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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXX
DEL TIEMPO ORDINARIO
21-25
21. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
Comentarios generales
Éxodo 22, 21-27
El Código de la Alianza desarrolla los mandamientos del Decálogo. Aquí nos da
unas aplicaciones y ampliaciones muy interesantes de moral social:
— Israel tratará a los forasteros con humanidad y nunca olvidará los tiempos en
que fue forastero en Egipto. Con esto superará la fácil tentación de oprimir a
peregrinos y extranjeros.
— Otro grupo inerme y expuesto a ser oprimido son los huérfanos y las viudas. En
el Pueblo de la Alianza sería un pecado que clama al cielo. El Legislador
acentúa el lazo íntimo que une a todo desvalido con Dios. Dios está oído atento
al clamor de los oprimidos. Les hace justicia porque es compasivo: «Clamará a Mí
y Yo le oiré, porque soy compasivo» (26).
— Transpiran también humanidad y amor las leyes que prohíben toda usura con
cualquier hijo de Israel (24). Y más aún la prohibición de retener algo tomado
en prenda si el prójimo lo necesita: «Si tomas en prenda el manto de tu prójimo,
se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su
cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no?» (25). El N. T. será aún más exigente en
esta línea de dadivosidad y esplendidez: «Da a quien te pida; y no vuelvas el
rostro a quien quiera pedirte un préstamo» (Mt 5, 42). «Y como deseáis que hagan
con vosotros los hombres, haced vosotros con ellos» (Lc 7, 31). Cristo
universaliza la ley del amor. La Ley Mosaica no iba más allá del amor a los
hermanos de raza o sangre.
1 Tesalonicenses 1, 5-10:
En una fórmula de acción de gracias a Dios (2), Pablo enumera los motivos de
gozo y de alabanza que encuentra en sus Tesalonicenses. Con esto la alabanza
pierde todo regusto de adulación y se convierte en una discreta exhortación a
perseverar en el fervor y aun a superarse:
— Es digna de encomio la docilidad que los Tesalonicenses prestaron a la palabra
predicada por Pablo. Se ha hecho célebre su fe en Macedonia y Acaya. En toda
Grecia se habla del fervor de la Comunidad de Tesalónica. Pablo puede gloriarse
de ellos y presentarlos como modelo a otras Comunidades (8-9). Pablo, que
predicó el Evangelio en Tesalónica entre mil zozobras (Act 17-18), se goza al
ver cómo se multiplican y se vigorizan las nuevas cristiandades.
— Otro honor les cabe a los Tesalonicenses: «Vosotros os habéis hecho imitadores
nuestros y del Señor al acoger su palabra entre grandes tribulaciones con gozo
en el Espíritu Santo» (6). Grande maravilla la de aquellos neófitos que
afrontaban toda suerte de sufrimientos y humillaciones al aceptar la fe de
Cristo. Los unos, porque tenían que sufrir la enemiga del judaísmo que les
consideraba traidores a Moisés; los otros, porque se enemistaban con el culto
oficial del Imperio: «Os convertisteis a Dios; dejasteis los ídolos para servir
al Dios vivo y verdadero» (9). Los neófitos consideraban una gracia singular
poder sufrir por Cristo: «Dios os ha otorgado la gracia no sólo de creer en
Cristo, sino también de padecer por El» (Flp 1,29). El Espíritu Santo inundaba
de gozo espiritual los corazones generosos de los valientes convertidos.
— Otro estímulo que enardece aquella generación cristiana es la esperanza de la
Parusía de Cristo (10). Ellos la esperaban no con miedo, como hoy se estila,
sino con gozosa añoranza. La Parusía representaba la glorificación plena de
Cristo y de los cristianos: «Cuando Cristo, vida nuestra, realice su Epifanía
gloriosa, también vosotros la tendréis con El» (Col 3, 4). La Parusía será la
Redención y Liberación plena y definitiva (10). La Eucaristía es la Parusía que
ahora en velos de fe hace Cristo a su Iglesia peregrina. Por eso debemos
celebrarla en gozo desbordante: «Cujus mortem in caritate celebramus,
resurrectionem fide vivida confitemur, adventum in gloria spe iirmissima
praestolamur» (Pref. Comm. V).
Mateo 22, 34-40:
Una pregunta insidiosa de los Fariseos a Jesús es ocasión de que el Maestro
exponga los puntos más importantes de su divino mensaje:
— Jesús deja por siempre definido qué es lo primero y primordial en la Ley. El
mandamiento primero y máximo es sin discusión: «Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón» (37). Con esto Jesús abre una ruta luminosa de libertad y
generosidad a todos. Amor es una entrega a Dios en fidelidad y en totalidad.
— Los Fariseos podían no ver originalidad en la respuesta de Jesús. Ellos
conocían muy bien el mandamiento del amor a Dios formulado en el Deuteronomio (Dt
6, 5), y sin duda lo habrían igualmente antepuesto a todo otro. La originalidad
de la respuesta de Jesús con la que sobrepasa toda la moral de los Fariseos es
que complemento inseparable del amor de Dios es el amor al prójimo. Disociados
el uno del otro mueren los dos de inanición. Amamos a Dios en el prójimo. Amamos
al prójimo en Dios. La caridad tiene, pues, doble vivencia: Con Dios y con el
prójimo. Tiene doble fructificación: Amor y obras; amor y servicio.
— Y Jesús, con tono y autoridad de Legislador, promulga lo que va a ser la nueva
ley del Nuevo Testamento: La ley del amor en su doble e indisociable proyección:
a Dios y al prójimo. Y declara que el amor es el alma de la ley y su síntesis
(42).
«Ningún deseo de Cristo está expresado con igual energía. Adivinamos como una
tensión en sus palabras. Cual si el Señor supiese cuan débiles somos y cuan
ambiguos amadores, más inclinados siempre al amor de nosotros mismos» (Paulo VI:
11-XII-1968). Frente al egoísmo, el nuestro y el de los demás, enarbolemos la
bandera de la auténtica caridad cristiana: «A donde no hay amor—nos dirá Juan de
la Cruz—sembremos amor y cosecharemos amor». Amor a Dios, pues sería imposible
una fraternidad sin Padre. Amor a los hermanos, pues sin él ofenderíamos y
negaríamos la paternidad de Dios.
— El amor cristiano, inspirado y vivificado por el Espíritu Santo, se denomina
«Caridad».
En toda ley y norma, la caridad debe ser el principio y la razón. En caridad
debe mandar el legislador; y en caridad debe obedecer el súbdito.
En todos los carismas y ministerios, la caridad debe ser raíz y fuente. Un
ministro Evangélico que actúa sin caridad, es del todo inoperante. Sólo la
caridad edifica. En toda vida cristiana la caridad es el alma y el motor. Y sólo
es cristiano lo que va inspirado, empapado, vivificado por la caridad. Nos lo
enseña magníficamente el Apóstol en su insuperable panegírico de la caridad (1
Cor 13, 1-13).
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra”, ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.
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R.P. JUAN LEHMANN V.D.
Importancia de los mandamientos
"Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?" Tal fue la pregunta que
un escriba dirigió a Jesucristo. Aunque esta interrogación lleva el sello de una
asechanza tendida a Jesús, vamos a aprovecharnos hoy de ella para nuestra
instrucción. ¿Cuál de los mandamientos es el mayor? Es decir ¿que hay entonces
mandamientos de mayor y menor importancia? ¿No son, por ventura, todos iguales?
Lo son y no lo son.
Los mandamientos son:
I. Iguales:
a) Por su origen. Todos los mandamientos son iguales con respecto a su origen.
Su autor es Dios, el Supremo Señor. "Yo soy el Señor, Dios tuyo". Tal fue la
declaración puesta por Dios en el frontispicio del Decálogo, para infundir en el
pueblo la convicción de que no se trata de leyes humanas, sino de la expresión
de la voluntad divina. Mirados desde este punto de vista, todos los mandamientos
son iguales, porque todos ellos llevan el sello divino; todos son santos y
santificadores. No es lícito, por tanto, conculcar ni despreciar ninguno de
ellos.
El que viola alguno de ellos, aunque sea el menor de todos, menosprecia la
voluntad de Dios, y demuestra por lo mismo que es capaz de violar los más
importantes. El Apóstol Santiago nos dice que "aunque uno guarde toda la ley, si
quebranta un mandamiento, viene a ser reo de todos los demás." (2, 10.) ¿Es
posible? ¿Será entonces lo mismo matar que hurtar o calumniar? Eso no; pero el
mismo Señor que ordenó: "no matarás" —Dios—, ese mismo Dios nos intimó el
séptimo y demás mandamientos. El que mata, pero no roba, quebranta el quinto
mandamiento, más no el séptimo, y no obstante se convierte en violador de todo
el Decálogo, porque la ofensa se dirige al autor del mismo. Por eso tenían los
santos tanto horror a desobedecer a Dios aun en las cosas más pequeñas. No ama
verdaderamente a Dios el que voluntariamente le ofende, sea cual fuere el
mandamiento violado. La voluntad de Dios resplandece en todos los mandamientos,
y por eso tuvieron razón los santos al no hacer distinción entre los mismos.
b) Por su objeto. Los mandamientos son también iguales en cuanto al objeto que
persiguen. No tienen más fin que el de santificarnos, el de conservarnos en el
camino del bien, y el de conducirnos al cielo, guiándonos y orientándonos en el
viaje de la terrena peregrinación, tan llena de obstáculos y peligros. ¡Qué
ingratos son los hombres que se quejan de Dios, porque nos dio tantos
mandamientos! ¿Se queja, por ventura el peregrino, que al recorrer las
extranjeras tierras, por todas partes halla indicaciones del camino que debe
tomar? ¿Hay quién proteste de que las calles de las ciudades se hallen bien
iluminadas? ¿Es censurable el cuidadoso afán de las autoridades por evitar
desastres, prohibiendo el paso por lugares peligrosos en la tierra y en el mar?
