27 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
16-27

 

16. MATAR AL MENSAJERO

Como podéis observar, cuando Jesús quería analizar las conductas humanas y su entrega a la construcción del Reino, volvía siempre a la imagen de «la viña». Hace dos semanas nos recalcaba que el viñador llama a todas las edades, en todos los momentos de la historia. El domingo pasado pintaba dos «tipos» de trabajadores: uno, el trabajador de «apariencia»; otro, el trabajador de «verdad», aunque con pinta de rebelde.

La parábola de hoy da un paso más. No sólo denuncia la vagancia, el pasotismo o la picaresca que pueden surgir entre los trabajadores de la viña. Sino algo peor: «la avaricia que rompe el saco» y lleva a la violencia, el desenfoque que pueden hacernos creer que somos «dueños», cuando sólo somos «administradores»; el olvido de que hemos sido llamados por «pura gracia» y que, por lo tanto, «somos siervos inútiles», a los que, simplemente, se nos brinda la oportunidad de «hacer lo que tenemos que hacer». Sí; la parábola de hoy nos previene contra el peligro que tenemos de «matar al mensajero» y utilizar la fuerza para alcanzar el fin "porque me llamo león". ¿Es posible esto? Increíble y demencialmente, es así. Leedme, por favor, muy despacio, el «cantar de la viña», de Isaías, en la misma liturgia de hoy: «Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la limpió de piedras y plantó buenas cepas...». Leedlo, sí. Luego escribid con cuidado, una sobre otra dos frases. Una, de Jesús: «¡Jerusalén, que matas a los que a ti son enviados! ¡Cuántas veces quise cobijarte como una gallina a sus polluelos; y tú no has querido!» Y otra, de los dirigentes de Jerusalén, refiriéndose a Jesús: «Es necesario que uno muera por todos». Una vez así colocadas, veréis que sólo riman en «disonante», en muy disonante.

--¡Pero eso es una historia pasada!--me diréis.

--Pasada, presente y, mucho me temo que «futura».

Porque... seguimos «matando al mensajero», amigos. O matamos su «mensaje», que es lo mismo. O lo silenciamos. O lo tergiversamos y apañamos a nuestra conveniencia, que es peor.

¿No tenéis la impresión de que, más de una vez, con palabras del evangelio, con frases pronunciadas por Jesús, hemos defendido posturas, acciones y situaciones que en nada estaban acordes con el «espíritu de Jesús»? ¿No creéis que muchas guerras y guerrillas, a las que hemos apellidado «religiosas» y «santas», eran, antes de nada, eso: guerras, modos más o menos camuflados de matar, posturas humanas muy alejadas de la esencia del evangelio; muy «poco santas», por lo tanto?

En cuanto al mensaje «pleno» del evangelio, ¿no opináis que, según convenía, hemos «arrimado el ascua a nuestra sardina» muchas veces y hemos hecho que pareciera «predicar a Cristo, y éste crucificado», lo que quizá sólo eran «palabras de humana sabiduría»?

¿No es verdad, igualmente, que hemos subrayado, con fuerza, páginas indiscutibles de Jesús, «porciones» de su evangelio, mientras hemos «silenciado» otros lados también indiscutibles? ¿Qué diría Pablo, aquel Pablo que se cuestionaba a cada paso: «¡Ay de mí si no evangelizo!» O, ¿qué diría aquel Jeremías que, angustiado entre dos extremos --o «abandonar al Dios que le seducía, sí, pero que le llevaba al sufrimiento» o «seguirle decididamente»--, al fin, se entregaba y decía: «Pero la Palabra era fuego ardiendo en mis entrañas, intentaba contenerla, y no podía» Sí ¿Qué nos diría?

Creo, amigos, que hay muchas maneras de «matar al mensajero».

ELVIRA-1.Págs. 85 s.


17.

Frase evangélica: «Se dará el reino a un pueblo que produzca frutos»

Tema de predicación: LA USURPACIÓN INDEBIDA

1. La «viña» es un terreno que exige un trabajo personal para que dé frutos. Pero en la viña no todo es valioso, ya que hay sarmientos estériles que se queman. Para extraer el fruto de la vid es necesaria la poda de las cepas, la vendimia de los racimos y el prensado de los granos de uva; entonces el mosto podrá transformarse en vino. Recordemos que hay en la Biblia cuatro textos importantes sobre el tema de la viña: la viña estéril (Is 6,1-7), la cepa inútil (Ez 15,1-8), el rescate de la viña (Salmo 78) y Cristo como vid (Jn 5,1-8).

2. La «viña» de la parábola es el reino, cuyo propietario es Dios. Los «labradores» son aquellos que se creen amos de la parcela. Los «criados» o sirvientes son los profetas, militantes y testigos cristianos. El «hijo» es Cristo. El «castigo» es la repulsa de lo demoníaco de este mundo. El otro «pueblo» es la Iglesia del Tercer Mundo y el pueblo de los pobres.

3. En definitiva, todos somos llamados a cultivar la viña del Señor, a acrecentar el reino. Pero unos son excluidos o se excluyen a sí mismos. En cambio, otros son bienvenidos. Lo importante es que la viña produzca frutos de justicia.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Trabajamos en la viña del Señor en beneficio del reino de justicia o en nuestro propio provecho?

¿Cómo nos comportamos con los que trabajan en la viña?

¿Nos creemos los dueños de ella?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 156 s.


18.

SIN DESPRENDIMIENTO NO HAY LIBERTAD,
SIN GENEROSIDAD NO HAY FELICIDAD

El fragmento que vamos a comentar es un lugar paralelo de otro del libro de Isaías. Se llama lugar paralelo a aquel fragmento del Nuevo Testamento que con una intención determinada el autor toma frases, párrafos del Antiguo Testamento para avalar o reforzar su tesis.

En este caso se refiere a las relaciones de Dios con el pueblo de Israel y cómo se abre a una salvación universal.

