28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
15-28

15.

El vestido de boda del cristiano es la fe. La boda es la fiesta del Reino, es decir: la unión de Dios con su pueblo. Los textos bíblicos sobre el Reino de Dios y, de modo especial, los cantos que dedican los profetas resultan siempre un tanto sorprendentes; el desconcierto aumenta cuando tienes que decir que el gran festín de los profetas es la actual Iglesia de Jesús.

Siempre cabe decir que el gran festín es el futuro definitivo de la Pascua eterna; pero también es verdad que lo que no empiece aquí, ni termina ni acontece en el más allá. La fe es exactamente eso: un anticipo de la fiesta.

La parábola de Jesús sobre sus bodas con nosotros es el desenlace de la anterior en la que Él es asesinado por los viñadores. Dios abre en Jesús la fiesta del Reino, y a esta fiesta está invitada toda la Humanidad. Allí había que pagar una renta de justicia, aquí hay que aceptar una invitación de gracia. La vocación es más gozosa y más libre, pero también es más exigente.

Lo gozoso del Reino consiste en que es libre y gratuito; lo gozoso consiste también en que se degusta el éxito como infalible y pleno; lo gozoso del Reino consiste en que el creyente no anestesia su muerte con un resignado borrado total, sino que, para el creyente, la muerte es un ansiado paso de ésta a la vida.

Pablo se lo dice a los Filipenses: "Me da igual hambre que hartura, abundancia que privación. Todo lo puedo en Cristo".

Todo para Pablo es gozo porque todo es gracia.

Jesús cierra la parábola de sus bodas con otra parábola muy sencilla, pero más importante para nosotros: la vocación es universal, pero en el oír y aceptar la invitación se genera una dignidad nupcial; a esa dignidad la llama Jesús "traje de boda".

Jesús avisa, sin embargo, que se puede entrar sin llevar esa dignidad y eso será motivo de expulsión.

El marco de la parábola final no es homologable a ciertos planteamientos de moral salvacionista que no sólo no viste de dignidad a los que la viven, sino que reduce constantemente el número de los comensales. No se trata aquí de esa ilícita división entre buenos y malos, llamados unos, rechazados los otros; se trata aquí de entrar a la fiesta con hambre, con ganas, a pesar de las heridas mil... porque en la fiesta del Reino, que no de la justicia, es tan válida la dignidad de la necesidad como la de la virtud. El mundo de la justicia fracasó antes de nacer.

Dios quiso este mundo a pesar del mal y del pecado; y lo quiso porque sólo en un mundo en el que fuéramos posibles nosotros iba a ser posible el amor y la fiesta verdaderas. Tampoco basta para estar en la fiesta ser mendigo o forastero.

Hace falta un ropaje mínimo, posible a la prostituta y no infalible en el sacerdote. Es necesario llevar dentro de sí algo de esa luz mínima que el Espíritu ofrece "con gemidos" a todos y en los lugares más inhóspitos. De nuestra respuesta a la invitación de Dios depende la dignidad de muchos hombres

JAIME CEIDE
ABC/DIARIO
DOMINGO 14-10-1990/Pág. 62


16.«GATO POR LIEBRE»

El evangelio de hoy nos produce, cuando menos, asombro. «¿Cómo es posible --nos preguntamos-- que este hombre que envía las invitaciones para la boda de su hijo se sienta, así, tan abrumadoramente desairado?» Nadie quiso ir al banquete, nadie. Vivimos en una época en la que, por el mínimo motivo, se multiplican los banquetes: bodas, bautizos, primeras comuniones... Y es tal el atractivo de estas expansiones que, el que más y el que menos, dejan cualquier otro compromiso para no perderse el festejo. Pues, ya véis. El Señor habla de unos hombre «invitados» que menospreciaron «lo que era más» por preferir «lo que era menos», es decir, esas otras cosas que parece que «podían esperar».

Y ésa es la intención de la parábola de hoy: poner de relieve nuestras desconcertadas «preferencias». Suele decirse que «sobre gustos, no hay nada escrito». Pero está claro que el saber discernir en las diferentes opciones de la vida, tener bien organizada una sabia jerarquía de valores, de más necesarios a menos, distinguir lo «auténtico» de lo «efímero», no pertenece al terreno de los «gustos», sino a la más elemental y necesaria sabiduría del hombre.

Eso es lo que planteó Ignacio de Loyola a Francisco de Javier: «¿Qué te importa ganar todo el mundo si...?» Es decir, ¿cómo puedes rechazar «el gran banquete» por otras aventuras más o menos subordinadas? Francisco Javier se convenció de que «no es oro todo lo que reluce». Y, a continuación, puso en juego dos cualidades que deberíamos imitar: la listeza y la decisión.

Porque es ahí donde nos atolondramos tanto los hombres de hoy. Una serie de «antivalores» están atrayendo a muchas gentes, con preterición alarmante de los «valores» fundamentales y eternos. El consumismo, la droga, la diversión, el placer físico, incluso la violencia, se han impuesto de tal manera en nuestro vivir moderno que, por seguir sus dictados, hemos vuelto la espalda al sueño de Dios, que quiso que fuéramos su imagen: «Creó Dios al hombre y a la mujer: a imagen de Dios los creó».

Ya sé que cada caso es cada caso. Y no se pueden hacer análisis globales. Y sólo Dios verá desde su omnipresencia los vericuetos, ramificaciones y revueltas que han llevado a este hombre determinado a su «opción» decidida por la droga, la violencia, el hedonismo o el atractivo consumista, olvidando otras llamadas superiores.

Por eso justamente hay que subrayar ese toque de atención de la parábola de hoy. Es como si Jesús nos dijera: «¡Ojo con los espejismos! ¡Ojo con las engañosas visiones del desierto! ¡Ojo, sobre todo, con aquel que quiera ofreceros «gato por liebre»!

Y para que nadie piense, por otra parte, que esa invitación al banquete del Reino está destinada a una especie de «jet-set» de cristianos, la segunda parte de la parábola pinta bien claramente esa llamada impresionante que hizo a continuación aquel señor: «Salid por las calles y plazas; y, a cuantos encontréis, hacedles entrar». Dándonos a entender que la llamada de lo alto es para todos.

Pero eso sí, todos han de presentarse «con el vestido nupcial», con la «marca de origen», con nuestro carné de identidad, que no es otro que nuestra «estima y aprecio de la divina gracia». Lo contrario lleva a las «tinieblas exteriores».

ELVIRA-1.Págs. 86 s.


17.

Frase evangélica: «Todo está a punto. Venid a la boda»

Tema de predicación: Los INVITADOS A LA BODA

1. Mateo aporta tres parábolas que reprochan a los dirigentes judíos, por poderosos y adinerados, su rechazo del mensaje evangélico de Jesús: los dos hijos (21,28-32), los viñadores homicidas (21,33-46) y los invitados que rehúsan la invitación al banquete nupcial (22,1-14). Esta tercera parábola se sitúa en el contexto de las controversias de Jesús, en sus últimos días en Jerusalén, con los dirigentes judíos. Mateo quiere decirnos que algunos no responden a la llamada de Dios, porque se centran en sí mismos (en su dinero) o les irrita el mismo mensaje evangélico (arremeten con furor defendiendo sus intereses).

2. El texto de esta parábola pone de relieve el contraste entre el rechazo de los primeros invitados y la invitación a la multitud de los pobres. Tal vez el mejor símbolo del reino de Dios sea el banquete de bodas, en el que se unen dos significados: la comida (abundante, exquisita y gratuita) y el amor humano (dos que se funden en uno). Dios es el rey que prepara el banquete de bodas o festín regio, en el que Jesús es el Esposo. Es imagen de la utopía escatológica.

3. Este evangelio ofrece, al mismo tiempo, una visión universalista del cristianismo, ya que se invita a todos gratuita y generosamente. Por paradoja evangélica, los del estrato social inferior son moralmente más convincentes. Sin dinero propio, están dispuestos a compartir fraternalmente lo que son. El vestido, según Mateo, es la «justicia». Dentro de la Iglesia, aunque son muchos los «llamados» (bautizados), son menos los «elegidos», es decir, los que aceptan la justicia del reino.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué excusas ponemos para no responder a la llamada de Dios? ¿Nos preocupa el vestido de la justicia o nos revestimos con otros ropajes?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 157 s.


18.

SOBREVIVIR NO ES VIVIR

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: «El Reino de los cielos se parece a un rey que celebró la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda ". Los criados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos El rey montó en cólera, envió tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad».

El hombre es un ser contradictorio: tiene hambre de infinito pero la búsqueda de lo inmediato, de lo inminente, le absorbe hasta el punto de paralizar y ahogar en él su verdadera dimensión. Lo urgente le imposibilita lo importante; el ahora, el ya y el aquí le impiden ver en profundidad. Se enzarza en sus mil y un asuntos, lucha por sobrevivir y se olvida de vivir. . .

Hay un momento para cada cosa y lo que no se vive en su momento no consiente reediciones intempestivas, pasa. Sólo hay un momento para cada cosa. A veces lo urgente será saber esperar.

"Uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios. . .»

Las personas que se encierran en sus propios intereses, en su propia felicidad, acaban perdiéndola porque la causa de la felicidad es el amor y amar es participar, (tomar parte). Tratar de ser feliz sin amar es un imposible, como es imposible tratar de ser feliz sin participar de la vida con otras personas.

La vida es un misterio, es sublime, nos desborda; en ella participamos, tomamos parte, como invitados. La vida es pura gratuidad, la recibimos como regalo inmerecido y lo que ella espera de nosotros es un estilo o una actitud de agradecimiento. No se nos dio para que la explotáramos ni la tiráramos, sino para que creáramos armonía. La armonía de la vida, vivir acordes, es vivir en concierto con la creación y con el Creador, que es lo que produce la felicidad/salvación. Rebelarse y creer que uno solo puede y puede a solas es fuente de desdichas. Sólo uno puede, pero no puede solo; necesita de los demás: buenos y malos, sin discriminación alguna. Todos nos necesitamos porque todos somos llamados al mismo banquete que es la vida y todos, por igual, somos importantes.

«Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda". Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos"».

La salvación/felicidad que Dios ofrece es universal. («Para todos los pueblos» Is 25, 6). No importa tu ayer ni tu hoy, ni tu mañana, no importa nada. Importas tú, («En pobreza o en abundancia» Flp 4, 12). Dios te quiere a ti en particular, tal y como eres. Sólo tienes que colaborar con la Gracia, participar de la vida que es asistir plenamente al banquete de Dios.

Convertirte, cambiarte de traje para vestirte de fiesta: Dejar de ser como eres para ser como Dios manda.

Fiarte del Creador y dejar en sus manos tu vida, (la vida), aceptando lo que nos ocurra como lo mejor para ese momento. Procurando una lectura positiva de los acontecimientos.

«Muchos son los llamados y pocos los escogidos».

El precio de la Gracia es la conversión. Pero en religión Dios no se impone, se propone. En religión el hombre es el que dispone, porque Dios nos creó libres y acepta el juego de la libertad.

Pero recuerda que un excesivo interés por tus asuntos, por tus negocios, lo pagas siempre con el desinterés por ti mismo. Y eso es el peor negocio, es un desequilibrio personal. Fijaos y veréis cómo los muy interesados en sus asuntos acaban siendo poco interesantes para los demás, se descapitalizan, al final no hay quien pague nada por ellos. No valen la pena. Lo único que consiguen, la única ventaja que alcanzan, es no hacer cola cuando visitan al director de su banco, pues tienen lo que el director busca.

Para acabar: Amar es preferir y eso se traduce por dedicar tiempo. Quien ama y prefiere más a sus asuntos e intereses que a sí mismo se equivoca, pues quien dedica más tiempo a sus sueños, asuntos e intereses que a su propia realidad la destroza. Hay que divorciarse de los sueños para casarse con la realidad, la vida.

El peor pecado, la más grave equivocación en la búsqueda de la felicidad/salvación es no esperar nada de nadie, creer que sólo tú puedes y que tienes tiempo para todo, (campos, negocios. . .); pero al final no lo tienes para lo que es verdaderamente fundamental: para ti mismo.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 117-120


19.

Nexo entre las lecturas

La lectura del profeta Isaías es sumamente consoladora. Nos muestra la intención salvífica de Dios que prepara para los tiempos mesiánicos un festín suculento en el monte Horeb. Dios se dispone a enjugar las lágrimas de todos los rostros y se prepara para alejar todo oprobio y sufrimiento. La promesa de la salvación se verá cabalmente cumplida (1L). Por su parte, el evangelio también nos habla de un banquete, pero los tonos y circunstancias son distintos. Se trata de la parábola de los invitados descorteses, aquellos que no escucharon la invitación para participar en el banquete nupcial (Ev). En el texto del profeta Isaías se subrayaba, de modo especial, el don que Dios prepara para los tiempos mesiánicos invitando a todos los pueblos de la tierra. En la parábola evangélica, en cambio, se pone de relieve la libertad y la responsabilidad de los invitados al banquete. La boda estaba preparada, pero los invitados no se la merecían. De manera indigna habían echado mano a los criados y los habían cubierto de golpes hasta matarlos. ¡Qué extraño proceder de uno que ha sido invitado a un banquete! ¡Qué trágico y dramático el fin de aquellos invitados descorteses: las tropas del rey prenden fuego a la ciudad y acaban con los asesinos! Se trata, pues, de una parábola en relación con la que leímos el domingo precedente (Viñadores homicidas), e indica que aquellos elegidos para participar en el banquete se han comportado de modo indigno, no han reconocido su condición de invitados o de labradores predilectos. Han querido hacerse con la posesiones del rey, han querido suplantarlo desairarlo, y se han perdido, se han hecho asesinos.

Dios invita al hombre, en Jesucristo, al banquete eterno, le ofrece la salvación. Por parte de Dios todo está hecho; pero es el hombre quien libre y generosamente debe acudir al banquete. Como san Pablo, hay que hacer la experiencia de Cristo y de su amor para afrontar cualquier dificultad de la vida: Todo lo puedo en aquel que me conforta (2L).


