33 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXX
1-12

 

1.

Esas reuniones en las que "se comparte" el evangelio con los demás son un buen medio para penetrar en sus riquezas gracias a las diferentes reacciones: "Mira, ya no había pensado en eso". Se puede incluso vivir momentos desconcertantes cuando el Espíritu inspira a algunos: "A mí, lo que me impresiona del texto... A mí, desde que oí esta llamada...".

La única sombra es que a veces algunos grupos se pierden en discusión de ideas o en descripción de hechos (¡y hasta de anécdotas!) y llegan a olvidar... la cita que se tiene con Jesús.

Lo que hay que recoger es su contacto, su mirada, su voz, sus gestos, todo lo que deja transparentar su ser y lo que nos introduce a través de él en el sentido profundo de lo que quiere ofrecernos.

En este sentido, Marcos resulta precioso. ¡Qué reportaje tan vivo esta curación de Bartimeo! Estamos entre la gente, un ciego grita, le dicen que se calle, grita más fuerte todavía y le toca a Jesús en el corazón. Jesús espera esos gritos, escucha nuestra fe, salta de gozo cuando es firme: "Llamadlo". La gente, como siempre, cambia inmediatamente de actitud. Si antes se quejaba del ciego, ahora lo anima: "¡Vete! ¡Ten confianza! ¡Te está llamando!". Todo lo que llamamos apostolado está en ese impulso: "¡Acércate! ¡Te está llamando!".

Dios quiere que sepamos decir: "El te llama". Pero que sepamos también escuchar cuando alguien -o un libro, o una voz interior- nos dice: "El te llama".

Bartimeo arroja su manto que le molesta para ir corriendo hacia Jesús. También aquí la imagen es dinamizante. Despojarse de todo estorbo, despertarse de la vida comodona, separarse de todo lo que nos tiene lejos del Señor.

Tener una confianza de hierro. Como todo el mundo, Bartimeo sabe que Jesús es el carpintero de Nazaret. Muchos tropiezan en ello. Pero él grita su fe; es el primero en proclamar bien alto que el nazareno es el hijo de David, el mesías. Estando ya en la luz, el ciego dice: "¡Maestro!". Pide con tanta fe, que el poder de Jesús puede transformarlo de arriba abajo. La última palabra de este evangelio es la que más tiene que movernos: "Lo siguió por el camino".

Lo que significa "tu fe te ha salvado" es la salvación en que uno entra cuando sigue a Jesús. Bartimeo recobra la vista y mucho más: unos ojos para ver tan bien a Jesús que se convierte en discípulo suyo.

No se había engañado Jesús al escuchar los gritos de esa fe vigorosa. Sin duda no es aún la fe plena que se desarrollará después de la resurrección, pero ya Bartimeo está seguro de estar ante el mesías, está seguro de que la fuerza misma de Dios lo va a tocar en Jesús y, una vez hecho esto, no vacila un segundo: si Jesús es la fuerza de Dios, hay que seguirle.

Nosotros, que sabemos de Jesús mucho más que Bartimeo, ¿tenemos ojos para mirarlo? ¿Hasta sentir en nosotros ese deseo que ha hecho nacer a los santos: "Quiero seguirte"?

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 103


2. FE/CZ

-POR EL CAMINO, HACIA JERUSALÉN

Nunca se puede saber con certeza si cuando un evangelista coloca una escena en un momento determinado tiene sólo la intención de narrar aquella escena o si le da además un sentido especial. Pero lo mismo da: aunque el evangelista no le quisiera dar ese sentido especial, nosotros se lo podemos encontrar y sacar provecho de él.

La escena de hoy es la última escena que narra Marcos antes de la entrada de Jesús en Jerusalén para sufrir allí la pasión. Jericó es la última etapa del camino a Jerusalén. Y una vez atravesado el pueblo, a la salida, cuando se inicia el último trayecto que Jesús hará antes de entregar la vida, la curación del ciego Bartimeo, que estaba sentado al borde del camino, y que llama a Jesús por su nombre mesiánico, se convierte en un paradigma sobre el que vale la pena reflexionar. Jesús y Bartimeo es Jesús y cualquiera de nosotros, cualquier creyente. Porque cualquiera de nosotros tiene grandes dificultades para ver. Para ver el camino, para comprender el camino, para creer el camino. Porque el camino es la cruz: Jesús está llegando a la cruz, y nadie comprende que él, el Hijo de David, será el Mesías precisamente desde la cruz. El domingo pasado, la penúltima escena antes de entrar en Jerusalén, mostraba la inmensa lejanía de las expectativas de los apóstoles con respecto a lo que Jesús se disponía a vivir. Con todo, a pesar de nuestra ceguera, nosotros, como el ciego, queremos algo nuevo.

No sabemos muy bien qué podemos esperar de Jesús, qué nos ofrece él, cuál es su camino para nosotros. Pero sí sabemos una cosa, la única que vale la pena saber: en él está la luz.

Nosotros sabemos que pasa a nuestro lado, y le llamamos, y le mostramos nuestra complicada fe y confianza. Y él se detiene donde estamos nosotros, y nos hace llamar. Y tenemos la suerte que haya alguien que nos venga a buscar y nos acompañe hasta él (¡todos tenemos personas que nos llevan a Jesús!). Y nosotros soltamos el manto, y nos levantamos de un salto y vamos hacia él. Y entonces, el diálogo personal: "¿Que quieres que haga por ti?" -"Que pueda ver" -"Anda, tu fe te ha curado". "Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino". Por el camino quiere decir hacia Jerusalén, hacia la cruz. Difícilmente podemos imaginar que Marcos, cuando explicaba la escena, no tuviera la clara intención de darle un significado más allá de la pura curación física de la ceguera. Seguro que estaba lanzando una invitación a sus lectores -a nosotros- para que, como el ciego, le pidamos a Jesús que nos abra los ojos a fin de que seamos capaces de comprender su camino: él será el Mesías porque vivirá la vida con las únicas armas del amor, las únicas armas de Dios. Y le pidamos al mismo tiempo que, como el ciego, nos animemos a tener sus mismos criterios, los criterios que le llevarán a la cruz, los criterios que hemos ido desgranando a lo largo de estos domingos en los que hemos ido siguiendo, página por página, este segundo evangelio.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 14


3.

-LOS CIEGOS DEL EVANGELIO

La posición estratégica en el evangelio de Marcos de la curación de dos ciegos, el de Betsaida (/Mc/08/22-26) y el hijo de Timeo (10, 46-52), nos hace comprender que tienen una función pedagógica en la formación de los discípulos de entonces y de todos los tiempos, a la que se dedica Jesús desde que los empieza a llamar a su seguimiento.

