33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXX
CICLO C
18-27

18.

1. «Ten compasión de este pecador».

La parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar, el fariseo y el publicano, nos muestra cuál es la oración que realmente llega a Dios. Ya el lugar que ocupa cada uno de ellos en el templo muestra la diferencia. Uno se pone «erguido» en la parte delantera, como si el templo le perteneciera, el otro en cambio se queda «atrás» sin atreverse siquiera a levantar la mirada, como si hubiese traspasado el umbral de una casa que no es la suya. El primero ora «junto a sí» (aquí traducido y suavizado con la expresión «en su interior»): en el fondo no reza a Dios, sino que se hace a sí mismo una enumeración de sus muchas virtudes, presumiendo que si él mismo las ve, Dios no podrá dejar de verlas, de tenerlas en cuenta y de admirarlas. Y hace esto distinguiéndose precisamente de «los demás hombres», que no han alcanzado su presunto grado de perfección. Transita por un camino que conduce directamente al encuentro de sí mismo, pero ése es precisamente el camino que lleva a la pérdida de Dios. El publicano, por el contrario, no encuentra en sí más que pecado, un vacío de Dios que en su oración de súplica («ten compasión de este pecador») se convierte en una vacío para Dios. El hombre que tiene como meta última su propia perfección, jamás encontrará a Dios; pero el que tiene la humildad de dejar que la perfección de Dios actúe en su propio vacío -no pasivamente, sino trabajando con los talentos que se le han concedido- será siempre un «justificado» para Dios.

2. «El Señor escucha las súplicas del pobre y del oprimido..., sus penas consiguen su favor».

La primera lectura lo confirma: «El grito del pobre alcanza las nubes». El pobre en este caso no es el que no tiene dinero, sino el que sabe que es pobre en virtud, que no corresponde a lo que Dios quiere de él. Pero de nuevo este vacío no basta, sino que más bien se precisa: el pobre que sirve a Dios «consigue el favor del Señor». Se trata de un servicio en la humildad del «siervo pobre», pero no de la espera ociosa del «empleado negligente y holgazán» que esconde bajo tierra su talento. Es el servicio que se presta sabiendo que se trabaja con el talento regalado por Dios, y que se confía para que realmente produzca frutos para el Señor. A este pobre Dios le hará «justicia» como «juez justo» que es.

3. "EI me libró de la boca del león".

La segunda lectura muestra a Pablo en prisión y ante los tribunales. El es el pobre que no tiene ya ninguna perspectiva terrena, porque su muerte es inminente, y que sin embargo «ha combatido bien su combate», no sólo cuando era libre, sino también ahora, en su pobreza actual, pues todos le han abandonado. Pero su autodefensa ante el tribunal se convierte precisamente en su último y decisivo «anuncio», el mensaje que oirán «todos los gentiles». Al dar gloria sólo a Dios (como el publicano del templo), el Señor le «salvará y le llevará a su reino del cielo». El publicano que sube al templo a orar queda «justificado», Pablo recibe la «corona de la justicia», y ciertamente, como él mismo repitió incansablemente, no de su propia justicia, sino de la justicia de Dios.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 291 s.


19.

Frase evangélica: «El publicano bajó a su casa justificado; el fariseo, no»

Tema de predicación: LA ORACION SEGUN JESUS

1. La parábola del fariseo y del publicano expresa dos tipos de actitudes espirituales, una de las cuales es rechazada, mientras que la otra es ensalzada. El fariseo («erguido») representa a quien se cree justo, está satisfecho de sí mismo, desprecia a los demás, forma clase aparte, confiesa los vicios de los otros y nunca pide nada a Dios: no conversa con Él, sino que monologa complaciente consigo mismo. El publicano («inclinado») reconoce su condición de pecador, siente la necesidad de salvacion y espera ser perdonado: dialoga con Dios.

2. Esta parábola, dirigida a todos los manipuladores de la religión, muestra la espiritualidad del discípulo de Jesús, que tiene que ver con la figura del publicano arrepentido, no con la del fariseo orgulloso.

3. El antiguo catecismo afirmaba que orar es «levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes con humildad y confianza». De hecho, se ha entendido la oración como plegaria individual de petición. En la nueva catequesis se dice que orar es responder a la palabra de Dios con la acción de gracias. Por supuesto, la oración es «conversación con Dios» (Santa Teresa) y supone tres realidades básicas: la Palabra de Dios (relación a su proyecto), la asamblea orante (el cuerpo de Cristo eclesial) y el cumplimiento de la justicia del reino (el clamor de los pobres desde el Espiritu).

REFLEXION CRISTIANA:

¿De qué forma hemos aprendido a orar?

¿Detectamos hoy en nuestra realidad los dos tipos de oración que presenta la parábola?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 307


20.

Los demás y yo

En verdad hoy podríamos hacer una reflexión sobre la plegaria. Tanto la primera lectura: "El Señor... escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja", como todo el evangelio: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano", nos invitan a ello, pero el "(Yo) no soy como los demás " es tan escandaloso, tan hiriente, tan actual, que creo que si el evangelio lo hemos de escuchar aquí y ahora, se impone que comentemos este "los demás y yo".

Creo que precisamente este aislamiento en nuestro Yo, -yo..., yo..., yo...- explica muchas actitudes de falta de comprensión, de cerrazón en posiciones irreductibles, de la imposibilidad de diálogo de cara a un necesario entendimiento entre todos aquellos que dicen que están el servicio del Evangelio.

Desde luego, cada uno de nosotros debe ser capaz de amarse a sí mismo, y no hacerlo es un fallo. Pero amarse demasiado todavía es peor. Todos los extremos son peligrosos y éste no es una excepción. Y, para postre, "en el pecado hallamos la penitencia".

Sí, autosuficientes, repletos de ideas y cualidades, no nos enriquecemos con las de los demás, y, a la larga, nos empobrecemos, se nos para el reloj, nos convertimos en fósiles de tiempos pretéritos, y ni siquiera la nostalgia nos aprovecha.

Precisamente el salir de uno mismo, el preocuparse por los demás, es el mejor lenitivo de muchos dolores y sufrimientos, y la solución a tantos y tantos ensimismamientos inútiles.

El fariseo

El fariseo del evangelio es un prototipo, muy a menudo, de nuestro Yo. "No soy como los demás". Es de otra raza, por lo que parece o cree él. Es distinto: ni ladrón, ni injusto, ni adúltero, ni qué sé yo cuántas cosas más podría haber añadido. No, no és como los demás.