Mensaje doctrinal

1. En los tiempos mesiánicos Dios enjugara las lágrimas de todos los rostros. Dice un himno de la liturgia de las horas: Señor, no sólo me diste los ojos para llorar, sino también para contemplar. En verdad, en algunos momentos de la vida, el hombre puede creer que su existencia no es sino un llanto y sufrimiento ininterrumpido. ¡Son tantos los sufrimientos de los hombres! Sufrimientos de pueblos enteros sumidos en la pobreza, en la miseria, azotados por la enfermedad del Aids o malaria; sufrimientos de miles de jóvenes aherrojados por las tenazas de la droga, del sexo, de la pérdida de sentido; sufrimientos de tantos enfermos incurables, en estado terminal, o en estado crítico; sufrimientos de familias desunidas. El Señor no es ajeno a todos estos sufrimientos. Él recoge nuestras lágrimas entre sus manos, como bien expresa el salmo 56:

De mi vida errante llevas tú la cuenta,
¡recoge mis lágrimas en tu odre!
Sal 56,9

El Señor "ve nuestras lágrimas" (Cfr. 2 Re 20,5), "escucha nuestras lágrimas" (Sal 39, 13). El Señor se conmueve ante las lágrimas de los hombres. "Míralo en la palma de mis manos te tengo tatuada y tus muros están ante mí perpetuamente" (Is 49,16). El Señor nos cuida como un padre cuida a sus hijos: Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. 4 Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. (Os 11,3-4)

El Señor prepara, pues, un banquete para el fin de los tiempos. En su Hijo, Él nos ha expresado todo su beneplácito; en Él nos ha hecho ver cuán valiosa es a los ojos de Dios la vida del hombre, pues ha enviado a su Hijo en sacrificio: para rescatar al esclavo, entregó al Hijo. Él se cuida de nosotros y ninguno de nuestros caminos le son desconocidos. Él va a buscarnos allá donde el pecado nos tenía despeñados. Sí, el Señor no sólo enjugará al final de los tiempos toda lágrima de quien a Él se acoge, sino que ya, desde ahora, es el consuelo y alegría del corazón contrito y humillado. Abramos a Él nuestro corazón, porque Él se cuida de nosotros.

En la profecía de Isaías, por primera vez, se postula el tema de la inmortalidad: El Señor de los ejércitos aniquilará la muerte para siempre.

2. Dios nos da las fuerzas para superar las adversidades. En la segunda lectura, Pablo se dirige a los Filipenses haciéndoles ver que él está acostumbrado a todo. Sabe vivir en pobreza y en abundancia. Conoce la hartura y la privación y se ha ejercitado en la paciencia de frente a las grandes dificultades de su ministerio. Todo lo puede en aquel que lo conforta. El cristiano, como Pablo, también es consciente de que en Cristo encuentra la fortaleza necesario para perseverar en el bien y cumplir su misión. Sabe que nunca está sólo en los avatares de la vida. Sabe que él va reproduciendo con su vida, con su sufrimiento y con su amor, el misterio de Cristo. Por ello, podemos decir que:


- El amor a Cristo nos da la constancia en el cumplimiento de nuestros deberes. Nuestro deber de estado constituye nuestra primera obligación. Por medio de esta fidelidad a las tareas diarias vamos construyendo el Reino de Cristo en el mundo. ¡Cuántos son los santos, religiosos o laicos, que llegaron a la santidad precisamente a través del cumplimiento ordinario de sus deberes.

- El amor a Cristo nos da la paciencia para tolerar las adversidades. No son pocas ni pequeñas las adversidades que debe afrontar un hombre, un cristiano, una persona amante de la justicia y la verdad. Adversidades de todo tipo, a veces, interiores, íntimas profundas; a veces, exteriores, ataques de los enemigos, incomprensión de los amigos, enfermedades, muerte, desuniones.... Sólo el amor de Cristo y el amor a Cristo son capaces de dar una respuesta convincente al misterio del mal.

- El amor a Cristo nos da el valor para vencer nuestros temores y desconfianzas. El Papa no cesa de repetir, ahora en su ancianidad, que no debemos temer; que debemos luchar por el bien, que debemos "remar mar adentro", que debemos ser los "centinelas de la mañana" que anuncian que la noche está pasando y que llega la esperanza de un nuevo día. En Cristo encontraremos la fuerza para superar nuestros miedos.

- El amor a Cristo nos da la fuerza para cumplir nuestra misión en la vida. Cada persona tiene su propia misión en esta vida. No siempre se sienten las fuerzas necesarias para llevarla adelante. Uno puede sentirse frágil o agotado o desalentado ante la magnitud de la misión. Pues bien, es Cristo quien fortalece al que está por caer. Son hermosas las palabras que el Papa pronunció el pontificado: "A Cristo Redentor he elevado mis sentimientos y mi pensamiento el día 16 de octubre del año pasado, cuando después de la elección canónica, me fue hecha la pregunta: «¿Aceptas?». Respondí entonces: «En obediencia de fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto». Juan Pablo II Redemptor hominis 2.


Sugerencias pastorales

1. La experiencia del amor de Dios. El 13 de mayo de 1981 el Santo Padre sufrió un atentado de manos de Alí Agca. Su vida estuvo en grave peligro. Aquel hecho, que ha ocasionado al santo Padre un largo y penoso sufrimiento que todavía no conoce fin, es, a los ojos del Pontífice, una gracia muy especial de Dios. A través de esta experiencia, ha llegado a una mejor comprensión del misterio del dolor y de la necesidad de ofrecer su sangre por Cristo y por su Iglesia. Sólo unos días después del atentado, estando su salud todavía bastante comprometida, el Papa grabó en la habitación del hospital Gemelli unas palabras para que fueran transmitidas en el Angelus. En ellas decía que ofrecía sus sufrimientos por el bien de la Iglesia y del mundo. Encuentran aquí un especial sentido el verso del cardenal Wojtyla tomado de su poesía Stanislaw: "Si la palabra no ha convertido, será la sangre la que convierta".

¡Maravillosa enseñanza la que nos ofrece el Santo Padre! Aprendamos como él a hacer experiencia de Dios y de su amor en las diversas circunstancias de la vida. Así, el dolor y las penas se convertirán en fuente de gracia, de purificación y transformación en Cristo. "Todo lo podemos en aquel que nos conforta"

2. La respuesta a la invitación de Dios y a las inspiraciones del Espíritu Santo. La parábola de los invitados al banquete nos alerta sobre la necesidad de responder a las invitaciones de Dios. El Señor llama a nuestra puerta a través de las mociones interiores y de las inspiraciones del Espíritu Santo. Seamos personas de vida interior, capaces de escuchar la voz suave del Espíritu Santo. Personas generosas que no dejan pasar las oportunidades para expresar a Dios su amor. Esto lo podemos hacer en nuestra vida cotidiana, en el esfuerzo de cada día, en las relaciones familiares o profesionales.

P. Octavio Ortiz


20. COMENTARIO 1

DE BODA Y SIN TRAJE DE FIESTA
De entre todas las fiestas, la de bodas es especialmente portadora de alegría y esperanza. La boda es celebración pública de amor entre dos personas que, amándose, engendrarán nuevas vidas. En Palestina la fiesta de bodas se prolongaba, a veces, hasta una semana, y estaba siempre acompañada de bailes, cantos, farándulas diurnas y nocturnas, algarabía y gozo.

Pues bien, "el Reino de Dios se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero éstos no quisieron ir". Tras una nueva invitación, "los convidados no hicieron caso; uno marchó a sus tierras, otro a' sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos".

Al llegar a este punto, los oyentes de la parábola comenzaron a sentirse identificados: Dios era el rey que celebraba la boda de su hijo Jesús. Ellos, sacerdotes y senadores del pueblo, los convidados que rechazaron la invitación y mataron a los criados, los profetas. Andaban demasiado complicados con sus tierras y negocios para oir la llamada de Dios. Su amor desmesurado y exclusivo al dinero -tierras y negocios- fue el motivo por el que no aceptaron la invitación.

Poderoso caballero es don dinero que aparta del Reino de Dios. "No ha surgido entre los hombres institución tan perniciosa como el dinero. El dinero destruye ciudades, expulsa a los hombres de sus casas, el dinero trastoca las mentes honradas de los mortales y las induce a entregarse a acciones vergonzosas. Es él quien enseña a los hombres las malas artes y a cometer impiedades de todo género". Así habla del dinero Sófocles en Antígona. El amor al dinero engendra muerte y destrucción y acaba con la vida. Quien acapara por sistema, viviendo centrado en las cosas y no en las personas, por conservar aquéllas, acaba con éstas.

Los convidados, que rechazaron la invitación, fueron castigados por el Rey que insistió: "La boda está preparada... Id ahora a los cruces de camino y a todos los que encontréis -malos y buenos- convidadlos a la boda. La sala se llenó de comensales". Dios brinda a todos la posibilidad de entrar en su Reino, no tiene acepción de personas. Pero, de entrada, se exige una condición: llevar traje de fiesta, o lo que es igual, seguir en la vida de cada día el mensaje de Jesús, actuando de acuerdo con el Evangelio.

Al final de la parábola ocurre lo inesperado: un invitado es expulsado de la fiesta por no llevar el traje requerido.

La Iglesia, con su afán misionero -pienso- ha cumplido el mensaje de esta parábola sólo a medias. Ha invitado a todos para que entren en la comunidad cristiana, imagen visible del Reino de Dios en el mundo, y esto lo ha facilitado al máximo, hasta el punto de no exigir en la práctica casi nada a cambio. Para pertenecer a ella basta con recibir el bautismo, aunque uno no se dé cuenta. Quienes nos llamamos cristianos y católicos, para mayor "inri", hemos colocado en el baúl de los recuerdos el Evangelio de Jesús, traje de fiesta que deberíamos vestir ante el mundo, y nos hemos contentado con una religión donde los creyentes sinceros son los menos y los oficialmente católicos, los más.

De las dos partes de la parábola, hemos cumplido la primera, y nuestro cristianismo ha dejado de ser ya fiesta de bodas que hace renacer la vida y la esperanza en el corazón de un mundo desencantado.


21. COMENTARIO 2

"CON TRAJE DE ETIQUETA"
En las invitaciones o en la publicidad de algunas fiestas aparece al final una indicación como ésta: "Se exigirá traje de etiqueta". Así se nos hace saber a algunos a los que no nos gusta la etiqueta que es mejor que no nos presentemos; y se evita que gente sin clase desentone entre los privilegiados. Pero no es éste el caso del traje de fiesta del que habla el evangelio de hoy.

LA FIESTA
Hay una fiesta programada. Una fiesta a la que está invitada toda la humanidad. Un gran banquete en el que se podrán saciar todas las hambres del ser humano.
Sí, es cierto que la situación actual de nuestro planeta es la menos indicada para hablar de fiestas, pero... no se trata de una fiesta más: "Se parece el reinado de Dios a un rey que celebraba la boda de su hijo".
La fiesta de la que habla el evangelio no es de las que sirven para olvidarse de los problemas de la vida de cada día. Al contrario: es la fiesta en la que empezamos a celebrar que los problemas de cada día tienen y van a ir encontrando solución; una fiesta con la que se anuncia a la humanidad que es posible superar las causas del aburrimiento y de la desgana de vivir, de la tristeza y de la mayoría de los sufrimientos que padecen los hombres a lo ancho de nuestro mundo.
El banquete -o la fiesta- de bodas es símbolo del reino de Dios, que no es el cielo, sino este mundo organizado según el proyecto de Dios. Es el mundo en el que todos los hombres comparten el alimento y la vida, el pan y la palabra, el amor y la felicidad.

LOS INVITADOS
Este mundo, esta fiesta, no se nos va a organizar por arte de birlibirloque. Estamos invitados, es cierto. Pero lo que eso significa es que Dios nos da, por medio de Jesús, el proyecto y las herramientas para que lo realicemos; pero el trabajo nos corresponde a nosotros. Dios nos invita a colaborar en la construcción de un mundo en el que vayan desapareciendo las razones para la desesperación y en el que, mediante la práctica de la justicia y el progresivo establecimiento de la paz, se empiece a ver que la felicidad y la alegría van venciendo y expulsando de una vez por todas a la tristeza; un mundo en el que las razones para vivir son cada vez más numerosas y más fuertes que la muerte misma, y en el que la risa no sea una ofensa al sufrimiento de los pobres, sino el anuncio del fin de la pobreza.
Pero no todos están dispuestos a llevar a cabo esta tarea, no todos quieren participar en esta fiesta de bodas. Quizá creen que si se multiplica el número de hombres que son felices puede mermar su bienestar. Son los que han construido o buscan su felicidad a espaldas -o sobre las espaldas- de la mayoría. Son los primeros convidados que rechazaron la invitación, algunos con el pretexto de que estaban ocupados en sus negocios...; y otros sin dar ninguna excusa: el asunto no les convenía y, dejándose de paños calientes, asesinaron a los mensajeros: "Envió criados para avisar a los que ya estaban convidados a la boda, pero éstos no quisieron acudir... Volvió a enviar criados... Pero los convidados no hicieron caso: uno se marchó a su finca, otro a sus negocios; los demás echaron mano de los criados y los maltrataron hasta matarlos".

EL TRAJE DE FIESTA
Pero el proyecto no iba a fracasar porque algunos lo rechazasen; la fiesta no se iba a suspender porque los primeros invitados fueran unos groseros o unos criminales. Y la invitación se extendió, como estaba previsto de antemano, a todos los que quisieron aceptarla. Y los criados del Padre del novio salieron a los caminos y reunieron en la sala del banquete a todos los que encontraron, buenos y malos. No se les pedía a ninguno certificado de buena conducta, pero...
Pero uno de los que aceptaron esta nueva invitación se presentó en la sala del banquete sin el traje de fiesta: "Cuando entró el rey a ver a los comensales, reparó en uno que no iba vestido de fiesta, y le dijo: Amigo, ¿cómo es que has entrado aquí sin traje de fiesta? El otro no despegó los labios. Entonces el rey dijo a los servidores: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque hay más llamados que escogidos".
No se trata del traje de etiqueta que se exige en las fiestas clásicas. El traje de fiesta simboliza el nuevo modo de vivir, es decir, el compromiso de trabajar en la construcción del reino de Dios, en convertir este mundo en una inmensa familia, en hacer que la vida de los hombres sea una permanente fiesta.
La parábola, además de ser una nueva denuncia de los sumos sacerdotes y senadores, esto es, de los responsables religiosos del pueblo de Israel -los primeros convidados que no quisieron aceptar la invitación-, contiene una advertencia para los cristianos: no se puede jugar con dos barajas. No se puede pretender formar parte del reino de Dios y conservar el modo de pensar del mundo este; no se puede decir que Dios es nuestro Padre sin trabajar para organizar el mundo de tal modo que los hombres podamos vivir como hermanos. Ese es el traje de fiesta que se nos exige: no un traje que nos separa a unos de otros, sino un traje que nos iguala como hijos y como hermanos.


