30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
9-16

 

9. SENSATO/NECEDAD. NUESTROS CRITERIOS SON DISTINTOS. CONSIDERAMOS QUE EL MEJOR CRISTIANO ES EL QUE NO SE METE EN LÍOS Y LLEVA UNA VIDA TRANQUILA.

-Nuestros criterios de sensatez.

¿Qué significa ser una persona sensata? ¿En qué consiste la sensatez? ¿Qué responderíamos a estas preguntas? Quizá diríamos que una persona sensata -una persona prudente - es la que va por el mundo con pies de plomo, que no se confía, que no se mete en camisa de once varas, que va tirando sin buscarse complicaciones, que rehuye los conflictos, que piensa que lo mejor es que cada uno esté en su casa y todos tranquilos.

Y quizá añadiríamos que son necios los que quieren remover y cambiar las cosas, que se meten en complicaciones, que en lugar de quedarse tranquilos en casa viendo la tele asisten a no sé qué reuniones, y luego participan en no sé qué otra asociación...

Quizá sí, quizá pensamos esto. Y como estamos convencidos de que los cristianos debemos ser personas sensatas y no necias, pues consideramos que el mejor cristiano es el que se dedica simplemente a trabajar, comer, dormir e ir los domingos a misa. Y decimos a los jóvenes: vosotros, a la escuela y a casa, y a no soñar en cambiar no sé qué cosas, y a no meterse en líos para lograr aquello o lo otro.

No sé yo si pensamos así. Pero sea como sea, lo que sí me parece es que a Jesús no le gustaría nada que pensáramos así. Y que él, desde luego, no pensaba así.

-La sensatez según Jesús.

Jesús nos dice que tenemos que ser como las doncellas sensatas, y no como las necias. Pero entonces debemos preguntarnos una cosa: ¿qué significa, según Jesús, ser sensato? ¿qué significa no ser necio? Significa, según el evangelio, tener las cosas dispuestas y preparadas, tener preparado el aceite para encender nuestras lámparas, para ofrecer nuestra luz. Significa no vivir descuidadamente, como las doncellas que no previeron la necesidad del aceite. Significa hacer de modo que en la hora de la verdad nuestra vida puede aparecer luminosa, pueda ser verdaderamente la lámpara encendida con la luz que Dios espera.

¿En qué consiste, por tanto, la sensatez? Ser una persona sensata no consiste de ningún modo en encerrarse en casa y despreocuparse de todo, incluso quizás de la familia. Eso más bien sería vivir neciamente, no tener la menor sensatez, porque sería vivir sin trabajar al servicio de lo que Dios espera de nosotros. Sería vivir sin esforzarse en nada al servicio del amor de Dios. Y, ¿os imagináis mayor necedad que el vivir desentendiéndose de los demás, cuando precisamente Dios nos ha dicho que su principal mandamiento era vivir al servicio de los demás? ¿Os imagináis mayor necedad que la de no seguir el mandamiento principal de Dios?

-Las lecciones de la historia.

Porque además, incluso mirando las cosas con criterios humanos, si no fuera por los hombres y mujeres que se han arriesgado, que han luchado, que se han complicado la vida para transformar las cosas, aquí aún estaríamos en la época de los esclavos atados con una argolla al cuello. Si no hubiera sido por las luchas obreras del siglo pasado, aún habría niños de doce años bajando a morir trabajando en las minas. Si no hubiera sido por los que se jugaron la vida en tiempo de la dictadura, no sé yo si podríamos pensar en la construcción de un estado democrático y en paz.

Y haber hecho esto no es ser necio, es ser sensato. Y en cambio es necedad, es falta de sensatez, el contemplar los esfuerzos de los demás sin hacer nada, aprovecharse de lo que han conseguido, y encima criticarles porque en su lucha se mezclan a veces situaciones ambiguas y poco transparentes, como si pensáramos que es posible hacer una tortilla sin romper los huevos.

-El ejemplo de Jesús.

Digo todo esto hablando con criterios simplemente humanos. Pero es que además, para reforzar todo eso, los cristianos tenemos ante nuestros ojos el ejemplo de JC. ¿Creéis vosotros que JC actuó sensatamente? ¿Creéis que su actuación en el mundo no fue una necedad? Si alguno de vuestros hijos, o algún conocido, empezara a meterse en los líos en que Jesús se metió, ¿qué le diríamos?: "¿Pero qué haces? ¡Tú estás loco! ¿No ves que vas a terminar mal?" Y es verdad: Jesús terminó mal, terminó colgado en una cruz. Pero es verdad también que si nos hubiera escuchado a nosotros, ahora no estaríamos aquí reunidos celebrando la Eucaristía como memoria suya, como memoria de aquella locura suya... ¡MENOS MAL QUE LA SENSATEZ DE JESÚS ERA DISTINTA DE NUESTRA SENSATEZ! Pidamos hoy, en esta Eucaristía, que se nos meta dentro la sensatez de Jesús. Que sepamos darnos cuenta de que lo sensato es trabajar en cada instante para vivir la fidelidad al Evangelio. Y que lo necio es precisamente no hacerlo.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/21


10.

