24 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXVIII
(20-24)

 

20.   Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

… luego ven y sígueme

Sabiduría es saborear la vida, es saber vivir en armonía con el mundo, con los demás seres humanos y con Dios. La sabiduría no excluye el conocimiento erudito de las ciencias, por el contrario, lo utiliza como un recurso importante. Pero ser sabio no equivale a ser un científico. La sabiduría es más un conocimiento de la vida, de Dios y de todo lo necesario para vivir bien y ser feliz. Sabiduría y felicidad van de la mano.

Aquí la experiencia de todo ser humano es valiosa. Si tratamos de vivir bien al final todos podremos decir algo sobre la vida y sobre cómo vivir mejor como seres humanos. Las escuelas literarias y los maestros de Israel, recogieron la sabiduría popular (refranes, dichos, opúsculos, proverbios, sanciones, máximas, aforismos, etc.) y la consignaron en distintos textos. En la literatura sapiencial judía tenemos libros tales como: los Proverbios, Eclesiastés, Salmos, Sabiduría, etc. Se buscaba que los miembros del pueblo los estudiaran, aprendieran y vivieran en una armonía necesaria que les permitiera ser felices en su entorno vital.

El punto de referencia para las reflexiones sapienciales era el Pentateuco, Torá o Ley de Dios (o sea los libros Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Según los rabinos, ahí estaba la clave para vivir bien y ser feliz. Si alguien quería ser sabio, debía estudiar la Torá, no tanto para aprenderla de memoria, sino para ponerla en práctica. No tanto para acumular conocimiento y ser reconocido por el pueblo como una persona erudita, sino para que penetrara en la mente y el corazón y transformara la vida, pues, como dice la carta a lo Hebreos (2da lect.): La Palabra es viva y eficaz, más incisiva que espada de dos filos. Se trataba de adquirir, iluminados por la Torá, el punto máximo de madurez humana para conocerse así mismo como criatura y a Dios como creador. Para aceptar la humanidad propia y la de los demás seres humanos.

Desde esta perspectiva, la sabiduría es lo máximo a lo que un ser humano puede aspirar. De nada vale todo el conocimiento científico, todas las riquezas del mundo, toda la fama y todo el poder, la salud y la belleza, si no se sabe vivir en armonía con Dios, con los demás seres humanos y con el mundo, si no se aprende a amar, a disfrutar y a ser felices.

En aquella época era normal acudir a los maestros para recibir claves de vida. El evangelio nos presenta a un hombre que salió a encontrarse con el Maestro del Camino, con el fin de pedirle una clave para alcanzar la vida eterna. Desde la propuesta evangélica, tanto la vida eterna como el Reino de Dios, no son exclusivamente promesas para la otra vida después de la muerte. Son potencias para convertirlas en acto, utopías para hacerlas realidad aquí y ahora, con proyección trascendental. Es decir que tenemos la posibilidad de vivir la vida eterna y el Reino de Dios desde ya. “¿Cómo poseer la vida eterna?”, fue la pregunta del hombre a Jesús.

Lo primero que hizo Jesús fue remitirlo a la bondad de Dios, pues nuestra bondad es sólo participación de la bondad de Dios. Ningún ser humano es pura bondad. Luego lo remitió a los mandamientos, cosa que hubiera hecho cualquier maestro judío y le recordó de manera especial aquellos que están más relacionados con el prójimo: no matar, no robar, no cometer adulterio, no acusar en falso, honrar padre y madre, es decir, no ser injusto. Desde Jesús el primer paso para encontrar a Dios es encontrar al hermano y establecer progresivamente, una relación de fraternidad. Pues como dijo Mário Oliveira: “Solamente cuando esta relación de fraternidad es efectiva, es cuando Dios es honrado y venerado, y la fe cristiana se convierte en un acontecimiento verdadero”[1]

Se suponía que la clave para una vida eterna, sabia y feliz, era la Torá. Pero este hombre del evangelio, aunque la cumplía a cabalidad desde muy joven, no estaba contento, no se sentía pleno. Tenía una sed humana más fuerte de crecer, de ser más, de buscar algo más en la vida. “Todo esto lo he cumplido desde muy joven”, le respondió…

Jesús fijó su mirada en él, le amó y le propuso algo más. Él más que nadie sabía que no bastaba con cumplir los mandamientos. Él más que nadie sabía que los mandamientos son unos mínimos para cualquier ser humano, inclusive para los no creyentes. Como realmente este hombre quería algo más, Jesús le propuso unirse al Reino que él construía. Hacer parte de la causa por la cual él vivía y moriría más tarde.

“Sólo te hace falta una cosa: vete a vender todo lo que tienes y dale el dinero a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme,” le dijo Jesús. Pero, como dice el popular poema español: “poderoso caballero es don dinero”, al oír ésto, el hombre puso mala cara y se fue triste, porque tenía muchas posesiones.

Jesús no le propuso un rito ni tomar alguna pócima que le permitiera poseer la vida eterna. No hubo ningún “ábrete sésamo” para encontrar los tesoros del Reino. Hubo una propuesta que implicaba toda la vida. Pero no fue aceptada. El dinero compartido pudo ser un instrumento para adquirir un tesoro en el cielo, pero en este caso no fue así. En este caso el hombre optó por el dinero. Pudo más su apego a las riquezas que la propuesta de Jesús.

