosas, nacidas del amor, nacidas del corazón. Lo importante es que ninguno de nosotros diga jamás: "hasta aquí". No es posible poner límites al Espíritu de Dios. No está mal que nos examinemos y preguntemos: ¿Estoy dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el Espíritu Santo me pide que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendidamente, generosamente, sin buscar compensaciones? Los cristianos de hoy debemos ser como los cristianos de Macedonia, de los que habla Pablo en su segunda carta a los corintios, "su extrema pobreza ha desbordado en tesoros de generosidad. Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente nos pedían con muchas insistencia la gracia de participar en este servicio en bien de los santos" (8, 2-4). Consideremos la generosidad una gracia de Dios, y pidámosla con sencillez de corazón, pero también con insistencia. Que Dios no la negará a quien se la pida de verdad. Son muchos los que tienen necesidad y se beneficiarán de nuestra generosidad.

P. Antonio Izquierdo


17. 2003

EL CELO DE TU CASA ME DEVORA

Comentando la Palabra de Dios

Ez. 47, 1-2. 8-9. 12. Quien ha hundido las raíces de su vida en el Señor no podrá permanecer estéril. Dar frutos abundantes de buenas obras es lo que se espera del hombre de fe. La Vida de Dios en nosotros ha de llegar hasta lo más profundo de nuestro ser para hacer que desaparezca toda clase de maldad. ¿Hemos oído hablar del Mar de aguas saladas, aquel que se dice dejó sepultadas a las ciudades pecadoras Sodoma y Gomorra, y que tiene tanta sal que es imposible que ahí prospere la vida? Dice hoy la Escritura que el agua que mana del lado derecho del Altar del Santuario de Dios, llegará hasta él y lo saneará y en él prosperará la vida. Quien viva tan lleno de maldad que pareciera imposible retomar el Camino de la Vida, debe permitirle a Dios hacer su obra de salvación en él y Él hará que quede sano y capaz de resurgir como una digna morada del Señor. Permitámosle al Señor hacer su obra en nosotros. Hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor.

Sal. 45. Dios vela por los suyos para que no les alcance tormento alguno. Sintámonos llenos de confianza en el Señor quienes en Él hemos puesto nuestro refugio y fortaleza. Si en verdad está Dios con nosotros no hemos de temer ningún mal, ni hemos de vacilar en el testimonio valiente de nuestra fe. Sin embargo reflexionemos si en verdad nosotros estamos con el Señor y vivimos y nos movemos en Él. Y para que esto sea realidad no sólo hemos de orar en su presencia, sino que hemos de tener la apertura necesaria para escuchar amorosamente su Palabra, meditarla en nuestro corazón y hacerla vida en nuestra existencia diaria. Si acogemos al Señor en nuestro corazón, Él habitará en nosotros e impulsará nuestra vida para que demos testimonio de Él tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma.

1Cor. 3, 9-11. 16-17. Somos templo de Dios porque Él habita en nosotros. Él es quien edifica su casa en nosotros. A nosotros corresponde escuchar la voz de Dios para no querer construir al margen de Él. Peor sería el que, en lugar de construir, destruyéramos esa casa de Dios. y esa casa se destruye cuando la dedicamos a otros fines: odiar, hacer la guerra, enviciar a los demás, empobrecerlos ... En cambio, colaboramos no sólo en construir sino en adornar dignamente la morada de Dios en nosotros cuando amamos, perdonamos y nos inclinamos ante las pobrezas y fragilidades de nuestro prójimo para darle una solución adecuada en Cristo, conscientes de la dignidad que todos tenemos de ser hijos de Dios.