En la parábola de las diez vírgenes se cuenta que "a medianoche se oyó clamar: "¡Ved que el esposo viene! ¡Salid a su encuentro!" Hoy la Iglesia nos hace oír un aviso parecido. En el sombrío cielo temporal brilla súbitamente la aurora del día postrero, la venida del Señor. La Iglesia, vuelta con sus hijos de cara al Este, atisba el horizonte en busca del Esposo y Señor, quien viene anunciándonos, desde que empezó el año, su llegada por medio de las más diversas imágenes. Todo el año hemos visto cómo se hacía presente, bajo el velo del misterio, la obra de la redención; ahora estamos esperando... ¿Quién sabe si este año habrá sido el último y está ya cercana la venida definitiva del Señor? ¿Podremos, quizá, contemplar por fin al Señor sin velos, cara a cara? La Iglesia ansía con el mayor anhelo la venida de su amado esposo. Pero sabe también que la hora de Dios sólo El la conoce.

Y cuando llegue será definitiva. Por esto aguarda con serena paciencia, a pesar de toda la nostalgia que siente. Persevera a despecho del sufrimiento que la embarga. No pide que llegue en seguida el término, sino tan sólo que sus hijos puedan perseverar fuertes usque in finem, "hasta el final" (1 Co 1, 8; epístola).

Con palabras del Apóstol pide ser hallada siempre "sine mácula, sine crimine", en el día de la venida de Nuestro Señor Jesucristo". Pide que la hermosura de la gracia y las joyas nupciales no nos dejen a los que esperamos la "revelación", la llegada visible del Señor. Adornada con la gracia, reflejando la hermosura de Cristo, quisiera la Iglesia correr al encuentro de la gloria de Aquel que llega.

El introito deja oir una súplica en favor de los que perseveran hasta el fin: Da pacem sustinentibus te, "da la paz a los que esperan en Ti". Plegaria profundísima es ésta, que sólo se puede comprender adecuadamente tomando las palabras en su sentido primitivo y normal. En efecto, sustinere más que "esperar en el Señor", significa "soportar al Señor", aguantar lo que El envía, aceptarlo todo con amor, viendo en todo la prueba que Dios quiere hacer de nuestra fe y paciencia: y esto incluso cuando el Señor retrasa su venida y se hace esperar. Equivale a creer en su gloria, que un día, Dios sabe cuándo, veremos ciertamente brillar en el cielo; creer en estas realidades, a pesar de que parezcan oscuras y por más que los impíos puedan exclamar; "¿Dónde está su Dios?"... Creer y confiar paciente y amorosamente hasta tanto que sea manifestada toda la verdad. Esperar al Señor, aguantar hasta que venga, igual que Cristo soportó la mano del Padre que le conducía duramente a la pasión.

Mas para esto precisa la fuerza de Dios. Y esta fuerza es el objeto de la plegaria: Da pacem, "¡Da la paz!" (Si 36, 18, según la Vulgata). En labios de la Iglesia, esta paz hay que entenderla no tan sólo como un mero don, sino como un salario que nos será dado al fin de los tiempos. La paz fue ya dada a Cristo para sostenerlo durante su pasión; y, a su vez, con su pasión nos la conquistó para nosotros. Ahora Cristo, que reside en la Iglesia, es para ella la paz más íntima y le da fuerza para resistir hasta el fin. La paz es la fuerza.

La mayor parte de nosotros no hemos caído aún en la cuenta al oír la voz latina pax, que ésta tiene la misma raíz que el verbo pango, cuyo significado es "encajar, unir". Así, pues, paz es unión, comunidad que sostiene a los fieles y les infunde fuerza y poder. La palabra pax tiene, por consiguiente, la significación de "fuerza". Y esto puede ser comprendido muy bien por nuestra generación, que se ha esforzado en la creación de sociedades y que, después de un largo período de individualismo, ha visto renacer la conciencia comunitaria. ¡Mucho mayor sentido adquiere todavía esta palabra al ser tomada en sentido plenamente cristiano! Es decir, el cristiano inserido en la familia sobrenatural y eterna del cuerpo místico de Cristo, en la Iglesia, recibe a Cristo, que vive en ella desde su resurrección, y le recibe como "paz". Ipse enim est pax nostra, "El es nuestra paz" (Ef 2, 14). ¡Cuál no es la fuerza de la paz en una comunidad y en cada uno de los miembros que la componen! Todos sus miembros son portadores de Cristo, lo mismo que la comunidad entera, y como ella y por ella se ven también inundados de paz. ¡Qué grande y perenne es la paz del cristiano que vive en total incorporación a la Iglesia! ¡Puede y es capaz, realmente, de soportar al Señor hasta que venga! Así, la plegaria "da pacem" queda bien comprendida en el sentido de una unión perdurable, de una constante incorporación a la Iglesia, que es el sagrado cuerpo místico de Cristo. A través de sus misterios, ella da y fomenta la vida de Cristo -paz rediviva- en sus hijos. Cuanto más vitalmente viva uno en la Iglesia y sienta su culto, tanto mayor será la paz de que disfrutará. Y como la paz es susceptible de mengua y acrecentamiento, por esto la Iglesia pide tan a menudo el incrementum pacis, "el crecimiento de la paz". Y esto lo hace de un modo muy particular en las festividades de la Santísima Virgen, ya que fue ella la única que tuvo de un modo pleno en todo su ser la paz de Cristo, a Cristo mismo.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 332 ss.