Dios nos intimó los mandamientos no para coartar nuestra libertad, sino mirando
por nuestro bien: para librarnos de la desgracia eterna. Encomiando el Salmista
el amor divino que nos dio tan santa ley, exclama: "Los mandamientos del Señor
son rectos, y alegran los corazones; el luminoso precepto del Señor es el que
alumbra los ojos." (18, 9.) "Tuvo muchísima razón, y es de notar que al elogiar
así la ley divina procedía David después de una vida agitada y llena de
experiencia. La misma experiencia nos hará reconocer también a nosotros cuan
santos son los fines que persigue la divina ley.
II. Desiguales por razón de las virtudes. — Considerados desde otro punto de
vista pueden los mandamientos en realidad revestir mayor o menor importancia,
según la mayor o menor excelencia de las virtudes a que se refieren, y la mayor
o menor gravedad de los pecados contra ellos cometidos. La reina de todas las
virtudes es sin duda la caridad, el amor de Dios y del prójimo. Será por lo
tanto el mayor de todos los mandamientos el que nos preceptúe le práctica de
esta virtud, "Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón, y con toda tu alma,
y con toda tu mente: éste es el máximo y primer mandamiento; el segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos
está cifrada toda la ley y los profetas." (Mat. 22, 37-40.)
Ante todo hemos de procurar adquirir esta virtud. "El temor del Señor destierra
el pecado" dice la Escritura (Ecli. 1, 22); pero él amor de Dios no permite que
el pecado se acerque siquiera al corazón. El pecado es comparable al hielo, y el
amor al fuego. Hielo y fuego, frío y calor son elementos incompatibles. El amor
no sólo aparta del mal, sino que engendra todas las virtudes. Donde reina el
pecado está la muerte, mas donde arde el amor divino allí está la vida colmando
el alma de alegría y felicidad. Procuremos adquirir esta virtud de la caridad y
habremos así cumplido el primero y mayor de los mandamientos.
EL AMOR DE DIOS
Interrogado el divino Maestro por un Doctor de la ley sobre cuál era la primera
obligación del hombre, respondió: "Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu
corazón..." éste es el máximo y primer mandamiento. En realidad nosotros debemos
amar a Dios:
1. Razones para amar a Dios. — a) Porque El así lo quiere . En este sentido
estaba ya formulada la ley en el Antiguo Testamento, la misma ley que Jesucristo
citó al responder al legisperito. Dios mandó al sol y a la luna que iluminasen
la tierra; a ésta le ordenó que produjese árboles y plantas; a las aves les
intimó que volasen, y al hombre le dio el precepto de amar a su Creador. Este es
el fin nobilísimo de nuestra existencia. A esto debe reducirse nuestra vida. De
nada nos valdría vivir, si no amásemos a Dios. "Tan importante es el amor de
Dios, que si llega a faltar, nada nos queda." (San Agustín). Ningún valor
tendrían las demás virtudes; de nada serviría el cumplimiento de los demás
mandamientos sin la virtud del amor de Dios; pues que de ella depende toda la
ley y los profetas. (Mat. 22, 40.) Lo mismo afirma San Pablo a Timoteo, cuando
le dice: "El fin de los mandamientos es la caridad que nace de un corazón puro,
de una buena conciencia, y de fe no fingida." (1, 5.) "La misma castidad, sin la
caridad, —dice San Bernardo—, es como lámpara sin aceite; quítese el aceite, y
la lámpara se apaga; quítese la caridad, y la castidad pierde todo su valor."
b) Porque es digno de nuestro amor. Amamos a las estrellas del cielo y a las
flores de la tierra por su hermosura. Amamos a los niños por su bondad. Ahora
bien, Dios es la infinita hermosura y la infinita bondad; Dios es el autor de
toda bondad y belleza. Todo lo bueno y hermoso que hay en el cielo y en la
tierra, todo está en Dios como en su origen y modelo infinitamente perfecto.
Y nosotros que tan fácilmente nos sentimos atraídos y fascinados por una
chispita de belleza y de bondad que la humana criatura recibió de Dios
¿habríamos de quedar mudos y fríos en presencia de la belleza y bondad
infinitas? "¿Qué comparación, Señor, puede haber entre Vos y mi nada? ¿Y qué soy
yo ante Vos, oh Señor, para que queráis ser amado por mí, hasta el punto de que
me obliguéis con precepto y con amenazas de despreciarme y entregarme a
infinitas miserias caso de que no quiera obedeceros? ¿No es ya infinita miseria
el no amaros a Vos?" (San Agustín.)
c) Porque Dios nos ama desde la eternidad. 'Amemos, pues, a Dios, ya que Dios
nos amó el primero." (I Juan 4, 19.) Amémosle por gratitud. ¡No seamos peores
que los brutos irracionales! ¡Ojalá que no tenga el Señor motivo para lanzar
contra nosotros aquella queja: "El buey reconoce a su dueño, y el asno el
pesebre de su amo; pero Israel no me reconoce, y mi pueblo no entiende mi voz."!
(Is. 1, 3.)
d) Porque amándole somos sus amigos, y no amándole, sus enemigos. Amando a Dios,
nos hacemos partícipes de su naturaleza divina (2 Pedr. 1, 4), y de la gloria
inmortal del paraíso. Si no amamos a Dios, nos hacemos semejantes al demonio y
merecedores del infierno.
2. Origen del amor de Dios en nosotros: el interés. — Nuestro propio interés
debe movernos a amar a Dios. Aunque es un amor imperfecto por ser amor de
concupiscencia, con todo, el procurar agradar a Dios, para asegurarnos su
amistad y la vida eterna, es siempre un acto de esperanza, sin dejar de ser acto
de caridad. Y Dios, siendo tan bueno, se da por satisfecho con ese nuestro amor,
aunque imperfecto. De hecho, el principio de nuestra salvación nace casi
siempre, como dice el Concilio Tridentino, del temor del infierno (Ses. 6, cap.
6). Mas este temor una vez apoderado del alma, hace crecer en ella más y más el
amor. "El temor es una de las primeras virtudes que se comunican al alma; pero
no llega a establecerse en ella, sino que cede en seguida su puesto al amor. El
temor prepara la casa; pero apenas llega el amor, desaparece." (San Agustín.) El
amor imperfecto va seguido del amor perfecto, el cual nos hace agradables a
Dios, porque es el que nos hace amar a Dios y servirle con toda fidelidad.
3. El amor de Dios no consiste en palabras, sino en obras. — Nos lo dice Jesús:
"Si me amáis, observad mis mandamientos." (Juan 14, 15.) "Por cuanto el amor de
Dios consiste, en que observemos sus mandamientos." (I Juan 5, 3.)
4. Diversos grados del amor de Dios. — S. Agustín y Santo Tomás comparan el
desarrollo del amor en el corazón humano a la vida del mismo hombre. El amor de
Dios tiene también infancia, adolescencia y edad viril. Se inicia con la fuga
del pecado y la resistencia opuesta a las pasiones. Es el período en que el amor
despierta, y debe ser cuidado con solícita atención. Una vez que se ha adquirido
el primer grado, esfuérzase el hombre en progresar en el camino del bien, y por
último procura con el mayor empeño unirse a Dios para alcanzar así la eterna
felicidad. Tal es el estado de los varones perfectos que no tienen más que un
deseo: verse libres del cuerpo para estar con Cristo. Como sucede en la
locomoción material, hay también aquí un punto de partida y otro de llegada; a
medida que se aleja uno del punto inicial, más se aproxima al punto de destino.
AMOR DE NOSOTROS MISMOS
"Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón... y a tu prójimo como a ti mismo"
(Mat., 22, 37-39).
Este es el máximo y primer mandamiento. En él se hace mención de tres amores: 1.
Del amor de Dios; Dios debe ser amado sobre todas las cosas; hemos de amarle más
todavía que a nosotros mismos. 2. Del amor del prójimo, y 3. Del amor a nosotros
mismos. El amor de nosotros mismos ha de servir de norma para amar a nuestros
prójimos. Para que el amor al prójimo se realice de perfecto acuerdo con la
verdad, que tiene su expresión en la voluntad de Dios, es preciso que sepamos
ordenar sabiamente el amor de nosotros mismos, colocándolo sobre la inconmovible
base del amor de Dios.
1. El amor de sí mismo mal entendido. — Dios infundió en todas las criaturas el
instinto de la propia conservación. Este natural instinto llámase en el hombre
amor de sí mismo. Las criaturas irracionales conservan intacto este instinto.
Más no así el hombre, el cual abusando de su libertad, va muchas veces en contra
de este instinto natural, y renuncia a su conservación eterna para cuidar
solamente de su conservación temporal. En vez de secundar los movimientos de la
gracia, cede a las inclinaciones perversas de la naturaleza corrompida. Esto,
muy lejos de ser amor, es, por lo contrario, odio de sí mismo, odio del prójimo
y de Dios, como vamos a ver.
