21 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXVII
(19-21)


19. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com


AMOR CREADOR

No podemos encontrar en el Génesis teorías sobre el origen de las especies y la aparición del ser humano sobre la tierra. No es un libro científico, ni una narración periodística de los acontecimientos. Es una narración mitológica, propia de su tiempo y de su espacio, que nos deja ver la bajeza y la grandeza, los peligros y las posibilidades, el barro y el espíritu que habitan en todo ser humano. No pretende decir la última palabra sobre cómo aparecieron los seres humanos, sino proponer cómo vivir plenamente como tales, a nivel personal, familiar y comunitario.

Ya desde tiempos antiguos existía la costumbre de echarle la culpa a Dios sobre los males que vejan al ser humano. ¿Por qué se sufre, por qué hay personas dominantes y hay dominadas, por qué los desastres naturales, por qué el engaño, la guerra, la destrucción…?

Dentro del marco histórico de la edad antigua, se decía: “Dios, o los dioses, lo quisieron así”. “Es voluntad de Dios”. “Es una prueba de Dios”. “Es un castigo de los dioses por la desobediencia a sus leyes…” A lo que no se tenía respuesta, se decía que provenía de los dioses.

El Génesis “libra” a Dios de toda responsabilidad acerca del mal que hay en el mundo y lo presenta como principio creador de todo lo bueno: “Y vio Dios que todo lo que había hecho era bueno” (Gen 1,25b).

El texto que hoy leemos quiere responder a preguntas tales como: ¿por qué hay matrimonios infelices? ¿Por qué muchas veces se unen diciendo que se aman y luego se separan diciendo que no se soportan? ¿Por qué un día se desean, se extrañan, se buscan, se acarician, hacen de los cuerpos lugar de encuentro, y beben su vino hasta embriagarse, y otro día se detestan, se maltratan, se destruyen? ¿Por qué hay hombres que someten a sus mujeres? ¿Por qué hay mujeres que utilizan a sus maridos?

El Génesis dice que los desequilibrios sociales, así como la desigualdad entre el varón y la mujer, son responsabilidad de ambos debido al rompimiento con el amor original querido por Dios. Los dos rompen el equilibrio cuando se dejan dominar por su natural deseo de poder. Cuando se dejan conducir más por el barro que hay en ellos que por el espíritu con que Dios los ha insuflado.

La persona humana no nace terminada, es un ser en proyección. A partir de lo natural dado, tiene la responsabilidad de construirse teniendo en cuenta el molde que Dios ha puesto: su imagen y semejanza. Puede erigirse con el modelo divino y ser misericordioso como él es misericordioso, santo, como él es santo, o rebajarse al nivel de las bestias. Puede dejar que el Espíritu de Dios habite en él y lo capacite para amar, servir, comunicar vida y ser feliz, o dejarse arrastrar por la codicia, el egoísmo o el odio, y actuar de la manera más vulgar y rastrera.

A los fariseos no les interesaba el mensaje de Jesús. No querían escuchar su enseñanza para tratar mejor a sus mujeres y para construir un matrimonio feliz. Su intención era probarlo, acorralarlo, hacerlo caer o ridiculizarlo. “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”, le preguntaron. La pregunta fue formulada desde una óptica machista y legalista. Si vamos a la ley, descubriremos que sí lo permitía: “Si un hombre toma una mujer, y después de haber cohabitado con ella, viniere a ser mal vista de él por algún vicio notable, hará una escritura de repudio, y la pondrá en mano de la mujer, y la despedirá de su casa” (Dt 24,1).

El divorcio era una costumbre muy difundida en el mundo judío y grecorromano. Una mujer que ya no le gustara a su marido porque dejara quemar el pan o las lentejas, porque había perdido su belleza debido a múltiples alumbramientos, o porque hiciera algo que molestara a “su señor”, él podía darle tranquilamente el acta de divorcio y “te vi”, “adiós”, “muchas gracias…” Había mujeres que después de haber servido al marido durante muchos años, casi como esclavas, de un momento a otro recibían un acta de divorcio y “que te vaya bien”. Pero ¿qué pasaba si la mujer quería divorciarse porque era maltratada? ¡Pues de malas, a aguantar se dijo! ¡Así de sencillas eran las cosas!

¿Cuál fue la actitud de Jesús? Él mostró una relación muy amplia y libre no sólo con las tradiciones e instituciones de su pueblo, sino también con la Ley de Moisés, que era lo más sagrado e incuestionable. A la ley nadie se atrevía a cuestionarla, pero cada maestro la interpretaba según su acomodo o su tendencia político-religiosa.

Sobre este tema todos los maestros estaban de acuerdo en que había divorcio únicamente cuando el hombre así lo determinara. No había acuerdo en cuanto al por qué, cuándo y cómo; el hombre tomaba esa determinación.

Obviamente Jesús no podía callar ante esa injusticia. Se trataba de una ley injusta que satisfacía los anhelos egoístas de los varones y justificaba la dominación sobre las mujeres. Pero para remediar la situación no propuso el desquite ni la posibilidad de separarse cuando cualquiera de los dos así lo quisiera.

Empezó por descubrir las limitaciones de la ley mosaica que debía ser provisional y no absoluta. Lo hizo de una manera muy delicada con los sentimientos religiosos. Dijo que Moisés había dado esa ley debido a la dureza de corazón del pueblo. Una manera muy respetuosa de decir: “Yo no estoy de acuerdo”. No se limitó a afirmar si se podía o no se podía aprobar el divorcio desde la ley. No promulgó leyes nuevas. Más importante que decir si era lícito o no era lícito, propuso fundar la unión matrimonial en el amor creador de Dios.

En el Génesis tenemos dos relatos de la creación. Uno elaborado por la escuela Yavista (Gen 1-2,4ª) identificado con la letra “J” y el otro elaborado por la escuela Sacerdotal (Gen 2,4bs), identificado con la letra “P”. La escuela “P” (1 lect) presenta la mujer como una ayuda y compañía para el varón, mientras que la escuela “J”, pone su énfasis en la igualdad de géneros. Según la escuela “J”, como los dos fueron creados a imagen de Dios, debían tener una relación igualitaria.

Jesús tomó los dos relatos y los fusionó para fundamentar su propuesta: “Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer (Gen 1,27 - escuela “J”). Por eso, el esposo deja a su padre y a su madre y se une a su esposa, y los dos llegan a ser una solo carne” (Gen 2,24 - escuela “P”). La conclusión de Jesús fue: “Por consiguiente, lo que Dios unió no debe separarlo el hombre.” (Mc 10,9)

Con esto superó el legalismo rabínico y dejó sin piso la visión de la mujer como un patrimonio del varón o como un objeto que se podía utilizar y luego desechar. Los relatos de las escuelas “J” y “P” son complementarios, pues debe existir ayuda, pero no una ayuda sumisa y servil desde la mujer para el varón, sino una ayuda mutua en igualdad de condiciones.

Esto no lo entendieron los discípulos que, cuando llegaron a la casa volvieron a preguntarle sobre lo mismo, y al acercársele los niños para que los bendijera, los reprendieron y trataron de impedirlo. Según la mentalidad de la época, un maestro no debía “perder su tiempo” con niños y con mujeres; éso le hacía perder credibilidad y autoridad. Pero a Jesús no le interesó la fama de maestro respetable, sino mostrar el amor de Dios, el único capaz de transformar el corazón humano y llevarlo a la plenitud de su vida. Por eso acogió con amor a todas las personas, de manera especial a quienes les negaban el derecho a vivir en dignidad. A quienes “no valían” para los ojos del mundo judío. Por eso puso como ejemplo a la viuda pobre (Lc 21,1ss), a la mujer sirofenicia (Mc 8,24ss), al centurión romano (Lc 7,1-10), a la mujer hemorroisa (Lc 8,43ss)... Por eso acogió y bendijo a los niños, y propuso la igualdad entre el varón y la mujer.

Con todo ésto no se busca hacer más pesada la cruz de una pareja cuyo matrimonio es inviable, diciéndole que si se separan están contra la voluntad de Dios. Y en el caso de que se separen, no podrán volver a unirse con otra persona porque estarán en pecado. No se trata de calificar con epítetos tales como: concubinos, amancebados, bígamos, adúlteros y pecadores a quienes habiéndose separado se hayan unido por segunda vez con otra persona.

Se trata de que cuando una pareja decida casarse, lo haga desde su libertad y madurez humana, y con la fuerza plenificante del amor creador de Dios. Que cuando esa pareja pase por momentos difíciles, como los pasamos todos los seres humanos, no tome el camino más fácil de separarse, sino que acudan a aquel que los ha unido, pues sólo con su ayuda podrán llevar a plenitud esa utopía. Si después de agotar todos los recursos para mejorar, la relación es inviable, no podemos decir que es voluntad de Dios que dos personas vivan juntas y se amarguen la vida. Ni tenemos el derecho a condenar en nombre de Dios a que alguien viva solo por haberse equivocado una vez.

El matrimonio no es un fin, es un medio que busca generar un espacio para que las personas realicen plenamente sus vidas, no para que las frustren. No podemos convertir los medios en fines absolutos. Lo único absoluto es Dios y su amor creador, que dinamiza nuestra historia y nos ayuda a descubrir cada día nuevos caminos para hacer que nuestra humanidad viva y sea feliz.

Estos textos nos ayudan a fundamentar el matrimonio indisoluble como ideal ético, tal como lo tenemos en la actual legislación eclesial. Pero más que eso es una invitación a volver al amor creador de Dios que nos capacita para dar sentido pleno a nuestro amor humano. Desde ahí podemos desplegar toda nuestra vida, incluyendo nuestras relaciones familiares.


20. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES

 Primera lectura: GÉNESIS 2, 18 24:

Estos capítulos del Génesis contienen interesantes enseñanzas teológicas. En la lectura de este domingo notemos las siguientes:

- El hombre, Adán, creado a imagen y semejanza de Dios: En virtud de esta gran dignidad de la cual dice el Salmista: «La luz de tu rostro está sellada (o impresa) en nosotros» (Sal 4, 7). El hombre es superior en naturaleza a todos los animales: «Le coronaste de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos; todo fue puesto por Ti bajo sus pies: ovejas, y bueyes todos juntos, y aun las bestias salvajes, y las aves del cielo y los peces del mar» (Sal 8, 7). Israel jamás cometerá la aberración de las naciones idólatras vecinas que tienen cultos para los astros, para las bestias y para los poderes misteriosos de la Naturaleza. El hombre es en la creación rey. Pone «nombre» (=domina) a todos los seres. Sólo adora al Creador. 

