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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
7-11
7.
-Hoy, jornada misional del "Domund"
"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estas palabras de Jesús, que acabamos de escuchar, nos han recordado una vez más el mandamiento nuevo del Señor que nos mueve a salir de nosotros mismos para abrirnos al amor universal.
El gozo de conocer a Jesús y su mensaje, no podemos guardarlo para nosotros solos. El nos ha confiado el anuncio de su Buena Noticia a todos los pueblos de la tierra. Con responsabilidad y alegría debemos corresponder a esta confianza del Señor. Hoy, la jornada del "Domund" nos recuerda que los cristianos estamos "siempre en camino hacia un mundo sin fronteras". La fe, la esperanza y el amor de Cristo nos mueven a caminar como misioneros de su Evangelio y a trabajar en la construcción de un mundo de hermanos en el que sepamos valorar lo que nos une y compartir los dones de los diferentes pueblos y culturas de la tierra.
-"Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios"
Pablo, el gran misionero, en la carta que hemos escuchado, alaba la firme actitud de los cristianos de Tesalónica que él había convertido en un ejemplo para las otras comunidades. Todavía hoy pueden ser un buen modelo para las nuestras.
Ellos acogieron la palabra de Dios en medio de muchas adversidades y, llenos de la alegría del Espíritu Santo, abandonaron los ídolos y se convirtieron al Dios vivo. En la misma carta, el apóstol de gracias por "la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo" (1 Tes 1,3).
Las jóvenes Iglesias de misiones tienen también esta actitud. Han abandonado los ídolos y, movidos por el Espíritu de Cristo, se han puesto en camino igual que los otros hermanos cristianos del mundo. Como el apóstol Pablo, miles de misioneros de la Iglesia dan testimonio en medio de persecuciones, secuestros e incluso con su propia sangre.
Ellos predican al Dios y Padre de todos y a su Hijo salvador de todos. Con entusiasmo van construyendo un mundo nuevo sin fronteras en el que todos puedan participar de la vida nueva de Jesucristo.
Desde el tiempo de los apóstoles, los misioneros de la Iglesia son un "puente" de unión entre naciones y culturas diversas y estimulan un "dar y recibir" mutuo que enriquece a los diferentes pueblos y a la misma Iglesia.
-"Amarás al Señor, tu Dios, y amarás a los demás"
El amor práctico es el indicador de la vitalidad de la fe. El amor a Dios y a su Hijo, Jesucristo, debe llevarnos a amar a los demás, aceptándolos con sus peculiaridades. El amor nos hace salir de nuestro egoísmo -un "ídolo" que hoy tiene tantos nombres!- y nos mueve a caminar con los demás; especialmente con los pequeños y despreciados del mundo, como nos recordaba la lectura del libro del Éxodo.
De esta manera todos los cristianos vamos construyendo un mundo en el que las fronteras de clase, de raza, de economía y de religión no separarán más a los pueblos sino que serán un lugar de encuentro.
Con su trabajo, los misioneros van construyendo la Iglesia de Jesucristo, llamada a ser la casa común de todos los hombres y de todos los pueblos. En esta jornada del "Domund" debemos agradecer la eficaz colaboración de los misioneros a la paz, la justicia y el desarrollo de tantos pueblos -especialmente africanos y asiáticos- marginados del progreso por el egoísmo de los países ricos.
-"Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi"
La Pascua del Señor, muerto y resucitado, ha elevado a Jesucristo y lo ha convertido en cabeza de una nueva familia universal que tiene a Dios por Padre. El ha destruido las fronteras que separaban a los pueblos y los mantenía enemigos. Todos hemos de colaborar en esta reconciliación y en el trabajo abnegado de los misioneros.
El cuerpo y la sangre de Cristo, que ahora vamos a hacer presentes sobre el altar, nos darán la fuerza y la ilusión para colaborar personalmente, y con la oración y los donativos, en la obra misionera de la Iglesia. Así, todos juntos, estaremos siempre en camino hacia un mundo sin fronteras.
JORDI
JORBA
MISA DOMINICAL 1993/13
8. LEGAL/MORAL
-Cómo funciona nuestra sociedad
Un ejemplo. Un individuo tiene una deuda considerable con un banco o una empresa. Una deuda que, puesto que las cosas no le van bien, no consigue pagar. Y, al llegar al término del pago, el banco o la empresa van a los tribunales y los tribunales, con la ley en la mano, embargan los bienes de aquel hombre.
¿Qué os parece? Sin duda, aquí, según la ley, no hay nada criticable, se ha hecho lo que había que hacer. E incluso se podría añadir que, si no se hiciera así, la economía no podría funcionar adecuadamente... ¡aquel banco y aquella empresa tienen derecho al dinero que se les debe! Pues bien, según lo que hemos leído en la primera lectura, ese embargo va contra la Ley de Dios.
