29 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXI
(11-20)

 

11.

-Pregunta importante y actual

En el Evangelio de este domingo hacen a Jesús una pregunta importante: ¿Cuál es el mandamiento más importante?, ¿qué es lo más importante en la religión?

El letrado o escriba, por esta vez, parece que hace la pregunta sinceramente. Así se desprende de las palabras finales de Jesús reconociendo que está cerca del Reino de Dios.

Y la respuesta de Jesús es clara, contundente y aceptada por todos. Muchos judíos, al menos muchos escribas y fariseos, habían caído en el legalismo. Para ellos la Ley de Dios se había convertido en 613 preceptos y de ellos 365, tantos como días del año, eran prohibiciones. En esta maraña legalista era fácil perderse y en ellas se habían perdido muchos fariseos como vemos por sus disputas con Jesús. Esto, en el fondo, conduce a la destrucción de lo más auténtico de la religión que es el amor y la misericordia tanto a Dios como al prójimo. Por eso decimos que el tema es importante. Y, sin duda, actual en los tiempos de Jesús. Y quizá en todos los tiempos por esa tendencia de muchos hombres religiosos de convertir la religión en una serie de normas y de prácticas.

-La respuesta de Jesús

Jesús responde a la pregunta con un texto bíblico, mejor dos textos. Uno del Deuteronomio y otro del Levítico (Dt 6,4 y Lv 19,18). Jesús une los dos textos, lo cual es ya una novedad.

El primer texto es el Shema Israel, una oración que el judío piadoso rezaba dos veces al día. Son unas palabras cargadas de sentido, condensadas, intensas. Son, al mismo tiempo, plegaria y profesión de fe. Son un alerta y llamada de atención al pueblo: «escucha Israel». En ellas se destaca la unicidad de Dios y el rechazo de toda idolatría, ocupando el centro el amor a Dios con todo el corazón y todas las fuerzas. Se insta a tenerlas siempre bien presentes «estando en casa y yendo de camino», atadas a la muñeca como un signo y a enseñarlas a los hijos. Tienen un manifiesto sentido evangelizador y misionero.

A este primer mandamiento que dice referencia directa a Dios, une Jesús las palabras del Levítico que dicen referencia al prójimo «como a ti mismo». No es fácil saber lo que el judaísmo entendía por prójimo. Con Jesús queda superado cualquier sentido restrictivo y ésta es otra de las aportaciones de Jesús.

La novedad de la respuesta de Jesús se centra en los siguientes puntos:

--destaca el amor como motor de la Ley;

--coloca en el mismo plano el amor a Dios y al prójimo;

--deriva el amor al prójimo del amor a Dios;

--el amor al prójimo se constituye en verificación del amor a Dios;

--universaliza el concepto del prójimo;

--une el culto con el amor y la justicia;

--rechaza toda idolatría;

--la novedad mayor de la respuesta está en la vida y persona de Jesús que cumple y hace realidad todos esos puntos y en el cual se hace manifiesta la fuerza con que irrumpe el Reino de Dios en la plenitud de los tiempos. Por esto Jesús le dice al escriba que está cerca del Reino de Dios, aunque no dentro, porque no ha caído en la cuenta que ese Reino de Dios en aquel momento pasa por Jesús, y parece que a eso no llega.

-Es antes el amor de Dios No sólo quiere decir que es antes el amor a Dios que el amor al prójimo, aunque ambos vayan unidos, sino que el amor de Dios precede y es la fuente del amor al prójimo.

En muchas páginas de la Biblia se nos manifiesta que es Dios quien tiene la iniciativa en ese diálogo con el hombre que es la revelación. En la creación, en la liberación y alianza con el pueblo en el Antiguo Testamento, en la encarnación del Hijo de Dios como prueba suprema del amor del Padre. Al principio está el amor de Dios como fuente y origen y quien no haya entendido esto no ha entendido al Dios de la Biblia. Porque Dios es amor y ha amado primero puede pedir y hasta elegir el amor del hombre. El amor del hombre nace de ese amor originario que es el amor de Dios y por él tiene que medirse. Sin amor a Dios no puede haber verdadero amor al hombre.

-El primer mandamiento hoy

En un tiempo de increencia, como es el nuestro, el mandamiento que más se transgrede es el primero. No se reconoce este primer mandamiento ni se cumple. La nueva evangelización tiene aquí una de sus primeras y más importantes tareas.

Nuestro tiempo se declara secular y laicista. Hay una secularización legítima porque ciertas realidades como la ciencia, la economía y la política tienen un valor autónomo como reconoció el Concilio Vaticano II, pero existe un secularismo exagerado que quiere expulsar a Dios de la vida y de la historia y eso es un error para todo creyente. Por eso en la evangelización de nuestros días tiene que resonar de alguna manera el Shema Israel («escucha Israel»).

Y a un tiempo que se declara humanista hay que recordarle que sin amor y sumisión a Dios no existe verdadero amor al prójimo. A muchos hombres de nuestros tiempos no les caen bien estas palabras, pero todo creyente sincero en Dios sabe que son verdaderas.

MARCOS MARTÍNEZ DE VADILLO
EUCARISTÍA 1994, 55


12.

1. El criterio de la Palabra de Dios 
La pregunta que aquel escriba bien intencionado le hizo a Jesús con el deseo de progresar en su fe: «¿Cuál es el mandamiento principal?», bien la podemos hacer nosotros hoy. En tiempos de Jesús, los rabinos enumeraban la nada despreciable cifra de 613 preceptos de la ley, positivos unos y negativos otros. Y si bien ahora los cristianos no estamos bajo ese cúmulo de leyes, sin embargo disponemos de cierto aparato estructural que nos puede hacer perder la perspectiva de las cosas.