Jn. 2, 13-22. Cerca de la Pascua. No puede celebrarse con el corazón manchado. Nuestro corazón, templo de Dios, debe ser purificado de toda aquella basura que no deja espacio para Dios ni para el prójimo. Ante una casa cargada de basura y pestilencias uno se retira, pues no quiere uno sentarse junto a los focos de infección, ni ante las ratas que han hecho ahí sus nidos. Cristo, mediante su muerte y resurrección, se ha convertido para nosotros en fuente de perdón, de purificación, de salvación. Él no sólo se ha convertido en el Siervo que nos lava los pies, sino en Aquel que limpia la casa de toda inmundicia de pecado, pues Él mismo se convertirá en Huésped de nuestra propia vida. Habrá cosas que nos duela abandonar, porque nos hemos acostumbrado a vivir entre maldades y pestes. Sin embargo, si queremos ser congruentes con nuestra fe, debemos actuar con pureza de corazón, libres de todo afecto desordenado y no embotados por lo pasajero. Dejemos que Cristo nos purifique de todo mal y haga de nosotros, no sólo templos suyos, sino hijos de Dios por nuestra unión a Él, para gloria de Dios y bien nuestro y de cuantos nos traten.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En esta Eucaristía el Señor nos convoca para manifestarnos que, por amor a nosotros y para purificación nuestra, Él ha entregado su vida. En verdad que nadie nos ha amado como Él. Para nosotros no sólo está cerca la Pascua, sino que celebramos el Memorial de la Pascua de Cristo continuamente. Con humildad pedimos a Dios que perdone nuestros pecados. Y esa petición de perdón no es sólo un rito hecho por costumbre y falto de sentido; sino que es saber que hemos fallado, por lo que pedimos confiada y humildemente a Dios que nos perdone teniendo la disposición de iniciar nuestro camino en el bien, ayudados por la gracia que nos viene de Cristo. En Él vivimos nuestra pascua personal, pues el Señor nos hace pasar de la muerte del pecado a la vida de la Gracia, que Él ofrece a quienes se le acercan con un corazón lleno de amor y con una fe sincera.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Quienes participamos con sinceridad en esta Eucaristía debemos ser constructores del Reino de Dios entre nosotros. Hemos de restaurar el amor fraterno; Hemos de restaurar la justicia, la paz, la alegría. En nuestro paso por esta tierra encontraremos muchos que se han deteriorado en su vida a causa de las maldades y vicios; o que se ha derrumbado en su esperanza por tratos injustos, por incomprensiones, por haber sido marginados a causa de su pobreza, o de su edad avanzada, o de su raza y cultura. ¿Seremos capaces de reconstruir al hombre que se ha de renovar en Cristo, para que nuestra humanidad tenga en Él un rostro nuevo? Si en verdad estamos dispuestos a ello hemos de expulsar de nosotros los egoísmos, las incomprensiones, las envidias y rivalidades. Cuando nos veamos como hermanos y compartamos lo nuestro con quienes nada tienen, entonces habrá llegado a nosotros el Reino de Dios con toda su fuerza y, libres de todo mal, seremos el Templo Santo de Dios desde el cual el Señor siga amando, perdonando, purificando y entregando, incluso, su vida por el bien de todos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir de tal forma comprometidos con el Reino de Dios que, unidos al Papa y a los Obispos, podamos hacer realidad entre nosotros una Iglesia libre de la maldad, llena de Dios y siempre esforzada a favor del Evangelio vivido tanto en el anuncio del mismo, como en el servicio en favor del amor fraterno para convertirnos, así, en verdaderos colaboradores de la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Amén.

www.homiliacatolica.com


18. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

El aporte de las viudas

La cosa empezó en el reino del norte, hacia el año 885 a.C., cuando Omrí dio muerte al rey Zimrí y se quedó con el trono. Después de vencer a todos sus opositores internos, Omrí estableció relaciones comerciales con Fenicia hasta pactar el matrimonio de su hijo Ajab con Jezabel, hija de Ittobaal, rey de Tiro y Sidón, antiguas ciudades estado fenicias. Luego emprendió una dura campaña contra los habitantes de Moab, región sobre la llanura del mar Muerto, a la que dominó y los convirtió en colonia. (David y Salomón ya habían dominado al pueblo de Moab, entre los siglos XI-X a.C.) Aunque tuvo logros personales significativos, Omrí fue sumiso con los poderosos del norte y cruel con su propia gente. Murió hacia el año 874 a.C y dejó el país en la miseria y a Ajab, como heredero de su trono.