- La soledad que oprime a este rey, con estar rodeado de tan variados y excelentes seres (20), expresa gráficamente que ningún animal es de la naturaleza del hombre; y que la sexualidad limita tanto al hombre como a la mujer, y hace que uno dependa y necesite del otro. Por ley de creación «varón-hembra» se buscan se aman, se fusionan, se complementan. 

- Es bellísima e insuperable la lección catequética de los vv 21-23: a) El «sueño» de Adán expresa que la aparición de la mujer es misteriosa. Sólo el acto creador de Dios la explica. b) Eva (=la mujer), tomada de la costilla de Adán, expresa la igualdad de naturaleza de los dos sexos y la ley de su mutua atracción. En Israel la mujer no será esclava. c) Con este clima de amor y respeto mutuo el autor sagrado puede darnos la lección altísima de la institución del matrimonio (24). Matrimonio monógamo e indisoluble. ¿En cuál de los antiguos pueblos alcanzó el matrimonio tanta dignidad? Ambos esposos dignificados por igual y ambos en mutua dependencia y exigencia. San Pablo nos lo resumirá en aquella su frase lapídaria: «Si la mujer procede del varón, así el hombre nace de la mujer. Y de Dios uno y otro» (1 Cor 11, 12).

Segunda Lectura: HEBREOS 2, 9 11:

Hoy en la «Collecta» de la Misa se nos recuerda esta gozosa y consoladora verdad: « Omnipotens sempiterne Deus, qui abundantia pietatis tuae et merita suplicum excedis et vota ».

- El autor de la Carta a los Hebreos nos expone lo que constituye la mayor dignificación y el mayor encumbramiento del hombre. El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios ha sido, sí, misterio de anonadamiento (Jesús hecho inferior a los ángeles: v 9), pero con este misterio la naturaleza humana alcanza la más excelsa dignidad. Cristo ya glorificado está ya con la naturaleza humana que asumió sentado a la diestra del Padre. Y nos ha hecho a todos los hombres «hijos» de Dios. 

- Esta nivelación del Hijo de Dios con nosotros no ha sido teórica; no ha rehuido ningún abajamiento por humillante y lacerante que fuera. Hasta en el dolor y en la muerte se ha nivelado con nosotros (9b). Nada falta para que seamos «Hermanos» con el Hijo de Dios. Este nos da su filiación y tenemos el mismo Padre (11a). Y toma todas nuestras miserias: «No se avergüenza de llamarnos hermanos» (11b). Hermanos porque se solidariza en todo con nosotros. Hermanos porque nos asocia en todo a su vida. 

- Entablemos, pues, con Cristo relaciones amistosas, fraternales. Nos dice Teresa de Jesús: «Muy buen amigo es Cristo. Le miramos como hombre. Vémosle con flaquezas y trabajos.» Y nos aconseja «traerle humano»: contemplarle como hombre: como «Hermano». La Encarnación le ha hecho «Primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8, 29). Sin tal «Hermano», cuánta soledad nos afligiría: «Sin la Encarnación permanecería ignorada una dimensión de la divinidad; la que la hace más amable. La divinidad que se humilla, que desciende, que se entrega. Sin la Encarnación Dios no sería para nosotros más que una especie de infinito matemático, descolorido, impersonal, lejos del hombre, deshumanizado, fuera de nuestro alcance» (Carlos Cardó: Emmanuel, pág. 43). Y debemos a María Virgen este «Hermano». Y también por ser Cristo nuestro «Hermano», María Virgen es nuestra Madre. Hermanos y coherederos, pero: ut simus ejus in gloria coheredes, ei, mortem ipsius annuntiando, compatimur (Postcom.).

Evangelio: MARCOS 10, 2 16:

En el hecho que parece anecdótico de una pregunta capciosa que los fariseos proponen a Jesús vamos a oír de labios del Maestro enseñanzas preciosas sobre el matrimonio: 

- Jesús restituye al matrimonio la dignidad y la pureza que Dios quiso darle desde el principio y que fue perdiendo por culpa de las pasiones humanas. El Matrimonio debe ser en el plan de Dios y así deben vivirlo los hombres: uno-monógamo-indisoluble. Y Jesús osa enfrentarse con Moisés (4). Y da a la ley matrimonial la máxima perfección. Es, pues, superior a Moisés. 

- Puede exigirlo así Cristo a los hijos de la Nueva Alianza, porque a diferencia de la antigua que sólo era «Ley», ésta es «Gracia». La Gracia de Cristo santificará la unión matrimonial y dará vigor para llenar todos los deberes y superar todas las tentaciones. 

- Y la «Gracia» que en la Nueva Alianza da Cristo al matrimonio es nada menos que la participación del amor que El (Esposo) tiene a la Iglesia (Esposa): «Dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su esposa; y serán los dos una sola carne. Este Sacramento es grande, os lo aseguro, porque mira a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5, 31-32). El matrimonio cristiano significa y expresa el Desposorio Cristo-Iglesia. De ahí que sea fuente de gracia para que los esposos reflejen la fidelidad, la santidad, la fecundidad, el heroísmo del amor de Cristo a la Iglesia y de la Iglesia a Cristo.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.

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  CATENA AUREA

Catena Áurea (Mc 10 1-12)

(Bed.) Hasta aquí ha referido San Marcos lo que hizo y enseñó el Señor en Galilea: ahora va a referir lo que hizo, lo que enseñó, y lo que sufrió en Judea. Desde luego nos le presenta al otro lado del Jordán al Oriente. "Y partiendo de allí, dice, llego a los confines de Judea", etc. Después de la parte de acá del Jordán, cuando fue a Jericó, a Bethania y a Jerusalén. Y aunque se llame Judea en general a toda la provincia de los judíos, sin embargo, se da este nombre a la parte meridional especialmente para distinguirla de Samaría, Galilea, Decápolis y demás regiones de la misma provincia.

(Teóf.) Visita, pues, la Judea, que había dejado muchas veces para excitar la emulación de los judíos, porque en ella había de verificarse su pasión; pero no va a Jerusalén, sino a sus confines, para provecho de sus sencillos habitantes, pues Jerusalén se había convertido en centro de toda iniquidad por la malicia de los judíos; y así dice: "Donde concurrieron de nuevo alrededor de Él los pueblos", etc.

(Bed.) Es de notar la diferencia que hay entre el alma del pueblo y la de los fariseos: el primero viene a que le enseñe el Señor, y para que cure a sus enfermos, como refiere San Mateo; los últimos a engañarle tentándole. "Vinieron entonces a El unos fariseos", etc.

(Teof.) Se llegaban a El, y no le dejaban, para que la multitud no llegara a creer, antes bien dudara de El, y le hacían preguntas con el objeto de confundirle. Propusiéronle, pues, una cuestión, cuya solución era comprometida en cualquier sentido, puesto que, bien dijese que era lícito a la mujer apartarse del marido, bien dijese lo contrario, podrían acusarle de estar en contradicción con la doctrina de Moisés. Pero Cristo, que es la misma sabiduría, les contestó de modo que burló sus intenciones.

(San Crisóstomo, hom. 63 sobre San Mateo.) Preguntado si era lícito, no contestó enseguida que no lo era, para no alborotarlos, sino que les dio la ley por respuesta, a fin de que ellos mismos se contestasen lo que convenía.

"Pero Él en respuesta les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: Moisés permitió repudiarla, precediendo escritura legal de repudio". Dicen esto, o para contestar al Salvador, o para incitar a los hombres contra Él; porque era indiferente esto para los judíos, todos los cuales obraban así como autorizados por la ley.

(San Agustín, De cons. Evang. lib. 4, cap. 62.) Nada hace a la verdad de la cosa que fueran las turbas, como dice San Mateo (cap. 19), las que, oyendo al Señor prohibir la separación y apoyarlo con la ley, objetasen que Moisés permitía el repudio, precediendo escritura legal, o que, según san Marcos, fuera el Salvador quien les hiciera contestar así, preguntándoles sobre el precepto de Moisés; porque su voluntad era no darles la razón de la ley de Moisés, sin que antes la recordasen ellos. Y como la voluntad de los que hablan se manifiesta igual en ambos Evangelistas, nada significa una variante en las palabras con que uno y otro la expresan. Puede entenderse por tanto que, como dice San Marcos, les preguntó desde luego el Señor sobre el divorcio, y después qué les había mandado Moisés sobre este asunto; y que, al contestarle que le permitía, precediendo escritura legal, les dijo lo que refiere San Mateo, citándoles la ley dada por Moisés sobre la unión del hombre y la mujer, unión instituida por Dios: oído lo cual, repitieron la pregunta con que contestaron antes diciendo: ¿Qué fue lo que mandó Moisés?.

(San Agustín, Cont. Faust., lib. 19, cap. 26.) Aquél que había puesto este obstáculo al ánimo pronto a la discordia para impedirle el divorcio, no quería, pues, el divorcio, tanto más cuanto que entre los judíos, según parece, sólo a los escribas era permitido escribir el hebreo; y como eran hombres de espíritu conciliador y prudentes intérpretes de la justicia, disponía la ley que fuera a ellos el que para repudiar a su mujer tenía que proveerse de escritura legal. Y como sólo ellos podían escribir este documento, les ponía la ocasión en el caso de dar buenos consejos al que, obligado por la necesidad, venía de este modo a sus manos y de persuadirle a que se reconciliara con su mujer y a que la amase viviendo en paz con ella. Pero si era tal el odio, que no fuera posible extinguirle ni apaciguarles, entonces se le daba el documento de divorcio, considerando que hasta convenía se separase de una persona a quien odiaba de modo que había sido inútil el consejo de personas prudentes para hacerle que la amara como debía. "A los cuales, prosiguió, replicó Jesús: En vista de la dureza de vuestros corazones os dejó mandado eso". Grande era, en efecto, aquella dureza, que ni por el obstáculo del escrito, que ofrecía ocasión a hombres justos y prudentes de disuadir al sujeto, podía ser vencida ni doblegada para volver al amor y unión conyugales.