Otra historia más. Un propietario tiene a unos inquilinos en un piso. Unos inquilinos que van tirando a duras penas y que pagan su alquiler con grandes dificultades, y alguna vez se retrasan y otras veces sólo logran pagar una parte y el resto unos días más tarde, y al fin llega un mes en el que no pagan... El propietario, con la ley en la mano, los echa del piso, y así encima puede subir el alquiler a los nuevos inquilinos que contrata.
Sin duda ahí podría decirse: si no han pagado, ¿con qué derecho están en el piso? ¡El propietario tiene sus pisos para hacer negocio! ¡No hace pues nada ilegal ni reprobable echando a esos inquilinos! Pues bien, por mucho que las leyes le den la razón en su modo de actuar, este propietario va contra la Ley de Dios.
Y todavía una última historia, muy corriente en estos tiempos (sin que quiera decir que ocurre en todos los casos, ¡gracias a Dios!). Me refiero al caso del gran empresario que ha hecho su buen dinero en las épocas fáciles y que ahora, cuando las cosas no van tan bien y no es posible acumular dinero como antes, pues se guarda su dinero, no invierte, y deja a la gente sin trabajo.
Desde luego que nadie puede obligarle a invertir, a ese individuo: las leyes dicen que el dinero es suyo y que puede hacer con él lo que le parezca... la propiedad privada nadie la puede tocar. Pero yo os aseguro que lo que hace ese hombre es pecado, es totalmente contrario a la voluntad de Dios.
¿Y eso por qué? ¿Por qué decimos que esta gente que actúa con toda legalidad está en contra de la Ley de Dios? Oh... pues porque resulta que el modo de funcionar de nuestra sociedad, sus criterios de actuación y sus leyes, tienen muy poco que ver con los criterios de actuación de Dios.
En nuestra sociedad, en nuestras leyes, APARECE, COMO Lo MAS SAGRADO, EL QUE CADA UNO ES DUEÑO DE SU DINERO Y DE SUS PROPIEDADES, que nadie puede tocar y de modo que, cuanto más dinero y propiedades tenga una persona, más fácil le resultará acumular cada vez mayor riqueza, aunque sea a costa de los demás. Y si luego uno quiere hacer caridad con su dinero, o quiere regalarlo a quien le parezca, eso es problema suyo: nadie puede exigirle ni criticarle el que lo haga.
-Los criterios de Dios son otros
Por el contrario, según los criterios de Dios, las cosas van de otra forma. Porque LO MAS SAGRADO NO ES LA PROPIEDAD PRIVADA, SINO EL QUE TODO EL MUNDO PUEDA VIVIR BIEN Y TENGA LO NECESARIO. Ya lo habéis oído en la primera lectura: si le prestas dinero a uno que tiene menos que tú, no le exijas los intereses porque lo ahogarías; y si has embargado algo y su propietario lo necesita, devuélveselo; y no te aproveches de los que no tienen poder ni posibilidades de defenderse porque se encenderá mi ira -dice el Señor- y os haré morir a espada.
Esos son los criterios de Dios, las leyes de Dios. De modo que el derecho al dinero que uno ha ganado no es, en realidad, ningún derecho. Un cristiano no puede decir: "Esto es mío, pero como soy buena persona, haré caridades". No, no es eso. Sino que nuestro deber, el deber de un cristiano, por Ley de Dios, es pensar que lo que tenemos ha de estar de algún modo al servicio de todos, es decir, al servicio de los que tienen menos que nosotros. Y así cumpliremos el mandamiento de Jesús que hemos escuchado en el evangelio: el mandamiento de amar a los demás, que es la consecuencia primera y palpable del primer mandamiento -el del amor a Dios- y está unido indisolublemente con él. Así pues, ¿qué hay que hacer? ¿Es posible cumplir esas leyes de Dios? ¿No sería una locura, una revolución, si se pusieran en práctica?
Pues sí, SIN DUDA SERIA UNA REVOLUCIÓN. Pero es que precisamente muchas veces pensamos que la fe y el Evangelio es algo que sirve para conservar las cosas en orden y tranquilidad y cada uno en su casa, mientras que, en realidad, el Evangelio propone un modo de vivir distinto, un mundo distinto basado en el amor. Y precisamente nuestra sociedad no se basa en el amor, sino en el lucro, en la ganancia, en el apañarse cada uno como pueda para tirar adelante...
Sí, a mi me parece que el evangelio y las lecturas de hoy deberían hacernos reflexionar sobre el funcionamiento de nuestro mundo, sobre lo mucho que debería cambiar todo para que todo eso se acercara un poco más al plan de amor de Dios. Reflexionar, y ver si en nuestra actuación concreta hay algo que también deba cambiar.
JOSEP
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/20
9.