El primer bloque del evangelio de Marcos nos muestra cómo el interés de Jesús, su palabra y su actuación, se centra en un primer momento en confrontar a los discípulos con su persona y su mensaje. Se trata de comprender el gozoso anuncio y construcción del Reino y optar por él. Para ello hay que aceptar la autoridad de Jesús que lo propone, frente a la autoridad de los escribas y fariseos, custodios de una anquilosada y rutinaria Ley. La experiencia de Jesús no puede ser más descorazonadora ante la actitud de los discípulos: "¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís?" (8, 17-18). Sin embargo la curación que sigue del ciego de Betsaida es un respiro de esperanza: Jesús es capaz de abrir los ojos a esta comprensión y opción por el Reino. El ciego, tras su actuación, "comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas" (8, 25). Como quien no quiere la cosa, ahora Pedro ya es capaz para Marcos de confesar que Jesús "es el Cristo", es decir, ha comprendido su misión del Reino y su autoridad y opta por él. Curiosamente tras esta ceguera curada, Jesús "les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él" (8, 30). ¿No parece una contradicción cerrar el camino de la transmisión evangélica a quienes al fin han comprendido y han adoptado? Queda todavía algo muy importante. Para seguir a Jesús es necesario conocer y aceptar su camino. Si las palabras claves en una primera fase del discipulado son comprensión y opción (o confesión), los conceptos indispensables en este segundo momento son camino y seguimiento. Desde la opción de Pedro, Jesús se esfuerza en abrir a los discípulos los ojos sobre su camino hacia el Reino: "Debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, lo sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte, y resucitar a los tres días.

Hablaba de esto abiertamente". (8, 31-32). Su camino no es el del poder, el triunfo aplastante, el de la dominación (cosa, por otra parte, evidente desde el principio, porque de los contrario en lugar de haber nacido en una cueva de pastores lo hubiera hecho en el palacio de Herodes...), sino el del servicio hasta la muerte si fuera preciso. También en esta segunda fase pedagógica Jesús debe experimentar una amarga decepción, simbolizada finalmente en el "honesto" tráfico de influencias que intentan Santiago y Juan para contar con una posición honrosa en el Reino, a lo que Jesús pacientemente responde con "el que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor... que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir..." (10, 45).

Pero también aquí, en plena ceguera sobre el "camino" de Jesús, queda un resquicio para la esperanza: Jesús quiere y puede abrir los ojos para que le puedan seguir por su mismo camino. El evangelista coloca aquí con enorme intención al ciego Bartimeo. Está "sentado junto al camino" (ahora entendemos mejor lo que esto significa en este momento de la pedagogía de Jesús), sin poder andar a pesar de que le interpela con el título mesiánico de "Hijo de David". No le falta fe, Jesús mismo va a elogiarla y a decirle que es el comienzo de su salvación. Su ceguera es sobre el "camino", al borde del cual permanece sentado. Su humildad le lleva a comprenderlo y a pedir la ayuda de Jesús: "ten compasión de mí". A pesar de la cerrazón de los discípulos con respecto al camino de Jesús, no estaba dicha la última palabra. Y la de Jesús es de curación. "Recobró la vista y le seguía por el camino". Camino y seguimiento! Ahora ya juntos marchan hacia Jerusalén. Curiosamente, es la primera vez que Jesús en Marcos no ordena silencio al ciego. ¡Puede hablar y seguirle porque va por su mismo camino! Esa palabra se desatará de manera explícita en los labios del centurión ante la cruz de Jesús con la confesión de un no creyente: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Entonces ya había desaparecido toda ambigüedad respecto al camino de Jesús y a dónde le había llevado.

-CAMINO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS

La segunda ceguera pienso que es muchas veces más peligrosa para nosotros los cristianos, colectivamente en cuanto Iglesia y personalmente en cuanto creyentes. El sutil engaño puede ser creer que "el comprender y optar" de la fe, no necesita concretarse en el "camino" para "seguir". Nadie duda de que los Concilios reúnen a "obispos" creyentes, pero la aportación del Vaticano II fue precisamente revisar el "camino" por el que marchaba la Iglesia y confrontarlo con el de Jesús. Se suponía la opción y la buena voluntad en todos, se trataba sólo de "discernir" los medios para hacer histórico el Reino en nuestro tiempo.

Porque forma parte del mismo evangelio no sólo su contenido sino los medios con los que se transmite. Un contenido evangélico puede confiarse a medios antievangélicos, como lo tenemos que reconocer los cristianos humildemente en la historia de la Iglesia. El Vaticano II y después el compromiso de Medellín y Puebla fue un abrirse los ojos de la iglesia con respecto a su camino.

Los Ejercicios Espirituales y retiros que los creyentes hacemos normalmente versan más sobre el discernimiento del "camino" para seguir a Jesús que sobre la "decisión" (que se supone). Y aquí, autores espirituales como Ignacio de Loyola nos avisan sobre los enormes engaños a que estamos expuestos y que tenemos que desenmascarar. En definitiva, se trata de aceptar que creyendo en Jesús muchas veces no le seguimos porque tenemos una enorme ceguera con respecto al "camino".

El evangelio de hoy nos invita a la esperanza, si humildemente, "sentados junto al camino", somos capaces de clamar: "Hijo de David, ten compasión de nosotros". Buena petición para cada uno de nosotros y también para el conjunto de la Iglesia.

DABAR 1988, 53


4.

Salía de Jericó seguido de bastante gente cuando un grito le hizo detenerse en el camino. Era Bartimeo (uno de los pocos personajes evangélicos a los que conocemos por su nombre propio) que desde su ceguera imploraba la luz. Gritaba, a pesar de su impotencia y a pesar de la oposición violenta de los que seguían a Jesús y que intentaban imponerle silencio, porque lo interesante para ellos no es que aquel hombre recuperara la vista sino que no se perturbara el ambiente general del que estaban disfrutando, que nada extraño rompiera la aparente armonía de la comitiva. Y el grito de Bartimeo llegó directamente al corazón de Cristo, se paró en seco y lo llamó. La respuesta a su petición fue fulminante. La luz llegó a los ojos cansados de Bartimeo. Un torrente de color lo invadió. Supongo que su primera y más profunda mirada sería para aquel Rabbi que tan exactamente había contestado a sus deseos. El Evangelista añade que, recobrada la vista, seguía a Jesús por el camino. Supongo que ese seguimiento duraría toda su vida. Porque, otro dato interesante, en su prisa por acercarse a Jesús, Bartimeo había abandonado lo único que tenía: el manto; un manto que quedó olvidado en el camino como testigo mudo de la mutación de un hombre.