También nosotros enumeramos diez mandamientos, a los que agregamos cinco preceptos. Pero también existen numerosas prescripciones y normas, como, por ejemplo, sobre el matrimonio, sobre las relaciones sexuales, sobre la propiedad, sobre cuestiones sociales y políticas; como asimismo sobre cada uno de los sacramentos, sobre el culto dominical, sobre la educación de los hijos, etc. Los sacerdotes, religiosos y religiosas, tienen por su parte sus propias normas o reglas. Dentro de cada diócesis y de cada parroquia surgen nuevas disposiciones que especifican y detallan cada ley general.

A este ya variado repertorio, debemos agregar el conjunto del Derecho canónico, las encíclicas papales, los documentos de los concilios, las cartas pastorales, etc., etc.

De esta manera, los cristianos nos podemos sentir un poco acosados por un sistema religioso, suficientemente amplio y complicado como para que a la mayoría les resulte difícil discernir qué es lo importante y qué tiene un valor provisional o secundario.

En efecto, todos corremos el peligro de confundir las cosas: podemos darle más importancia al bautismo de los bebés que a su ulterior formación en la fe; más importancia a cumplir con la misa que a ser justos y sinceros. También nos podemos preguntar si para ser un buen cristiano se deben cumplir todas las normas vigentes sobre el control de los nacimientos, sobre lecturas de libros prohibidos, sobre las relaciones sexuales, sobre el diálogo entre cristianos y marxistas y sobre tantísimas cosas más.

Al margen de las normas anteriormente citadas, están también las tradiciones religiosas de cada lugar o país, tradiciones que muchas veces tienen en nosotros más peso que las mismas normas explícitas de la Iglesia o del Evangelio. Así, cuántas discusiones surgen sobre cómo ha de hacerse la primera comunión, cómo ha de celebrarse el casamiento, cómo celebrar las fiestas patronales. También discutimos sobre la vida de los sacerdotes, sobre el celibato y el hábito de las monjas, sobre la economía de la Iglesia y los curas obreros, etc.

Una mirada amplia de la Iglesia católica nos permite descubrir demasiadas cosas a las que se suele conceder excesiva importancia, y así surge el interrogante sobre qué cosa es realmente importante, lo más importante o lo único importante. A la pregunta del escriba, en realidad Jesús no respondió con ninguna novedad. Sólo le recordó -como cuando le preguntaron sobre el divorcio- cuál era el antiguo criterio, cuya fuente era la misma Palabra de Dios.

En efecto, Jesús cita un texto del Deuteronomio -primera lectura de hoy- referente al amor a Dios, y otro versículo del Levítico (19,18). Ambos escritos eran atribuidos a Moisés, el creador de la religión judía sobre la base de las tradiciones de Abraham.

Esta forma de responder de Jesús es de por sí un criterio muy importante para cuestiones similares que se nos puedan suscitar. El hombre de fe apela siempre a la Palabra de Dios como respuesta última y fundamental. La Palabra de Dios es la norma esencial de nuestra vida... «El resto, son comentarios». Al igual que hicieron los rabinos con la ley mosaica, también en la Iglesia los obispos, sacerdotes, teólogos y escritores fueron comentando esa Palabra y muy a menudo dieron forma de ley a sus propios comentarios. Mas aquí cabe abrir bien los ojos para discernir en cada caso qué cosa tiene su fuente inmediata en la Palabra de Dios tal como la encontramos en la Biblia, y qué es comentario o una aplicación concreta o una forma de interpretar surgida con el correr de los tiempos. Los comentarios y explicaciones deben ser, en todo caso, un camino para conocer más profundamente la Palabra de Dios y no -como a veces ha sucedido- para olvidarla y sustituirla por la palabra de los expertos.

Al igual que los judíos del tiempo de Jesús, hoy los cristianos tenemos necesidad de profundizar en esa Palabra sobre la que descansa toda nuestra fe. En más de una oportunidad sólo usamos los textos bíblicos como prueba de lo que nosotros pensamos y no como punto de partida para ulteriores reflexiones.

Decíamos renglones más arriba que Jesús no dio una respuesta original a la pregunta del escriba; sólo apeló a la Palabra de Dios. Y ahora sí podemos decir que en esto radica su originalidad: Jesús nos invita a dejar de lado los criterios humanos y las circunstancias acomodaticias, para ceñirnos exclusivamente al criterio de Dios. Así, por ejemplo, con respecto a Dios se nos ha inculcado que le debemos respeto, obediencia y temor. Jesús nos da el criterio divino: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.» Es cierto que el amor incluye el respeto, pero no es lo mismo hablar de obediencia y respeto a secas, que hacerlo desde la perspectiva del amor.

También se suele decir que la virtud más importante es la obediencia, o la castidad, o la mansedumbre, etc. Según las circunstancias y el tema que tratamos, afirmamos que es importante aquello que queremos enseñar o recalcar. Y Jesús nos recuerda por si acaso que lo más importante es «amar al prójimo como a ti mismo». Eso es más importante que la obediencia, que la castidad, que la mansedumbre, etc. No significa que el amor excluye las demás virtudes; pero sí que esas virtudes no son más que un comentario del amor al prójimo. No son la raíz del árbol sino los frutos...