Jesús dijo una vez que no había venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle su cumplimiento. ¿Qué significa dar cumplimiento a la ley? Esta pregunta se la hacen los fariseos a Jesús con estas otras palabras: "¿cuál es el mandamiento principal de la ley?" Los rabinos, esto es, los profesionales de la ley, habían convertido ésta en una casuística que regulaba la vida por medio de prescripciones relativas casi siempre al esquema pureza/impureza. El sistema moral del pueblo judío estaba degenerando así en un moralismo lleno de prohibiciones y purificaciones según un escrupuloso ritual ajeno al espíritu que había dado origen a la ley.
El espíritu de la ley era el de un pueblo liberado de la opresión y la práctica moral que nos presenta la primera lectura es la solidaridad con los oprimidos. Jesús, cuya misión es dar perfecto cumplimiento a la ley, responde a los fariseos que el eje y sentido de toda la ley es el amor. Ser cristiano no es, pues, tener una tabla especifica de normas a cumplir, sino realizar el doble mandamiento del amor.
Entonces, ¿basta con amar?, ¿a quién tenemos que amar primero, a Dios o al prójimo?, ¿quién es el prójimo? Son preguntas que están en el aire y que nos hemos hecho muchas veces. Empecemos por la primera: ¿basta con amar? Si por amor entendemos el gesto individual y asistencial de una limosna o la felicidad evanescente y subjetiva de los enamorados, no basta con amar. Pero si por amor entendemos la lucha concreta, el gesto comprometido, la actitud permanente de romper el propio cerco de egoísmo, entonces sí, entonces basta con amar, porque es ya darse "con toda el alma, con todo el corazón, con todo el ser". Amar así no es hacer la vista gorda, sino abrir bien los ojos; no es pensar que todo ha cambiado, sino ver que tenemos que ir cambiando todo.
A-H/QUÉ-ES: ¿Amor a Dios y/o amor al prójimo? Yo veo esta pregunta resuelta claramente por san Juan: "quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (/1Jn/04/2O). Y viceversa, ¿acaso es posible amar al prójimo sin amar a Dios? Lo que hicisteis con el prójimo -dice el Señor- lo hicisteis conmigo y «lo que dejasteis de hacer con uno de estos humildes, conmigo dejasteis de hacerlo» (Mt 25, 43-46). Amar a los hombres es la manera concreta de amar a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. De ahí que amar a Dios no es decir que lo amamos, en abstracto, sino que es llevar efectivamente un tipo concreto de vida en la que el prójimo cuente; y en la que sus problemas y sus circunstancias cuentan tanto como las nuestras. Eso es amar a Dios con todo el ser y al prójimo «como a ti mismo,..
¿Y quién es el prójimo? El prójimo es el que está cerca, el que está dentro de nuestro cerco de preocupaciones. Cuanto más amplio sea el cerco, tendremos más prójimo. Todo hombre puede llegar a ser nuestro prójimo si queremos. Por eso el amor es una fuerza que rompe el cerco de nuestros intereses egoístas y nos sitúa en el problema de los demás, nos hace ver desde la situación del otro. «Amar a Dios» no es todavía amar, porque Dios se manifiesta al hombre en Cristo; «amar a Cristo» no es todavía amar, porque Cristo permanece en el prójimo; «amar al prójimo» tampoco es aún amar porque es una fórmula, y, en cuanto tal, abstracta. Amar al prójimo en su situación concreta es amar a Cristo, es amar a Dios, es amar de verdad. Para amar hay que llegar, pues, a la situación del emigrante, del pobre, del oprimido y sentir como propios sus problemas. El Señor nos dice dos veces en la primera lectura que él escucha el grito del oprimido y se compadece, es decir, lo padece como propio. Este es el modo de amar de Dios que se hizo hombre por amor a los hombres, y vivió pobremente por amor a los pobres. Amar no es esperar pasivamente a que aparezca el prójimo por la esquina. El prójimo está ahí, es el obrero en paro, el preso, el huérfano, y sus problemas requieren una soluci6n. Amar es salir de nosotros mismos y juntarnos con el hermano, con el amigo, con el vecino, con todos los que nos sea posible, para concretar eficazmente ese deseo vago y bonito, que a veces nos pasa por la cabeza, de que con amor todo podría ser distinto.
EUCARISTÍA 1975/57
10.
1. Lo único necesario
Dentro de la atmósfera de complot contra Jesús que precede a su pasión y muerte, este texto evangélico nos presenta el primer mandamiento, la ley fundamental del reino de Dios, que valoriza y unifica todo lo demás, y que si falta deja sin contenido y sin sentido "todos los holocaustos y sacrificios". Nos lo transmiten, en forma análoga, Mateo y Marcos. El primero lo introduce con más detalles; el segundo alarga el final. Lucas trata el tema en la introducción a la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-28).