Dos realidades hay en esta página evangélica que resulta interesante comentar. Una, que Bartimeo, antes de recuperar la vista había recuperado la capacidad de gritar tanto y tan intensamente que llegó a molestar a los circunspectos acompañantes de Jesús. La capacidad de gritar está en cierto modo relacionada con la infancia. Un niño, cuando quiere algo, no duda en gritar, no duda en ser molesto, porque, entre otras cosas, se encuentra pequeño y no tiene la sensación de que puede resultar inoportuno. Grita también el hombre adulto en los momentos difíciles de su vida, en los momentos de angustia, de profunda inquietud, aunque, posiblemente en estos momentos, el grito del hombre sea más bien un grito interno. La realidad es que hay momentos en los que abandonando los convencionalismos o las pautas uno grita y se decide a dejar el borde del camino para plantarse en el medio de él y buscar el horizonte pasando por encima de los que intentan imponer silencio para que no se moleste "al Maestro".

Y Bartimeo hace todo eso, el grito y el salto en medio del camino, cuando se decide a dejar el manto. Para seguir a Jesús es inevitable dejar algo. Unos dejaron sus barcas, Bartimeo tuvo que dejar su manto. Y a lo que parece lo hizo sin pensarlo demasiado. Aquel manto que, en cierto modo lo cualificaba, que en cierto modo era testigo de su invalidez y que le servía para recoger las limosnas que le arrojaban y para defenderse del frío de la noche, no iba a servirle de nada si, como deseaba fervientemente, iba a acabarse su deficiencia.

Fue Bartimeo un hombre decidido. Saltó sobre su manto, la única pertenencia que tenía, y gritó sin poder lo que otros apenas se atrevían a susurrar: "Hijo de David", es decir, ¡Mesías! Es evidente que Jesús ama a los hombres como Bartimeo, a aquéllos que conscientes de sus deficiencias, que saben de sus invalideces, que han tenido experiencia inolvidable de su ceguera, de sus carencias, a hombres que han sido capaces de gritar su impotencia, su pequeñez, su necesidad de los otros; es evidente que Jesús ama a los hombres que reconocen en su vida zonas de sombra, que no tienen certezas absolutas, que no tienen la respuesta exacta para cada tremendo problema de la vida y de la muerte, que no son como aquellas curiosas lecciones de apologética de los lejanos tiempos del bachiller. Es posible que esa sensación de carencia que hizo gritar a Bartimeo y que le condujo junto a Jesús para no separarse jamás de El no la sintieran los que caminaban pausadamente a su lado. Por eso no comprendieron el grito angustiado del ciego y pretendieron que callara.

Y es evidente que Jesús ama a los hombres que son capaces de dejar al borde del camino sus grandes o pequeñas pertenencias, sus seguridades, sus garantías, para plantarse a cuerpo descubierto en medio del camino y arrostrar el riesgo de una elección, la aventura de un sendero desconocido con la confianza puesta en el Rabbi que pasa junto a él en el camino de su vida.

DABAR 1985, 52


5. FE/LUZ

Uno de los signos mesiánicos de la presencia del Reino de Dios es que los ciegos ven.

En esta perspectiva se debe situar la narración evangélica de hoy, en la cual, por otra parte, destaca Marcos el poder y la bondad de Jesús.

Junto a la dimensión milagrosa del poder de Jesús hay que destacar el sentido curativo y salvífico de la fe, que aparece aquí como una luz capaz de quitar la ceguera humana y no sólo la de la vista material. La fe es una luz que ilumina y da sentido a la vida del hombre. Veamos cómo puede ser esto teniendo como referencia el caso de Bartimeo.

En Bartimeo el poder de Jesús y la fe obran el milagro. "Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino". Si hay algo que señalar en Bartimeo es su sentido de búsqueda ("sentado al borde del camino") gritando a Jesús y saltando rápido para acercarse. Lo demás es cosa de Jesús y de la fe. La experiencia decisiva y salvífica de Bartimeo es que recobra la vista, y al decir que sigue a Jesús, se nos está indicando que al mismo tiempo que la luz de sus ojos apagados recibe otra luz y emprende un camino nuevo: el de la fe.

Pero ¿cómo es para nosotros, hombres de hoy, la fe en Jesús una luz que alumbra nuestra existencia? Paradójicamente la luz pasa por la ceguera, lo mismo que la fe es una luz en la oscuridad. Quien no tiene conciencia de su ceguera y del corto alcance de su mirada no busca ni pide la luz. Y esta conciencia de ciegos hay que reconocer que no nos gusta nada a los hombres de hoy. Somos propensos a pensar de forma extremosa que o todo está claro, mentalidad cientifista, o que nada se aclara en definitiva, mentalidad nihilista. El primer paso es reconocer nuestra condición de ciegos para alcanzar la luz de la fe.

Que la fe en Jesús es una luz que ilumina la vida, es experiencia, de muchos hombres de todos los tiempos, también de hoy, y como experiencia es algo que está ahí y se puede explicar de muy diversas maneras, aunque la explicación no es ya el hecho originario.

La luz de la fe ilumina y da sentido a la vida del hombre porque pone claridad en el origen, de dónde venimos, y en el término, el fin de nuestro destino. Dicho así la cosa tiene un cariz filosófico y frío y apenas nos dice nada. Pero la fe ilumina de una forma más cercana y cálida la existencia individual y comunitaria de cada uno de nosotros. Sin tener siempre pendiente sobre nuestras cabezas ese horizonte majestuoso de la trascendencia aunque abiertos a él. Me refiero a la vida de cada día, a lo que debo hacer en cada momento, al camino justo que debo emprender. Si debo tender la mano al prójimo o, por el contrario, desconfiar, guardar las distancias y ser duro. Si merece la pena abrirse a la esperanza y al amor y poner cariño en las cosas o desentenderme e ir a lo mío, porque al final todo es lo mismo, un sinsentido. Aquí, en esta encrucijada cercana y diaria, es donde más necesita el hombre la luz y el calor. Y aquí es donde para muchos, a través de dos mil años, la fe en Jesús se ha convertido en luz y calor. A todos éstos, lo mismo que a Bartimeo, Jesús les ha abierto los ojos y se sienten iluminados porque miran la vida y las cosas con otra claridad.

Esto no es otra cosa de razón, aunque también se puede razonar, sino de experiencia y de vida. Por ejemplo, cuando viendo uno la actitud de Jesús que prefiere que lo maten a matar, y oyendo el Sermón de la Montaña cae en la cuenta de que el perdón y la misericordia es el único camino de la fraternidad entre los hombres y se dispone a seguirlo.

