36 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVIII
CICLO C
19-31

 

19.

Dar las gracias todos los días 

Las celebraciones de 1992 tocan a su fin: mañana se clausurará la Exposición  internacional de Sevilla, en el mismo día en que hace quinientos años, aquel marinero vigía,  Rodrigo de Triana, atisbase aquella isla -¿Guanahaní?- de un mundo nuevo que se  acababa de descubrir. Se ha escrito muchísimo sobre un hecho que, para algunos fue una  gesta, para otros un descubrimiento o un encuentro y, también y para no pocos en España,  el inicio de una historia de genocidio, explotación e injusticia.

Hoy quiero citar un artículo de una persona que habitualmente asiste a esta misma  eucaristía, el historiador y académico Carlos Seco Serrano. Comienza aludiendo a un gran  arabista español que escribía: «Desgraciadamente, el español es un pueblo que no ha  digerido su historia» Y, después de aludir a cómo Napoleón o, más recientemente, el  canciller alemán Helmut Kohl, afirmaron que "no podemos quitarnos de encima nuestra  historia" y que a pesar de capítulos terribles y oscuros, «podemos estar agradecidos por la  otra herencia de nuestro pueblo grandioso y rutilante. Ambas realidades forman parte de  nuestra historia», insiste en nuestra falta de capacidad para digerir nuestra propia historia.

HT/JUICIO/NORMA: Nadie puede negar que el descubrimiento y la  colonización de América estuvo también marcada por páginas de crueldad y de explotación.  Se nos ha hablado de indios exterminados -¿quién lo hizo: los españoles o los agentes  patógenos que estos llevaban consigo?- y se nos ha hecho comulgar con piedras de molino  de cifras, de ninguna manera comprobadas; se han escrito infinidad de páginas sobre la  crueldad y la sed de oro de los conquistadores. En otro plano, se nos ha presentado la  conquista de Granada como el triunfo de la barbarie de Castilla sobre la exquisita cultura de  un Al-Andalus, que llevaba siglos de decadencia, mientras que la «bárbara» Castilla ya  había dado a luz sus grandes catedrales góticas, a Nebrija, La Celestina, Jorge Manrique y  estaba a punto de nacer la Biblia políglota complutense. El artículo presenta la opinión del  gran historiador británico G. Barraclough de que «hemos de estudiar el pasado por sí  mismo, y juzgar las épocas pasadas -si juzgar es pertinente de la historia- por sus propios  criterios, por sus propias normas, y no por las nuestras». La conclusión de Seco Serrano es  que es injusto poner entre paréntesis, al valorar el Descubrimiento, lo que «supuso la  semilla cristiana, fructificando a lo largo del tiempo, como estímulo para el desarrollo ético y  social de una humanidad que aún no conocía 'la buena nueva': máximo empuje en la 'lucha  por la justicia' que desde el primer momento desplegó la Iglesia en el vasto continente  trasatlántico; desde la cruzada de los dominicos y de su máximo exponente -Las Casas-  hasta el testimonio de caridad extrema de un Pedro Claver». Y podemos añadir las primeras  universidades que muy pronto surgieron en aquellas Indias, la impresionante labor de las  reducciones del Paraguay, la misma vitalidad religiosa de unos hombres y mujeres que  están dando hoy un testimonio maravilloso de cristianismo y humanidad y que es el humus  sobre el que ha surgido una renovación teológica que ha marcado a la Iglesia de nuestro  tiempo...

He querido comenzar con esta larga introducción, tanto por su actualidad, como porque  creo que tiene un punto de empalme con la página evangélica que hemos escuchado hoy.  El relato de la curación de los diez leprosos contiene rasgos que empalman muy bien con  otras narraciones evangélicas. El único que vuelve a dar gracias, en contraste con ese otro  90% de desagradecidos judíos, es el extranjero, el samaritano, el que era para los judíos  sinónimo de impío y proscrito. También era samaritano, en la parábola del mismo Lucas, el  que sintió lástima por aquel hombre asaltado en su camino de Jerusalén a Jericó y ante el  que pasaron de largo el sacerdote y el levita judíos.

De alguna manera está resonando en ese samaritano la figura del hijo pródigo y no la del  «fiel»; la de la mujer pecadora pública y no la del fariseo Simón; la de la oración del  publicano y no la del fariseo... En pocas palabras, en la persona de los oficialmente no  religiosos se encuentran actitudes receptivas ante el mensaje de Jesús que no se dan en los  que oficialmente eran personas religiosas.

¿Por qué no volvieron los nueve leprosos limpiados por Jesús? Se limitaron a cumplir  religiosamente lo que Jesús les prescribe, de acuerdo con la ley mosaica: presentarse a los  sacerdotes para que les extendiesen el certificado de salud y pudiesen volver a la ciudad de  los hombres. Sólo uno de ellos -y "este era samaritano»- no se conforma con la ley mosaica:  «Se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias».

Varios biblistas insisten en que los otros nueve, oficialmente religiosos y miembros del  pueblo de Dios, pensaron que Dios se debía a ellos; que no tienen nada que agradecerle,  ya que es normal que Dios actúe con ellos salvíficamente. Sólo el extranjero, el que no es  sociológica ni institucionalmente religioso, es el que reconoce la acción de Dios y se abre a  él, es el que experimenta que se le ha dado algo que no se le debe.

¿No tenemos que reconocer que esto es algo que nos acontece muchas veces a  nosotros? Hay una cita de ·Chesterton que dice: «Una vez al año agradecemos a los  Reyes Magos los regalos que nos encontramos en los zapatos, pero nos olvidamos de dar  las gracias todos los días a Dios que nos ha dado los pies para meterlos en ellos». Vivimos en una sociedad en que dar gracias es muy frecuente y hasta se ha convertido en  un tópico. En los recibos de compra se nos dice: «Gracias por su visita», y a veces nos lo  dicen hasta con anuncios luminosos al salir de un establecimiento comercial o de un  aparcamiento... Y, sin embargo, nos puede faltar muchas veces el agradecimiento profundo  y verdadero en nuestro corazón.

No se puede dudar de que la vida es dura y difícil, pero, ¿no tendríamos en ella un  horizonte más justo y una más justa ponderación de nuestra realidad si fuésemos capaces  de valorar tantas cosas obvias, espontáneas y sencillas que forman parte de nuestra  existencia y que nos pasan desapercibidas, desde nuestros zapatos hasta los pies que  podemos meter en ellos? 

Frecuentemente nos quejamos de los problemas y angustias que surgen en la vida  familiar, pero, ¿tenemos tiempo para percibir, valorar y agradecer todas las grandes  satisfacciones que en esa misma vida podemos encontrar? 

El carácter español está, en cierto sentido, cercano al viejo senequismo: una actitud  exageradamente negativa, pesimista, resignada, dolorista ante la vida y que podría venir  simbolizada en el negro «caballero de la mano en el pecho» de El Greco. Nuestro interior,  nuestras más hondas actitudes vitales, ¿no están reflejando esa figura negra y sombría que  parece tener sólo capacidad para percibir los aspectos negativos y lúgubres de nuestra  vida, olvidando injustamente las luces y colores que también la acompañan y que el cristiano  debería reconocer como regalo y don de un Dios, amigo de los hombres y amigo de la vida? 

«El español es un pueblo que no ha digerido su historia», ha escrito el  historiador y académico Carlos Seco Serrano. Creo que esa mala digestión histórica explica  nuestra negatividad y falta de objetividad al valorar la historia, incapaces de hacerlo con los  inevitables criterios de la época en que se desarrollaron. Pero yo creo que no sólo nos falta  capacidad para digerir nuestra historia común, sino que lo mismo nos acontece en nuestra  propia historia personal. De la misma forma que existen tantas personas que parecen tener  sólo gafas negras para enjuiciar nuestro pasado común, creo que frecuentemente nos  acontece lo mismo al valorar nuestro presente personal.

Nuestros demonios familiares, nuestro senequismo o lo que sea, ¿no nos están llevando a  no saber valorar lo que la vida nos está dando a cada uno de nosotros? Nuestra misma  religiosidad, ¿no es demasiado triste, exageradamente dolorista, precisamente porque no  tenemos capacidad para agradecer el don de la vida y tantas cosas positivas que nos pasan  desapercibidas y que sólo valoramos -y echamos de menos- cuando las hemos perdido?  Como pueblo y como personas tenemos que aprender a digerir nuestra común y personal  historia...

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 335 ss.


20.

1. «¿Dónde están los otros nueve?». 

Diez leprosos son curados por el Señor en el evangelio mientras van de camino a  presentarse a los sacerdotes por orden de Jesús. Los sacerdotes tenían la obligación de  declarar impuros a los leprosos (Lv 13,11-12), pero también la de constatar su eventual  curación y anular el veredicto de impureza (ibid. 16). Está claro que es únicamente Jesús el  que opera el milagro, que se produce mientras los leprosos van a presentarse a los  sacerdotes. Pero para los judíos enfermos el rito litúrgico prescrito en la ley es tan decisivo  que atribuyen toda la gracia de la curación a la ceremonia prescrita. Exactamente igual que  algunos cristianos, que consideran que «practicar» es el auténtico centro de la religión y  olvidan completamente la gracia recibida de Dios, que es el punto de partida y la meta de la  «marcha de la Iglesia». El fin desaparece en el medio, que a menudo apenas tiene ya algo  que ver con lo genuinamente cristiano y que es pura costumbre, mera tradición rutinaria.  Tendrá que ser un «extranjero» (un samaritano), es decir, alguien no familiarizado con la  tradición, el que perciba la gracia como tal mientras va de camino hacia la «autoridad  sanitaria» y vuelva a dar las gracias al lugar adecuado.