No deber ser "normal". Y, para más "inri" no es tampoco como este publicano. Había que precisarlo bien. No fuera el caso que se pensaran que hablaba en general. Y, claro, cuando se generaliza tantas veces se dicen muchas tonterías. Y él lo tenía muy claro: "no era como los demás", ni como éste o como aquel otro, pecadores.

Y para acabar de remacharlo bien, no sólo "no ES como los demás", sino que tiene una actuación singular que Dios debe agradecerle. ¡Faltaría más! "Ayuna dos veces por semana", y para que se puedan descubrir ante él, también se rasca el bolsillo: "Pago el diezmo de todo lo que tengo".

Nosotros

Ese es el fariseo. Y mientras él se las carga, nosotros estamos tranquilos. Pero leamos la traducción en los periódicos, en nuestro corazón, y entonces...

A nivel de Iglesia, por ejemplo, ¿no ha habido a veces mucha prepotencia (se llegaba a decir que fuera de ella no habia salvación posible)? ¿No se ha mirado - y se mira muy a menudo- a sí misma, en lugar de contemplar a Cristo, predicar a Cristo y éste cnucificado?

A nivel de comunidad. de grupo cualificado, ¿no nos hemos creído los mejores? Nuestro orgullo de católicos militantes, ¿no nos ha llevado a infravalorar a los demás, tropezando con el segundo gran fallo del fariseo, que "despreciaba a los demás"?

Y, sobre todo, a nivel personal... Cada uno lo sabe, ¿no? Felicito a los que al examinarse puedan decir que nunca han hecho suya, y con particularidades muy personales, la plegaria del fariseo del evangelio de hoy. ¡Cuán fácilmente vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro!

La reflexión ha sido incisiva, pero es que nos duele tanto nuestro Yo, tanto a nosotros como a nuestros hermanos, que bien vale la pena no olvidar nunca la parábola que Cristo predicó a unos "que teniéndose por justos, se sentian seguros de sí mismos y despreciaban a los demás".

Si no nos engañáramos, si conociéramos la verdad de nosotros mismos, la de los demás y la del entorno, si fuésemos auténticos, podríamos hacer nuestras las palabras de san Pablo (2. lectura): "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe". ¡Cuánta PAZ! ¡Cuánta ALEGRIA!

JAUME BAYÓ
MISA DOMINICAL 1992/13


21.

Una vez más, también la segunda lectura de la misa merecería, no sólo que la proclamemos bien, sino que le dedicáramos un comentario. Es una página muy viva de Pablo que, ante la inminencia del final, expresa su confianza en Dios, que no le abandonará, como no le ha abandonado a lo largo de su azarosa vida de apóstol. Pero es imposible que una homilía se refiera a todas las direcciones que la Palabra de Dios nos propone.

En el evangelio, sigue la enseñanza de Jesús sobre la oración: esta vez sobre la actitud humilde que hemos de tener ante Dios.

DIOS ESCUCHA A LOS HUMILDES

El libro del Eclesiástico afirma que, si por alguien tiene Dios cierta parcialidad, es por los pobres y los humildes: "escucha las súplicas del oprimido... los gritos del pobre alcanzan a Dios". Y el salmo responsorial insiste: "si el afligido invoca al Señor, él lo escucha... el Señor está cerca de los atribulados".

Jesús lo reafirma: "el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Nuestra postura ante Dios no puede ser de orgullo y autosuficiencia, sino de humildad y sencillez. Hace dos domingos nos decía Jesús que no pasemos factura a Dios por lo que hemos hecho por él: "hemos hecho lo que teníamos que hacer". El domingo pasado nos invitaba a ser agradecidos, reconociendo lo que Dios hace por nosotros. Hoy nos disuade de adoptar una actitud de soberbia y engreimiento, en nuestra oración y en nuestra vida.

EL FARISEO Y EL PUBLICANO

La parábola del fariseo y el publicano expresa magistralmente la postura de dos personas y dos estilos de oración. Jesús no compara un pecador con un justo, sino un pecador humilde con un justo satisfecho de sí mismo.

El fariseo es buena persona, cumple como el primero, ni roba ni mata, ayuna cuando toca hacerlo y paga lo que hay que pagar. Pero no ama. Está lleno de su propia bondad. Y se le nota cuando está ante Dios y cuando se relaciona con sus semejantes. Es justo, pero con poca fe dentro. Jesús dice que éste no sale del templo perdonado. Mientras que el publicano, que es pecador, se presenta humildemente como tal ante el Señor. Es pecador, pero tiene mucha fe dentro. Éste sí es atendido.

¿DONDE ESTAMOS RETRATADOS?

¿En cuál de los dos personajes nos sentimos retratados: en el que está contento de sí mismo o en el pecador que invoca el perdón de Dios? El fariseo, en el fondo, no deja actuar a Dios en su vida: ya actúa él. ¿Somos de aquellas personas a las que, según Lucas, dedicó la parábola el Maestro: "algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás?". Si fuéramos conscientes de las veces que Dios nos perdona, tendríamos una actitud distinta para con los demás y no estaríamos tan pagados de nosotros mismos. Si nos conociéramos más profundamente, incluidos nuestros fallos con Dios y con los demás, nuestra oración sería mucho más cristiana y eficaz. Claro que no se nos está invitando a ser pecadores, para poder luego darnos unos golpes de pecho y conseguir el perdón. Se trata de ser buenas personas y "cumplir como el fariseo", pero con una actitud de humilde sencillez, "como el publicano". Sin caer en la tentación de presentarnos ante Dios a ofrecerle nuestras virtudes, nuestras muchas buenas obras, nuestros méritos.

EMPEZAMOS PIDIENDO LA AYUDA DE DIOS

En la Eucaristía, normalmente, empezamos la celebración con el acto penitencial: "Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad". Nos sentimos pobres, en presencia del Dios que es rico en todo. Ignorantes, en la presencia del Maestro. Pecadores, comparados con el Santo. Y expresamos con sencillez de hijos nuestra súplica y nuestra confianza. Para que ya desde el principio nuestra celebración no esté centrada en nuestros méritos, sino en la bondad de Dios. (El orgulloso no pide nada, no pregunta nada, nunca pide perdón).

También cuando decimos la hermosa oración del "Yo confieso" imitamos al publicano a quien alabó Jesús: dándonos golpes de pecho expresamos, ante Dios y "ante vosotros hermanos", que somos pecadores: "por mi culpa...". No está mal que, de cuando en cuando, nos peguemos golpes de pecho reconociéndonos débiles y pecadores.