22. COMENTARIO 3

El Salmo interleccional y la epístola de Pablo a los cristianos de Filipos ponen de relieve el cuidado y protección de Dios. El primero recurre a las imágenes de pastor y anfitrión señalando el significado del "tú conmigo" (v. 4) en el camino y en el descanso. Por su parte la epístola señala la compañía divina en la vida del apóstol y la seguridad que ella se hará extensiva a los cristianos de la comunidad.
El pasaje del evangelio recurre a la misma imagen y comparte el horizonte universalista. En él podemos distinguir dos partes.
En la primera, se presenta el Reino de Dios con ayuda de las acciones de un rey que quiere celebrar la boda de su hijo. Los símbolos de autoridad están expresamente seleccionados ya que esta sección, que tiene lugar en Jerusalén, gira en torno de la autoridad de Jesús.
Para la celebración el rey envía a sus "sirvientes", en dos oportunidades, a notificar a los que han sido previamente invitados que el banquete está pronto. La reacción es de una violencia creciente.
Ante este fracaso, el rey ordena a los sirvientes de extender la invitación a la gente que está "al extremo de la calle" sin distinción de comportamiento ético, ya que entran al banquete "malos y buenos" (v. 10). La invitación ahora surte efecto ya que la sala se llena de invitados. Se trata de una llamada universal que supera todas las diferencias humanas y que reúne a todos en un mismo banquete.
Esta perspectiva universal, aunque ocasionada por el rechazo de los invitados, va mucho más allá de lo que puede, en el rey, motivar ese rechazo. Se trata de una voluntad salvífica sin límites que aprovecha un momento de hostilidad para manifestarse.
Los vv. 11-14 cambian bruscamente la perspectiva de la parábola precedente. Aquí se trata de un caso particular de la participación al banquete. El ámbito universal continúa estando presente, pero se subraya la reacción de uno de los comensales.
El cambio de perspectiva toma su punto de partida en la entrada del rey en la sala del banquete. Con esa entrada se señala un acontecimiento decisivo, un juicio que se opera en cada uno de los invitados.
Haber entrado no da derecho automático a permanecer. Para participar plenamente al banquete es necesario haber aceptado el "vestido de fiesta", el don de la fe. Uno de los presentes, aunque también llamado, no ha endosado el ropaje adecuado, no ha sido capaz del compromiso ético que acompaña a la llamada.
La mudez ante la pregunta del rey, indica la ineficacia de la llamada en tal convidado y motiva la sentencia condenatoria que el rey pronuncia en un juicio instantáneo y decisivo que lo arroja a las tinieblas exteriores, donde reinan el llanto y el rechinar de dientes (v. 13). La tristeza ante Israel por no haber aceptado la invitación puede transferirse a los miembros de la comunidad eclesial que no sean capaces de las exigencias que dimanan de la fiesta. Este destino reservado a los miembros "mudos" de la comunidad, incapaces de producir fruto coherente con su confesión de fe, pretende hacer un llamado concreto a cada uno de los integrantes comunitarios a tomar en serio la invitación que en principio han aceptado.
La advertencia se hace más urgente gracias a la mención del mayor número de los llamados que de los escogidos (v. 14) que no busca determinar número sino fundamentar la seriedad con que se debe tomar la decisión frente al Reino.
El banquete del Reino es un don gratuito de Dios pero exige que cada hombre sea capaz de aceptar la invitación que se le dirige y, llevar una vida coherente con el significado de la invitación. Sólo con esas dos actitudes es posible mantenerse en el ámbito de la gracia divina que aunque ilimitada jamás avasalla la libertad humana.
Para la revisión de vida
Dios nos invita a todos a asistir al banquete de la fiesta de su Reino. ¿Estoy dispuesto a aceptar esa invitación, a acogerla sin prejuicios ni condiciones, y a colaborar para que todos participen en ese banquete que nos prepara Dios nuestro Padre?

Para la reunión de grupo
- La parábola de los invitados al banquete puede ser interpretada como significadora de nuestra propia vida invitada por Dios al banquete de la vida… Parafrasear entre todos en el grupo ese símbolo. ¿Consideramos que hemos sido invitados? ¿Invitados a un banquete? ¿Se puede comparar la vida con un banquete? ¿En qué aspectos sí y en qué aspectos no?
- Muchas veces se ha utilizado la religión para "meternos miedo" y atormentarnos con las amenazas de castigo. ¿En qué Dios creemos, en el Dios de los castigos o en el que busca nuestro gozo y nuestra alegría, nuestra vida por encima y más allá de la muerte? ¿Creemos que Dios nos amenaza con el "llanto y el rechinar de dientes"?

Para la oración de los fieles
- Por todo el Pueblo de Dios, para que acoja con cariño la invitación de Jesús a construir un mundo nuevo, justo y fraterno. Roguemos al Señor.
- Por todos nosotros, para que seamos fuente de esperanza para todas las personas. Roguemos...
- Por todas las personas, para que sea cual sea su ideología y su actividad profesional, trabajen con alegría e ilusión en bien de la humanidad. Roguemos...
- Por todos los que son educadores de niños y jóvenes, para que lo hagan con criterios de amor y de justicia. Roguemos...
- Por todos los cristianos, para que superemos la "religión del miedo" y vivamos con fe en el Dios de la justicia y el amor. Roguemos...
- Por todos y cada uno de nosotros, para que acojamos a todos los que nos necesitan, sin discriminarlos por ningún motivo. Roguemos...

Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro: te pedimos que tu gracia y tu luz nos acompañen siempre, de modo que estemos dispuestos a obrar en todo momento con justicia y con amor. Quédate entre nosotros y haz que siempre sepamos reconocerte presente en las personas. Por Jesucristo.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


23. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

"Amigo, ¿cómo has entrado aquí?"

Lecturas:
Is. 25, 6-10a
Flp. 4, 12-14.19-20
Mt. 22, 1-14

Un gran anuncio de esperanza y de alegría recorre de un extremo al otro la palabra de Dios de esta Misa: es un mensaje de consuelo de Dios a su pueblo. Isaías dice: Dios quitará el velo de luto, hará desaparecer la muerte, secará todas las lágrimas.

La historia y la literatura de todos los pueblos está llena, para decir la verdad, de estos plumazos de esperanza que impulsan —especialmente en momentos de grandes calamidades— a imaginar un futuro maravilloso, una especie de retorno a la mítica edad de oro. Por otra parte, también hoy la humanidad se ve acosada por una ideología que la empuja a mirar hacia adelante y poner toda su esperanza en un futuro donde se realizará la plena liberación y el hombre será por fin lo que nunca fue, es decir, él mismo.

¿Qué es lo que distingue las promesas del profeta bíblico de aquellas análogas de los poetas o de los profetas de la utopía? El hecho es que, a diferencia de éstas últimas, las promesas de Dios toman cuerpo en torno a un evento preciso del futuro, se basan en un compromiso y una promesa de Dios: Yahvé preparará un día una gran fiesta para todos los pueblos. Por el momento, la promesa permanece vaga y los hombres no saben qué es esa fiesta que Dios está preparando.

Pero he aquí que, al pasar a la lección evangélica, escuchamos estas palabras de Jesús: el reino de los cielos es como un rey que hace una fiesta de bodas para el hijo y manda llamar a los invitados: primero, a algunos invitados designados, más tarde, después del rechazo de éstos, a todos los hombres. El reino de los cielos es la fiesta de bodas; Jesús es el esposo; Dios Padre, el rey de la parábola, el autor y el origen de todo el proyecto.

Todas las promesas de Dios encontraron su cumplimiento con la venida de Jesucristo. Él, dirá san Pablo, es el "sí" de Dios a todas sus promesas (cfr. 2 Cor. I, 19-20). Él es el "Amén" por excelencia (Apoc. 3, 14). El reino de los cielos que él llevó a la tierra es, al mismo tiempo, la gran sala en la cual se celebra la fiesta y la fiesta misma: es la Iglesia y es la redención en ella preparada.

¿Por qué se lo llama fiesta de bodas? Porque la fiesta nupcial es signo por excelencia de alegría y la gran redención operada por Cristo es la gran alegría para todo el pueblo. Fiesta de bodas, sobre todo, porque Jesucristo vino al mundo para unirse con la humanidad en forma tan nueva, tan íntima, que se puede hablar de esponsales entre él y la Iglesia (cfr. Ef. 5, 25 ss.). Muchas veces Jesús se presentó con la imagen de un esposo. Él llama a sus discípulos los amigos del esposo, habla de las almas fieles como de vírgenes que van al encuentro del esposo; finalmente, Juan llama a la Iglesia la esposa del Cordero (Apocalipsis) y Pablo llega a decir que el matrimonio de los cristianos es un gran misterio, una realidad bella y profunda, justamente porque tiene como modelo la relación de esponsales que existe entre Cristo y su Iglesia (Ef. 5, 32 ss.).

Sería necesario detenerse en la mitad de la página del Evangelio para permanecer en este clima tan radiante y optimista. Pero la visión exaltadora que se ve en la misma mesa de Dios, como sus comensales y amigos del esposo, tiene una nube que la oscurece: el rechazo de los invitados. En la parábola, el rechazo de aquellos invitados de la primera hora aludía al rechazo que el pueblo hebreo había opuesto a Jesús y a su mensaje. Ellos, que eran los primeros, se volvieron los últimos; otros, los paganos, tomarán su lugar. El domingo pasado hemos escuchado, como conclusión de la parábola de los viñadores, que estos invitados de refuerzo somos nosotros, herederos del mundo pagano. Somos aquella segunda oleada de invitados, buscada en las bifurcaciones de los caminos, hecha de buenos y de malos (Lucas dice: ciegos, deformes, cojos).

¿Qué será de nosotros? ¿Estamos al resguardo de todo rechazo? ¿Estamos de veras seguros de no alejarnos más del Reino, de no ser echados de la fiesta hacia las tinieblas de afuera? También para nosotros la parábola contiene, en un pequeño rincón, una gran advertencia. Entre los nuevos invitados había uno que no estaba vestido para una boda; es decir, alguien que se encontraba allí por azar, cuyo corazón y cuyos pensamientos estaban en otra parte: un oportunista, diríamos hoy, o también, un parásito. Los otros comensales no están capacitados para individualizarlo; son engañados; lo creen uno de ellos. No pasa lo mismo con el anfitrión: su mirada, apenas entra en la sala, está sobre él: Amigo, ¿cómo has entrado aquí?

Amigo, ¿cómo has entrado aquí? Fuera de la parábola, esta pregunta es dirigida a cada uno de nosotros, que nos encontramos ahora en la gran sala nupcial que es la Iglesia, para el banquete que es la Eucaristía. Nos obliga a volver a entrar en nosotros mismos y a preguntarnos si también nosotros no estamos aquí sin la vestimenta apropiada, si no estamos por azar, por hábito, sin tomar parte y tener interés por lo que se desarrolla; si no estamos también nosotros con el corazón ausente y la mente perdida en el propio terreno y los propios asuntos.

Decía san Pablo a los primeros cristianos: que cada uno se examine atentamente a sí mismo antes de comer de este pan (1 Cor. 11, 28).

Lo que se cuestiona no es, evidentemente, sólo nuestro estar aquí —por qué hemos venido a Misa—, sino que es también, en forma más radical, nuestro estar en la Iglesia, nuestro ser cristianos. Quizás haya llegado la hora, una vez más, en que, aquellos que adoran a Dios lo deban adorar en espíritu y en verdad, como le decía Jesús a la samaritana (Jn. 4, 23), es decir, interiormente y con hechos, no por costumbre o con palabras. El momento de volver consciente y querido lo que se cumplió en nuestro bautismo. Tal vez esto era lo que deseaba decir el Señor con la imagen de la vestimenta. Estar vestidos con hábitos nupciales podría significar revestirse con obras evangélicas, con aquel manto de buena voluntad y caridad que cubra la desnudez de nuestra naturaleza.

Dios tiene necesidad de tales adoradores: es decir, de aquellos que adoran con hechos y no sólo con palabras, de aquellos que escuchan la palabra de Dios y la llevan a la práctica todos los días.

¿Pertenecemos a esta categoría? En todo caso, la palabra de Dios nos invita a integrarla. Nos dice que podemos hacerlo. Cristianos verdaderos, convencidos, felices de serlo: en suma, cristianos en espíritu y verdad. ¿Nosotros solos, sin ayuda? No; pero el Señor es mi pastor, hemos cantado en el salmo responsorial, por eso no nos falta nada; los medios están a nuestra disposición.

A él, buen pastor y esposo de la parábola, estamos por acercarnos en forma distinta. Por medio de su cuerpo eucarístico, pedimos que nos otorgue también su Espíritu y la fuerza de su resurrección.

(Tomado de “La Palabra y la Vida” ed. Claretiana, 1977, Pág. 228 y ss)  


SAN AGUSTÍN

La vestidura nupcial
(Sermón 90)

Sobre las palabras del Evangelio de San Mateo (22,1-14) donde se habla de la boda del príncipe. Contra los donatistas acerca de la caridad.

1. El doble banquete del Señor.— Todos los fieles conocen las bodas y el festín del príncipe real; saben también cómo la mesa del Señor se halla dispuesta para quienes tengan voluntad de gustarla; pero, si a nadie se le cierra la entrada, con-viene mucho saber las disposiciones con que ha uno de allegarse. Las Sagradas Escrituras, en efecto, nos enseñan que hay dos festines del Señor: uno adonde viene buenos y malos, otro adonde los malos no tienen acceso. En este banquete del Señor del que ha poco hablaba el Evangelio, hay buenos y malos: eran malos todos los que se excusaron de ir; mas no todos los que fueron eran buenos. Me dirijo, pues, a vosotros, los buenos comensales de este banquete; a los que tomáis en serio lo dicho—por el Apóstol—: Quien come y bebe indignamente, se come y bebe su condenación. A vosotros, pues, los buenos, me dirijo para deciros que no busquéis a los buenos fuera y sufráis con paciencia a los malos dentro.

2. Aspecto malo y bueno de todos los justos en esta vida. — Vuestra caridad desea oír, no lo dudo, quiénes sean estos buenos que recomiendo no buscar fuera y estos malos a los que habéis de sufrir dentro; pues ¿a quiénes me hubiera dirigido si todos dentro fueran malos, y a qué recomendar la tolerancia de los malos si todos son dentro buenos? Empecemos, de consiguiente, con el auxilio del Señor, a resolver esta cuestión como se pueda. Bueno, si debida y sinceramente lo examinamos, nadie hay bueno sino sólo Dios. El Señor lo dice con meridiana claridad: ¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Nadie es bueno fuera de sólo Dios. ¿Cómo, entonces, en aquellas bodas hay buenos y malos si fuera de Dios no es bueno nadie? Ante todo conviene saber que, a cierto viso, somos todos malos; no hay que negarlo; en cierta manera todos somos malos; a otro viso, no todos somos buenos. ¿Podemos, en efecto, compararnos a los apóstoles? Y a ellos dijo el Señor: Si, pues vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos... Había entre los apóstoles, según la Escritura, uno malo, y por él dijo el Señor en otro lugar: Vosotros estáis limpios, mas no todos... Sin embargo, a todos habla cuando dice: Si vosotros, siendo malos... Oyólo Pedro, oyólo Juan, oyólo Andrés, oyéronlo igualmente los once apóstoles restantes. ¿Qué oyeron? Vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos; ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! Oyéndose decir malos, desesperaron; oyendo cómo al Padre celestial era padre de ellos, respiraron. Malos como sois, dice; y ¿qué merecen los malos sino el suplicio? ¡Cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos...! Y ¿qué se les debe a los hijos sino el premio? Y así, la calificación de malos inspira temor a las penas; da de hijos reanima con la esperanza de la herencia.