2. «Acepta un presente de tu servidor». 

En el paralelo veterotestamentario de la primera lectura se describe anteriormente (cfr.  versículos 1-13) el enfado de Naamán el sirio, que se niega a obedecer la orden de Eliseo  de bañarse siete veces en el Jordán para curarse de la lepra. ¿Es que no hay ríos  suficientes en nuestra tierra? Sus siervos tienen que aconsejarle que obedezca al profeta. El  sirio obedece finalmente y queda curado: no propiamente por su fe, sino en virtud de su  obediencia. El agraciado se llena entonces de admiración y rebosa gratitud por todas  partes. Quiere mostrarse agradecido con regalos, pero el profeta no acepta nada, está  simplemente de «servicio». Entonces se produce la segunda curación del sirio, ésta  totalmente interior: se llena nuevamente de admiración, pero esta vez no por el poder que el  profeta tiene de hacer milagros, sino por la fuerza del propio Dios. En lo sucesivo quiere  adorar exclusivamente a este Dios, sobre la misma tierra del país que pertenece a este Dios  y que se lleva consigo. Se precisa una distancia con respecto a los hábitos religiosos para  experimentar lo que es un milagro y demostrar la gratitud que se debe a Dios por él. Jesús lo  había dicho ya claramente en su discurso programático de Nazaret (Lc 4,25-27).

3. «Mi evangelio, por el que sufro». 

La segunda lectura muestra que el verdadero cristianismo, tras su degeneración  espiritualmente mortífera en mera tradición, tiene la forma vivificante del martirio, que es una  confesión de fe (no necesariamente cruenta) mediante el sufrimiento. Aquí se sufre «por los  elegidos», para que éstos, a pesar de su indolencia, «alcancen su salvación» en Cristo y la  «gloria eterna». No podemos contentarnos simplemente con el último versículo de este  pequeño himno que cierra la lectura: «Si somos infieles, él permanece fiel» -esta idea, justa  por lo demás, puede convertirse en una cómoda poltrona-, sino que hay que tomar  igualmente en serio el versículo anterior: «Si lo negamos, también él nos negará». Si  tratamos a Dios como si fuera una especie de autómata religioso, El se encargará de  demostrarnos que no es eso, sino que es el Dios libre, vivo, y también la Palabra eterna,  que se manifiesta libremente y no está encadenada, cuando nosotros, por el contrario,  «llevamos cadenas como malhechores». Sólo «si morimos con él, viviremos con él».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 288 s.


21.«TODO ES GRACIA» 

Por supuesto que el hombre está en su derecho de «luchar por sus derechos». Los  derechos del hombre son sagrados. Nunca como en nuestros días se ha hablado tanto de  ello. Y son muchos, empezando por la Iglesia, quienes han levantado bandera reivindicando  los «derechos humanos».

Pero creo, al mismo tiempo, que convendría reconocer -y ésa es la paradoja que esos  universales derechos del hombre arrancan de una gran «gratuidad». Dios nos creó  gratuitamente: porque quiso. Y los dones con que nos adornó al crearnos, y por supuesto al  redimirnos, son eso: dones, regalos. Por eso, afirmaba Bernanos: «Todo es gracia».  Efectivamente, tanto mi naturaleza humana, como la increíble arquitectura sobrenatural a la  que hemos sido elevado, «todo es gracia».

Cuando se olvida este planteamiento inicial, es cuando borramos de nuestro  comportamiento humano ese gesto tan bello de «dar gracias». Y ya lo sabéis: «es cosa de  bien nacidos el sentirse agradecidos». Y. claro, si no pensamos que «Dios nos ha salvado»,  ¿cómo vamos a cantar esa oración de la lógica y la correspondencia que es el prefacio: «En  verdad es justo y necesario... darte gracias siempre y en todo lugar?».

De eso trata el evangelio hoy. El Señor curó a diez leprosos. Eran por tanto, «diez  agraciados», de los cuales sólo uno volvió para «dar gracias». Y parece que Jesús acusó el  golpe: «¿No eran diez los curados?». ·Quevedo-F escribió: «Pocas veces, quien recibe lo  que no merece, agradece lo que recibe».

Y ésa es la pregunta de hoy: ¿Será ése el porcentaje? ¿Uno solo, de cada diez, entre los  hombres, es el que suele reconocer que mil veces le ha sonreído la lotería en su propia  vida? San Pablo decía sin titubeos: «Todo lo que tienes, lo has recibido. ¿Por qué te glorías  como si no lo hubieras recibido?» Y añadía a cada paso: «Todo cuanto hagáis, que sea una  acción de gracias, de palabra y de obra, por medio de Jesús, al Padre».

No hay peor cosa que el ir por la vida pensando que «a todo tenemos derecho». Primero,  porque no es verdad. «Dios te creó sin ti», decía Agustín de Hipona. La Creación, la  conservación, la Redención, la santificación, otorgadas por Dios al hombre, son obras  gratuitas nacidas del puro amor. Pero segundo: si creemos que tenemos derecho a todo,  esperaremos que todo se nos dé «hecho», muy bien hecho, esto es «perfecto». Y no. El  mismo Agustín añade: «Dios no te salvará sin ti». Dios cuenta siempre, como «conditio sine  qua non», con nuestra colaboraci6n. Recordad a Pablo: «Hemos de poner lo que falta a la  Pasión de Jesucristo».

Detenernos, pues, a cada paso, para «dar gracias», es el primer capítulo de la más  elemental educación. Y el primero, de la lógica. Y el primero, del «vivir consciente». Ya que  muy despistado hay que ser para no darnos cuenta de que todos hemos sido «limpiados de  alguna lepra». Cuando Francisco de Asís pronunciaba el «Canto al Hermano Sol», lo que  hacía era «dar gracias por el regalo de todas las criaturas».

Por eso, la «acción de gracias» debería ser nuestra más fecunda fuente de inspiración.  Cualquiera debería ser capaz de tejer una bella guirnalda de gratitudes a Dios: 

«Te agradezco, Señor, que, al fin, haya llovido. 
Y que mis alumnos me quieran. 
Y que hoy no me duela la cabeza. 
Y que haya dormido tan bien esta noche...». 

Todavía más. Deberíamos plantearnos a cada paso aquella hermosa oración que  solíamos rezar los sacerdotes después de comulgar: ¿Qué devolveré al Señor por todo lo  que El me ha dado?».

ELVIRA-1.Págs. 267 s.


22.

Frase evangélica: «¿No ha vuelto más que este extranjero  para dar gloria a Dios?» 

Tema de predicación: LA FE DE LOS LEPROSOS 

1. Lucas sitúa el episodio de la curación de los diez leprosos entre la petición de fe de los  apóstoles y la disputa con los fariseos sobre la llegada del reinado de Dios. Los leprosos  representan a los marginados de la institución, necesitados de ayuda, pero también  creyentes que esperan la llegada del reino.

2. La fe de los leprosos en Jesús, Maestro o Señor de la naturaleza, es admirable:  consiste en encontrar y reconocer a Jesús. Formulan su petición con una súplica de los  salmos, «Ten compasión de nosotros», dirigida a un Dios «compasivo y clemente, paciente,  misericordioso y fiel» (Ex 34,6) que otorga su gracia a los desgraciados. Al comienzo de  cada eucaristía nos dirigimos a Cristo diciéndole: «Señor, ten piedad de nosotros» (Kyrie  eleison).

3. Sólo uno de los leprosos -concretamente, un samaritano, es decir, un extranjero (un  «gentil» o «pagano»)es agradecido y reconoce que su adhesión a Jesús le ha curado y que  la llegada del reino le ha liberado de la marginación. «Echarse por tierra» es un gesto que  sólo se hace ante Dios, a quien se dan las gracias, preceda o no la petición. Jesús le dice:  «levántate» (resucita) y «vete» (ponte en movimiento). Por último, el milagro supone la fe; si  no hay fe, no hay milagro. Tampoco basta con recibir la salud; hay que agradecerla.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué cosas pedimos realmente a Dios? 

¿Somos también agradecidos? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 305


23.

Un día, diez leprosos que se hallaban a la entrada de una ciudad, en la frontera de  Galilea y de Samaria, gritan desde lejos a Cristo: "¡Jesús, maestro, ten piedad de nosotros!"  Debido a su enfermedad se hallan al margen de la sociedad, separados del pueblo,  arrancados de la comunidad. Forman entre sí una especie de comunidad de miseria, en la  que incluso un samaritano herético tiene un lugar entre los judíos ortodoxos; porque, en el  marco de tal miseria, ¿qué pueden significar las divisiones confesionales? Forman una  comunidad de sufrimiento, errante por lugares desiertos, no pudiendo acercarse más que a  las fronteras de la ciudad, anunciando desde lejos su cercanía para que se alejen. Entre  nosotros el pecado, la rebelión, el sufrimiento, la tristeza constituyen también una especie de  lepra que nos separa de los otros. Sentimos entonces nuestra solidaridad humana con  tantos hombres que como nosotros han sido tocados por el pecado y por el sufrimiento.  Formamos parte de esta comunidad de debilidad y de miseria, sin distinción de sociedad o  de religión. Si todavía no existe la intercomunión eucarística entre los cristianos, se da en  todo caso una real intercomunión de miseria y de debilidad: estamos todos en presencia de  Cristo a quien confesamos desde lejos nuestro común pecado.