(San Crisóstomo). O bien dice: "En vista de la dureza de vuestros corazones", porque, si estuviera purgada el alma de deseos y de la ira, posible es que tolerase a la mujer peor del mundo; en tanto que multiplicadas en el alma estas pasiones causan muchos males en un matrimonio odioso. De este modo, pues, salva a Moisés de aquella acusación, y hace caer sobre ellos toda la culpa. Pero porque era grave semejante acusación, vuelve enseguida a la ley antigua, y dice: "Pero, al principio, cuando los crió Dios, formó un solo hombre y una sola mujer".

(Bed) No dice hombre y mujeres, porque hubiera sido aprobar el divorcio; sino hombre y mujer, para expresar la unidad del matrimonio.

(San Crisóstomo, hom. 63 sobre San Mateo.) Si el Señor hubiese criado muchas mujeres en vez de una. y no solamente unió Dios la mujer al hombre, sino dispuso que éste abandonase por ella a sus padres, según estas palabras que puso en boca de Adán: "Por cuya razón dejará el hombree a su padre y a su madre, y juntarse ha con su mujer": demostrando lo indisoluble del matrimonio con la locución y juntarse ha.

(Bed.) Y también porque dice: "Y juntarse ha con su mujer", y no con sus mujeres.

"Y los dos no compondrán sino una sola carne".

(San Crisóstomo, ut sup.) Es decir que, saliendo de una raíz se confundirán en un solo cuerpo. "De manera, continúa, que ya no son dos, sino una sola carne".

(Bed.) El premio del matrimonio por tanto es formar de dos una sola carne; porque con la castidad unida al espíritu se forma un solo espíritu.

(San Crisóstomo.) Sacando una terrible deducción de esas premisas, no dijo no separéis, sino no separe, pues, el hombre lo que Dios ha juntado.

(San Agustín, cont. Faust. lib. 19, cap. 29) He aquí como convence a los judíos con las palabras de Moisés de que no se debe repudiar a la esposa, cuando ellos creían que obraban conforme a la ley de aquél repudiándola.

(Bed) Por tanto, lo que Dios ha juntado, haciendo del hombre y la mujer una carne, sólo Dios puede separarlo, y no el hombre. Es el hombre quien separa cuando por el deseo de otra mujer deja a la primera, y separa Dios cuando por su servicio se tiene a la mujer como si no la tuviera.

(Teof.) No satisfechos del todo los discípulos con lo que acababan de oír, vuelven a preguntar al Señor. "Después en casa, prosigue, le tocaron otra vez sus discípulos, el mismo punto".

(San Jerónimo) El Señor repite su instrucción a los discípulos, diciéndoles: "Cualquiera que desechare a su mujer, y tomase otra, comete adulterio contra ella".

(San Crisóstomo) Llama adulterio el vivir con otra mujer que la propia, no siendo del hombre la que toma después de desechar a la primera; por lo que comete adulterio con ella, esto es, con la segunda que toma, sucediendo lo mismo de parte de la mujer. "Y si la mujer se aparta de su marido, dice, y se casa con otro es adúltera"; no puede, pues, unirse a otro hombre como a su propio marido, si abandona a éste. La ley prohibía el adulterio público; pero el Salvador prohibía también el que es secreto, y por consiguiente, no conocido de todos, aunque no menos contrario por eso a la naturaleza.

(Bed) San Mateo es más explícito sobre este punto. "Cualquiera que desechare a su mujer, dice, no siendo por fornicación". Por tanto sólo la fornicación es la razón carnal de abandonar a la mujer propia, y no hay otra espiritual para ello que el temor de Dios, como sabemos que les ha sucedido a muchos por causa de religión. Pero en la ley de Dios no hay prescrita causa ninguna que autorice a unirse a otra mujer después de abandonada la legítima.

(San Crisóstomo) Aunque, según San Mateo, dijo esto a los fariseos, y, según San Marcos, fue a los discípulos a quienes les dijo, no hay en ello contradicción, puesto que fueron palabras dichas a unos y a otros. 

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  JUAN PABLO II

 

Homilía de S.S. Juan Pablo II en la celebración del Jubileo de las Familias 15 de octubre del 2000

1. "Nos bendiga el Señor, fuente de la vida". Amadísimos hermanos y hermanas, esta invocación, que hemos repetido en el Salmo responsorial, sintetiza muy bien la oración diaria de toda familia cristiana, y hoy, en esta celebración eucarística jubilar, expresa eficazmente el sentido de nuestro encuentro.

Habéis venido aquí no sólo como individuos, sino también como familias. Habéis llegado a Roma desde todas las partes del mundo, con la profunda convicción de que la familia es un gran don de Dios, un don originario, marcado por su bendición.

En efecto, así es. Desde los albores de la creación, sobre la familia se posó la mirada y la bendición de Dios. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen, y les dio una tarea específica para el desarrollo de la familia humana: "Los bendijo y les dijo: Creced, multiplicaos y llenad la tierra" (Gn 1, 28).

Vuestro jubileo, amadísimas familias, es un canto de alabanza por esta bendición originaria. Descendió sobre vosotros, esposos cristianos, cuando, al celebrar vuestro matrimonio, os prometisteis amor eterno delante de Dios. La recibirán hoy las ocho parejas de diferentes partes del mundo, que han venido a celebrar su matrimonio en el solemne marco de este rito jubilar.

Sí, que os bendiga el Señor, fuente de la vida. Abríos al flujo siempre nuevo de esta bendición, que encierra una fuerza creadora, regeneradora, capaz de eliminar todo cansancio y asegurar lozanía perenne a vuestro don.

2. Esta bendición originaria va unida a un designio preciso de Dios, que su palabra nos acaba de recordar: "No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18). Así es como el autor sagrado presenta en el libro del Génesis la exigencia fundamental en la que se basa tanto la unión conyugal de un hombre y una mujer como la vida de la familia que nace de ella. Se trata de una exigencia de comunión. El ser humano no fue creado para la soledad; en su misma naturaleza espiritual lleva arraigada una vocación relacional. En virtud de esta vocación, crece en la medida en que entra en relación con los demás, encontrándose plenamente "en la entrega sincera de sí mismo" (Gaudium et spes, 24).

Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. Entre estas, es fundamental la que se realiza en la familia: no sólo en las relaciones entre los esposos, sino también entre ellos y sus hijos. Toda la gran red de las relaciones humanas nace y se regenera continuamente a partir de la relación con la cual un hombre y una mujer se reconocen hechos el uno para el otro, y deciden unir sus existencias en un único proyecto de vida: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24).

3. ¡Una sola carne! ¡Cómo no captar la fuerza de esta expresión! El término bíblico "carne" no evoca sólo el aspecto físico del hombre, sino también su identidad global de espíritu y cuerpo. Lo que los esposos realizan no es únicamente un encuentro corporal; es, además, una verdadera unidad de sus personas. Se trata de una unidad tan profunda que, de alguna manera, los convierte en un reflejo del "Nosotros" de las tres Personas divinas en la historia (cf. Carta a las familias, 8).

Así se comprende el gran reto que plantea el debate de Jesús con los fariseos en el evangelio de san Marcos, que acabamos de proclamar. Para los interlocutores de Jesús, se trataba de un problema de interpretación de la ley mosaica, que permitía el repudio, provocando debates sobre las razones que podían legitimarlo. Jesús supera totalmente esa visión legalista, yendo al núcleo del designio de Dios. En la norma mosaica ve una concesión a la sklhrokard|a, a la "dureza del corazón". Pero Jesús no se resigna a esa dureza. ¿Y cómo podría hacerlo él, que vino precisamente para eliminarla y ofrecer al hombre, con la redención, la fuerza necesaria para vencer las resistencias debidas al pecado? Jesús no tiene miedo de volver a recordar el designio originario: "Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer" (Mc 10, 6).

4. ¡Al principio! Sólo él, Jesús, conoce al Padre "desde el principio", y conoce también al hombre "desde el principio". Él es, a la vez, el revelador del Padre y el revelador del hombre al hombre (cf. Gaudium et spes, 22). Por eso, siguiendo sus huellas, la Iglesia tiene la tarea de testimoniar en la historia este designio originario, manifestando que es verdad y que es practicable.

Al hacerlo, la Iglesia no desconoce las dificultades y los dramas que la experiencia histórica concreta registra en la vida de las familias. Pero también sabe que la voluntad de Dios, acogida y realizada con todo el corazón, no es una cadena que esclaviza, sino la condición de una libertad verdadera que tiene su plenitud en el amor. Asimismo, la Iglesia sabe -y la experiencia diaria se lo confirma- que cuando este designio originario se oscurece en las conciencias, la sociedad sufre un daño incalculable.

Ciertamente, existen dificultades. Pero Jesús ha proporcionado a los esposos los medios de gracia adecuados para superarlas. Por voluntad suya, el matrimonio ha adquirido, en los bautizados, el valor y la fuerza de un signo sacramental, que consolida sus características y sus prerrogativas. En efecto, en el matrimonio sacramental los esposos, como harán dentro de poco las parejas jóvenes cuya boda bendeciré, se comprometen a manifestarse mutuamente y a testimoniar al mundo el amor fuerte e indisoluble con el que Cristo ama a la Iglesia. Se trata del "gran misterio", como lo llama el apóstol san Pablo (cf. Ef. 5, 32).

5. "Os bendiga Dios, fuente de la vida". La bendición de Dios no sólo es el origen de la comunión conyugal, sino también de la apertura responsable y generosa a la vida. Los hijos son en verdad la "primavera de la familia y de la sociedad", como reza el lema de vuestro jubileo. El matrimonio florece en los hijos: ellos coronan la comunión total de vida ("totius vitae consortium": Código de derecho canónico, c. 1055, 1), que convierte a los esposos en "una sola carne"; y esto vale tanto para los hijos nacidos de la relación natural entre los cónyuges, como para los queridos mediante la adopción. Los hijos no son un "accesorio" en el proyecto de una vida conyugal. No son "algo opcional", sino "el don más excelente" (Gaudium et spes, 50), inscrito en la estructura misma de la unión conyugal.