11. VELAR DURANTE LA ESPERA

-Velar, porque no sabemos el día ni la hora (Mt 25, 1-13)

La parábola se limita a los elementos esenciales. Jesús ha dejado de lado deliberadamente la descripción de la boda tal como se celebraban en su tiempo. Sin duda que, como era usual un poco por todas partes, el esposo venía a casa de la joven para tomarla y llevarla consigo.

LAMPARA/SB: ¿Cómo entender lo de la doncella necia y la doncella sensata? La 1ª Iectura nos ayuda a descubrirlo. La doncella "sensata" es la que posee la sabiduría. Sabia no precisamente de sabiduría humana, sino de una sabiduría hecha de meditación que permite conocer los misterios de Dios, y aquí los misterios del Reino. La lámpara es símbolo de este sabio conocimiento que hay que mantener con la reflexión, la meditación y la forma de vivir.

Esta sabiduría no debe ser de un día: hay que ser capaz de esperar, porque el esposo no viene al momento; hay que hacer provisión de sabiduría y conservar la propia lámpara bien encendida. El simbolismo de la lámpara es transparente.

NOCHE/PARUSIA: El esposo llega de noche. La noche en la Escritura es el momento de la parusía. Era una tradición común, mucho más antigua, sin duda, que el Nuevo Testamento mismo. Es de noche cuando el Señor libera a su pueblo (Ex 11, 4; 12, 12.9); una columna de fuego le iluminaba en su marcha (Ex 13, 21). Para unos la noche es salvación, para otros, como los Egipcios, la muerte (Ex 10, 21). Cuando el Nuevo Testamento trata de la parusía, la ve siempre realizarse durante la noche (Lc 12, 39-40; Mt 24, 43-44; Mc 13, 35-36- Lc 12, 20).

No es cuestión, pues, de dormir, sino de velar, porque el esposo viene de improviso (Mt 24, 27; Lc 17, 24).

El tema de la "puerta" es también muy sugestivo. Es sabido cómo el Nuevo Testamento lo utiliza: se trata de "entrar por la puerta estrecha" (Mt 7, 13; Lc 13, 24), y por otra parte nos viene a la memoria la señal trazada en las puertas, cuando el paso del Ángel, para preservar de la muerte a los hijos de los Hebreos.

La vigilia, la noche, la puerta, son temas de Pascua, temas de liberación y de entrada en el Reino.

La puerta se cierra sobre las jóvenes que no habían velado y habían sido negligentes en alimentar su lámpara. Sus gritos no pueden nada ya; es la hora del banquete. La conclusión es severa: "Velad, porque no sabéis el día ni la hora".

-Velar para hallar la sabiduría (Sab 6, 12-16) J/SABIDURÍA-DE-D:

Se debería pasar toda la vida buscando la Sabiduría. Es el tema de esta lectura que describe la Sabiduría con imágenes poéticas.

Se deja contemplar fácilmente por quienes la aman y se deja encontrar por quienes la buscan, porque ella es radiante. Merece la pena que se la busque porque es inalterable. Tales son las cualidades fundamentales de la Sabiduría. No se trata de una filosofía esotérica, reservada a una élite, sino que está al alcance de todos, a condición de que quieran buscarla. Es más, ella se anticipa a los deseos, siendo la primera en darse a conocer a quienes la desean: está desde la aurora sentada a la puerta de quienes la buscan. Pensar en ella debe constituir la actividad principal: no pensar ya más que en ella y velar en honor suyo.

La Iglesia, sin personificar a la sabiduría, ha visto en ella a Cristo mismo y su gracia. La transposición es sencilla. La Sabiduría, Cristo, la gracia, va y viene buscando a quienes son dignos de ella. Y he aquí que aparece de pronto, en las revueltas de los caminos; cada vez que se piensa en ella, viene a nuestro encuentro: "En los caminos se les muestra benévola y les sale al encuentro en todos sus pensamientos".

El salmo 62 canta al Señor, sabiduría manifestada en Cristo:

¡Oh Dios!, tú eres mi Dios,
por ti madrugo...

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo

La Iglesia utiliza el evangelio de este día para la celebración de la fiesta de las vírgenes.

Y, si en su liturgia ha conservado el simbolismo del cirio pascual, columna de nube que dirige la marcha de los bautizados, Cristo que guía a su Iglesia hacia la Tierra definitiva, ha conservado también el simbolismo de la lámpara entre sus bautizados, a los que se la confía recomendándoles que la alimenten.