Pero, ¿por qué de estos diez leprosos, nueve no han vuelto inmediatamente sobre sus  pasos para agradecer a Cristo la curación? El les mandó presentarse al sacerdote para que  llevase a cabo el rito de la purificación de los leprosos, según estaba prescrito en la ley de  Moisés. Mientras marchaban han podido constatar su curación. ¿Por qué no han vuelto  todos?

Hay que comprender su situación. Después de tanto tiempo al margen de la sociedad se  han apresurado a ponerse en regla con la ley, a adquirir una situación humana normal  después de la ceremonia de la purificación, tenían prisa por ser incorporados a la sociedad  de los hombres. Los frutos humanos del milagro de su curación les preocupan más que el  milagro mismo, más que aquel que en su gran misericordia les ha curado. Están ya  habituados al milagro de Dios y son muy proclives a darle una interpretación humana:  después de todo, se han visto ya curaciones de leprosos, y bien extraordinarias; ¿se debe,  quizás, al efecto de tal medicina tomada la víspera? Lo esencial, ahora, es acudir al  sacerdote que pondrá las cosas en orden y permitirá recobrar una vida normal de hombre  en la sociedad de hombres normales.

También nosotros, con demasiada frecuencia, salvados, regenerados, curados,  consolados por Cristo, estamos más prestos a gozarnos de la paz recobrada o del bienestar  de una vida sin problemas que a preocuparnos por dar gracias a Dios por todos sus  beneficios. Estamos demasiado habituados a la gracia de Dios, que transforma  constantemente nuestra vida, y a toda clase de bendiciones con las que nos colma cada  día. Nos sentimos tentados a olvidar que toda paz y toda alegría está alimentada por la  presencia vivificante de Dios. Atribuimos a los sucesos felices de nuestra vida la alegría que  nos llena, y quizás a nuestro equilibrio psíquico la paz en la que vivimos. O bien, sanados  por la gran curación operada en el bautismo y la eucaristía, quisiéramos vernos libres no  sólo de la lepra y del pecado de rebelión contra Dios, sino incluso de todos los pequeños  males de nuestra existencia, que Dios quiere que soportemos hasta la llegada del reino.

El décimo leproso nos arrastra con él, aquel samaritano herético que no conocía a Dios  como los judíos ortodoxos, pero que sabía lo suficiente para convertirse en nuestro maestro  espiritual en materia de desprendimiento del mundo, de acción de gracias y de  contemplación. En vez de ir primeramente a poner en regla su situación humana por medio  de la purificación del sacerdote, no piensa más que en aquel que le ha curado; se detiene,  desanda el camino y sólo piensa en dar las gracias y en adorar a su salvador. Perder el  sentido de lo sobrenatural en nuestras vidas y el gusto de la oración de acción de gracias,  significa perder poco a poco la fe, como aquellos nueve leprosos que ingresan curados en  el comercio humano, pero sin la alegría imperecedera de la fe. Jesús dijo al leproso  postrado a sus pies: "Levántate, tu fe te ha salvado". Es la fe en el milagro de Dios en  nuestra vida la que nos salva. No trivializemos jamás lo extraordinario del milagro y de la fe,  la única capaz de hacernos vivir cada día en la acción de gracias por las maravillas de Dios. 

MAX THURIAN
LA FE EN CRISIS
SIGUEME. Col. "DIÁLOGO"
Salamanca 1968. Págs. 48-51


24. BAU/I-TIERRA/NAAMAN

Apenas vio la iglesia tan claramente representado y prefigurado lo que es el bautismo, en  un texto del antiguo testamento, como en el relato de la curación de Naamán el sirio. Pero  ¿de qué se trata aquí? El rico Naamán se halla, después de haber llegado a la cúspide de  su carrera, de repente frente al abismo: tiene lepra. Está condenado en vida a muerte en un  doble sentido: tendrá que contemplar en su cuerpo, todavía vivo, su propia corrupción, y  experimentar en vida el destino de la muerte. Y porque así ocurría, porque el leproso se  hallaba ya en las garras de la muerte, era arrojado de la sociedad y «dejado en la  intemperie»: él no tenía ya -por supuesto, en Israel, pero tampoco en otras religiones-  ningún acceso al santuario; era excomulgado de la comunidad, la cual quedaría  contaminada con el hálito de la muerte. En ese aislamiento, queda abandonado totalmente  al poder de la muerte, cuya esencia es soledad, ruina y destrucción de la comunión con  otros. 

En este momento cruel y terrible de su derrumbamiento en la nada, Naamán se agarra a  un clavo ardiendo y se aferra al más mínimo rumor de posible salvación. En este caso, lo  escucha de una criada: en Israel hay un hombre que puede curar. Pero cuando iba a  realizar lo que se le pedía, todo está a punto de fracasar. En efecto, su orgullo se resiste a  someterse a un baño en el Jordán; pero un criado suyo le debe recordar que él no se halla  en situación en la que pueda vanagloriarse de su posición o del papel que desempeña;  enfrentado con la muerte, no es más que ese hombre y debe intentar lo último. De ese modo  queda bien claro que no es el Jordán el que cura, sino la obediencia, el renunciar al propio  papel y a su arrogancia o a la hipocresía, el descender y el presentarse desnudo ante el  Dios vivo. La obediencia es el baño que purifica y salva. 

La semejanza con nuestra situación es evidente. La situación del leproso, el enfrentarse  con la plena incomunicación, con el estar vivo en medio de la muerte, proporciona la  disposición para seguir en pos del último rumor y agarrarse a un clavo ardiendo para buscar  la salvación. Se está preparado para lo mayor, lo más importante, pero lo pequeño, lo  ordinario, la iglesia, esto es demasiado antiguo, demasiado simple. Esto no puede ser causa  de salvación o de salud. Pero precisamente aquí tiene lugar la decisión: en la disposición a  aceptar lo pequeño, lo ordinario; en la disposición al baño de la obediencia 

Después de la salvación, surge de nuevo una crisis, que es la que aporta la curación  definitiva. Naamán pretende dar gracias y lo desea hacer en el sentido de su posición:  mediante dinero. Pero debe aprender que aquí se le pide no la situación, sino él mismo; no  el dinero, sino la conversión como retorno permanente al Dios de Israel. El tomar algo de  tierra nos puede parecer algo pagano, pero expresa algo muy profundo: este único Dios no  es una construcción filosófica: se transmite de un modo terreno. El único Dios es para él, lo  mismo que para nosotros, el Dios de Israel. Solamente cuando él siente a Dios desde allí  donde se le ha mostrado se convierte de una manera real y concreta. Esto vale también  hoy: únicamente en la vinculación con la tierra santa de la iglesia veneramos nosotros  verdaderamente al único Dios, que, en Jesucristo, tomó nuestra tierra para llevarla a su  eternidad, y así venció a la muerte. 

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983.Págs. 108 s.


25.

Naamán, el sirio, queda curado por obedecer a la palabra del Profeta Eliseo. Su primera  reacción ante la gracia recibida es llevar un obsequio a su curador. Como Eliseo no acepta  ninguna dádiva, pide entonces poder llevar a su país un poco de tierra de Israel para  celebrar su curación. Ha comprendido que el cambio experimentado es tal, que de ahora en  adelante su vida se va a convertir toda en acción de gracias. 

Pablo, escribiendo a Timoteo, le ordena conservar la "memoria" de Jesús. "Haz memoria  del señor Jesucristo". Elemento integrante de la gratitud es la "memoria". Por eso, lo  primordial de la "eucaristía", lo central del rito de "acción de gracias" es el memorial, es  decir: repetir, recordar, volver a realizar el gesto del Maestro, su entrega total y definitiva. La comunidad cristiana de Lucas es de procedencia griega. El autor del tercer evangelio  es de cultura griega y escribe para lectores griegos. Por lo tanto no es extraño que,  repetidas veces, en sus relatos y parábolas, la respuesta generosa y entusiasta de  extranjeros a la predicación de Jesús se confronte con la displicencia, la crítica y el rechazo  de sus coterráneos, los judíos. Y es Jesús mismo quien se encarga de hacer evidente la  diferencia. Basta con leer el pasaje de su primera predicación en Nazareth," donde se había  criado". Jesús contrapone la respuesta de Naamán, el sirio, quien fue curado de su lepra  por obedecer a la palabra del profeta Eliseo, con la frialdad, la crítica destructiva y aun el  escándalo de sus propios paisanos y familiares (Lc 4, 27). 

El extranjero, en la cultura judía, es un excluido; pero en el texto que nos ocupa es quien  responde con entusiasmo y sin prejuicios al llamado de la fe. En la curación del sirviente del  capitán romano (Lc 7, 9) Jesús afirma que no ha encontrado en su patria una fe tan grande  como la de este extranjero. Pero sobre todo es en la parábola del buen samaritano (Lc 10,  25-37) donde Jesús expone con toda claridad que un extranjero, un no judío, está libre de  escrúpulos leguleyos y trabas jurídicas para acercarse al necesitado, al pobre, al pecador,  para hacerse próximo, cercano al otro. En cambio el fiel judío prefiere el cumplimiento  hipócrita de la letra de la ley, antes que el ejercicio sincero de la caridad, del amor.