O como cuando Pablo, siguiendo la enseñanza de Jesús nos dice que el mejor camino para el hombre es el del amor y no el del poder o el del saber, y nos describe y hace ver cómo es ese amor, y uno en esas palabras capta una luz y un sentido que ilumina, anima y da sentido a su vida.

J/MARXISMO: Recuerdo haber leído en un pensador marxista, creo que Machovec, que a él no le gustaría vivir en un mundo que hubiese perdido la memoria de Jesús y de cuanto éste ha significado para el hombre como es el perdón y el amor.

DABAR 1982, 53


6. PARA CUANDO COINCIDA CON EL DOMUND

El tema de la Jornada del Domund se casa perfectamente con el tema de la liturgia de la palabra de este domingo. La salvación universal de todos los pueblos (primera) llega por medio de la fe (tercera) en Jesucristo, sacerdote universal (segunda).

El pasaje del evangelio de Marcos está jugando con la visión, la ceguera y la fe. Muchos van con Jesús, camino de Jerusalén. Aparece un personaje nuevo, que no camina con Jesús, sino que está inmóvil, porque no ve: el ciego Bartimeo. Pero cuando se entera de que es Jesús de Nazaret quien pasa por allí, este hombre que no ve con sus ojos, ve -con otros ojos- en Jesús al HIjo de David. Toda la escena en movimiento que Marcos nos presenta se detiene por un momento en torno a este hombre inmovilizado junto al camino.

Jesús llama al ciego. Este se acerca precipitadamente a Jesús. Y Jesús le dirá: tu fe te ha salvado. Y Bartimeo, ya vidente desde aquel momento, se añadirá al camino de Jesús, siguiéndole gozoso. No es que tuviera fe porque viera a Jesús, sino que porque fue capaz de ver a Jesús de otra manera -porque tuvo fe- recobró la vista y se agregó jubiloso al número de los discípulos.

En una Jornada como la presente podemos identificar precipitadamente la ceguera con la no pertenencia a la Iglesia. Los que no pertenecen a la Iglesia, los "infieles", son los ciegos, y nosotros, los creyentes, tenemos una luz superior, la de la fe. Sin embargo, el texto del evangelio no nos deja hacer esa identificación. El ciego de Jericó vio más que los que acompañaban a Jesús. Estos le increpaban para que se callara, lo marginaban, no lo consideraban capaz de incorporarse a la comitiva. Y, sin embargo, él, por encima de los demás, fue capaz de "ver" en Jesús de Nazaret (algo así como su nombre y apellido) al Hijo de David, que es un título mesiánico lleno de significado. El ciego resultó no ser tan ciego, sino más vidente (más lleno de fe) que los que le mandaban callarse y lo marginaban.

Esto significa que no podemos tener por ciegos a los que no se han incorporado a la Iglesia, los que no tienen noticia del evangelio o los que afirman explícitamente no creer.

Quienes ignoran la Buena Nueva de Jesús -todos esos casi tres mil millones de hombres que calificamos de no cristianos y, por eso, ciegos-, no están forzosamente privados de la fe y de la salvación misericordiosa del Dios de la salud. Desde que el mundo es mundo, Dios, que quiere que todos se salven, se insinúa en el corazón humano para ofrecer a todos su salvación. Sus caminos son ignorados, aunque entendemos con razón que los grandes sistemas religiosos que han existido a lo largo de la historia de la humanidad y que aún en nuestros días siguen alentando la religiosidad de millones de hombres, han sido y son singulares estímulos para que los hombres acepten el ofrecimiento salvador de Dios.

También en el corazón de estos hombres, como en el de Bartimeo, existe la posibilidad de la fe que salva. Pasaron los tiempos de la interpretación rígida del "extra Ecclesiam nulla salus", cuando, por ejemplo, Francisco Javier marchaba hacia los "infieles" pensando que si no oían la Palabra de Dios iban a ser casi irremediablemente condenados al infierno. Pero, entonces, ¿a qué viene el esfuerzo misionero de la Iglesia?, ¿para qué incluso esta jornada del Domund? En definitiva, ¿para qué anunciar a los hombres el Evangelio si se pueden salvar sin oírlo? Es preciso evangelizar porque los ciegos no son "los infieles", sino todos los hombres. Somos todos un poco o un mucho ciegos. Vivimos con zozobra nuestra angustiosa condición humana. La filosofía de la existencia ha ilustrado ampliamente la indigencia de nuestra condición humana. El hombre es el ser que para vivir necesita de una promesa, siempre en búsqueda de nuevos horizontes, siempre en peregrinación hacia una tierra prometida que logre calmar sus ansias infinitas, ansias de vida, de libertad, de paz, de justicia, de amor, de sentido. El hombre es un mendigo -como el ciego Bartimeo- porque su condición es angustiosa y dramática, porque sus deseos van más allá de lo que la vida en el tiempo puede proporcionarle.

FINITUD/CREATURA  V/MISTERIO  Este es el misterio de la vida humana, misterio que se traduce en un gran interrogante o, lo que es lo mismo, en una impresionante tiniebla. Sólo con la luz del Evangelio el hombre encuentra iluminado su misterio humano. En tanto llega al hombre esta "sabiduría de Dios" que es Jesús, el espíritu humano grita porque alguien se compadezca de él. Muchos hombres, por encontrar consuelo a su condición, intentan atolondrarse con mil fruslerías, pretenden engañarse con infinitos espejismos, asegurarse con fuertes garantías. Todo el consumismo de nuestros días y toda la superficialidad de tantas existencias, revelan que los hombres no están satisfechos de sí mismos. En el fondo, todo hombre se compadece de su propia condición y pide misericordia.

MISIONES/FIN Cree la Iglesia firmemente que Cristo, muerto y resucitado por todos, ofrece al hombre, por su Espíritu, luz y fuerzas que le permiten responder a su altísima vocación, y que no hay otro nombre bajo el cielo en el que puedan salvarse. Cree asimismo que en su Señor y Maestro se encuentra la clave, el centro y el fin de toda la historia humana, (GS, 10). Por eso necesita la Iglesia proseguir en el esfuerzo misionero. Esa es la fuerza interior que la anima, que nos debe animar a todos. Aunque Dios asegure al hombre, por mil caminos ignorados para nosotros, su salvación en Cristo, para un creyente verdadero siempre será motivo suficiente para evangelizar el revelar la gloria de Dios, el que Dios sea conocido y amado por todos sus hijos, porque en ese conocimiento está la vida eterna.