El hombre, desde su posición privilegiada, tuvo una sed de perfección y unos arrebatos de santidad. Suele ocurrir algunas veces cuando leemos historias de santos, cuando participamos de un retiro, de una jornada intensa de oración, de una Semana Santa, o cuando salimos, con la ayuda de Dios, de alguna dificultad. Deseos que muchas veces, como la semilla que cayó entre abrojos (Mc 4,18), nacen con muchas ganas, pero las promesas engañosas de la riqueza y las demás pasiones juntas, terminan ahogándolos. Si realmente buscamos algo más, si realmente queremos seguir a Jesús y ser santos como Dios es santo (Lev 11,44), misericordiosos como Dios es misericordioso (Lc 6,36), sepamos que la propuesta será siempre la misma: desprendimiento y disponibilidad para poner al servicio de la humanidad lo que somos y tenemos.

Se fue y Jesús no podía detenerlo, nunca detuvo ni obligó a nadie; anunció a todos la Buena Nueva y les ofreció su camino, pero no podía minimizar la radicalidad de su proyecto con el fin de ganar adeptos. Lo miró y lo amó sinceramente como ser humano, apreció su deseo de participar en la vida eterna, pero lo dejó marchar libremente cuando así lo quiso.

Luego dirigió su mirada alrededor, al panorama, como quien contempla la vida, como quien va descubriendo el corazón humano. Quedaban sus discípulos, quienes estaban con él, pero su corazón lo tenían en otra parte. A ellos les hizo este comentario: “¡Qué difícil va a ser que los que tienen la riqueza entren al Reino de Dios!” Hemos dicho que cuando se habla de Reino de Dios no hablamos exclusivamente de la otra vida.

Jesús no habló ahí de la salvación o la condenación después de esta vida, sino de la dificultad que tenían los que poseían riqueza para unirse a su causa. Para reforzar esa idea acudió a una exageración: “Hijos, ¡qué difícil es entrar al Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre al Reino de Dios.”

¿Quiénes han hecho los cambios históricos? ¿Los de arriba? ¿Quiénes han realizado verdaderos cambios estructurales, transformaciones sociales, políticas, religiosas, culturales y económicas? ¿Los que tienen el poder? No. Los que tienen el poder no lo quieren soltar. Los que tienen la riqueza buscan conservarla de cualquier manera. Es muy difícil que acepten un nuevo orden.

Y no se trataba solamente de los que tenían riqueza efectivamente, sino de la natural codicia que habita en el corazón humano. Codicia que animaba también a los discípulos, quienes esperaban no solo alguna contraprestación por el seguimiento, sino un puesto privilegiado en el reino que soñaban.

Si en todo ser humano hay codicia, deseos de poder, afán de riqueza en mayor o en menor grado, si ellos mismos que estaban con Jesús, aunque eran pobres, esperaban ser ricos… ¿entonces quién puede salvarse?, preguntaron sus discípulos. Esta vez la mirado la dirigió a ellos. “Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo esto es posible”, les respondió. Si permitimos que Dios entre en nuestra vida, si ensanchamos el corazón para que la bondad infinita entre a nosotros, seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja y entrar en el Reino de Dios.

Vender todo y dárselo a los pobres, no podría ser tomado literalmente a tal punto de quedarnos en la calle por ser “generosos”, o tal vez por irresponsables con nosotros mismos. A nadie se le ocurriría hoy cortarse una mano, un pie, o sacarse un ojo, si cualquiera de esos miembros pusiera en peligro la fidelidad al mensaje (Mc 9,43-48 /Mt 5.29-30). A nadie se le ocurriría odiar a padre y madre, sería además contrario al mismo evangelio (Lc 14,26). Éstos, como muchos otros textos, establecen condiciones de seguimiento dentro de la categoría de formulaciones extremas. Quieren expresar la radicalidad de la opción por Jesús, en las condiciones de vida denigrante a que se ven forzados muchos seres humanos.

Algunos dicen que dejarlo todo y seguir a Cristo, es una invitación para los religiosos y religiosas, quienes hacen votos, o los llamados consejos evangélicos Pero la propuesta de Jesús no fue ni un consejo, ni menos para una élite especial, sino para todo aquel que quisiera seguirlo.

Ésta no es una defensa del descuido ni de la mediocridad, con la que muchos asumen la vida sin preocuparse por su bienestar y el de su familia. No es un llamado a multiplicar la pobreza ni a sumarnos a las masas de indigentes. No es un llamado a derrochar irresponsablemente todo lo que se adquiere, ni a dar a todo el que pide sabiendo que hay personas que se aprovechan de la generosidad de la gente. No es una exaltación de la miseria ni de la carencia de bienes como un valor. Jesús mismo no fue un asceta que pasara ayunando todo el tiempo. Por el contrario, los evangelistas lo presentan muchas veces disfrutando la vida en fiestas (Jn 2,1ss) y en banquetes (Lc 7,36; 11,37; 14,1; 9,12. Mc 2,15; 7,1. Mt 9,10; 11,18. Jn 21,9). No sólo se dejó invitar sino que invitó y presentó la relación Dios - ser humano, con un banquete (Jn 6,1-15; Lc 15,23; Mt 22,4).