En la crisis actual del cristianismo es fácil observar que los militantes cristianos que descubren las injusticias y opresiones que existen en la humanidad y trabajan por combatirlas -a través de una lucha política de liberación-, se sienten obligados a abandonar su fe cristiana ante el absentismo, cuando no oposición, de los dirigentes eclesiásticos frente a esa liberación necesaria. Y dejan así libre el camino a los defensores de las incalificables injusticias que padecen tantas naciones y tantas personas; muchas de las cuales manipulan el mensaje de Jesús para sus fines egoístas, defendiendo -e incluso financiando- unas prácticas inoperantes y vacías, ocultando con ellas sus inconfesables intereses.
Por otra parte, vivimos absorbidos por los reclamos de la sociedad de consumo. Nos gustan muchas cosas; pero ¿nos "llena" alguna? A juzgar por los anuncios y propagandas que padecemos, podríamos pensar que nuestras vidas se llenarían a base de alimentos naturales, desodorantes, modas, coches más rápidos y cómodos -los jóvenes, la moto-, loterías y quinielas... Sería inútil burlarnos de ello. Pero existe un factor absolutamente central en nuestras vidas que posee tal importancia que sin él todas las demás cosas, incluso las mayores satisfacciones y realizaciones humanas, son insuficientes para extinguir la sed de infinito y plenitud de nuestras mentes y corazones. ¿Tendremos que buscar todos los placeres, excitaciones y experiencias posibles antes de convencernos de ello? Con su respuesta, Jesús trata de responder a ese "algo" que podría llenar el corazón humano e impediría la salida de la Iglesia de muchos de los mejores de sus miembros.
En efecto, Jesús nos habla del amor; del verdadero amor -¡se llama amor a tantas cosas!-. De ese amor que él vivió y que le llevó a la muerte. Porque la vida y la muerte de Jesús tuvieron un objetivo principal: enseñarnos a amar. Enseñarnos ese amor que nos aparta de nuestros planes, de nuestras costumbres, de nuestra comodidad, y nos conduce al desgaste total de nuestras fuerzas humanas. Ese amor que nos entrega vencidos, triturados, siempre sin acabar, a la voluntad del Padre, presente en los acontecimientos cotidianos, en la lucha por la justicia y la libertad... y, sobre todo, presente en el sufrimiento de los hombres, nuestros hermanos, frente a los que tenemos que renunciar a nuestro deseo de hacer algo eficaz inmediato al carecer de recursos para remediar tanto sufrimiento y tanta injusticia... Saber amar con Jesús y como Jesús es nuestra vocación y el precepto fundamental del reino de Dios. No tenemos otra cosa que aprender: es la perfección.
¿Qué sentido pueden tener una fe de palabras, unas prácticas religiosas..., si no contribuyen a arrancarnos de nuestro egoísmo y comodidad? El único verdadero objetivo para cada uno de nosotros es el de comprometer nuestra vida en un gran amor que abrace a la vez a Dios, a su Mesías y a todos nuestros hermanos. Un amor que debe desarrollarse en una sensibilidad y afectividad que le permita expresarse hacia Dios y hacia los hombres con todas las posibilidades de ternura, de amistad, de dulzura y de fuerza de nuestro corazón humano. Un amor que lleve a trabajar para hacer desaparecer tantas injusticias, opresiones y esclavitudes que padecen la mayoría de hombres y de naciones.
2. Seiscientos trece mandamientos
Los fariseos y los saduceos ya habían sido puestos en su lugar por Jesús, con sus respuestas sobre el pago del tributo al César y la resurrección de los muertos. Ahora le toca a los letrados, según Marcos. Mateo habla de un fariseo que "le preguntó para ponerlo a prueba". En Marcos, el letrado se acerca a Jesús con buenas intenciones y con el deseo de aprender; la conversación es amigable. Es posible que fuera un letrado perteneciente a la secta de los fariseos, que ha escuchado la polémica de Jesús con los saduceos y admirado su respuesta, con la que está de acuerdo.
Todo lo que los hombres hacemos tiende, en el fondo, a buscar la felicidad, la realización de nuestras esperanzas más vivas. La pregunta del letrado es similar a la que todos, en un momento u otro de nuestra existencia, nos debemos hacer: ¿Qué es, realmente, lo más importante en la vida? Es posible que sean muchas las respuestas que demos a esa pregunta; unas más teóricas y rutinarias, otras más experimentadas y vividas. Pero primero es la pregunta, después la respuesta. ¿Cómo sentirnos interpelados por una respuesta que no hemos solicitado? Ofrecer respuestas escamoteando o dando por supuestas las preguntas personales es totalmente ineficaz. Y es así como estamos propagando el cristianismo, desde hace muchos siglos, con las catequesis y demás medios de enseñanza. El mensaje de Jesús responde auténtica y profundamente a las preguntas más íntimas del hombre. Preguntas que debemos formularnos y ayudar a otros a hacerse, y que tenemos dentro. Sólo después de "decirnos" cuál es nuestra gran pregunta, qué es lo más importante en nuestra vida, podremos valorar la respuesta que ofrece Jesús.