Dios elige a un pueblo, camina con él a lo largo de la historia y lo va educando, preparando, hasta el punto de que sea capaz de dar a luz a su Hijo y vivir con él la salvación; pero ese pueblo no responde.

La macro/historia de la Salvación tenemos que hacerla nuestra, vivirla desde la micro/historia personal de cada cual. Los textos de la Sagrada Escritura han de ser «emigrados» a nuestra realidad personal y particular. Todas y cada una de las páginas de la Biblia se escribieron para cada uno de nosotros en concreto y en particular.

En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje».

Yo diría que a cada uno de nosotros nos soñó el Señor, como cualquier padre sueña con su futuro hijo, nos pensó y nos creó, nos dio el ser. Nos dio una vida y espera que respondamos a sus expectativas dando frutos en el momento oportuno.

Desde la fe confieso que nuestro nacimiento no fue fruto del azar sino de la providencia; de entre los muchos seres distintos que hubieran podido nacer en nuestro lugar el Señor nos eligió. Venimos a este mundo con unos talentos, unos dones, virtudes o carismas y el que nos los dio no nos deja solos con ellos, sino que, caminando a nuestro lado, va trabajándonos, educándonos, cuidándonos, ayudándonos a madurar.

"Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a unos, mataron a otros, y a otros los apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: "Éste es el heredero: Venid, lo matamos y nos quedamos con la herencia". Y agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron».

El Señor espera nuestra respuesta, que paguemos y con creces según lo que recibimos.

Imaginaros por un momento que al salir de la iglesia, en la puerta, como un pobre más, estuviera Dios pidiendo limosna. ¿Qué le daríamos? Él no quiere dinero, ni ropa, ni zapatos, no le hacen falta. Repito: ¿Qué le daríamos?. . .; pues según cómo y cuánto demos entraremos o no en su Reino.

Uno vive armónicamente, consigue un concierto de vida y alcanza la felicidad y la salvación cuando, después de luchar y trabajar por hacer rendir los talentos con que vino a este mundo, sabe desprenderse de cuanto atesoró pan poder crecer y ayudar a crecer a los demás.

El juego está claro: uno desde lo que es crece, se enriquece, y se diferencia del resto; una vez conseguido esto, o en vías de conseguirlo, se desprende para igualarse con los otros enriqueciéndolos y potenciándolos. Ésta es la pobreza evangélica que enriquece al pobre. Ésta es la clave de la felicidad humana, la que hace del hombre un ser divino. Pero por miopía, por miedo no ve más allá, al hombre le cuesta desprenderse de cuanto tiene por herencia o esfuerzo. Los bienes le dan confort y seguridad, pero también aislamiento y acaban por ahogarle: o rompes con ellos y te desprendes poniéndolos a tu servicio y al de los que te rodean o acaban contigo ahogándote. (Imaginaros ¿Qué le pasaría a un polluelo que enamorado de su casita, de su cómodo y seguro cascarón, decidiera no romperlo?: Moriría. Lo mismo nos pasa a los hombres; nos. quedamos y apropiamos de los medios, confundiéndolos por los fines).

«Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».

Como nada se improvisa en la vida del hombre y todo cuanto somos es fruto de nuestros talentos, (nacimiento, esfuerzo propio y educación), para entrar en el reino de Dios es imprescindible ejercitarse en la generosidad, en el dar desproporcionadamente y sin esperar recompensa y sólo por agradecimiento.

Se nos impone saber renunciar como necesidad de primer orden para vivir en plenitud, realización o santidad, porque quien no renuncia pasa de ser señor a ser servidor, cuando no esclavo de sus bienes. Todo el ahínco que ponemos en conservar lo que poseemos legítima y honradamente, se vuelve en nuestra contra; no tenemos suficientes manos para atrapar y conservar todo lo que se nos presenta y deseamos. A falta de manos echamos nuestro tiempo y acabamos atrapados; sin tiempo para nosotros mismos y sin posibilidades de cambio o movimiento.

Por el desprendimiento interior y exterior el hombre puede gozar de todo sin poseer nada. (Cuando paseas por el monte y miras una pinada ves pinos; el dueño calcula las toneladas de madera. Uno goza de los pinos, el otro de la materia. Por la ganancia se pierde la estética. Se deja la ética de la estética para entrar en la ética del negocio. ¡Una pena!).

«Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Queda claro que para la felicidad, salvación, es del todo imprescindible una mínima disciplina que te prepare al desprendimiento y que posibilite la solidaridad. Disciplina porque la vida es en sí misma dificultosa y tratar de evitar todo sufrimiento es como echar a andar por el camino fácil del atajo, es querer los frutos evitando el esfuerzo. Se espera de nosotros que demos frutos y que los demos en el momento oportuno, cuando los demás los necesiten. Se espera de nosotros que demos en la medida en que hemos recibido, cada cual según su riqueza o pobreza.

No se trata de que seamos los mejores hombres del mundo, sino los mejores de nosotros mismos y eso se consigue a golpes de desprendimiento.

Los cristianos sabemos que se espera de nosotros frutos de Evangelio. Sabemos también que pecar pecamos setenta veces siete todos los días, pero lo que no podemos consentir es vivir en una paradoja constante y por sistema; eso sería una paranoia. Cuando un cristiano vive en la paradoja de matar a Cristo y lo entierra en su corazón lejos de su cartera, vive una religión de boca hacia fuera. Es como los que matan al hijo y se quedan con la herencia.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 114-117


19.