Este planteamiento repetido con insistencia en el evangelio de Lucas, aparece otra vez  en este pasaje de la curación de diez leprosos. En la cultura judía la lepra es una enfermedad que hace impuro al ser humano y lo  margina de la sociedad. Quien toque a un leproso contrae también la mancha de la  impureza y debe someterse a ritos de purificación. Pero Jesús ha venido a salvar a los  pecadores, a redimir a los encadenados, a liberar a los pobres. Aquí Jesús aparece como el  liberador de estos marginados. En otro pasaje Jesús toca al leproso; aquí, desde lejos, les  ordena presentarse a los sacerdotes, según prescribe la ley. Y es caminando por la misma  ruta como llega Jesús hacia Jerusalén cuando reciben el don de sanación. Nueve de ellos,  como fieles judíos, van a cumplir con la ritualidad de su código religioso, sólo un extranjero,  un samaritano, comprende la grandeza del don recibido y retorna a agradecer. Doblemente  marginado, como leproso y como extranjero, es el único que se deja deslumbrar por las  maravillas del amor de Dios y se postra en actitud de adoración y acción de gracias. El más  pobre, el más desvalido por su doble condición de leproso y extranjero, es sin embargo el  sujeto de la predilección; el único que podrá oír de labios de Jesús la sentencia salvadora:  "Levántate y vete en paz; tu fe te ha salvado".

Cristiano no es únicamente el que pide o recibe gracias, cristiano es ante todo el que "da  gracias". Precisamente, la "Eu-caristía", el sacramento central del culto cristiano, significa  literalmente "acción de gracias".

CR/EUCARISTICO: El cristiano debe ser una persona "eucarística"; no porque asiste o  participa con frecuencia en la misa, sino porque es alguien que vive en continuo  reconocimiento de la bondad y misericordia de Dios. El cristiano sabe que vive en la  gratuidad y de la gratuidad de Dios. Este vivir siempre en actitud de agradecimiento trae  consigo otro gran don: la alegría de vivir. El saberse ya redimido, el saberse ya salvado  hace del cristiano una persona llena del gozo pascual. "Uno de ellos al verse ya sano  (salvado) volvió de inmediato alabando a Dios en alta voz": es la alegría de la oración de  alabanza, que reconoce la acción de Dios, que hace memoria de su misericordia y su  bondad. Muchos cristianos, quizás también nosotros, tomamos ante la vida la actitud del  individuo que reclama, conquista, pretende o reivindica; pero desconocemos la actitud del  que vive el gozo de una acción de gracias permanente. La perícopa que estamos  comentando nos hace ver tres realidades actuales muy importantes:

- Los pobres y marginados (leprosos), los excluidos son los predilectos de Dios. Para  ellos vino Jesús a este mundo: no para curar a sanos, sino a enfermos; no para salvar a  justos, sino a pecadores.

- El verdadero cristiano sabe que ya está salvado, que ya está redimido, que sólo le resta  abrirse al amor de Dios.

- La vida del cristiano es un estado continuo de acción de gracias, es vivir en perenne  "eucaristía". Esto es fuente de total y permanente alegría.   

Los diez leprosos (Pedro Casaldáliga)

Eran diez leprosos. Era
esa infinita legión 
que sobrevive a la vera 
de nuestra desatención. 

Te esperan y nos espera
en ellos Tu compasión. 
Hecha la cuenta sincera, 
¿cuántos somos?, ¿cuántos son? 

Leproso Tú y compañía, 
carta de ciudadanía
nunca os acaban de dar. 
¿Qué Francisco aún os besa? 
¿Qué Clara os sienta a la mesa? 
¿Qué Iglesia os hace de hogar?   

Para la conversión personal 

-¿Tengo personas en el círculo en que me muevo -o más allá- a las que he marcado para  mí con una señal de segregación o marginación? 

-¿Como cristianos, vivimos en actitud de acción de gracias y en alegría pascual? Para la  reunión de comunidad o grupo bíblico 

-Naamán no quería poner en práctica lo que el profeta le había mandado para curarse,  porque le parecía demasiado simple; él esperaba algo más complicado, incluso  espectacular... ¿Ocurre esto hoy día también? 

-¿Quiénes son las personas más pobres y marginadas (los actuales "leprosos") del  entorno en que vivimos? Describir los actitudes concretas con las que se les margina.

-¿Cuál es nuestra proyección concreta hacia esos desvalidos? 

Para la oración de los fieles 

-Para que descubramos los motivos que tenemos para vivir en "continua acción de  gracias", roguemos al Señor 

-Por los modernos "leprosos", los que la sociedad evita... para que nuestra fe rompa con  esa imposición social y demos testimonio de una faternidad que salta fronteras y  separaciones... 

-Para que, como Jesús, estemos atentos a recibir la sorpresa de la gratitud del extranjero,  del pagano, del no creyente... y para que nosotros mismos seamos siempre agradecidos...

-Para que los cristianos defiendan el derecho de los pobres a buscar mejores  condiciones de vida fuera de sus fronteras, cuando a los capitales de sus países nunca se  les opuso resistencia para su fuga, y cuando el mercado libre proclama la igualdad de  oportunidades...

-Para que, como recomienda Pablo a Timoteo, "hagamos memoria permanente de Jesús",  y hagamos memoria también de quienes le siguieron fielmente, especialmente de los  mártires de estas últimas décadas... 

-Para que prolonguemos nuestra "eucaristía" (nuestra "acción de gracias") durante toda  la semana que comenzamos... 

Oración comunitaria 

Dios Padre Nuestro, que en Jesús nos has mostrado tu voluntad de que se rompan las  barreras y fronteras que nos separan, de que los "leprosos" de todos los tiempos sean  curados y se integren a la comunidad; danos una actitud abierta y acogedora como la suya,  que destruya los efectos de la marginación y nos ayude a construir una ciudad humana  para todos, de hijos de Dios, hermanos y hermanas sin distinción. Por Jesucristo Nuestro  Señor. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


26.

La Eucaristía dominical debería influir más en nuestra vida. Las lecturas nos iluminan, nos  ayudan a discernir, nos motivan, nos fortalecen en nuestras opciones de fe, juzgan algunas  actitudes en las que nos podemos quedar peligrosamente instalados. El domingo pasado  nos enseñaba Jesús una actitud muy fina: no llevar contabilidad de nuestros derechos  -"hemos hecho lo que teníamos que hacer"-, sino seguir trabajando con humildad y  confianza. Hoy nos da otra lección parecida: saber ser agradecidos ante Dios. 

AMOR UNIVERSAL Y CORAZÓN AGRADECIDO

Se puede decir que los pasajes de hoy nos dan dos lecciones: por parte de Dios, su  corazón universal; por parte nuestra, la gratitud como actitud básica de fe. Las dos están  relacionadas. Si somos agradecidos a Dios, tendremos también un corazón más acogedor y  universal con los demás. Como el que tiene él. 

El profeta cura a un extranjero, el general Naamán, de su enfermedad de la piel. El salmo  comenta la bondad universal de Dios, que, aunque es fiel a la alianza con su pueblo Israel,  extiende su amor a todos: "revela a las naciones su justicia... los confines de la tierra han  contemplado la victoria de nuestro Dios". 

A la vez se destaca que el enfermo, que al principio se había mostrado orgulloso e  indignado, luego se muestra agradecido a la bondad de Dios: "reconozco que no hay dios  en toda la tierra más que el de Israel". Es la actitud que luego comentará el evangelio:  hemos de reconocer y agradecer los dones de Dios. 

LOS OTROS NUEVE, ¿DÓNDE ESTÁN? 

Uno de los leprosos supo agradecer a Jesús su curación, y era extranjero, mientras que  los "hijos de casa", los judíos, parece que no sintieron esa necesidad de dar gracias. No  supieron valorar el detalle exquisito que suponía que alguien atendiera a unos leprosos, en  contra de las costumbres de la época. 

No se trata sólo de dar las gracias por un favor ("es de bien nacidos, ser agradecidos").  Jesús nos pide una actitud más profunda. Un creyente se tiene que situar ante Dios, no  esgrimiendo derechos, sino con confianza y humilde gratitud, sabiendo admirar los detalles  del amor con que Dios nos rodea. 

Si no somos capaces de descubrir como regalos de Dios, siempre admirables, la vida, la  salud, las cualidades que tenemos, la compañía de las personas, los bienes de este mundo,  los medios de salvación en la Iglesia -la gracia de la fe, del Bautismo, del perdón  sacramental, de la Palabra, de la Eucaristía-, nos pareceremos a aquellos judíos, que tenían  muy a flor de labio la oración de súplica ("Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros"), pero  sólo uno supo ejercitar otra oración aun más fina: la alabanza y la acción de gracias. "Y los  otros nueve, ¿dónde están?". 

Es una respuesta vital del cristiano: saber admirar y decir "gracias". No estar tan llenos de  nosotros mismos que no veamos lo que Dios y los demás nos están dando continuamente.  El que sabe decir "gracias" a Dios, también lo dice a los demás, y viceversa. 