Ajab gobernó por un largo periodo de 22 años (874-853 a.C.). Como su padre, este rey obtuvo éxitos individuales, que en nada beneficiaron al pueblo. Conservó su dominio sobre Moab, y le cobró tributo; combatió y dominó a Ben-Hadad I, rey de Damasco y casó a su hija Atalía con Joram, hijo de Josafat, rey de Judá (del reino del sur). Desarrolló un amplio programa de construcciones, tales como la fortificación de importantes plazas fronterizas, entre ellas la de Jericó. Terminó muerto en un combate librado con Ben-Hadad. Su esposa Jezabel sobrevivió a su marido durante 14 años hasta cuando fue asesinada por Jehú, quien ocupó los tronos de Israel y de Judá (2 Re 9), ente los años 841 y 814 a.C. Atalía, también fue asesinada en el año 835. a.C.

Los protagonistas de esta historia terminaron como terminan muchos, cuyo proyecto de vida adquiere sentido sólo cuando dominan a otros a costa de lo que sea. Pasaron por el mundo sembrando enemistad, muerte y deseos de venganza; sufrieron el terrible cáncer de la codicia, que carcome y devora la conciencia reduciéndola a su mínima expresión, y murieron infelices a filo de espada, bebiendo el amargo cáliz de su propia insignificancia.

La primera lectura se desarrolla mientras estaba en el trono el rey Ajab. Sucedió como suele suceder con los largos periodos de gobierno en manos de una sola persona, que el gobernante de turno por mantenerse en el mando, renuncia a su propia libertad e hipoteca el país para recibir el respaldo de los mandos medios, dándoles buenas prerrogativas.

El ambiente era muy difícil en todos los campos: social, político, económico, religioso, etc. La reina Jezabel, quien manejaba a su esposo con un dedo, impuso el culto al dios Baal (1Re 16,29-31) y se encarnizó a muerte contra todos los profetas de Yahvé, quienes denunciaron la idolatría y todo tipo de maltrato al pueblo de Dios. Los escritores del libro de los Reyes lo expresaron diciendo que una gran sequía se vino sobre Israel.

La escena del relato que hoy leemos se desarrolla en Sarepta, una ciudad fenicia, de donde era originaria la odiada princesa Jezabel. La viuda de Sarepta se convierte en la antítesis de su paisana. Jezabel tenía dinero, influencia y poder, la viuda vivía sola con su niño y no tenía más que un puñado de harina y un poco de aceite en la alcuza. Jezabel persiguió y desterró, la viuda acogió; Jezabel destruyó, la viuda protegió; Jezabel acumuló para sí misma sin necesidad, la viuda fue capaz de compartir lo único que tenía para vivir. Jezabel terminó siendo víctima de su propia avaricia, la viuda recibió la bendición de Dios y tuvo alimentos por mucho tiempo. En el fondo Jezabel fue antagonista, la viuda fue protagonista. La lógica de Dios es distinta a la nuestra: “Mis pensamientos no sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor” (Is 55,8)

Con esto se dice que no todas las mujeres fenicias son odiosas como Jezabel, por tanto hay que evitar la xenofobia. Que Dios se manifiesta también fuera de las fronteras de Palestina, pues aunque esta viuda no profesaba de palabra la fe en el Dios de Israel, por su generosidad, se hizo partícipe de la obra de Dios que le llegó por medio de un perseguido: el profeta Elías. Que la salvación viene, no precisamente desde los “grandes” y su insaciable sed de poder, sino de los desheredados de este mundo cuando son capaces compartir lo poco que tienen para vivir. Que cuando se rompe con los círculos del fundamentalismo y del individualismo indolente, y se trabaja en comunidad, somos capaces de superar el gran muro de la discordia y de la miseria que ataca a todos.

La pobreza, el hambre, el dolor y la muerte, son las mismas en todos los pueblos, en todas las culturas, en todas las religiones y a todos hacen sufrir por igual. Ante esta realidad no vale la pena perder el tiempo en discusiones inútiles, como “demostrar” cuál es el verdadero Dios, cuál es la verdadera religión o cuál la verdadera iglesia, sino aunar nuestras fuerzas para combatir los males que a todos nos atacan.