Cuando existen multitud de mandatos y de prohibiciones es prácticamente imposible descubrir el principio que los justifique y unifique. Y sin un principio que la unifique, la vida se autodestruye por esa múltiple división en parcelas insignificantes, que el hombre no puede cultivar debidamente.
MDTS/JUDIOS: Conocer el mandamiento máximo, compendio de todos los demás, era particularmente importante en el judaísmo, que contaba en los tiempos de Jesús con seiscientos trece mandamientos, derivados de la ley; por lo que todos tenían el mismo valor al haberlos mandado Dios a Moisés. De ellos, trescientos sesenta y cinco -tantos como días del año- eran prohibiciones, y doscientos cuarenta y ocho -equivalente al supuesto número de miembros del cuerpo-, prescripciones positivas. Se distinguía -dentro de su idéntica obligatoriedad- entre mandamientos grandes y pequeños, pesados y ligeros; pero el israelita se preguntaba cómo se podría resumir toda la ley en una breve sentencia. Era difícil orientarse en aquel barullo de disposiciones insignificantes, mezcladas con normas importantes.
Después de veinte siglos de existencia, también los cristianos nos hemos atiborrado de leyes y prescripciones que nos impiden descubrir lo único que importa: el amor a Dios y al prójimo. Debemos revisar muchos de nuestros conceptos, porque con demasiada facilidad hemos divinizado prácticas e instituciones, fruto de una época y no directamente del evangelio.
El letrado fariseo pregunta a Jesús por un tema que se discutía en las escuelas teológicas de entonces. Aunque no faltaban quienes reclamaban el primer lugar para el amor a Dios y al prójimo, la mayoría de los dirigentes opinaban -más bien actuaban- que el mandamiento más importante y que resumía la ley entera, era la observancia del sábado, piedra fundamental del sistema. El letrado quiere conocer la opinión de Jesús sobre un debate de moda.
¿Cuál de los seiscientos trece preceptos de la ley es el más importante y unificador de todos los demás?
3. El primero son dos
Jesús enuncia dos mandamientos, cuando en realidad le han preguntado por uno. Y lo hace citando dos pasajes de la ley mosaica: amor a Dios (Dt 6,4-5) y al prójimo (Lv 19,18). El primero ocupaba el centro de la espiritualidad de Israel: se recitaba por la mañana y por la noche -también lo haría Jesús-, se bordaba en las mangas de los vestidos y se escribía en los dinteles de las puertas (Dt 6,6-9). Su respuesta conecta con los resultados más maduros de la tradición de su pueblo y los hace suyos.
A-DEO/QUÉ-ES: El primero es el amor a Dios. Pero un amor total que implique a toda la persona. Amar con todo el corazón, alma, mente y ser significa desterrar de nuestro interior todo lo que no tenga su fundamento en Dios. Amar a Dios es querer la raíz misma de todo lo que existe, ir al fundamento de la realidad, beber en las fuentes de donde brota la misma vida; aceptar vivir según el estilo que me pide ese amor a Dios. Un amor que dé sentido a toda nuestra vida y por el que hacemos todo lo que hacemos: el trabajo, las prácticas religiosas, la lucha por la liberación de la sociedad. Porque amar a Dios no es sólo no blasfemar o santificar las fiestas... Es poner el proyecto de Dios sobre el mundo y sobre el hombre como prioridad absoluta en nuestros propios proyectos y en nuestra propia mentalidad; es escuchar su palabra asiduamente, encontrarnos con él en la oración...
Quien de verdad ama a Dios, ama todo lo que Dios es y todo lo que Dios ama. Un amor que exige un amor al mundo, una aceptación de sí mismo y un esfuerzo por entrar en comunión con el prójimo.
Hemos perdido el sentido de este mandamiento. Nos preocupan más el prestigio de la Iglesia, el precepto dominical, el ayuno y la abstinencia, recibir unos sacramentos rutinariamente, cumplir con unas devociones... -siempre es más fácil-, que el examinar cómo cumplimos el precepto irrenunciable del amor. Colamos el mosquito y nos tragamos el camello (Mt 23, 24). Hemos sido instruidos con un método que pone más interés en lo periférico que en lo profundo. Las formas, lo externo, nos dejan tranquilos. Estamos pendientes del aparentar.