DABAR 1976, 57


7.

El suceso tiene lugar en Jericó, la ciudad que sirvió de puerta para la entrada en la tierra de promisión. Las seculares aspiraciones del pueblo de Israel empezaron allí a ser realidad. En Jesús encuentra el nuevo pueblo de Dios el comienzo de una nueva vida. En Jericó tuvo lugar la muerte de Herodes. Al encontrar al Cristo, quedan automáticamente muertas las tiranías. La libertad de los hijos sustituye a la disciplina de los siervos.

La verdad es que se trata de una curación "flechazo". Las cosas suceden con rapidez y sin ritualismos. Los movimientos de Bartimeo son buena prueba de ello: tira el manto y de un salto se acerca a Jesús. Descubrir al Maestro (en medio del barullo de la vida) lleva consigo una capacidad de despego de todo lo demás. El verlo lleva inevitablemente a seguirlo. Así lo hizo el ciego sin necesidad de profundas y largas reflexiones o de que otros se lo recomendasen.

Pero en toda esta narración hay una palabra central y dinámica: ver. Es el problema de un ciego que no quiere serlo y así se lo manifiesta con rotundidad a Jesús: Señor, que vea.

La peculiaridad del sentido de la vista va más allá de la mera percepción de imágenes: con ella también se habla y se escucha. Los ojos "hablan" expresando felicidad. Dichosos los ojos que ven lo que vosotros véis, les dice Jesús a los apóstoles. Los ojos "oyen" incluso el mensaje de las cosas. Jesús vio la ciudad de Jerusalén y lloró.

Ver es, sobre todo, captar el sentido profundo de la realidad que se tiene delante. El viejo Simeón supo ver la salvación en un niño; los magos la descubrieron en la estrella; la samaritana se da cuenta de que está ante un profeta... No se trata de ver la figura física de Jesús o de contemplar sus obras. Muchos las vieron, pero no hallaron su sentido e incluso juzgaron sus obras como producidas por Satanás.

Pero, ¿qué es preciso hacer para "ver"? ¿Qué condiciones permiten descubrir en Jesús al Señor? El que no nazca de lo alto no puede ver el reino de Dios. Felices los de corazón limpio porque ellos verán a Dios. Es voluntad del Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna. Porque en realidad, "quien me ve a mí ve al Padre". Jesús se presenta como el rostro humano de Dios.

No obstante, y pese a lo gozoso e inefable de esta vivencia, la experiencia de Jesús que hoy puede tener el discípulo es "como en un espejo". Pero produce en él idéntico efecto que en los convecinos de la samaritana: ya no creemos por los que otros nos dicen, sino por lo que nosotros mismos hemos experimentado.

Un nuevo interrogante puede sin embargo surgir (más en los espectadores que en los sujetos). ¿Cómo asegurarse de que lo descubierto no es un fantasma fabricado a nuestro subjetivísimo gusto? El test nos lo da ya el apóstol Juan: quien no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve.

En un mundo pragmático como el nuestro se suelen hacer alusiones jocosas a la utilidad de una sordera bien administrada. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Paralelamente, existen también ciegos voluntarios. Frecuentemente podemos sorprendernos a nosotros mismos con muchísimas respuestas y pocas preguntas, es decir, con muchos ruidos y escasa interioridad. Señor, que quiera ver. Señor, que vea aunque no quiera ver. Tú eres el sentido. Tú eres mi sentido. Haz que nazca de nuevo y mantenga mi corazón limpio.

EUCARISTÍA 1988, 50


8.

-¡MAESTRO, QUE PUEDA VER!

Bartimeo, que así se llamaba el ciego, es decir "el hijo de Timeo", es un hombre en la sombra al borde del camino, es un hombre solo, un ciego sin luz y sin camino. Pero Bartimeo es también el símbolo de todos los hombres que desean ver y caminar y vivir, es, sobre todo, un símbolo para todos en tiempos de crisis, de oscuridad, de desorientación. Un símbolo para el hombre que, a pesar de todo, busca y sigue buscando su norte y su sitio en la vida. Y junto al hombre que busca y espera, al fin pasa la Vida y la Luz y el Camino, pasa Jesús. Y con Jesús el hombre se encuentra a sí mismo y se encuentra posicionado en el laberinto de la vida.

-NO ES DIFÍCIL CREER, LO DIFÍCIL ES AMAR

A veces nos empeñamos y nos encerramos en la dificultad de creer, aduciendo crisis de fe, dificultades para creer, improbabilidad, excusas y pretextos. Porque todos los problemas de la fe se reducen a los problemas del amor y el amor es lo difícil y lo improbable, porque es lo más sorprendente. Y lo único necesario, porque sin amor el hombre queda al borde del camino, queda en la oscuridad, queda sólo, sin camino, sin luz, sin vida. Y la fe no es otra cosa que luz y camino para caminar.

CEGUERA/EGOISMO: El egoísmo reduce al hombre a sus propios deseos e intereses, le cierra los ojos y el corazón, lo paraliza al margen del camino por donde discurre la vida. El hombre que vegeta en su egoísmo tiene un corazón demasiado estrecho para acoger al prójimo, demasiado estrecho para recibir a Dios. El egoísta no ve al hombre que vive a su vera, ni escucha al que grita a su lado, por eso tampoco puede ver ni escuchar a Dios.

Para llegar a la fe y perseverar en la fe, para sentir a Dios cerca del corazón y escuchar el susurro de su voz, hace falta romper las barreras del egoísmo, salir fuera de sí y emprender el camino hacia los demás. El encuentro con el prójimo es indispensable para el encuentro con Dios, pues esto es lo primero que creemos: que Dios se ha hecho hombre.

No es posible escuchar la Palabra de Dios, si no estamos dispuestos a escuchar a los hombres. No se puede responder al amor de Dios, que se nos manifiesta en su Hijo hecho hombre, sino desde la solidaridad y en hermandad con todos los hombres. Por eso la dificultad de la fe no es otra que nuestro egoísmo, nuestra suficiencia, nuestro narcisismo. Porque la fe es apertura, encuentro, aceptación.

-CREER PARA CAMINAR FE/RAZON

No es posible dar un paso en este mundo sin la fe, religiosa o no, pero fe, es decir toma de posición en la vida y frente a la vida. Se ha dicho que la fe es creer lo que no se ve, aunque sería mejor puntualizar que es creer lo que está por ver. Pero de algún modo es verdad que la fe cree lo que la razón no ve. Por tanto, no se puede creer lo que ya se ve con la razón, pero tampoco se puede creer contra la razón. La fe no es un modo de conocer lo que no se puede conocer racionalmente, como si fuera una alternativa a la racionalidad.