En la institución de las vigilias, principalmente la de Pascua, la Iglesia piensa incesantemente en la venida del Esposo, su Cristo, que viene para hacerla entrar en el Reino. La primera preocupación de la Iglesia es, por lo tanto, mantener las lámparas de sus fieles para que no se encuentren desprevenidos. La de los fieles, debería ser la búsqueda prudente de la Sabiduría, de la luz de Cristo, alimentando constantemente la luz recibida en el bautismo para entrar en el festín del Reino.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 95 ss.


12.

-LOS TRES DOMINGOS DEL CAPITULO 25

Los domingos 32 y 33 del tiempo ordinario, y el domingo de Cristo Rey, leemos los tres fragmentos que forman el capítulo 25 del evangelio de san Mateo, el evangelio que hemos ido siguiendo este año.

Los tres fragmentos constituyen como la llamada final del evangelio, la invitaci6n última a constituir el nuevo pueblo de Dios, el nuevo Israel que Jesús ha venido a instaurar. Será bueno que nos miremos los tres textos en conjunto, y que pensemos cuál de los aspectos que contienen queremos destacar especialmente cada uno de los domingos. Una posibilidad sería:

- Domingo 32, la parábola de las diez vírgenes: hay que estar siempre a punto para el Reino.

- Domingo 33, la parábola de los talentos: hay que hacer rendir todas nuestras posibilidades al servicio del Reino.

- Domingo de Cristo Rey, el juicio final: el criterio de estar a punto y el criterio de hacer rendir las posibilidades es el amor a los demás, especialmente a los más débiles, en los que Jesús está presente.

-EL OBJETIVO: DIOS Y SU REINO

¿Cuál es el objetivo de nuestra vida? El evangelio de hoy nos hace plantear esta pregunta decisiva. El objetivo de las diez muchachas era claro: entrar en la fiesta de las bodas. El problema es que algunas no estaban preparadas, pero el objetivo sí lo tenían claro. Y la fiesta de las bodas bien sabemos lo que significa: el Reino de Dios, la plenitud de Dios.

Vale la pena que hoy nos planteemos esto. Que pensemos si verdaderamente para nosotros Dios es importante, si estamos convencidos que el camino y la vida que él nos ofrece es verdaderamente lo que nos puede dar felicidad. O si, al contrario, no tenemos más deseos que el ir tirando, sin más anhelos ni esperanzas.

El salmo responsorial de hoy plantea este anhelo de una manera muy total, con un lenguaje que seguramente queda lejos del nuestro, pero que vale la pena intentar vivir. Porque, efectivamente, vivir la vida de Dios, su amor, su bondad, su ternura de Padre que acoge a todos los hombres y sobre todo a los pobres, es la realizaci6n más plena de la condición humana.

-"NO SABÉIS EL DÍA NI LA HORA"

El evangelio de hoy tiene un tono de advertencia dura: si realmente nuestro objetivo es Dios y su Reino, si queremos llegar a la plenitud de su felicidad, hay que estar alerta: el camino de este mundo llega un día en que se acaba, y podríamos quedarnos fuera de esta plenitud.

Probablemente, el "día" y la "hora" de que habla el evangelio se refieren al fin del mundo, a la venida definitiva del Reino: era la preocupación de aquel momento. Pero nosotros haremos bien de aplicárnoslo a nuestro momento final, nuestra muerte personal. Vale la pena recordar que nuestro camino de este mundo llega un momento en que se acaba, y que sería una lástima llegar al final con las manos vacías, como las muchachas despistadas de la parábola. Sí, ciertamente que Dios es infinitamente misericordioso, pero hace falta que nosotros deseemos acercarnos a este Dios. Y no llevar aceite para las lámparas quiere decir tener muy pocas ganas de vivir la vida de Dios: quiere decir no hacer lo que está a nuestro alcance para vivir, ya ahora, esta vida (porque el aceite es eso: iluminar según nuestras posibilidades; si no lo hacemos, si no ponemos el amor que somos capaces de poner, nadie creerá que queremos la luz y el amor plenos de Dios).

-"SEGUIRÍA JUGANDO"

Se cuenta de san Luis Gonzaga la anécdota de que mientras jugaba en el patio del colegio un profesor le pregunt6 qué haría si supiera que tenía que morir aquella misma noche, y él contestó: "Pues seguiría jugando". Porque era el conjunto de su vida el que seguía el Evangelio, y no entendía su cristianismo como una preparaci6n de última hora para la muerte. (Y este seguimiento del Evangelio no era una actitud ñoña como a veces se ha pintado, sino una actitud seria de amor constante: ¡murió a los 23 años atendiendo a los enfermos de cólera en un hospital de Roma!).

