SUGERENCIAS

 

1. D/MISERICORDIA  /Mt/05/07. /Sb/11/23-24

-Rico en misericordia. Tal fue el título de una segunda encíclica que nos dirigió Juan Pablo II (·JUAN-PABLO-II) en el segundo año de su pontificado. En esa carta circular, el Papa expone el alcance y sentido de esta característica de Dios, que lo define frente a todas las criaturas. Dios es amor. Ama todo lo que ha creado, como dice el libro de la Sabiduría, y no odia ni olvida a ninguna de sus criaturas, porque es amigo de todo lo que vive, es amigo de la vida, que no de la muerte ni del dolor. Y este amor de Dios respecto de los hombres es misericordia, porque nos ama aunque no le amemos, aunque le ofendamos, aunque le ignoremos y neguemos. Nos ama porque es bueno, no porque nosotros lo seamos. Al contrario, es el amor de Dios el que hace posible que podamos ser mejores y dejemos de ser pecadores. La misericordia de Dios no puede ser un pretexto para justificar nuestros pecados e injusticias, ni debe fomentar en nosotros una presunción temeraria en la misericordia de Dios. Al contrario, debe sernos de acicate y estímulo para confiar en él, sin confiar en nosotros mismos. La esperanza cristiana, consecuente al anuncio del evangelio, no se funda en la autosuficiencia de los que se consideran buenos y ejemplares o mejores que los demás -que eso es el fariseísmo-, sino que descansa en la convicción profunda de que Dios es rico en misericordia. Y que esta misericordia de Dios, puesta en evidencia en éste y otros relatos del evangelio, alcanza a todos los hombres de generación en generación, sin tasa.

-Dichosos los misericordiosos. La misericordia de Dios para con sus criaturas, especialmente para con el hombre, hijo de Dios, es la clave para la conducta misericordiosa del hombre con sus semejantes. Así lo reconocemos en la oración que Jesús mismo nos enseñó: perdonar, porque hemos sido perdonados antes y mucho más por Dios. Amar incluso a los enemigos, porque hemos conocido así el amor de Dios: pues nos ama cuando somos pecadores, enemigos.

Ser misericordioso es prodigar el amor incluso con los que nos aborrecen; es hacer el bien a todos, incluidos los que nos perjudican y amenazan; es tratar con afabilidad y confianza a los que desconfían; es ser amables con los despiadados; es tratar con justicia y equidad a los que se sirven de la injusticia; es rezar por los que nos persiguen y calumnian. No es una manera de ser estúpidos en este mundo desalmado y cruel. Por difícil que parezca, la misericordia es la única esperanza de salvación para el hombre caído y pecador. Pero es, por eso mismo, la única posibilidad entre los hombres de romper con el círculo vicioso de la violencia, de la injusticia, de la desconfianza y recelo mutuos, del odio y de todo sistema de explotación y de opresión.

Dios ha roto esa espiral de odio y de violencia, viniendo en Jesús a buscar y salvar lo que estaba perdido. Y así la misericordia de Dios hace posible el ejercicio de la misericordia entre los hombres.

-Porque ellos alcanzarán misericordia. El premio si practicamos la misericordia con nuestros semejantes será alcanzar la misericordia de Dios. De esta suerte, nuestra propia salvación está condicionada al esfuerzo por ayudar a los demás a la salvación. Y esto por espíritu de misericordia, es decir, como expresión de un amor desinteresado y que no busca recompensas ni tiene en cuenta los merecimientos de los demás, sino como consecuencia y exigencia del amor que Dios nos tiene sin mérito por parte nuestra. Gratis es el amor de Dios, gratis es el perdón de Dios. Gratis tenemos que poner en práctica el amor cristiano, la misericordia, el perdón y la generosidad para con todos. Que el Señor, como hacía Pablo, nos conceda abrigar estos buenos deseos e intenciones y, lo que es más, ponerlos en práctica sin medida.

EUCARISTÍA 1989/51


2. MISERICORDIA/JUSTICIA 

La misericordia es al amor lo que éste a la justicia. No sólo no se anulan, sino que se complementan y perfeccionan. Más aún, por lo general son la única posibilidad de preservar al amor y a la justicia de caer en la caricatura y el descrédito. Pues sucede que en toda relación mutua siempre hay elementos de desequilibrio que impiden una relación en el plano de la igualdad. En un mundo injusto sólo el amor, la caridad, puede hacer que la implantación de la justicia no sea una terrible injusticia. Pero en un mundo que no hace sitio al amor, sólo la misericordia, la grandeza de corazón frente al miserable, puede ayudar a que renazca el amor y fructifiquen la justicia y la paz.