Y mucho menos se puede confundir la fe con esa actitud oscurantista y fanática de refugiarse en las tinieblas de un vago sentimentalismo para huir de la luz de la razón, de la ciencia, de la evidencia empírica. La fe es más bien otra luz, una luz mayor si se quiere. Creemos para ver más, nunca para ver menos.

La fe es, además, una opción libre y personal en la que se aclara o se va clarificando el misterio de la existencia, no al margen de la vida, sino en la vida misma. No hablando sobre Dios, sino en el encuentro con Dios en Jesucristo. Sucede con la fe algo parecido a lo que sucede con el amor. El que ama no llega al amor después de haberlo pensado mucho y por haberlo pensado, como si el amor fuera la conclusión de un razonamiento lógico. Tampoco la fe es una conclusión lógica tras un ponderado razonamiento, de suerte que no creemos porque hemos entendido, sino que empezamos a entender porque creemos. Creemos, pues, para entender, en modo alguno para desentendernos.

La fe es, finalmente, una decisión que nos enrola en el seguimiento de Jesús. Es luz para el camino. Bartimeo, apenas recobrada la vista, echó a andar. Antes permanecía sentado, parado, extraviado; ahora no puede permanecer inmóvil y camina. Así el creyente.

EUCARISTÍA 1985, 49


9.

-"Anda, tu fe te ha curado": Los milagros de Jesús no son demostraciones de fuerza, sino más bien, como dice repetidamente Juan en su evangelio, "señales" o "signos". Por tanto, tienen un sentido, un significado, un mensaje, y lo que a todos nos importa es conocer lo que nos quieren decir. Como signos o "palabras visibles" apelan a nuestra responsabilidad, exigen de nosotros una respuesta práctica y la estimulan.

¿Qué significa la curación de un ciego? Que Jesús es "la luz del mundo, y el que le sigue no anda en tinieblas". El ciego estaba sentado, postrado, envuelto en tinieblas, sin horizonte ni camino. Su situación es la nuestra cuando no vemos, cuando no conocemos el sentido de nuestras vidas y su destino. Bartimeo, al recuperar la vista, se puso a caminar: "Anda -le dice Jesús-, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino". Jesús es la luz para caminar, y no devuelve la vista para que sigamos sentados, o para teorizar, o contemplar las cosas desde nuestro punto de vista.

Creer para ver: La fe no es ciega, como no lo es tampoco la obediencia. Ni la fe ni la obediencia son una dejación de la responsabilidad humana, sino todo lo contrario, porque son un acto de responsabilidad. Lo que sí es ciego, lo que sí es una dejación de la propia responsabilidad, es el fanatismo. El fanático es un ciego guiado por otro ciego, y ambos caerán en el pozo. Pero el creyente que sigue a Jesús ha recuperado la vista.

Más aún, la fe es la que nos devuelve la vista: "tu fe te ha curado". ¿De qué le ha curado? Evidentemente de la ceguera. Esto no quiere decir, sin embargo, que veamos después de haber visto o porque hemos visto. La fe no es la conclusión de un raciocinio, y mucho menos la conclusión o evacuación de la razón, del uso de la razón, como si el creyente en adelante pudiera prescindir de ella. No creemos después de haber visto, ni vemos después de haber creído, sino que vemos porque creemos: Creer para ver, creer para entender lo que sólo se entiende cuando se cree. No creer para no tener que entender, o, lo que sería peor, para desentendernos de todo y de nosotros mismos.

-Amar para creer: Tampoco el amor es ciego. Lo que si es ciego es el egoísmo. Porque el amor amplía la vista y no cierra los ojos al prójimo, no pasa de largo ante el samaritano y no lo deja tendido en la cuneta, no se desentiende de nadie. Todo eso es lo que hace el egoísmo, que reduce la vista al campo de los intereses individuales y no quiere saber nada de todo lo demás.

El refrán que dice: "ojos que no ven, corazón que no siente" no es cierto. Porque, si bien se mira, los ojos tienen sus raíces en el corazón y sólo comprendemos a las personas si las amamos. Si las aceptamos, si nos alegramos de que sean lo que ellas son, haciendo sus intereses o buscando el interés de todos, el supremo interés. Entonces nos abrimos a todo el mundo, nos exponemos al amor y en el amor, que es la luz del mundo. De lo contrario, cada cual monta su propia ideología y trata de justificar frente a los otros y contra los otros sus intereses mezquinos.

Jesús, el-hombre-para-los-demás, el que no pasa de largo ante el ciego postrado al borde del camino, es el amor que Dios ha derramado como una gran luz sobre todos nosotros. Para que veamos y tengamos vida.

La fe sin el amor no existe, es una monstruosidad. Es como la fe sin obras, una fe muerta. Porque el amor es la obra de la fe y la fe la primera obra del amor. Por la fe y el amor, inseparablemente, nos abrimos, con toda la mente y con todo el corazón, con todas las fuerzas a todos los hombres, a todos los otros, pues nos abrimos al que es el Otro de todos nosotros, al que ha querido ser el Tú de los hombres y se ha acercado a nosotros con infinita filantropía. para que los ciegos vean, para que los cojos salten como gacelas, para que los mudos canten, para que los sordos escuchen, para que nos amemos los unos a los otros y se manifieste así la gloria de Dios en la salvación de la humanidad.

Amar a Jesús, creer en Jesús, seguirle, no es andar a ciegas, sino entrar en el reino de la luz, que es un reino de fraternización universal.

EUCARISTÍA 1982, 48


10.

La curación del ciego a la salida de Jericó es una de aquellas "señales" que había anunciado Isaías para los tiempos mesiánicos. Se trata, pues, de algo más que de una simple prueba de la presencia del Mesías y del establecimiento del Reino de Dios.

Especialmente en el Evangelio de San Juan, los milagros son hechos en los que se manifiesta algo de la íntima realidad del Reino de Dios. La verdad se hace visible en los milagros, por eso San Juan los llama "signos" o señales. La curación de Jericó tiene un significado: nos habla del Reino de Dios. Su sentido es el mismo que descubre el evangelista San Juan en la curación de aquel otro ciego de nacimiento que fue expulsado de la sinagoga. En este caso, al encontrar de nuevo Jesús al ciego de nacimiento, dice: "He venido a este mundo para hacer un juicio: para que los que no ven, vean; y los que ven (los presuntuosos que se fían de sus propias luces, cfr. Jn/09/24/29/34), se vuelvan ciegos" (/Jn/09/39). La curación de la enfermedad corporal de un ciego es en los evangelios una señal que nos habla de la curación de la ceguera del corazón. Jesús es la luz de nuestros ojos, de todos aquéllos que creen en él. El es el que nos llama a su presencia y provoca en nosotros la respuesta de la fe y nos invita a caminar siguiéndole en el penoso camino que asciende hasta Jerusalén, a la cruz, pero que ha de culminar gloriosamente en la victoria indiscutible de la Resurrección.