O dicho de otra manera: si realmente amas a tu prójimo, entonces lo tratarás con pureza de corazón, lo respetarás, lo escucharás, le darás lo que le corresponda, etc. Como podemos observar, la Palabra de Dios así entendida no es un recetario de normas sino un espíritu que da vida. El amor a Dios y al prójimo no es una ley en el sentido vulgar de la palabra, sino una orientación para toda la vida, de forma tal que todas las leyes religiosas juntas más todo el culto sin amor son completamente vacíos y estériles.

Por eso mismo Jesús es nuestra ley suprema, porque nadie como él vivió en intensidad el amor al Padre y la entrega a los hermanos. El es el fundamento de la ética cristiana, no por las muchas normas religiosas que nos dio, sino por su testimonio de amor incondicional.

2. Dos expresiones de un único mandamiento MDT/UNICO

Tratando ahora de ahondar un poco más en este texto evangélico, nos podríamos hacer esta pregunta: ¿Estos dos mandamientos a los que alude Jesús, son dos porque están agregados el uno al otro, o tienen cierta íntima y estrecha relación de tal forma que el uno depende del otro? En efecto, nos podríamos preguntar en qué consiste ese amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas, y si es posible amarlo sin amar al prójimo. Conocemos la respuesta del evangelista Juan en su primera carta: "Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él... Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues si no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve?" (4,16.20). Partiendo de este principio, ahondemos un poco más en nuestra reflexión sobre el mandato de amar a Dios y al prójimo.

A primera vista, amar a Dios parece algo bastante fácil y cómodo, pues a todos nos resulta fácil amar a alguien con quien no nos encontramos, ni tenemos la oportunidad de convivir con él todo el día; alguien que no nos da órdenes, no nos grita, no nos exige el saludo ni nos obliga a llenar tal expediente. Como bien dice Juan: A Dios no lo vemos... ¿Qué significa, entonces, amarlo con toda intensidad? Se puede responder que tal amor consiste en un sentimiento profundo de afecto hacia quien nos ha creado.

A-DEO/QUÉ-ES: Pero esto lo han sentido todos los pueblos también hacia sus dioses y héroes. Se trata, por otra parte, de un sentimiento muy subjetivo y bastante vaporoso como para no molestar a nadie, es decir, sin mayor trascendencia en la vida práctica y en los procesos históricos. ¿Es solamente este sentimiento lo que exige el gran mandamiento? Por mi parte, me atrevería a sugerir lo siguiente: creo que al afirmar que "amo a Dios con todo el corazón y con todas mis fuerzas", estoy diciendo que el amor, el amor total e íntegro, es el fundamento de mi existencia.

Observemos que el evangelista Juan nos dice que «Dios es amor»; por lo tanto, amar a Dios es lo mismo que amar al Amor, consagrarse por entero al amor. El cristiano afirmaría así que su primera ley es «amar al Amor»: siempre y en todas partes. Estemos solos o acompañados, en familia o con extraños, en el trabajo o en la escuela, siempre nos podemos pensar a nosotros mismos como «seres que están para amar». Por otra parte, si Dios es amor y el hombre ha sido creado a su imagen y semejanza, la fe considera al hombre como un ser-amor a semejanza de Dios. Si Dios es amor, también el hombre es amor, o para ser más exactos: el hombre es un proyecto de amor. Por eso el amor es su ley suprema, el gran mandato de su vida, su compromiso más urgente. Quizá ahora podamos descubrir por qué la expresión «amo a Dios» suele ser tan inofensiva e intrascendente: hacemos de ella una frase que expresaría cierta relación que tenemos con Dios, cierto sentimentalismo que cubre los momentos de soledad y vacío, pero no un programa permanente ni un proyecto de vivir constantemente amando al amor dondequiera que lo encontremos. Hicimos del gran mandamiento un amor fácil -y ningún amor es fácil- que no suele entrañar mayor compromiso con nada ni con nadie.

Ahora sí podemos descubrir por qué este amor sin amor al prójimo es una mentira, pues, ¿cómo podemos decir que amamos al Amor si no amamos a nadie, o si dejamos de amar a uno solo? El «amo a Dios» del creyente es absoluto: es el criterio de toda su vida, de todos sus actos, de todos sus instantes. El creyente pretende vivir siempre y en toda circunstancia como amor.

De ahí que el amor al prójimo, al prójimo concreto, sea el signo evidente y palpable de que nuestro amor a Dios es algo más que una fórmula. Ahora también podemos comprender ciertos pasajes evangélicos que tomados fuera de contexto entrañan gran dificultad para ser interpretados. Jesús habla de amar a los enemigos, de que los esposos se amen siempre, de amar al que nos ofende o nos persigue, etc. Estas expresiones no son más que una consecuencia del principio fundamental de la vida del creyente: el hombre de fe es un ser para amar.

Lo típico de este concepto cristiano es lo absoluto de tal afirmación. Es un amor sin excepciones de ninguna especie. En todos los pueblos y religiones del mundo se habló del amor: amor al esposo, a los hijos, a los compatriotas, etc. Pero siempre se toleraron excepciones razonables: en algún caso se podía dejar de amar al esposo, al extranjero, al de otro credo, al de raza distinta, etc. Por eso Jesús hace derivar el amor al prójimo del amor a Dios. Todos los hombres aman alguna vez a sus semejantes. Esto no tiene ninguna novedad.