NOS DAN LECCIONES "LOS DE FUERA"

Otra consecuencia para nuestra vida podría ser la de una mirada más universal y  tolerante hacia los demás. El enfermo sirio nos da una lección de profesión de fe. El  samaritano se nos presenta como ejemplo de gratitud. ¡Cuántas veces, en el evangelio,  presenta Jesús a los extranjeros como modelos de fe, mientras desautoriza las actitudes de  los judíos, los miembros del pueblo elegido! 

Si miramos a nuestro alrededor, podríamos darnos cuenta de que algunas personas  sencillas, o tal vez alejadas de la Iglesia, o marginadas por la sociedad por uno u otro  motivo, nos ganan en elegancia espiritual, ante Dios y ante los demás. No sabrán tanto  como nosotros de religión, pero tal vez son más humildes, más solidarias, más honradas. 

Los que tenemos la tentación de creernos "los buenos", como los judíos, tan orgullosos de  pertenecer al pueblo de Dios, puede ser que seamos superados en valores humanos y  cristianos por esos jóvenes a los que miramos con suspicacia, o esas personas sin  demasiada cultura pero con un gran corazón. ¿Sabemos descubrir los valores de los demás,  también de los "extranjeros", de los que no hablan o visten o piensan como nosotros, de los  que "no son de los nuestros"? Nos vendría bien ser un poco más humildes y tolerantes, y  menos autosuficientes, porque no tenemos el monopolio del bien. 

LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN DE GRATITUD Y UNIVERSALIDAD

Hay un momento privilegiado en que se manifiesta expresivamente esta actitud de  agradecimiento ante Dios: la Eucaristía, que significa "acción de gracias". Y también nuestra  aceptación de los demás, con un gesto de paz universal. Hoy podríamos cantar más  conscientemente el Gloria, proclamar con énfasis la Plegaria Eucarística y cantar el  Magníficat de la Virgen después de la comunión. Y hacer con más verdad el gesto de la paz  con los que nos toque estar cerca. A ver si aprendemos a ser agradecidos ante Dios y de  corazón abierto para con todos. 

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998/13 13-14


27.

- Aprender a ser agradecidos 

Los otros nueve leprosos estaban acaso tan contentos y tan aturdidos a la vez por haber  quedado limpios, que ni pensaron en Jesús que los había sanado, ni se les ocurrió volver  para agradecérselo. Quizás lo que más les preocupaba era recibir la certificación legal que  daban los sacerdotes para poder volver a hacer vida normal (ya que, como sabemos, en la  época de Jesús los leprosos estaban obligados a vivir fuera de los lugares habitados,  porque se consideraba la lepra como una enfermedad impura y contagiosa). 

Sea por aturdimiento o sea por egoísmo, el hecho es que los nueve leprosos no fueron  nada agradecidos. Y en cambio, el décimo, el que no era judío sino samaritano, éste sí que  pensó que, ante un beneficio tan grande como el que había recibido, no podía irse así como  así. Y volvió. Volvió para dar gracias a Jesús, y también para alabar a Dios, que es la fuente  de todo bien. 

Y ambas cosas son una buena enseñanza para nosotros. La primera, ser agradecidos  con la gente que nos ha hecho algún favor o nos ha ayudado en algo. La segunda, saber  dar gracias también a Dios por todo lo que hace por nosotros. 

- Ser agradecido con los demás 

La primera pregunta que nos podemos hacer es esta: ¿somos agradecidos con los  demás? 

Hay personas que nunca se les ocurre dar las gracias. Quien nunca le dirá a otro: Muchas  gracias. Acaso está pensando en la luna y no en los sentimientos de los demás, o quizá es  un engreído que hace como si los otros tuvieran la obligación de servirle. 

El caso es que ser agradecido es muy importante. Serlo en las cosas menudas, en casa, o  en el trabajo, o con el camarero que nos trae una bebida en el bar. Y serlo en las cosas  mayores, cuando hemos pedido ayuda y alguien nos ha sacado de una dificultad grave.  Es muy importante ser agradecido porque eso nos hace la vida más amable. Más amable  para quien recibe el agradecimiento, porque se siente apreciado y reconocido. Y más  amable para nosotros, porque así reconocemos la importancia que tienen los demás en  nuestra vida, y sentimos la alegría de poder contar con ellos. 

De hecho, el agradecimiento es una manera de estrechar los lazos entre las personas, y  romper el aislamiento y el egoísmo que a veces cultivamos en nuestra sociedad. 

- Ser agradecidos con Dios 

Y al mismo tiempo que somos agradecidos con los demás, no debemos olvidarnos de ser  agradecidos con Dios. Bien lo sabemos que él es nuestro Padre y que somos fruto de su  amor. Pero a veces no nos acordamos. No lo hacemos mucho, ponernos ante Dios y decirle  que nos sentimos felices porque él está con nosotros y nos acompaña siempre y nos da  fuerzas para seguir adelante. Y tampoco nos abundamos en darle gracias porque somos  cristianos, y porque hemos conocido a Jesús y su Evangelio, y porque tenemos el Espíritu  en nuestro interior. No lo hacemos mucho, y tendríamos que hacerlo mucho más. 

Y sobre todo deberíamos vivir más este momento principal de acción de gracias que los  cristianos tenemos y que es la Eucaristía de cada domingo, la misa. Precisamente, el  nombre de Eucaristía significa eso, "acción de gracias". Y su momento central, la plegaria  eucarística, empieza con aquellas palabras que todos recordamos: "Levantemos el corazón.  Demos gracias al Señor, nuestro Dios". La misa es esto: nuestra acción de gracias colectiva  a Dios por todo lo que hemos recibido de él, y sobre todo por el don más grande: Jesús,  muerto y resucitado, que se nos da como alimento de vida. 

¡Que hoy, esta Eucaristía de hoy, sea, muy de veras, una gran acción de gracias! 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998/13 17-18


28. 10 de octubre de 2004

GRATITUD POR LA SALVACION UNIVERSAL          

            1. De las lecturas de hoy se desprende la universalidad de la salvacion. Entre los leprosos curados uno es de Siria, Naamán. Otro es samaritano. Ambos, extranjeros. Como afirmaremos después en la Plegaria eucarística: "Congregas a tu pueblo sin cesar desde donde sale el sol hasta el ocaso" PE III

            2. En Nazareth Jesús evocará le fe de Naamán, que se baña siete veces en el Jordán profesando su fe en el Dios de Israel.

            3. Para la propagación de la fe son necesarias las mediaciones de las personas. Esto es lo que ocurrió: Un general del rey sirio, llamado Naamán, estaba leproso. Una muchachita israelita que fue hecha cautiva por sus soldados, entró a servir como criada de la mujer de Naamán. Esta jovencita habla a su señora del profeta de Samaría. La esposa de Naamán dice a su esposo que aquella esclava está segura de que el profeta de Israel puede curarlo de su enfermedad. El rey de Siria escribe una carta al Rey de Israel, recomendando la curación de su general. El rey de Israel se irrita por lo que considera una provocación. El profeta Eliseo pide que le remitan al general leproso. Cuando Naamán rehusa aceptar las condiciones de bañarse en el Jordán impuestas por el profeta, los siervos de Naamán le persuaden a que haga lo que le manda Eliseo. Y queda curado de la lepra. Podemos enumerar provechosamente las personas que han intervenido en su curación. ¿Cuántas personas han tomado parte y han trabajado en nuestra vida cristiana, administrándonos los sacramentos, y  engendrándonos por su predicación en la fe? ¿Les estamos agradecidos, como Naamán? Cuando quiso agradecer a Eliseo su curación, éste, sin aceptar sus regalos, le dijo: "Levántate, vete" 2 Reyes 5, 14.

            4. Son las mismas palabras que dice Jesús al leproso samaritano: "Levántate, vete. Tu fe te ha curado" Lucas 17, 11. Dirigidas al único que regresa a agradecer la curación. Justamente el menos religiosamente culto, es el que cumple el deber humano de la gratitud. Suele ser difícil agradecer el don que nos regalan. Es difícil descubrir a Jesús y aceptarlo agradecidos en el interior. Y eso es la fe. El creyente es el hombre que recibe el don de Dios como este leproso y lo convierte en vida nueva. Todo nace en la oración. El gesto de los leprosos condensa el clamor de todos los hombres que, al descubrir sus múltiples necesidades, llaman a las puertas del misterio pidiendo auxilio. La perfección del hombre no está en él, sino en la plegaria, dice Aristóteles, principio que asumió Santo Tomás para definir la oración, como petición de lo que el hombre necesita.

            5  "¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha vuelto más que un extranjero para dar gloria a Dios?" Jesús destaca, porque le duele, la ingratitud de los nueve leprosos judíos curados, que no han apreciado la gracia de la curación, que es un don mesiánico. Supieron reconocer que Jesús podía curarlos, y oraron; recibieron el milagro de su curación y dieron más importancia a la legalidad de presentarse a los sacerdotes para notificar su curación que les retornaba a la sociedad y al culto, que a la fe en Jesús. Y se quedaron detenidos en la letra de la exterioridad y no entraron en el ámbito de la gratuidad.