3. Quienes sean los malos excluidos del banquete. — Estos, por ende—los apóstoles—, eran malos a una luz y buenos a otra, ya que, habiéndoles dicho: Vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, añadió de seguida: ¡Cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos! Padre, consiguientemente, de malos, a los que no ha de abandonar, por ser médico para sanarlos. Así que, por un lado, eran malos; estimo, no obstante, que los convidados del padre de familias a las bodas del rey no pertenecían al número de los que se dijo: Convidaron a buenos y malos, ni ha de incluirlos entre los excluidos del festín en la persona del hallado sin vestidura nupcial. Digo, pues, que de algún modo eran malos los buenos y en algún modo eran buenos los malos. Óyele a Juan por dónde eran malos: Si dijéremos que no tenemos pecado, nos seducimos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. He aquí su aspecto malo: tenían pecado. ¿Bajo qué aspecto eran buenos? Si confesáremos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad. Mas ¿podemos traer aquí esta interpretación, que se apoya, como habéis visto, sin duda, en la autoridad de la Escritura sagrada, y decir que unos mismos hombres eran a la vez buenos y malos, buenos por una parte y malos por otra? ¿Podemos explicar en este sentido las palabras: Se convidó a buenos y malos, es decir, a quienes eran buenos y malos al mismo tiempo? No; esto es inadmisible, porque hubo allí un invitado sin ropa nupcial, a quien no sólo se le echó de la sala, mas se le condenó al eterno suplicio de las tinieblas.

4. Carácter representativo del Expulsado. — ¡Cómo!, se dirá; en total se reduce a un hombre sólo, y ¿es de extrañar que a los siervos del padre de familia se les colara entre tantos uno sin traje de boda? ¿Hubiérase por uno sólo dicho: Invitaron a buenos y malos? Atended y entendedme bien, hermanos míos. Este hombre—único—representaba una categoría; en realidad eran muchos como él. Tal vez diga un oyente quisquilloso: "No me cuentes figuraciones de tu caletre; pruébame que aquel uno singular era una pluralidad." Con el favor de Dios lo probaré hasta la evidencia y no iré muy lejos por la demostración, pues con la ayuda del Señor hallaré luz en sus palabras, y por ministerio mío él os hará ver la verdad palmariamente. Veámoslo. Entró el padre de familia para ver los convidados. Observad, hermanos, que a los servidores no se les encomendó sino invitar y traer a buenos y malos; ved que no se ha dicho: "Miraron con atención los siervos a los convidados, y vieron allí a uno sin traje de boda, y le dijeron..." No; no dice así la Escritura. Es el padre de familia quien le descubre y le interroga; quien le halla y le separa. Pero, aunque no esté fuera de lugar esta observación, otra cosa nos habíamos propuesto demostrar: cómo aquel uno era una pluralidad. Entró, pues, el padre de familia a ver a los convidados, y halló a un hombre sin el vestido nupcial, y le dijo: "Amigo, ¿cómo viniste aquí sin traje de boda?" El enmudeció.

Era tal quien interrogaba, que toda ficción hubiera sido inútil. El vestido que le faltaba no era el exterior, sino el del corazón; si del exterior se tratase, los servidores lo habrían echado de ver. Dónde se lleva, en efecto, esa vestidura nupcial, vedlo en el salmo que dice: Vístanse tus sacerdotes de justicia. Y de la misma vestidura dice el Apóstol: Supuesto que seamos vestidos, no desnudos. Fue, pues, el mismo señor quien halló lo que los servidores no vieron. E interrogado el culpable, enmudece, y se le ata, y se le expulsa, y se le condena a él sólo entre tantos... Pero yo, Señor, he dicho antes que hay aquí un aviso para todos los hombres. Recordad, en efecto, conmigo las palabras que acabáis de oír, y comprenderéis de seguida cómo este convidado, personalmente uno, es representante de muchos. Uno sólo era ciertamente a quien interrogó el Señor, uno a quien dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí?; uno quien enmudeció; uno y el mismo para quien se dijo: Atadle las manos y los pies y mandadle a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y el crujir de dientes. ¿Por qué? Porque muchos son los llamados, mas pocos los escogidos. ¿Quién podrá resistir al brillo de esta verdad? Enviadle, dice, a las tinieblas exteriores. ¿A quién? A ese convidado, único, sin duda, a propósito del cual dijo el Señor: Muchos son los llamados, mas pocos los escogidos. Luego son pocos los no arrojados afuera. Cierto era uno sólo quien carecía de traje nupcial. Arrojadle. ¿Por qué se le ha de arrojar? Porque son muchos los llamados, mas pocos los escogidos. Dejad a los pocos y arrojad a los muchos. A la verdad, era una sólo; pero éste solo era una pluralidad, cuya equivalencia superaba en mucho al número de los buenos. También los buenos son muchos; pero, al lado de los malos, son pocos los buenos.

Por muchos que sean los granos de trigo, son pocos al lado de las pajas. Muchos absolutamente, pocos en relación de los malos. Muchos en sí; ¿cómo probarlo? Vendrán muchos del oriente y del poniente. ¿Adonde? Al festín donde entran buenos y malos, pues del otro banquete dijo en seguida: Y se recostarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. A este—segundo—banquete no tendrán acceso los malos; y es necesario, para llegar a él, sentarse dignamente al que ahora tiene lugar. En resolución: los mismos son muchos y son pocos; muchos en sí, pocos en relación a los malos. ¿Cuál es, en consecuencia, la enseñanza que nos da el Señor? Al encontrar allí al convidado sin traje nupcial, lo que dice es: "Arrojad fuera a los muchos; déjese aquí a los pocos." Porque declarar, en efecto, que son muchos los llamados y pocos los escogidos, ¿no es, evidentemente, revelarnos quiénes son los convidados dignos de ser admitidos a este otro festín donde los malos no tendrán asiento?

(Tomado de Obras de San Agustín, Tomo VII, Sermones, B.A.C., Pág.434 y ss.)  


LEONARDO CASTELLANI

Parábola del convite regio. (1967)

Otra vez tenemos aquí la Parábola del Convite Regio, de que hablé no hace mucho; en la forma cruda y amenazante con que está en San Mateo; y situada al final de la prédica de Cristo, antes del Sermón Parusíaco. Esta situación posterior de la Parábola junto a la diferencia del auditorio, es lo que explica la diferencia en la forma de la Parábola (el fondo es el mismo) en Mateo y en Lucas. El fondo es un rechazo de Dios.

La Parábola en Mateo tiene dos partes, una sobre el rechazo nacional del pueblo judío, otra sobre el rechazo singular de un individuo. Los motivos son diferentes: en el rechazo del pueblo judío, el rechazo es motivado porque ellos no oyeron a los Profetas; más aún, los mataron; en el rechazo de un individuo, es que no tiene la vestidura nupcial y está en la sala del Convite; o sea, hablando hoy, está dentro de la Iglesia pero no tiene la gracia santificante, "no está en gracia", como decimos. Es decir, que de los que se pierden, algunos rechazan la fe, no creen; y otros no rechazan la fe pero no viven conforme a la fe. O sea, como decían antes, ateísmo teórico y ateísmo práctico.

Los antiguos predicadores tomaban aquí el segundo caso del hombre particular que por no tener o no haber conservado la gracia es arrojado a las "tinieblas de afuera", o sea al Infierno: procuraban pues suscitar en los oyentes el temor de Dios. ¿Por qué? Porque hablaban a oyentes que tenían la fe, pero vivían mal, simplemente. Hoy día existe ese caso por supuesto; pero ha surgido un problema más grave, la fe. Estamos tentados en la fe, dudamos o luchamos. Una inmensa cantidad de hombres hoy día dice en puridad: "Ese Dios que Ustedes predican no nos interesa: no nos ayuda en nada" —o repiten crudamente la frase de Nietzsche: "Dios ha muerto", o ni siquiera nombran o recuerdan a Dios.

Yo no les predicaré aquí el temor de Dios tratando de atemorizarlos con los posibles castigos de la vida futura, como Bourdaloue, Ségneri, Luis de Granada y tantos otros predicadores antiguos. Hoy día lo que necesitamos no es tanto angustia, aunque sea angustia religiosa, sino más bien consuelo y sobre todo coraje. Tomo pues la primera parte, el destino del pueblo judío, profetizado aquí con terrible precisión por Cristo; que aunque parece una cosa pasada y por ende, sin interés actual, es una cosa actual.

Este destino del pueblo judío es la tragedia más grande de la historia; Cristo mismo lo dijo, comparándolo con el Diluvio y también con la situación de los últimos tiempos, o sea con la Gran Apostasía. El Cardenal Newman y antes que él el P. Lacunza la han retratado con elocuencia.

La tragedia del pueblo hebreo es en suma la siguiente: he aquí un pueblo que durante 2.000 años giró en torno de la esperanza del Mesías; y cuando viene el Mesías, lo desconoce, rechaza y mata. Toda la razón de ser dése pueblo "elegido" está en la esperanza del Gran Rey Salvador, Rey de parte de Dios; esa esperanza religiosa creó la literatura religiosa más importante del mundo; los Salmos, los Profetas, los Libros Sapienciales que actualmente usamos nosotros en el servicio divino, en el Misal, el Breviario, los Sacramentos —en toda la Liturgia. Y con toda esa esperanza, que inspiraba toda la vida del pueblo hebreo; y con todos esos libros ("Biblia" significa libros), tenían que caer en el error horrible de matar al Mesías, una especie de suicidio, que se podría decir "confundir a Dios con el Diablo": "los milagros que tú haces los haces por virtud del Diablo". La causa dése error horrible es una corrupción horrible, una corrupción de la religión, el fariseísmo. Dije antes que los judíos vivieron de la esperanza del Mesías durante 2.000 años; durante 4.000 en realidad, porque han seguido lo mismo, esperando todavía con obstinación al Mesías que ya vino.

Esta situación debe movernos a una gran compasión; pero también a un gran respeto, pues siguen siendo el pueblo elegido aunque castigado, dice San Pablo. Que debe movernos a la judaización del Cristianismo, lo cual vemos hoy día, es otra historia. Un cristiano que se judaiza deja de ser cristiano sin llegar a ser judío: es simplemente una corrupción, que no tiene nombre adecuado en ninguna lengua. Bueno, es una singular apostasía.

—Bueno, los judíos cayeron, que se embromen. No. Lo grave y lo actual del asunto es que así como los judíos erraron respecto a la Primera Venida, los cristianos pueden errar respecto a la Segunda Venida; y está predicho que van a errar —la Gran Apostasía: "nisi venerit Discessio primum", profetiza San Pablo: primero vendrá la Apostasía, antes de la Parusía. Y por eso el peligro actual, como dije antes, no es tanto la vida inmoral, que Ustedes no llevan, sino el peligro de flaquear en la fe. Pero si está predicho que todos van a flaquear en la fe, entonces ¿qué podemos hacer? —Está predicho que muchos van a flaquear en la fe; pero no está predicho que yo tenga que flaquear en la fe; eso depende de mí.

He leído el Nº 23 de una revista teológica "CONCILIUM" que sale en 4 ó 5 idiomas, español incluso, dirigida por Rahner, un teólogo agudo no muy seguro, dedicada toda ella (200 páginas) al problema del ateísmo. Dicen que el ateísmo es un fenómeno actual, que debemos analizar el ateísmo, que la Iglesia debe convertir a los ateos, que hay que buscar un camino nuevo hacia los ateos —todo lo cual es verdad. Pero dice también que muchos ateos son inculpables, lo cual negaba la antigua teología; que gran parte de la culpa del ateísmo la tenemos los católicos romanos, lo cual es cargarnos demasiado la romana; que hay que establecer un diálogo con los ateos, por el cual diálogo algunos destos teologazos ya han sido arrollados o contaminados. Todo eso lo refieren al Concilio, pero confesando que el Concilio no lo dijo. Lo que dijo el Concilio es que hay ateos culpables; y puede haber, por excepción, ateos inculpables; y pare Ud. de contar. Pero esa cuestión de si Ateo Fulano tiene culpa o no, pertenece a Dios, que es el único que penetra en el fondo de los corazones; para nosotros es una cuestión ociosa. Lo que nosotros sabemos cierto es que el ateísmo en sí mismo es un tremendo pecado contra Dios, un pecado de impiedad, el peor que se puede cometer; y que el hecho de que cunda hoy día es un hecho del Diablo, y no un hecho de la Ciencia, o la Civilización Moderna, o nosotros los católicos. Esas pueden ser causas incidentales, pero nunca la causa principal. Si vemos que un tipo mata a otro, podemos pensar que quizá no tiene culpa ante Dios; pero el homicidio queda homicidio.

Al salir de los intrincadísimos análisis y los intrincadísimos remedios de la última palabra de la Nueva Teología que es esta revista "CONCILIUM", lo que se nota más fuerte que un dedo en un ojo es que:

1º- No recuerdan nunca la Gran Apostasía.

2º- No tienen en cuenta la Segunda Venida.

3º- Tienen como un dogma inconcuso que la Iglesia y el Mundo tienen que ir adelante, ir adelante, ir adelante siempre, lo menos durante 17 millones de años; y eso no solamente es un error en la fe sino un disparate ante la razón. No valía la pena sustituir la esperanza en la Parusía, que es un dogma de fe, por semejante macanazo.

Por supuesto que estos teólogos no lo dicen en la forma brutal en que lo he puesto: son de mucho talento y aun dicen muchas cosas buenas; incluso yo diría que todo lo que dicen es bueno pero no es bueno el enfoque general: la "connotación", como dicen los lógicos. Y así ya que me he olvidado del precepto del Cura Brochero de poner un chiste en cada sermón, recordaré el cuento del marido que al llegar a casa dice a su mujer: "Ha aumentado el precio de los tapados de visón" y ella dice: "Sí, ya sé: ya sé que no me querés más".

En este sermón he hecho lo de la mujer del cuento. La Iglesia vieja, que es la mía, dice: "Sí, ya sé: ya sé que lo que dicen Uds. es un hecho; pero Uds. no me quieren más".

(Tomado de “Domingueras Predicas” Ed. Jauja, 1997, Pag. 263 y ss.)


 Dr. Isidro Gomá y Tomás 

Parábola de los convidados a una boda regia: Mt. 22, 1-14

  Explicación. — Aunque ofrece esta hermosa parábola algunas semejanzas con la del gran convite. Lc. 14. 16-24, con todo, difiere ciertamente de ella, por su misma redacción, por el tiempo en que fue pronunciada, y hasta por el argumento que, siendo en la apariencia análogo, es en el fondo absolutamente distinto. En efecto, en esta parábola enseña Jesús claramente que los judíos, antes nación favorecida de Dios, no secundarán las repetidas invitaciones que se le hacen para que entre en el reino mesiánico; que maquinarán la muerte de los Apóstoles, por lo que perecerán ellos, y su ciudad será destruida por el fuego, siendo en su lugar llamados los gentiles; pero éstos, después de entrar en el reino mesiánico, deberán ser hallados por Dios sin pecado. Es una profecía que se ha realizado ya en casi todas sus partes.

Los convidados primero (1-7). — Habían los sinedristas formado el propósito de perder a Jesús tan luego hubo expuesto la parábola de los viñadores. Entrando en su intención maligna, les propone el Señor otra parábola, cuya doctrina es una explicación o desarrollo de la anterior: en ésta les había anunciado su reprobación; ahora les anuncia su suerte desgraciada. Y respondiendo Jesús a su pensamiento de venganza, les volvió a hablar en parábolas, diciendo...