2. Es odio de sí mismo. — "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si
pierde su alma?" (Mat. 16, 26.) ¿De qué aprovecha al hombre ganar dinero a
torrentes, si pierde la gloria del cielo? ¿De qué aprovecha al hombre llegar al
ápice de los honores en la tierra, si es después desterrado para siempre con los
demonios en el infierno? ¿De qué le sirve al hombre llevar una vida regalada y
ahíta, si después se precipita en un mar de tormentos eternos? ¿Y puede llamarse
a esto amor de sí mismo?
3. Es odio del prójimo. — Caridad y egoísmo no pueden estar juntos. La caridad
es la unión de las almas y de los corazones de todos los hombres en Dios.
Egoísmo, al contrario, es la separación y rompimiento de la fraternidad
universal. Con la caridad las almas y los corazones unidos en Dios forman un
círculo cerrado, cuyo centro es el mismo Dios. Con el egoísmo nos salimos por la
tangente y hacemos de nosotros mismos el centro del universo. Así resulta que
los bienes del prójimo son males para nosotros, y viceversa: Mors tua vita mea,
tu muerte es para mí vida. Así resulta que para devorarnos mejor recíprocamente
nos unimos a los que tienen los mismos intereses, y después de haber derrotado a
nuestros adversarios, nos volvemos contra los que fueron nuestros amigos, pero
que ya no lo son porque defienden sus propios intereses, contra los nuestros. De
este modo la familia humana se transforma en una manada de fieras. Este es el
triste cuadro que se nos presenta hoy día, a consecuencia de la falta de caridad
y de la sobra de egoísmo.
4. Es odio a Dios. — "La ciudad del demonio, — dice San Agustín—, comienza con
el egoísmo y termina con el odio a Dios." Poniéndonos a nosotros mismos en lugar
de Dios, como si fuéramos el centro del universo, y sintiendo al mismo tiempo,
como no podemos menos, nuestra infinita pequeñez ante la soberana y divina
majestad, nos lanzamos contra Dios, como la serpiente contra el acero, al que no
consigue, por otra parte, mellar.
El egoísmo es la idolatría de la propia persona. Ahora bien, si "ninguno puede
servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o si se
sujeta al primero, mirará con desdén al segundo", entonces idolatrarse a sí
mismo no puede ser amar a Dios. ¿Puede haber cosa más clara?
5. El verdadero amor de nosotros mismos consiste en querer para nosotros el bien
verdadero y no el falso, no el bien temporal, sino el eterno. Siendo así que el
bien verdadero y el falso, el temporal y el eterno se excluyen mutuamente, sólo
se tendrá verdadero amor a sí mismo aquel que por amor a los verdaderos y
eternos bienes desprecia los falsos y temporales, aquel que odia las malas
inclinaciones que tratan de desviarlo. Clarísima es la sentencia del Salvador:
"El que ama su alma la perderá; mas el que aborrece su alma en este mundo, la
conservará para la vida eterna." (Juan 12, 25.)
Bertetti.
(Tomado de “Salió el Sembrador…” Tomo IV, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947,
Pág. 59 y ss.)
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LEONARDO CASTELLANI
[Mt 22, 34-46] Mt 22, 34-40
Los sabihondos europeos que hoy día no quieren aceptar a Cristo y desean cortar
a la Europa las propias raíces, han inventado como pretextos diversas historias;
una de lo más risueña es que "en el Evangelio al fin final no hay nada nuevo".
Todo lo que Cristo predicó se hallaba ya en el Oriente; lo que hizo el "genial
Nazareno" fue constituir una especie de mezcla (sincretismo la llaman) de los
resultados últimos de la "evolución religiosa" de la Humanidad. Curiosamente,
esa mezcla cuajó en un cemento más fuerte y más pulido que el mármol. Hay
incluso un santón hindú llamado Ramakhrishna -fundador de una secta teosófica
muy activa hoy día que esa sí es una mezcla de hinduismo y cristianismo
averiado- el cual se atrevió a afirmar que Cristo estuvo en la India de los 19 a
los 29 años y allí aprendió su doctrina: sin ninguna prueba y a retropelo de las
pruebas históricas en contrario. Netamente imposible.
El evangelio de hoy (Mt XXII, 34) versa sobre el Mandamiento Máximo y Mejor,
promulgado categóricamente por Cristo y seguido de una afirmación implícita y
polémica de que El era más-que-hombre. El Mandamiento Máximo y Mejor es el
Precepto del Amor Cristiano, que es un "estreno absoluto" -como dicen ahora- en
la humanidad. Examinando con serenidad la historia de las religiones, se ve que
siempre fueron los Hebreos los que en lo religioso llegaron más lejos; y que
ellos, como se ve en este evangelio, habían llegado, en tiempos de Cristo, a una
aproximación del Amor Cristiano, vaga, pálida y dudosa. Los demás "mandatos o
consejos de amor", incluso los de Budha Sidyarta Gautama y su escuela, no son
más que una asonancia y como lejana semejanza de palabras. El sentido es del
todo diverso.
La discusión acerca del Mandato Máximo y Mejor estaba candente en Israel; porque
era entonces necesaria. La Ley Mosaica, por obra de los Talmudistas y los
Intérpretes y los Casuistas, se había complicado y ramificado de una manera
imposible: en definitiva no se sabía lo que había que hacer, porque la polvareda
de preceptos pequeños y opiniones divergentes lo oscurecía todo. Había que
encontrar un resumen de la Ley; había que encontrar el espíritu, el centro y el
hilo conductor. Un hebreo que hiciera caso a los casuistas no podía ni moverse
en día Sábado, por ejemplo: si se me cae el escritorio con todo lo que hay
encima en día Sábado ¿puedo levantarlo sin incurrir en las iras de Jehová?
En la parábola del Buen Samaritano, que hemos visto y también en este evangelio,
vemos adonde había llegado la discusión teológica. Los mejores entre los
fariseos habían llegado a la conclusión de dos mandatos fundamentales: amar a
Dios y amar al prójimo: sólo había que ver todavía qué cosa se entendía por amor
y qué cosa por prójimo; por lo demás, esa conclusión era contestada acremente
por los literalistas de la Ley y con mucho fundamento: estaba fuera del
"espíritu general" de la ley mosaica, y se apoyaba en textos sueltos...
Jesucristo definió los dos términos dudosos y fundió los dos mandatos en uno; y
así lo sublimó, todo, a una altura moral antes inconcebible. Ésa es la esencia
del cristianismo. Adolph Harnack escribió un libro célebre La Esencia, del
Cristianismo; y después Karl Adam otro y Loisy otro... La esencia del
cristianismo es el Padre Celestial, la esencia es la interioridad, la esencia es
la Parusía..., etcétera. Cuentos. La esencia del cristianismo está en este
evangelio. Cristo se proclama Dios y da a la Humanidad un mandato que sólo Dios
podría inventar... Es sobrenatural; está más allá de las facultades del hombre
tal como las conocemos; para poder cumplirlo hay que recurrir a Dios.
Hay una diferencia entre los dos Doctores de la Ley que van a pedir a Cristo la
solución de esta Cuestión Suprema. El uno parece menos bien dispuesto: Cristo lo
interroga a su vez, le narra una parábola y al final le dice: "Ya que lo sabes,
ahora vete y haz misericordia." A estotro Cristo le responde lisa y llanamente,
y él se dispara en una glosa -esto está en San Marcos, XII- que lo pinta como
entusiasmado por la respuesta: "Efectivamente. Verdad. Así es. Éstos dos son. No
hay otros. Esto vale más que los holocaustos y los sacrificios...", etcétera.
Cristo lo aprueba amorosamente: "No estás lejos tú del Reino de Dios." Había
venido porque había oído decir que "«Éste» responde a todo y nadie lo da
vuelta." Al final del episodio anota Marcos que "Nadie se atrevió a preguntarle
más." Empezó Jesús a preguntar a su vez, terminado ya exitosamente su propio
"examen".
Los pueblos orientales -todos los pueblos de estilo oral- aman esta especie de
contrapuntos: lo mismo que nuestros pasados paisanos a los payadores, que son
reliquias del estilo oral. Recordemos el contrapunto de Martín Fierro y el
Moreno. Pero ésta nuestra payada doble, ya literaria, versa sobre preguntas
abstractas y lejanas; y los contrapuntos que nos reporta el Evangelio -y que se
hacían con solemnidad religiosa y en una especie de cantinela, escuchando y
fallando la corona de oyentes- se refieren a cuestiones concretas y candentes,
incluso cuestiones personales como el problema de Cristo. Aquí Cristo les arroja
el versículo del profeta David que dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a
mi diestra - Mientras pongo a tus enemigos como escaño de tus pies." La
pregunta: "¿Quién eres tú pues?" tantas veces hecha, surgía naturalmente después
de oír a Cristo haciendo ley y abriendo nada menos que a un Doctor, nada menos
que la puerta del Reino.
"-¿De quién habla aquí el Profeta?
-Del Rey Mesías, evidente.
-Yo soy el Mesías. Ahora decidme, ¿puede un hijo ser señor de su padre?
-No.
-¿No es el Mesías hijo de David?
-Sí.
-¿Cómo es pues que David lo llama «Señor»?
-No sabemos. No sabemos nada. No sabemos ni una palabra."
"Y desde aquel día, nadie osaba cuestionarlo", es decir desafiarlo a
contrapuntos. La confesión de ignorancia dolía. Y era ignorancia fingida. La
conclusión aquí era clara: el Mesías será más-que-hombre, puesto que será Señor
del Rey David su padre. No sólo David lo llama "Señor", sino que Dios "lo sienta
a su derecha". Eso significa en Oriente participación pareja en la Reyecía: la
Reina se sentaba en un trono a la derecha del Rey. Aquí estaba indicada, pues,
una participación en la Divinidad. Cristo la afirma y se la adjudica audazmente.