Nexo entre las lecturas

Las lecturas de este domingo nos presentan la imagen de la viña. Una viña que simboliza a Israel, una viña que es amada y cuidada por Dios, pero que, lamentablemente, no produce los frutos que se esperaban de ella. Dios espera frutos de la viña que Él ha cultivado con amor: éste es el tema que nos sirve de reflexión en este domingo. La primera lectura nos muestra el poema del amigo y de su viña. Con palabras llenas de solicitud, el poema nos presenta al dueño de la viña que se prodiga en cuidados por ella, cava en torno a ella, monta una torre, quita las piedras, planta buenas vides y cava un lagar. Este hombre ama su viña y espera de ella que dé buenas uvas, en cambio, recibe uvas silvestres, agrazones, es decir uvas que nunca maduran. El hombre se lamenta con razón y se pregunta con ánimo quebrantado: ¿qué más podía haber hecho yo por mi viña que no hice? Nada, ciertamente. Había puesto en acción cuantos medios se conocían en la época para cultivar una vid excelente (1L). En el evangelio se recoge nuevamente el tema de la vid en una especie de alegoría: el dueño de la vid la arrienda a unos trabajadores y se marcha. Envía, después de algún tiempo, sus embajadores para recoger los frutos, pero los viñadores maltratan a los enviados y, cuando ven al hijo, conciben la idea de matarlo. Nuevamente el amo de la viña no es correspondido a la solicitud mostrada por la viña. Los arrendadores no producen los frutos que se esperaban de ellos. En ambos casos el tema de los frutos que Dios espera de Israel y de los hombres se subraya de modo especial: el hombre ha recibido mucho de Dios y debe ofrecer frutos de vida eterna, de santidad verdadera, de caridad sincera (Ev). Por su parte, Pablo en la carta a los filipenses continúa su exposición y los exhorta a tener en cuenta todo lo que es verdadero, noble, justo y los invita a poner por obra buenas obras (2L).


Mensaje doctrinal

1. Dios ama y cuida a su viña. El poema de la viña es uno de los pasajes más sorprendentes del profeta Isaías. En él resalta, sin duda, el lenguaje poético y el revestimiento literario. El profeta hace comprender al pueblo de Israel que Dios ha cuidado de él, lo ha tratado con especial amor, se ha preocupado de su crecimiento y, sin embargo, el pueblo no ha correspondido a tal amor. Israel no ha sido fiel a su amor. La pregunta que se hace el dueño de la viña adquiere tonos desgarradores: ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? En verdad, parece que nos adentramos en el corazón mismo de Dios que ama a Israel. ¿En qué ha faltado Dios a su amor? ¿Se ha alejado de su pueblo? ¿Lo ha abandonado en tiempo de dificultad? ¿No es verdad que, a pesar de las pruebas por las que ha pasado Israel, ha estado Yahveh siempre cerca de él? En verdad, Dios es fiel a sus promesas y nunca ha dejado a un justo defraudado.

2. La viña sorprendentemente no da buenos frutos. Esta viña, a pesar del cuidado sabio del viñador, que es el Señor de los ejércitos, no prospera, no da fruto, no da uvas dulces; da uvas inmaduras y silvestres. Se trata ciertamente de una alegoría, pues en verdad, no se puede culpar a una viña de no querer producir frutos. Sin embargo, los oyentes del profeta comprenden que la viña representa a Israel y que el viñador no es otro que el mismo Yahveh. A pesar, de que Israel ha sido cuidado como un hijo, a pesar de que ha sido liberado, a pesar de que el Señor lo ha elegido como el pueblo de su propiedad, Israel no produce frutos de salvación. Es sorprendente ver la tristeza profunda del viñador y, a la vez, su firmeza ante la viña improductiva. Él vendrá y la devastará, la dejará desolada.

En la parábola del evangelio los culpables de la falta de frutos son los labradores que reciben la viña en arriendo. Son gente sin escrúpulos, gente que no sirven a la viña, sino se sirven de ella para su propio provecho. No piensan cómo acrecentar la viña y ofrecer al dueño el fruto merecido, sino que su intento es arrebatar la viña a su dueño. En su corazón no está el amor por la viña, ni el amor por el dueño de la viña, sino el amor a sí mismos. Su interés es aprovecharse lo mejor posible de aquella viña, por eso, al ver venir a los embajadores que requieren los frutos, se molestan, los golpean, los matan. Cualquier cosa que se interponga a su bienestar y al mejor usufructo de la viña en su favor, debe ser eliminado. Estos hombres, cuando ven venir al hijo, es decir, cuando tienen la oportunidad de reconciliarse con el Padre, de ofrecer frutos, de respetar el derecho, traman el crimen más cruel, suprimir al hijo para quedarse con la herencia y la propiedad. En verdad aquellos viñadores, no eran sólo ladrones, sino homicidas. Eran gente sin alma y corazón. Las palabras finales de la parábolas son dramáticas: el dueño de la viña acabará con aquellos arrendatarios y ofrecerá su viña a otros arrendatarios que produzcan frutos.

El poema de Isaías y la parábola de Jesús ponen de relieve la importancia de producir frutos. En el primer caso, es la viña que no ha producido lo que se esperaba de ella. En el segundo caso, son los viñadores homicidas que no entregan los frutos debidos al dueño. El tema espiritual es importante: Dios ofrece al hombre múltiples dones: la vida, la fe, la vocación profesional, familia, religiosa, sacerdotal... y el Señor espera por parte del hombre una respuesta, espera unos frutos de santidad, espera que este hombre se transforme interiormente y dé frutos apostólicos para el bien de sus hermanos. Tema profundo que requiere reflexión y examen de la propia vida.

3. El cristiano debe dar buenos frutos. El cristiano es una persona injertada en Cristo por el bautismo, por ello, debe dar frutos de vida eterna. Así como el Padre ha enviado al mundo a Cristo a cumplir la misión redentora, así Cristo envía a los cristianos, especialmente a los apóstoles, a cumplir una misión. No siempre los frutos del cristiano serán manifiestos o inmediatos, pero no cabe dudar que el alma que permanece unida a Cristo, como el sarmiento permanece unido a la vid, producirá frutos a su tiempo. El Señor nos ha enviado para que produzcamos frutos y que nuestros frutos perduren. En esto Dios es glorificado en que demos fruto. Veamos, pues, que nuestro deber no es pequeño en la historia de la salvación. Tenemos asegurada la ayuda y el poder de Dios y, por lo tanto, no cabe dudar que, si somos fieles y permanecemos unidos a la vid, que es Cristo, esos frutos llegarán. Cultivemos con cuidado nuestra viña, sepamos acoger las lluvias tempranas, para que a su tiempo demos frutos para Dios.