El Evangelio de hoy también va por ahí. Lo que se esperaba de las diez vírgenes no es que hicieran tal cosa o tal otra cuando llegara el esposo, sino que tuvieran el aceite preparado ya de antemano. No se trata, hoy, pues, de asustar con la muerte, sino llamar a vivir de tal manera que, cuando llegue aquel momento, nuestra vida sea luminosa, de la luz que producirá el aceite que hemos ido acumulando a lo largo de la vida.

-LA EUCARISTÍA, SIGNO DEL REINO

La Eucaristía es signo y anticipación de la fiesta de bodas del Reino. Celebrémosla hoy como un estímulo para estar preparados.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/14


13.

-Lo importante, merece previsión

Las parábolas que leemos en los evangelios no son siempre historias ejemplares que equivalgan a un elogio del comportamiento de los personajes que en ellas aparecen. Son más bien narraciones inspiradas en la vida cotidiana de la gente de aquel tiempo y lugar a través de las cuales Jesús -sin hacer valoraciones morales sobre este o aquel personaje- comunicaba su enseñanza.

Así, en la parábola que hoy hemos leído, se puede pensar que las cinco doncellas "sensatas", además de sensatas habrían podido ser algo más generosas y dejar parte de su aceite a las "necias". O que el esposo habría podido ser algo más tolerante y abrir la puerta a las doncellas poco previsoras que llegaron tarde. Pero lo que Jesús quería transmitir no era un juicio moral sobre todos estos personajes de la parábola sino una conclusión global que de la historia se deduce: cuando una cosa es importante en nuestra vida merece esfuerzo, previsión, alimento.

Quizá podríamos imaginar otra parábola, de lección semejante, adaptada a nuestro tiempo. Cuando un automovilista tiene que emprender un viaje largo, especialmente si es por carreteras que desconoce o por parajes poco habitados, será sensato si antes llena el depósito de gasolina de su coche, revisa el nivel de aceite, etc. Será necio si emprende el viaje sin tomar estas precauciones.

-"Aceite" para nuestra vida cristiana

Me parece que en todo lo que hace referencia a nuestra vida cristiana, a nuestra vida de comunión de amor con Dios y con los hermanos, muchas veces nos comportamos como las doncellas "necias", como el conductor poco previsor. Olvidamos que nuestra vida como seguidores de Jesús y de su Evangelio necesita "aceite", necesita gasolina, necesita ser alimentada.

Quizá los domingos, cuando aquí en la misa pensamos un poco en el conjunto de nuestro comportamiento de cada día, en nuestra respuesta al amor de Dios a través de todo lo que teje nuestra vida, hemos de reconocer que es endeble, floja, lánguida, apática. Que la luz de nuestras lámparas personales corre el riesgo de extinguirse o que nuestros motores vitales no tienen fuerza para subir ni el más leve repecho. Y quizá nos preguntemos qué deberíamos hacer para mejorar el tono vital como cristianos.

-Cómo alimentar nuestra vida cristiana

A veces -en este y en otros aspectos de nuestra vida buscamos grandes respuestas cuando en realidad, con mayor modestia y sencillez, podríamos encontrar respuestas más al alcance de todos. ¿Cómo dar mayor vigor y ánimo a nuestra vida cristiana? Hay respuestas muy sencillas al alcance de todos nosotros.

Por ejemplo, la oración en nuestra vida de cada día. No hace falta hacer grandes propósitos, sino acertar con el camino sensato de dedicarle con frecuencia -mejor cada día- algún breve momento. Algún breve momento de paréntesis en nuestra vida cotidiana, cada uno sabrá cómo y cuándo. No para decir una oración apresurada sino como una respiración lenta, tranquila, ante Dios nuestro Padre. Que puede ser un padrenuestro dicho sin prisas o cinco minutos de ponerse abiertamente ante el Padre y con Jesús a repasar cómo va nuestra vida y saber pedir con sencillez ayuda y amor. O quizá repetir varias veces, pausadamente, "Ven, Señor Jesús". Y también un recuerdo cordial y confiado a María... Cada uno puede encontrar su modo -variables quizá a través de nuestra vida o según los días- de hallar estos momentos de reponer nuestra reserva de aceite, de gasolina, nuestro pan espiritual de cada día.

Podríamos imaginar otras posibilidades de procurarnos este necesario alimento. Por ejemplo, saber encontrar, de vez en cuando, un espacio más amplio de tiempo para esta reflexión/oración. Para leer un fragmento de evangelio -el del domingo, podría ser- y pensar un poco en él, en un ambiente de oración como discípulos de Jesús. Y también otras lecturas que nos ayuden a repensar y alimentar nuestra fe, nuestro amor, nuestra esperanza.

-Estos últimos domingos

Al final de su vida, Jesús, consciente de que se acercaba el momento en que dejaría sin su presencia a sus discípulos, a sus seguidores, les insistía especialmente en esta necesidad personal y comunitaria de vigilancia, de estar atentos, de ayudarse unos a otros y de buscar este necesario alimento espiritual. Lo recordamos en las misas de estos últimos domingos del año litúrgico. Estos últimos domingos que culminarán, en la fiesta de Jesucristo rey, con el evangelio del juicio final.