Los Doctores callan.
Ésta es la promulgación solemne del Cristianismo, la esencia de su Dogmática y
de su Moral: dos misterios inmensos. A los que dicen "no hay nada nuevo en el
Evangelio" podría preguntárseles si espigar lo más excelso de la moral
universal, cifrarlo en un solo punto, hacerlo practicable y practicarlo, y morir
crucificado en su defensa, si eso les parece nada. Pero hay más, infinitamente
más que eso. El Amor Cristiano es una novedad absoluta.
Hoy día lo encontramos sólo en islotes aislados; la generalidad del mundo ha
rechazado de hecho el Mensaje; y aun en el seno de la Iglesia flaquea. Parecería
que no es así, se habla de "amor" por todas partes, se pondera el amor del
prójimo, se multiplican las obras oficiales de beneficencia, se defiende -con
las armas y en guerras terribles- la "Civilización Cristiana". Pero son palabras
y no obras, sentimentalismos, "el dulce Nazareno", "el amable Rabbí de Galilea",
el "mensaje del amor a todos" que propala inclusive el obsceno Ramakrishna: una
inundación de jarabe y moralina.
Hay caridad en la Iglesia y la habrá siempre, gracias a Dios; pero ¡cuan
oprimida y rala está! La convivencia está atacada, la amistad está adulterada,
la misericordia está falseada, y el odio y la aversión paganos se han desatado
en el mundo. No soy pesimista: "experto crede Ruperto", lo conozco en carne
propia. El amor cristiano se ha aguado y se parece al amor al prójimo que había
antes de Cristo, y que nos echan en cara estos "orientalistas", como un
"precedente oriental".
Distinguir estos dos amores al prójimo es posible y fácil. El gran escritor C.
S. Lewis, en tres conferencias hechas en la Universidad de Durham sobre el tao
(o sea la ley moral universal, como la designan en China) y sobre la Abolition
of Man (o sea la gran apostasía actual) recogió una antología de los preceptos
morales de todos los libros sagrados del mundo, para probar que la moral hebrea
continuada por la cristiana está enraizada en la misma natura moral del hombre,
y en su tradición milenaria. Leyéndola salta a los ojos la diferencia entre el
amor al prójimo de las religiones antiguas y la caridad enseñada con obras y con
palabras por Cristo y sus discípulos.
Brevemente: los estoicos proclamaron sí que no había extranjeros y que la patria
del hombre era todo el mundo, como Mario Bravo; pero era una manera de rechazar
o despreocuparse de la propia patria más bien que amor al foráneo, al extraño,
al enemigo: a lo socialista actual. Lao-Tsé y Confucio predican el perdón y la
gentileza; pero no es el amor, es una benevolencia general y más bien una
táctica de defensa y prudencia: es un amor-timidez, sin arrojo y sin fortaleza.
El Bhuda Gautama, su antecesor, es el que más claramente predica el amor a todos
los hombres, aun a los más bajos y despreciados. Pero hay que saber lo que es el
amor budista: él se extiende a los animales y a las plantas, está fundado en el
desprecio de todo lo visible. El Budismo quiere suprimir el dolor por la
supresión del deseo, por el anegamiento de todo lo terrenal en el Nirvana; su
amor al prójimo es una especie de gimnasia para la supresión del amor a sí
mismo. ¿Qué me importa que me ames como a ti mismo, si no te amas nada a ti
mismo? Budha me ama a mí como a su gato; y ama a su gato como a un fantasma: lo
sensible para el budista no tiene realidad, es una apariencia, la Maia o Gran
Ilusión. Un budista japonés convertido decía a Paul Claudel: "Lo que me asombró
en el cristianismo es que no sólo ama al hombre, sino que «lo respeta»."
Profunda palabra. El amor universal del Budha es gélido, interesado, egoísta;
como en los estoicos, es una indiferencia cansada y despreciativa. No respeta al
hombre. ¿Y qué es un amor sin respeto?
Pero ¿y los hebreos? Los hebreos como hemos visto no se atrevían a extender el
concepto de prójimo hasta a los enemigos; ni la amistad hasta dar la vida por el
amigo. Los salmos de David están llenos de tremendas imprecaciones vengadoras
contra el enemigo. "Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie,
quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión"..., así
habla el Éxodo. "Tú has de devorar todos los pueblos que el Señor tuyo te dará
en tu poder. No se enternezca sobre ellos el ojo tuyo", así habla el
Deuteronomio... "Amarás a «tu amigo» como a ti mismo", era lo más a que llegaron
los Deútero-Profetas. Eso era todo. Todo alrededor se extendía -Asirla, Egipto,
Roma- la inconmensurable crueldad pagana.
El amor que enseñó Cristo "es paciente y es benigno, no es celoso, no es
sacudido, no se hincha, no es codicioso, no busca lo suyo, no se irrita, no
piensa torcido, no se alegra del daño y se conalegra en el gozo: todo lo
soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta... Él nos reúne todos en
un cuerpo, con la vida común de los miembros de un cuerpo, en la Cabeza, que es
Cristo", dice San Pablo (I Cor XIII 4-7; 12).
(Tomado de El Evangelio de Jesucristo, Ed. Vértice, 1997, pág. 275 y ss.)
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Dr. Isidro Gomá y Tomás
El mandato máximo. Jesús, Hijo y Señor de David: Mt. 22, 34-46
(Mc 12, 28-37; Lc 20, 41-44)
Explicación. — Fariseos y herodianos se habían confabulado para plantear a Jesús
la difícil cuestión del tributo; siguen después los saduceos con la no menos
delicada de la resurrección de los muertos; ahora se juntan en consejo los
fariseos y mandan uno de su gremio, escriba él, para proponerle otra cuestión,
que resolverá Jesús con la misma sabiduría de siempre (34-40). A su vez, Jesús
propone a los fariseos la gran cuestión de la filiación del Cristo (41-46).
El mandato máximo o principal (34-40). Mas los fariseos, cuando oyeron que había
hecho callar a los saduceos, cerrándoles el camino a toda réplica, no sin íntima
satisfacción de aquéllos, que tenían en los saduceos sus más formidables
adversarios doctrinales, se mancomunaron: la envidia y la malevolencia son
madres de la audacia impudente; la derrota de los contrarios debía haberlos
hecho más cautos. Y uno de ellos, doctor de la Ley, del partido de los fariseos,
que los había, oído disputar, y visto lo bien que les había respondido, y por
ellos deputado en aquel conventículo para proponer a Jesús la cuestión en que
habían convenido, acercóse y le preguntó, tentándole, con intención aviesa,
aunque la respuesta de Jesús le impresionó, alabando a Jesús y llegando a su vez
a merecer la alabanza del Señor.
La pregunta que el escriba hace a Jesús es capital, y capciosa al propio tiempo.
Para quienes admitían 613 preceptos, 248 positivos, tantos, decían, como huesos
tiene el cuerpo humano, 365 negativos, tantos como días tiene el año; y para
quienes había establecidas una serie complicada de reglas para determinar la
categoría, grave o leve, mayor o menor, de dichos preceptos, no era fácil una
respuesta sencilla y categórica; y menos aún lo era no chocar con algunas de las
preocupaciones rabínicas sobre precedencia y categoría de los preceptos.
Maestro, le dice el escriba abordando la cuestión: ¿cuál es el gran mandamiento
de la Ley, el primero de todos los mandamientos?
Jesús le dijo: El primero de todos los mandamientos es: ¡Oye, Israel! El Señor
tu Dios es el solo Dios (Deut. 6, 4): Amarás al Señor tu Dios de todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con todo tu entendimiento, y con todas tus
fuerzas (Deut. 6, 5): el amor del israelita a su Dios debe ser sobre todos los
amores, y debe invadir toda su actividad consciente. Este es el mayor y el
primer mandamiento, el principal y el primero por la dignidad y amplitud con que
comprende todos los deberes del hombre con Dios. Y el segundo es semejante a
éste, por su dignidad y por la gravedad de los deberes que impone: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo (Lev. 19, 18). Son semejantes los dos mandamientos,
porque una misma es la caridad con qué amamos a Dios y al prójimo; porque amamos
al prójimo en cuanto es imagen de Dios, como nosotros; porque ambos amores
tienen un mismo objeto, que es Dios. Y debemos amar al prójimo como a nosotros
mismos, con el mismo afecto, por esta misma razón de semejanza y por ser todos
de Dios.
Sentadas las primeras categorías de la ley, Jesús, para redondear su
pensamiento, sistematiza todo el orden moral con estas frases: No hay otro
mandamiento mayor que éstos, por su ámbito y por su excelencia, a pesar de todas
las argucias y disquisiciones de los escribas. De estos dos mandamientos depende
toda la Ley, y los profetas: todo el orden moral encerrado en la revelación
tiene su consistencia y fundamento en estos dos preceptos, cada uno de los
cuales comprende todos los preceptos de su tabla respectiva; la plenitud de la
ley es el amor (Rom. 13, 10), como es el fin de la misma ley (1 Tim. 1, 5).