Una mirada crítica

Jesús ya estaba en Jerusalén, lo mismo que otros 300 o 400 mil peregrinos que llegaban a la ciudad con el objetivo de participar en la pascua. Allí se daban cita personas de distintas regiones de Palestina y de la diáspora (judíos fuera de Palestina). De una manera muy piadosa hacían sus oraciones, ofrecían sus sacrificios y ofrendaban dinero según sus capacidades.

Jesús fue un judío piadoso que cumplía con sus deberes religiosos, pero no de cualquier manera. No tuvo una fe ingenua, presa del mezquino interés de los vividores de la religión. Fue un hombre de una fe profunda, pero de un ojo muy crítico, para descubrir el engaño. Como decimos popularmente: “no tragaba entero.”

La primera observación la dirigió a los escribas, a los letrados, o sea a los intelectuales de la época. Lo hizo con un fino humor crítico muy propio de su estilo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con el traje de ceremonia, y que les hagan reverencias en la calle; buscan el sitio de preferencia en las sinagogas y el lugar de honor en los banquetes…”

¡Pero qué atrevido este provinciano! ¡Qué igualado!, podría decir alguno. Los escriban eran los especialistas, los ilustrados, los doctos, los que sabían cómo funcionaba lo humano y lo divino. Es como si a cualquier hijo de pueblo se le ocurriera hoy criticar al alcalde, al presidente, al rector, al decano, o a otros personajes influyentes, por su manera de vestir, por sus finos y artificiales ademanes o por la exquisitez de su paladar. O como si a algún laico se le ocurriera hablar del falso orgullo de aquellos a quienes les encanta pasearse por las calles con un pectoral grande, lucir un hermoso anillo de oro con incrustaciones de esmeraldas y un solideo romano en las ceremonias, que los llamen monseñor y que les den el primer puesto en los eventos importantes.

Este atrevido provinciano de Nazareth, descubrió la falsedad de los escribas y su baja autoestima que los hacía depender de las reverencias y puestos honoríficos para sentirse valiosos. Los caricaturistas y humoristas críticos que hoy vemos, leemos o escuchamos, tienen un gran ejemplo de inspiración para su trabajo.

Las viudas en esa sociedad patriarcal no podían manejar sus bienes, ni defenderse en los tribunales; así que confiaban en algún escriba para que los administrara y defendiera. Estas “joyitas”, para ganarse la confianza de las viudas, simulaban ser muy piadosos y cumplidores de la ley, pero utilizaban sus conocimientos y la supuesta piedad, para abusar de ellas, engañarlas y quitarles lo poco que tenían.

Jesús desenmascaró la mentira y el engaño que escondían detrás de sus trajes pomposos y de su piedad socarrona. Invitó a toda la gente a tener cuidado y a no dejarse engañar. Lo había dicho muchas veces: “sencillos como palomas, sagaces como serpientes” (Mt 10,16); “comprendan que si el dueño de casa supiera a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo ustedes: estén preparados…” (Lc 10,39). Debía decirlo directamente: “¡Esa gente que devora los bienes de las viudas, y sólo por aparentar hace largas oraciones, recibirá un castigo más severo!”

Hoy podríamos decir lo mismo de tantos ladrones de cuello blanco. De muchos profesionales que aprovechan su profesión y la ignorancia de la gente para, engañar. Aquí no se escapa ninguno: “en todas partes se cuecen habas”, decían nuestras abuelas. Hay sacerdotes, abogados, economistas, médicos, artistas, científicos, etc. Los hay también muy honestos, responsables, serviciales y entregados a su profesión, pero hay que tener cuidado. Necesitamos un ojo muy crítico, como el de Jesús, no para juzgar, ni para echar en un mismo costal a todos los profesionales porque algunos fallan; sí para tener cuidado y descubrir quienes están al acecho y con quienes se puede trabajar. Necesitamos utilizar nuestra profesión no para engañar sino para servir, y dar lo mejor de nuestra riqueza interior.