            6  Los nueve judíos recibieron la curación de la lepra. Hoy serían enfermos de Sida. Pero se quedaron en la situación religiosa en que estaban. No entraron en el mundo nuevo.

Sólo el Samaritano entró en el mundo de Jesús y recibió la salvación definitiva por la fe: "Tu fe te ha salvado".

            Los leprosos, se constituyen en signos de la salvación de Dios, por su fe. La oración atrajo el milagro; el milagro, la curación; la curación, para el samaritano, la gratitud; la gratitud, la salvación por la fe.

            5. Estamos celebrando la Eucaristía, que es acción de gracias (eujaristía). Cada uno de nosotros estamos aquí representando a la humanidad. Y, al participarnos su queja: "Los otros nueve, dónde están?", nos dice Jesús: Vete y anuncia a los otros el Reino. Siguiendo a santo Tomás, sabemos que la gratitud, como toda virtud, consiste en el medio entre dos extremos viciosos; uno es por exceso, cuando se recompensa lo que no se debe recompensar, como puede ser el favor que se prestó para cometer un pecado; otro es por defecto, si no se agradece lo que debe ser agradecido, o si se hace más tarde de lo que sería conveniente. Luego la ingratitud es una deficiencia, que puede ser negativa, simplemente porque se omite la recompensa que exige el deber de la gratitud, no reconociendo, no alabando, o no recompensando el beneficio recibido; o puede ser positiva, porque hace lo contrario a la gratitud, devolviendo mal por bien, o despreciando el beneficio recibido, o considerándolo un perjuicio.

          6. Séneca en su carta 81 a Lucilio, aconseja cómo debe aceptarse al hombre ingrato: "Te quejas de haber encontrado un hombre desagradecido. Si ésta es la primera vez, da gracias a la fortuna o a tu precaución. Pero en este negocio nada puede la precaución, sino volverte cicatero; pues si quieres evitar este riesgo, no harás beneficio alguno; pero vale más que los beneficios no tengan correspondencia que dejarlos de hacer: aún después de una mala cosecha hay que volver a sembrar. Muchas veces lo que se había perdido por una pertinaz esterilidad del suelo, lo restituyó con creces la ubérrima cosecha de un año. Vale la pena, para encontrar un agradecido, hacer cata de muchos ingratos. Nadie tiene en los beneficios la mano tan certera que no se engañe muchas veces; yerren enhorabuena para dar alguna vez en el blanco. El premio de la buena obra es haberla practicado".
         7. La gratitud es un signo de nobleza y dignidad. Resulta conmovedor Juan Pablo II en su libro
DON Y MISTERIO en el que se esfuerza por agradecer reproduciendo nombres, apellidos y sus propios cargos la formación recibida de ellos. Y lo vemos extraño y aleccionador porque en nuestro mundo prevalece no el agradecimiento, sino su antónimo: la ingratitud. Ejemplo patético lo encontramos en el relato que nos hace San Lucas de los diez leprosos: -“¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y mientras iban, fueron limpiados. Uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.

        8. Respondiendo Jesús, dijo: -¿No son diez los que fueron limpiados? Y los otros nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”. El favor había sido colosal, por lo horrible que era entonces la lepra. Era repugnante, destructiva e incurable y temible por sus efectos sociales. Aislado de su familia y del resto de la sociedad. Corrieron a sus casas para abrazar a su familia, reorganizaron sus actividades. No podía ser más innoble y egoísta olvidar al que les había curado. Rafael Pericas, era un fecundo escritor y publicista, decía que de cada 100 libros vendidos sólo 3 lectores se le hacían presentes.

       9. Los nueve desagradecidos han tenido multitud de imitadores. Según la Real Academia, la gratitud es un «sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Los antiguos griegos veían en la gratitud, “eumnemia”, buena memoria de los beneficios. La memoria prolonga el goce de los mismos y entre la persona que da y la que recibe se establece una comunión de sentimientos que se entrelazan y enriquecen la personalidad de ambas. Renunciar a tal comunión puede ser indicativo de ruindad moral. En ella caen quienes corresponden al don o favor recibido con indiferencia o incluso con enemistad. Decía Séneca que «nuestros más capitales enemigos lo son, no sólo después de haber recibido beneficios, sino precisamente por haberlos recibido».

      10. Para el cristiano, el deber de la gratitud es claro e indeclinable. El apóstol Pablo exhortaba a los Efesios a vivir gozosamente «hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cántico inspirados, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,19). A los Tesalonicenses les instaba a «dar gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tes.5,18). Y a los Colosenses les recuerda, entre otros, ese mismo deber: «Y sed agradecidos» (Col 3:15). El agradecimiento debe distinguir al cristiano en sus relaciones humanas, pero también -y sobre todo- en su relación con Dios. Es la mejor evidencia de que hemos entendido el significado y el alcance de su amor, pues, «la gratitud es una actitud del corazón». «Amamos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
      11. La Sagrada Escritura nos revela los muchos bienes que Dios nos concede en Cristo, por los que debemos darle gracias. Todos fluyen de su gracia y corresponden al propósito eterno de Dios de bendecirnos «con toda bendición espiritual en Cristo» (Ef 1,3). Una enumeración de las bendiciones que recibimos de Dios desbordaría los límites de este Reportaje, por lo que sólo mencionaremos algunas de las más sobresalientes. Cada una de ellas debe producir en nosotros una respuesta de gratitud y alabanza.
A Dios debemos la vida, pues «él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos» (Sal 100,3). La preservación de esa vida, pues «en él vivimos, nos movemos y somos» (He 17,28). Él es el dador del «don inefable» (2 Cor 9,15), su Hijo, por el cual tenemos vida eterna. A Dios debemos su Palabra y su Espíritu, que nos guían en el camino de la verdad y la santidad: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.(Jn 14,26); ”cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”.(Jn16,13); “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom.8,2); ”Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom 8,28).
         12. La ausencia de gratitud no sólo afea el carácter, sino que revela la negrura de la mente y el corazón humanos cuando hace oídos sordos a la revelación natural. Pablo traza atinadamente el perfil de los paganos de su tiempo diciendo que, «habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Rom 1,19). Es el retrato del incrédulo de todos los tiempos. Hay que saber ver en todo la mano sabia y poderosa de Dios y reconocer que todo cuanto acontece, aun los sufrimientos más duros, los ha permitido para bien. Así lo vio José: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó para bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a nuestro pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Gn 50,19-21). Así Pablo y Silas en la cárcel de Filipos, cuando todavía sangrando a causa de los azotes recibidos, oraban y cantaban himnos a Dios (He16,25). Pablo, náufrago camino de Roma. Cuando todos, marineros y presos, estaban dominados por el miedo y no podían probar bocado, el apóstol, alentado por la promesa de Dios, los animó con su palabra y con su ejemplo: «tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer» (He 27, 35).
        13. Ver la sabiduría, el poder y la bondad del Señor en todas las cosas, en las grandes y en las pequeñas: en la protección de grandes peligros, en la oportuna provisión de recursos, en las plácidas horas de triunfo profesional, en las épocas felices de vida familiar, pero también en mil y un detalles, que a menudo nos pasan desapercibidos, pero que debiéramos agradecer: la nube que nos pone a cubierto de un sol abrasador, la brisa que nos acaricia, el murmullo relajante de los álamos junto al río, una bella puesta de sol, el beso de un niño, el jardín florecido y perfumado, y la flor que vemos junto al camino... Gratitud a Dios «por la belleza de la aurora, por los buenos amigos y hermanos y porque a los enemigos les puedo tender la mano; por el trabajo, por mis pequeños aciertos, por la alegría, la música, la luz; gracias por muchas horas tristes, por poder hablar, porque siempre nos guía la mano de Dios; gracias por la salvación y porque nos da paz; gracias porque, cantando, gracias le podemos dar.» «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?», Alzaré la copa de salvación invocando su nombre (Sal 116,12) ¿Con qué pagaremos el don de «una salvación tan grande»? (Heb 2,3). Como el leproso agradecido decirle a Jesús: “¡Gracias, Señor, mil gracias!”

        14. Cuando hablamos de la gratitud, todavía estamos estudiando la virtud cardinal de la justicia. Cuentan el caso curioso del cocodrilo, que jamás hace daño al pequeño pájaro de la India que le hace el regalo de la limpieza de los dientes afilados y crueles. Deja que entre en su su boca pasea y sale seguro. Esto es lo que sucede con el bienhechor del que ha recibido algún beneficio, no debido. No debido, porque si fuera debido ya entraríamos en la campo de la estricta justicia.

          15. Hemos comenzado pidiendo como los leprosos: "Señor, ten piedad". Después en el Prefacio, seguiremos dando gracias: "Demos gracias al Señor nuestro Dios". -"Es justo y necesario". Es instintivo, pedir. Es educado, dar gracias. Naamán el sirio, y el leproso samaritano nos dan la lección de la gratitud a Dios, y a todas las mediaciones suyas que nos llevan a El, y que son signo de su amor y bondad. El domingo anterior hemos pedido la fe. Pidamos hoy saberla agradecer.

            16. Y por la fe y por todos los beneficios que constantemente recibimos de la bondad de Dios, "que revela a las naciones su santidad, cantemos un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas" Salmo 97.