Satisfecho y admirado quedó el escriba de la respuesta de Jesús: Y díjole el
escriba: Bien, Maestro; has dicho con verdad que Dios es uno solo, y no hay otro
fuera de él: y que el amarle de todo corazón, y con todo el entendimiento, y con
toda el alma, y con todas las fuerzas, y el amar al prójimo como a sí mismo,
vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Difiere el sentir de este
escriba del de los demás de su secta, que hacían consistir la observancia de la
ley en las minucias del ritualismo. Por esto, viendo Jesús, a su vez, que había
respondido sabiamente, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios: has
rectificado los prejuicios de tu secta; tiene sólidos fundamentos religiosos;
sólo le falta la fe en Jesús. Con esto redujo también a silencio a los fariseos,
y ya nadie osaba preguntarle.
El Cristo, hijo y Señor de David (41-46) . — Los fariseos que han enviado al
escriba para tentar a Jesús, se acercan curiosamente al grupo para presenciar
los incidentes de la discusión. Entonces es cuando Jesús tienta recíprocamente a
sus tentadores, no con su malignidad, sino para enseñarles la verdad: Y estando
reunidos los fariseos, Jesús, que enseñaba en el Templo, les preguntó, diciendo:
¿Qué os parece del Cristo? Es una pregunta general, para concentrar la atención
de sus oyentes encesta, más concreta: ¿De quién es hijo? Dícenle: De David. Era
fácil la respuesta, porque eran copiosos en la Escritura los testimonios sobre
la filiación davídica del Mesías, y era éste el común sentir de los
contemporáneos (loh. 7, 42).
Pero Jesús trata de arrancar un prejuicio del espíritu de sus oyentes: creen
ellos que será un simple descendiente de aquel rey, que restaurará el trono de
su progenitor y arrojará a los romanos, injustos dominadores; Jesús quiere
levantar su consideración a una más alta filiación: Díceles: Pues, ¿cómo David
mismo lo llama Señor, en el libro de los Salmos, inspirado por el Espíritu
Santo, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que yo
haga de tus enemigos escabel de tus pies? Demuestran las palabras de Jesús que
el Salmo (109) es divinamente inspirado, que su autor es David, y que era tenido
como mesiánico. En estas palabras del Salmo (v. 1) funda Jesús su argumento
irrebatible: Si, pues, el mismo David lo llama Señor, al Mesías, ¿cómo es su
hijo? Si aquel gran rey, divinamente inspirado, levantado por ello sobre toda
dignidad humana, reconoce como Señor suyo a su hijo, como tal inferior a él,
¿cómo no reconocer que este hijo suyo debía tener una filiación superior a la
suya por otro concepto? ¿Cómo no decir que le reconocía Dios, y no un simple
dominador temporal, por glorioso que se le suponga?
No tiene réplica el argumento: Y, por esto, nadie podía responderle palabra: ni
se atrevió alguno, desde aquel día, a preguntarle jamás. Vencidos los
adversarios en toda la línea, y ante el pueblo, cuando creían triunfar de Jesús,
lejos de confesarle y admitir su doctrina, se retiran, miedosos de su poder,
dejando el campo de las disputas doctrinales para perderle en el de la intriga
política y religiosa, en que eran maestros. Y, en cambio, la numerosa turba del
pueblo oyóle con gusto, por la fuerza y verdad y gracia de su elocuencia, y por
los brillantes triunfos que lograba sobre sus adversarios.
Lecciones morales. — A) v. 34. — Mas los fariseos... se mancomunaron. — ¿Qué le
importa a Jesús que se mancomunen todos sus enemigos, si con su mirada de Dios
escudriña el pensamiento de todos; si conoce, mejor que ellos, la resultancia
que pueda dar la malicia concentrada de todos; si El, Autor del pensamiento y
Verdad esencial, conoce todas las facetas que pueda presentar el error ante la
verdad o contra ella, y la manera de resolver todas las cuestiones que puedan
sentarse en cualquier campo del saber humano? La inteligencia de Jesús, en
cuanto es el Verbo de Dios, es infinita; en cuanto es hombre, está directamente
iluminada por los rayos de la sabiduría de Dios, que la inunda de verdad. Como
callaron los saduceos, así deberán callar avergonzados los fatuos fariseos, que
no han sabido medir las fuerzas de su presunto adversario. ¡Si ante Jesús han
debido callar todos los sabios de todos los tiempos, aunque se mancomunen
acumulando errores sobre errores, siglo tras siglo!
B) v. 36. — ¿Cuál es el gran mandamiento de la Ley...? — Pregunta por el mayor
de los mandamientos, dice el Crisóstomo, quien ni siquiera cumplía los menores;
no deben preguntar o aspirar a mayor justicia sino los que han obrado ya la
justicia en lo que es de menor importancia. Aunque, tratándose de preceptos que
urgen gravemente todos, no debemos ser cicateros, buscando de cuál podamos
excusarnos, o inventando subterfugios con que substraernos a su fuerza. La
lealtad para con Dios y con nuestra conciencia reclama que miremos en un mismo
nivel todo mandato que con claridad se imponga a nuestra voluntad, porque todos
ellos son una manifestación y promulgación de la voluntad de Dios hecha a
nuestro espíritu por nuestra propia conciencia.
C) v. 40. — De estos dos mandamientos depende toda la Ley, y los profetas. —
Todos los preceptos del Decálogo se reducen a estos dos, decimos en el
Catecismo: Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros
mismos: en el primero se encierran los mandamientos de la primera tabla; los de
la segunda, en el segundo. Y de tal manera están trabados estos dos mandamientos
capitales, que es solidaria su observancia, en el sentido de que, quien ama
debidamente a Dios, ama asimismo al prójimo, y viceversa; y que aquel que dice
amar a Dios y no ama al prójimo, miente. Hasta el punto de que San Juan dijese
en su vejez a sus discípulos que el amor al prójimo era mandato de Jesús, y que
si se observa, basta él solo para el cumplimiento de toda la ley.
D ) vv. 41.42. — Jesús... les preguntó, diciendo: ¿Qué os parece del
Cristo?—Pensaban ellos que Jesús era puro hombre, y por esto le tentaban; si
hubiesen creído que era Dios, no le hubiesen tentado. Por ello, queriendo
indicarles Jesús que conocía el engaño de su corazón y manifestarles que era
Dios, ni quiso enseñarles la verdad en forma manifiesta, para que, tomando pie
de la blasfemia, no se enfureciesen más; pero tampoco quiso callarla, porque
había venido para anunciar la verdad. En lo que debemos ver la traza de Dios que
da la iluminación a las inteligencias, acomodándose a sus necesidades y
exigencias.
E) v. 44. — Dijo el Señor a mi Señor... —La cuestión qué propone aquí Jesús a
sus adversarios es la cuestión formidable de su propia divinidad. Porque David,
dice San Jerónimo, llama aquí al Mesías "su Señor", no en cuanto es hijo de él,
sino en cuanto es Hijo del Padre; y no le llama así por error, sino inspirado
por el Espíritu Santo. ¡Cómo Jesús fijaría sus ojos en los ojos falaces de sus
adversarios al hacerles la trascendental pregunta, El, que se había presentado
ante ellos como Mesías y que de ellos había requerido tantas veces el
reconocimiento de su divinidad! Vencidos, quedarán mudos ante Jesús; pero,
orgullosos, no querrán caer a sus pies para adorarle. Es la posición mental de
muchos millares que vendrán, después de los fariseos, a tentar a Jesús.
F) v. 46. — Y nadie podía responderle palabra...—Porque la verdad se impone con
tal fuerza al espíritu del hombre, hecho para la verdad, que por una natural
exigencia debe el hombre enmudecer cuando la razón se ve abrumada de razón, si
puede hablarse así. Esta es la gran fuerza de la verdad cristiana: los
prejuicios, los errores, las invenciones, los mismos hechos de la historia, dan
a veces pie a los espíritus menos rectos, o impacientes, o menos sabios, para
impugnar las verdades de la fe; pero éstas definitivamente triunfan: mil veces,
en el decurso de la historia, han tenido que enmudecer sus enemigos ante la
fuerza abrumadora que llevan consigo.
(Tomado de “El Evangelio Explicado” Vol. IV, Ed Casulleras 1949, Barcelona, Pág.
62 y ss)
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SAN AGUSTÍN
Las dos alas del alma.
Esto, pues, dijo Cristo. En oyendo: Mi carga es ligera, no queráis pensar en lo
sufrido por los mártires, ni decir entre vosotros mismos: ¡Ligera la carga de
Cristo! Sí; le confesaron vrones y soportaron cosas extraordinarias;
confesáronle niños, confesáronle doncellitas; el sexo fuerte y el débil, la edad
mayor y menor, todos merecieron confesarle y ser coronados. Yo pienso que no les
costó trabajo ¿Por qué? Porque todo lo llevaron con amor. Esta es la carga que
Cristo se digna poner; se llama caridad, se la dice caridad, se la apellida
dilección o amor. Con ella te será fácil lo que antes juzgabas trabajosísimo;
con ella te será liviano lo que antes conceptuabas pesado. Toma sobre tus
hombros esta carga; no te aplastará, te aliviará; serán para ti unas alas que
antes no tenías; clama junto con el que dice: ¿ Quién me dieras alas de paloma-
no como el cuervo, sino como a la paloma- para volar? Y al modo que li
preguntares; ¿Para qué? Para descansar, dirá. Tomad esta carga, estas alas, y si
comenzasteis a tenerlas, robustecedlas. Lleguen ellas a ser tales que podáis
volar. Una ala es: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente; no te quedes, sin embargo, con una sola, porque, si te
imaginas tener una sola, ni aún esa tienes. Amarás a tu prójimo como a ti mismo;
que si al hermano, que ves, no amas, a Dios, que no ves, ¿Cómo puedes amarle?