Semejante es el Reino de los cielos, sucede en el reino mesiánico lo que le sucedió a un hombre rey, que celebró las bodas de su hijo: el rey es Dios Padre; el Mesías, Hijo de Dios, es el esposo (cf. Ps. 44; loh. 3, 29; Mt. 97 15); la esposa es la Iglesia (cf. 2 Cor. 11, 2; Eph. 5, 25-27); los convidados son todos los hombres llamados por Dios a los beneficios inmensos de estas bodas divinas.

Y, conforme era costumbre entre los judíos, envió sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, y estos no quisieron venir: estos siervos son el Bautista y los apóstoles y discípulos del Señor, que por aquellos tiempos habían llamado al reino mesiánico a los que ya de antiguo habían sido invitados a él por los profetas, esto es, el pueblo judío, que en su mayor parte fue refractario al llamamiento. El rey, Dios, apela a nuevos recursos de su bondad para que vengan los incorrectos convidados a las bodas: Envió de nuevo otros siervos, que fueron los mismos Apóstoles después de la ascensión del Señor, anunciando que estaba ya dispuesto todo lo relativo al gran banquete de las bodas del Hijo de Dios humanado con la Iglesia: inmolado el Cordero inmaculado para la redención y santificación del mundo, instituidos los sacramentos, abiertas las fuentes copiosas de la gracia, confirmándolo todo con milagros con que urgían los siervos de Dios la entrada de aquel pueblo en la Iglesia: Diciendo: Decid, a los convidados: Mirad que he preparado mi banquete, mis tesoros y los animales cebados están ya muertos, y todo está a punto: venid a las bodas.

Fue indigna la conducta de los invitados con tanta amabilidad a un convite tan regiamente preparado: Mas ellos no hicieron caso, altiva y groseramente despreciaron la invitación: Y marcharon, el uno a su granja, y el otro a su tráfico: prefirieron vivir despreocupados del reino mesiánico, entregados unos a sus placeres, y otros absorbidos por sus negocios terrenos. Hubo otros que fueron aún más malvados; se rebelaron contra los enviados del rey, que hicieron víctimas de su furor insano: Y los demás echaron mano de los siervos, y después de haberlos ultrajado, los mataron: son los judíos de la primera generación cristiana, que hicieron víctimas de su odio a Esteban, a Santiago el Mayor y a Santiago el Menor, y movieron contra todos terribles persecuciones, como es de ver en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de San Pablo.

Contra el crimen de los invitados fulminó Dios sanción terrible, efecto de su justa ira: Y el rey, cuando lo oyó, se irritó: y enviando sus tropas, acabó con aquellos homicidas y abrasó la ciudad de ellos. Es la predicción de la ruina de aquel pueblo y del incendio de Jerusalén por el ejército de Tito y Vespasiano, llamado ejército de Dios, aunque fuese reclutado entre los gentiles romanos, porque fue el instrumento de su justicia (cf. Is. 3, 13; Ez. 29. 18): cuéntase que el misino Tito atribuyó aquel hecho a la divinidad.

Vocación de los gentiles (8-14). — Aunque esta vocación fue simultánea con la de los judíos, se prescinde del tiempo, como ocurre a veces en las visiones proféticas, para el mejor ordenamiento de la parábola. No quiere el rey que por la descortesía y maldad de los primeros invitados, los judíos, se frustren sus planes y sea frustrada su generosidad: Entonces dijo a sus siervos, los predicadores posteriores y los mismos que sufren repulsa: Las bodas ciertamente están preparadas, mas los que habían sido convidados, no fueron dignos: es la definitiva exclusión de los judíos. Lo que posteriormente hará el Apóstol (Act. 13, 46), lo preludia ya Jesús: dejará a los judíos y llamará a los gentiles: Id, pues, a las salidas de los caminos, a las encrucijadas, a los lugares de las ciudades adonde confluyen las rutas de todo horizonte, y donde se juntan las multitudes, y a cuantos encontrareis, convidadlos a las bodas, a todos, sin distinción alguna.

Y habiendo salido sus siervos a los caminos, predicando los Apóstoles en todas las encrucijadas del mundo, reunieron cuantos hallaron, a todos, sin preocuparse de sus cualidades morales, malos y buenos, a saber: aquellos que vivían en el gentilismo vida honrada, siguiendo los dictados de la ley natural, y los que vivían abandonados a sus pasiones. El resultado fue magnífico; y la sala de las bodas se llenó de comensales, aun no pudiendo contarse con los judíos: es la eficacia de la palabra de Dios.

Pero no basta entrar en la Iglesia. Si Dios llama a todos los hombres a las bodas de su Hijo, ello es a condición de que los invitados trabajen en lograr su santidad personal: Y entró el rey para ver a los comensales, y vio allí a un hombre que no estaba vestido con vestidura de boda: es tan diligente el anfitrión real, Dios, que entre tanta multitud no se le escapa un solo hombre que no ha hecho a sus bodas el honor debido, presentándose a ellas con el vestido ordinario. Y le dijo, sin aspereza, antes dejando al juicio del mismo réprobo su propia condenación: Amigo, buen hombre, ¿cómo has entrado aquí no teniendo vestido de boda? El vestido de boda es la santidad cristiana, la vida ajustada a la ley de Jesús; nadie puede entrar en la Iglesia que no deje las malas obras de su pasada vida. El hombre, que bien sabía a qué le obligaba la asistencia al convite, calla, en lo que se reconoce culpable: Mas él enmudeció.

Entonces, convicto el reo, el rey dijo a sus ministros, a los ejecutores de su justicia: Atado de pies y manos, arrojadlo a las tinieblas exteriores. De pies y manos es atado forzosamente, sin que pueda huir de la justicia divina, el que voluntariamente se ligó al pecado. Las tinieblas exteriores se llaman así por oposición a la sala del festín, espléndidamente iluminada; las tinieblas representan la pena de daño, la exclusión del reino de la luz eterna; y la de sentido, las palabras siguientes: Allí será, el llorar y el crujir de dientes: sin alivio, sin esperanza, en medio de tormentos y dolor eterno.

Termina Jesús su parábola con estas palabras: Porque muchos son los llamados, y pocos los escogidos. Formulada esta parábola principalmente para indicar la reprobación del pueblo de Dios, debe entenderse la frase en el sentido de que, siendo llamados todos los judíos, sólo algunos respondieron a la invitación. Puede asimismo aplicarse a los gentiles, de los que sólo el menor número han entrado en la santa Iglesia. Y aun puede aplicarse el texto a los pocos que de la misma Iglesia se salvan, habida cuenta del inmenso número de creyentes.

Lecciones morales. — A) v. 2. — Semejante... a un hombre rey, que celebró las bodas de su hijo. — Estas bodas, regias de verdad, porque son bodas divinas, son las que contrajo el Verbo de Dios humanado con la santa Iglesia. ¡Qué dignidad la de los desposados! El Esposo es el mismo Hijo de Dios hecho hombre; una persona divina con dos naturalezas, la divina y la humana; Persona que es la santidad esencial como Dios, y que es la máxima santidad a que puede llegar una criatura en cuanto es Hombre-Dios. La Esposa no tiene mancha ni arruga; el mismo Jesús la adquirió con su sangre, de precio infinito. Tálamo de estos divinos desposorios es el seno inmaculado de María, la Madre de Jesús y la Madre de adopción de la misma Iglesia. Y el Padre, que hizo estas bodas, llama, hace ya siglos, a todos los hombres, y les dice: ¡Venid a las bodas! Es condición indispensable para vuestra felicidad ser partícipes de ellas; ellas son, no el símbolo, sino el camino único y verdadero para llegar a las bodas definitivas y eternas del cielo. ¡Qué sabiduría, y qué generosidad, y qué magnanimidad la de Dios al prepararnos estas bodas inefables!

B) v. 3. — No quisieron venir. — En su sentido directo, la frase se refiere a los judíos, que rechazaron la predicación de Jesús. Pero, ¿por qué no podemos quejarnos amargamente de que son los mismos cristianos, que ya aceptaron la invitación y entraron en el regio festín de la Iglesia, los que no quieren venir, no quieren estar en el festín, están en él indiferentes, no gustan los divinos manjares que en la Iglesia se les ofrecen, viven como pudiera vivir uno que no perteneciera al gremio de la santa Esposa del Hijo de Dios? ¿Qué les importan a muchos las voces de invitación de los ministros del Esposo, los sacramentos, la gracia, la ley cristiana, las Escrituras, el culto, todo aquello, en fin, que la espléndida generosidad de Dios preparó en la Iglesia de las almas?

c) v. 4. — Mirad que he preparado mi banquete... —Este banquete, dicen los Padres, es el opulentísimo banquete de la verdad divina que Dios nos ha revelado: banquete de robustos, porque en él se suministra al humano pensamiento cuanto hay en el mundo de más alto y fuerte en el orden del conocimiento. Banquete regaladísimo, donde los fuertes manjares de la inteligencia se aderezan en las formas más agradables y más fáciles de asimilar por toda criatura racional. ''Toros y aves: todo está preparado." ¡Y los hombres no vienen a: este banquete divino! Y con todo, sólo la palabra de Dios, en la que van envueltos estos manjares, es la que puede salvar nuestras almas (Iac. 1, 21). Es decir, que nadie puede sentarse en el banquete de la dicha eterna, donde se dará Dios a sí mismo en pasto a nuestras almas, que quedarán saciadas, si antes no se sienta en este banquete de la verdad, que es como preludio y degustación intelectual del banquete eterno de la gloria.

D) v. 9. — Id, pues, a las salidas de los caminos... —Los caminos, dice el Crisóstomo, son todas las profesiones de este mundo, como la filosofía, la milicia, etc.; y en este sentido, la invitación se refiere a la universalidad de estados o maneras de vivir. O bien se entiende por caminos las distintas maneras de vivir de los hombres, buenas o malas, como se dice que andamos por buenos o malos caminos; y así la invitación se refiere al orden moral en que cada uno vive. Que nadie desespere, pues. Ni hay condición ajena a la vida cristiana, porque ante Dios no hay acepción de estados ni personas (Act. 10, 34; Gal. 3, 28); ni vida tan infeliz que no sienta el llamamiento de Dios, que ha querido que a muchos precedieran los publícanos y meretrices en el Reino de los cielos (Mt. 21, 31).

E) v. 11. — Y entró el rey para ver a los comensales... — No que Dios deje de estar en alguna parte, dice el Crisóstomo, sino porque se dice presente donde quiere mirar para: juicio, y parece ausente de donde no quiere hacerlo. Y el día del escrutinio judicial es el día del juicio, cuando visitará a los cristianos que se sentaron a la mesa de sus Escrituras.

F) v. 12. — ¿Cómo has entrado aquí no teniendo vestido de boda? — ¿Qué debemos entender por el vestido nupcial sino la divina caridad?, dice San Gregorio; porque ella fue la que vistió el Señor cuando vino para desposarse con su Iglesia. Entra en las bodas, pero sin vestido nupcial, el que tiene fe, pero carece de la caridad. O entra en la Iglesia sin el vestido nupcial el que no busca la gloria del Esposo, sino la suya propia, dice San Agustín. O el vestido nupcial son los preceptos del Señor y las obras realizadas según la ley y el Evangelio y que constituyen la vestidura del hombre nuevo, dice San Jerónimo.

(Tomado de “El Evangelio Explicado” Vol. IV, Ed Casulleras 1949, Barcelona, Pág. 45 y ss)


R.P. JUAN B. lEHMANN v.D.

La comunión sacrílega

"Amigo, ¿cómo has entrado tú aquí sin vestido de boda?"

(Mat. 22, 12).

La cena nupcial del rey de que nos habla el Evangelio de hoy, representa en primer lugar la participación del reino de Dios en la tierra (la Iglesia Católica) y la posesión del reino de Dios en el cielo. Pero podemos también referirlo a la Sagrada Comunión, que es el banquete real, al que Dios nos convida diariamente, pero con una sola condición: la de no comparecer sin vestido nupcial.

En otras palabras: que comulguemos dignamente, y no sacrílegamente. Puesto que la Comunión sacrílega es:

1º La Comunión sacrílega es un terrible crimen .

— a) Sacrilegio de Baltasar. ¿Conocéis la historia del rey Baltasar de Babilonia? Con ocasión de un gran banquete, mandó buscar los vasos de oro y plata que su abuelo Nabucodonosor había robado del templo de Jerusalén, y los profanó bebiendo en ellos con sus mujeres y convidados. Entonces aparecieron unos dedos como de mano humana que escribieron en la pared, frente al rey: Mane, Técel, Fares. Asustado el rey, palideció y comenzó a temblar. Convocó a todos los sabios de su reino para interpretar las misteriosas palabras, pero ninguno supo hacerlo. Mandó entonces llamar al profeta Daniel, quien le dijo con toda franqueza: "Rey, tú te has levantado contra el dominador del cielo, y has hecho traer a tu presencia los vasos sagrados de su santo templo, y en ellos has bebido el vino tú, y los grandes de tu corte, y tus mujeres, y tus concubinas; has dado también culto a los dioses de plata, y de oro, y de cobre, y de hierro, y de madera, y de piedra, los cuales no ven, ni oyen, ni sienten; pero aquel Dios de cuyo arbitrio pende tu respiración y cualquiera movimiento tuyo, a ése no le has glorificado. Por lo cual envió El los dedos de aquella mano que ha escrito eso que está señalado. Mane: Ha numerado Dios tu reinado, y le ha puesto término. Técel: Has sido pesado en la balanza, y has sido hallado falto. Fares: Dividido ha sido tu reino, y se ha dado a los Medos y a los Persas". Aquella noche misma fue muerto Baltasar, rey de los Caldeos" (Dan., 5, 23-30).

El acto de Baltasar fue una profanación de los vasos sagrados. Pero el que comulga sacrílegamente comete una profanación, un crimen, contra el mismo Dios tres veces santo. Este acto es mucho peor, más impío y abominable que el de Baltasar. "Reo será del cuerpo y de la sangre del Señor", dice San Pablo (I Cor., 11, 27), del que comete un sacrilegio. Este tal fuerza al Señor a entrar en su alma, la cual por el pecado volvióse horrible, desfigurada, y hasta muerta y en putrefacción; procede como los soldados y sayones, que en el Huerto de las Olivas amarraron a Jesús con cuerdas y lo llevaron preso.

b) Torturas de Maximiano. Cuando el Emperador romano Maximiano, quería torturar especialmente a los cristianos, mandaba que los atasen a un cadáver en descomposición: ojos con ojos, boca con boca, pecho con pecho del muerto. Así hacía que permaneciera el cristiano hasta que muriera de repugnancia y terror. ¡Qué horror! Pues algo semejante hace el que comulga sacrílegamente. El alma en pecado mortal está muerta, tan horrible y detestable ante Dios, como un cadáver putrefacto. Y en tal estado obliga el pecador a Jesús a que se una a ella en la comunión sacrílega. ¡Jesús, la santidad misma, obligado a entrar en ese cubil de pecados! ¡Jesús, la suprema belleza, tiene que morar en ese antro horripilante! ¡Jesús, verdadero Dios, constreñido a morar con el demonio! ¡Oh! ¡Qué crimen contra la sagrada Carne y Sangre de Jesús! ¿Y cómo los ángeles del cielo no ahuyentan de la Sagrada Mesa al sacrílego criminal?