Eso es hacer caso a Jesús y adoptar la actitud que él quiere que tengamos en la vida. Si en la presencia de Dios, agachando un poco la cabeza, somos capaces de decir "por mi culpa", seguro que no seremos altaneros e intolerantes con los demás. El que dice "lo siento" ante Dios, lo sabe decir también ante el prójimo.

Nuestra oración será escuchada por Dios si brota de un corazón humilde y no lleno de sí mismo. "Ha mirado la humildad de su sierva... proclama mi alma la grandeza del Señor": hizo bien Lucas en poner en labios de María de Nazaret, la primera discípula en la escuela de su Hijo, esta oración del Magníficat. A ella sí que la escucharía con agrado el Señor.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998/13 41-42


22.

- El pecado de los publicanos y la honestidad de los fariseos Los publicanos, los cobradores de los impuestos romanos, eran gente especialmente mal vista en la época de Jesús. Y desde luego con razón.

Eran agentes al servicio de los ocupantes romanos, que exprimían con impuestos a la gente de Palestina para cubrir las necesidades del imperio. No sólo eso: además de cubrir las necesidades del imperio, tenían derecho a exigir dinero para también cubrir sus propias necesidades, y así se enriquecían a costa de sus conciudadanos. Por eso eran considerados doblemente pecadores: porque eran traidores a su país, y porque eran ladrones aprovechados.

En cambio, los fariseos eran buena gente. Lo que dice este fariseo del evangelio no es ninguna mentira: eran honestos y cumplidores de la Ley, y además eran caritativos con los pobres. No había ni punto de comparación entre la manera de actuar de los fariseos y la de los publicanos: los fariseos eran mucho más dignos, mucho más fieles, mejores seguidores de la voluntad de Dios.

Pero, en cambio, resulta que en esta lectura que acabamos de escuchar queda muy claro que Jesús se siente más cerca del publicano que del fariseo. Y no sólo en esta lectura: en todo el evangelio vemos como Jesús critica frecuentemente a los fariseos, y los fariseos le critican, y en cambio parece que con los publicanos se siente mejor.

- Debemos sentir la necesidad de Dios

¿Por qué pasa esto? Es muy sencillo. Porque los fariseos estaban convencidos de hacerlo todo muy bien, como si no tuvieran ninguna necesidad del amor y de la salvación de Dios, y en cambio los publicanos sabían muy bien que su actuación era mala, y por lo tanto eran capaces de darse cuenta de que necesitaban el amor y el perdón de Dios. Claro: si alguien no necesita a Dios para nada, cada vez estará más lejos de él, por mucho que piense que cumple con todo lo que ha de cumplir; en cambio, si alguien se reconoce pecador, tendrá ganas de acercarse a Dios y de buscar su amor, y Dios podrá acercarse a él.

El evangelio de hoy nos dice una cosa muy clara: para acercarnos a Dios debemos sentir que le necesitamos de verdad. Debemos sentir que sin su ayuda y su fuerza no somos nada. Debemos sentir que, por mucho que nos esforcemos por ser buenos cumplidores de lo que nos pide, siempre nos quedará un gran camino a recorrer antes de llegar a amarlo como él nos ama, hasta que lleguemos a confiar totalmente en él, hasta que lleguemos a hacer del Evangelio el criterio de toda nuestra existencia.

Siempre nos queda un gran camino a recorrer. Porque ser cristiano, ser fiel a Dios, no consiste simplemente en cumplir una serie de preceptos: cumplir los mandamientos y ser buenos es necesario, pero no basta. Ser cristiano es mucho más, es un camino que no se termina nunca: ser cristiano es llegar a ser como Jesús.

Por eso, nunca llegaremos a ser verdaderos cristianos. Pero darnos cuenta de esta gran distancia que media entre nosotros y Dios no nos tiene que desanimar. Porque Dios no espera de nosotros que lleguemos a la perfección: lo que espera de nosotros es que no dejemos de caminar hacia él y que no dejemos nunca de pedir su ayuda. Y él, si queremos, nos tiende siempre la mano, nos arrastra hacia él. Pero tenemos que quererlo, tenemos que reconocer que lo necesitamos. El fariseo era incapaz de reconocerlo, y por eso salió del templo mucho más alejado de Dios de como entró. El publicano, en cambio, sí que lo reconocía, y por eso Dios le dió su perdón y lo puso en el camino de la salvación y de la vida

- Parémonos y reconozcamos nuestro pecado

Quizás hoy, ahora, en este silencio que hacemos después de la homilía, podríamos detenernos en nuestro interior y hacer como el publicano: repasar nuestra vida y darnos cuenta de todo el camino que nos queda por hacer hasta llegar a vivir de acuerdo con el Evangelio. Podríamos hacer como un examen de conciencia: repasar las cosas que hacemos mal, o cosas que deberíamos hacer y no las hacemos... en casa, en el trabajo, en la relación con los demás, en el uso de nuestro dinero o de nuestro tiempo, en el servicio a la comunidad, en la ayuda a los pobres, en la relación con Dios... Seguro que ya sabemos en qué cosas fallamos más. Pues recordémoslas ahora, y reconozcamos nuestro pecado ante Dios, y pidámosle ayuda para seguir adelante.

Seguro que así Dios nos acogerá con su amor, y nos llenará de su gracia, y nos alimentará una vez más con el pan de vida de la Eucaristía.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1998/13 45-46


23.

Eclo 35, 15b.-17. 20-22a:

Dios es Juez, cada ser humano ha de rendir cuenta de sus actos en El. Pero es Juez justo e imparcial. Imparcial es, pero tiene una debilidad que no puede disimular: siente una ternura especial, maternal, por el pobre, por el pecador, por el indigente. Dios no tiene acepción de personas, pero sus predilectos son los necesitados. Y qué es la Biblia toda sino el relato de la "opción preferencial" de Dios por los pobres ? Por eso "la oración del humilde traspasa las nubes".

2 Tim 4, 6-8. 16-18:

La humildad es la verdad. Pablo no hace alarde de méritos propios, ni hace comparaciones, odiosas de su persona y sus actos. Sólo reconoce que ha recorrido el camino acertado gracias a la ayuda y al favor de Dios; por eso exclama :"El Señor estuvo a mi lado, llenándome de fuerza, para que la predicación del mensaje fuera llevada a cabo por mí, llegando a oídos de todas las naciones." Pablo no busca laureles de nombradía y fama humanas; sólo espera el premio del amor y la misericordia de Dios: "La corona de los santos con que me premiará en aquel día el Señor..."

Luc 18, 9-14: La parábola del fariseo y el publicano.