Ésta es una invitación a optar por una forma de vida que no esté dominada por el dinero, sino por Dios. A que nunca nos consideremos propietarios exclusivos de nada y que pongamos a disposición de los demás lo que somos y tenemos, especialmente a favor de aquellos a quienes nuestra sociedad les niega los derechos fundamentales. Los pobres, los más necesitados de la generosidad humana.

“El mensaje de Jesús plantea una alternativa al poder que en este mundo ejercen la riqueza y el dinero. Allí donde éstos se erigen en valores supremos, todo queda supeditado a ellos: el rasero por el que se miden los seres humanos es su capacidad adquisitiva, no su propia dignidad; lo que cuenta es el lucro y la ganancia, no el bien del hombre; el summum de la felicidad está en poseer sin freno ni medida, alcanzar el máximo poder y subir socialmente lo más alto posible; y las relaciones hu­manas se tornan opresivas y competitivas. Donde reinan el dinero y la riqueza, reinan la inhumanidad y la injusticia.

En cambio, donde se asume y se vive el mensaje de Jesús, se produce el efecto contrario: el valor supremo es el hombre a cuyo bien se supedita todo; lo que cuenta es la dignidad humana, no el dinero o los bienes materiales que se poseen; lo que hace feliz es el amor, que se traduce en generosidad, solidaridad y entrega; y las relaciones humanas se vuelven cordiales, respetuosas, justas y fraternas. Donde reina el mensaje de Jesús, reina Dios y con él la libertad, la justicia y la paz.”[2]

De esta manera haremos parte del Reino de Dios promovido por Jesús y seremos capaces de abrir caminos nuevos en nuestra historia, para crear entre todos, con la ayuda de Dios, una nueva humanidad. “Para los hombres esto es imposible pero no para Dios, porque para Dios todo esto es posible.”
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[1] DE OLIVEIRA Mário, ¡Fátima nunca más! Ed. Campo das Letras, Portugal 1999. En: RELAT 223.
[2] CAMACHO ACOSTA Fernando, Jesús, el dinero y la riqueza. En: Revista Latinoamericana de Teología, RELAT 248.


21. JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

LO QUE NOS FALTA

ECLESALIA, 11/09/06.- Un hombre se acerca a Jesús. Es rico: no tiene problemas materiales. Es bueno: su conciencia no le acusa de nada. Sin embargo, se le ve agitado. Viene «corriendo», urgido por su inquietud. «Se arrodilla» ante Jesús como último recurso, y le hace una sola pregunta; ¿qué tengo que hacer para evitar que la muerte sea el final de todo?

Jesús le recuerda los mandamientos. Según la tradición judía, son el camino de la salvación. Pero omite los que se refieren a Dios: «amarás a Dios», «santificaras sus fiestas»... Sólo le habla de los que piden no hacer daño a las personas: «no matarás», «no robarás»... Luego añade, por su cuenta, algo nuevo: «no defraudarás», no privarás a otros de lo que les debes. Esto es lo primero que quiere Dios.

Al ver que el hombre ha cumplido esto desde pequeño, Jesús «se le queda mirando». Lo que le va a decir es muy importante. Siente cariño por él. Es un hombre bueno. Jesús le invita a seguirle a él hasta el final: «Te falta una cosa: vende lo que tienes y da el dinero a los pobres... luego, ven y sígueme».

El mensaje de Jesús es claro. No basta pensar en la propia salvación; hay que pensar en las necesidades de los pobres. No basta preocuparse de la vida futura; hay que preocuparse de los que sufren en la vida actual. No basta con no hacer daño a otros; hay que colaborar en el proyecto de un mundo más justo, tal como lo quiere Dios.

¿No es esto lo que nos falta a los creyentes satisfechos del Primer Mundo, que disfrutamos de nuestro bienestar material mientras cumplimos nuestros deberes religiosos con una conciencia tranquila?

No se esperaba el rico la respuesta de Jesús. Buscaba luz a su inquietud religiosa, y Jesús le habla de los pobres. «Frunció el ceño y se marchó triste». Prefería su dinero; viviría sin seguir a Jesús. Tal vez ésta es la postura más generalizada entre los cristianos del Primer Mundo. Preferimos nuestro bienestar. Intentamos ser cristianos sin «seguir» a Cristo. Su planteamiento nos sobrepasa. Nos pone tristes porque, en el fondo, desenmascara nuestra mentira. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

15 de octubre de 2006


22. Predicador del Papa: Jesús alerta del peligro de la avaricia
Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., a la liturgia del próximo domingo

ROMA, viernes, 13 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del próximo domingo, XXVIII del tiempo ordinario.

* * *

 

¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos!

Una observación preliminar es necesaria para despejar el terreno de posibles equívocos al leer lo que el Evangelio de este domingo dice de la riqueza. Jesús jamás condena la riqueza ni los bienes terrenos por sí mismos. Entre sus amigos está también José de Arimatea, «hombre rico»; Zaqueo es declarado «salvado», aunque retenga para sí la mitad de sus bienes, que, visto el oficio de recaudador de impuestos que desempeñaba, debían ser considerables. Lo que condena es el apegamiento exagerado al dinero y a los bienes, hacer depender de ellos la propia vida y acumular tesoros sólo para uno (Lc 12, 13-21).