Pero el cristiano que ha consagrado su vida al Amor-Dios en forma absolutamente total e indivisa, interpreta que su amor al prójimo es la forma de vivir totalmente consagrado al amor; interpreta que Dios se hace carne en cada prójimo, sea conocido o desconocido, de mi país o del otro, cristiano o de otro credo. El cristiano no encuentra otra forma de relación con el prójimo más que el amor. Por esto Juan nos ha dicho que si Dios es amor, «quien permanece en el amor, permanece en Dios», aunque muchas veces esa persona pueda decirse no creyente o atea. Quien consagra toda su vida a ser para los demás, a vivir para los otros, a amar por encima de todas las cosas, ese tal vive en Dios. Si todas estas reflexiones tienen cierta validez, podemos ahora recoger la frase de Jesús -que como ya hemos dicho es simple repetición de la antigua ley- y traducirla de la siguiente forma: «El Señor nuestro Dios es el único Señor, y tú lo amarás con todo tu corazón.» Esto significa: Nuestro único Señor a quien debemos consagrarle todos los instantes de la vida es el amor total, íntegro y absoluto. «Amarás al prójimo como a ti mismo»: la única manera de llegar a ese amor absoluto es a través de tu prójimo, que, gracias al amor, deja de ser un ser fuera de tus deseos y anhelos, para pasar a ser parte de tu mismo ser. Porque te has consagrado con todas tus fuerzas al Amor, el prójimo ya está dentro de ti mismo, no fuera; porque amar es penetrar totalmente en el otro, amando, el otro penetra en ti para formar una comunión perfecta.

Penetrar en el otro y dejarse penetrar por el otro es aceptar al otro como algo esencial en la vida.

Concluyendo...

Si hoy en la Iglesia, a pesar de su imponente aparato jurídico y su cúmulo de leyes y prescripciones, logramos que todo tenga sentido solamente desde la perspectiva del amor, y somos capaces de reducir la vida cristiana a este único precepto, seguramente que también nosotros escucharemos de labios de Jesús la feliz afirmación: «No estáis lejos del Reino de Dios...»

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 356 ss.


13.

Los anuncios de la TV en un primer momento nos resultan interesantes, pero cuando los hemos visto ya muchas veces, empiezan a cansar. Y yo me temo que hoy, al escuchar la lectura de este evangelio, decaiga enseguida vuestro interés porque ya sabéis de antemano todo lo que nos pueda decir.

Pensamos que lo hemos entendido, pero si no lo practicamos, significa que no hemos entendido nada.

No se trata de tener una vaga idea de que exista Dios. Se trata de amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser. No se trata de un amor que radique en el sentimiento y que me embargue de emoción cuando hable de Él. Consiste en tener una idea de la vida y de las cosas en la que Dios lo sea todo para nosotros. Que Dios sea un constante punto de referencia en nuestra vida, por el que hacemos todo cuanto hacemos. El que nos viene a la cabeza antes que cualquier otra cosa.

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La vida cristiana es el equilibrio sobre una cuerda agarrada por un extremo a Dios y por el otro a los hombres. Desde el momento en que el cristiano se queda solamente con Dios o solamente con los hombres ha perdido el equilibrio y se precipita en el vacío.

El prójimo es la piedra de toque que demuestra la sinceridad de nuestro amor a Dios: "quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (/1Jn/04/20). Y la entrega y el servicio a Dios es necesario para demostrar que nuestra lucha es realmente al servicio del hombre, y no al servicio de otros dioses "vestidos de paisano". "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (/1Jn/05/02).

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Este mandamiento nos saca del templo y nos lleva a la vida. Y nos convence a todos de pecado. De que no amamos lo suficiente. De que siempre nos amamos más a nosotros mismos.

Debemos convertirnos. Cada día necesitamos convertirnos. Que Jesús, el que amó al Padre con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todo su ser... Jesús, que nos amó a nosotros más que a sí mismo, puesto que entregó su vida para salvarnos, nos enseñe cómo tenemos que amar, nos dé la fuerza de su Espíritu para que podamos amar como Él, para que Él siga amando en nosotros.


14.

-Primero Dios. 
Era costumbre, no hace mucho, al hacer planes para el futuro, añadir la condicional "Dios mediante". En Costa Rica en tales ocasiones suelen decir, con idéntica intención, «primero Dios». Esto es lo que nos recuerda hoy solemnemente esta perícopa tomada del libro del Deuteronomio, que hemos leído. Y nos exhorta a tenerlo presente constantemente en la vida. El autor detalla todas las situaciones de la vida, recomendándonos que lo tengamos presente: en la educación de los hijos, en las relaciones con los demás, dentro y fuera de casa y de camino, enfermos o sanos, en casa y en la puerta, a mano y en la mente. Lo que importa es que no se nos olvide nunca. Porque para un creyente, lo primero es Dios. -Primero el amor. Porque para nosotros Dios no es una idea, una abstracción. Tampoco la religión es un conjunto de creencias, sino la vida. Y Dios es el origen de la vida, la fuente de donde procede todo lo que vive sobre la tierra. Y en la vida lo primero es el amor. El amor de Dios es la única explicación teológica para la creación del mundo y del hombre.

Dios lo hizo todo porque quiso, sin que nadie le ordenase, pero, sobre todo, lo hizo porque nos quiso. Por eso, también para el hombre, para el creyente, lo primero es el amor, el amor de Dios, la correspondencia amorosa a la predilección divina. La religión no es otra cosa.

Para los amantes lo importante es amar y ser amado; para el creyente, ser amado y amar, sentirse, experimentar el amor de Dios (oración, sacramentos, Biblia), y amar a Dios sobre todas las cosas. Haciendo esto, dice el Deuteronomio, vivirás tú y los tuyos y prolongarás tu vida.