La Iglesia, como se sabe, enseña la ética del respeto a esta institución fundamental en su significado al mismo tiempo unitivo y procreador. De este modo, expresa el acatamiento que debe dar al designio de Dios, delineando un cuadro de relaciones entre los esposos basadas en la aceptación recíproca sin reservas. De este modo se respeta, sobre todo, el derecho de los hijos a nacer y crecer en un ambiente de amor plenamente humano. Conformándose a la palabra de Dios, la familia se transforma así en laboratorio de humanización y de verdadera solidaridad.

6. A esta tarea están llamados los padres y los hijos, pero, como ya escribí en 1994, con ocasión del Año de la familia, "el "nosotros" de los padres, marido y mujer, se desarrolla, por medio de la generación y de la educación, en el "nosotros" de la familia, que deriva de las generaciones precedentes y se abre a una gradual expansión" (Carta a las familias, 16). Cuando se respetan las funciones, logrando que la relación entre los esposos y la relación entre los padres y los hijos se desarrollen de manera armoniosa y serena, es natural que para la familia adquieran significado e importancia también los demás parientes, como los abuelos, los tíos y los primos. A menudo, en estas relaciones fundadas en el afecto sincero y en la ayuda mutua, la familia desempeña un papel realmente insustituible, para que las personas que se encuentran en dificultad, los solteros, las viudas y los viudos, y los huérfanos encuentren un ambiente agradable y acogedor. La familia no puede encerrarse en sí misma. La relación afectuosa con los parientes es el primer ámbito de esta apertura necesaria, que proyecta a la familia hacia la sociedad entera.

7. Así pues, queridas familias cristianas, acoged con confianza la gracia jubilar, que Dios derrama abundantemente en esta Eucaristía. Acogedla tomando como modelo a la familia de Nazaret que, aunque fue llamada a una misión incomparable, recorrió vuestro mismo camino, entre alegrías y dolores, entre oración y trabajo, entre esperanzas y pruebas angustiosas, siempre arraigada en la adhesión a la voluntad de Dios. Ojalá que vuestras familias sean cada vez más verdaderas "iglesias domésticas", desde las cuales se eleve a diario la alabanza a Dios y se irradie a la sociedad un flujo de amor benéfico y regenerador.

"¡Nos bendiga el Señor, fuente de vida!". Que este jubileo de las familias constituya para todos los que lo estáis viviendo un gran momento de gracia. Que sea también para la sociedad una invitación a reflexionar en el significado y en el valor de este gran don que es la familia, formada según el corazón de Dios.

Que la Virgen María, "Reina de la familia", os acompañe siempre con su mano materna.

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 DR. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

 

MATRIMONIO y DIVORCIO. — ...Van, para probarle, a proponerle una cuestión delicadísima, de orden teológico y social: “Y se llegaron a él los fariseos, tentándole, como solían, en forma que cualquiera que fuese su respuesta quedase comprometido, y diciendo: ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?”. La pregunta es de gran trascendencia dogmática y moral. Es de su naturaleza indisoluble el matrimonio: así lo quiso Dios. Pero hay en la condición humana muchas causas que conspiran contra esta ley fundamental, el interés, la comodidad, la pasión, el capricho; ni en el pueblo judío se pudo salvar la doctrina y la práctica de la indisolubilidad. Cuando Moisés hubo de dar su constitución al pueblo hebreo, debió legislar, de una manera concreta, sobre el divorcio, que ya había entrado en las leyes y costumbres de todos los pueblos. Y dio, por orden del Señor, este precepto, seguido de otros varios sobre el particular: «Si el hombre toma mujer, y la tuviese con sigo, y no hallare ésta ante sus ojos gracia por alguna fealdad, escribirá el libelo de repudio, y lo pondrá en mano de ella y la despedirá de su casa» (Deut. 24, 1). ¿Qué fealdad o deformidad se requería en la mujer para que pudiese el marido repudiarla? Según el rabino Hillel y su escuela, liberalísima en este punto, bastaba cualquier deformidad de la mujer, de orden doméstica, llegándose a autorizar el divorcio por la razón de hallar el marido una mujer más bella que la suya. La escuela de Schammai era más rigorista: sólo autorizaba el repudio por el adulterio de la mujer. En estas condiciones, y en medio de la relajación del pueblo judío en este punto, la respuesta era difícil.

“El respondió, y les dijo: ¿Qué os mandó Moisés? Ellos dijeron: Moisés permitió escribir libelo de repudio, y repudiarla. Replicándoles Jesús, dijo, remontándose a la misma raíz del matrimonio: ¿No habéis leído que el que hizo al hombre desde el principio de la creación, varón y hembra los hizo?” Los hizo varón y hembra desde el principio, significando la unión de uno con una: es el tipo perfecto de esta institución, independiente y superior a toda humana disputa. Las palabras que pone Dios en boca de Adán son tan expresivas de la unidad matrimonial como la misma unidad personal de sexos, ordenada a la unidad superior del matrimonio: Y dijo: “Por esto dejará el hombre a su padre y madre”, pondrá en segundo lugar toda otra relación de carne y sangre, y se juntará a su mujer, se aglutinará a ella, con la cohesión de un vínculo superior a todo otro lazo puramente humano, y serán dos en una sola carne, dos serán una carne, un cuerpo, porque constituyen un solo Principio íntegro para el fin primordial del matrimonio.

Las consecuencias de este hecho y de esta doctrina son palmarias: es la primera la, indisolubilidad, en el mismo orden natural, del matrimonio: “Así que ya no son dos, sino una sola carne”; como no puede un cuerpo vivo partirse sin matarle, así no pueden separarse marido y mujer sin atentar contra la naturaleza de la unión. Es la segunda, la indisolubilidad por ley fundamental de Dios, contra la que no pueden prevalecer, las leyes humanas: “Por tanto, lo que Dios juntó, el hombre no lo separe”. Altísima doctrina, que sitúa la cuestión por encima de las mezquinas disputas de los fariseos,

Estos no se dan por vencidos; le oponen un reparo natural: “Dícenle: Pues, ¿por qué mandó Moisés, dar libelo de repudio, y repudiarla?” Si Dios unió, ¿por qué Moisés separa? La respuesta de Jesús es perentoria: Les dijo: “Porque Moisés, por la dureza de vuestros corazones, os permitió repudiar a vuestras mujeres”. Moisés no mandó el divorcio, sino que sólo lo consintió, por la pervicacia de aquel pueblo, su dureza de entrañas y de costumbres que, sin duda, a no ser el remedio del repudio, les hubiese llevado a mayores males, como matar a sus mujeres o darlas una vida insoportable. El mandato de Moisés sólo se refiere a la forma legal del repudio, para que constara oficialmente la libertad de la mujer repudiada. Mas esto no deroga la ley primitiva de la indisolubilidad del matrimonio: “al principio no fue así”.

Y entonces Jesús, hablando como Legislador supremo, en tono enfático, “y dígoos”; sin temor a los laxos, sin miedo a Herodes, en cuya jurisdicción se hallaba y que vivía escandalosamente amancebado con la mujer de su hermano, se adhiere a la interpretación de Schammai, más conforme con el espíritu de la legislación mosaica, pero corrigiéndola, sentando la doctrina católica de la indisolubilidad del matrimonio, aun en el supuesto del divorcio legítimo por causa de adulterio: “que todo aquel que repudiare a su mujer, si no es por fornicación, y se casare con otra, comete adulterio: y el que se casare con una repudiada, comete adulterio”.

El pensamiento de Jesús es claro: sólo hay un motivo de repudio perpetuo y definitivo de la mujer: es el adulterio; pero, aun en este caso, ni marido ni mujer pueden pasar a segundas nupcias: si se juntan a otro u otra, son adúlteros. Luego el lazo matrimonial primero subsiste; si no fuese así, serían ambos libres de contraer nuevamente.

El derecho de repudio se extiende en el Cristianismo a la mujer; el deber de la fidelidad es igual por ambas partes. Por disciplina eclesiástica se han equiparado al adulterio, en orden al divorcio perpetuo, la sodomía y la bestialidad, así como la apostasía de la fe, considerada como adulterio espiritual. La Iglesia ha reconocido además varias causas para un divorcio temporal de los esposos, en lo que no ha hecho más que interpretar y aplicar el derecho divino.

Lecciones morales. — A) v. 3. — ¿a un hombre repudiar a su mujer...? — Cuando vemos a un hombre que visita un médico tras otro, colegimos que está enfermo, dice el Crisóstomo, así cuando oigas hablar a un hombre o a una mujer que intentan separarse de su consorte, puede colegir que son lascivos. Deléitase la castidad en el matrimonio: sufre en él la lascivia, como atada por el lazo conyugal... De aquí provenía la pregunta de los fariseos a Jesús: no se cansaban de mudar, porque no se apagaba su lascivia, que no puede contenerse en las estrecheces de un matrimonio, sino que cuanto más se practica, más se enciergie. La Iglesia, celosa de los fueros del matrimonio y de la santidad del pueblo cristiano, no ha consentido jamás, ni doctrinalmente ni en la práctica, que se relajara el vínculo matrimonial una vez contraído y consumado el matrimonio.

B) v. 5. — Por esto dejará el hombre a su padre y madre... — Parece, sigue el Crisóstomo, que debiera ser más fuerte el amor de hermanos que el de esposos, porque aquéllos proceden de un mismo tronco, y éstos de distinto. Pero debe atenderse que es más fuerte la constitución u ordenación de Dios sobre las cosas que la fuerza de la naturaleza, ya que no son los mandamientos de Dios los que se sujetan a la naturaleza, sino al contrario. Además, los hermanos nacen de un tronco para seguir caminos diversos en la vida; pero marido y mujer nacen de distintos para converger en uno; y el orden de la naturaleza es ejecución de la ordenación de Dios. Por ello los padres aman más a los hijos que éstos a los padres, porque la transmisión del amor, como la savia de las plantas, no es de regreso a los padres, que son como la tierra de donde nacemos, sino que va a la procreación de los frutos que son los hijos. De aquí las palabras de Jesús: «Por esto dejará el hombre... »

C) v. 8. — Moisés, por la dureza de vuestros corazones, os permitió repudiar a vuestras mujeres... — El matrimonio es inmensamente superior a todo malestar que de él pueda originarse; una santa institución como lo es ésta, verdadero asiento de la sociedad cristiana, no debe depender, ni vacilar, porque en casos particulares sufran quebranto los que contrajeron, sea en sus intereses, o en la paz, o en la seguridad personal; ni menos debe estar sujeto al capricho de la pasión de los cónyuges. Pero a veces es tan infortunado el enlace, que puede peligrar el cuerpo, o el alma de los esposos; o se ha cometido atentado contra la fidelidad conyugal. La Iglesia ha autorizado el divorcio, que no puede obtenerse sino ante sus tribunales y con los trámites que tiene prescritos, para que temporalmente, o a perpetuidad, según los casos, sea lícita la separación de los esposos, tutelando así la Santa Madre el cuerpo y el alma de sus hijos y la misma santidad del sacramento. Pero el vínculo, a pesar de una declaración de divorcio, no se resuelve; y deberán permanecer en estado de continencia los esposos separados, so pena de faltar gravísimamente a sus deberes.