La Palabra de Dios llama al apegamiento excesivo al dinero «idolatría» (Col 3, 5; Ef 5, 5). El dinero no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia. Literalmente «dios de fundición» (Ex 34, 17). Es el anti-dios porque crea una especia de mundo alternativo, cambia el objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en Dios, sino en el dinero. Se realiza una siniestra inversión de todos los valores. «Nada es imposible para Dios», dice la Escritura, y también: «Todo es posible para quien cree». Pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero».

La avaricia, además de la idolatría, es asimismo fuente de infelicidad. El avaro es un hombre infeliz. Desconfiado de todos, se aísla. No tiene afectos, ni siquiera entre los de su misma carne, a quienes ve siempre como aprovechados y quienes, a su vez, alimentan con frecuencia respecto a él un solo deseo de verdad: que muera pronto para heredar sus riquezas. Tenso hasta el espasmo para ahorrar, se niega todo en la vida y así no disfruta ni de este mundo ni de Dios, pues sus renuncias no se hacen por Él. En vez de obtener seguridad y tranquilidad, es un eterno rehén de su dinero.

Pero Jesús no deja a nadie sin esperanza de salvación, tampoco al rico. Cuando los discípulos, después de lo dicho sobre el camello y el ojo de la aguja, preocupados le preguntaron a Jesús: «Entonces ¿quién podrá salvarse?», Él respondió: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios». Dios puede salvar también al rico. La cuestión no es «si el rico se salva» (esto no ha estado jamás en discusión en la tradición cristiana), sino «qué rico se salva».

Jesús señala a los ricos una vía de salida de su peligrosa situación: «Acumulaos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan» (Mt 6, 20); «Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas» (Lc 16, 9).

¡Se diría que Jesús aconseja a los ricos transferir su capital al exterior! Pero no a Suiza, ¡al cielo! Muchos –dice Agustín- se afanan en meter su propio dinero bajo tierra, privándose hasta del placer de verlo, a veces durante toda la vida, con tal de saberlo seguro. ¿Por qué no ponerlo nada menos que en el cielo, donde estaría mucho más seguro y donde se volverá a encontrar, un día, para siempre? ¿Cómo hacerlo? Es sencillo, prosigue San Agustín: Dios te ofrece, en los pobres, a los porteadores. Ellos van allí donde tú esperas ir un día. La necesidad de Dios está aquí, en el pobre, y te lo devolverá cuando vayas allí.

Pero está claro que la limosna de calderilla y la beneficencia ya no es hoy el único modo de emplear la riqueza para el bien común, ni probablemente el más recomendable. Existe también el de pagar honestamente los impuestos, crear nuevos puestos de trabajo, dar un salario más generoso a los trabajadores cuando la situación lo permita, poner en marcha empresas locales en los países en vías de desarrollo. En resumen, poner a rendir el dinero, hacerlo fluir. Ser canales que hacen circular el agua, no lagos artificiales que la retienen sólo para sí.

[Traducción del italiano realizada por Zenit]


23.

1.Nos cuenta hoy Salomón elevado al trono de Israel, según la decisión de su padre David que, viéndose tan joven e inexperto para gobernar, no encontró más apoyo que el de Dios, al cual dirigió su plegaria: "Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría" Sabiduría 7,7. En su humilde plegaria, reconoce y confiesa su incapacidad para estar al frente del pueblo de Dios, acrecentada en su percepción de joven que sucede a un rey genial, David, su padre querido y admirado, que le ha preferido a sus otros hermanos, confiesa que es: "un niño pequeño para gobernar". "Agradó al Señor la súplica de Salomón y le dijo: porque has pedido esto y discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de tí ni lo habrá después"(1 Re 3,7).

2. Israel posee una ciencia práctica de la vida, hija de la experiencia y de la reflexión, que venía formulada en máximas y sentencias, a la que llama sabiduría, don del hombre que sabe hacer. Sabio es el hombre hábil, tanto en las obras manuales como en las del pensamiento, y el que sabe vivir en sociedad, como fruto de la experiencia, y también como regalo de Dios.

En el Nuevo Testamento la sabiduría es la gracia, que hace amigos de Dios y que habita en las almas santas. También se entiende la sabiduría como atributo de Dios, que es el sabio supremo. Dios concede la sabiduría a Salomón, como la mejor cualidad del hombre, mejor que los tronos, los cetros y las riquezas; que el oro, la plata y las piedras preciosas. La sabiduría, el pensamiento fuerte, el sentido común, la adecuación de la vida a los principios éticos y morales, en definitiva a la manifestación de la voluntad de Dios, es tan excelente que "no se da a cambio de oro fino, ni plata, ni oro, ágata o zafiro. No se paga con vasos de oro puro. No cuentan el cristal ni los corales, y es mejor pescar sabiduría que perlas" (Jb 28,15).

3. Esta lectura es un preámbulo para introducirnos en la tercera, que nos propone el seguimiento de Jesucristo, Sabiduría encarnada. Al que le preguntaba qué tenía que hacer para heredar la vida eterna, "Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, y luego sígueme" Marcos 10,17. Palabras que se dirigen a todo hombre, cualquiera que sea su estado.