-Primero el hombre. 
Jesús nos aclara aún más las cosas en el evangelio de hoy. El primer mandamiento es amar a Dios, pero el amor al prójimo también es primero, igual que el primero, indisolublemente unido al primero. Y es que sólo en el hombre, en el otro como nosotros, podemos ver y amar a Dios efectivamente, sin caer en la idolatría de hacernos falsas ideas de Dios. Así lo confiesa y reconoce la Iglesia. Así consta en el Concilio Vaticano II, así lo repitió literalmente Juan Pablo II en la "Centessimus Annus», al decir que el hombre es el camino de la Iglesia hacia Dios. No hay otro camino, sólo hay rodeos que, como en la parábola del buen samaritano, pueden desviarnos de Dios y hacernos perder en elucubraciones. En Jesús Dios se ha hecho hombre de un modo especial, hipostáticamente, de manera irrepetible y singular. En el Evangelio Jesús une al hombre con Dios de una manera inexcusable e indisoluble. De modo que lo que Dios ha unido, ¡que no lo separe el hombre!

-Primero el Evangelio.

Para nosotros, creyentes en Jesús, lo primero es el Evangelio. De ahí venimos, de la Buena Noticia. Y ciertamente no hay noticia mejor para un creyente que esa unión amorosa con Dios, que vivimos sacramentalmente y que debemos tratar de vivir realmente. Si tenemos que expresar en la oración, en la eucaristía, en los sacramentos el amor a Dios, ¿cómo expresarlo si no lo vivimos de acuerdo con las palabras de Jesús? Y las palabras de Jesús son tajantes: amarás al prójimo como a ti mismo. Este amor, que experimentamos ejemplarmente en el seno familiar, es el mismo que debemos vivir luego con todos los hermanos de la familia humana, avanzado, como decía Juan XXIII, por los diferentes niveles: vecindad, pueblo, país, región, mundo entero. Las fronteras no deben separarnos, sino unirnos con mayor fuerza. La familia es el primer núcleo prójimo, pero no el único, como el pueblo o la nación.

-Primero los pobres.

Pero amar a todo el mundo puede conducirnos a la misma ambigüedad e imprecisión que amar a Dios. Por eso nadie más prójimo que el que nos necesita, los necesitados, Ios pobres. Decía el profeta que Dios, que es justo, no puede ser parcial y "por eso está con los pobres". Y Jesús en el evangelio, en su vida y en sus enseñanzas, insistió sobradamente que en los pobres es donde mejor podemos ver a Dios (en los ricos podríamos confundir a Dios con el dinero, y en los poderosos y sabios, igual). Y con ellos quiso identificarse de una manera especial. De manera que los pobres deben ser los primeros en el amor cristiano. Eso es lo que dice la Iglesia, cuando habla de la opción preferencial por los pobres. ¿La nuestra?

-¿Qué es para nosotros lo primero en la vida? ¿Qué es lo que más nos importa? ¿Por qué estamos dejándonos la vida?

-¿Creemos en Dios? ¿Simplemente creemos que existe? ¿Existe para nosotros? ¿Se nota Dios en mi vida?

-¿Cómo vivimos el amor a Dios? ¿En la oración, eucaristía, Biblia...? ¿Vivimos el amor a Dios amando al prójimo?

-¿Es nuestra la opción por los pobres? ¿Los amamos como a nosotros mismos? ¿Estamos por ellos? ¿Y con ellos?

EUCARISTÍA 1994, 50


15.

-El evangelio, a menudo, es muy claro

El evangelio que escuchamos cada domingo, a veces, nos resulta difícil de comprender y necesitamos la ayuda de un comentario bíblico que nos ayude a captar su sentido; o bien una reflexión que nos lo acerque a la realidad. Pero, hoy, el evangelio aparece como un texto claro y sencillo y, a la vez, como un texto sugerente y profundo.

Por eso, hoy, os sugiero que os dejéis llevar por las palabras del evangelio: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser". Y aún: "Ama a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos".

-No todos tienen la vida centrada en sí mismos

A nosotros nos entienden muy bien cuando decimos que queremos mejorar nuestra posición social; o que queremos cambiar el coche para adquirir otro más potente; o que tenemos ganas de divertirnos y de realizarnos personalmente. Por eso, casi nos da vergüenza decir que "amamos a Dios", porque parece que hablamos de cosas anticuadas, que hoy ya no se llevan.

Pero, por otro lado, todavía es posible encontrar una chica joven que, después de haber compartido su adolescencia y primera juventud con los compañeros y compañeras de un movimiento cristiano, te diga que entra en un noviciado porque tiene ganas de hacerse monja para toda la vida. A esta chica, ¿qué la podía mover a dar este paso, si no el amor de Dios?

Hoy en día también es posible escuchar en el despacho parroquial a un hombre de mediana edad afirmando que él no es creyente, pero que ha leído, en un libro de su hija, que se llama "amor de Dios" lo que ha estado buscando toda la vida. Posiblemente, entre aquellas personas que buscan la verdad, cuando todo invita al engaño; o que quieren justicia, a pesar de la comedia de los poderosos; o que tienen "palabra" en medio de tantas conveniencias sociales; encontraríamos algunas que experimentan el Amor (en mayúscula) de Dios (que para ellas aún no tiene nombre).

-Jesús concreta cómo debe amarse a Dios

Jesús nos dice que debemos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Es lo mismo que decir que debemos amarle de un modo total, implicando toda nuestra persona. Sin embargo, encontramos muchas personas que nos preguntan: ¿y de qué servirá este amor? Y nosotros deberíamos responder convencidos que es el centro, el núcleo de nuestra vida. Que es el eje vertebrador que da sentido a nuestra existencia. Que nos ahorra nuestra admiración por los ídolos, que nos llevan obsesivamente hacia la perdición. Nosotros deberíamos poder repetir, cuanto sea necesario, que el amor de Dios es el centro de la vida del hombre, porque no nos aleja del amor al prójimo, sino que nos hace caminar hacia él con generosidad y entrega.