JESUS BENDICE A LOS NIÑOS: Lc. 18, 15-17 (Mt. 19, 13-15; Mc. 10, 13-16)

Explicación. — Desde el cap. 9, y. 51, el tercer Evangelista refiere él solo, con independencia de los demás, una serie de interesantísimos episodios, como es de ver en los números anteriores. Juntase ahora a los otros sinópticos para no separarse ya de ellos sino en contados casos. Así se completaron providencialmente los Evangelistas, llenando mutuamente sus vacíos, en el orden histórico y doctrinal. El presente dulcísimo episodio tiene lugar en la Perea, en una casa (Mc. 10, 10).

Y le traían también entonces unos niños, para que los tocara, para que les impusiera las manos, y orase. Lucas parece referirse a niños de pecho, infantes según el griego; Marcos, a niños más creciditos, párvulos: seguramente la solicitud maternal llevaba a unos y otros a Jesús. Se los llevan para que los toque, es decir, les imponga sus sacratísimas manos y ore por ellos: es uno de los poquísimos beneficios espirituales que se pidieron a Jesús en su vida; quizás aun intentaban con ello aquellas gentes librar a los pequeñuelos de futuros males. Pero el hecho de que Jesús les bendijera era prueba evidente de que son los infantes capaces de recibir beneficios de orden espiritual.

Los discípulos lo llevan a mal, sea porque reputen que es ello molesto al Señor, sea que juzguen indigno de él ocuparse de los niños: Viendo lo cual, los discípulos regañábanles a los que los presentaban.

Pero Jesús toma a mal la actitud de sus discípulos: “Mas Jesús, al ver esto, lo llevó a mal”; y no sólo llama a los que se habían retirado por la áspera reprensión de los discípulos: Llamólos (a los niños); sino que manda, en forma positiva y negativa, que vayan a él los niños: Y dijo: “Dejad que vengan a mí los niños, y no se lo impidáis”. En lo que manifiesta la decidida voluntad de estar en contacto con ellos, y la gravedad del precepto que da a los suyos.

Y da Jesús la razón altísima: “Porque de los tales es el Reino de Dios”: son amados de Dios y de él; borrado el pecado original por la circuncisión, sin que faltara seguramente oportuno remedio para librar de él a las niñas, eran aquellos infantes herederos del cielo. De aquí se colige la legitimidad y la necesidad de bautizar a los infantes cristianos.

Esta tesis, en que se afirma la salvación de los pequeños, da a Jesús ocasión de aleccionar en la humildad a los mayores: Y en verdad os digo, que quien no recibiere, como un niño, el Reino de Dios, no entrará en él: simplicidad, humildad, docilidad, notas características de los infantes, son las que abren a los adultos las puertas del cielo (Cf. Mt. 18, 3; núm. 98). Después de la enseñanza, el hecho, el ejemplo, que revela toda la ternura del Corazón de Jesús: Y abrazándoles, y poniendo sobre ellos las manos, les bendecía: es lección de menosprecio del fausto humano, de la grandeza del niño, del amor con que debemos tratarlos. Y habiéndoles impuesto las manos, partió de allí. Probablemente ocurría este episodio en el interior, o a la entrada de alguna casa, porque Marcos (10, 17) nos presenta a Jesús «saliendo para ponerse en camino».

Lecciones moralesA) v. 15. — Y le traían también entonces unos niños... — Juzgaban imposible aquellas gentes, dice Orígenes, que después que aquellas manos que tantos prodigios habían obrado hubiesen tocado a los niños, no fuesen éstos libres de toda incursión del demonio y de todo mal. Ministros y representantes de Jesús como son los sacerdotes, depositarios de sus gracias, deben bendecir a los niños que se acercan a ellos. Es santa costumbre que besen la mano consagrada del sacerdote; al acto de reverencia, debe éste con el afecto y con la palabra de bendición: «Que Dios te bendiga»; «Que Dios te haga bueno». Los padres y maestros deben enseñar a los niños esta práctica tan profundamente cristiana.

B) v. 15. — Los discípulos regañábanles... — No que no quisiesen que el Salvador les bendijese con la mano y con la palabra, dice el Crisóstomo, sino que pensaban que Jesús, a semejanza de los demás hombres, podía cansarse de la importunidad. No teman los cristianos importunar al sacerdote con los niños; escaso espíritu de Jesús tendría el sacerdote a quien los niños molestaran. El buen sacerdote sabe que éste es uno de los más fecundos campos de su apostolado, como es una de sus máximas responsabilidades cultivarlo con asiduidad y amor. ¿Qué sería del mundo si el sacerdote abandonara el cuidado de los niños?

C) v. 16. — Dejad que vengan a mí los niños... — ¡Distancia enorme entre este dulcísimo Pedagogo y los viejos maestros del paganismo! Estos se desdeñaban de tratar con el niño. Este ejemplo, repercutía en los demás, que eran desconsiderados y crueles con la tierna infancia. Pero Jesús rehabilita al infante, haciéndole entrar otra vez en la plenitud de sus derechos. Y en verdad, ¿quién podrá acercarse a Jesús, si de él son apartados los infantes?, dice San Crisóstomo. Porque si cuando mayores han de ser santos, ¿con qué derecho se prohibiría a los hijos venir al Padre? Y si han de ser pecadores, ¿por que ha de pronunciarse sentencia antes de que cometan pecado?

D) v. 16. — De los tales es el Reino de Dios. — De los tales, de los niños que han sido regenerados ya y de los adultos que a ellos se parecen, es el Reino de los cielos. Gran reverencia debemos a los niños ya bautizados: su alma es templo del Espíritu Santo, porque no han cometido aún pecado; tiene su ángel custodio, celoso de su guarda, porque el niño va en compañía de Dios; son candidatos del cielo. Que Dios ponga tiento en manos de quienes hayan de contribuir al desarrollo de la pequeña vida, para que de hecho llegue el niño a ser un ciudadano del cielo.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 295-303)

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  GIUSEPPE RICCIOTTI

 

CUESTIONES MATRIMONIALES. JESÚS Y LOS NIÑOS

En este punto Lucas cede el paso en la serie de hechos a Marcos y Mateo respecto a la cuestión del divorcio, de la que Lucas (16, 18) sólo da la sentencia conclusiva de Jesús, sin aludir a las circunstancias y sin ligazón con el contexto inmediato. Por el contrario, Marcos Mateo comunican las circunstancias de la cuestión. De otra parte, Lucas concuerda con los otros dos Sinópticos al referir la acogida hecha por Jesús a los niños, escena situada por los dos inmediatamente después de la del divorcio. La conclusión que de modo espontáneo se desprende es que tal: cuestión — omitida por Lucas acaso porque la juzgó inútil para sus 1ectores paganos — ocurriese inmediatamente antes de la acogida hecha a os niños.

Acercáronse, pues, los fariseos, y propusieron a Jesús lo siguiente: ¿Es lícito repudiar a la propia mujer por cualquier Causa? (Mateo, 19, 3). E1 evangelista advierte que los fariseos hacían pregunta para tentar a Jesús. La cuestión, en efecto, era vieja, ya tratada en las escuelas rabínicas con mucha anterioridad a Jesús y prolongada con posterioridad a él. En la Ley de Moisés se concedía el divorcio sólo a iniciativa marital, con estas palabras: Cuando un hombre tome mujer y se convierta en marido, y ocurra que ella no encuentre gracia a los ojos de él, o bien si encuentra en ella algo de repugnante él escribirá para ella el libelo de repudio y se lo entregará en sus manos la despedirá de su casa (Deuteronomio, 24, i). El libelo de repudio permitía a la divorciada contraer nuevo matrimonio, pero después de éste, o por muerte del nuevo cónyuge o por nuevo divorcio, el primer marido ‘no podía volver a tomar consigo la mujer divorciada (Ibíd., 24, 2-4). Los rabinos estaban orgullosos de esta facultad del divorcio y la consideraban un privilegio concedido por Dios a Israel y no a los paganos. La divergencia entre ellos empezaba cuando había de definirse la razón suficiente para admitir el divorcio, razón aludida en las palabras algo de repugnante encontrado por el marido en la esposa. Ateniéndose a lo que refiere la Mishna (Ghittin, IX, 10), las escuelas de los dos grandes maestros precristianos, Shammai e Hillel, adoptaban aquí, como en otros casos, una posición judaico contraria. Los shammaístas interpretaban la razón aducida por la Ley en sentido moral y según ellos algo de repugnante aludía al adulterio, que -era el caso- que autorizaba el divorcio. Los hillelianos interpretaban el concepto en sentido mucho más amplio, cual si se refiriera a cuanto fuera inconveniente en la vida familiar o civil, y aducían -el ejemplo de una mujer -que dejara quemarse una comida, razón por la que se merecía el divorcio. Más tarde Rabbi Aqiba había de ir más lejos aún, afirmando que era razón suficiente para el divorcio que el marido hallase una mujer más bella que la suya.

Difícil es saber si los fariseos que propusieron la cuestión a Jesús eran shammaítas o hillelianos. Sus palabras: ¿Es lícito repudiar por cualquier causa? aluden ciertamente a la doctrina amplia de los hillelianos, pero ¿pretende esta alusión ser un requerimiento en pro de la doctrina, o una invitación a rechazarla? En otras palabras, ¿son los tolerantes hillelianos quienes quieren atraer a su causa a Jesús, o los rigoristas shammaítas los que esperan oír de Jesús una condenación de la doctrina laxista?