LBT/DEPENDENCIA: "Nuestro Dios es el único Señor", dice Jesús en el texto de Marcos, afirmando el monoteísmo, signo de libertad y de dependencia. Ningún otro Señor fuera del único Dios: eso es la libertad. Pero existe un Señor al que debemos amar por encima de todo, pertenecerle por completo: eso es la dependencia. El hombre no tiene que hacerse esclavo de otros hombres ni de las cosas; tampoco tiene que erigirse a sí mismo en señor, en centro de todo. La libertad consiste en la obediencia al único Señor verdadero, cumbre de todo lo humano. ¿No es la capacidad de elegir lo mejor? La primacía de Dios no anula el amor al prójimo -como veremos-, sino que lo libera, porque el prójimo no es nuestro Dios. Si lo considerásemos como tal, nos convertiríamos en esclavos suyos y andaríamos mendigando su apoyo; nuestro amor a él ya no sería libre, desinteresado, crítico. El hombre que busca la aprobación de otros hombres y la posesión de las cosas, los convierte en sus ídolos y se prostituye en su presencia. Sólo el amor a Dios hace posible el amor al prójimo. Sólo el hombre que ha renunciado a su "yo" ante Dios es capaz de encontrar el "tú".
Amamos a Dios porque creemos que no hay otro fuera de él. Ni el dinero, ni el poder, ni el placer, ni nada de este mundo son dioses; son trampas de muerte en las que el hombre sucumbe a su propio egoísmo. El primer mandamiento ataca frontalmente todos los ídolos de antes y los de ahora.
"El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Lo añade sin que se lo hayan preguntado. Y hace muy bien: era -es- un mandamiento muy discutido y pospuesto en la práctica a otros preceptos menores, como la circuncisión y el reposo sabático, y a muchas minucias.
Amar a los demás como a nosotros mismos es la prueba evidente del verdadero amor a Dios. "Quien diga que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso..." (1Jn 04, 20). No se puede pedir más claridad: es imposible cumplir el primero sin el segundo. La comprobación de nuestro amor a Dios consiste en el amor al prójimo. No son dos amores. En Dios está todo inmerso de tal manera que quien le ama a él acepta y ama toda la realidad que existe.
"Como a ti mismo". ¿Cómo amar a los demás sin trabajar por el pleno desarrollo de la propia personalidad? El amor a sí mismo, demostrado en una vida de fidelidad a la propia conciencia, está en la base del auténtico amor a los demás. Muchas veces somos incapaces de aceptar y amar verdaderamente a los demás porque somos incapaces de aceptarnos y de amarnos a nosotros mismos.
"Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas". Jesús rechaza toda solución unilateral -Dios o prójimo; prójimo o Dios-. Sólo el amor que incluye a Dios y al prójimo resume toda la ley y los profetas. Todos los demás preceptos son válidos en cuanto son expresión del amor a Dios en los demás. Si se suprimen estos dos mandamientos, todo se viene abajo. El Dios cristiano no quiere un culto exclusivista: quiere ser amado en el hombre (Mt 25, 31-46).
La respuesta de Jesús es ortodoxa, aunque no exenta de originalidad: no sólo son el primer mandamiento, sino el centro del que deriva todo e impregna e informa todo; universaliza el concepto de prójimo -todos los hombres-, que para el judío era únicamente el compatriota y, a lo más, el simpatizante con su religión, nunca el extranjero y el pagano; hace de los dos un solo mandamiento -celebraciones religiosas y liberación integral del hombre-.
El que no haya descubierto esto no puede llamarse creyente cristiano. Quizá esté cerca de otra religión, pero no del cristianismo, porque el cristianismo es amor. La realización del amor de Dios en el amor al prójimo constituye el verdadero núcleo de la revolución de Jesús. Un amor que hay que vivirlo en las exigencias concretas del momento histórico. A amar a Dios en el prójimo se reducen los diez mandamientos y las bienaventuranzas. Pobres son los que apostaron por el amor en todas sus manifestaciones: de verdad, de justicia, de paz, de fraternidad...
Dios está en el grito de todos los que claman por una vida digna, por su realización como personas. Mientras haya explotados y oprimidos, hay una acusación puesta en el mundo. El que no ayuda a los demás eficazmente a salir de su situación inhumana no puede llamarse cristiano.
La oración, el culto, la contemplación... -necesarias-, tienen valor cuando expresan y alimentan un amor auténtico; esto es, un servicio real al hombre.
Hemos de admitir que no hay verdadero amor a Dios sin amor explícito al hombre -reflejado en obras-, pero que puede haber un amor verdadero al hombre sin un amor explícito a Dios. Porque todo verdadero amor al hombre es un amor, una fe implícita en Dios.
El amor a Dios está lleno de ilusiones. No crea problemas: no molesta, no habla, no reprocha, no discute nuestras opiniones ni se opone a nuestros planes... Jesús afirma este primer mandamiento, e inquieta por la forma en que lo lleva a la práctica: el servicio incondicional al prójimo.
4. La respuesta del letrado Mateo ha omitido este desenlace del diálogo, cosa comprensible en su planteamiento del mismo como disputa. Marcos introduce dos detalles significativos: la afirmación del monoteísmo -"nuestro Dios es el único Señor"-, que ya vimos, y una observación contra el culto -el amor a Dios y al prójimo "vale más que todos los holocaustos y sacrificios"-. La primera la cita dos veces: en boca de Jesús y del letrado; la segunda sólo el letrado, siguiendo la línea polémica de los profetas.