Luego su ojo crítico lo llevó a ubicarse en un lugar estratégico del templo para apreciar el panorama. Dirigió su mirada hacia las alcancías donde los fieles depositaban sus ofrendas. Por las grandes cantidades de dinero que movía, el templo se había convertido en una especie de Banco Central. Durante el tiempo de la pascua las entradas eran más abundantes por la gran cantidad de gente que acudía a la fiesta, especialmente por los judíos de la diáspora, quienes disfrutaban de mejores condiciones de vida en el extranjero y daban los mejores donativos.

Los sacerdotes, levitas y toda la jauría de hienas feroces, que se lucraban de la piedad de la gente, así como los curiosos que se agolpan alrededor, ponían especial interés en los ricos y en sus grandes ofrendas. Los pobres pasaban desapercibidos. Jesús, por el contrario, resaltó la donación de una viuda pobre y sin importancia para el común de la gente. Nuevamente estamos hablando de una lógica distinta a la lógica del mundo, a los criterios mercantilistas (oferta y demanda) y economicistas (inversión – ganancia, costo – beneficio). La lógica de Jesús es la lógica de Dios: “Mis pensamientos no sus pensamientos, ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor” (Is 55,8)

Como estas dos viudas, la del templo y la de Sarepta, existen también hoy mujeres “insignificantes”, que en el fondo son más valiosas que muchas caras plásticas y divas con pies de barro.

Estas mujeres no son entrevistadas por los medios amarillistas ávidos de chivas sensacionalistas; no son perseguidas por las cámaras y revistas sensibleras, porque no son jóvenes bellas, ni pertenecen a la alta sociedad o a alguna casta especial. No son influyentes, ni poseen cuentas bancarias, y sus medidas no son 60-90-60. No se casan y se divorcian a los pocos días y por tanto no se hacen “dignas” de salir en las páginas del pseudoperiodismo que prefiere la sociedad light.

No tienen fundaciones con su nombre ni hacen grandes donaciones económicas a las iglesias porque sencillamente no tienen. No son letradas, ni poseen conocimiento científico o teológico. Pertenecen a la gran masa de excluidos y bailan sin querer el baile de los que sobran. Pero con su trabajo como madres, abuelas, educadoras, líderes comunitarias, catequistas y ministras laicas; con su silencio en la oración, su testimonio de vida, su entrega y su trabajo anónimo con el cual ponen muchas veces en riesgo sus propias vidas, dan más que muchos notables. No son unas simples colaboradoras que dan de lo que les sobra, sino que ofrecen toda su vida y son pilares fundamentales de la Iglesia y de la sociedad, motores de las transformaciones sociales e institucionales.

Ellas son un gran paradigma de discipulado. Ellas nos enseñan a vivir el verdadero compromiso y el verdadero culto, pues son imagen de Cristo que se ofreció a sí mismo por nosotros (2da lect). Hoy necesitamos discernir nuestra manera de valorar a las personas, pues muchas veces también valoramos más a quines tienen dinero que a quienes no lo tienen. A quienes dan buenas ofrendas económicas, que a quines lo único que dan es su propia humanidad, pues no poseen más. Necesitamos valorar la entrega del resto empobrecido que da su propia vida, y entregarnos con toda nuestra humanidad a la causa de Jesús.


19.

LA GENEROSIDAD Y CONFIANZA DE DOS VIUDAS

1. "Tráeme un poco de agua en un jarro para que beba" 1 Reyes 17,10. Elías había dicho al rey Ajab de Samaría, que había introducido en Israel el culto a Baal inducido por Jezabel, su mujer, "¡Vive Yahvé, Dios de Israel, a quien sirvo!, que en estos dos años no habrá lluvia ni rocío, mientras yo no lo diga". Y se escondió en una caverna junto al torrente Querit, donde los cuervos le trajeron comida.

2. Elías bebía agua del torrente hasta que el pequeño río se secó. Había dicho el Señor al pueblo, al salir de Egipto: "La tierra en que vas a entrar no es como el país de Egipto donde se riega como se riega un huerto de hortalizas... La tierra que vais a ocupar es un país de montes y valles, que bebe el agua de la lluvia del cielo. De esta tierra se cuida Yahvé tu Dios... Con toda seguridad, si vosotros obedecéis puntualmente los mandamientos que yo os prescribo hoy, yo daré a vuestro país la lluvia en tiempo oportuno, lluvia de otoño y lluvia de primavera" (Dt 11,10). En un país tan seco como Palestina, la vida depende de la lluvia. Si hay lluvia hay trigo y harina y cosechas diferentes. Pero para el pueblo idólatra, Baal es el dios de la lluvia.