La parábola del fariseo y el publicano procede toda por la vía del contraste. Entran en escena dos personajes totalmente opuestos: el fariseo y el publicano. El año 160 A.C, se formaron en la nación judía grupos para salvar la pureza de la fe y las costumbres judías frente a los enemigos. Entre estos grupos están los fariseos. Su nombre viene del arameo "peryssaya", "los separados", porque su rigurosa observancia de la ley los separaba de la gente común (lo que ellos llamaban el "pueblo maldito"). Algunos de ellos eran sacerdotes, otros rabinos. El pueblo veía en ellos sus guías espirituales y los llamaba maestros. Exigían a la gente un trato especial y honorífico. Ellos tenían poder para decidir lo que estaba prohibido o permitido (atar y desatar).

Otro de los grupos eran los publicanos. Éstos eran los que recogían el impuesto que los judíos debían pagar a sus amos e invasores, los romanos. Estos recaudadores de impuestos eran odiados por el pueblo por ser "colaboradores" de los romanos. En cierto modo eran unos traidores a la patria. Además tenían fama de ser corruptos, pues solían enriquecerse a costa de lo cobrado a sus compatriotas. Formaban con la plebe y con las prostitutas la clase social llamada "pecadores". Jesús es criticado precisamente por los fariseos porque "trata con publicanos y pecadores y come con ellos" (Luc 15,2). Pero Jesús, trasunto del amor de Dios, siente un cariño especial por ellos, por ser "pecadores". Con escándalo de los circunstantes se hospedará en casa de Zaqueo, jefe de publicanos (Luc 19,5), e incluso, con estupor de todos, escogerá para colaborador íntimo a Mateo Leví, publicano y rico, para convertirlo en el apóstol Mateo ( Mateo 9, 9).

En la parábola, fariseo y publicano suben al templo a orar. Hay contraste en las actitudes externas: El fariseo se adelanta, y erguido (de pie) comienza su oración; el publicano se queda atrás; está inclinado, pues no se atreve a levantar los ojos y se golpea el pecho. Hay también contraste en las palabras que pronuncian en el interior cada uno. El fariseo habla con verbosidad ampulosa ponderando sus méritos. El publicano sólo pide piedad porque se reconoce pecador.

Pero es en la actitud de fondo donde el contraste es mayor. El fariseo no hace oración porque no necesita de Dios. Está lleno de sí mismo y sólo puede contemplarse a sí mismo; él es su propio dios. Realiza entonces un culto de egolatría. La acción de gracias con que inicia su discurso es una falsía, una comedia. No puede dar gracias porque él se ha hecho a sí mismo. Sólo puede dar gracias quien es capaz de recibir algo. El fariseo no puede recibir nada; se paga de sí mismo. Su actitud es pecaminosa, pues no sólo es un acto de orgullo frente a Dios, sino que además desprecia a su prójimo, al publicano.

Recordemos el encabezamiento del texto: "Puso esta comparación por algunos que estaban convencidos de ser justos y que despreciaban a los demás".

Quien más, quien menos, todos nosotros los cristianos nos creemos y estimamos como "los buenos" de la jornada. Los cuestionamientos, las exhortaciones, las reprensiones que suscita la Palabra son para los otros. Ellos sí que necesitan correcciones, nosotros no. Todo lo racionalizamos y justificamos, y así seguimos tan campantes, instalados en nuestra mediocridad.

Cuánto nos enseñan la actitud y las disposiciones del publicano. Hay ante todo en él una apertura de corazón para recibir: actitud que es fundamental en un cristiano. Nada tiene sino vacío y por eso pide la piedad: "Dios mío, ten piedad de mí..." Y la piedad de Dios es su amor infinito de Padre. El publicano está dispuesto a recibir el amor de Dios; en cambio, el fariseo se cierra al amor, porque está lleno de sí.

El publicano no ofrece ayunos y diezmos; únicamente ofrece su propio pecado: "...que soy un pecador". A veces, como seres humanos, no tenemos que ofrecer a Dios más que eso: nuestra propia imperfección, nuestra limitación.

Finalmente la parábola nos hace comprender el paso de la antigua Alianza a la nueva Alianza. El fariseo obra así porque se halla atrapado en un mundo de normas rígidas y prácticas legalistas, que hay que cumplir al pie de la letra (letra muerta), pero sin amor: es Ley Antigua. Pero ahora ha llegado el tiempo de la misericordia, el tiempo del gran don, del perdón, dádiva del amor gratuito: es Nueva Alianza. Dios nos pide ahora que nos dispongamos a recibir su amor gratuito. Ésta es la actitud fundamental del cristiano: la disposición para recibir el amor.

Para la conversión personal

- Analicemos : ¿cómo es mi manera de tratar a Dios?

- ¿Cómo hago oración?

- ¿Me creo mejor que los demás?

- ¿Tengo conciencia de mi ser pecador? ¿Soy humilde ante Dios y ante los hermanos? - ¿Abro mi corazón al amor gratuito de Dios?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

- ¿Qué actitudes "farisaicas" conocemos: en el mundo, en la Iglesia, en nuestro país, en nuestro ambiente...?

- ¿Qué es lo esencial del "fariseísmo"? ¿Por qué es contrario al Evangelio?

- ¿Tenemos algo también nosotros de ello? ¿Cómo podríamos evitarlo?

- ¿Qué podemos hacer para comprometernos en la superación del fariseísmo?

Para la oración de los fieles

-Para que el Señor nos dé a todos el conocimiento íntimo de nuestras limitaciones y de nuestros pecados para que nunca despreciemos a los demás, roguemos al Señor.

-Para que seamos humildes, "andando en la verdad", sin enorgullecernos ni infravalorarnos,

-Para que nuestras comunidades sean ejemplo de relaciones fraternas modélicas, donde cada uno pone todos sus dones al servicio de los demás y todos valoran los dones -pequeños o grandes- que el Dios dio incluso al más pequeño de los hermanos...

-Para que la Iglesia dé al el mundo el ejemplo de ser una comunidad en cuyo seno sus miembros no buscan el poder ni el arribismo, sino el servicio desinteresado y humilde...

Oración comunitaria

Dios Padre Nuestro, cuyo Hijo se encarnó en nuestro linaje humano despojándose de sus títulos de gloria y pasando por "uno de tantos": enséñanos a caminar tras sus huellas, poniendo nuestro corazón sinceramente en la verdadera gloria: el dar nuestra vida humildemente en el amor y el servicio. Así te lo pedimos gracias al ejemplo que nos dio Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, y lucha y camina con nosotros, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


24.

