COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Hb 04, 14-16

 

1.

El Salvador a quien honramos no es un superhombre. Es un pobre hombre devorado por la angustia, torturado y ridiculizado, probado en todo como nosotros. Nadie, pues, debe sentir reparo ante El. Todos tenemos, cualesquiera que seamos, la posibilidad de reconstruirnos.

DABAR 1982, 52


 

2. J/SACERDOTE

Después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación sacerdotal de Jesucristo, el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la "confesión de la fe".

Probablemente alude con ello a un símbolo de la fe recitado en la liturgia bautismal y conocido muy bien por sus lectores. Y, aunque nosotros desconocemos exactamente la forma de este credo primitivo, sabemos que en él se confesaba que Jesús es el Señor y el mismo Hijo de Dios.

Siendo Jesús el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres, es Mediador y nuestro sumo sacerdote. Su sacerdocio es "grande" y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Si éstos penetraban una vez al año en el "santo de los santos", lugar construido por manos de hombre, por más que fuera el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, Jesús, atravesando el cielo, llegó de una vez por todas a la inmediata presencia del Altísimo. Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios.

Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades (cfr. 5, 2). Y aunque es verdad que no tuvo pecado (cfr. 7, 26-28), fue probado o tentado lo mismo que nosotros (cfr. Mt 4, 1-11; Mc 1, 12s; Lc 4, 1-13; 22-28).

Si en el A.T. los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por nosotros.

EUCARISTÍA 1982, 47


 

3.

A unos judíos convertidos, posiblemente de estirpe sacerdotal, que añoran el templo de Jerusalén y el esplendor de su culto externo, el autor de la carta a los Hebreos les quiere mostrar la grandeza y la eficacia del culto cristiano "en espíritu y en verdad". El sacerdocio levítico -el de los lectores- debe ceder ante el sacerdocio de Cristo, único mediador de la nueva alianza. El sacerdocio de Cristo supera el de los sacerdotes levíticos, e incluso el del sumo sacerdote del templo, porque está al mismo tiempo más elevado junto a Dios y más rebajado al lado de los hombres: ha atravesado los cielos hasta llegar a la derecha del Padre, y por otra parte "no es incapaz de compadecerse de nuestra debilidades, sino que ha sido probado en todo... excepto en el pecado". El sumo sacerdote judío no llegaba ni tan arriba ni tan abajo. Se mantenía excesivamente distante de Dios y de los hombres.

Bastante lo sabían los destinatarios de la carta. Por ello, en vez de evocar nostálgicamente la antigua liturgia, deben estar contentos del misterio cristiano en el que han creído, y deben tener la seguridad, a pesar de su simplicidad externa, de encontrar en él la ayuda eficaz que los ritos judíos no les podían procurar.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 18