3. Dijo Israel: "Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas" (Os 2,7). “La esposa infiel no reconoció que era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite virgen" (Ib 2,10). Los dos textos anteriores concretan la dialéctica de la predicación de Elías. El problema está planteado en quién es el verdadero Dios: ¿es Baal, o es Yahvé, el Dios de Elías?

4. Al pueblo que cree que es Baal quien le da la lluvia y las cosechas, y no obedece al Dios verdadero que se las da, hay que persuadirlo de que es todo al revés. Y el profeta se empeña en un esfuerzo titánico por salvar la fe de su pueblo, fe que hay que extender a todo el mundo, también a los gentiles, y ese es el sentido que encontramos en el diálogo del profeta con la viuda de Sarepta en Sidón, a la que le pide agua y pan, que ella con generosidad y sacrificio suyo y de su hijo, ofrece a Elías, en paralelismo evidente con la otra viuda pobre del evangelio, que "ha echado en el cepillo todo lo que tenía para vivir".

5. El Señor le va proponiendo al profeta lo que tiene que hacer y dictando los pasos que tiene que dar. Elías, hombre de gran confianza, es sumamente receptivo al Espíritu y todo va saliendo según el designio de Dios: "Vete a Sarepta y mora allí, he dado orden a una viuda de que te alimente". Y "ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó".

6. El gazofilacio o tesoro del Templo estaba situado en el atrio de las mujeres y constaba de trece grandes huchas en forma de trompetas con una gran boca capaz para recibir las distintas especies de ofrendas. Los ricos llegaban con ostentación acompañados por sus siervos y alardeando de la cantidad de sus dádivas. "Jesús observaba a la gente que iba echando dinero". Ni los ricos pensaban que Dios veía sus ofrendas, ni la pobre viuda podía creer que estaba causando la admiración de Dios. Jesús es Dios. Obramos tantas veces prescindiendo de la mirada de Dios, como si El fuera un ausente, que nos resulta fácil prescindir de la caridad, de la justicia y de las demás virtudes. Si, como Santa Teresa, tuviéramos la seguridad y la visión de que estamos dentro de Dios, "en él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28) y que somos espectáculo, no sólo de sus ojos, sino también de los moradores del cielo, cuando quebrantamos su ley nos sentiríamos tan afligidos y acomplejados y sucios, que nos detendríamos ante el pecado. -¿Te ha visto alguien?, preguntaba a veces y, con desconfianza y seguridad, me respondían: -No, padre. - Te ha visto Dios. Jesús está observando con alegría o con dolor, nuestra virtud o nuestra injusticia. La gente piensa: con tal de que no se sepa… y se miente, se disimula, se finge, se cumple para que se vea, y se hace lo que se ha de ver.

7. Jesús pone en evidencia la vanidad de los letrados, que buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, y devoran los bienes de las viudas, para resaltar más la actitud contraria de la viuda pobre, que echó dos céntimos en el cepillo. Jesús la alabó porque había dado lo que necesitaba, mientras los otros daban de lo que les sobraba: "Ha echado en el cepillo más que nadie" Marcos 12,38. Nunca dos céntimos valdrán más que dos millones, cosa que Jesús tampoco cree. Pero sí que el corazón de la viuda vale más que todos los otros juntos. Jesús quiere que pensemos en la actitud del corazón. En las motivaciones de nuestros actos. En la mirada de Dios.

8. "El que poco siembra, poco segará" (2 Cor 9,6). Para la siembra no necesitamos campo mayor que Cristo, que quiso que se sembrara en él mismo. Nuestra tierra es la Iglesia; sembremos cuanto podamos y sembrémonos si queremos que nuestra siembra y cosecha duren, que para eso nos envía, para que demos fruto que dure, que no sea flor de un día.