Jesús, como en otros casos, pasa sobre hillelianos y shammaítas y se remonta al origen de la cuestión. Él, respondiendo, dijo: « ¿no leísteis que quien creó desde el principio “varón y hembra los hizo” y dijo: “A causa de esto abandonará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer; y serán los dos en una sola carne”?» (Génesis, I, 27; 2, 24). Así, no son ya dos, sino una sola carne. Por consiguiente, «lo que Dios unió, (el) hombre no lo separe» (Mateo, 19, 4-7). Con esta contestación, sobre todo con un período conclusivo, la institución del matrimonio es estudiada en sus mismos orígenes, anteriores a cualquier discusión humana, y aun a la legislación de Moisés. Con la doble cita del Génesis, Dios mismo es llamado en causa, en cuanto creador del género humano e institutor del matrimonio, y la conclusión es que lo que Dios unió, (el) hombre no lo separe.

Era de prever la réplica de los fariseos, quienes contestaron: ¿Por qué, entonces, mandó Moisés «dar libelo de repudio y despedirla»? (Deuter., 24, 1). ¿No era el divorcio un privilegio de los israelitas? ¿No se mencionaba y regulaba en la misma Ley de Moisés? Si prevalecía la norma de Jesús «hombre no separe», había que renunciar al privilegio del divorcio, lo cual era un absurdo para aquellos fariseos.

A la dificultad legal que le oponían, Jesús contestó rectificando. No. se trataba de un privilegio, sino de una tolerancia, debida a las condiciones personales de los que la recibían y otorgada por temor a cosas peores.

Díjoles: «Moisés, por vuestra dureza de corazón, os concedió el repudiar a vuestras mujeres, mas en el principio no fue así». Con esta última apelación, la cuestión quedaba referida de nuevo a sus orígenes. A la renovada apelación sigue en Mateo un período substancialmente paralelo al por él citado ya en el Sermón de la Montaña (325):

(Mateo, 19, 9)

Empero yo os digo que quien repudie a su mujer,

No por fornicación,

Y despose a otra,

Comete adulterio (Sermón de la Montaña)

Empero yo os digo que quien

repudie a su mujer,

excepto caso de fornicación,

hace que ella se vuelva adúltera,

y quien despose a una repudiada,

comete adulterio.

A estos dos sinópticos debe añadirse San Pablo, como testimonio toda vía anterior

(102) de la primitiva catequesis cristiana, el cual escribía: A los casados mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido — y si se separa permanezca sin casarse o que se reconcilie con el marido—y que el marido no repudie la mujer (1 Cor 7, 10-11). En este pasaje San Pablo distingue claramente la «separación» de los cónyuges del «repudio» de la mujer, o divorcio. Admite la posibilidad del primer caso, siempre que la mujer contraiga segundas nupcias, y rechaza sencillamente la licitud del divorcio.

La catequesis primitiva está, pues, representada para nosotros por dos grupos de testimonios. Uno es el de Mateo, que se repite dos veces (32; 19, 9); el otro está constituido por los testimonios de Marcos, Lucas y Pablo. El primer grupo ofrece la característica restrictiva; el segundo, no ¿En qué relación están entre sí estos dos grupos? ¿Existe contradicción entre ellos?

Varios críticos radicales han hallado una contradicción. Reconoce que la primitiva catequesis no admitía el divorcio ni aun en caso de adulterio, según los testimonios acordes de Marcos, Pablo y Lucas, pero como en Mateo se halla la restricción que parece admitir el divorcio en tal caso, han resuelto la dificultad mediante su acostumbrado método de considerar aquella restricción como interpolada, suponiendo que en el texto de Mateo se habría añadido esa frase a las palabras de Jesús par satisfacer a las exigencias de los judíos convertidos al cristianismo, quienes no habrían estado dispuestos a renunciar al divorcio en caso de infidelidad de la mujer. Método ciertamente muy expedito, y que, por añadidura en este caso resultaría comodísimo para los católicos; pero también arbitrario si no va sufragado — como no va en el presente caso — por ningún documento y va, además, contra la norma según la cual el texto más difícil es generalmente preferible al más fácil. Precisamente aquí el texto de Mateo, con toda su dificultad, parece haber conservado mejor el conjunto de las palabras de Jesús. ¿Cuál es, pues, el sentido de esa restricción?

Nótese que los fariseos preguntan a Jesús si es lícito repudiar o despedir a la propia mujer por cualquier causa, refiriéndose sin duda alguna al divorcio hebreo. Jesús, en respuesta, declara lícito tal repudio, sólo en caso de fornicación (adulterio) de la mujer. Con declaración semejante, Jesús se separa doblemente de la legislación hebrea: en primer término, porque en aquella legislación la mujer adúltera era condenada a muerte (426) y no sometida a divorcio; en segundo término; porque no permite al marido que repudia a su mujer por adulterio casarse con otra, lo que está en perfecta armonía con el principio enunciado anteriormente por él de que lo que Dios unió, (el) hombre no separe. De modo que si los interrogadores querían referirse al verdadero divorcio hebreo, Jesús no concede tal divorcio ni siquiera en caso de adulterio, porque el marido en cuestión no puede casarse con otra mujer, o sea que no queda divorciado. Así, pues, Jesús no concede el divorcio, sino la separación. Pero, ¿sabían los judíos distinguir bien entre «separación» y «divorcio»?

Cualesquiera que fuesen al propósito los conceptos hebreos pura mente jurídicos (de los que no estamos informados con certeza), lo cierto es que en la práctica se conocía y ejecutaba la «separación» de los cónyuges; permaneciendo sin embargo como tales. El citado pasaje de San Pablo (480) es decisivo al respecto. La misma Sagrada Escritura narraba un ejemplo, si bien antiguo, en que la esposa de un levita, mujer de mal carácter, se había separado de él por cuatro meses, refugiándose con su padre, después de lo cual el marido fue a pacificarla, induciéndola a volver a su lado. Más poderosas aún que estas razones son, en primer lugar, la circunstancia de que Marcos y Lucas no mencionan la restricción precisamente porque la primitiva catequesis opinaba que no tenía valor alguno contra la indisolubilidad del matrimonio y en favor del divorcio hebreo, y, en segundo término, la otra circunstancia de que los discípulos de Jesús, en su mentalidad judía, valoraron plenamente la intransigencia de la norma expuesta por el Maestro.

Terminada, en efecto, la lección a los fariseos, los discípulos insistieron sobre la dolorosa cuestión de la mujer (algunos de ellos, como Pedro, eran casados), interrogando a Jesús privadamente de vuelta a casa (Marcos, 10,10). Una exclamación harto espontánea surgió entonces del fondo de sus corazones: Si de tal guisa es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse. La intransigencia había sido muy bien comprendida por los discípulos. Según Jesús, un marido no sólo no podía divorciarse de la mujer cuando ésta le quemase la comida, como Hillel autorizaba, sino que debía permanecer indisolublemente ligado al vínculo aún en caso de adulterio de la esposa. Las mentalidades hebreas de los discípulos se sintieron turbadas. Jesús tenía sin duda razón contra Hillel, pero en tal caso era preferible no ligarse a mujer alguna y en consecuencia no casarse.

Jesús, de su parte, lejos de atemperar su anterior intransigencia, juzgó demasiado genérica la exclamación de los desconcertados discípulos, estimándola apropiada para unos e inapropiada para otros. En opinión de Jesús, los distintos individuos del género humano no están igualmente dispuestos para tal cuestión, sino que se agrupan en varias categorías a las que no cabe imponer una sola ley común. Algunos podrán repetir con libre y plena adhesión de conciencia la exclamación de los discípulos, y esos son los privilegiados; otros la repiten por una necesidad buena o mala impuesta por la naturaleza o por la sociedad humana, y éstos son los forzados; otros no la repiten en absoluto, y éstos toman mujer. Jesús aquí no se ocupa de estos últimos, ya que se propone mostrar a los discípulos las ventajas del celibato escogido voluntariamente y con fines religiosos: Empero él les dijo: «No todos comprenden esta palabra, sino aquellos a los que les es dado (comprenderla). Porque hay eunucos que en el seno de su madre fueron engendrados así, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. Quien pueda comprender, comprenda». No se trata, pues, de una ley dada d todos, y sí de una propuesta ventajosa para alcanzar el reino de los cielos ofrecida a quien pueda comprenderla y que no pueden comprender sino aquellos a quienes les es dado (comprenderla). Los otros obran libremente y toman mujer, a condición, sin embargo, de que lo que Dios unió, (el) hombre no separe.

En resumen, hallamos que Jesús no condena el matrimonio, sino que lo reduce su razón y norma primitivas, aunque posponiéndolo al celibato elegido libremente a fin de alcanzar el reino de Dios. Prueba de ello se puede ver en el hecho de que, a poco de la discusión sobre el matrimonio, Mateo y Marcos narran la acogida hecha por Jesús a los niños (Lucas relata la acogida y no la discusión). Los niños son los frutos del árbol matrimonial, y Jesús, que antes ha podado de ramas secas y vegetaciones parasitarias aquel árbol, festeja luego sus frutos reservando a aquellos inocentes una predilección muy semejante, aunque en otro sentido, a la reservada a las meretrices y a los publicanos.

Y llevábanle niñitos para que los tocase; pero los discípulos regañaban a aquellos (que los llevaban). Empero, viendo (esto), Jesús se indignó y díjoles: «Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no acoja el reino de Dios como un niñito, no entrará en él» (408). Y abrazándoles los bendecía, poniendo las manos sobre ellos (Marcos, lo, 13-16).

Entre aquellos niñitos (había sin duda varones y hembras, y a todos abrazaba Jesús con idéntico afecto. Treinta años antes de aquella escena, precisamente el año 1 a. de J. C., un campesino egipcio que se había alejado de su casa por motivos de trabajo escribía a su mujer, embarazada, una carta, que se conserva entre los papiros recientemente recuperados, y que concluía con esta orden a la futura madre: Cuando hayas dado a luz al niño, si es varón, críalo; si es hembra, mátala. (Oxyrhyncus Papyrí, IV, II. 744).