Sugerencias pastorales

1. Tener conciencia de los dones de Dios y de la premura del tiempo. Este domingo nos invita a hacer una reflexión sobre el tiempo y sobre los dones que Dios nos ha concedido en la vida. A veces advertimos que el tiempo de nuestra vida va pasando y, cuando queremos contabilizar los frutos que hemos dado para el bien del mundo, de la Iglesia y de las almas, nos encontramos con resultados muy exiguos. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad los talentos recibidos? ¿O hemos vivido como una viña distraída sin darse cuenta que su misión era producir uvas dulces? ¿O hemos vivido como los viñadores que pensaron más en sí mismos que en el amor del dueño de la viña? El tiempo sigue pasando, pero mientras hay vida, hay esperanza de conversión, de transformación. ¡Cuántas son las personas que al encontrarse con Madre Teresa y ser llevadas a su casa en Calcuta, descubrieron en aquellos pobres moribundos que ellos podían y tenían que hacer algo con sus vidas. No esperemos a mañana para hacer este descubrimiento. Veamos que Dios espera mucho de nosotros. Somos su viña, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando producimos mucho fruto.

2. Los frutos están en relación con la docilidad a la acción de Dios. Ahora bien, para dar fruto es preciso ser dócil al plan de Dios. Cada uno tiene su propia vocación y ha sido colocado en un lugar preciso de la Iglesia. Cada uno, pues, tiene una misión personal e intransferible. No la podemos desempeñar de cualquier modo o según nuestros caprichos. El éxito de la fecundidad espiritual radica en la obediencia al Plan de Dios, como lo vemos en la vida de los santos. El secreto radica en la identificación con Cristo obediente que sufre y ofrece su vida en rescate por la salvación de los hombres. La fecundidad espiritual pasa siempre por la cruz y el dolor. Quien quiera ser fecundo huyendo de esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará amargamente desilusionado. "Sin efusión de sangre no hay redención".

P. Octavio Ortiz


20. COMENTARIO 1

PIEDRA ANGULAR
"Ni sacerdote, ni revolucionario político, ni monje asceta, ni moralista piadoso, sino provocador en todos los sentidos". Así define Hans Küng a Jesús de Nazaret. Para más datos, Jesús era seglar, soltero (cosa rara para un maestro de la época) e iniciador de un movimiento de laicos.

"Ni sacerdote". Más aún, opuesto radicalmente a la casta sacerdotal, cumbre del sistema religioso judío. Los sumos sacerdotes, rodeados de gran dignidad y de una situación económica confortable habían hecho del templo una buena fuente de ingresos, un centro importante de comercio hasta el punto de convertirlo, según Jesús, que en esto pensaba como el profeta Jeremías- en una cueva de bandidos: fuente de seguridad para una vida lejana de Dios y del prójimo. Con aquellos jerarcas no comulgó Jesús y por su actitud provocativa, contraria, clara y definida, ellos "andaban buscando la manera de darle muerte, prendiéndolo a traición". Un discípulo de Jesús, Judas Iscariote, amante como ellos del dinero, les sirvió en bandeja la ocasión.

"Ni moralista piadoso". El "provocador" Jesús inquietó también a los seglares piadosos y cultos de la época: fariseos y letrados, en cuyas filas no militó. A pesar de la impresión de conservadurismo a ultranza que de ellos nos da el Evangelio, los fariseos eran los progresistas de la religión. Su más sincero deseo consistía en que el pueblo sencillo militara entre sus filas o asociaciones seglares. Para ello trataban de reducir al mínimo las obligaciones de la Torá o Ley de Dios, creando un complicado sistema de observaciones y leyes humanas que anulaban la ley divina. Terminaron así separándose del pueblo y separando al pueblo de Dios. De ahí que se llamasen fariseos, esto es, separatistas (del arameo "perishayya": separado). Jesús desenmascaró su sistema teológico. Ellos, profesores de teología y de derecho canónico, no se lo perdonaron; aliados con los sumos sacerdotes lo condenaron unánimemente a muerte ignominiosa.

"Ni zelota". Jesús, soñador e ilusionado, anunciaba un mundo de hermanos, donde el pueblo fuera protagonista. Para realizarlo no militó entre las filas de los zelotas, partido de motivación religiosa (confesaban a Dios como único rey) y de vocación revolucionaria, pues pretendía arrojar del país por la fuerza de las armas al poder imperialista romano. Los zelotas se oponían al censo y al tributo romano, hecho que les granjeó la simpatía de los campesinos y pequeños propietarios. Tenían un programa de redistribución de la propiedad; por eso, al comenzar la guerra judía destruyeron los registros de los prestamistas para liberar a los pobres del yugo de los ricos. Jesús no consideró, en sus circunstancias históricas, que este fuera el camino para instaurar el reinado de Dios. Predicó la no violencia y el amor a los enemigos, como cimiento utópico de un nuevo orden internacional. Con sú pacifismo, decepcionó a los zelotas y con ellos al pueblo, que unido a los sacerdotes y fariseos, confirmó su sentencia de muerte.

"Ni monje". Ante el fracaso evidente del Evangelio, Jesús no pensó en refugiarse en un convento, como evasión, al estilo de los esenios de Qumrán, ni fundó ninguna orden con regla monástica, votos, prescripciones ascéticas, vestimenta especial y tradiciones. Jesús permaneció hasta la muerte con los pies bien puestos en el suelo, claramente definido en torno a dos polos: Dios y el pueblo de quien formaba parte y a quien quería liberar de todos sus opresores.