9. Zaqueo fue un hombre de gran voluntad y su caridad fue grande. Dio la mitad de sus bienes en limosnas, y se quedó la otra mitad para devolver lo robado. Dio mucho y sembró mucho. ¿Y la viuda que dio dos reales? Tenía menos dinero, pero igual voluntad, y entregó sus moneditas con el mismo amor que Zaqueo su patrimonio. Entregaron cantidades diversas, pero salían de la misma fuente: la voluntad.

10. ¿Y el que no tiene nada? Podrá sembrar algo, para recoger después. El que da un vaso de agua fría recibirá su recompensa. Los cristianos, debemos esforzarnos en transferir los bienes de la tierra al cielo, sabiendo que encomendamos nuestros bienes a un Dios inmortal.

11. "El Señor, que sustenta al huérfano y a la viuda", nos da hoy su mensaje de generosidad a través de dos viudas Salmo 145. Junto a los huérfanos, las viudas representan en la Biblia, los seres más indefensos, y por lo mismo, los más cuidados por la inmensa Providencia de Dios. Encontramos un copioso centón de textos que lo prueban: "No haréis daño a la viuda ni al huérfano" (Ex 22,22). "Aprended a hacer bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda" (Is 1,17)."Esto dice el Señor: Juzgad con rectitud y justicia, y librad de las manos del calumniador a los oprimidos por la violencia, y no aflijáis ni oprimáis inicuamente al forastero, ni al huérfano, ni a la viuda" (Jr 22,8). "Honra a las viudas" (1Tim 5,8); "La que verdaderamente es viuda y desamparada, espere en Dios, y ejercítese en plegarias noche y día" (Ib 5,5). "Si alguno de los fieles tiene viudas entre sus parientes, asístalas, y no se grave a la Iglesia con su manutención, a fin de que haya lo suficiente para mantener a las que son verdaderamente viudas" (Ib 5,16);

12. En esta misma línea de la Escritura se pronuncia San Gregorio Magno en sus Morales, 19,12. "Muy piadoso es consolar a las viudas". Y San Ambrosio: "Nada más hermoso que una viuda que guarda fidelidad al difunto esposo". "Difícil es la viudez, mas no para quien comprende la ley del verdadero amor", sentencia San Gregorio Nazianceno. Y San Juan Crisóstomo considera: "Poderosas las lágrimas de la viuda; porque pueden abrir el mismo cielo". ¿Tendría presentes las palabras del obispo africano con las que consoló a Santa Mónica, viuda, que las derramaba por su hijo perdido Agustín?

13. En las catacumbas de San Calixto hay una estela impresionante en honor de Santa Commodilla, viuda, en la que se ven junto a la Madre de Dios, entronizada con el Niño, los santos Adaucto y Félix, que conducen a la matrona Turtura, ataviada de púrpura, hacia la Virgen. La propia Turtura lleva en sus manos, ocultas bajo el vestido, un rollo, símbolo de los Mandamientos. En la parte inferior se leen unos versos que el hijo, único, dedicó a su madre: «Toma, madre, las lágrimas y los gemidos de tu hijo, que ha quedado en la tierra, y ve que, después de la muerte del padre y durante 86 años, has guardado casta fidelidad en tu viudez; e hiciste de madre y de padre al mismo tiempo para el hijo, en cuyo rostro revivía el esposo para ti. Turtura es tu nombre, y has sido una verdadera tórtola, para la que no hubo otro amor después de la muerte del padre. Esto es lo mejor que pueda decirse en loor de una mujer, y lo has hecho realidad. Aquí descansa en paz Turtura que vivió hasta los 60 años.»