Aquel campesino no obraba diversamente de como lo hacían muchos otros padres de aquellos tiempos, tanto de Egipto como de fuera de Egipto.

(Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo, Ed. Miracle, 3ª Ed., Barcelona, 1948, Pág. 522-528)

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  MANUEL DE TUYA O.P.

 

La cuestión del divorcio. 10,1-12 (Mt 19,1-12) Cf. Comentario a Mt 19,1-12.

Después de una breve indicación geográfica, Mc recoge la escena en que los fariseos le preguntan, «tentándole», sobre la licitud del divorcio. Pero omite lo que Mt resalta: si se puede hacer por cualquier causa. Era tema discutido en las escuelas rabínicas. Pero, como aquellos casos concretos rabínicos no interesaban a los lectores étnico-cristianos de Mc, lo omite. Sólo le interesa enseñar la absoluta indisolubilidad del matrimonio.

Mc trae como propio las preguntas que sobre el tema le hacen los discípulos en casa. Igualmente plantea el divorcio desde el punto de vista de la mujer—derecho greco-romano—-, que también estaba algún tanto en uso, mientras que Mt se atiene a la iniciativa del hombre, conforme a la ley judía.

Jesús bendice a los niños. 10,13-16

(Mt 19,13-15; Le 18,15-17) Cf. Comentario a Mt 19,13-15.

Era costumbre bendecir los niños por los jefes de la sinagoga. Lo mismo que los hijos y discípulos se hacían bendecir por sus padres y maestros.

La imposición de manos, si les evocaba la bendición de Jacob sobre sus hijos (Gén. 48,14), también podrían pensar en su necesidad para un efecto taumatúrgico, como la hemorroisa. El reino ha de recibirse como los niños lo reciben. Conforme a las ideas del medio ambiente, no se refiere tanto a la mocedad como al pequeño valor que para un judío significaba un niño. Frente al orgullo y exigencia farisaica, el reino es simple don del cielo.

Si los apóstoles querían impedir su acceso a él, aparte de lo que podría haber de alboroto por acercarlos a Jesús, podría pensar el que eran niños: cosa sin gran valor para un judío.

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 698-699)

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  P. MIGUEL A. FUENTES

 

¿POR QUÉ EL DIVORCIO ESTÁ MAL?

El divorcio se opone a la indisolubilidad del matrimonio, que es una propiedad de la institución matrimonial ya en el mismo plano natural elevada sobrenaturalmente por el vínculo sacramental. De aquí que debamos decir que el matrimonio es indisoluble por derecho natural. Se trata ésta de una tesis fundamental de la ética cristiana y de una enseñanza expresa del Magisterio. De hecho Pío IX condenó fuertemente la enseñanza liberal que sostenía que el vínculo matrimonial no es indisoluble por derecho natural y que, por tanto, podría ser disuelto de modo perfecto por una autoridad civil. Igualmente Pío XI en la Casti conubii hablando de las palabras de Cristo (cf. Mt 19,6 y Lc 16,18) dice claramente que “se aplican a cualquier matrimonio, aun al solamente natural y legítimo; porque es propiedad de todo verdadero matrimonio la indisolubilidad, en virtud de la cual la disolución del vínculo está en absoluto sustraída al capricho de las partes y a toda potestad secular”.

¿Cuáles son las razones para sostener tal afirmación que a los mismos apóstoles resultó dura? Podemos indicar cuatro motivos principales.

1. La indisolubilidad es necesaria por parte del fin matrimonial de la procreación y educación de la prole.

Se diga lo que se diga no es posible procrear y educar a los hijos de modo conveniente sin la perpetuidad del matrimonio, razón por la cual la unión del hombre y la mujer no sólo se ordena por ley natural a la simple generación, como en los demás animales, sino también a la educación de la prole, y no solamente por un tiempo determinado, sino durante toda la vida. De hecho la educación afectiva de los hijos no se logra en unos pocos años. Los hijos necesitan el punto de referencia de sus padres durante toda la vida (y punto de referencia a la “relación indisoluble” que tienen los padres entre sí; ésta es fuente de serenidad en medio de sus incertidumbres, aliento para perseverar en sus propias pruebas, etc.)

Además es claro que ordinariamente la mujer no se basta por sí sola para mantener y educar la prole; se impone la necesidad de la colaboración paterna, su inteligencia para instruir y su energía para corregir (no se puede poner como objeción el caso de las mujeres u hombres abandonados por su cónyuge o los cónyuges viudos, porque no se debe hacer norma con lo que es excepcional y, además, porque en estos casos, si los hijos han sido educados convenientemente –lo cual no ocurre siempre a pesar de los esfuerzos de la madre o del padre solitario– ha sido a costa de sacrificios muy elevados por parte del padre o madre educador). La vida humana requiere muchas cosas que no están al alcance de una sola persona ni se adquieren en poco tiempo.

Por otra parte la vida natural de los padres se proyecta naturalmente en el hijo; por eso éste debe ser heredero de sus padres, sucediéndole en la posesión de las cosas tanto a su padre como a su madre; y este orden se perturbaría si el matrimonio legítimo pudiera disolverse, porque los bienes de alguno de los dos no llegarían a sus naturales destinatarios.

Finalmente, existe en el hombre una solicitud natural de tener certeza de su prole, o sea, el saber si tal hijo es o no es efectivamente hijo suyo; por eso todo lo que impide tal certeza va contra el instinto natural de la especie humana. Si, pues, el hombre pudiera abandonar a la mujer, o ésta al varón, para unirse con otros u otras, la prole podría ser incierta si, habiendo tenido relaciones sexuales con uno, la tuviera luego con otros. Por eso la separación matrimonial va contra el instinto natural de la especie humana.

Esto se esclarece aún más observando las consecuencias del divorcio en los hijos. Del divorcio se sigue para muchos hijos: (a) El escándalo moral de la desunión de sus padres; el criarse en un clima de violencia, dialécticas, envidias, celos y competencias (de hecho compiten por su afecto, porque les den la razón de que el culpable de la ruptura familiar ha sido el otro cónyuge, etc.). (b) El sufrimiento de verse obligados a tomar parte por uno o por otro de sus padres; originando, en muchos casos, problemas psicológicos graves. (c) También para muchos hijos significa el caer en la pobreza o en la miseria y en el drama de la niñez abandonada. (d) Aumenta la delincuencia precoz. (e) Causa problemas de conducta. Algunos estudios señalan que los hijos de padres divorciados presentan regularmente cuatro conductas negativas típicas: mienten excesivamente, tienen un bajo nivel de aprendizaje, falta de asunción de responsabilidad del propio comportamiento y dificultad de concentración.

2. La indisolubilidad la exige el fin del matrimonio que es el amor conyugal

El amor conyugal exige “definitividad” para ser verdadero. Decía Lacordaire: “¿Qué ser hay bastante infame, cuando ama, para calcular el momento en que no amará?”. Otro autor ha escrito acertadamente: “Una alianza contra cuya ruptura la parte más débil jamás podrá tener seguridad completa, en manera alguna producirá alegría y solidez, y esto sin añadir que es una tentación constante de infidelidad. Para la parte más fuerte, es una falta imperdonable de carácter si ofrece únicamente su promesa para los días felices, e introduce en ella, como condición, la facultad de retirarla tan pronto como se presenten los sacrificios”.

3. La indisolubilidad es exigida por los fines secundarios del matrimonio (la mutua ayuda de los esposos)

El matrimonio también se ordena a la mutua ayuda entre el hombre y la mujer. Y por eso es indudable que el divorcio muchas veces impone enormes injusticias a uno u otro de los cónyuges. Como decía ya Santo Tomás: “si alguno que ha tomado a una mujer en el tiempo de su juventud, cuando era bella y fecunda, pudiera repudiarla en edad avanzada, le infligiría un daño contra la misma justicia natural. El mismo inconveniente existe si la mujer pudiera hacer lo mismo... Se unen no sólo en el acto carnal, sino también para el mutuo auxilio de toda la vida. Por eso es gran inconveniente que el matrimonio sea disoluble”.

No hay que esconder el rostro de esta gran miseria. Si bien es cierto que algunos matrimonios recurren al divorcio de común acuerdo y con voluntad positiva de ambos cónyuges, también es cierto que en muchos casos el divorcio es pedido por una de las partes abandonando al otro cónyuge por enfermedad, falta de atractivo, etc., dejándolo en la miseria, en la soledad, a veces con la carga de la educación y mantenimiento de los hijos, etc.

4. La indisolubilidad la exige el bien común de la sociedad

Finalmente (sólo lo menciono sin desarrollarlo) cuando se argumenta contra la indisolubilidad del matrimonio se usan argumentos de conveniencia individual, olvidando que el bien individual está subordinado al bien común, tanto de la familia como de la sociedad. Para la estabilidad de la sociedad es necesaria la estabilidad de la familia, pues es su célula básica. Por eso ha dicho muy bien –y repetidas veces– Juan Pablo II que el futuro de la humanidad pasa por el futuro de la familia.

Bibliografía: Héctor Hernández, Familia-Sociedad-Divorcio, Ed. Gladius 1986; Scala, Jorge (director), Doce años de divorcio en Argentina, Educa, Buenos Aires 1999; Miguel Fuentes, Los hizo varón y mujer, EVE, San Rafael 1998.

(Dr. Miguel Ángel Fuentes, El Teólogo Responde III, EVE, San Rafael 2005, pag. 58-63)

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  MADRE TERESA DE CALCUTA

 Hogar y familia

La paz y la guerra comienzan en el hogar. Si de verdad queremos que haya paz en el mundo, Empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias. Si queremos sembrar alegría en derredor nuestro, precisamos que toda familia viva feliz

Algunos padres están llenos de amor y de ternura hacia sus hijos. Recuerdo el ejemplo de una madre que tenía doce hijos. La más pequeña de todos, que era niña, estaba afecta de una profunda minusvalía. Me resulta difícil describir su aspecto, tanto desde el punto de vista físico como emocional. Cuando se me ocurrió brindarme a acoger a la niña en uno de nuestros hogares, donde teníamos otros en condiciones parecidas, la madre prorrum­pió en sollozos: –¡Por Dios, Madre Teresa, no me diga eso! Esta criatura es el mayor regalo que Dios ha hecho a mi familia. Todo nuestro amor se centra en ella. Si se la lleva, nuestras vidas carecerán de sentido.