Añade ésta a la otra; y así volarás y así desprenderás de lo terreno el apetito
y fijarás en el cielo el nido de la caridad. En la medida que te apoyes en estas
dos alas, en ésa tendrás el corazón en la altura, y el corazón en lo alto
arrastrará en pos de sí a su tiempo la carne. No pienses que para tener esas dos
alas te hace falta mucho; conviene, sí, buscar en las Escrituras santas los
múltiples preceptos de este amor, donde se ejerciten el lector y el oyente; pero
en estos dos mandamientos se cifra la ley toda y los profetas.
(Sermón 68, 13. BAC, Madrid, 1964, 30.)
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JUAN PABLO II
Audiencia General
Miércoles 13 de Octubre de 1999
1. En el antiguo Israel el mandamiento fundamental del amor a Dios estaba
incluido en la oración que se rezaba diariamente: «El Señor es nuestro Dios, el
Señor es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todas tus fuerzas. Queden en tu corazón estos mandamientos que te doy
hoy. Se los repetirás a tus hijos y les hablarás siempre de ellos, cuando estés
en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6, 4-7)
En la base de esta exigencia de amar a Dios de modo total se encuentra el amor
que Dios mismo tiene al hombre. Del pueblo al que ama con un amor de
predilección espera una auténtica respuesta de amor. Es un Dios celoso (cf. Ex
20, 5), que no puede tolerar la idolatría, la cual constituye una continua
tentación para su pueblo. De ahí el mandamiento: «No tendrás otros dioses
delante mí» (Ex 20, 3).
Israel comprende progresivamente que, por encima de esta relación de profundo
respeto y adoración exclusiva, debe tener con respecto al Señor una actitud de
hijo e incluso de esposa. En ese sentido se ha de entender y leer el Cantar de
los cantares, que transfigura la belleza del amor humano en el diálogo nupcial
entre Dios y su pueblo.
El libro del Deuteronomio recuerda dos características esenciales de ese amor.
La primera es que el hombre nunca sería capaz de tenerlo, si Dios no le diera la
fuerza mediante la «circuncisión del corazón» (cf. Dt 30, 6), que elimina del
corazón todo apego al pecado. La segunda es que ese amor, lejos de reducirse al
sentimiento, se hace realidad «siguiendo los caminos» de Dios, cumpliendo «sus
mandamientos, preceptos y normas» (Dt 30, 16). Ésta es la condición para tener
«vida y felicidad», mientras que volver el corazón hacia otros dioses lleva a
encontrar «muerte y desgracia» (Dt 30, 15).
2. El mandamiento del Deuteronomio no cambia en la enseñanza de Jesús, que lo
define «el mayor y el primer mandamiento», uniéndole íntimamente el del amor al
prójimo (cf. Mt 22, 4-40). Al volver a proponer ese mandamiento con las mismas
palabras del Antiguo Testamento, Jesús muestra que en este punto la Revelación
ya había alcanzado su cima.
Al mismo tiempo, precisamente en la persona de Jesús el sentido de este
mandamiento asume su plenitud. En efecto, en él se realiza la máxima intensidad
del amor del hombre a Dios. Desde entonces en adelante amar a Dios con todo el
corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, significa amar al Dios que se
reveló en Cristo y amarlo participando del amor mismo de Cristo, derramado en
nosotros «por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).
3. La caridad constituye la esencia del «mandamiento» nuevo que enseñó Jesús. En
efecto, la caridad es el alma de todos los mandamientos, cuya observancia es
ulteriormente reafirmada, más aún, se convierte en la demostración evidente del
amor a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus
mandamientos» (1 Jn 5, 3). Este amor, que es a la vez amor a Jesús, representa
la condición para ser amados por el Padre: «El que recibe mis mandamientos y los
guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo lo
amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21).
El amor a Dios, que resulta posible gracias al don del Espíritu, se funda, por
tanto, en la mediación de Jesús, como él mismo afirma en la oración sacerdotal:
«Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el
amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17, 26). Esta
mediación se concreta sobre todo en el don que él ha hecho de su vida, don que
por una parte testimonia el amor mayor y, por otra, exige la observancia de lo
que Jesús manda: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 13-14).
La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que es Jesús, el Hijo de Dios
entregado por nosotros. La capacidad de amar como Dios ama se ofrece a todo
cristiano como fruto del misterio pascual de muerte y resurrección.
4. La Iglesia ha expresado esta sublime realidad enseñando que la caridad es una
virtud teologal, es decir, una virtud que se refiere directamente a Dios y hace
que las criaturas humanas entren en el círculo del amor trinitario. En efecto,
Dios Padre nos ama como ama Cristo, viendo en nosotros su imagen. Esta, por
decirlo así, es dibujada en nosotros por el Espíritu Santo, que como un artista
de iconos la realiza en el tiempo.
También es el Espíritu Santo quien traza en lo más íntimo de nuestra persona las
líneas fundamentales de la respuesta cristiana. El dinamismo del amor a Dios
brota de una especie de «connaturalidad» realizada por el Espíritu Santo, que
nos «diviniza», según el lenguaje de la tradición oriental.
Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anima la vida moral del cristiano,
orienta y refuerza todas las demás virtudes, las cuales edifican en nosotros la
estructura del hombre nuevo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, «el
ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es
el vínculo de la perfección" (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las
articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La
caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la
perfección sobrenatural del amor divino» (n. 1827). Como cristianos, estamos
siempre llamados al amor.
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Ejemplos Predicables
La contemplación del Crucifijo.
Santa Gertrudis tuvo una aparición, en la que Jesucristo le dijo: "Siempre que
un hombre contemple la imagen del Crucificado puede estar cierto que el mismo
Cristo le habla en palabras a éstas parecidas: "Mira cómo por tu amor me veo
desnudo, afrentado, lacerado, azotado y clavado en una cruz. Mi amor a ti es tan
encendido y tierno, que si precisare a tu salud, padecería para ti sólo lo que
padecí para salvar al mundo".
Los dos misioneros en el naufragio.
No ha muchos años naufragó un vapor cerca de las Filipinas. Entre los pasajeros
se contaban dos misioneros católicos. En aquel instante terrible se produjo una
confusión enorme, pues cada individuo sólo pensaba en salvarse a sí mismo. Los
dos misioneros permanecían tranquilos, y se esforzaban en ayudar a la salvación
de los otros. Cuando el peligro era ya inminente, se indicó a los misioneros que
embarcasen a su vez en los botes. Uno de ellos aceptó, pero el otro hizo
presente que él no quería abandonar el buque hasta que no quedase ya ninguna
persona a bordo. Poco después hundióse el vapor; y mientras se perdía entre las
olas podía columbrarse aún el misionero, arrodillado en cubierta, rezando.
Algunos náufragos pudieron sostenerse un poco de tiempo en la superficie del
agua, nadando; uno de ellos alcanzó el bote donde iba el otro misionero, y se
asió fuertemente al borde de la embarcación, pidiendo auxilio. Pero no podía ser
admitido porque el bote estaba sobradamente colmado. Entonces dijo el misionero:
"Yo le cederé mi sitio". Saltó al mar, se hudió entre las olas, y el náufrago
fue aceptado en el bote. Este suceso se desarrolló en la madrugada del 30 de
enero de 1889, en el vapor español "Remus". Uno de los misioneros era el Padre
jesuita Paúl Raymond, y el otro el franciscano Fray Dorado. A quien sacrifica su
propia vida en beneficio de los demás, pueden serle aplicadas aquellas palabras
de Jesucristo: "No existe un amor más elevado del que tiene aquel que sabe
sacrificar su propia vida a sus amigos". (Job, 15-13). Un hombre así es
ciertamente un héroe, un héroe en el amor al prójimo.
(Spirago”Catecismo en Ejemplos” Vol II ed. Políglota 1931 Pág. 8 y 16)
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CATECISMO
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas»
2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras:
‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente' (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: '...y con todas tus fuerzas'). Estas palabras
siguen inmediatamente a la llamada solemne: ‘Escucha, Israel: el Señor nuestro
Dios es el único Señor' (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las
‘diez palabras'. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor
que el hombre está llamado a dar a su Dios.
Adorarás al señor tu Dios, y le servirás
2084 Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y
liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: ‘Yo te saqué del país de
Egipto, de la casa de servidumbre'. La primera palabra contiene el primer
mandamiento de la ley: ‘Adorarás al Señor tu Dios y le servirás... no vayáis en
pos de otros dioses' (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia de
Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore.
2085 El Dios único y verdadero revela ante todo su gloria a Israel (cf Ex 19,
16-25; 24, 15-18). La revelación de la vocación y de la verdad del hombre está
ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene la vocación de hacer manifiesto
a Dios mediante sus obras humanas, en conformidad con su condición de criatura
hecha ‘a imagen y semejanza de Dios':
No habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos sino el
que ha hecho y ordenado el universo. Nosotros no pensamos que nuestro Dios es
distinto del vuestro Es el mismo que sacó a vuestros padres de Egipto ‘con su
mano poderosa y su brazo extendido'. Nosotros no ponemos nuestras esperanzas en
otro, que no existe, sino en el mismo que vosotros: el Dios de Abraham, de Isaac
y de Jacob. (S. Justino, dial. 11, 1).