Tras la muerte, Dios confirmó su misión resucitándolo. Así lo creemos. "La piedra (Jesús) que los arquitectos" del sistema judío "rechazaron es ahora" para nosotros "piedra angular", piedra que corona la cima del edificio, clave de bóveda que da cohesión y fuerza a las relaciones del hombre con Dios y de los hombres entre si. No tenemos más remedio que afirmar con el salmo que "ha sido un milagro patente".


21. COMENTARIO 2

EL FIN DE LA IGLESIA
¿Cuál es el fin de la Iglesia? ¿Para qué está en el mundo la comunidad cristiana? ¿Cuál debe ser la preocupación principal de los miembros de la misma? He aquí algunas preguntas que, por no haber sido resueltas acertadamente, han provocado algunos de los mayores errores de la historia de la Iglesia.

LA VIÑA
De nuevo, como el domingo pasado, Jesús utiliza la imagen de la viña para referirse al pueblo de Dios, al reino de Dios. La imagen era clásica en la literatura del Antiguo Testamento (Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 15,1-8; Os 10,1-8; Sal 80,9-19). De hecho, las palabras con las que comienza la parábola pertenecen a un hermoso poema del profeta Isaías: "... plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la torre del guarda..." (Is 5,1-2). En aquel poema el profeta reflejaba la desilusión de Dios, que después de haber cuidado con todo cariño a su viña -su pueblo: "la viña del Señor de los Ejércitos es la casa de Israel" (5,7)-, cuando llegó la hora de la vendimia aquélla sólo produjo uvas amargas: "Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos" (5,7).
Jesús aplica aquel poema a la situación en la que vive. Y mediante la parábola que estamos comentando denuncia que Dios sigue desilusionado porque tampoco ahora puede disfrutar de los frutos de su viña. Pero en esta ocasión Jesús señala además quiénes son los responsables de la situación: los labradores a los que el dueño arrendó la viña, que representan a los dirigentes del pueblo de Israel. Su misión era trabajar para que Israel diera el fruto que corresponde al pueblo de Dios: la justicia y el derecho, el amor a Dios y el amor al prójimo, pero...

LOS LABRADORES
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, el dueño de la viña envió por dos veces a sus criados a recoger la renta; pero las dos veces los labradores no sólo no se la dieron, sino que los apalearon, los mataron y los apedrearon.
En el poema de Isaías la reacción del dueño de la viña es terrible: "Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella" (5,5-6). Pero Isaías no conocía del todo al dueño de aquella viña, no conocía al Dios/Padre de Jesús. Según la parábola, el dueño de la viña da una tercera oportunidad a aquellos labradores. Y les envía su hijo para ver si, al menos a él, le hacen caso: "Por último les envió a su hijo, diciéndose: A mi hijo lo respetarán". Y es entonces cuando la intención de aquellos labradores se deja ver con toda claridad: "Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: Este es el heredero: venga, lo matamos y nos quedamos con su herencia". Ellos querían ocupar el lugar del dueño de la viña, pretendían quedarse con la herencia. Y echan de la viña al heredero. Y la renta que le dan es la muerte. "Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos" (Is 5,7).
La acusación es terrible: son ellos, los dirigentes religiosos del pueblo, los que han impedido conscientemente que el proyecto de Dios -un pueblo organizado sobre los pilares de la justicia y el derecho- se hiciera realidad en Israel. Son ellos los que han impedido que el pueblo sea de verdad el reino de Dios, porque han querido ser ellos los reyes.
Y, ahora sí, Dios, el dueño de la viña, pronuncia su sentencia definitiva: "... se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos".

OTRO PUEBLO
Dios no va a destruir a su pueblo, como parecía anunciar Isaías. Pero va a ofrecer a otro pueblo la posibilidad de realizar su proyecto, el reino de Dios.
De ese pueblo, que estará formado por todos los que den su adhesión a Jesús Mesías y se pongan de su parte, se espera lo que se esperó del antiguo: que dé el fruto debido a su tiempo.
Ese pueblo somos nosotros. Y el fruto que el Padre espera es todo aquello que contribuye a ir transformando este mundo hasta convertirlo en un mundo de hermanos: la justicia, la libertad y la liberación de los hombres y de los pueblos, la igualdad, la paz, la vida, el amor y la fraternidad...
Ese pueblo es la Iglesia, la comunidad cristiana. Y cuando pensamos en ella, eso es lo que nos debe preocupar: no su prestigio humano, ni sus éxitos políticos, ni sus privilegios en la sociedad civil. Sólo debe preocuparnos de verdad si el fruto que estamos dando es el que el Padre espera: ser para los hombres el lugar en el que ellos puedan vivir como hijos de Dios y hermanos de sus hermanos. Sin convertir jamás a la Iglesia en fin en sí misma. Eso sería volver a traicionar al dueño de la viña.