El letrado reflexiona sobre la respuesta de Jesús, reconoce su profunda verdad y saca la consecuencia de que este amor a Dios en el prójimo es superior a todos los sacrificios del templo. Sitúa correctamente el precepto del amor. Siempre existe el peligro de que las prácticas cultuales estorben y distraigan de la lucha por la justicia y la libertad; pero cuando están bien orientadas, la alientan y posibilitan.
Es muy digno de atención este judío: en puntos tan esenciales supo adoptar la misma posición original de Jesús. Tiene un modo de entender la ley distinto del que habitualmente se encontraba entre las clases dirigentes. Ha dicho algo particularmente nuevo y valiente. Se comprende el elogio de Jesús: "No estás lejos del reino de Dios". Jesús ha captado en él una búsqueda desinteresada de la verdad, una disponibilidad sin prejuicios ante su persona. También en los que menos se podía esperar brota la fe verdadera .
Marcos termina: "Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas". Palabras que pueden ser un recurso literario para indicar el fin del tema o reflejo del impacto que las respuestas del galileo iban causando en los "sabios" de Israel. Les cierra la boca, pero no logra convertirlos. Se marchan vencidos, pero irritados.
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 70-76
11.
1. Reino de Dios: reinado del amor
Aunque a primera vista no lo parezca, el evangelio de hoy complementa al del domingo pasado. Veíamos, en efecto, que a Dios hay que darle lo que es de Dios...
Y nos preguntamos: ¿Qué es lo debido a Dios? O de otra forma: ¿En qué consiste la ley fundamental del Reino de Dios? A esta pregunta responde hoy Jesús en uno de los textos más conocidos por nuestros oídos cristianos: el Mandamiento principal es éste: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» El segundo mandamiento es semejante a éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» La pregunta le había sido formulada a Jesús por un fariseo, miembro del partido defensor de la Ley. Más de 600 eran las leyes religiosas que debían cumplir los judíos piadosos; sin embargo, agregó Jesús: «Estas dos leyes sostienen la Ley entera y los profetas.» La respuesta de Jesús no era, en realidad, una novedad en la Biblia, como lo confirma, entre otros textos, la primera lectura de hoy, sacada del Éxodo. Pero vista desde la perspectiva del Reino nos ofrece nuevos motivos de reflexión, completando conceptos ya elaborados en domingos anteriores.
La expresión «Reino de Dios» siempre nos asusta un poco y nos complica la vida más de lo necesario, pues la palabra «reino» -al menos en las épocas que vivimos- tiene cierta carga afectiva que no nos ayuda mucho para entender la expresión evangélica. Quizá por eso el evangelista Juan prefirió omitirla, por lo general, en su Evangelio, hablando más bien de la Verdad, de la Vida Nueva, de la Luz y, sobre todo, del Amor. Es él -o quien fuese en su lugar- quien en su primera carta define a Dios simplemente: «Dios es Amor.» Si Dios es Amor, su Reino es el del amor, y quienes entran en él no pueden vivir sino del amor. Amar no es solamente la ley del Reino; es la necesidad de todo hombre que quiere simplemente vivir. Sin amor no se puede vivir, pues amor es dar vida, construir la comunidad, buscar la paz, casarse, tener hijos, proteger a los demás, compartir la misma historia, etc.
Por eso es imposible que el Reino de Dios pueda ser incompatible con una sociedad edificada sobre bases justas; mas cuando la sociedad postula ciertos principios que atentan contra el amor, cuando patrocina un modo de vida que adora por encima de todas las cosas el dinero, el poder, el narcisismo, etc., entonces el Reino se transforma en denuncia de una vida inauténtica.
Si la ley del Reino es el amor -amor total, sin limitación alguna-, justo es que nos preguntemos por la función que debe cumplir la comunidad cristiana -o Iglesia- en el mundo. Muchos se preguntarán si realmente es hoy signo del único mandato del amor, o si también ella no está aplastada bajo el peso de cientos y cientos de leyes que la aprisionan.
Ahora comprendemos mejor lo que comentábamos el domingo pasado: no siempre la causa de los conflictos entre Iglesia y Mundo está motivada por una exigencia del Reino. Puede suceder a menudo que los enfrentamientos internos de la Iglesia, como también los externos, tengan un punto de partida que no entra necesariamente en la página que hoy nos relata Mateo. Si los cristianos hubiéramos hecho de estas palabras de Jesús nuestra ley suprema, seguramente nos hubiéramos evitado a lo largo de los siglos un sinfín de luchas, de odios, de guerras y de divisiones que, bajo la apariencia religiosa, escondían siempre mezquindades humanas.