-Cerca del Reino de Dios hay muchos no creyentes

Muchas personas, ¡hay que reconocerlo!, pueden ser no creyentes y, en cambio, estar muy centradas. Con toda seguridad que Jesús les diría a cada una: "No estás lejos del reino de Dios, aunque no uses su nombre".

Pero, otras personas, que todavía están buscando el sentido de su vida y quieren aclarar cuál debe ser el centro de su existencia, probablemente encontrarían la felicidad si preguntasen, como el escriba del evangelio: ¿que es lo más importante para que mi vida sea feliz? Pues, inmediatamente, podríamos escuchar la respuesta de Jesús: "El amor de Dios y el amor a Dios", que siempre deben ir vinculados al amor a los hermanos, pero que tienen una entidad propia: porque Dios es un Tú personal, y Él es el único Señor.

Me atrevo a invitaros a hacer una prueba: si amáis a Dios por encima de todo y servís a los hermanos con todo vuestro ser, podréis comprobar cómo, poco a poco, vais convirtiéndoos en hombres nuevos, como Jesucristo. Aquel que ahora se hará presente en medio de nosotros para alimentarnos y hacer crecer nuestra capacidad de amar.

J. M. GRANE
MISA DOMINICAL 1994, 14


16. ATEO/SUPERFICIAL

EL ATEÍSMO DEL CARBONERO

Dios es el único Señor

Son bastantes los que, durante estos años, han ido pasando de una fe ligera y superficial en Dios a un ateísmo igualmente frívolo e irresponsable. Se podría decir que viven un «ateísmo de carbonero».

Hay quienes han eliminado de sus vidas toda práctica religiosa y han liquidado cualquier relación con una comunidad creyente. Pero, ¿basta con eso para resolver con seriedad la postura personal de uno ante el misterio último de la vida?

Hay quienes dicen que no creen en la Iglesia ni en «los inventos de los curas», pero creen en Dios. Sin embargo, ¿qué significa creer en un Dios al que nunca se le recuerda, con quien jamás se dialoga, a quien no se le escucha, de quien no se espera nada con gozo?

Otros proclaman que ya es hora de aprender a vivir sin Dios, enfrentándose a la vida con mayor dignidad y personalidad. Pero, cuando se observa de cerca su vida, no es fácil ver cómo les ha ayudado concretamente el abandono de Dios vivir una vida más digna y responsable. Bastantes se han fabricado su propia religión y se han construido su propia moral a medida. Nunca han buscado otra cosa que situarse con cierta comodidad en la vida, evitando todo interrogante que cuestionara seriamente su existencia o les obligara a plantearse una conversión.

Algunos no sabrían decir si creen en Dios o no. En realidad no entienden para qué pueda servir tal cosa. Ellos viven tan ocupados en trabajar y disfrutar y tan distraídos por los problemas de cada día, los programas del televisor y las revistas de fin de semana, que Dios no tiene sitio en sus vidas.

Pero, nos equivocaríamos los creyentes sin pensáramos que este ateísmo frívolo se encuentra solamente en esas personas que se atreven a decir en voz alta que no creen en Dios. Este ateísmo está también en el corazón de los que nos llamamos creyentes, pero sabemos que Dios no es el único Señor de nuestra vida ni siquiera el más importante.

Hagamos solamente una prueba. ¿Qué sentimos en lo más íntimo de nuestra conciencia cuando escuchamos despacio, repetidas veces y con sinceridad estas palabras: «Escucha... El Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser?» ¿Qué espacio ocupa Dios en mi corazón, en mi alma, en mi mente, en todo mi ser?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 241 s.


17. CRITERIOS

¿ESTAMOS CERCA, O LEJOS?

Jesús está a punto de entrar en su Pascua. El clima se ha vuelto hosco a su alrededor. Poco van a entender ya sus enemigos, por mucho que les hable: ellos sólo buscan, descaradamente, una excusa para acabar con Él. Pero Jesús, cuando habla a estas alturas de su vida, está pensando más en los que vendremos después que en los que escuchan en directo sus palabras. Desde aquí hasta el final, todo serán conceptos que tratarán de resumir y concretar su mensaje; palabras precisas que, al paso del tiempo, irán ganando para nosotros en hondura, pues sabemos que son palabras que expresan su última voluntad, su testamento.

Hoy, al responder al letrado, Jesús nos da la quintaesencia de toda su doctrina: amar. Pero ¿y las normas?, pensamos; ¿no va a quedar todo atado y bien atado para que, sin confusionismos ni malentendidos, pueda verse perfectamente la linea divisoria entre el bien y el mal, entre los que lo siguen y los que lo rechazan? Pues eso es lo sorprendente y lo -de alguna manera- novedoso. ¿De qué sirven las normas, si el corazón de quien debe cumplirlas respira en otra sintonía? ¿No será mucho mejor convertir ese corazón al amor, de modo que él mismo vaya descubriendo lo que ese amor le pide, las obras que debe realizar como expresión de ese amor? ¿Para qué los sacrificios de animales, si no brotan de un corazón que ama? Pero hay todavía otra genial precisión: la unión indisoluble que hace Jesús entre al amor a Dios y el amor al hermano. Corta así toda escapatoria hacia una vida de engaño, de hipocresía. El amor al prójimo es lo que mejor demuestra que ese amor que decimos tener a Dios no es una farsa.