2º La Comunión sacrílega es una ruda ingratitud.

— a) Judas. El Apóstol Judas, cuando Jesús fue apresado en el Huerto de las Olivas, dio al Salvador un beso, en señal de amistad. Exteriormente procedía como si amase a Jesús; pero en realidad lo estaba vendiendo por treinta monedas de plata.

¡Qué felonía! ¡Qué bajeza! ¡Qué hipocresía! ¡Qué ingratitud! ¿Es ése, oh Judas, tu agradecimiento al Salvador por todo el amor y bondad que te manifestó durante tres años? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre? ¡Oh Judas! ¿Comulgaste en realidad sacrílegamente, o saliste antes del Cenáculo? ¡Oh! si allí comulgaste, cometiste una acción enormemente grave, que daría testimonio de la más negra ingratitud para con Jesús.

El que se aproxima indignamente a la Sagrada Mesa, es un perfecto imitador de Judas. Procede exteriormente como si amase a Jesús; se acerca al sagrado Banquete como los demás; recibe la Sagrada Hostia, pero su corazón está muy lejos de Jesús. ¡Se aprovecha del más santo de los Sacramentos para causar a Jesús la mayor afrenta, en lugar de agradecérselo de todo corazón! Olvídase de los beneficios del Señor y le ofende del modo más grosero. El Salvador le llama por medio de la conciencia, como en otro tiempo a Judas: "Amigo, ¿a qué has venido? Amigo, ¿cómo osaste entrar sin vestido nupcial?" Pero el infeliz no se deja ablandar por la gracia; arrodíllase hipócritamente en el Comulgatorio, y recibe en sus sacrílegos labios el Sagrado Cuerpo del Señor. ¡Oh! ¡Qué ingratitud! Que los infieles, que los enemigos de Cristo profanen el Santísimo Sacramento, es cosa horripilante; pero se puede decir, en ese caso: "¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!" Pero que lo hagan los Cristianos, los católicos, ¡oh! eso es infinitamente peor ¡Eso debe doler sobre toda ponderación al Corazón de Jesús!

b) Bruto. Refiere la historia que el emperador romano Cayo Julio César, fue atacado por una gavilla de conspiradores. Cuando los enemigos, puñal en mano, se precipitaron sobre él para matarle, César se defendió valientemente. De pronto, entre los conjurados divisa a Bruto, a Bruto, a quien había adoptado por hijo, a quien había amado paternalmente y colmado de beneficios. Tal ingratitud hirió su alma llevándole a exclamar: "Tu quoque, Brute!" ¡Oh Bruto, tú también...! Y cubriéndose con su toga, dejó de defenderse y cayó muerto. ¿No podría Jesús decir de igual manera al divisar al sacrílego que se acerca a recibirle: "¿Tú también, cristiano mío, amigo mío, hermano mío? ¡También tú, a quien colmé de favores! ¿Así me pagas ahora, con tal ingratitud y tal afrenta? ¡Qué horrible ingratitud!"

3º La Comunión sacrílega es una gran desgracia . La Comunión sacrílega es una gran desgracia, porque lejos de producir gracia alguna, no trae consigo más que castigos. Ya lo anunció el Apóstol (I Cor. 11, 29): "Porque quien lo come y bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación, no haciendo discernimiento del cuerpo del Señor"; es decir, castígase a sí mismo, porque sobre sí mismo atrae los castigos de Dios y la condenación eterna. Al sacrílego profanador ha de sucederle lo que a Heliodoro, que se atrevió a robar el tesoro del templo de Jerusalén, quien pisoteado por el caballo de un ángel, fue después terriblemente azotado hasta que cayó en tierra envuelto en oscuridad y tinieblas (II Ma. 3, 25.)

La Comunión dignamente recibida es la vida con Jesús. "Satanás se apoderó de Judas." (Lc. 22, 3.) "Era ya de noche." (Juan 13, 30.).

La Comunión dignamente recibida aumenta la vida de la gracia. La Comunión sacrílega destruye la gracia santificante. La Comunión digna produce en el alma gusto y vigor para practicar el bien; la indigna, en cambio, produce indiferencia y embotamiento para todo lo religioso, y la ceguera y endurecimiento del corazón.

La Comunión digna perdona los pecados veniales y preserva de los mortales; la indigna va añadiendo nuevos y terribles pecados mortales a los que el alma ya tenía.

La Comunión digna es prenda de la vida eterna del cielo. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el último día." (Juan 6, 55.) La indigna, al contrario, acarrea la eterna condenación en el infierno. "Atado de pies y manos, arrojadle fuera a las tinieblas; donde no habrá sino llanto y crujir de dientes." (Mateo 22, 13.)

"Recíbenle los buenos y los malos, Mas con distinta y contrapuesta suerte De inmortal vida o de funesta muerte. Es vida para el bueno, y para el malo, Muerte. ¡Ved, de igual "pan", carne divina, Cuan diferente efecto se origina!"

(Sto. TOMÁS DE AQUINO.)

¿No os aterran los efectos de la Comunión sacrílega? Penetraos profundamente de este saludable temor, pues, en verdad, es lo más terrible: un crimen horrible, una ruda ingratitud, y una inmensa desgracia.

No temáis, sin embargo, por vuestras Comuniones pasadas, por si hubieran podido ser indignas ¡No! Sólo comulga sacrílegamente el que lo hace conscientemente, sabiendo que se halla en pecado mortal.

Aun más: aunque alguno hubiera venido en realidad comulgando indignamente muchas veces, no debe por eso desesperarse como Judas después de su traición; antes bien debe despertar en su alma un profundo dolor, —a imitación de San Pedro después que por tres veces negó a su divino Maestro—, confesarse sinceramente y comulgar dignamente. Así Jesús se le mostrará clemente y misericordioso.

Practiquemos todos las enseñanzas de San Pablo: "Examínese a sí mismo el hombre; y de esta suerte coma de aquel pan, y beba de aquel cáliz." (I Cor. 11, 28.) Si así lo hacemos no llegará a decirse: "Las prevenciones para las bodas están hechas, mas los convidados no eran dignos de asistir a ellas." (Mat. 22, 8.) Recibamos con frecuencia el celestial banquete; nos convida el Señor, y hasta nos fuerza; pero primero oremos con la Iglesia: "Señor mío Jesucristo, que este vuestro cuerpo que aunque indigno, pretendo recibir, no sea para mí causa de juicio y de condenación, sino que, por vuestra piedad, sirva de defensa para mi alma y cuerpo, y de remedio para todos mis males." (Ordinario de la Santa Misa.)

(Tomado de “Salió el Sembrador…” Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947, Pág. 294 y ss.)


SAN JUAN CRISÓSTOMO

Banquete de Bodas - Mt. 22,1-10

[En esta parábola] pone de manifiesto la gran longanimidad y providencia de Dios a par que la ingratitud de los judíos...

...pronostica la ruina de los judíos y la vocación de los gentiles; pero justamente con eso nos muestra la necesidad de la perfección de la vida y cuán grande castigo espera a los negligentes.-

¿Y por qué se habla aquí de bodas?

Por que nos demos cuenta de la solicitud de Dios, del amor que nos tiene, de la alegría de su llamamiento, pues nada hay aquí triste ni sombrío, sino que todo rebosa espiritual alegría.-

De ahí que Juan llame esposo a Cristo (3,9) , y que Pablo mismo diga: "os he desposado con un solo varón..." (2Cor. 11,2), y "Este misterio es grande; pero yo hablo en relación a Cristo y a la Iglesia..." (Ef. 5,32)

Por aquí proclamó también el Señor su resurrección. Como antes había hablado de su muerte (Cf. Parábola de la viña del domingo pasado...) , ahora hace ver que después de la muerte había bodas y habrá esposo.-

Más ni por ésas se mejoraron ni ablandaron los judíos. ¿Puede darse maldad más grande? A la verdad, ésta esa su tercera culpa. La primera fue haber matado a los profetas; la segunda, al hijo; la tercera, que, después de haberlo matado, y cuando el mismo que mataron los llamó a sus bodas, no quisieron acudir.- Y allá se fingen sus pretextos; unas yuntas de bueyes, sus mujeres, sus campos. Sin embargo, parecen pretextos razonables. Mas de ahí hemos de aprender que, por necesarias que sean las cosas que nos retienen, a todo debe anteponerse lo espiritual. Y los llama no de repente, sino con mucho tiempo de anticipación. Porque: "Decid -dice- a los convidados..." Y luego: "Llamad a los convidados..." Lo cual agrava la culpa de los judíos.-

Y ¿cuándo fueron llamados?

Fueron llamados por los profetas todos. Luego por Juan Bautista, pues éste remitía a Cristo a cuantos a él acudían, diciendo: "Es menester que Él crezca y yo mengüe..." (Jn. 3,30). Finalmente, por el mismo Hijo: "Venid a mí -dice- todos los que trabajáis y estáis cargados y yo os aliviaré..." (Mt. 11,28). Y otra vez: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba..." (Jn. 7, 37) Y no los llamaba sólo con sus palabras, sino también con sus obras. En fin, después de su ascensión a los cielos, los llamó por medio de Pedro y los otros apóstoles: "Porque el que dio eficacia a Pedro para el apostolado de la circuncisión -dice Pablo- , me la dio también a mí para las naciones..." (Gal. 2,8). Ya que al ver al Hijo se irritaron y lo mataron, los vuelve a llamar por medio de los criados.-

¿Y para qué los llama? ¿Acaso para trabajos, fatigas y sudores?

No, sino para placer. Porque: "Mis toros -dice- y los animales de cebo han sido sacrificados..."

¡Qué espléndido banquete! ¡Qué magnificencia! Mas ni esto los hizo entrar en sí mismos. No. Cuanto mayor era la paciencia de Dios, más se endurecían ellos. Porque no es que no fueran al banquete por hallarse ocupados, sino porque eran negligentes.-

¿Cómo es, pues, que unos alegan sus yuntas de bueyes, otros sus casamientos?. No hay duda que son ocupaciones.-

¡De ninguna manera! Porque, cuando lo espiritual nos llama, no hay ocupación alguna necesaria. A mi parecer, si alegaron esos pretextos fue para echar un velo y tapadura a su propia pereza. Pero no fue sólo lo malo que no acudieron al banquete, sino - y esto es mucho más grave y supone mayor locura- se apoderaron de los que fueron a invitarlos y los maltrataron y hasta les quietaron la vida. Esto es peor que lo primero. Los criados de la parábola de la viña vinieron a reclamar la renta y fueron degollados; éstos vienen a convidar a las bodas del hijo, que había sido también muerto, y son también asesinados. ¿Cabe locura más grande? Es lo que Pablo les recriminaba, diciendo: "Ellos, que después de haber muerto al Señor, y a sus propios profetas, nos persiguen también a nosotros..." (1Tim. 2,15) ...

¿Qué pasa después de esto?

Ya que no sólo no habían querido aceptar la invitación, sino que mataron a quienes fueron a llevársela, el rey pegó fuego a las ciudades de ellos y, enviando sus ejércitos, los pasó a cuchillo. Con estas palabras les declara de antemano lo que había de suceder en tiempo de Vespasiano y Tito. Y como quiera que al no creerle a Él ofendieron también al Padre, Él mismo es también quien toma venganza de ellos. Por esto justamente la toma de la ciudad no sucedió inmediatamente de haber dado la muerte a Cristo, sino cuarenta años más tarde

-buena prueba de la longanimidad de Dios-, cuando ya habían asesinado a Esteban, pasado a cuchillo a Santiago y maltratado a los apóstoles.-

(Tomado de Homilías sobre San Mateo San Juan Crisóstomo Homilía 69 - pagina 404s. Editorial BAC Año 1956 2° tomo)

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JUAN PABLO II

Audiencia General

Miércoles 18 de septiembre de 1991

El significado del Reino de Dios en las parábolas evangélicas

1. Los textos evangélicos documentan la enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios en relación con la Iglesia. Documentan, también, de qué modo lo predicaban los Apóstoles, y cómo la Iglesia primitiva lo concebía y creía en él. En esos textos se vislumbra el misterio de la Iglesia como reino de Dios. Escribe el Concilio Vaticano II: «El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido (...). Este reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo» (Lumen gentium, 5). A todo lo que dijimos en las catequesis anteriores acerca de este tema, especialmente en la última, agregamos hoy otra reflexión sobre la enseñanza que Jesús imparte sobre el reino de Dios haciendo uso de parábolas, sobre todo de las que se sirvió para darnos a entender su significado y su valor esencial.

2. Dice Jesús: «El reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo» (Mt 22, 2). La parábola del banquete nupcial presenta el reino de Dios como una iniciativa real ?y, por tanto, soberana? de Dios mismo. Incluye también el tema del amor y, con mayor propiedad, del amor nupcial: el hijo, para el que el padre prepara el banquete de bodas, es el esposo. Aunque en esta parábola no se habla de la esposa por su nombre, las circunstancias permiten suponer su presencia y su identidad. Esto resultará más claro en otros textos del Nuevo Testamento, que identifican a la Iglesia con la Esposa (Jn 3, 29; Ap 21, 9; 2 Co 11, 2; Ef 5, 23-27. 29).

3. Por el contrario, la parábola contiene de modo explícito la indicación acerca del Esposo, Cristo, que lleva a cumplimiento la Alianza nueva del Padre con la humanidad. Ésta es una alianza de amor, y el reino mismo de Dios se presenta como una comunión (comunidad de amor), que el Hijo realiza por voluntad del Padre. El «banquete» es la expresión de esta comunión. En el marco de la economía de la salvación descrita por el Evangelio, es fácil descubrir en este banquete nupcial una referencia a la Eucaristía: el sacramento de la Alianza nueva y eterna, el sacramento de las bodas de Cristo con la humanidad en la Iglesia.

4. A pesar de que en la parábola no se nombra a la Iglesia como Esposa, en su contexto se encuentran elementos que recuerdan lo que el Evangelio dice sobre la Iglesia como reino de Dios. Por ejemplo, la universalidad de la invitación divina: «Entonces [el rey] dice a sus siervos (...): «a cuantos encontréis, invitadlos a la boda» (Mt 22, 9). Entre los invitados al banquete nupcial del Hijo faltan los que fueron elegidos en primer lugar: esos debían ser huéspedes, según la tradición de la antigua Alianza. Rechazan asistir al banquete de la nueva Alianza, aduciendo diversos pretextos. Entonces Jesús pone en boca del rey, dueño de la casa: «Muchos son llamados, mas pocos escogidos» (Mt 22, 14). En su lugar, la invitación se dirige a muchos otros, que llenan la sala del banquete. Este episodio nos hace pensar en otras palabras que Jesús había pronunciado en tono de admonición: «Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán echados a las tinieblas de fuera» (Mt 8, 11-12). Aquí se observa claramente cómo la invitación se vuelve universal: Dios tiene intención de sellar una alianza nueva en su Hijo, alianza que ya no será sólo con el pueblo elegido, sino con la humanidad entera.