4. Sólo iluminados por la Sabiduría podemos comprender y por tanto, practicar, la necesidad que tenemos para ser felices y llenos de paz, que es llenos de Dios, de dejarlo todo, al menos en el afecto, de negar apetitos y deseos, gustos y sentimientos que excluyan a Dios. Y, como esto es difícil si lo poseemos, lo mejor es dejarlo, a lo que Jesús nos invita, fiados en El, que pagará al ciento por uno lo que dejamos. Si dejamos un gusto, si sometemos un capricho, la paz que nos invadirá compensará con creces el gusto negado. La naturaleza siempre pide más. “No se cansa el ojo de ver, ni el oído de oír...” dice Kempis. Someterse a la naturaleza es firmar nuestra sentencia de amargura. De disgusto y de inquietud. Ahí está para confirmarlo la tristeza del joven que, porque era rico, le pareció imposible lo que Jesús le pedía. No conocía el poder de la gracia. La fuerza de la oración. Yo pienso que aquel joven que rechazó a la primera, no quedó inmune del flechazo de los ojos cariñosos que le miraron cautivadores. No nos dice más el evangelio, pero ¿quién me asegura que aquella invitación no trajo resonancia y que un día u otro, como el pájaro herido, no cayó redondo a los pies de Jesús?

5. Cuando se está bajo la oscuridad de la negación, hay dolor, porque es la tiniebla de la noche, pero tras la noche, llega la paz de la aurora. Y al revés, cuando se está saboreando el gusto y acariciando las alas de la mariposa multicolor, se olvida por un fugaz momento la verdad oscurecida por la pasión y el capricho, pero cuando ha pasado, se quisiera haber escapado de la trampa del cazador. Sólo el amor de Dios consigue estas victorias. Y si no se hacen las obras por amor, al llegar al juicio con las manos vacías, por mucho que hayamos hecho, se nos dirá, que ya hemos recibido la paga, que fue la satisfacción del gusto, de la propia voluntad, de la vanidad y del orgullo de éxito buscado a cualquier precio. D. Nicolás David, Rector del Seminario de Valencia era un gran predicador. A la hora de su muerte, un amigo le decía para animarle: "Piense, Don Nicolás, que ahora le van a pagar tantos sermones predicados". Musitó con humildad: Si el Señor no me los recuerda, yo no se los pienso mencionar. Lo que no se ha hecho por puro amor, ningún premio obtendrá por brillante que haya aparecido.

6. "¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?". El joven cree que para ello tiene que "HACER". Confía en la eficiencia. ¿Cuánto cuesta? Te lo pago... Pretende comprar la vida eterna. Jesús le contestó: Uno sólo es bueno: Dios. El bien no es una cosa, es una persona. Otra vez Jesús corrige al que quiere heredar la vida eterna diciéndole: "Si quieres entrar en la vida"... Es Dios quien te ofrece la vida. Guarda los mandamientos: -¿Cuáles? -Los he observado desde pequeño. Parece querer decirle, ¿y qué más? Como quien no está satisfecho... Hay algo en el hombre que exige una relación personal profunda que llegue hasta el fondo, que sólo en Dios se puede conseguir. -Jesús le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes"... Si quieres ser hombre en plenitud, y tener vida abundante, abandona todo aquello en que te apoyas y que convierte tu vida en una rutina. Tendrás un tesoro en el cielo. Pero ya aquí y ahora. Ahora tu tesoro son tus posesiones, que no te hacen feliz. Vives pendiente de ellas. Absorbido. Enzarzado. El joven se fue triste. Se le ha pedido mucho. Talleyrand, obispo de Autun, cismático y político intrigante francés, ministro con Napoleón, abrasado por la fiebre y casi moribundo, se levantó del lecho y comenzó a abrazar y a acariciar todos los objetos de su habitación que tanto amaba, y ¡todo esto lo he de dejar!, decía desesperado. Y lo peor no es dejar los objetos, sino las costumbres, que es una verdadera muerte, dice Santa Teresa. Pero, ¿pensamos que aquel joven, estuvo solo en la lucha tremenda? Cristo estaba pidiendo y ofreciendo un reino invisible y la serpiente estaba ofreciendo un placer conocido, efímero, pero visible y ya experimentado. El embustero está jugando taimadamente con el apetito y la atracción de la visión de la belleza y el deseo del acierto y del saber: "La mujer cayó en la cuenta de que el árbol tentaba el apetito, era una delicia de ver y deseable para tener acierto" (Gn 3,6). San Ignacio en las Reglas para el discernimiento de espíritus, escribe que en ese momento no hay fiera más furiosa que el enemigo de la humana naturaleza, que ve que puede perder un alma, sobre todo, dirá Santa Teresa si sospecha que esa le puede arrebatar un reino de almas. Todo el infierno pone en movimiento para arrebatarla. "Sufro por minutos", decía Teresita del Niño Jesús. Y Santa Teresa: "Todo se pasa".