'No estás lejos del Reino de Dios', dice Jesús al letrado. Quien acepta que el amor a Dios, hecho vida en el amor al hermano, es lo más importante en la vida, que ese amor vale más que todas las normas, incluso que los mejores actos de culto al Señor, está ya a las puertas del Reino de Dios. Es ésta la novedad que Jesús ha traído, la que ha repetido tantas veces y ha hecho vida en su vida de tantas maneras. Para hacerse discípulo suyo, habrá que enderezar los pasos por este camino.

Vale la pena pararnos aquí, cuando se acerca el final del año litúrgico, y hacemos estas o parecidas preguntas: Mi comunidad y yo, ¿estamos cerca, o lejos del Reino de Dios? ¿Cuál es nuestro punto de insistencia en la predicación, en la catequesis, en los consejos que damos a nuestros hijos? ¿Cuáles son los criterios que nos mueven para elegir o nombrar a nuestros dirigentes, para aconsejar a un hermano que pasa por mal momento, para aceptar o rechazar un cargo que nos proponen? ¿Qué hay, de verdad, en el fondo de nuestros desalientos, de nuestras frustraciones? ¿Necesitamos que nos impongan muchas normas para actuar, o el amor se encarga de llevarnos más allá de la norma? ¿Qué aspectos subrayamos cuando revisamos nuestra vida para someterla al sacramento del perdón?

¿Qué óptica usamos para calibrar la madurez de un novicio que quiere profesar, o de un seminarista que pide la Ordenación, o de un joven para administrarle la Confirmación?

¿Qué medida aplicamos para discernir si una persona es buena cristiana, si un educador cristiano da la talla, si Dios estará o no contento con nuestra vida?... En una palabra: yo, que me llamo cristiano, ¿estoy cerca, o lejos del Reino de Dios?

JORGE GUILLÉN GARCÍA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 173 s.


18. 

1. «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

En el evangelio de hoy queda claro que no habría sido necesario llegar a ninguna desavenencia entre judaísmo y cristianismo. Hay unidad en lo que respecta al mandamiento más importante e incluso respecto a la necesidad de añadir el mandamiento del amor al prójimo al del amor a Dios, que lo trasciende todo. Aparece incluso una declaración de Jesús según la cual el letrado que le ha interrogado en el evangelio «no está lejos del reino de Dios». Pero la unanimidad llega aún más lejos: el letrado añade al final de su réplica, aprobando lo que acaba de decir Jesús, que este doble primer mandamiento «vale más que todos los holocaustos y sacrificios», con lo que se sitúa el cumplimiento del amor a Dios por encima de toda veneración puramente cultual; algo que, por lo demás, ya había sido previsto por Oseas: «Quiero misericordia y no sacrificios» (Os 6,6; Mt 12,7). Pero es quizá aquí donde se manifiesta la enorme distancia que existe entre la comprensión judía y la comprensión cristiana (de la que dará testimonio la segunda lectura): si los sacrificios de la Antigua Alianza se tornan caducos con Cristo, es porque su cumplimiento del amor a Dios y al prójimo en su muerte en la cruz y en la Eucaristía hace coincidir pura y simplemente amor vivido y sacrificio cultual, y porque gracias a esta suprema entrega de amor, el amor de Jesús al Padre y a nosotros los hombres alcanza una intensidad que era inconcebible en la Antigua Alianza. Pero esto no invalida el «primer mandamiento» que Israel supo formular de modo tan admirable (ni siquiera la Nueva Alianza pudo expresarlo mejor); la diferencia está solamente en que antes de Jesús nadie pudo llegar «hasta el extremo» (Jn 13,1), como llegó Jesús, en el amor a Dios y al prójimo.

2. «Escucha, Israel».

Es aquí, en la primera lectura, donde el gran mandamiento se expresa por primera vez y en toda su perfección. Está introducido con la afirmación: «El Señor nuestro Dios es solamente uno». No hay más dioses, «nuestro Dios» es el único Dios. El politeísmo divide el corazón del hombre y su culto; el único Dios exige la totalidad indivisa del corazón humano con todas sus fuerzas. Por eso entre el amor que Dios exige y el corazón humano no hay ningún dualismo: no es como si el corazón estuviera dentro y el mandamiento viniera de fuera o de arriba, sino que, por el contrario, el mandamiento debe quedar escrito en el corazón del hombre: «Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria»; con otras palabras: el amor a Dios exige desde dentro todo el coraz6n y todas sus fuerzas.

3. «Jesús tiene el sacerdocio que no pasa».

La segunda lectura subraya una vez más de la manera más clara el carácter existencial del sacerdocio de Jesús, que ya no necesita ofrecer sacrificios de animales en el templo -algo que los sacerdotes anteriores debían hacer cada día por sus propios pecados y por los del pueblo-, sino que se ofrece a sí mismo como víctima sin mancha en una autoinmolaci6n necesaria para nuestra verdadera expiación. Y como «Jesús permanece para siempre», su ofrenda sacerdotal en la cruz no es un hecho del pasado; Jesús «tiene el sacerdocio que no pasa», su sacrificio es siempre y en todo momento algo actual «porque vive siempre para interceder en nuestro favor». Por eso su Eucaristía, a partir de esta su existencia eterna, puede hacer presente aquí y ahora su sacrificio único en virtud de su «sacerdocio que no pasa».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 202 s.


19. 

¡LOS DOS HIJOS MELLIZOS!

Conviene aclarar algo desde el principio. El letrado que se acercó a Jesús, solamente quería saber cuál es el primer mandamiento. Nada más. Y fue Jesús quien, por su cuenta, añadió lo demás: «El segundo es amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos».