2086 “El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En
efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo,
fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente
aceptar sus Palabras y tener en El una fe y una confianza completas. El es
todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría
no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos
los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa
fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final
de sus preceptos: ‘Yo soy el Señor'” (Catec. R. 3, 2, 4).
La fe
2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor.
San Pablo habla de la ‘obediencia de la fe' (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera
obligación. Hace ver en el ‘desconocimiento de Dios' el principio y la
explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber
para con Dios es creer en El y dar testimonio de El.
2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y
vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas
maneras de pecar contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo
que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la
vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la
fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se
fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
2089 La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo
voluntario de prestarle asentimiento. ‘Se llama herejía la negación pertinaz,
después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y
católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la
fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la
comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos' ( ? CIC can. 751).
La esperanza
2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente
al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad
de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La
esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada
visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su
castigo.
2091 El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza,
que son la desesperación y la presunción:
Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal,
el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad
de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus promesas - y a su
Misericordia.
2092 Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades
(esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la
omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin
conversión y la gloria sin mérito).
La caridad
2093 La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a
la caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena
amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por El y a causa de El (cf
Dt 6, 4-5).
2094 Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia
descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción
preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la
caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o
negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse
al movimiento de la caridad. La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el
gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. El odio a Dios
tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo
maldice porque condena el pecado e inflige penas.
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
Jesús dice a sus discípulos: ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado' (Jn
13, 34).
2196 En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los
mandamientos, Jesús responde: ‘El primero es: «Escucha Israel, el Señor, nuestro
Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». El segundo es: «Amarás a tu
prójimo como a ti mismo». No existe otro mandamiento mayor que éstos' (Mc 12,
29-31).
El apóstol san Pablo lo recuerda: ‘El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En
efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los
demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti
mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su
plenitud' (Rm 13, 8-10).
22. Fray Nelson Domingo 23 de Octubre de 2005
Temas de las lecturas: Prohibición de la usura * Servir al Dios vivo * El
mandamiento principal .
1. Ten compasión del pequeño y del pobre
1.1 Ya sabemos que la Biblia predica la compasión y la misericordia. Lo interesante de la primera lectura de hoy es la manera como se argumenta el mandato de ser compasivos. La idea es: reconócete en el pequeño, mírate en el pobre, descubre que tú fuiste (o, en el fondo, eres) como ese necesitado.
1.2 Uno tiende a pensar que la ayuda debe brotar de la diferencia: "yo tengo mucho y aquel pobre tiene poco." Esa es una parte pero quizá no es la parte más importante. Sólo cuando llegamos a percibir el vínculo profundo que nos une obtenemos ojos capaces de horrorizarse por lo que nos separa.
1.3 Si veo a un mendigo puede sentir desde amor hasta asco. Si de pronto llego a saber que ese mendigo es mi padre, que padece una enfermedad senil, la misericordia brota como un río de amor y generosidad hacia él: cuanto más cerca lo descubro, más me espanta que la pobreza o el hambre nos estén separando hoy. Aplica tú lo mismo a la Humanidad.
2. Directo a la esencia
2.1 Una pregunta directa provocó una respuesta directa: Uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?" Jesús le respondió: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos".
2.2 Es bueno recordar ese lenguaje escueto porque en un mundo plagado de fachadas y máscaras es fácil acostumbrarse a disculparlo todo o justificarlo todo o venderlo todo. El orden empieza siempre con un pensamiento claro en la mente; una idea llena de luz atrae a otras. Y hoy Jesús nos da esa clave fundamental, ese primer principio que iluminó su alma santa y que quiere iluminar también nuestras vidas.
2.3 La palabra fundamental en la respuesta de Jesucristo no la podemos perder: AMA. El resto de su respuesta es esencial también, porque todo depende de a quién ames y con qué amor. Tal fue el regalo que nos dio con su vida y su muerte. Bien podemos resumir la existencia de Cristo diciendo que fue una gran cátedra de amor en la que aprendimos que hemos de amar para vivir y hemos de aprender a amar para vencer a la muerte y alcanzar la vida que no muere.
23.
DIOS QUIERE QUE TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN
EL HOMBRE ES MAS GRANDE QUE EL MISMO, PERO SOLO LO HACE GRANDE EL AMOR.
1. "El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros,
conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación" Salmo 66,2.
2.- "El primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia es dar a conocer a Cristo". Porque "Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre", el mejor servicio que podemos hacerle al hombre es ponerlo en contacto con Cristo, para que su luz le descubra su grandeza.
3.- "Si tu prójimo grita a mí yo lo escucharé, porque yo soy compasivo. Se encenderá mi ira..."Éxodo 22,21. Dios prohíbe perjudicar a los desamparados. Cuando el autor sagrado escribe el Éxodo no hay ninguna ley organizada de seguridad social, y la ley de Dios se adelanta a la ley de los hombres, como única defensa de los derechos de los pobres en cualquier categoría. De tal manera este proceder de Dios es una de las bases fundamentales de la espiritualidad bíblica, porque es el único pecado capaz de suscitar la ira de Dios: “Si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos”. ¿Quién más necesitado de nuestra caridad, que el hombre que no ha conocido aún el amor de Cristo?
4.- "Todo el que invoca el nombre del Señor se salvará. Ahora bien: ¿Cómo van a invocarlo si no creen en él?, ¿cómo van a creer si no oyen hablar de él? ¿y cómo van a oir sin alguien que proclame?. La fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo" Romanos 10,9.
5. -El pobre es el lugar cercano en donde se revela el Dios distante, y la ocasión real en que el hombre y el pueblo tienen la oportunidad de responder al mandamiento del Amor. La presencia de los necesitados de luz en todo el mundo, es una reclamación que se levanta hacia Dios y que acusa. El pueblo de Dios debe escuchar su grito, porque su clamor es la voz de Dios, que manifiesta el hambre y la sed de la verdad del evangelio, que se satisface no sólo con la presencia, sino con el anuncio: “Id y predicad a todas las gentes”.
6. Este es el testimonio que da Pablo del pueblo de Dios en Tesalónica, que "Desde vuestra comunidad, la palabra de Dios ha resonado en todas partes; vuestra fe en Dios ha corrido de boca en boca" Tesalonicenses 1,5, que debe poder darse también de nosotros, cristianos del siglo XXI, cuando tantos pueblos yacen aún en la oscuridad. Tantos hombres a quienes les falta Cristo, Luz de los pueblos, que tienen tanta necesidad de Padre, para ser hermanos. Tantos pueblos que se odian, se destrozan, víctimas del racismo, egoísmo, ambición, que no se aman. Que no conocen aún el mandamiento del amor.
7. Los escribas y maestros habían enredado la Ley con 613 mandamientos. Desde esta realidad complicada y agobiante, se comprende bien que le preguntaran a Jesús para ponerlo a prueba: "¿Cuál es el mandamiento principal?". Porque la mayoría vivía ahogada por tantas leyes, con angustia y complejo de culpa incesantemente. El inteligente y el sabio simplifican los problemas. El de luces cortas, los complica. Jesús, Suprema Sabiduría, abre la ventana para que entre aire fresco y rico en oxígeno y contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y el primero" (Dt 6,4). La pregunta capciosa está contestada sobre-abundamente. “Con todo tu corazón”, lo más profundo del hombre; “con toda tu alma”, haciendo su voluntad y cumpliendo sus deseos y no los nuestros, discernidos no por nuestro sentimiento, sino por nuestro director; “con todo tu ser”, con todo lo que somos, vida, talento, inteligencia, imaginación, dones de la naturaleza y de la gracia: “gastarse y desgastarse por Dios”.
8.- Al pedir un amor tal, parecerá que Dios es un sátrapa ambicioso, intolerante y posesivo, que exige el amor a él por exclusivista y absorbente. Cuando es todo lo contrario, porque siendo todo AMOR, lo que busca de sus criaturas e hijos es que sean tan grandes como él, que sólo se consigue igualando a los hombres con él, y esto sólo lo hace el amor, que es lo único que puede igualar el amante con el amado. El amor o encuentra iguales, o los hace iguales. Lo canta San Juan de la Cruz en el Cántico espiritual: “Mi alma se ha empleado, / Y todo mi caudal en su servicio; / Ya no guardo ganado, / Ni ya tengo otro oficio, / Que sólo en amar es mi ejercicio” (Canción 28).
9.- La novedad de la doctrina de Jesús consiste en que ha unido los textos del Deuteronomio 6,5 y del Levítico 19,18, el “Shemá Israel”, recitado dos veces cada día por los hebreos: porque se le ha preguntado por el primer mandamiento y contesta también con: "el segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a tí mismo" Mateo 22,34, uniendo los dos mandamientos en uno, y afirmando que en él están compendiados toda la ley y los profetas. Todos creemos que sabemos estos dos mandamientos, que en realidad no son más que uno. Parece que ya nos suenan a viejo y gastado. Pero si los meditamos profundamente iremos viendo gradualmente que los conocemos muy poco de verdad. Creemos que amamos a Dios porque rezamos o venimos a misa... Y después ¿cuenta algo Dios en nuestro corazón y en nuestra vida? ¿Sentimos necesidad de adorar a Dios, de amarle, de agradecer todo lo que hemos recibido de El? ¿De servirle?