Por eso nuestra oración, en estos domingos, debe ir especialmente por ahí: Jesús nos ha comunicado su amor pero nosotros debemos estar atentos, vigilantes, prontos para abrirnos a él, para vivir de él. Si es importante para nosotros, no podemos comportarnos como necios distraídos e imprevisores, sino como sensatos atentos y vigilantes.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1993-14


14.

-TEMA: LA RESPONSABILIDAD PERSONAL

-FIN: Reflexionar sobre el hecho que cada uno, a pesar de vivir en solidaridad, es responsable de su propia vida.

-DESARROLLO:

-- Muchos necios.
--Cada uno responsable de sí mismo.

«Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas», dijeron las mujeres necias a las prudentes. Las sensatas se negaron y muy bien hecho. No es cuestión de lucir con el combustible del otro, sino que cada uno ha de brillar con luz propia.

Esta actitud de las mujeres necias es mucho más corriente de lo que pensamos. Cuando uno copia en el examen, o cuando se presenta como propio el trabajo de otro, o cuando repetimos mecánicamente en una conversación las ideas escuchadas a otro, o cuando vivimos pendientes por imitar a alguien... Hay muchísima gente que lo que intenta es «aparentar». El «ser», no preocupa demasiado. Se aparenta en el vestir, en el tener, en la educación, en el saber... Estamos montados sobre relaciones personales vanas, superficiales y mentirosas.

En las actitudes cristianas también se refleja mucho esa tendencia a pedir «dadnos de vuestro aceite».

Hay personas que en el terreno de la fe no tiene ninguna responsabilidad, ni la quieren. Están esperando a que todo se lo den hecho: convertido en fórmulas y en leyes. En lugar de andar preocupados por tener un criterio personal, por acumular su propio depósito, están siempre pendientes de lo que piensan los demás. Así, cambian de ideas cuando cambia el cura de moda o un grupo; o están siempre pendientes de que les digan lo que tienen que hacer, o que les aprueben lo que están haciendo.

«Dadnos de vuestro aceite», dicen, los que piden a otros que recen por ellos y luego se despreocupan de ser consecuentes con lo que piden. Como si el aceite de otro valiera para llenar la lámpara propia. Aquí cada motor personal lleva su propia marca. Hay otros que buscan que se les apliquen los méritos ajenos por medio de las indulgencias, misas, sufragios, novenas, ejercicios piadosos. (No quiero decir que esto, si es un medio de edificación personal, no sea válido. Desde luego, no tiene ningún sentido si no va acompañado del esfuerzo de la persona. Dios no salva a la persona, si ésta no quiere).

Hay también una corriente de picaresca espiritual popular que todo lo confía a la oportunidad de la absolución final.

El evangelio de hoy nos sugiere, entre otras cosas, que cada uno debe responder ante Dios con su propia vida, no con las prestaciones de la vida de los demás. No se trata de que luzca nuestra lámpara con el aceite de otro. Dios escruta hasta lo más hondo de la persona y no se le puede engañar: el que no tiene vida propia no tiene vida humana y si no se vive, por mucho que se quiera aparentar, no se disimula .

En la fe no se trata de que otros nos dejen sus méritos, como quien alquila un frac para ir a una ceremonia; ni de que seamos salvados con ritos, en los que no esté comprometida la realidad de la persona; ni de que se nos apliquen «externamente» los méritos de Jesucristo .

También hemos de caer en la cuenta de que la vida no se improvisa. El hombre tiene su trayectoria y la calidad de la vida depende de su elaboración, del camino realizado. No es igual un vino con solera que un caldo conseguido por combinaciones químicas. La vida es una construcción fraguada a base de muchos elementos; no es un hongo que nace por generación espontánea. Vivir la vida supone siempre un acto de la libertad personal.

La «imagen de Dios» que tenemos que ir esculpiendo en nosotros para llegar a ser hombres, no es una simple caricatura. Sé que constantemente nos asalta la tentación de hacer un pastiche; pretendemos pasar con un simple maquillaje. Dios aborrece las vidas farisaicas; blanqueadas y empolvadas como caras de payasos o de comediantes. La imagen de Dios, normalmente, se va consiguiendo como los rasgos de la cara humana: a golpe de años, de experiencia, de sentimientos, de gozos y fatigas. Improvisar la «imagen» de golpe supone exponerse a tener cara de niño y a que, cuando llamemos a la puerta para entrar, se nos diga: «os lo aseguro, no os conozco».

El rasgo del hombre y de la mujer verdaderos, edificados según Dios, es un trazo muy hondo, marcado con fuego; es una huella indeleble. Cuando la vida se va viviendo según Dios, imprime carácter, deja un sello, está marcada para siempre con rasgos imborrables. De ahí que el hombre que llega al bautismo haya sido configurado según Jesucristo y que su vida tenga, para siempre, un toque inconfundible. Esta vida nueva, acumulada en el acerbo de la persona, es el aceite que alimenta la lámpara y que tiene garantías de éxito.