23. COMENTARIO 3

La figura de una viña es la imagen más utilizada en esta liturgia dominical y tiene como finalidad poner de manifiesto la respuesta que Dios exige a su pueblo y a su comunidad. En la primera lectura y en el salmo interleccional, Dios mismo es el propietario y viñador de su pueblo. En este último texto que pertenece a las súplicas comunitarias se contraponen la gloriosa acción de Dios realizada en el pasado, con la triste condición presente de Israel, su viña, sometida al expolio de hombres extraños y de bestias. Esta ruinosa condición de la viña es atribuida por la primera lectura a la infidelidad de la misma viña, a su despreocupación culpable y a su negativa de producir frutos de justicia.
El evangelio pone también en el centro de atención la necesidad de fructificación, pero podemos constatar un ligero desplazamiento respecto a los textos anteriores. El lugar principal no es ocupado ya por la relación entre propietario viña sino por la relación entre aquél y sus arrendatarios.
La posesión del propietario es fuertemente marcada desde el comienzo. Tomando imágenes de Is 5,1 se habla de su acción en favor en de la viña, y mientras está en el extranjero sigue interesado por los frutos "que le correspondían" (v. 34).
Los arrendatarios repetidamente se resisten a aceptar los derechos del poseedor. Sus acciones se describen en términos de usurpación creciente en la que emplean violencia y agresividad creciente sobre los encargados de "percibir" los frutos para su natural propietario.
Esta violencia creciente se describe en tres etapas. Las dos primeras son semejantes y consisten en maltratar a los enviados según un orden creciente de "apalearon, mataron, apedrearon…". El aumento de culpabilidad aparece en que la segunda vez los criados son más numerosos: "más que la primera vez" (v. 36).
De esta manera, Jesús presenta un balance de la historia del Israel obcecado frente al mensaje divino. La dirigencia del pueblo se ha resistido repetidamente y de modo creciente a "dar los frutos" a Aquel a quien correspondían. Su actitud ha sido la de una apropiación indebida para la cual no ha excluido el uso de la violencia ejercida repetidamente sobre los profetas y enviados divinos.
Desde el v. 37 se presenta la acción definitoria y última. Se trata de que los viñadores, "por último", reconozcan al verdadero poseedor. Para ello recurre a su hijo y paulatinamente se dan los elementos para reconocer las reacciones de los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo o fariseos (v. 45) frente la misión histórica de Jesús, enviado del Padre.
Primeramente se presenta de forma parabólica la actitud de los viñadores. Quieren hacer definitiva su usurpación de la viña por medio del asesinato y el texto consigna lo que están planeando (v. 38) y seguidamente la concreción de sus planes: "lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron" (v. 39). Simbólicamente se describe de este modo, la prisión de Jesús, su exclusión del pueblo y su muerte.
En la continuación, aún en el plano simbólico, los interlocutores de Jesús, pertenecientes a la dirigencia de Israel, deben sacar las consecuencias de la actuación de los viñadores. Ellos pronuncian una valoración ética sobre ellos calificándolos de "malvados" (v. 41) y pronuncian la doble sentencia merecida por esa actuación: los "hará morir de mala muerte" y "arrendará su viña a otros" (v. 41).
Sigue la explicitación en el plano de real de la enseñanza parabólica. Para esta explicitación se retoma la doble sentencia anterior y se profundiza el sentido de la misión de Jesús con ayuda de la referencia al Sal 118,22-23.
Retomando la sentencia, se identifica a los viñadores con los jefes del pueblo. El "ustedes" del v. 43 indica que la dirigencia israelita, rechazando a Jesús, ha perdido su última oportunidad de dar a Dios lo que correspondía y, de esa forma, ha arrastrado a todo el pueblo en su infidelidad como aparecerá claramente en el juicio ante Pilatos (cf Mt 27, 20-25). La segunda parte de la sentencia anuncia la transferencia de la viña que no se hará a "otros dirigentes" sino a un nuevo "pueblo que produzca frutos" (v. 43).
Con la cita del salmo, se pone en relación la muerte del hijo con la piedra descartada. Releyendo el salmo a la luz de la resurrección la comunidad cristiana descubre en el destino de Jesús la fidelidad de Dios a su plan de salvación a pesar de la infidelidad del pueblo.
Y esto mismo es lo que exige Pablo a los integrantes de la comunidad de Filipos. A los filipenses, profundamente queridos, les dirige la exhortación de volver sus ojos sobre todos los valores positivos del mensaje cristiano que él les ha propuesto. Y esta consideración es un preámbulo a la concreción de esos valores en la propia vida. "Ténganlo por suyo" (v. 8) y "llévenlo a la práctica" (v. 9) aparecen como los elementos decisivos de los que depende la presencia del Dios de la paz en la comunidad.

Viña en la primera lectura y viña en la tercera. En la primera, la base parece ser un canto popular de amor, que es utilizado por el profeta para referirse a las relaciones de Dios con el pueblo. Una relación de amor, de atención, de cuidado, del agricultor con su viña, y una respuesta negativa de la viña. "La viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel": el profeta incorpora la "moraleja" al texto. Lo que el Señor espera de su viña es "derecho" y "justicia". El texto puede aplicarse fácilmente a la relación -individual, colectiva- que con Dios tenemos todos los que vivimos "en la viña del Señor".
Por su parte el evangelio ya lee la imagen de la viña del Señor desde el acontecimiento de Jesús, y lo reelabora con la vista puesta en el rechazo a Jesús por parte de las autoridades del pueblo. La intención del texto es polémica y apologética, en función de las preocupaciones de la comunidad cristiana en el momento en que se redacta. Esa perspectiva polémica y apologética a nosotros nos es ajena, y hasta abstrusa. Para efectos "parenéticos" (exhortativos), u homiléticos, puede ser mejor centrarse fundamentalmente en la primera lectura. En todo caso, hay que tener cuidado en la forma de hablar del pueblo judío al comentar la parábola: ni adjudicar al "pueblo de Israel" el asesinato de Jesús, ni hablar de la "viña de Israel" como no hubiera ninguna distancia con el país que hoy así se llama.
Para la revisión de vida
La canción de la viña es un "canto de amor", un pequeño relato poético sobre las relaciones de amor de Dios con su pueblo. Puedo aplicármelo a mí mismo. He recibido los cuidados amorosos del divino agricultor, y éste espera ansiosamente mis frutos. ¿Qué clase de frutos son?
¿Pienso alguna vez en mis relaciones con Dios como relaciones de amor, aventura de amor entre yo y Dios?

Para la reunión de grupo
- Lo que se esperó de la viña -dice la explicación de la canción de la viña incluida en el texto- fue "derecho y justicia". Es un binomio (¿o un pleonasmo?) muy conocido bíblicamente, y muy utilizado por los profetas concretamente. Hacer un recorrido rápido, de memoria, por otros textos bíblicos del Antiguo Testamento que entre todos recordemos, que evocan también "justicia y derecho".
- Algunos preferirían "amor y piedad" a "justicia y derecho", o al menos dirían que hay que entender que el amor y la piedad es la primera respuesta que Dios pide de nosotros, mientras que el derecho y la justicia son simplemente una consecuencia, y que así hay que entender (corrigiendo) el texto del profeta, que simplemente ha dado por supuesto lo primero y se ha referido a lo segundo. ¿Estamos de acuerdo? ¿Por qué?
- "Estén atentos a todo lo que vean de verdadero, de noble, de justo, de limpio… y pónganlo en práctica" (Fil 4, 8-9). ¿Se puede decir que las fuentes de la moral cristiana son amplias, que el cristiano puede encontrar luz por muchas partes… o hay que mantener que nuestra ética y nuestra moral están exclusivamente fijadas en el Evangelio y en la doctrina de la Iglesia…?