10. Debemos cantar con sinceridad con el salmista: "Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador, mi peña, mi refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte". En las adversidades, tú me das constancia y paciencia sabia, que me hace esperar tu liberación. Esas eran las expresiones de David, poeta y guerrero, que se pasó la vida luchando por su pueblo, recibiendo heridas y escapando de emboscadas, de las que siempre le salvó el Señor. Y el amor al prójimo: El día del juicio, ovejas y cabritos, preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos y no te dimos o te dimos de comer...?" (Mt 25,31), es decir, no te vimos. Jesús, anuncia a su Padre, Dios de ternura, cuya delicadeza desciende a la opresión de la pobreza en todos los sentidos, y categóricamente proclama la sentencia sobre los de la izquierda: “Irán al castigo eterno” (Ib).
11.- "Como a tí mismo". Tenemos obligación de
amarnos a nosotros mismos y ¡con qué ternura lo cumplimos!. "Amémonos mucho"
dice Santa Teresa. Pues así -dice el Señor- hemos de amar a nuestros hermanos.
"Lo que no quieras para tí, no lo hagas a nadie" (Tb 4,15). El peligro en el que
caemos casi todos es en amarnos a nosotros con exceso, o desordenadamente: lo
que se llama egoísmo. Por egoísmo se es infiel a la palabra cuando molesta su
cumplimiento; por egoísmo no se pide perdón cuando se debe; por egoísmo buscamos
los mejores puestos; por egoísmo nos gusta ser el centro y el perejil de todas
las salsas; por egoísmo rechazamos los compromisos de amor.
12. "Lo que hicisteis a uno de estos pequeñuelos a mí me lo hacéis" (Mt 25,34).
Todos los hombres estamos destinados a ser copartícipes de la bienaventuranza
porque hemos sido redimidos por Cristo. Por el Bautismo hemos sido hermanados
con él como miembros de su Cuerpo místico. Por tanto cuando pisamos el pie de un
hermano, pisamos a Cristo. Quizá besamos la cabeza de Cristo, mientras le
estamos pisando los pies en algún hermano. El que causa alegría a los hombres,
alegra al Señor. Quien los entristece, entristece también al Señor. Una madre
goza y sufre más por lo que le hacen a su hijo, que por lo que le hacen a ella.
Lo que hacemos al prójimo lo hacemos a Dios. Por eso, "Si alguno dice: amo a
Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano a
quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve" (1 Jn 4,20). Dios se
encuentra en el hombre. Y ésta no es una consideración piadosa, sino que
pertenece a la esencia más radical del cristianismo, cuyo misterio se proclamará
el último día: "A la tarde nos examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz).
Hemos encontrado la raíz del amor a Dios, y la del amor al prójimo, que es
ésta:”Porque somos los unos miembros de los otros y todos miembros del cuerpo de
Cristo” (Ef 3,6; 5,30).
13. Sigue Jesús revelándonos el grado supremo del amor, el mandamiento nuevo, sólo posible por la acción del Espíritu Santo: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5). Causa vértigo. "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12). Y él nos ha amado hasta entregarse por nosotros.
14. En resumen: Nos amamos mucho, y hemos de amar a nuestros hermanos igual. Por tanto, luchar por desterrar la soberbia, la dureza, la susceptibilidad, las murmuraciones, las injusticias, las antipatías, las mezquindades. Esforzarse por practicar la justicia, la amabilidad, la dulzura, la mansedumbre, la generosidad. "El amor es paciente, es afable, no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se irrita ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, sino con la verdad. Disculpa siempre, espera siempre, se fía siempre, aguanta siempre" (1 Cor 13,4).
Este texto nos hable de obras exteriores de caridad o de beneficencia, obras de misericordia; todo referido a las disposiciones interiores con el prójimo. Y sigue diciendo que el mayor acto de caridad externo, distribuir los propios bienes a los pobres, dar su cuerpo a las llamas, hablar las lenguas de los ángeles, no vale nada sin la caridad, si no va unido al auténtico amor, al buscar y procurar el bien de los hermanos, a promocionarles. Es un error contraponer el amor de corazón y la caridad de los hechos o refugiarse en las buenas disposiciones interiores hacia los demás para encontrar una excusa a la propia falta de caridad efectiva y concreta. Si encuentras a un pobre con hambre y tiritando de frío, dice Santiago, de qué le sirve que le digas: «Vete en paz, calentaos y hartaos, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (2,16). “Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y de verdad” (1Jn 3,18).
15.-. San Agustín dice «Ama y haz lo que quieras». Muchas la citan y la suscriben entendiéndola según la carne, si se ama, todo es lícito. Pero San Agustín dice que es difícil, descubrir qué es lo justo, lo que hay que hacer en cada circunstancia, lo que exige el amor: si callar o hablar, si dejar correr o corregir a una persona. Hay que seguir una regla, que vale para todos los casos: Ama: y haz lo que quieras! Sí. Si callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor. Que en tu corazón haya verdadero amor a aquella persona, pues, si lo hay, lo que hagas, será justo, pues el amor sólo hace bien. “La caridad no hace mal al prójimo” (Rm 13,10).
16.- ¿Sabemos hoy ver a Dios en el hermano, en los hermanos, en todos esos hombres y mujeres que necesitan la luz del evangelio, en los misioneros que con tanta abnegación llevan la fe a los pueblos? Ofrezcamos nuestra oración y sacrificios por los misioneros cada día, y no sólo en el día del Domund, que celebramos el domingo anterior. A las misiones no sólo las podemos ayudar en el DOMUND con nuestra limosna. Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, no hizo grandes cosas, pero por sus grandes deseos e inmenso amor, fue una gran misionera. Esa carta que no hemos contestado todavía tiene capacidad para salvar un alma. Recogiendo una hilacha del suelo, decía la Santa, podía salvar un alma. "Camino por un misionero". Podemos ser misioneros cumpliendo nuestros deberes pequeños, y no sólo los que se ven: Una llamada de teléfono aceptada, en vez de contestar la socorrida frase: "Está reunido". Cuando venga el Señor no nos encontrará unidos, sino "reunidos". Que nuestros donativos para las misiones, sean tan copiosos como quisiéramos que lo hicieran con nosotros.
17. Pidamos: ¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben! Salmo 66 (De la misa para la Evangelización de los pueblos).
JESÚS MARTÍ BALLESTER
24.
Sabemos quién es Dios, pero no siempre sabemos identificar quién es nuestro prójimo. Prójimo es próximo.
¿Se dan cuenta que en el siglo donde más se nos ha hablado de derechos humanos es cuando meno se nos ha hablado de prójimo?
La terminología ha cambiado pero el contenido sigue siendo el mismo.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos hace caer en la cuenta que lo mayor en la vida de un cristiano es el amor tanto en un sentido vertical como horizontal.
No se puede amar a Dios al que no vemos si no amamos a los que tenemos alrededor.
Para muchas personas cristianas de toda la vida el amor a Dios se le hace relativamente fácil, ya que lo entienden como una relación no recíproca donde Dios permanece esclavizado a los designios de su humano interlocutor... Pero cuando esa misma persona entra en contacto con los demás, es simplemente un desastre. No llega a establecer relaciones profundas ni humanas, ve en los demás mas una amenaza que una invitación al amor a Dios...
Por desgracia, hay personas que dicen que aman mucho a Dios, pero detestan profundamente a los que lo rodean...
o ¿Está presente en tu vida de fe el amor activo a los demás?
o ¿Quieres de verdad a las personas que te rodean?
La fe en el Señor es una fe llena de invitaciones a implicarnos en la vida no a salir de ella. La existencia de cada persona es la única oportunidad que tenemos para encontrar y amar a Dios, de aquí que g católicos demos tanta y tanta importancia a la vida. La mejor enseñanza que podemos tomar 4 jis palabras de Jesús es que el amor es lo único que no puede ser abstracto.
La persona es imagen de Dios (Gn 1, 26 ss) y por eso tiene una dignidad capaz de ser amada. Ser de verdad cristianos es amar a Dios y amar a los seres humanos que Dios ha hecho a su imagen. Amar a Dios y a los demás con una entrega total y verdadera.
La religión consiste no en cumplir una normas para no condenarme. La fe consiste en amar a Dios. Darle un amor total, un amor que domine nuestras emociones, que dirija nuestros pensamientos y que sea la dinámica de nuestras acciones.
Las respuestas que da Jesús están tomadas de la propia Biblia:
o La primera respuesta es de Deuteronomio 6,5
o El amor al prójimo es de Levítico 19,18
Nos dice la Palabra que quien no ama permanece en la muerte. Ojalá los cristianos pudiésemos captar la hondura de esta frase y sus implicaciones para la vida diaria. Seguro que nos plantearíamos las relaciones con los demás de distinta forma.
Hay un pasaje que encaja magníficamente con nuestro Evangelio de hoy. Me refiero al juicio final (Mt 25, 31-46). En este pasaje se trasluce las dos dimensiones que Jesús nos propone. Somos aceptados por Dios cuando vimos a Dios en los demás. Dios nos acoge cuando nosotros acogimos a los prójimos que nos rodearon en nuestra vida diaria. Dios no quiere desentenderse del mundo y por eso creó a los seres humanos y le dio la dignidad máxima. Las personas son los embajadores y el mayor símbolo de Dios. ¿Si Dios no se olvida del prójimo por qué hay cristianos que se olvidan de los demás con tanta frecuencia?
1. ¿Te preocupa el mundo y los que te rodean?
2. ¿Puede haber amor a Dios sin tenerlo a los demás?
3. ¿Cómo son tus relaciones con los demás?
4. ¿Qué haces por los demás?
5. ¿Cómo entiendes el valor de la vida contemplativa?
Mario Santana Bueno
25.