«Velar» es andar preocupados por tener la «alcuza» llena. No vela el que intenta aprovisionarse de aceite de prisa y corriendo, porque le está pillando el toro y las voces del esposo suenan cerca.

En lugar de preocuparse tanto por morir bien, o por dejar dineros que después de muerto se celebren misas, habría que afanarse por vivir bien, que es el mejor modo de prepararse a una muerte que sea vencida por la vida.

Los que llevan vida dentro, tienen futuro. Los que no viven y pretenden tener una vida prestada, no tienen nada que hacer. La vida no se compra. Y si no se vive, cuando se pretende tomar conciencia de la vida y exhibirla, no hacemos otra cosa sino demostrar que estamos muertos.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO A
PPC MADRID 1974.Págs. 207 ss.


15.

Mateo añade a su discurso escatológico tres parábolas propias, a las que dedica todo el capítulo 25. En ellas insiste Jesús en que la muerte del discípulo es el fruto de su vida, y que no tiene en sí misma nada de terrible para el que ha sido fiel a su conciencia, porque corona la vida que se ha llevado. Una vida que no se puede improvisar en el último momento, ni se puede prestar o transferir de uno a otro. Cada uno es responsable de sus propios actos.

Actualizar el contenido de la parábola de las diez doncellas no es difícil: en el tiempo presente, el creyente y la comunidad que esperan al Señor tienen que ser sensatos y vivir en una permanente actitud de disponibilidad a las llamadas que Dios nos hace a través de los sucesos diarios, ya que los hombres no disponemos de la vida para usarla según nuestros caprichos. Hemos de contemplar y valorar todo lo que hacemos desde el acontecimiento decisivo de la muerte, del encuentro definitivo con el Señor. Este encuentro es comparado a una fiesta de bodas, que en Palestina se celebraba con gran pompa. Comenzaba a la puesta del sol. La novia, que llevaba su cabeza ceñida con una corona, esperaba en su casa, acompañada de sus amigas, la llegada del novio, que acudía a buscarla acompañado de sus familiares, amigos y demás amistades para llevarla en una litera a su casa. Todo el cortejo se realizaba con antorchas y cantos festivos alusivos a los desposados. A la llegada del cortejo a la casa del esposo se celebraba el banquete de bodas.

Por ser una parábola y tener muchos rasgos irreales -dormirse, comprar aceite de noche, no ser reconocidas por el esposo...--, no podemos sacar conclusiones de todos y cada uno de los detalles, sino con todo el conjunto.

1. El necio y el sensato NECIO/SENSATO 

¿Qué es ser necio y ser sensato? Nuestra sociedad considera necia -al menos es como actúa- a la persona que quiere cambiar las cosas que están mal, la que se mete en complicaciones; y sensata, a la que trata de evitar todos los conflictos y vivir tranquila. Y como los cristianos debemos ser personas sensatas y no necias, procuramos no meternos en nada y justificar nuestra fe con la misa dominical y poco más. Y aconsejamos a los jóvenes, sobre todo si son los propios hijos, que hagan lo mismo, que si hay cosas que están mal ya habrá quien las cambie.

No era ésta la idea de Jesús. Para él es sensato el que trata de servir, de cambiar la sociedad para que se asemeje cada vez más al reino de Dios; el que sirve de luz para algo o para alguien y trata de ahondar y poner en práctica el evangelio. No consiste en absoluto en desentenderse de las injusticias que nos rodean. ¿Puede haber mayor necedad que despreocuparse de los demás, cuando el principal mandamiento cristiano es el del amor, que se realiza en el servicio al prójimo? Para Jesús el necio es el que no actúa de acuerdo con sus palabras, el que no aporta obras.

Si no hubiera sido por los que han arriesgado, han luchado, se han complicado la vida para transformar la sociedad, ésta no habría dado ni un paso hacia adelante. Trabajar para hacer una sociedad más justa, más igualitaria, más fraternal, es ser sensato, aunque se pierda la vida en el empeño. Los cristianos tenemos ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús. ¿Creemos que actuó sensatamente? ¿No fue su vida una necedad al pretender cambiar lo que nosotros consideramos incambiable? ¿No murió por ello? Menos mal que la sensatez de Jesús era distinta a la nuestra...

2. El polvo del camino y la despreocupación humana

Para que la parábola sirva al propósito de Jesús son necesarios dos detalles: el retraso del novio y el sueño de las que esperan.

Mientras aguardan, se duermen todas. La insensatez de las necias no está, por tanto, en haberse dormido, sino en no estar preparadas para la misión que se les había confiado.

En la vida es fácil que el polvo del camino nos impida ver la realidad y el peso de la costumbre nos adormezca. Es fácil pasar los días y los años distraídos buscando otros valores y modos de pasar la vida, y estar desprevenidos a la llegada del verdadero valor y del verdadero modo de vivir. Pero lo que se edifica sobre roca (Mt 7,24s) reaparecerá en los momentos más importantes de la vida. Jesús nos invita a no vivir distraídos, a no dejar escapar las oportunidades que no vuelven, a que lleguemos hasta el fondo de las ideas que pasan por delante de nosotros, porque está en juego nuestra vida, a la que debemos dedicar todo el tiempo.