            17. También San Pablo se ha sumado con su exhortación al tema dominante de la gratitud: "Dad gracias en todo, pues esto es lo que Dios quiere, en Cristo Jesús, de todos vosotros" 1 Timoteo 5, 18.                                                            

            Santa Teresa destaca su característica de agradecida: "Me sobornarán con una sardina".

J. MARTI BALLESTER


29. COMENTARIO 1

UNA LECCION MAGISTRAL

Entre samaritanos y judíos -habitantes del centro y sur de Israel, respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a. C. Este año, el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaría y deportó a Asiria (hoy Iraq) la mano de obra cuali­ficada, poblando la región conquistada con colonos asirios (2 Re 17). Con el correr del tiempo, éstos se mezclaron con la población de Samaría, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias.

Por esta razón, Samaría era considerada por los judíos una región heterodoxa, población de sangre mezclada y de religión sincretista. Llamar a alguien 'samaritano' era, para los judíos del sur, uno de los mayores insultos.

Esta era la situación en tiempos de Jesús, judío de naci­miento, «cuando yendo camino de Jerusalén, atravesó por entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron hacia él diez leprosos, que se pararon a lo lejos y le dijeron a gritos: «Jesús, Maestro, ten compasión de nos­otros».

Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella ni asistir a las cere­monias religiosas. El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse los leprosos o enfermos de la piel: «El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará hara­piento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento» (Lv 13, 45-46). El concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina moderna da a esta palabra, tratán­dose en muchos casos de enfermedades curables de la piel.

«Al verlos Jesús, les dijo: -Id a presentaros a los sacer­dotes. Cuando iban de camino, los leprosos quedaron lim­pios.» Una de las funciones del sacerdote era diagnosticar ciertas enfermedades, que, por ser contagiosas, exigían que el enfermo se retirara por un tiempo de la vida pública. Una vez curado éste, debía presentarse al sacerdote para que le diera una especie de certificado de curación que le permitiera reinsertarse en la sociedad.

Pero el relato evangélico no termina con la curación de los diez leprosos. «Uno de ellos, notando que estaba curado, se volvió alabando a Dios a voces, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias; era un samaritano. Jesús le preguntó: -¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien vuelva para agradecérselo a Dios excepto este extranjero? Y le dijo: -Leván­tate, vete, tu fe te ha salvado» (Lc 17,11-17).

Pienso que lo sucedido sentaría muy mal a los judíos. Quienes se las daban de religiosos, de puros y de santos de­mostraron con su comportamiento el olvido de Dios que te­nían y la falta de educación, que impide ser agradecidos. Sólo un samaritano, el oficialmente heterodoxo, el hereje, el exco­mulgado, el despreciado, el marginado, volvió a dar gracias. Sólo éste pertenecía al pueblo de Dios; los otros, por muy judíos que fuesen, quedaron descalificados. Una lección ma­gistral...

Ocho siglos atrás, en tiempos del profeta Eliseo, hubo otro leproso –enfermo de la piel- que supo sacar, como el del Evangelio, la lección de su purificación (2 RE 5,14-17). Tampoco él pertenecía al pueblo de Dios, pues era general del ejército del rey sirio, pero Dios no hace acepción de personas. También ése, como el leproso del Evangelio, cuando se vio curado de su enfermedad, después de haberse bañado siete veces en las aguas del Jordán, como había ordenado el profeta “volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: “ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel... en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor”. Y tras hacer esta confesión de fe en el Dios verdadero, quiso mostrarle su agradecimiento haciendo un regalo al profeta Eliseo, que éste no aceptó.


30. COMENTARIO 2

DON Y AGRADECIMIENTO

Don y responsabilidad eso decíamos que es la fe; la responsa­bilidad se expresa en el compromiso con el proyecto de Jesús; al don corresponde el agradecimiento.


POBRES SIERVOS

La religiosidad farisea, tan combatida en los evangelios, basaba la relación del hombre con Dios en dos pilares fundamentales: la obediencia ciega y el mérito. El hombre debía someterse totalmente a Dios, igual que un esclavo a su amo. Y la manera de hacerlo era acatar la voluntad de Dios, mani­festada en la Ley de Moisés y en las innumerables tradiciones y costumbres que habían acabado por tener más importancia que la misma ley escrita. Los fariseos renunciaban a todo lo que pudiera considerarse libertad, capacidad de iniciativa, creatividad... Pero no era la suya una renuncia desinteresada:

se comportaban como pobres siervos, pero, al terminar su tarea, su actitud no era la de quienes habían hecho lo que tenían que hacer; al contrario, en seguida pasaban factura:

puesto que ellos cumplían con su obligación, Dios -pensa­ban- estaba obligado a darles el premio que se habían me­recido.

Todo estaba claro en las relaciones del hombre con Dios: el hombre cumplía fielmente sus obligaciones y exigía de Dios los correspondientes derechos. La salvación (salud, prosperi­dad y vida eterna) quedaba reducida a un intercambio mer­cantil.


DIEZ IMPUROS, UNO SAMARITANO

Yendo camino de Jerusalén, también Jesús atravesó por entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y le dijeron a voces:

-¡Jesús, jefe, ten compasión de nosotros!

Al verlos les dijo:

-Id a presentaros a los sacerdotes.


Entendidas así las cosas, las desgracias y enfermedades, especialmente las de apariencia más repugnante, como la le­pra, se consideraban como un castigo que Dios imponía al individuo por sus pecados. En relación con los leprosos había incluso una legislación específica que les prohibía cualquier contacto con el resto de las personas, obligándolos a vivir fuera de pueblos y ciudades, y no sólo para evitar el contagio de la enfermedad, sino porque eran impuros y pensaban que la impureza (situación en la que el hombre no puede presen­tarse ante Dios ni participar de ninguna ceremonia religiosa) se contagiaba con el menor contacto (Lv 13,45-46). Lógica­mente, tampoco había lugar para la compasión: la enfermedad que sufrían era el merecido castigo de sus propios pecados.

Pero había un grupo que, aunque no tuvieran ningún signo externo de impureza, era el más despreciado y odiado por los fariseos: los samaritanos, herejes y renegados, separa­dos de la recta ortodoxia de la religión judía y que se atrevían a dar culto al Dios de Israel en un templo distinto al de Jerusalén. Cuando quisieron ofender a Jesús con los peores insultos, no le dijeron otra cosa que «endemoniado» y «sama­ritano» Jn 8,48).


SALVACION GRATUITA, FE AGRADECIDA

Diez leprosos se acercaron a Jesús pidiéndole la salud. Jesús los manda a los sacerdotes para que obtengan un docu­mento que certifique que están sanos y que les permitirá reintegrarse a la vida social (Lv 13 ,6.13.17.34).Ellos emprenden la marcha y...: «Mientras iban de camino, quedaron lim­pios».

La mayoría, nueve, parece que siguieron hacia Jerusalén a presentarse a los sacerdotes obedeciendo a la ley y al man­dato de Jesús, convencidos seguramente de que su obediencia era lo que les había devuelto la salud. Uno sólo se vuelve. Ha sentido en su propio cuerpo la acción de Dios y experimenta la salud recién recobrada y la posibilidad de volver a relacio­narse con normalidad con sus semejantes como un don de amor gratuito. Y la alegría de saberse objeto del amor de Dios se transforma en alabanza y gratitud: «Uno de ellos, viendo que se había curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias». Jesús no le pide cuentas por su desobediencia; al contrario, lo pone como ejemplo... a pesar de que «éste era samaritano». Era el que tenía menos méritos; pero descubrió en el Hombre Jesús la presencia de Dios, y se abrió a ese Dios adoptando ante El una actitud de agradecida libertad. Y ésta, dice Jesús, es la postura acertada: «Levántate, vete, tu fe te ha salvado».

Así completa la respuesta a la petición que le habían hecho sus discípulos: «Auméntanos la fe» (Lc 17,5).

Ante el Padre, dice Jesús, ni servilismo, ni concurso de méritos, sino experiencia de amor gratuito y una doble con­fianza: confianza como seguridad en la fuerza salvadora de ese amor; amor gratuito de Dios que se expresa en el agrade­cimiento y lleva al compromiso con el proyecto de Jesús, y confianza como familiaridad que se manifiesta en la libertad -atreverse a vivir como hijos- y en el también gratuito amor fraterno: comprometerse a vivir como hermanos.


31. COMENTARIO 3

JESÚS INICIA LA TRAVESÍA QUE CULMINARÁ EN EL CALVARIO

«Sucedió que, yendo camino de Jerusalén, también él, Jesús, se puso a atravesar por entre Samaría y Galilea» (17,11). Nuevo escenario: la tierra de nadie, como quien dice, que discurre 'por entre Samaría' (región intermedia, heterodoxa) 'y Galilea' (re­gión del Norte), camino de 'Jerusalén' (capital de la Judea, región del Sur, designada con el nombre sacro, en representación de la institución judía política y religiosa). La expresión 'también él' es anafórica, es decir, hace referencia a otro personaje que, como Jesús, inició una 'travesía' que ha quedado grabada en la memoria de los oyentes. Lucas emplea con frecuencia esta expre­sión. Recordad la escena de Marta y María: «Sucedió que, mientras ellos (los discípulos) hacían camino, también él, Jesús, entró en una aldea» (10,38). Jesús inicia, pues, una nueva travesía histórica en dirección a 'Jerusalén', la capital y punto neurálgico de la tierra prometida. (De hecho, la 'travesía' culminará en el templo, con la denuncia de la institución religiosa del judaísmo: 19,45-46.) Es probable que Lucas haga referencia ya sea al paso del mar Rojo, por obra de Moisés (Ex 14), ya sea a la travesía del Jordán, antes de entrar en la tierra prometida, por obra de Josué (= Jesús, en griego: Jos 3): en una y otra travesía se subraya un 'atravesar por entre' dos cosas. Según eso, Jesús emprendería ahora la última 'travesía' en el marco del 'camino' que lo llevará al futuro de la tierra prometida, 'Jerusalén'/el templo. Según se ha dicho al comienzo de este 'camino', Jesús se encamina hacia allí con el fin de encararse con la institución judía y denunciar la mentalidad idólatra de Israel.