5. El desenlace de esta parábola indica que la participación definitiva en el banquete nupcial está supeditada a ciertas condiciones esenciales. No basta haber entrado en la Iglesia para estar seguro de la salvación eterna: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de bodas?» (Mt 22, 12), pregunta el rey a uno de los invitados. La parábola, que en este punto parece pasar del problema del rechazo histórico de la elección por parte del pueblo de Israel al comportamiento individual de todo aquel que es llamado, y al juicio que se pronunciará sobre él, no especifica el significado de ese «traje» Pero se puede decir que la explicación se encuentra en el conjunto de la enseñanza de Cristo. El Evangelio, en particular el sermón de la montaña, habla del mandamiento del amor, que es el principio de la vida divina y de la perfección según el modelo del Padre: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48). Se trata del «mandamiento nuevo» que, como enseña Cristo, consiste en esto: «Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). Por ello, parece posible colegir que el «traje de bodas», como condición para participar en el banquete, es precisamente ese amor.

Esa apreciación es confirmada por otra gran parábola, de carácter escatológico: la parábola del juicio final. Sólo quienes ponen en práctica el mandamiento del amor en las obras de misericordia espiritual y corporal para con el prójimo, pueden tomar parte en el banquete del reino de Dios: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros des de la creación del mundo» (Mt 25, 34).

6 . Otra parábola nos ayuda a comprender que nunca es demasiado tarde para entrar en la Iglesia. Dios puede dirigir su invitación al hombre hasta el último momento de su vida. Nos referimos a la conocida parábola de los obreros de la viña: «El reino de los cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña» (Mt 20, 1). Salió, luego, a diferentes horas del día, hasta la última. A todos dio un jornal, pero a algunos, además de lo estrictamente pactado, quiso manifestarles todo su amor generoso.

Estas palabras nos traen a la memoria el episodio conmovedor que narra el evangelista Lucas sobre el «buen ladrón» crucificado al lado de Cristo en el Gólgota. A él la invitación se le presentó como una manifestación de la iniciativa misericordiosa de Dios: cuando, a punto de expirar, exclamó: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino», oyó de boca del Redentor-Esposo, condenado a morir en la cruz: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 42-43).

7. Citemos otra parábola de Jesús: «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13, 44). De modo parecido, también el mercader que andaba buscando perlas finas, «al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra» (Mt 13, 45). Esta parábola enseña una gran verdad a los llamados: para ser dignos de la invitación al banquete real del Esposo es necesario comprender el valor supremo de lo que se nos ofrece. De aquí nace también la disponibilidad a sacrificarlo todo por el reino de los cielos, que vale más que cualquier otra cosa. Ningún valor de los bienes terrenos se puede parangonar con él. Es posible dejarlo todo, sin perder nada, con tal de tomar parte en el banquete de Cristo-Esposo.

Se trata de la condición esencial de desprendimiento y pobreza que Cristo nos señala, junto con las restantes, cuando llama bienaventurados a «los pobres de espíritu», a «los mansos» y a «los perseguidos por causa de la justicia», porque «de ellos es el reino de los cielos» (cf. Mt 5, 3. 10); y cuando presenta a un niño como «el mayor en el reino de los cielos»: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos» (Mt 18, 2-4).

8. Podemos concluir, con el Concilio Vaticano II, que en las palabras y en las obras de Cristo, especialmente en su enseñanza a través de las parábolas, «este reino ha brillado ante los hombres» (Lumen gentium, 5). Predicando la llegada de ese reino, Cristo fundó su Iglesia y manifestó su íntimo misterio divino (cf. Lumen gentium, 5).
 


Ejemplos Predicables

 

Antes de la comunión debemos prepararnos como se
merece el gran instante que se avecina

La visita del rey a una ciudad.

Cuando una ciudad aguarda a su rey, las calles y plazas se limpian y atildan; por doquier se ven guirnaldas de follaje y cintas vistosas, se levantan arcos de triunfo en el curso que seguirá la comitiva real, en azoteas y balcones ondean banderas y gallardetes, las gentes se atavían con sus galas más lucidas y un aire de fiesta llena los ámbitos de la ciudad.

Cuando en la Sagrada Comunión el Rey de Cielos y Tierra se dispone a visitarnos recibámosle de manera semejante. Que nuestra alma esté limpia y sin mácula, una confesión bien hecha la tornará más lucida que un sol; adornémosla luego con nuestras buenas obras, con las guirnaldas de la fe, con las flores de la caridad, con las banderas y estandartes del amor a Jesucristo. No olvidemos el ayunar y el entregarnos a una oración profunda y detenida antes de recibir al Señor. Agustín nos enseña: "Nadie pruebe del Cuerpo de Jesús, si no estuvo antes en oración."

(Tomado de Catecismo en ejemplos, Ed. Políglota, Dr. F. Spirago)

 

- San Luis, Obispo de Tolosa, en Francia (muerto en 1297), cuando era niño fue entregado por su padre, Carlos II, rey de Nápoles, como rehén, al rey de Aragón. Este vio garantizada así la seguridad del pacto de paz que acababa de firmar. San Luis estuvo prisionero en Barcelona durante mucho tiempo, renunció al trono y se hizo luego religioso franciscano, siendo en la Orden ordenado sacerdote. Mas tarde, en 1296 fue designado Obispo de Tolosa. De parecida manera, el Rey de los cielos ha puesto en nuestras manos como prenda de la gloria futura, a su Hijo Unigénito en el Santísimo Sacramento del Altar. En la Sagrada Comunión se nos entrega y recibimos de él la promesa formal de la vida eterna. La Sagrada Comunión es, por lo tanto, prenda de la gloria futura ( pignus futurae gloriae ).

-En ocasiones llega Dios a castigar con graves enfermedades a quienes indignamente le reciben en la Sagrada Comunión, como lo demuestra el hecho siguiente. Lotario II de Lorena (855-875) incurrió en censuras eclesiásticas, a causa de su vida escandalosa y desarreglada. Cuando murió el Papa Nicolás I, que había fulminado contra él sentencia de excomunión, Lotario fue a Roma rodeado de fastuoso séquito para pedir al Papa Adriano II la absolución de la censura. Como todos los miembros de su séquito corroboraran la sinceridad del monarca, el Papa le recibió y le administró la Sagrada Comunión. No podían sus ojos penetrar las conciencias del rey y de sus acompañantes, y mucho menos suponer que estaban representando una farsa. La absolución impartida al falso penitente fue, pues, inválida. El alma del rey quedó manchada con dos grandes sacrilegios. Regresó éste a su reino, mas llovieron sobre él los castigos del cielo. En el camino de regreso fueron enfermando y muriendo todos los miembros de su comitiva. Y el mismo rey, a poco de terminar su viaje, cayó gravemente enfermo y murió sin dar la menor señal de arrepentimiento. La Comunión sacrilega conduce a la impenitencia final.

(Tomado de “Salió el Sembrador…” Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947, Pág. 268)


CATECISMO

1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre...el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).

1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.

1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.

1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica.

1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.

1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi Sangre..."

1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).

1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.

1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.

1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.

1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (MF).

1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.


24.

TODOS INVITADOS A LA BODA DEL HIJO DEL REY

1. Lógicamente, después de escuchar el salmo 129 con que hemos comenzado la celebración eucarística: "Si llevas cuenta de los delitos, Señor, quién podrá resistir" tu presencia, hemos reconocido nuestros pecados, poniendo la confianza absoluta en El, "porque de El procede el perdón" y sólo espera que se lo pidamos para perdonarnos y olvidar nuestros pecados como si los arrojara a lo más profundo del océano.

2. Le está llegando la Hora a Jesús. Le quedan pocos días de vida. Tanto en la parábola de los homicidas de la viña del domingo anterior, como en la de hoy, la invitación a la boda rechazada por unos hombres descorteses que se van a sus negocios, como por otros más vengativos y criminales, que ultrajaron a los criados y les mataron, ya profetizó su próxima muerte. Ambas parábolas son proféticas y en ellas Jesús quiere dejarles claro a sus enemigos que les ve venir y que está dispuesto a obedecer la voluntad del Padre, no huyendo de la muerte que ve cercana, sino manteniéndose firme ante el peligro inminente, que, por otra parte desea con ahelo que llegue, pues para esto ha venido. Las dos parábolas desvelan igualmente el castigo que recibirá Israel: “El rey, montando en cólera, envió sus ejércitos, hizo matar a aquellos asesinos y prendió fuego a la ciudad”. Este anuncio profético se cumplió pavorosamente, en la invasión de Vespasiano y la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos de Tito.

3. Iluminado Isaías por la intuición profética, describe un cuadro fascinante, en que resplandece en toda su amplitud el universalismo mesiánico. Presenta Isaías a Dios como un gran Rey, que ofrece el banquete de las bodas de su hijo a todas las naciones, en su palacio, en el Monte Sión, situado en Jerusalén, con "Manjares suculentos, enjundiosos, vinos generosos" Isaías 25,6. Se queda corto el profeta, porque no llegó a vislumbrar en toda su realidad espiritual y universal el banquete mesiánico, la Eucaristía, prenda del banquete de la bienaventuranza. Ah! Si nosotros por una gracia especial, pudiéramos atisbar lo que es la Comunión! La incorporación a Dios, nuestra unidad con El, como la experimentó al comulgar un día Santa Teresa, que se le llenó la boca de sangre viva y caliente. ¡Qué impresión! Con frase lacónica y certera define el Concilio Vaticano II: “La santísima Eucaristía es el centro y cima de la Palabra y de los otros sacramentos” (Decreto Ad gentes). En Roma se está celebrando el Sínodo sobre la Eucaristía, presidido por el Papa Benedicto XVI. Pidamos a Dios que se estudien y se sepan poner de relieve los regalos admirables de tan gran sacramento para que el pueblo de Dios lo sepa aprovechar, acudiendo, frecuentando, adorando, contemplando, en sentido contrario a lo que han hecho los invitados que dejándose arrastrar por las cosas urgentes, han omitido la más necesaria: “María ha elegido la mejor parte”. “De qué le sirve al hombre al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”.

4. Dios inaugurará con este banquete una era de alegría sin fin. Quitará el velo, signo del luto que pesa sobre los pueblos por la desgracia de su castigo. Dios enjugará las lágrimas de todos los ojos entenebrecidos y aniquilará la muerte, el mal terrible, temido y universal. Los cananeos que celebraban cada año al comienzo de la primavera la victoria de Baal, dios de las alturas, sobre Mot, dios de la muerte, entendían la inmortalidad, pero no podían entender el grito de la resurrección: "¿Dónde está, muerte, tu victoria?" (1 Cor 15,55). "Muerte, yo seré tu muerte" (Os 13,14).

5. A este festín están invitados todos los pueblos de la tierra. Aquí toma origen la parábola de hoy, que se basa en otra, procedente de la cultura religiosa judía. Jesús conoce la cultura de su pueblo y la utiliza. Del Cántico de la viña de Isaías sacó la parábola del domingo anterior, y hoy, la de la boda del hijo del rey, que tiene este precedente: Murió un publicano rico y fue enterrado con todos los honores. Se declaró luto en la ciudad y acudieron todos a su entierro. Murió también un escriba pobre, pero piadoso, y a su entierro no fue nadie. Y se preguntaban: ¿Dónde está la justicia de Dios que no vela por los suyos y permite que los impíos sean glorificados por todos, mientras que el escriba pobre y piadoso, muere en el anonimato? La explicación era la siguiente: el publicano rico había hecho una obra buena y, merecía ser recompensado por ella. ¿Cuál? Preparó un banquete e invitó a toda la gente representativa: fariseos, escribas, sacerdotes. Estos no quisieron acudir a la invitación del publicano, para no rebajarse comiendo con él pues era pecador. Ante el desaire a su invitación, el publicano rompió con la aristocracia religiosa y puritana, e invitó a los pobres al banquete para que no se estropease la comida. Con este trasfondo, Jesús crea su parábola, y para poner de relieve la bondad de Dios, compara al rey con este publicano que ofrece el banquete sin distinciones racistas. Los oyentes, escuchaban complacidos la parábola porque ellos eran los puros que habían rehusado el banquete del publicano; los santos que habían respetado la pureza legal. Pero Jesús, según Lucas, ha terminado de hablar, diciendo: "Os digo que ninguno de aquellos invitados gustará mi cena" (Lc 14,24). ¿Qué ha querido decir Jesús? Mi invitación a entrar en el Reino, a aceptar mi persona y mi mensaje, es la invitación de Dios mismo. Ninguno de vosotros tendrá parte en el banquete del Reino de los cielos. Mateo 22, 1. Vosotros mismos os habéis autoexcluido. Pero si podéis excluiros, lo que no podéis es impedir que se celebre la boda y que participen los publicanos, pecadores y meretrices, que vagan despreciados por los caminos, pero que han sido capaces de cambiar interiormente.

6. Siempre que Jesús habla de la felicidad eterna del Reino de los cielos, comienza así: El reino de los cielos se parece a..., es decir, nos habla de un parecido, no de la realidad por nuestra incapacidad de entenderla. En la parábola de hoy, el reino de los cielos se parece a una boda, porque en la boda reina la alegría, se estrecha la amistad, en medio de la euforia se inician nuevos amigos, se cierran heridas, hay regalos, flores, coches, baile, trajes lujosos, tocados artísticos, abundancia gratuita, luces, perfumes, belleza, alfombras ornamentales, fiesta. Y, cuando, como en este caso se trata nada menos que la boda del Príncipe, del Hijo del rey, enardece la imaginación para sugerirnos con mayor relieve las bodas del Hijo de Dios con la Iglesia, como camino universal de la entera humanidad, a la que se entrega por amor eterno, universal y para siempre. Y esa boda prefigura y es camino de las bodas eternas del Cordero: “Comed, amigos y bebed, embriagaos, mis queridos” (Cant 5,1). “Entonces te desposaré conmigo para siempre, en la benignidad y en el amor” (Os 3,21). “Oí una voz como de grandes aguas, que decía: Alegrémonos y gocémonos, porque ha llegado la boda del Cordero, y su Esposa se ha embellecido, y le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura, las buenas obras de los santos. ¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19,7).

7. "Cuando el rey entró a saludar a los comensales, en un acto judicial que evoca el juicio final, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta". El vestido de boda significa la acción santificadora de Dios sobre el hombre: "me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo" (Is 61,10), el triunfo de la justicia y la santidad de Dios, participada por el hombre mediante la gracia santificante y la riqueza de los Dones del Espíritu Santo. Y como no llevaba el traje de gala, la gracia, fue excluido del banquete, "atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores", lejos de Dios, de la luz a las tinieblas, a la gehena del fuego: "Allí será el llanto y el rechinar de dientes". La invitación al banquete es gratuita, pero su aceptación requiere el vestido que también se da gratis: basta con despojarse de los andrajos del pecado del hombre viejo, en el sacramento de la misericordia y tejerlo con las buenas obras de la conversión: “Por esto quien comiere el pan del Señor o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese pues el hombre, y entonces coma del pan y beba del cáliz” (1 Cor 11,27).