Ciertamente, el término "misericordia", como tantos otros de raíz religiosa, se ha degradado y resulta impopular por culpa de la praxis cris- tiana. Cuando se dice que algo se hace por misericordia o se da de misericordia, no sólo se da por supuesto que no es obligatorio (!), sino que frecuentemente supone cierta dosis de menosprecio hacia el otro. Pero tal razonamiento, válido en el caso de las relaciones de justicia, nada tiene que ver en el caso del amor, y de su manifestación más genuina que es la misericordia, pues el amor nunca es "debido", sino que es siempre gratuito, es gracia. Nadie merece el amor de nadie, aunque todos somos muy dignos de ser amados. Por eso, reducir el amor a eso de amar a los que nos aman es una manera de mercantilizar el amor y hacerlo imposible. Por tanto, nada tiene de extraño que el fallo fundamental de una sociedad, reducida casi en su totalidad a relaciones comerciales y mercantiles, sea la ausencia de amor, la falta de compasión, el vacío de la misericordia. La pérdida del amor en la pareja es tan frecuente como la pérdida de la fidelidad y lealtad entre los amigos, porque lo que cuenta no es la gratuidad, sino el dinero, la transacción, el negocio, el interés.

EUCARISTÍA 1989/51


3.

Es suficientemente conocido el hecho de que todas las ideas necesitan el soporte de la imagen. Dios, para muchos, se presenta a menudo como terrible, guardián del orden, ordenador del mundo, freno de los delitos sociales, omnipotente que precisa de esclavos...

Por el contrario, la imagen bíblica es clara y nitida: muestra a Dios con la característica esencial del amor y ofreciendo siempre una oportunidad. Hay que señalar (mucho habría que hablar sobre la fe y el miedo) que Dios no quiere aplastar ni aniquilar. La Revelación se puede definir, no como un contenido de verdades, sino como el ofrecimiento de la amistad divina. De ahí que la imagen divina sea dialogal: el Señor quiere convertir nuestra vida en una conversación con Él.

Por ello Él, el amigo de la vida, siempre espera. No lo hace con los brazos cruzados o con cara de aburrido, sino que espera poniendo su don a nuestro alcance. Hay que decirlo muy claro: Él ama la vida y ama nuestra alegría, porque su aliento inmortal está plasmado en nuestro ser.

A pesar de la cerrazón y de la lejanía del amor en que se pueda encontrar alguno de nosotros, la situación es reversible. Podemos cambiar, podemos descubrir un día que Alguien nos ama y que vivir el amor, predicado y testimoniado por Cristo, es posible. La historia de Zaqueo lo demuestra. Zaqueo es un hombre polarizado por el dinero, y la injusticia el instrumento normal para alcanzar sus objetivos... Pero un día, sin saber casi de qué forma ni por qué motivos (así son las conversiones), una mirada le traspasó el corazón y la misericordia lo penetró. El texto hace hincapié en que encontró al amigo y al familiar, alguien que creyó en él. Y he aquí el resultado: a la luz de la fe se reconstruye la vida, nacen la alegría y la paz.

A menudo, el dinero, el placer, el afán de dominio, también nos cierran. Todo el mundo se da cuenta de que eso no llena, pero el egoísmo es fuerte y los afanes constituyen un espejismo fantástico. La posibilidad salvadora existe. Hay que darse cuenta de que el Señor realmente pasa (mediante la conciencia, el evangelio, la predicación, la necesidad del hermano, las adversidades y las alegrías). La llamada, desde luego, se oye. Es el texto del Ap: "Estoy en la puerta llamando" (/Ap/03/21).

El predicador debe ser comprensivo con las dificultades y complicaciones de la vida, con la realidad del sufrimiento, con las angustias cotidianas... pero no debe dejar de recordar lo esencial, es decir, recordar lo que convierte en relativas todas las cosas. No se puede dejar de decir que a menudo actuamos llevados por nuestros caprichos. Por ello la exhortación al corazón abierto, a ser capaces de hacer lo que sea, a construir un mundo más justo, un planeta con menos lucha del hombre contra el hombre... Y, claro, esto sólo puede proceder de una motivación: la mirada penetrante de Cristo, de una fe que purifica nuestro obrar.

J. GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974/4B


4. CV/LIBERACIÓN  FE/JUSTICIA.

Una espiritualidad de la liberación está siempre centrada en la "conversión" al prójimo, al hombre oprimido, a la clase social expoliada, a la raza despreciada, al país dominado. Nuestra conversión al Señor pasa por ese movimiento. La conversión evangélica es, en efecto, la piedra de toque de toda espiritualidad. Conversión significa una transformación radical de nosotros mismos, significa pensar, sentir y vivir como Cristo presente en el hombre despojado y alienado. Convertirse es comprometerse con el proceso de liberación de los pobres y explotados, comprometerse lúcida, realista y concretamente. No sólo con generosidad, sino también con análisis de situación y estrategia de acción (...).

El cristiano no ha hecho suficientemente su conversión al prójimo, a la justicia social, a la historia. No ha percibido todavía, con la claridad deseada, que conocer a Dios ES obrar la justicia.

Gustavo Gutiérrez
Teología de la Liberación, pág. 268 s.


5.

Naturalmente, siempre lo hemos dicho y está muy claro: los escritos del Evangelio precisan análisis, interpretación, traslación a nuestro contexto... Sin embargo, prescindiendo ahora del entorno o contexto literario, es decir, social, cultural, etc., de la historia de Zaqueo, este personaje -uno de los más conocidos por los creyentes- tiene hoy, tal cual es, plena actualidad para ponernos en situación. Porque la conversión de Zaqueo es admirable, ya que se trata de la conversión de un rico, siendo muy difícil que los ricos se conviertan con todas sus consecuencias. Al parecer, Zaqueo no se queda en buenas intenciones, sino que pasa decididamente a la acción: reparte, devuelve todo lo que ha robado e incluso más. Y esto es tan difícil como obligar a un camello a pasar por el ojo de una aguja.

Sí, ya sabemos que hay ricos que se confiesan y hasta hacen limosnas (cabe aquí hacer amplia referencia a cuantos nos decimos creyentes, pero nos encontramos satisfechos instalados en nuestras posiciones social y económica, aunque no sean éstas propias de magnates). Confesarse y hacer limosnas no son señales inequívocas de conversión auténtica al Evangelio que cambiaría no sólo la vida de los bien situados, sino también la situación miserable de los desfavorecidos.

Ciertamente, conversiones como la de Zaqueo son milagros muy raros y de primera magnitud. La dificultad de la conversión de los "ricos" aumenta hasta lo imposible cuando los ricos en dinero son también los ricos "en buenas obras". Por ventura para Zaqueo, él no tenía nada más que dinero y no podía presumir de ser un hombre piadoso y cumplidor de la Ley.

Si el Evangelio es para los pobres y los pecadores, nada se opondrá tanto al Evangelio como la actitud típica de un cierto capitalismo que pudiéramos llamar integral, es decir, algo así como un capitalismo de alma y cuerpo, de "buenas obras" y mejores dividendos. Pues el capitalismo económico se traduce en capitalismo espiritual y halla en él su complemento. En aquellos tiempos de Jesús, los genuinos representantes de este capitalismo espiritual eran los fariseos, que se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás. Pero la herencia de los fariseos no se ha extinguido en absoluto, la podemos ver hoy muy cerca de nosotros y en nosotros mismos cuando nos tenemos por buenos y criticamos sin compasión a los demás. Los capitalistas del espíritu, los de ayer y los de hoy, están siempre poseídos de su propia justicia y no conocen aquélla otra, la verdadera, que viene gratuitamente de Dios para cuantos reconocen su pecado.

Nosotros somos así cuando nos atenemos únicamente a la ley y a las buenas costumbres para sentirnos seguros, pero resistimos a las inspiraciones del amor y no queremos correr la aventura de la esperanza cristiana.

Con frecuencia el capitalismo espiritual coincide en las mismas personas con el capitalismo económico. Así se lleva a la vez una contabilidad minuciosa de las ganancias materiales. La religión se convierte entonces en un pretexto para hacer otros negocios y hasta se negocia con ella. Si los ricos no hicieran negocio a su manera con la religión, ésta les costaría muy cara, pues nada hay tan exigente para los ricos como el Evangelio. A Zaqueo le costó su fortuna, aunque éste recibió a cambio toda riqueza que Dios ha prometido a los pobres.

EUCARISTÍA 1986/52