1. Comisionado Bossuet por el Papa Clemente XI para examinar el espíritu de las cistercienses jansenistas de Port-Royal, sintetizó en una frase al Papa su dictamen: "Puras como ángeles, soberbias como demonios". Esta anécdota, nos facilita la comprensión de la actitud suficiente que observa el fariseo en su oración.

2. El mensaje de LA ORACION que Lucas nos ofrece, no es una predicación teórica, sino enriquecida con gestos y detalles plásticos y escenas evocadoras de gran viveza. La constancia y la perseverancia en la oración la ha expresado Jesús en la parábola del juez inícuo y la pobre viuda: "¿Dios no hará justicia a sus elegidos que están clamando a él día y noche? " (Lc 18,1). Por esta escena de la viuda conocemos que hay que orar día tras día, con perseverancia. Pero como no basta orar externamente, sino que es necesario que la oración brote de la hondura de la vida, nos propone hoy Jesús, la parábola del FARISEO Y EL PUBLICANO, en la que destaca que la oración exige sinceridad y limpieza interior Lucas 18,9. Exige humildad, que "es andar en verdad; que lo es muy grande no tener nada bueno de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira" (Santa Teresa. VI Moradas 10,8).

3 Al Templo, el lugar de la oración, suben un fariseo, un hombre que cumple la ley, y un publicano que, aunque es hebreo, colabora con el poder romano, y con Herodes, como recaudador que agobia al pueblo con sus impuestos y como tal, odiado y despreciado por la gente y considerado pecador, por sanguijuela. Y malmirado, sobre todo, por los fariseos. Jesús ha comprobado y sufrido muchas veces esta actitud, y se la reprocha reiteradamente, con el ánimo de que despierten. Conocemos sus frecuentes diatribas contra ellos.

4. El fariseo sube al templo: aprecia y valora la oración y la practica. Pero ora con palabras huecas y con gestos vacíos. Está recontando ante Dios sus propias virtudes de las que está suficientemente satisfecho, encantado de haberse conocido: Tiene alta su moral, su "autoestima" como hoy se dice. "Ni es ladrón, ni es injusto, ni es adúltero". Le bastan sus propios valores humanos. Se conforma con ellos. Y se los atribuye: "No soy como los demás". Sería verdad que no tenía aquellos pecados, pero no se le pasaba por la cabeza que se lo debía a Dios. Sólo Dios es santo. Los hombres de sí, nada, menos que nada, pecado. No deja pues, ni una rendija abierta para que la gracia pueda penetrar en su conciencia y le haga ver que ante Dios es pura nada. Se mueve entre dos polos: su orgullo y el desprecio del publicano: "no soy como ese publicano". Es el mismo tipo del hermano cumplidor del pródigo, que rechaza a "ese hijo tuyo" que ha derrochado tu dinero en malas mujeres, y lo contrapone a él tan cumplidor y estricto. A este hombre le ha hecho mal su cumplimiento. Quizá si hubiera dado menos importancia a sus obras legales y hubiera cometido fallos, le hubiera argüido su conciencia.

5. Cuenta el cardenal Lustiger, arzobispo de París, hablando de su antecesor, Cardenal Veuillot que se decía de él: "cuando pasa el cardenal, parece que va diciendo: "Yo, el obispo". Enfermó de cáncer y ya en fase terminal, madurado por el dolor, termina Lustiger: "ahora, éste es el arzobispo que necesitamos". La anécdota no es exacta, pero ilustra para entender la suficiencia que proporciona la riqueza moral u honorífica. Y es que, aunque han cambiado mucho las cosas, siempre la Iglesia ha sido tentada por el poder, y sobre todo en Francia, que con Napoleón, vivió la identificación de los obispos con los prefectos y generales, y la integración del cuerpo episcopal en el conjunto de los cuerpos constitutivos.

6 El publicano por el contrario, se presenta ante Dios y se descubre profundamente pecador. Experimenta la necesidad de salir de su pecado y pide con humildad su auxilio. Conoce su realidad y la reconoce. Y sin atreverse a levantar los ojos al cielo, se golpeaba el pecho, significando su arrepentimiento. El pecado le ha hecho bien al publicano

7. Por eso es humilde y, abrumado por sus pecados, siente la necesidad de ser perdonado y de ser tratado con misericordia. El publicano también se mueve entre dos polos, pero verdaderos: La santidad de Dios y su pecado. Y habla con Dios de verdad. Su oración es auténtica. Se dirige a Dios, reconociendo que sólo él le puede comprender y perdonar y darle fuerzas, auxilio y ayuda, para salir del pozo de su vida pecadora.

8. El publicano ha sabido orar. Es una parábola. Por lo tanto, lo que Jesús pretende con ella es expresar plásticamente su enseñanza: "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas. Les gusta orar puestos de pie en las sinagogas, o a la vista de la gente en las calles, para que les vean los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Vosotros orad a vuestro Padre en secreto en vuestra habitación, con la puerta cerrada" (Mt 6,5).

9. Jesús no ha querido con la parábola hacer un tratado de teología, pero nosotros podemos razonar y orar sobre ella. ¿Quién ha conducido al publicano al templo? El lo pisa poco. Es Dios es el que le conduce, y el que le toca el corazón. Por lo demás, Jesús quiere en la parábola descubrir la fuente de la oración, para poner de relieve las diferentes actitudes y enseñarnos hoy que no son patrimonio exclusivo de fariseos y publicanos. No son anacrónicas. Hoy también se dan. Y la Palabra se nos proclama para que nos miremos en ellas.

10. La oración del publicano es interior y auténtica. Y como "El Señor escucha las súplicas del oprimido; y no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y el juez justo le hace justicia" Eclesiástico 35,15, tesis de Ben Sirac, que anticipa el resultado de la parábola del publicano, éste bajó a su casa justificado. La justificación del publicano es el más elocuente cumplimiento, de la revelación de la primera lectura. Dios está con los pobres, con los pecadores, con los débiles, con los insatisfechos de su pureza, con los que lloran, con los maltratados y humillados. Está con ellos porque son los que más le necesitan. Porque así es el Amor que goza abajándose, compadeciéndose, perdonando.

11. Dios no quiere que peques, ni que te den motivos para llorar, ni que te maltraten, ni que sean injustos contigo, por eso está más cerca de tí, porque estás más solo y experimentas tu infelicidad. Quiere que seas feliz. Te ha creado para eso. Si los demás,o tus circunstancias y debilidad te hacen desgraciado, ahí está él para aliviar tu carga: "Venid a mí los que estáis cargados y abrumados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28). Por eso y para eso es Padre/Madre.