ICD/CEGUERA  Muchos creen hoy que los hombres padecen como nunca esta ceguera del corazón que es la incredulidad. Se habla de un mundo secularizado en el que no se ve a Dios por ninguna parte. Se dice que la Iglesia atraviesa una época de crisis y muchos temen perder su fe, bien sea por los caminos que se introducen en la Iglesia o por los que debieran introducirse y no se introducen. Pero, ¿es que la fe puede perderse como una sortija? Con frecuencia se cree que la fe es como una herencia en pacífica posesión, un cúmulo de costumbres y preceptos morales, de leyes y de doctrinas que siempre han sido. Y se piensa que la fidelidad en la fe es la permanencia en todo esto que hemos heredado de nuestros padres. Sin embargo, las costumbres y las leyes, el culto y hasta la misma doctrina, en el mejor de los casos, no es otra cosa que la expresión de la fe, su confesión. Ciertamente que la fe no puede vivir sin expresarse, como tampoco el amor puede vivir sin declaraciones de amor, pero sería muestra de una ligereza peligrosa el confundir el amor con las palabras de amor, con los regalos o con los gestos de amor. Pues detrás de tales manifestaciones de amor puede esconderse la indiferencia, la traición, la infidelidad o el simple vacío... Así también ocurre con las expresiones de la fe.

FE/PRACTICAS. Uno puede practicar por simple costumbre, por conveniencia o por otras razones, sin tener fe. FE/QUE-ES: La fe, la verdadera fe, es vida. Es aquella vida personal que nace como respuesta a la palabra de Dios en un encuentro con Cristo y que se ejerce día a día siguiendo a Jesús. La fe es caminar en compañía del Hijo de Dios que se ha hecho prójimo de todos los hombres. La fe es seguir adelante a pesar de todos los obstáculos, de todos los problemas y dificultades. Porque los problemas existen. Más aún, una fe sin problemas sería tan absurda como una vida sin problemas. La fe no es todavía la visión de Dios. El creyente no lo sabe todo, pero él sabe de quién fiarse y camina con la esperanza de encontrarse con Dios cara a cara.

La fe no es una respuesta teórica como la que un discípulo da a su maestro. Ni siquiera es sólo tener por verdadero aquello que el discípulo escucha de labios de su maestro. La fe es obediencia, es una respuesta práctica a la llamada del amor de Dios que se manifiesta en el rostro de Cristo. Una fe sin amor no es la verdadera fe, la verdadera respuesta que Cristo espera de nosotros. Y un amor a Dios que no se ejerza en el amor al prójimo no es verdadero amor. Se comprenderá entonces que la fe tenga sus raíces en el corazón y que resulte imposible cuando el corazón se resiste por su egoísmo a dar esa respuesta práctica a la llamada de Dios. Hay muchos ciegos que lo son porque no quieren ver. Hay muchos que están sentados al borde del camino que sube a Jerusalén, a la cruz, en medio de las tinieblas de su propia ceguera, y que oyen lo que se dice de Cristo y el rumor de los que pasan por el camino, pero que cuando llega el momento no saben gritar como el ciego de Jericó: "Hijo de David, ten compasión de mí", o no se atreven a "soltar el manto, dar un salto y acercarse a Jesús".

EUCARISTÍA 1970, 58


11. PARA CUANDO COINCIDA CON EL DOMUND

Hoy celebramos la jornada universal de las misiones. El Domund quiere ser, cada año, una llamada a abrir nuestras comunidades cristianas a la solidaridad con los hermanos más necesitados de los países del "Sur", de los pueblos del "Tercer Mundo". La solidaridad cristiana abarca a todos los demás en sus necesidades materiales, sociales y religiosas. Y esto es precisamente lo que hacen los misioneros en todo el mundo.

Juan Pablo II nos ha dirigido este año a todos una encíclica en la que manifiesta la preocupación de la iglesia ante los graves problemas que plantea hoy el desarrollo integral del hombre y de los pueblos. El Papa subraya que la opción por los pobres, que debemos hacer y que debe ser práctica, "no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor".

-"Hijo de David, ten compasión de mí"

Hemos leído que el ciego que estaba sentado al borde del camino por el que pasaba Jesús con sus discípulos y con mucha gente, gritando se dirige al Señor y le dice: "Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí". El Evangelio dice que "muchos lo regañaban para que se callara". Les molestaba, no era su problema. Pero el ciego gritaba más fuerte, movido por una fe en Cristo surgida del fondo de su indigencia.

La gente pasaba de largo ante la necesidad de este hombre, y seguramente de tantos como él. Cristo no. El manifiesta el amor y la solidaridad de Dios para con el hombre, en sus oscuridades, en sus dolores y en las injusticias que sufre en toda la tierra. Por eso le llama y le hace recobrar la vista. Con ella Cristo da a Bartimeo la capacidad de llegar a ser un hombre nuevo, un hombre que ha hallado también en Cristo la luz interior que tanto esperaba.

Cristo se compadece del ciego, se solidariza con su necesidad muy concreta: la luz para sus ojos y al mismo tiempo la luz de la fe para su corazón. Nosotros, sus discípulos, ¿somos solidarios? La actitud del Maestro es un reto a nuestra solidaridad. ¿Oímos el grito de millones de hombres, mujeres y niños del Tercer mundo a quienes les falta casi todo? ¿Nos damos cuenta de que ellos también quieren "ver" a Cristo y a su Evangelio para encontrar un sentido a su vida? Nuestro "Primer mundo", el mundo de los ricos, tiende a convertirnos en personas egoístas que sólo piensan en tener más y más, aunque sea aprovechándose de los pobres. Los cristianos debemos recordar que somos hijos de un mismo Padre, que para todos envió a su Hijo, que habitamos en un mismo mundo -cada vez más interdependiente- y que es necesaria "la colaboración de todos, especialmente de la comunidad internacional, en el marco de una solidaridad que abarque a todos, empezando por los más marginados" (n. 45), como dice el Papa.

-"Una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos" Estas palabras del profeta, que hemos escuchado en la primera lectura, nos confirman la voluntad de Dios, que se conmueve ante su pueblo disperso y afligido: lo liberará de la esclavitud de Babilonia y lo retornará a su tierra y a su dignidad. En esta voluntad divina hallamos dónde apoyar nuestra esperanza, que es posible y que nos dice que vale la pena trabajar por la solidaridad con los pueblos más pobres.