8. En el Salmo 22, David, que conocía por experiencia su solicitud como pastor por cada una de las ovejas de su rebaño, ha elegido la figura del pastor para significar la acción de Dios en cada hombre y en cada suceso de la historia. Con gran belleza compara a Dios con el pastor que se preocupa de sus ovejas, y les busca y elige los pastos mejores y las conduce a las aguas más frescas, tan codiciadas en las zonas semiesteparias de Palestina, y siente que nada le falta, porque descansa en el oasis buscado y encontrado por El. ¡Qué consolador en medio de la tormenta y de la duda de las horas bajas conocer que tenemos tan buen y gran Dios, que va delante de nosotros, su rebaño escogido y amado y cuidado con tanto cariño! Participemos con gratitud en el banquete Eucarístico, que "es la mesa que prepara para nosotros la bondad y la misericordia del Señor. Las verdes praderas en que nos hace recostar, y las fuentes tranquilas en las que repara nuestras fuerzas, para seguir caminando, si es preciso, por cañadas oscuras, hasta llegar a habitar en la casa del Señor, por años sin término".

9. Terminemos como hemos comenzado: "Si llevas cuenta de los pecados, Señor, ¿quién podrá resistir" tu juicio?" Pensando esto, a la vez que se cura nuestro orgullo y nuestra suficiencia, no nos deprime la confesión de nuestras debilidades e impotencia y nos cuesta menos abandonar nuestro cuidado entre las azucenas olvidado. Dios no es un ser oscuro, una energía anónima y bruta, un hecho incomprensible. Es una persona que siente, que obra y actúa, ama y participa en la vida de sus criaturas y no es indiferente a sus obras, y menos a sus hijos los hombres."Es la magnificencia con que el Padre nos provee, conforme a su riqueza en Cristo Jesús" Filipenses 4,12.

JESÚS MARTÍ BALLESTER


25. FLUVIUM 2005

A su servicio

Ante algunos acontecimientos se dice: "esto es viejo como el Evangelio y, como el Evangelio, nuevo". La parábola que nos recuerda la Iglesia en este domingo podría parecer que se refiere a un suceso si acaso de otro tiempo; y es posible que a más de uno le parezca una exageración fantástica todo el relato considerado en conjunto. Pero no olvidemos que procede de la Sabiduría divina que habla a los hombres de todos los tiempos. Así lo recuerda san Pablo a Timoteo: Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia.

Llama la atención que a los convidados no se les consiente declinar la invitación. Se trata, por el contrario, de un obsequio óptimo, gratuitamente recibido...; pero no sucede, en este caso, como suele ocurrir a menudo, que depende de la voluntad de quien lo recibe decidir si es oportuno aceptarlo o no. Aquellos invitados no deben rechazar la invitación, no están facultados para negarse: era su rey quien invitaba y a su rey, por tanto, a quien rechazaban. No se trataba, en definitiva, de una sugerencia más de un compañero de tantos que se pudiera considerar de relativa importancia frente a la propia opinión. De ser así el invitado podría en verdad tener derecho a valorar poco la sugerencia del otro frente a sus ocupaciones, pero con el rey no.

El rey es verdadero rey, señor absoluto, no únicamente el primero entre los iguales. Es de una clase superior. De suyo, por naturaleza, estará siempre sobre los súbditos. Estos, por su parte, siendo súbditos y servidores del rey, y estándole sometidos, a su vez dominan sobre otras criaturas por naturaleza inferiores a ellos. A su medida son señores que dominan, aunque también estén sometidos. Asimismo, el hijo del rey, de estirpe real, merece todo el honor de los súbditos.

No es ahora el momento de razonar acerca del por qué de esta realidad inapelable y evidente. Nos basta reconocer con sencillez que así es la existencia; como lo reconocía aquel centurión que aparece en el Evangelio, según nos cuenta también san Mateo: Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y lo curaré. Pero el centurión le respondió: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mí siervo: haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús se admiró, y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande.

Fe grande, sí, y sentido común para aceptar la vida como es; para reconocer que pudiendo dominar, por ser centurión, sobre algunos, a su vez no era él el señor absoluto: había quien, estando sobre él, le mandaba con todo derecho. Y así como sus siervos y soldados le estaban sometidos, en cuanto centurión, él estaba sometido a su vez, en este caso y en última instancia, al emperador romano.

El libro del Génesis, explicando el origen del mundo y la vida da razón de esta realidad: Dios hizo los animales salvajes según su especie, los ganados según su especie y todos los reptiles del campo según su especie. Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios:

—Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Que domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, sobre todos los animales salvajes y todos los reptiles que reptan por la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo:

—Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan por la tierra. Y dijo Dios:

—He aquí que os he dado todas las plantas portadoras de semilla que hay en toda la superficie de la tierra, y todos los árboles que den fruto con semilla; esto os servirá de alimento. A todas las fieras, a todas las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser vivo, la hierba verde le servirá de alimento.

Demos gracias a Dios, como Santa María –alaba mi alma al Señor, exulta ante su prima Isabel– y podremos gozarnos de tener este Rey y poder servirle confiadamente. Y pidámosle la docilidad y fortaleza que necesitemos cada uno para cumplir su voluntad, para contemplarle sobre nosotros como Padre amoroso y a la vez como Señor.


26. Fray Nelson Domingo 9 de Octubre de 2005

Temas de las lecturas: Dios acabará con la muerte * Todo lo puedo en Aquel que me conforta * Los invitados a la boda .

1. El Banquete

1.1 Para la mayoría de nosotros comer es mucho más que saciar una necesidad. Es un acto social, un tiempo de descanso, la ocasión de disfrutar algo placentero, entre otras cosas. Esto es aún más cierto en el modo típico y fastuoso de los proverbiales banquetes de Oriente, con su música, bebidas y danzas. Y tal es la imagen dominante de las lecturas de este domingo.

1.2 Si ahondamos en este símbolo descubrimos que el banquete es la transición entre el deber y la fiesta, entre la tarea y el descanso, entre lo que hay que hacer y lo que a uno le gusta hacer, entre el trabajo y al celebración. Sobre todo esa palabra es importante, porque la olvidamos fácilmente: para saber creer hay que saber celebrar.

2. Un banquete lleno de luz

2.1 Una expresión nos llama la atención en la primera lectura: el día del banquete es el día de las revelaciones; es el día en que se arranca "el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece a todas las naciones."

2.2 Nosotros no asociaríamos espontáneamente comer y recibir una luz o revelación especial. La cosa suena más razonable en el contexto de los banquetes de los reyes. Mucha gente nunca podía ver al rey, o sólo lo veía de muy lejos. Un banquete era la ocasión única de ver el rostro del rey, que quedaba grabado en la memoria como un tesoro, pues la época no tenía ni muchos retratos fiables ni cámaras de fotografía.

2.3 Dios se revela en su banquete. Es el rey que hemos estado esperando, el que siempre hemos querido contemplar. Verlo a él, saciarnos en su belleza, saber que es verdad todo lo que nos prometió: todo ello es más valioso y delicioso que los mismos alimentos y bebidas. Y sin embargo, el banquete es todo eso a la vez.

3. No todos querían ir al banquete

3.1 El evangelio toma la misma idea con una variante: por razones que al principio se nos escapan los invitados no están interesados en ir a ese banquete, a pesar el banquete del rey. ¿Suena absurdo, no? Pero no es menos absurdo que nuestra negativa a acoger el amor de Dios que invita. Además, las excusas de los invitados indican que ellos estaban muy satisfechos con lo que tenían, y ese es el problema: la gente satisfecha ya no tiene apetito para comer. La conclusión es que el llamado al Reino, o sea, el llamado al Banquete, requiere que la gente tenga hambre, que sienta necesidad, que esté insatisfecha.

3.2 Luego está el detalle, probablemente agregado posteriormente, del que entró sin traje de fiesta. También esto suena absurdo, pero debe recordarse que la indumentaria era parte sobreentendida de la invitación, o como algunos comentaristas indican, era provista muchas veces por el mismo anfitrión. Aún otra interpretación es que el "vestido de bodas" era sencillamente "el mejor vestido," o sea, no la ropa de labor o ropa ordinaria. Cada una de estas interpretaciones conduce a enseñanzas alegóricas útiles, por ejemplo, que si Dios nos invita a él iremos no de cualquier manera, sino con lo mejor de nuestro corazón o lo más puro y brillante de nuestra fe.


27.

La parábola que nos propone el Evangelio de hoy tiene varias claves:

El pueblo judío creía que solamente ellos se salvarían. Sólo los judíos serán capaces de recibir la salvación de Dios. Pero el mensaje de Jesús rompe las fronteras y está abierto a toda la humanidad, sea de la raza que sea.

La invitación de Dios que era rechazada por los judíos se lanza ahora a todos, a los gentiles (los que no eran de raza judía).

Para los gentiles, el Evangelio era una auténtica novedad. Para ellos no existía tan siquiera una historia enlazada con el Dios del Antiguo Testamento. Ellos tenían que buscar los nuevos caminos para relacionarse con Dios.

¿Quién es el invitado mal vestido?

Es el hipócrita, el que no está preparado para ese encuentro con Dios, el que cree que puede disimular su mal atuendo interior.

El traje de la boda lógicamente no es algo fisico sino mas bien una condición del corazón y una forma de vivir en concordancia con el Evangelio.

La invitación de Dios se hizo por los caminos y senderos y los que iban por ellos representan a los pecadores y a las personas que nunca esperaban una invitación al Reino de Dios.

La invitación de Dios es a una fiesta de bodas. La invitación es a la alegría. Es al gozo y a la paz interior a lo que nos invita el Evangelio.

Recuerdo cuando pequeño que entraba a mi parroquia a las horas del atardecer y veía entre penumbras caras tristes y sollozantes que musitando no sé si una oración, creo que pedían algo a Dios. Nunca entendí el Evangelio de la angustia y del miedo, del llanto permanente y de la miseria humana. El Evangelio es otra cosa, el la invitación a una fiesta, a redimirnos desde nuestras propias miserias humanas.

¿Y qué ocurre con las personas no creyentes que hacen cosas buenas?

Las cosas que hacen las personas que aún no han aceptado a Cristo en sus vidas no necesariamente son cosas malas. Un hombre se fue a su tierra, otro a sus negocios...

En la vida muchas veces son las cosas menos buenas las que desplazan a las mejores; las cosas que son buenas en sí mismas son, en muchas ocasiones, las que excluyen a las cosas excelentes.

Hay una enseñanza que nos queda de la Palabra de hoy: Una persona no puede seguir viviendo como vivía antes de encontrarse con el Señor. Debe vestirse de una nueva pureza y santidad y bondad. No tiene que ver con lo que nos ponemos para ir a la Iglesia sino con el Espíritu en que vamos a la casa de Dios.

* * *

  1. ¿Cómo vives tu fe en el Señor: alegre, feliz o triste, miedoso, acomplejado?

  2. ¿Qué es estar bien vestido para ir a la fiesta a la que Dios nos invita?¿Quiénes son hoy los que están por los caminos y senderos de la vida?

  3. ¿Qué tenemos que hacer como Iglesia para estar cerca de los más débiles?

  4. ¿Qué decir a los cristianos escrupulosos, obsesionados, cerrados, legalistas?

  5. ¿Cómo debe ser nuestro trato y relación con ellos?

Mario Santana Bueno.

28. ROMA, viernes, 7 octubre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— al Evangelio (Mt 22,1-14).

¿Qué es importante?

Es instructivo observar cuáles son los motivos por los que los invitados de la parábola rechazan participar en el banquete. El evangelista Mateo dice que ellos «no hicieron caso» de la invitación y «se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio». El Evangelio de Lucas, sobre este punto, es más detallado y presenta así las motivaciones del rechazo: «He comprado un campo y tengo que ir a verlo... He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas... Me he casado, y por eso no puedo ir» (Lc 14,18-20). ¿Qué tienen en común estos personajes? Los tres tiene algo urgente que hacer, algo que no puede esperar, que reclama inmediatamente su presencia. ¿Y qué representa el banquete nupcial? Éste indica los bienes mesiánicos, la participación en la salvación traída por Cristo, por lo tanto la posibilidad de vivir eternamente. El banquete representa pues lo importante en la vida, más aún, lo único esencial. Está claro entonces en qué consiste el error cometido por los invitados; ¡está en dejar lo importante por lo urgente, lo esencial por lo contingente!

Esto es un riesgo tan difundido e insidioso, no sólo en el plano religioso, sino también en el puramente humano, que vale la pena reflexionar sobre ello un poco. Ante todo en el plano religioso. Dejar lo importante por lo urgente significa aplazar el cumplimiento de los deberes religiosos porque cada vez se presenta algo urgente que hacer. Es domingo y es hora de ir a Misa, pero hay que hacer aquella visita, aquel trabajo en el jardín, y hay que preparar la comida. La liturgia dominical puede esperar, la comida no; entonces se aplaza la Misa y uno se reúne en torno a la olla.

He dicho que el peligro de omitir lo importante por lo urgente está presente igualmente en el ámbito humano, en la vida de todos los días, y querría aludir también a esto. Para un hombre es ciertamente importante dedicar tiempo a la familia, estar con los hijos, dialogar con ellos sin son mayores, jugar con ellos sin son pequeños. Pero en el último momento se presentan siempre cosas urgentes que despachar en la oficina, extras que hacer en el trabajo, y se pospone para otra ocasión, acabando por regresar a casa demasiado tarde y demasiado cansado para pensar en otra cosa.

Para un hombre y una mujer es una obligación moral ir cada tanto a visitar al anciano progenitor que vive solo en casa o en una residencia. Para alguno es importante visitar a un conocido enfermo para mostrarle el propio apoyo y tal vez hacerle algún servicio práctico. Pero no es urgente, si se pospone aparentemente no se cae el mundo, a lo mejor nadie se da cuenta. Y así se aplaza.

Lo mismo se hace en el cuidado de la propia salud, que también está entre las cosas importantes. El médico, o sencillamente el físico, advierte que hay que cuidarse, tomar un período de descanso, evitar aquel tipo de estrés... Se responde: sí, sí, lo haré sin falta, en cuanto haya terminado ese trabajo, cuando haya arreglado la casa, cuando haya liquidado todas las deudas... Hasta que uno se percata de que es demasiado tarde.

He aquí dónde está la insidia: se pasa la vida persiguiendo los mil pequeños quehaceres que hay que despachar y no se encuentra tiempo para las cosas que inciden de verdad en las relaciones humanas y que pueden dar la verdadera alegría (y si se descuidan, la verdadera tristeza) en la vida. Así, vemos cómo el Evangelio, indirectamente, es también escuela de vida; nos enseña a establecer prioridades, a tender a lo esencial. En una palabra: a no perder lo importante por lo urgente, como sucedió a los invitados de nuestra parábola.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]