LA «ALDEA», FIGURA DE LA MENTALIDAD CERRADAY NACIONALISTA

La travesía, por lo que dice el texto, la inicia Jesús solo: «Yendo camino de Jerusalén, también él se puso a atravesar... » (17,11). Evidentemente, se trata de un artificio literario. Lo me­nos que se puede decir es que Lucas quiere centrar la atención sobre la persona de Jesús. (Una función semejante a la de los focos en un escenario.) Pero hay más. En el versículo siguiente se insiste en este singular: «Y al entrar él en una aldea, le salieron al encuentro diez individuos leprosos» (17, la). Por lo que se ve, los discípulos, que hasta ahora lo acompañaban durante el viaje, se han escabullido.

Lo bueno del caso es que, en la secuencia siguiente, serán mencionados al lado de los fariseos, encontrándose ambos grupos en la misma 'aldea' que los 'leprosos', pues no hay nueva composición de lugar y, por tanto, no hay cambio de escenario. Sorprende que los 'leprosos', figura de los marginados por la teocracia de Israel, no vivan fuera de la 'aldea'; al contrario, desde allí 'salieron al encuentro' de Jesús y «se pararon a lo lejos», delimitando escrupulosamente la esfera de la vida, en que se mueve Jesús, de la suya, llena de impureza y de muerte. Como habitantes que son de esta 'aldea', participan de su mentalidad: en oposición a la 'ciudad', la 'aldea' es en el lenguaje figurado de los evangelistas el reducto de la ideología nacionalista y faná­tica de Israel.

Por otro lado, a pesar de habitar en la 'aldea', propiamente no son considerados ciudadanos, sino que se les mantiene mar­ginados en el ghetto de los 'leprosos', por alguna razón que tiene que ver con la mentalidad allí imperante. Finalmente, el término 'aldea' está precedido de un indefinido, «cierta aldea», típica forma de dar representatividad a un personaje individual o colectivo. La «lepra» está íntimamente relacionada con esta 'aldea' indeterminada en la que 'entra' Jesús (v. 12a) y de la que los invita a salir (v. 14a) y, al volver el samaritano (v. 15), a irse de allí definitivamente (v. 19b).


SAMARITANO Y LEPROSO, DOBLEMENTE MARGINADO

Más adelante Lucas nos dará a conocer la diversa condición de los diez 'leprosos' (un nuevo artificio literario, destinado a crear 'suspense'). Así, del único de los diez que regresa, puntua­lizará: «y éste era samaritano» (17,16b); y más adelante: «¿No ha habido quien vuelva para agradecérselo a Dios, excepto este extranjero?» (17,18). Esto quiere decir que los otros nueve eran 'galileos' (¡la 'aldea' se encuentra 'entre Samaría y Galilea'!) y 'auctóctonos', de raza judía. El grito que lanzan a Jesús es muy revelador: «¡Jesús, jefe, ten compasión de nosotros!» (17,13). Lucas es el único evangelista que emplea el término «jefe/caudi­llo» (seis veces: 5,5; 8,24.45; 9,33.49 y aquí); hasta ahora siempre lo ha puesto en boca de los discípulos, quienes, por otro lado, evitan llamarlo «maestro» cuando se dirigen a Jesús. Nótese que los 'diez leprosos' quedan 'limpios' (lit. 'libres de impureza') al salir precisamente de la aldea. Jesús no los toca, ni los libra directamente del yugo de la impureza: cf. 5,13). Eso corrobora que la impureza los afecta porque condividen la mentalidad que allí impera, mientras que al salir se ven libres de ella. Decir de un 'samaritano' que es un 'leproso' no tendría nada de extraño: lo es, por su condición de heterodoxo, a los ojos de los judíos. Decirlo de un 'galileo' significa que, por su mal comportamiento, ha quedado moralmente manchado e impuro a los ojos de los judíos ortodoxos.

Por otro lado, el grupo constituido por los diez leprosos es un grupo mixto (9 galileos + 1 samaritano), unidos todos ellos por una misma 'suerte': ser 'leprosos' a los ojos de la institución religiosa. A partir del momento en que todos ellos aceptan some­terse a las reglas del juego de la institución judía («Id a presen­taros a los sacerdotes», 17,14a, tal como prescribía la Ley), dejan de ser marginados («Mientras iban de camino, quedaron lim­pios», 17,14b). Los nueve 'galileos' continúan haciendo camino hacia Jerusalén, con el fin de 'presentarse a los sacerdotes': la institución judía les abrirá de nuevo las puertas y los reintegrará al pueblo de Israel. El 'samaritano', en cambio, se ha quitado de encima una marginación, la moral, pero le queda la étnica. Por esto es capaz de darse cuenta de que Jesús es el único que lo puede liberar definitivamente de toda mancha o impureza legal, ya que simplemente no cree en nada de todo esto: «Uno de ellos, dándose cuenta de que había quedado curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se echó a sus pies rostro a tierra, dándole las gracias: éste era samaritano» (17,15-16).


«LEPROSO» DISCÍPULO QUE SIGUE CREYENDO EN LA VALIDEZ DE LA LEY

Todos esos trazos que hemos aducido sólo tienen una expli­cación plausible: los 'diez leprosos' que, a pesar de comulgar con la mentalidad de la 'aldea', son considerados 'impuros', representan el grupo de los discípulos de Jesús. Estos, por más que le hayan prestado su adhesión personal, siguen creyendo en la validez de la Ley de lo puro e impuro y, en el fondo, en las prerrogativas de Israel, apoyadas por la Ley, a manera de Cons­titución de un pueblo teocrático. El hecho de sentirse 'leprosos' hace que puedan convivir juntos en la marginación judíos y samaritanos. Tienen una Ley común (el Pentateuco), si bien no la observan al pie de la letra, a diferencia de los judíos ortodoxos. La mayoría («nueve») seguirá aferrada a la mentalidad naciona­lista de Israel; pero una pequeña parte («uno», «samaritano», «extranjero») se ha distanciado definitivamente de ella y ha com­prendido cuál era el alcance de su compromiso con Jesús al saltarse olímpicamente la Ley a la que hasta ahora se sentía obligado, pero que, al no poder observarla, lo declaraba impuro, «leproso».

Los discípulos israelitas han quedado puros por el mero hecho de haberse reintegrado a la institución, convencidos de que Jesús compartía aún los principios constitutivos de Israel (lo han visto entrar en la 'aldea' y les ha ordenado 'presentarse a los sacerdotes') Como quiera que suspiraban por ser recono­cidos, lo han interpretado como mejor les convenía. Jesús preten­día que se liberasen ellos mismos de las ataduras que los retenían, como 'leprosos', dentro de la 'aldea'; que no viviesen divididos, dándole la adhesión a él y compartiendo al mismo tiempo la mentalidad de la institución que él iba a denunciar. Pero en vano. No pudieron seguir en el camino que lo conducía al fracaso en Jerusalén y se quedaron atrapados en la aldea. Ahora bien: los judíos ortodoxos les pasaron factura y los marginaron. Mo­mentáneamente han quedado limpios, pero volverán a las anda­das. Hasta que no se den cuenta, como el samaritano, de que la única forma de evitar toda clase de 'lepra' es dejar de creer en la Ley que divide el mundo en sagrado y profano, puro e impuro, buenos y malos, observantes y pecadores, no se zafarán de la poderosa y omnipresente influencia de la institución judía.


EL «LEPROSO» SE HA CURADO EL SOLO

La última frase de la pequeña secuencia no hace sino re­machar el clavo. Esta secuencia tiene dos partes: en la primera (vv. 12- 14a) son presentados los diez leprosos como un conjunto; en la segunda (vv. 14b- 19) se centra la atención en el de origen samaritano. Este representa, dentro del grupo de discípulos, la fracción de creyentes que, por su pasado, no ha comulgado nunca del todo con la institución y que, por tanto, a pesar de las presiones ambientales, conseguirá distanciarse de ella: «Le­vántate, vete; tu fe te ha salvado» (17,19). Estaba postrado en la 'aldea', por haber creído por unos momentos en la validez de la Ley: Jesús lo invita a levantarse; permanecía allí inmovilizado, incapaz de seguir a Jesús hacia Jerusalén: Jesús lo invita a salir, a hacer también él su éxodo personal; estaba enfermo, con el corazón dividido por su doble adhesión, a Jesús y a su pasado nacional: su adhesión total a Jesús lo ha salvado ahora definiti­vamente.

  1. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica). 
  2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  3. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.