7. Sigue el joven insatisfecho. Y en una batalla feroz. Porque su corazón está pegado a su tesoro (Mt 6,21). El reino de los cielos es como un tesoro escondido en el campo y como una perla de gran valor (Mt 13,44). ¡Ah! Si hubiese podido palpar entre sus manos el polvo pegajoso de la mariposa tan brillante de colores mientras volaba seductora, y tan deleznable poseída! ¡Si hubiese podido adelantar el lamento que flotaba lúgubre sobre el Támesis: ¡Cuarenta años de reinado y un infierno eterno!, la que había dicho: ¡Dadme cuarenta años de reinado y os regalo el cielo! Has de poner tu corazón en una Persona, en mí, en una amistad nueva conmigo, no en las cosas. Hasta que no comprendas esto, tú estarás triste. La fuente que ilumina tu vida no está en dar a los pobres, que se puede hacer por miras humanas y filantrópicas, y hasta por quedar bien, lo que no va a obtener recompensa divina, sino en la amistad con Cristo. Sólo en ella te realizas. Cristo no quita nada, sino que lo da todo.

8. Sólo el trato íntimo con el amigo y su afecto puede darnos "alegría por los días de aflicción y por los años en que sufrimos desdichas" Salmo 89, cuando estábamos lejos y separados de El. Pero el joven aún no lo ha experimentado. Tiene que dejar lo que ya conoce, por lo que desconoce. Es muy difícil el trance. Por eso, más que reflexionar hay que orar, pues "nadie va al Hijo, si el Padre no lo atrae" (Jn 6, 44). Sin olvidar que la amistad se alimenta de renuncias. Pero sabiendo que a más noche, mayor intimidad. Oremos y escuchemos al Señor. "Toma a Dios por esposo y amigo con quien vayas continuamente y no pecarás y las cosas se te sucederán prósperamente" (San Juan de la Cruz). Si tú me dices ven, lo dejo todo. Si El nos toca el corazón todo se ilumina. Porque "lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Dios lo puede todo". "Su palabra es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el fondo del ser" Hebreos 4,12.

9. Notemos que Jesús no condena la riqueza ni los bienes terrenos. Tiene amigos entre los rico, José de Arimatea, «hombre rico»; Zaqueo, aunque retenga para sí la mitad de sus bienes, que, como recaudador de impuestos debían de ser copiosos. Lo que condena es el apego al dinero y a los bienes, y acumular tesoros sólo para su disfrute, sin pensar en los demás (Lc 12, 13-21).

Para Dios al apego al dinero es «idolatría» (Col 3, 5; Ef 5, 5). El dinero es el ídolo por antonomasia, «dios de fundición» (Ex 34, 17). Es el anti-dios. La fe, esperanza y caridad no se ponen en Dios, sino en el dinero. Es una siniestra inversión de los valores. Dice Jesús: «Nada es imposible para Dios», «Todo es posible para quien cree». Pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero».

10. La avaricia es idolatría, y fuente de infelicidad. El avaro es un hombre infeliz. Desconfiado de todos, se aísla. No goza el amor, ni siquiera de su familia, de quienes desconfía porque los considera aprovechados, y ellos sólo esperan de verdad que se muera pronto para heredar sus riquezas. Vive agobiado por ahorrar y vive miserablemente y ni disfruta del mundo ni de Dios, pues sus privaciones no las hace por Él. No se sirve del dinero sino que es esclavo y servidor suyo.

11. Pero Jesús no lo deja sin esperanza de salvación. Cuando los discípulos, después de la parábola del camello y el ojo de la aguja, le preguntaron a Jesús: «Entonces ¿quién podrá salvarse?», Él respondió: «Para los hombres, es imposible; pero no para Dios». Y señala a los ricos un camino de salida de su peligrosa situación: «Acumulad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los corroan» (Mt 6, 20); «Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas» (Lc 16, 9). Parece que Jesús aconseja a los ricos transferir su dinero a un paraíso fiscal. Sí pero no a Suiza, sino al cielo! Escribió San Agustín: “Muchos se afanan en meter su propio dinero bajo tierra, privándose hasta del placer de verlo, a veces durante toda la vida, con tal de saberlo seguro. ¿Por qué no ponerlo en el cielo, donde estaría mucho más seguro y donde se volverá a encontrar, un día, para siempre? ¿Cómo hacerlo? Es sencillo, prosigue San Agustín: Dios te ofrece, en los pobres, a los portadores. Ellos van allí donde tú esperas ir un día. La necesidad de Dios está aquí, en el pobre, y te lo devolverá cuando vayas allí”.

12. Pero hoy la limosna de calderilla y la beneficencia ya no es el único modo de emplear la riqueza para el bien común, ni probablemente el más recomendable. Existe también el de pagar honradamente los impuestos, crear puestos de trabajo, dar un jornal más generoso a los trabajadores, poner en marcha empresas locales en los países pobres, esto es, hacer rendir el dinero, hacerlo circular. Ser canales, no lagos artificiales que la retienen sólo para sí.

13. Volvamos al joven rico. Vamos a tener al Amigo aquí sobre el altar. Pidámosle que nos de la sabiduría implorada por Salomón, que tanto satisfizo a Dios, para reconocer que su amistad es el tesoro único que nos plenifica y para el que hemos sido creados. Y que "su palabra de vida, que no está encadenada" (2 Tim 2,9), sino " antorcha que llevamos en alto" (Flp 2,15), "actúe eficazmente en nosotros" (1 Tes 2,13), "como la lluvia y la nieve, y nos empape para que fructifiquemos y hagamos lo que él quiere" que es que demos fruto al ciento por uno. (Is 55,10). Amen.