Para la oración de los fieles
- Por todo el Pueblo de Dios, para que sea viña agradecida que dé los frutos de "justicia y derecho" que Dios espera de nosotros. Oremos.
- Por todos los creyentes de las diferentes religiones, para que superen los fanatismos y vivan su fe como una forma de servicio a la Humanidad entera. Oremos.
- Por los pobres, los enfermos, los que están solos, los que no encuentran sentido a la vida..., para que encuentren en nosotros la ayuda eficaz que necesitan. Oremos.
- Por los dirigentes religiosos, para que vivan su mayor responsabilidad como mayor servicio a todos en general, y a sus fieles en particular. Oremos.
- Por todas las víctimas de las diferentes formas de intransigencia, para que encuentren junto a Dios la paz que no pudieron encontrar entre las personas. Oremos.
- Por cada uno de nosotros, para que hagamos realidad todos los buenos deseos que llevamos en nuestro corazón. Oremos.

Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que desde el comienzo de los tiempos nos has manifestado tu amor y que día a día cuidas de todos y cada uno de nosotros como un viñador amoroso; guía nuestros pasos para que sepamos serte agradecidos, y haz que nuestra gratitud no sea sólo de palabra, sino con obras de "derecho y justicia" en favor de todos, y especialmente de los pobres y de los "otros". Por Jesucristo.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


24. FLUVIUM 2005

El peligro del propio criterio

Ni que decir tiene que esta parábola del Señor, como todas, tiene numerosas aplicaciones para nosotros. Nos fijaremos ahora únicamente en la actitud de aquellos malos empleados del señor, dueño de la viña. Como otras veces, Jesús toma ocasión de una mala conducta para hacernos ver que espera de los hombres algo muy distinto de lo que realmente le damos. Aquellos sirvientes, a pesar de que tenían, gracias a su señor, la oportunidad de ocuparse en algo noble, desperdician esa ocasión y se comportan de un modo inicuo. Podían haber ennoblecido su vida, dedicados a algo valioso, a la medida de su señor; tanto más noble y enriquecedor, cuanto mayor era la grandeza del señor –que confiaba en ellos– y más superaba en categoría a los empleados. Cualquier plan del señor siempre tendría más relevancia que el más interesante de los proyectos personales de uno de los siervos; y los ideales, las ilusiones del dueño satisfechas tenían también capacidad para satisfacer con creces al más exigente de sus empleados.

"Es que no son mis ideales, no son esas mis silusiones, son los planes de mi señor, cosas sólo suyas", podría objetar con despego uno de aquellos trabajadores. En ese mismo momento de rebeldía, no sólo se opone a una indicación recibida. A quien en verdad mimusvalora al consentir en tal pensamiento es al señor, dueño de la viña y su señor. No olvidemos que ha ofrecido a algunos de sus siervos, por pura liberalidad, la enriquecedora oportunidad de ocuparse en sus propias cosas, y recibir despues su recompensa. Ha organizado las cosas muy bien, para que puedan trabajar en las mejores condiciones: plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar, edificó una torre... Muy posiblemente, de otro modo, estarían aquellos trabajadores desempleados y, como consecuencia, padeciendo necesidad. En cambio, gracias a su señor, disponen de los medios para trabajar y tienen la oportunidad de desarrollar una buena tarea, en beneficio de otros y de sí mismos.

No queramos ser nosotros como ellos, porque la parábola retrata a bastantes que no saben o no quieren descubrir como voluntad de Dios sus obligaciones familiares, profesionales, de convivencia, etc. Y quizá tampoco caen en la cuenta de que no se han autoconcedido –por ejemplo– las capacidades físicas e intelectuales de que disponen, al igual que los labradores de la parábola los instrumentos de trabajo: la viña, la torre, el lagar... Piensan, tal vez, que ese modo de comportarse, en lo que deben hacer, es únicamente cosa suya. No consideran que vivimos en el mundo "contratados" por Dios que, en su liberalidad, como los trabajadores de la viña, se ha dirigido a cada uno ocupándonos en sus cosas. Bastantes consideran, incluso, que será correcto lo que hagan si se sienten independientes, pues, con actuar con el propio criterio y sentirse a gusto sería más que suficiente. Ese personal criterio queda convertido, para los más imprudentes, en norma del buen obrar, propio y ajeno. Quizá no se dan cuenta, pero pretenden convertirse en autores del bien y del mal suplantando a Dios.

Podemos meditar, poniéndonos bajo la intercesión del Espíritu Santo, sobre cómo en nuestra vida utilizamos las muchas ocasiones que nos ha concedido Dios para servirle. Porque es precisamente esto algo que caracteriza al hombre y la raíz de nuestra dignidad, y podríamos tenerlo poco en cuenta. En efecto, habiéndonos creado personas y, por tanto, superiores a los demás seres terrenos, Dios nos hizo capaces de Él. Para desarrollar esta capacidad contamos con una serie de cualidades, los talentos –de los que habla Jesucristo en numerosas ocasiones–, que debemos utilizar según su querer, puesto que nos los concedió por amor al hombre, y para que con ellos pudiéramos corresponder a ese amor que Él nos ha tenido primero.