12. Es verdad que "si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. No será castigado quien se acoge a él" Salmo 33.

13. En la parábola de Jesús, lo menos importante es el rito de la oración:."¿Doblar como un junco la cabeza...?" (Is 58,5). El fariseo ha cumplido puntualmente todas las minuciosas ceremonias de la tradición de Israel. Pero no ha llegado al corazón de Dios. Se ha quedado en sí mismo, en su propia visión del mundo, en la soberbia satisfacción de su propia justicia: "No soy como los demás hombres". Recuenta los pecados que cometen los hombres, y dice que él no los hace. Y es verdad. Pero tiene un pecado muy grande: la soberbia, que se atreve a juzgar a los otros hombres y a despreciar en concreto a ese hombre publicano. Y Dios no tolera que toquen a sus hijos, los hombres, aunque sean pecadores. ¿Quién sabe lo que hay en la conciencia del hombre? Las caidas son preparaciones, noches. Pueden garantizarlo San Pedro, San Pablo, la Magdalena, San Agustín....

14. El fariseo no ve su pecado contra la caridad, y no reconoce su orgullo porque está ciego. No encuentra nada de que arrepentirse, por eso no se confiesa, se mira al espejo y se ve guapo. No siente la necesidad de pedir perdón. ¿Por qué lo ha de hacer, si él no roba, ni mata? El publicano, como "no va a misa", no sabe los ritos y las fórmulas y no los cumple. En su vida sólo ve pecado, y no encuentra nada bueno que pueda presentar a Dios. Pero ha entrado en el fondo de sí mismo, ha abierto la puerta de su corazón, se ha descubierto leproso y ha presentado sus llagas a quien las puede curar y crear en él un corazón puro. Ha dejado que Dios, buen samaritano, se las unja con aceite y con vino, le ilumine y le cambie. Y bajó justificado. Es decir, Dios le ha amado y él ha experimentado que ha sido perdonado y que Dios confía en él y, agradecido, quiere demostrarle a Dios que también él le ama, y por eso va a comenzar una vida nueva, cumpliendo su voluntad.

15. Es la exigencia del perdón y del amor que Dios le ha transmitido. Ha comprendido con agudeza que la oración consiste en abrir el corazón al Padre y a Jesús, que nos ama; tiene la certeza de que más allá de este mundo no hay un vacío que repite el eco de nuestras propias voces y gritos; sino un amor de Padre, que nos ama y nos escucha, aunque no sepamos cómo, contra la evidencia de lo contrario. En la práctica el hombre puede vivir sin oración, pero su alma sin oración está muerta, paralítica, dice Santa Teresa, porque la oración es la que vivifica la fe, que, por eso, sin oración, es fe muerta. Sólo en la oración, puede el hombre llegar a descubrir su intimidad como persona que es amada. Sólo por la oración puede experimentar que ha sido perdonado.

16. El publicano se sintió perdonado, como cada cristiano que recibe el sacramento de la Reconciliación. Y esa es la auténtica oración cristiana, la que se goza en el don del perdón que Dios nos ofrece, como un regalo. Por la oración cada día podemos vivir este misterio y expresarlo con gozo.

17. El fariseo no ha sabido descubrir la grandeza de la misericordia, porque estaba encerrado en los muros de sus cumplimientos, en su voluntarismo. En cambio el publicano confió en el amor misericordioso, y salió justificado. El fariseo era religioso, pero no era pobre. El publicano no era religioso, pero era pobre. Bienaventurados los pobres de espíritu... Los pobres de Yahve. Es Dios quien ha conducido al uno y al otro al templo: uno salió justificado y el otro no. La humildad y la soberbia han causado el perdón y la condenación. Por eso dice Santa Teresa, que la humildad es la base del castillo.

18. Lo que nos enseña Jesús pues, es que el orante verdadero es el publicano. Que en la base de la oración está la humildad y contrición. Que el pecador –y todos lo somos- no debe comenzar a orar pidiendo cosas, sino, ofreciendo sus pecados a la misericordia del Padre. En cambio, ha situado al fariseo como la pauta negativa del orante, por contraste con el publicano.

19. El Señor que se manifiesta como juez justo, en contraposición al "juez injusto" en el domingo anterior, y que escucha las súplicas del oprimido exteriormente, como la viuda por su adversario, o interiormente, como el publicano de hoy por sus pecados, no hace oidos de mercader ante los gritos del huérfano o de la viuda. Las penas gritadas consiguen el favor de Dios. "Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan".¿Cómo puede ser de otra manera, si para eso ha creado al hombre y le ha hecho hijo suyo en su Hijo, hasta el extremo de rescatarlo con su sangre?

20. Reconciliados con Dios, vengamos a la fuente de la vida donde Dios nos recibe y nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre.

J. MARTI BALLESTER


25. COMENTARIO 1

LOS AMIGOS DE DIOS

¿Quiénes son los amigos de Dios? ¿Los buenos? ¿Los que cum-plen las leyes y las normas? ¿Los piadosos? Puede que sí; pero con algunas condiciones: que sientan necesidad de esa amistad, que la acepten como un regalo, que no desprecien a quienes no son como ellos, que no se crean los únicos amigos de Dios.


PARABOLA CON DEDICATORIA

Al introducir esta parábola, Lucas quiere dejar claro que va dirigida a desenmascarar a los fariseos, y por una razón muy precisa: «Refiriéndose a algunos que estaban plenamente convencidos de estar a bien con Dios y despreciaban a los demás, añadió... » Si a alguno le extraña que Jesús discuta tanto con los fariseos, en esta dedicatoria encontrará algunas de las principales razones de esta permanente polémica. Pero, además, la insistencia de los evangelistas en algún tema signi-fica que, en las comunidades a las que se dirigen, tal cuestión es importante. Lo que significa que o en el mismo grupo de los discípulos de Jesús, o en las comunidades para las que los evangelistas escriben, la influencia de las doctrinas y las acti-tudes de los fariseos era un peligro que acechaba de cerca.


Y no olvidemos que el evangelio tiene un valor permanente; en donde se den circunstancias semejantes, sigue siendo válida hoy la dedicatoria de esta parábola. En cualquier caso, debe quedar claro que Jesús no ataca a las personas individualmente consideradas; son las actitudes fariseas lo que el evangelio combate.


LOS FARISEOS

Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo el otro recau-dador. El fariseo se plantó y se puso a orar para sus adentros: «Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmo de todo lo que gano».


La parábola destaca tres características de los fariseos.