Se despiertan con el clamor de la llegada del esposo "a medianoche", fuera de lo previsto. El encuentro de Dios con el hombre siempre tiene lugar fuera de nuestros cálculos. Dios nunca responde a nuestros bien preparados planes, está más allá de nuestros interesados proyectos; lo que nos exige una preparación o espera constantes, pues en cualquier momento se puede producir su llegada. Llegada que se identifica con los dos momentos culminantes de cada uno de los hombres y de la humanidad: nuestra propia muerte y el final de los tiempos.

ACEITE/OBRAS: En la espera, las necias han consumido el aceite, y las vasijas tienen que ser llenadas de nuevo. Han edificado la vida sobre arena (Mt 7,26s). Las sensatas han venido prevenidas. El aceite simboliza las obras, el evangelio realizado en la vida, la atenta y constante vigilancia ante la llegada imprevista del esposo; cualidad interior que, por ser tal, no puede ser compartida por otro, ni prestada ni vendida. De ahí que su negativa a la petición de las necias no sea por egoísmo. En el momento decisivo e imprevisto de la propia muerte no tienen cabida las ayudas que podamos hacernos unos a otros; exige una preparación personal e insustituible. Puedo compartir con los demás mi experiencia de fe, pero no mi responsabilidad ni mi respuesta.

"Las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta". El encuentro definitivo con Dios es comparado a un banquete de bodas que no acabará nunca. Pero tan brusco que requiere una actitud de constante vigilancia. Son dos aspectos clave de la vida y de la muerte cristianas, complementarios entre sí y necesarios: lucha y fiesta. Una lucha sin fiesta tiene el riesgo de endurecerse; una fiesta sin lucha se banaliza o se transforma en orgía.

Jesús nos invita a su reino, y nos pide una respuesta personal antes que se cierre la puerta. El retraso, la falta de preparación, implica la exclusión definitiva de la fiesta, como les sucedió a las doncellas necias de la parábola. Una vez que la puerta se haya cerrado es inútil insistir. Jesús solamente reconocerá a los que antes, a lo largo de la vida, lo hayan reconocido a él por medio de sus obras.

Mateo termina la parábola exhortándonos a la vigilancia, ya que el día y la hora decisivos son inciertos. ¿Cómo querríamos haber vivido en el momento de la muerte? Tratemos de vivir así ya ahora. Eso es ser sensato. El momento del paso de este mundo al Padre es el más veraz del hombre. Sólo desde él, el planteamiento de nuestra vida será verdadero.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 115-118


16.

Los hombres no podemos vivir sin esperar en algo o en alguien. De alguna manera, siempre andamos buscando una felicidad, una seguridad o una satisfacción que todavía no poseemos.

Naturalmente, las «esperanzas» que marcan nuestra vida diaria pueden ser muy distintas y variadas. Mientras uno espera encontrar trabajo, otro espera salir curado del centro sanitario. Mientras uno espera el descanso del fin de semana, el otro vive esperando el nacimiento de su hijo.

Pero todas estas «esperas» no constituyen todavía "la esperanza" que verdaderamente importa.

El hombre necesita una esperanza más honda y fundamental cuando siente la vida como algo cruel y pesado, algo insoportable que no merece la pena ser vivido.

En esos momentos en que no encontramos ya nada grande ni seguro en medio de nuestros miedos y sufrimientos, fácilmente se despierta en nosotros una pregunta: ¿Esto es todo? ¿No hay nada más que esperar?

Los especialistas afirman que bajo todos nuestros miedos, subyace en último término un miedo fundamental a la soledad y a la pérdida del amor. Este miedo a no ser amados es el que destruye de raíz la esperanza del hombre.

Pero, incluso en las experiencias más gozosas de la vida, cuando uno puede disfrutar de la cercanía misteriosa del otro y sentirse comprendido, aceptado y querido, aún entonces surge en el corazón humano el interrogante: ¿No falta ahí nada? ¿Es todo plenitud? La verdad es que cuando reducimos el horizonte de nuestra vida y nos limitamos a vivir de «pequeñas esperas», nos empobrecemos. Las «esperanzas» se desgastan un día, el optimismo se nos consume, el mal humor se apodera cada vez más fácilmente de nosotros.

Entonces, podemos seguir actuando movidos por la ambición, la envidia o el deseo de triunfar, pero sabemos que nos falta lo más grande: la esperanza.

La parábola de Jesús sobre aquellas jóvenes a las que se les gasta el aceite de sus lámparas mientras esperan al esposo, nos debe recordar a los creyentes que ser cristiano es saber esperar en Dios.

Si esta esperanza se apaga en nosotros, hemos perdido lo más importante. Nuestra vida se hace atea. San Pablo nos diría que entonces vivimos «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2, 12).

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 125 s.