No deberíamos vivir en las nubes, en un nivel de superficialidad. Deberíamos empeñarnos en comprender mejor a nuestros hermanos y hermanas. Para comprender mejor a aquellos con quienes convivimos, es necesario que antes nos comprendamos a nosotros mismos. Jesús, nuestro modelo en todo, lo es también en la obediencia. Yo estoy convencida de que siempre pedía permiso para todo a María y a José.

En Jesús, María y José, los integrantes de la Sagrada Familia de Nazaret, se nos brinda un magnífico ejemplo para la imitación. ¿Qué fue lo que hicieron? José era un humilde carpintero ocupado en mantener a Jesús y María, proveyéndoles de alimento y vestido: de todo lo que necesitaban para subsistir. María, la madre, tenía también una humilde tarea: la de ama de casa con un hijo y un marido de los que ocuparse. A medida que el hijo fue creciendo, María se sentía preocupada porque tuviera una vida normal, porque se sintiera a gusto en casa, con ella y con José. Era aquél un hogar donde reinaban la ternura, la comprensión y el respeto mutuo. Como he dicho: un magnífico ejemplo para nuestra imitación.

Hoy todo el mundo da la impresión de andar acelerado. Nadie parece tener tiempo para los demás: los hijos para sus padres, los padres para sus hijos, los esposos el uno para el otro. La paz mundial empieza a quebrarse en el inte­rior de los propios hogares.

De vez en cuando deberíamos plantearnos algunos interrogantes para saber orientar mejor nuestras acciones. Deberíamos plantearnos interrogantes como éste: ¿Conozco a los pobres? ¿Conozco, en primer lugar, a los pobres de mi familia, de mi hogar, a los que viven más cerca de mí: personas que son pobres, pero acaso no por falta de pan? Existen otras formas de pobreza, precisamente más dolorosa en cuanto más íntima. Acaso mi esposa o mi marido carezcan, o carezcan mis hijos, mis padres, no de ropa ni de alimento. Es posible que carezcan de cariño, por­que yo se lo niego.

¿Dónde empieza el amor? En nuestros propios hogares. ¿Cuándo empieza? Cuando oramos juntos. La familia que reza unida permanece unida.

Muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto para que la felicidad llene el corazón del que amamos.

A veces, cuando tropiezo con padres egoístas, me digo: “Es posible que estos padres estén preocupados por los que pasan hambre en África, en la India o en otros países del Tercer Mundo. Es posible que sueñen con que el hambre desaparezca. Sin em­bargo, viven descuidados de sus propios hijos, de que hay pobreza y hambre de naturaleza diferente en sus propias familias. Es más: son ellos quienes causan tal hambre y tal pobreza”.

Empieza diciendo una palabra amable a tu hijo, a tu marido, a tu mujer. Empieza ayudando a alguien que lo necesite en tu comunidad, en tu puesto de trabajo o en tu escuela... El mundo está saturado de sufrimientos por falta de paz. Y en el mundo falta paz porque falta en los hogares. Hay muchos – ¡demasiados!– hogares divi­didos.

El amor empieza al dedicarnos a aquellos a quienes tenemos a nuestro lado: los miembros de nuestra propia familia. Preguntémonos si somos conscientes de que acaso nuestro marido, nuestra esposa, nuestros hijos, o nuestros padres viven aislados de los demás, de que no se sienten queridos, incluso viviendo con nosotros. ¿Nos damos cuenta de esto? ¿Dónde están hoy los ancianos? Están en asilos (¡si es que los hay!). ¿Por qué? Porque no se los quiere, porque molestan, porque...

La mujer ha sido creada para amar y ser amada. La mujer es el centro de la familia. Si hoy existen problemas graves, es porque la mujer ha abandonado su lugar en el seno de la familia. Cuando el hijo regresa a casa, su madre no está allí para acogerlo.

¿Cómo podremos amar a Jesús en el prójimo si no empezamos por amarlo en las personas que tenemos a nuestro lado, en nuestro propio hogar?

No es necesario desplazarse hasta los suburbios para tropezar con la carencia de amor y encontrar pobreza. En toda familia y, vecindario existe alguien que sufre. Hacedme caso: si no prestáis un sacrificio gra­tuito a quienes están a vuestro lado, tampoco se lo podréis ofrecer a los pobres.

La palabra “amor” es tan mal entendida como mal empleada. Una persona puede decir a otra que la quiere, pero intentando sacar de ella todo lo que pueda, incluso cosas que no debería. En tales casos no se trata en absoluto de verda­dero amor. El amor verdadero puede llegar a hacer sufrir. Por ejemplo, es doloroso tener que dejar a alguien a quien se quiere. A veces puede incluso tenerse que dar la vida por alguien a quien se ama. Quien contrae matrimonio tiene que renunciar a todo lo que se opone al amor a la otra parte. La madre que da a luz a un hijo sufre mucho. Lo mismo sucede con nosotras en la vida religiosa: para pertenecer por completo a Dios tenemos que renunciar a todo: solo así podemos amarlo verdaderamente.

Si queremos verdaderamente la paz, debemos adoptar una resolución firme: no consentir que un solo niño viva privado de amor.

Me temo que no existe conciencia de lo impor­tante que es la familia. Si se instalase el amor en el interior de la familia, el mundo cambiaría para bien.

Los jóvenes de hoy, como los de cualquier tiempo, son generosos y buenos. Pero no debemos engañarlos estimulándoles a consumir diversiones. La única manera de que sean felices es ofrecer­les la ocasión de hacer el bien.

El amor comienza por el hogar. Si la familia vive en el amor, sus miembros esparcen amor en su entorno.

Señor, enséñame a no hablar como un bronce que retumba o una campanilla aguda, sino con amor. Hazme capaz de comprender y dame la fe que mueve montañas, pero con el amor. Enséñame aquel amor que es siempre paciente y siempre gentil: nunca celoso, presumido, egoísta y quisquilloso. El amor que encuentra alegría en la verdad, siempre dispuesto a perdonar, a creer, a esperar, a soportar. En fin, cuando todas las cosas finitas se disuelvan y todo sea claro, haz que yo haya sido el débil pero constante reflejo de tu amor perfecto.

(Madre Teresa de Calcuta, Orar, Editorial Planeta, 91-101)

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  EJEMPLOS PREDICABLES

 

El verdadero amor

Un sabio maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que se declaraban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga en lugar de entrar a la hueca monotonía del matrimonio.

El maestro les escuchó con atención y después les relató un testimonio personal:

- Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno cuando sufrió un infarto y cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, condujo hasta el hospital mientras su corazón se despedazaba en profunda agonía. Cuando llegó, por desgracia, ella ya había fallecido.

Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. Él pidió a mi hermano teólogo que dijera alguna reflexión sobre la muerte y la eternidad. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte. Mi padre escuchaba con gran atención. De pronto pidió "llévenme al cementerio".

"Papá" respondimos "¡Son las 11 de la noche! No podemos ir al cementerio ahora!" Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: "No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años". Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador y, con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, oró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos: "Fueron 55 buenos años...¿saben?, Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así". Hizo una pausa y se limpió la cara. "Ella y yo estuvimos juntos en todo. Alegrías y penas. Cuando nacieron ustedes, cuando me echaron de mi trabajo, cuando ustedes enfermaban", continuó "Siempre estuvimos juntos. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos, rezamos juntos en la sala de espera de muchos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos y perdonamos nuestras faltas... hijos, ahora se ha ido y estoy contento, ¿saben por que?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso, y le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera..."

Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló:

- "Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día". Esa noche entendí lo que es el verdadero amor. Dista mucho del romanticismo y no tiene que ver con el erotismo. Más bien es una comunión de corazones que es posible porque somos imagen de Dios. Es una alianza que va mucho mas allá de los sentidos y es capaz de sufrir y negarse cualquier cosa por el otro."

Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle. Ese tipo de amor les superaba en grande. Pero, aunque no tuviesen la valentía de aceptarlo de inmediato, podían presentir que estaban ante el amor verdadero. El maestro les había dado la lección mas importante de sus vidas.


21. PARA HOMBRES

JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 04/10/06.- Lo que más hacía sufrir a las mujeres en la Galilea de los años treinta era su sometimiento total al varón dentro de la familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar en cualquier momento abandonándolas a su suerte. Este derecho se basaba, según la tradición judía, nada menos que en la Ley de Dios.

Los maestros discutían sobre los motivos que podían justificar la decisión del esposo. Según los seguidores de Shammai, sólo se podía repudiar a la mujer en caso de adulterio; según Hillel, bastaba que la mujer hiciera cualquier cosa «desagradable» a los ojos de su marido. Mientras los doctos varones discutían, las mujeres no podían alzar su voz para defender sus derechos.

En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: «¿Puede el hombre repudiar a su esposa?» Su respuesta desconcertó a todos. Las mujeres no se lo podían creer. Según Jesús, si el repudio está en la Ley, es por la «dureza de corazón» de los varones y su mentalidad machista, pero el proyecto original de Dios no fue un matrimonio «patriarcal» dominado por el varón.

Dios creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola carne». Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total. De ahí el grito de Jesús: «lo que ha unido Dios, que no lo separe el varón», con su actitud machista.

Dios quiere una vida más digna, segura y estable para esas esposas sometidas y maltratadas por el varón en los hogares de Galilea. No puede bendecir una estructura que genere superioridad del varón y sometimiento de la mujer. Después de Jesús, ningún cristiano podrá legitimar con la Biblia o el Evangelio nada que promueva discriminación, exclusión o sumisión de la mujer.

En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida exclusivamente a los varones para que renuncien a su «dureza de corazón» y promuevan unas relaciones más justas e igualitarias entre varón y mujer. ¿Dónde se escucha hoy este mensaje?, ¿cuándo llama la Iglesia a los varones a esta conversión?, ¿qué estamos haciendo los seguidores de Jesús para revisar y cambiar comportamientos, hábitos, costumbres y leyes que van claramente en contra de la voluntad original de Dios al crear al varón y a la mujer? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).