La primera es su autosuficiencia: «estaban plenamente convencidos de estar a bien con Dios». Se consideran «los buenos». Se sienten seguros, «plenamente convencidos», y se atribuyen a sí mismos el mérito de su santidad, que consideran fruto de su propio esfuerzo. Ellos -no los demás, ni siquiera Dios- son el centro del cosmos. Los demás deben compararse con ellos para saber si están haciendo las cosas como Dios quiere: «Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás... »Ni siquiera la ley es el punto central de referencia del fariseo: él va más allá, paga todos sus impuestos al templo y ayuna con más frecuencia de lo que está mandado -en la Biblia sólo se manda ayudar el día de la expiación (Nm 29,7; véase Hch 27,9) y en alguna época probablemente otros cuatro días más (Zac 7,3-5; 8,19)-: «Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano».

La segunda característica es consecuencia de la primera: «...y despreciaban a los demás». Lógico. Si ellos con su propio esfuerzo han logrado llegar a perfección tan alta, los demás, que siguen hundidos en el fango del pecado, son totalmente culpables de su situación y, por tanto, despreciables. Quizá ésta es una de las características de los fariseos que menos casan con el mensaje de Jesús. El propone a los hombres que se quieran, que amen incluso a sus enemigos (Lc 6,27-38), y los fariseos excluyen de su amor no ya a sus enemigos, sino a todos los que no son, no piensan o no actúan como ellos. Y según ellos, todos éstos deben quedar también excluidos del amor de Dios.

La tercera característica es reducir la relación con Dios a un intercambio mercantil. Más que dar gracias a Dios, el fariseo le pasa factura. Si él, por sus propios méritos, ha llegado a ser tan bueno, Dios no tiene más remedio que pagarle por su esfuerzo. Quiere convertir a Dios en su deudor.


LOS AMIGOS DE DIOS

El recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de este pecador!»


El cobrador de impuestos reconoce su limitación, su pe-cado. Sólo se atreve a pedir perdón. Su confianza está en Dios, sólo en Dios. No intenta disimular sus errores compa-rándose con otros más pecadores que él (que sin duda los había). Se limita a invocar la misericordia de Dios, a rogarle que le dé gratis su amor: « ¡Dios mío, ten piedad de este pecador! » No se atreve a prometerle nada, ni siquiera que se va a enmendar; pero en su actitud se refleja el deseo de cambiar de vida y la necesidad que tiene de que Dios le ayude a realizar este cambio.


Os digo que éste bajó a su casa a bien con Dios y aquél no. Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.


La conclusión de la parábola sorprendería a cualquier observador imparcial: al recaudador, que en realidad se que-daba con lo que no era suyo, Dios lo acepta como amigo; el fariseo, que se pasaba en el cumplimiento de la ley, no consi-gue la amistad con Dios. Y es que Dios ve el corazón. Y el fariseo lo tenía de piedra, como las tablas de su ley. El había excluido el amor de sus relaciones con Dios, con quien nego-cia, y de sus relaciones con los demás, a quienes desprecia. El cobrador de impuestos era consciente de su falta de amor. Pero siente la falta. Por eso Dios lo rehabilita, le concede su amistad y lo capacita para amar. Y es que sólo el ansia de amar (que incluye el reconocimiento de que no se ama lo suficiente), nos puede poner a bien con Dios. Porque el deseo de amar es deseo de Dios.


COMENTARIO 2

LA ORACION DEL RECAUDADOR
SE CORRESPONDE CON LA DE JESUS


Esta escena de Lucas contrapone la oración arrogante del fariseo a la sencilla y confiada del recaudador de impuestos. Jesús se dirige a los discípulos, algunos de los cuales comparten la mentalidad farisai-ca (cf. 16,15). El fariseo, satisfecho de su condición de hombre pretendidamente «justo», no pide nada a Dios. Su acción de gracias está vacía de contenido, es un monólogo de autocompla-cencia. Es Dios quien le tendría que estar agradecido por su fidelidad de hombre observante. Forma una casta aparte (18,11: «no soy como los demás hombres») y juzga severamente el com-portamiento del recaudador. Cumple con sus obligaciones reli-giosas (18,12), sin ninguna clase de compromiso con el prójimo. Su figura contrasta con la figura del recaudador: la oración de éste es una peti-ción, reconociendo su condición de pecador (18,13). Su petición confiada obtendrá la misericordia de Dios, mientras que la acción de gracias arrogante del fariseo, que cree que se lo merece todo por sus obras, será rechazada (18,14). Lucas contrasta la figura del creyente seguro de sí mismo con la del marginado religiosa-mente hablando que confía en el amor/misericordia de Dios. En medio hay un amplio abanico de opciones. ¿Hacia qué polo nos orientamos?

 

26. COMENTARIO 3

Un fariseo y un recaudador son los protagonistas de esta parábola dirigida a "algunos que, pensando estar a bien con Dios, se sentían seguros de sí, y despreciaban a los demás", esto es, a los fariseos. La parábola comienza diciendo que "dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, recaudador o publicano".

Un fariseo. La palabra "fariseo" deriva, según la opinión más común, del verbo arameo parash, "separar" y significa "separado" o "separatista". Según esta opinión, los fariseos eran gente que se separaba de la masa del pueblo judío y se distinguía de la gente común por su observación meticulosa de la Ley, llevada hasta los extremos más ridículos.

Pero esta hipótesis no es del todo exacta, pues los fariseos no huían de suyo de la gente, sino todo lo contrario: su meta era hacer asequible y atractiva la práctica de la Torá o Ley de Moisés al mayor número posible de gente. Para conseguir este objetivo habían creado una larga y complicada casuística en torno a la Ley de Moisés con la finalidad de eximir al pueblo de las duras exigencias de ésta, facilitando de este modo su cumplimiento. El procedimiento, llevado a la exageración, había convertido la observancia de la Ley en una "carga insoportable" para el pueblo.

Para quienes acepten esta hipótesis, "fariseo" se deriva de perushí, "persianizante", por la gran afinidad entre las doctrinas fariseas sobre el más allá y la religión persa.

Jesús atacó duramente a los fariseos, porque su enorme influencia sobre la conciencia del pueblo sencillo constituía el obstáculo más serio para la implantación del evangelio, cuya finalidad era liberar al pueblo de la opresión de la Ley, reduciendo todos sus innumerables mandatos a dos: amor a Dios y al prójimo, o mejor todavía, a uno sólo: amar como Jesús nos amó.