14. Y si las viudas son tan consideradas por Dios en el Reino y clasificadas entre las más pobres, pierden en el cielo, el vínculo que las unió en la tierra, del que Cristo dijo que lo que “Dios ha unido no lo separe el hombre, es la muerte la que lo rompe, qué hacemos de la palabra de Dios? Si la muerte del marido o de la esposa, que es el fin legal del matrimonio, rompe el vínculo del amor matrimonial, ¿rompe también el vínculo del amor, que es más fuerte que la muerte? En el cielo permanece el vínculo que unió a dos personas en la tierra, aunque transfigurado. Jesús respondió a los saduceos que serán como ángeles en los cielos» (Mc 12, 25). El matrimonio no termina del todo con la muerte, sino que es transfigurado, espiritualizado, así como los vínculos entre padres e hijos, o entre amigos. La liturgia proclama: «La vida no termina, sino que se transforma». El matrimonio, que es parte de la vida, es transfigurado, no anulado. Tras la muerte el bien permanece, el mal desaparece. El amor que les unió, tal vez hasta por poco tiempo, permanece; los defectos, los sufrimientos que se infligieron desaparecen. Es más, este sufrimiento, aceptado con fe, se convertirá en gloria. Los esposos experimentarán sólo cuando se reúnan «en Dios» y sólo en Dios, el amor verdadero y el gozo y la plenitud de la unión que no tal vez no gozaron en la tierra.

15. En mi no corta vida he podido comprobar el cuidado solícito de la Providencia del Padre que cuida de los lirios y de los jilgueros y cuervos, hacia la debilidad, representada en las viudas indefensas, que se abandonan, como anawim, en manos de Yahvé. Y la enseñanza que hoy nos proporcionan estas viudas es la de confiar siempre en Dios, gozando de estar en buenas manos. Cuando Dios me eligió fundador de una Congregación religiosa, en medio de pruebas y contradicciones dolorosas, me dijo un sacerdote muy amigo: -Yo no me habría embarcado en ese avispero. Pasados los años duros, ahora mismo, olvidando su postura de entonces, me dice, cuando él ha tenido que recurrir a una residencia, que es lo último que deseaba: -Tú tienes a las hermanas. Yo no lo pretendía ni lo intentaba, nada más lejos. Pero es la realidad experimentable por el que se abandona a la Providencia, como esas dos viudas de Sarepta y de Jerusalén, que hoy nos aleccionan en su generosidad y abandono en las manos de Dios. Me parece que no estaría muy lejos del pensamiento de Jesús, Ana, la viuda que le cantó chiquitín en el Templo, la viuda de Naím que lloraba a su hijo muerto, y, desde luego veía a su madre, ya viuda, y la presentía viuda y desolada en el Calvario. ¡Qué dolor más íntimo e intenso! ¡Redentor!

16. Dichosos los desamparados, los abandonados, los que se ven sumidos en la soledad y el abandono, los que ya se doblan por el peso de sus cansancios y fatigas, los que luchan sin poder evitar sus caídas, los aplastados por el sistema, los que no tienen padrinos, los olvidados, los que se quedaron a la puerta deseando pescar las migajas de los opulentos de dinero o de poder, los que siendo fuente para todos, se quedaron sin una gota de consuelo cuando tuvieron sed, los que no contaban para nada, los sometidos a los tiranos, los marginados que no vieron nunca ni una fugaz recompensa, porque Jesús observa, porque Jesús les privilegia, porque Dios está de su parte, porque no están sus cuitas escondidas a sus ojos, porque él sí que es justo; y los ricos de honores e influencias, esperarán una gota de agua como el epulón, cuando vean a Lázaro a quien, ni siquiera vieron a la puerta de su casa porque ellos sólo veían y buscaban la compañía de los presidentes y de los ricos y de los súper protegidos, y sólo veían a los que siempre en primera fila manejaban el turiferario con maestría maquiavélica de estómagos agradecidos, dichosos, sí, dichosos y bienaventurados, porque "el Señor hace justicia a los oprimidos y trastorna el camino de los malvados, porque no nos abandona en la vejez y en las canas".

17. Vivamos como Jesús, que se da y se nos da todo, y que no nos quita nada, sino que nos da todo e "intercede por nosotros, y se ofrece para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo" Hebreos 9,24, y démonos nosotros, con su gracia. El que tiene consejo, consejo, el que tiene sabiduría, sabiduría, el que tiene dinero, dinero, y el que tiene alegría y caridad, alegría y caridad. Sirvamos al Señor de balde y con todo lo nuestro, que El nos dará el ciento por uno.

JESUS MARTI BALLESTER