Existe una forma muy clara de solidaridad: ir a compartir con esta "gran multitud" de la que hablaba el profeta. Y esto es lo que realizan miles de hombres y mujeres cristianos que se han solidarizado con los hermanos necesitados de la luz para sus ojos y de la luz cristiana para sus corazones. Con su vida entregada a los hermanos, los misioneros nos dicen que la solidaridad debe llegar a formas muy concretas de compartir.

Los misioneros y los hombres y mujeres de buena voluntad que van al Tercer Mundo necesitan: nuestro interés, nuestra ayuda y nuestra plegaria. Nosotros también necesitamos de su testimonio de solidaridad porque "nos ayuda a ver al "otro" -persona, pueblo o nación-, como un "semejante" nuestro, una "ayuda" para hacerlo partícipe como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios" (n. 39).

Al continuar ahora nuestra celebración, seguramente a cada uno de nosotros el Señor también nos preguntará: "¿Qué quieres que haga por ti?". Respondámosle decididos como aquel ciego de Jericó: "Maestro que pueda ver". Que mi fe sea la luz que me lleva a seguirte y a no pasar de largo ni hacerse el sordo ante el clamor de mis hermanos de aquí y del Tercer Mundo, que tienen hambre, sed, están enfermos o en la prisión y padecen todo tipo de calamidades e injusticias. Maestro, haz que te vea a ti en cada uno de ellos, y que ellos también te conozcan y te sigan. Haz que yo sea solidario para que te pueda servir gozosamente en ellos, como lo hacen mis hermanos misioneros en los países más pobres del mundo.

J. JORBA
MISA DOMINICAL 1988, 20


12. PARA CUANDO COINCIDA CON EL DOMUND

-Este domingo, dedicado a las misiones, nos permite reflexionar y vivir con mayor profundidad algo que es esencial para los cristianos: la dimensión universal y misionera de nuestra fe. Es el deseo de Jesucristo, manifestado tantas veces en el Evangelio, el punto culminante de la Eucaristía que celebramos: "Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados".

-Hoy, la lectura de san Marcos, nos ayuda a ver la importancia y los efectos del anuncio del Evangelio a los alejados de aquí y del mundo entero. Y el profeta Jeremías, en la primera lectura, nos muestra que este anuncio va dirigido a todos. "Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas; una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos".

1. "EL CIEGO BARTIMEO ESTABA SENTADO AL BORDE DEL CAMINO PIDIENDO LIMOSNA

-La situación de Bartimeo nos impresiona fuertemente: ciego y pobre, es como el prototipo de los desgraciados de su tiempo y del nuestro. Sus ojos están huérfanos de luz y, necesitados de todo, tiene que vivir de las limosnas de los que pasan por el camino de Jericó a Jerusalén. En este mismo camino Jesús va a colocar al buen samaritano de la parábola, que se compadeció de aquel hombre que había caído en manos de ladrones y le ayudó con un amor práctico.

-También nosotros debemos acercarnos decididamente a la dolorosa realidad del subdesarrollo de tantos hombres y pueblos del Tercer Mundo y ayudarles con aquella caridad que es mucho más que la limosna y que se apoya en la justicia y el respeto a su dignidad y cultura, tan distinta de la nuestra. Una caridad que consiste en el amor de Dios derramado en nuestros corazones por la presencia del Espíritu.

-Como cristianos iluminados por Cristo, tenemos que sensibilizarnos frente a las injusticias de nuestros hermanos, obligados a "pedir limosna", sin permanecer insensibles ante su ignorancia de la salvación universal de Cristo. También hoy, Jesús pasa con sus discípulos con ganas de iluminar a todos los que no han hallado aún la luz que esperan en el fondo de su corazón.

-En este sentido, ·Pablo-VI decía en la "Evangelii Nuntiandi" "Como Cristo durante el tiempo de su predicación, como los doce en la mañana de Pentecostés, también la Iglesia ve ante sí a una inmensa multitud humana que tiene necesidad del Evangelio, que tiene derecho a él, porque "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"... La Iglesia siente como propia la angustia de Cristo ante las multitudes errantes y abandonadas "como ovejas sin pastor" y repite con frecuencia su palabra: "Siento compasión por esta multitud" (n. 57).

2. "EL CIEGO EMPEZÓ A GRITAR: HIJO DE DAVID, TEN COMPASIÓN DE MI"

-El ciego Bartimeo oye hablar de Jesús y empieza a creer y a esperar en él y se pone a llamarle. Es trágica la expresión del evangelio: "Muchos le regañaban para que se callara". Aún hoy encontraríamos compañeros de Jesús que creen razonable dejar a muchos hombres y mujeres del mundo en situación de oscuridad (idolatría, superstición, miedo o ignorancia), haciéndose el sordo a sus llamadas para llegar a la plena luz.

-Ante esta actitud, tiene que ser el propio Cristo quien ordene: "Llamadlo", para que algunos digan al ciego: "Animo, levántate, que te llama". Es necesaria la fe para captar la voluntad universal de salvación de Dios manifestada en Cristo y salir al encuentro de los hermanos para conducirlos a Cristo. Esta ha sido y es la tarea misionera de los cristianos entre los hombres alejados y "ciegos" de aquí y de todo el mundo. En este paso de la oscuridad a la luz, el Señor ha querido que intervinieran, como colaboradores, otros hombres. Recordemos a san Pablo (Rm 10, 14).

3. ¿"QUE QUIERES QUE HAGA POR TI? -MAESTRO QUE PUEDA VER"

-El ciego se encuentra ya ante Jesús y se produce el diálogo necesario para que la fe "permita" al Señor obrar uno de sus signos mesiánicos. Y viene la luz a los ojos de Bartimeo, que ya anteriormente había sido iluminado en su corazón. El que fue así iluminado-salvado por Jesucristo "lo seguía por el camino" lleno de alegría y anunciando -como otros que fueron curados por Jesús- las maravillas de Dios.

-En esta jornada mundial de las misiones, demos también nosotros gracias a Dios por el don de la fe y de la luz recibidos gratuitamente. Caminar con Cristo significa comunicar por todas partes su salvación -como Juan Pablo II en sus viajes misioneros- y sentirnos igualmente enviados a llevar su esperanza y luz a todos los hermanos y hermanas marginados de aquí y del mundo entero.

DELEGADOS DE MISIONES
DE CATALUÑA Y BALEARES
MISA DOMINICAL 1982, 20