Un recaudador. Llamado comúnmente "publicano" (en griego: telônês, derivado de telos: impuesto). Con esta palabra no se alude en los evangelios al jefe de aduanas, sino a un pequeño subalterno judío, cobrador de impuestos. Los publicanos o recaudadores eran despreciados y tenidos por pecadores públicos por su colaboracionismo con el poder romano ocupante y por sus frecuentes abusos en el cobro de impuestos. De ahí que cualquier judío observante se mantuviera alejado de ellos. Jesús, sin embargo, no se atuvo a esa práctica: uno de sus discípulos, Mateo, era recaudador; por lo demás, prostitutas y recaudadores formaban parte de su compañía.

El fariseo oraba de pie como era costumbre hacerlo en la época, no por soberbia. Era sincero al confesar no ser ladrón, ni injusto, ni adúltero. Cumplía la Ley más de lo que la Ley misma prescribía: ayunaba dos veces por semana, aunque sólo era obligatorio ayunar el día de la expiación o Yom Kippur; pagaba el diezmo de todo lo que ganaba, estando mandado pagar solamente el diezmo de los frutos principales. A decir verdad, el fariseo era un judío piadoso.

El recaudador, por el contrario, no tenía nada de qué enorgullecerse, al parecer. Reconocía su propia indigencia delante de Dios, ante quien no cabe otra postura.

Paradójicamente, en la parábola, queda mal el piadoso y bien el recaudador. Y es que Dios condena la altanería de quienes, por sus buenas obras, miran a los demás por encima del hombro. El engreimiento molesta a Dios y daña la convivencia humana. Dios se fija en aquellos en los que nadie se fija y oye a quienes se dirigen a él con el corazón abierto, libre de orgullo y palabrerías vanas. El Dios de Jesús está con quienes saben situarse ante Dios, no despreciando a los demás.

Que el Dios de Jesús toma siempre partido por quienes nadie toma partido, queda claro por la lectura del Eclesiástico (Eclo 35,12-14.16-18): "El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que Dios le atiende y el juez justo le hace justicia". Dios oye la oración del pobre, del oprimido, del huérfano y de la viuda, como oyó la suplica del recaudador.

Igualmente oyó la súplica de Pablo, cuando fue abandonado de todos. De esto era consciente el apóstol cuando, estando cercana su muerte, escribió a Timoteo: "La primera vez que me defendí, todos me abandonaron, y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo" (2 Tim 4,16-18).

  1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  2. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.
  3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica
     

27.

La primera lectura es rica en tradiciones del A.T. En ella se recoge la línea profética de la justicia por el pobre, el huérfano y la viuda; además de la predicación que recorre todas las Escrituras sobre la misericordia y la justicia de Dios. Parecería que el autor de este texto está viendo una sociedad de clases; donde unos buscan tener más privilegios a costa de otros más débiles (pobres, huérfanos, viudas), y estos privilegios y exclusiones los quieren aplicar también a su relación con Dios. Por eso nos podemos imaginar que el autor comienza diciendo: "el Señor…no hace distinción de personas".

El Evangelio es una parábola que nos quiere enseñar la verdadera actitud al acercarse a Dios en la oración. En cada uno de los personajes encontramos dos actitudes, una hacia Dios y otra hacia los hombres. Vemos como ambas afectan en la oración. Esta es ya la primera enseñanza, a la oración llevamos también nuestra relación con nuestro hermano, no vamos solos ante Dios.

Respecto a los personajes. El fariseo, se presenta ante el Señor seguro de haber “comprado” su misericordia y su amor con sus obras. El publicano (oficio relacionado con el pecado en aquel entonces) se presenta confiado en la misericordia de Dios más que en sus obras. Después el fariseo se vale de su “perfección” para excluir al publicano de su relación con Dios. Es decir, no sólo “compra” a Dios, sino que “excluye” a su hermano juzgándolo como indigno de Dios. En cambio el publicano, no dice palabra del fariseo, ni pretende echarle la culpa a nadie de sus acciones.

ACTUALIDAD Hoy en día nos encontramos con mucha gente que piensa que puede dejar a un lado a los demás en su relación con Dios. Que ante Dios, lo único que importa es que ella (él) se sienta bien. Llorar cuando obra mal y gozarse cuando se ha portado bien (no ha cometido ningún pecado). Es una relación donde el estado de ánimo no está basado en el inmenso e incondicional amor de Dios sino en las obras que la justifican. Pero Jesús es muy claro en el evangelio: el motivo del gozo de un cristiano no está en sus obras sino en el absoluto amor de Dios que se derrama sobre ella (él). Las obras son respuesta a un amor ya recibido que no está condicionado. Nuestro actuar es acto segundo en nuestra relación con Dios, Él nos amó primero. Ciertamente sin las obras no podremos gozar del amor de Dios, pero no porque con ellas compremos el amor, sino porque con ellas “no perdemos lo que ya gozamos”.

Sin embargo, la parábola va más allá. No sólo dejamos fuera de nuestra relación con Dios al hermano, sino que a partir de ella, excluimos y juzgamos a los demás. ¡Eso está aún peor! Decir que “en el nombre de Dios” podemos ignorar o agredir al que “no se porta bien” es pervertir todo el mensaje de Jesús. Excluir a quien tiene preferencias distintas, a quien ha seguido otro camino en su vida por diversas circunstancias o a quien vive según otro credo es hacer exactamente lo que hizo el fariseo (“te doy gracias Padre porque no soy como él”). En nuestra sociedad excluimos “en el nombre de Dios” al homosexual, a la prostituta, al pandillero, al niño de la calle, a los que son “distintos” que nosotros. ¿Quién nos ha puesto como jueces? ¿No son ellos igualmente destinatarios del amor de Dios?

Por último, me parece importante aclarar, que la actitud del publicano no es una “falsa modestia”. La humildad es la virtud de reconocer la verdad en nuestra realidad personal. El publicano más que recalcar sus pocas obras, se presenta así ante Dios porque reconoce el inmenso amor de Dios. Así, la humildad nace del reconocimiento del amor infinito de Dios que ha dado su vida por nosotros, y no de un sospechoso sentimiento de víctima pecadora.

PROPÓSITO Esta semana intentemos vivir el inmenso amor de Dios en nuestras vidas. Dejemos que quienes se nos acerquen puedan percibir ese amor que Dios les tiene a ellos. Que no experimenten nuestro rechazo sino “el abrazo” de un Dios que los ama a través de nuestras manos. No te vayas muy lejos para hacer este propósito, comienza por tu familia y tu trabajo.

Héctor M. Pérez V., Pbro. padrehector@reflexion.org.mx www.reflexion.org.mx