El pueblo de Israel conocía perfectamente la supremacía de Dios. «¿Quién hay como Tú? ¡Nadie hay semejante a ti!», aclamaba cada día. Sabía, por eso, que «hay que amarle por encima de todas las cosas». Lo que no había sospechado es lo que dijo Jesús: que el amor al prójimo tiene las mismas características; y que, por lo tanto, hay que amarle con el mismo amor con que amamos a Dios.

Parece ser que aquel letrado lo entendió, ya que Jesús le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Lo que ya no está tan claro es si lo entendemos nosotros. FE/ALIENACION Porque, por no sé qué maniqueísmo congénito, tendemos a «separar lo que Dios ha unido»: el amor a Dios y el amor al prójimo.

Efectivamente, cristianos existen que buscan la santidad y el seguimiento de Jesús en un recital de actos de piedad y devociones. Piedad y devociones que suelen llevar aparejada una ascética de «huida» y desinterés por la problemática del hombre y del mundo. «Ser bueno» ha significado, para muchos, «liarse la manta a la cabeza» y no querer contaminarse con las preocupaciones del vivir diario. Y existen otros cristianos que buscan una santidad sin Dios, un cristianismo sin Cristo; y ponen toda su dedicación en su compromiso temporal, en su solidaridad material con el prójimo. Todavía se aferran muchos a esa teoría que dice que «la religión aliena al hombre y no le deja encarnarse en la problemática del mundo». O con palabras del Concilio: «Al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, lo aparta del esfuerzo por levantar la ciudad temporal».

No podemos separar, amigos, lo que Dios ha unido con estos dualismos. A Cabodevilla le gusta recordar qué bien pintó el Ghiotto «la caridad». Toda vestida de rojo, ofreciendo a Dios un corazón con su izquierda y un cesto de frutas a los hombres con la derecha. Así, las dos manos ocupadas, a la vez, en esos dos amores, que en realidad son un solo amor.

Amar a Dios en los hombres y amar a los hombres por Dios. De otro modo, nuestro amor podría ser un fraude. Lo dijo claramente Juan: «El que diga que ama a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso».

Cada mañana y cada tarde tenemos que vivir en el ejercicio constante del «primer mandamiento». Y, para que este corazón nuestro no se nos incline unilateralmente por caminos dualistas de olvidar al prójimo con la tapadera de creer que amamos a Dios, o de olvidar a Dios con la excusa de que andamos muy atareados con el prójimo, aceptemos gozosos la fórmula que nos dio Jesús. Medirá el amor que le hemos tenido a El, basándose en la proporción en que «hemos dado de comer o de beber..., hemos visitado..., vestido..., etc.», al que «tenía hambre o sed..., estaba desnudo..., o enfermo..., o encarcelado, etc., etc».. Por aquella elemental razón: «Porque cualquier cosa que hagáis a un pequeño, me lo hacéis a mí».

A-DEO/A-H/PEGUY: Ved qué cosa tan bella escribió Ch. Peguy: 

«El amor de los hombres a Dios y el amor de los hombres entre sí son los dos hijos mellizos del amor de Dios a los hombres». ¡Los dos hijos mellizos!

ELVIRA-1.Págs. 189 s.


20.

Frase evangélica: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y al prójimo como a ti mismo»

Tema de predicación: EL AMOR A DIOS Y AL PRÓJIMO

1. Entendemos normalmente por mandamiento un precepto u orden que nos viene de Dios o de la Iglesia. En realidad, «mandamiento» es, en el Nuevo Testamento, encargo o invitación que el discípulo acepta porque es creyente y quiere serlo. Los mandamientos básicos no son leyes, sino bienaventuranzas. No se ama por ley, sino por decisión libre y personal basada en el afecto. Los mandamientos son invitaciones a ejercer la caridad.

2. Los dos mandamientos de amor y fidelidad a Dios y amor y lealtad al hombre eran ya conocidos en el Antiguo Testamento. «Prójimo» era sinónimo de «hermano». Entre los prójimos se crea una relación amorosa o amistosa. Ser prójimo de alguien es entrar en su compañía para estar con él o ayudarlo. Por consiguiente -se dice ya en el Levítico-, al prójimo hay que amarlo con el amor de Dios.

3. En tiempos de Jesús se habían multiplicado los mandamientos considerablemente: había 613. En las escuelas rabínicas se discutía cuál era el «primero» o el «mayor»: rechazo de la idolatría, observancia del sábado, prohibición de derramar sangre, no profanar el nombre de Dios, etc. Se discutía quién era prójimo para un israelita. Jesús expresa con toda nitidez el mandamiento nuevo, que sustituye al antiguo de la vieja alianza. Antes se insistía más en el «temor» de Dios. Frente a los escribas y fariseos, Jesús se apoya en las Escrituras, desautoriza la interpretación que de ellas hacen los saduceos, en función de sus propios intereses de clase, y se manifiesta en contra de las tradiciones falsificadoras. Afirma resueltamente haber recibido del Padre dicho mandamiento, que es el distintivo de la nueva comunidad. Un distintivo, a su vez, nuevo por su contenido («unos a otros») y por su radicalidad («hasta dar la vida»). El centro del mandamiento nuevo no es uno mismo, sino Dios y el prójimo desvalido. Quien cumple con el amor al prójimo cumple toda la ley, ya que este amor es la culminación de todos los demás.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Es cierto que la caridad empieza por uno mismo?

¿Qué dificultades encontramos hoy a la hora de cumplir con el mandamiento nuevo cristiano?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 234 s.