JESUS MARTI BALLESTER


24.

1.-  lectura: Sabiduría 7, 7-11

2.-  lectura: Hebreos 4,12-13

3.-   lectura: Marcos 10, 17-30

No olvidemos, queridos hermanos, la idea de conjunto de esta ense­ñanza o catequesis que la Iglesia, durante estas últimas semanas, nos está ofreciendo a todos los cristianos del mundo para no solo ser cris­tianos, porque conocemos las verdades reveladas, sino para sentir­nos cada vez más y más contentos, porque vivimos esas realidades del cristianismo, que nos salvan de nuestras miserias y nos glorifican, llenándonos de ese gozo y alegría y paz que quedan y no pasan, como pasan y rápido, esas alegrías chicas, si alegrías se las puede llamar, de la copa de coñac o del buen filete de la mejor ternera o qué se yo…

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Se nos ha mostrado cual es la meta a la que nos dirigimos o la cumbre a la que ascendemos. Vamos camino de una transformación o transfi­guración de toda nuestra vida, de todo nuestro ser, hasta llegar a casi divinizarnos y a que Dios, enamorado como está de esta humanidad que creo con cariño y con mimo, y que, como dice Jesús, "a quien es­cuche y cumpla mis palabras. mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada", es decir, llegará a unirse tanto por amor a nosotros, que a esa unión se la llama "matrimonio místico o espiritual". En nuestra vida amorosa ya no habrá más infidelidades, ni traiciones, ni olvidos, ni sórdidos intereses no confesados.

 ¿Cómo llegar a esa meta, a ese estado de vida, que ya, incluso en esta vida terrena, se puede empezar a gustar y gozar, como la Madre Tere­sa de Calcuta y tantos otros? Y Jesús ya nos dijo el cómo: "Quien Quiera seguirme. Que se niegue a sí mismo. Que cargue con su cruz y me siga". Y, ya desde el domingo pasado y durante dos más, se nos está diciendo cuales son las opciones fundamentales que hay que tomar en la vida para llegar a esta meta. Hay varias opciones a reali­zar.

La primera opción que podemos tomar es la opción matrimonio, pero el matrimonio natural, el que está conforme a nuestra naturaleza ra­cional de hombre y mujer, tal como el Dios creador nos ha creado y lo ha querido. “Dejará el hombre a su padre y a su madre; reunirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Hombre y mujer; lo demás son milongas

La segunda opción fundamental es el darse y consagrarse totalmente a Dios y de la que nos hablan hoy, sobre todo en el Evangelio.

 Jesús se puso en camino, nos dice hoy el evangelio. Y un hombre joven corrió hacia él y se postró a sus pies: "Maestro bueno ¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?". Es una escena viva. Un hombre lleno de grandes deseos: corrió hacia Jesús y sofocado de su carrera, cayó de rodillas y le hizo una pregunta. Una pregunta esencial. Tan esencial que el contenido de la pregunta ha cambiado la vida de aquellas perso­nas que de verdad se han detenido a pensarla: "¿Qué tengo Que hacer para conseguir la vida eterna? ¡La vida!, fijaros bien. Lo que más que­remos, de lo último que nos despojamos cuando morimos. Pero, no la vida tan solo, sino conseguir la vida eterna. San Ignacio de Loyola dijo a aquel joven estudiante en la Sorbona, inquieto, un tanto orgulloso, creído, aventurero: "de qué te sirve ganar el mundo entero. si al final pierdes la vida eterna?"

El cancionero hispano lo dice de esta manera:

"Que la ciencia consumada

es que el hombre bien acabe.

porque al fin de la jornada.

aquel que se salva sabe

y el que no, no sabe nada".


 
Y Javier, que así se llamaba el joven estudiante, teniendo el valor de pensar la cuestión, cambio de vida; dejó todo: su familia, su castillo... y al Japón se fue, en aquellos tiempos del siglo XV

¿Cómo voy a cambiar yo de vida para encontrar esa vida eterna, si no corro aprisa en busca de Cristo, ni me planteo cuestiones esenciales, sino que vivo en lo accidental y en la superficie de las cosas y de mis acontece­res?

Jesús le dice: "Tú conoces los mandamientos... ", y se los recuerda, pero tan solo le recordó los mandamientos con relación a los hombres, y silenciando los relacionados con Dios, porque quien respeta a los hombres, ama a Dios.

"Maestro, yo he observados todos esos mandamientos desde mi juven­tud". He aquí un hombre recto, un hombre responsable. Observa la ley, la cumple.

Los primeros lectores de Marcos y nosotros hoy, con ellos, podemos comprender que no basta con cumplir la ley para ser un verdadero discípu­lo, para ser un verdadero cristiano. Este hombre cumplía la Ley, pero no estaba del todo satisfecho, Él siente que le falta algo más.

"Maestro. Yo he observado todos esos mandamientos desde joven", pero no estoy satisfe­cho, no me encuentro a mí mismo, no soy del todo feliz.

1. "¿Qué debo hacer para conseguir la paz, la felicidad profunda y auténtica, la vida eterna en una palabra?".