Hoy llegamos a una clara conclusión: el Reino de Dios se hace presente -dentro de cada hombre como en el seno de las instituciones, laicas o religiosas- en la medida en que se vive al servicio de un Dios que se llama Amor. Fuera de esta perspectiva podremos hacer muchas cosas: actos de culto, oraciones, levantar templos, obras misioneras y cruzadas de fe; podremos ser los modelos del hombre honesto de moralidad intachable y mucho más aún, pero aún permaneceríamos fuera de las puertas del Reino.
Esta es la ley que nos permite dirimir toda duda de conciencia, todo conflicto generacional o institucional: respetar el derecho fundamental de amar y de ser amado. Lo demás es accesorio, y es hora de que lo comprendamos.
2. Un amor utópico...
Todo lo hasta ahora dicho puede ser cierto, mas también es cierto que no hay palabra más etérea y desvalorizada que la palabra amor. Hasta tal punto esto es así que afirmar hoy que los cristianos debemos amar pudiera sonar en muchos oídos como una rutina más sin trascendencia alguna. ¿Quién no habla hoy del amor? A-DEO/A-H: Nada digamos del «amor a Dios»: ¿En qué consiste este amor? ¿Cómo se manifiesta? ¿Qué efectos produce en quien ama? ¿Cómo responde el amado? No creo que nadie tenga problemas de amar a Dios: El no molesta, no nos habla, no nos reprocha nada, no discute nuestras opiniones, no se opone a nuestros planes... Más bien, deja hacer hasta un grado tan exagerado que hasta dos enemigos irreconciliables pueden afirmar ingenuamente que también ellos aman a Dios; y no faltará quien afirme que por ese amor ha decidido matar a su contrincante. Y Dios deja hacer, como si ese amor le bastara...
Tan cierto es esto que no faltaron cristianos que discutieron sobre si el amor a Dios era más importante que el amor al prójimo, o si en algún caso un amor debiera ceder en función del otro amor, y así sucesivamente. De estas cuestiones tontas están llenos muchos libros llamados de religión; recuerdo, por ejemplo, problemas como el de si el amor al esposo está por encima o por debajo del amor a Dios; si el amor de los hijos a los padres es absoluto o si puede un día cesar por exigencias del amor divino, etc., etc.
Esta forma tan simple y tonta de complicarnos la vida nos dice hasta qué punto hacemos de la fe un conjunto de abstracciones aisladas que, a la hora de la verdad, nos sirven para muy poco. Felizmente es el mismo Juan, fuera de toda sospecha de herejía, quien afirma con el mayor de los énfasis que quien diga que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso. Imposible más claridad.
Volvamos a nosotros: Jesús parece querer cortarnos toda posibilidad de evasión mediante buenas palabras, cuando nos aclara: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Mirada la frase con óptica psicológica, se nos pide un imposible: nada más fuerte en el hombre que el amor a sí mismo, pues es ese amor el que le permite vivir. Pero considerando la expresión como una paradoja, parece querer decirnos que el amor al prójimo es un ideal que, por confundirse con la misma esencia del Reino, es una tarea que nos llevará toda la vida el cumplirla.
Con cierta elegancia Jesús nos dice que siempre que afirmamos que amamos al prójimo, en realidad estamos mintiendo un poco, pues el amor preconizado por el Evangelio del Reino identifica al otro con uno mismo, de tal forma que el otro deja de ser otro para pasar a ser parte esencial de nuestro yo.
Un motivo más para comprender que el amor a Dios y el amor al prójimo coinciden en un solo gesto de amor: quien dice que ama a Dios, ya no es uno solo, sino él-con-el-prójimo. El Reino no viene para cubrir nuestro hueco interior, sino para comunicarnos con los demás sin barrera ni frontera alguna.
¿Es todo esto una utopía? En cierta manera lo es, como lo es el mismo Reino. Y es esta utopía la que nos impide -como veremos el domingo próximo- caer en el pecado del fariseísmo: la autosuficiencia de quienes se creen que han digerido toda la ley...
Hoy se nos invita a vivir de la utopía. El cristiano, en cuanto ser entregado al Evangelio del Reino, es un personaje utópico, que no encuentra lugar en un mundo que camina de espalda a los demás. Este es nuestro testimonio al que podemos tachar de loco, insensato, imposible, fuera de toda lógica, ingenuo, etc., etc...
San Pablo lo llamó la «locura de la cruz». El loco es un ser que no se siente integrado en una determinada sociedad.
Algo parecido es el habitante de este planeta que, en pleno siglo veinte, sigue pensando que con el amor se resolverán todos los problemas, o al menos comenzarán a resolverse. Razón tenía Jesús cuando le dijo a Pilato: "Mi reino no es de este mundo", es u-tópico... Y si aún seguimos escuchando el Evangelio y creyendo en Jesús, es señal de que su locura pudo habernos contagiado. En buena hora...
SANTOS
BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 300
ss.