 

Muchos de nosotros nos vemos retratados y reflejados en ese joven: cumplimos la ley. Venimos a "Misa" todos los domingos y fiestas de guardar, comulgamos por Pascua florida y confesamos nuestros pecados al menos una vez al año. Damos nuestras ofrendas y limosnas responsa­ble y generosamente y según nuestra conciencia para mantener y ayudar a las obras de todo tipo de la Iglesia. Intentamos ser justos y caritativos en nuestros juicios y opiniones... pero no nos sentimos verdaderamente felices; no acabamos de encontrar el verdadero sentido a todo nuestro quehacer. cuando tenemos la valentía y corremos el riesgo de pensar, y sospecha­mos que con solo cumplir la ley no es suficiente. Y en el fondo andamos frecuentemente interrogándonos, como ese joven del Evangelio: "¿Qué tendré aun que hacer" para que toda mi práctica religiosa tenga sentido, para que encuentre la verdadera paz, alegría y felicidad? "Maestro ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?

"Una sola cosa te falta". Fijaros bien, una sola cosa. “Vete, vende todo lo Que tienes. dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo v des­pués, ven y sígueme". Nos encontramos con la invitación, que Jesús no cesa de hacer y repetir: "Ven y sígueme", Pero para seguir a Jesucristo hay que estar ligero de equipaje.

"Venid conmigo v seguidme", dijo a unos pescadores y ellos "dejando al momento las redes y a su padre en la barca, le siguieron". Dejar cosas, redes, dinero, posesiones y también afectos legítimos, como el amor a nuestro padre. No estar agarrado, prendido, dominado por las cosas, ni por las personas. Ser libre, estar desprendido de todo. No dejarse dominar ni poseer, ni encadenar por los bienes materiales. Usar de todo y no poseer nada. No dejar que el corazón se apegue a las cosas, a las riqueza; que no se convierta nuestro corazón en la pétrea riqueza, que no se haga dinero, que no se haga cosa, que no le domine la ambición, el riesgo del ansia posesiva. Que no deseemos tener desmesuradamente, que queramos ser lo que de verdad somos y no una caricatura de lo que somos.

 San Juan de la Cruz lo dirá así:

"Para venir de todo al TODO,
has de dejar del
todo, todo.
Para venir
a tenerlo todo,

no quieras tener algo en NADA.

-         Y cuando lo vengas todo a tener,

has de tenerlo sin NADA querer,

porque si quieres tener algo en todo,

no tienes puro en Dios tu tesoro"

El mayor riesgo o peligro de las riquezas es que endurecen el corazón y ya no vemos ni al pobre, que como el mendigo Lázaro, está a la puerta de nuestra casa.

Las riquezas no son en sí malas; las necesitamos. Pero las riquezas que poseemos pueden ser malas:

·  por el origen injusto como han llegado a nosotros

·  y como nosotros mismos, de modo injusto, nos las   

   hemos procurado

• También malas son si no las sabemos emplear bien: malgastar el dinero sin pensar que la riqueza es un bien que ha todos pertenece, como el agua de los ríos de un país, pertenece a todos los habitantes del país; naturalmente que aquellos habitantes que vivan junto a los ríos, tendrán siempre más abundancia de agua que aquellos que viven a cientos de kilómetros. Lo que es injusto es que se malgaste el agua y se dejen perder en el mar miles y miles de metros cúbicos y olvidemos a los que no tienen ni agua para beber y  para lavarse.

Con la riqueza pasa lo mismo. ¿Qué has hecho tú para nacer en una familia rica de verdad? Tú, al lado de la riqueza, como el otro no ha hecho nada para nacer a la orilla del río. Lo entiendes ¿verdad? lo que hay que hacer...

Cuando Jesús anunció por primera vez su pasión, dijo: "Si alguien quie­re venir conmigo y quiere seguirme, que renuncie a sí mismo". Renuncia, pues, desprendimiento de todo, hasta de uno mismo. El evangelio, ya vemos que no es una receta tranquilizante, sino que es la más formidable aventura, el riesgo total.

No está todo en cumplir la ley, sino en el modo, en la manera, en la acti­tud de hacerlo. Despréndete de todo: primero de las cosas, de la riqueza; usa las cosas sin espíritu posesivo. Después podrás despréndete de ti mismo. Empieza diciendo, sintiendo y viviendo aquellas palabras de un santo: "Quiero pocas cosas y las pocas cosas que quiero, las quiero poco"

"El joven rico, dice el Evangelio, se fue triste". Tenía demasiadas cosas, que le dominaban. Estaba preso por sus propias riquezas. Era rico.

Que la Eucaristía, que vamos ahora a celebrar, nos dé fuerzas para co­rrer esta formidable aventura; que nos dé valor para no tener miedo y correr así este riesgo total, si de verdad queremos ser cristianos y llegar a esa unión íntima con Jesús, porque no nos separa nada de él: ni las riquezas, ni las cosas, ni caprichos, ni las personas, para llegar a ese matrimonio místico, misterioso en una nueva vida y ésta eterna.

Y que hoy le podamos decir de verdad, en la comunión sacramental o al menos, espiritual:

“¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón,
no lo sanaste?

Y pues me lo has robado,
¿por qué así lo dejaste
y no tomas el robo que robaste?”

 

Que lo digamos de verdad.

           Amén                                            Edu, escolapio