¡Qué gran injusticia utilizar "astutamente", sólo en provecho propio –así pensamos–, lo que nos ha otorgado para ser grandes en su presencia, amándole! En la parábola evangélica los malos servidores manifiestan el desprecio a su señor, llegando a dar muerte a varios de los siervos fieles que les envía, incluso a su propio hijo. Así ha sucedido también en nuestro mundo. No pocas veces han sido despreciados los ministros del Evangelio, y hasta han llegado a perecer por ser fieles a Cristo, hoy como ayer. De hecho, matan a Nuestro Señor –vuelven a crucificarle, diría san Pablo– cada vez que cometen un pecado mortal. Pidamos Luz del Cielo para valorar, como es debido, la gravedad de cada indiferencia a los Mandamientos, al Evangelio. ¡Que entendamos un poco más, Señor, que lo interesante de verdad es cumplir tu Voluntad, precisamente porque es Tuya.

En esto, como en todo, nuestra Madre es el punto de referencia infalible. María no tiene otra voluntad que la que en cada instante descubre de su amoroso Creador, Señor y Padres. También cada uno, como hijos, nos sabemos muy queridos por Dios y deseamos, como Ella, amarle de verdad: con la realidad de nuestra vida. Pedimos, por eso, a esta Madre buena, que nos libre de los criterios propios egoístas y nos haga admirar el parecer de Dios.


25. Fray Nelson Domingo 2 de Octubre de 2005
Temas de las lecturas: La viña del Señor * El Dios de la paz * Los viñadores perversos .

1. La Canción de la Viña

1.1 Es admirable que una misma imagen pueda servir durante tantos siglos como símbolo del pueblo de Dios. La voz de tantos profetas y predicadores, hasta llegar a Cristo mismo, no ha agotado sino enriquecido la imagen de la viña.

1.2 La clave del "éxito" de esta imagen literaria podría estar en que se relaciona con un rango amplio de experiencias humanas muy significativas: el afán unido a la esperanza; el cuidado exterior y el fruto interior; la amargura de un trabajo duro y la alegría de un vino generoso; la intervención de muchos trabajadores y el día de la cuenta ante un solo dueño.

1.3 Debajo de todo ello, hay una analogía aún más profunda: el trabajo y la cosecha, el tiempo y la eternidad, el esfuerzo humano y la bendición divina. La viña viene a ser así una imagen de la vida entera, sea que la miremos en el caso de cada uno o en la historia de los pueblos o incluso de toda la Humanidad.

2. Desilusión de Dios

2.1 Tanto en la primera lectura como en el evangelio de hoy son claras las palabras de desengaño. Hay una traza de evidente tristeza en la exclamación del profeta: "¿Qué más pude hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias?" La tristeza se vuelve denuncia en el evangelio que oímos hoy: "Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?"

2.2 Sin embargo, hay que ir más allá de la tristeza o la ira contenida. Lo esencial es la distancia entre el proyecto de Dios, que es llamado hacia la fecundidad, y el escaso y amargo fruto de la perversión humana, que termina conduciendo a la amargura y la muerte. De esa distancia o "decepción" brotan las expresiones claramente antropomórficas que hablan de un Dios "desilusionado" o "embravecido."

3. Cómo estoy cultivando mi viña

3.1 Por supuesto, el mensaje no termina en la decepción. La denuncia de los profetas, y sobre todo del Profeta por excelencia, Jesucristo, es también anuncio de que Dios tuvo --y tiene-- un plan mejor. Nuestro Dios quiere la fecundidad y la vida, y podemos expresarnos diciendo que se duele ante la esterilidad y la muerte con que hemos ensombrecido su obra, que somos nosotros mismos.

3.2 El anuncio del nuevo plan está ya en las duras palabras de Cristo a sus adversarios: "les digo a ustedes que les será quitado el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos." Hay en este lenguaje un regaño, por supuesto, pero la causa está tan clara que cualquiera puede evitarlo. Todo consiste en preguntarse qué estoy haciendo con lo que Dios ha sembrado en mí, o sea, cómo estoy cultivando mi viña.

3.3 La pregunta, sin embargo, no debe quedarse en el ámbito individual. Los papás pueden preguntarse cómo cultivan la viña de su hogar. Los pueblos pueden examinarse sobre el legado de fe y cultura que han recibido: ¿estamos dejando las cosas igual o mejor que como las recibimos? El mundo entero, en fin, puede y debe preguntar sobre el cuidado de la creación, por dar otro ejemplo: estamos acabando este planeta como si fuéramos la última generación que tiene derecho a disfrutarlo.

4. La piedra desechada y escogida

4.1 Por otra parte, el lenguaje de Cristo es una invitación a cambiar nuestra manera de apreciar las cosas. Esta parábola la dijo el Señor "a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo." ¿Por qué a ellos en particular? Evidentemente porque su ceguera les hace no sólo descuidar la viña sino adueñarse de ella, hasta el extremo de matar "al heredero," o sea, al mismo Cristo. De modo que hay una relación entre la desobediencia que arruina el destino de la viña y el deseo secreto de hacer nuestra esa viña, excluyendo a su Dueño.

4.2 Dicho de otra manera: expulsar a Dios y arruinar la creación son una y la misma cosa. Por otra parte, adueñarse de su obra y condenarnos a un destino de tinieblas son también una y la misma cosa. La parábola, pues, nos lleva a descubrir que apartarse de Dios, dañar la creación y perder la propia vida son en realidad lo mismo.

4.3 La solución por supuesto es cambiar de mentalidad. Viene aquí muy a punto la exhortación de Pablo: "aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio. Pongan por obra cuanto han aprendido y recibido de mí, todo lo que yo he dicho y me han visto hacer; y así, el Dios de la paz estará con ustedes."


26. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

"El reino de Dios les será quitado a ustedes"

La palabra de Dios se nos presenta y permanece frente a nosotros, en esta Misa, bajo la forma de una gran imagen: la viña. En la primera lectura, hemos escuchado a Isaías en el cántico acerca de la viña. En el salmo responsorial, hemos escuchado la oración de la viña:

Vuélvete, Señor de los ejércitos,

observa desde el cielo y mira:

ven a visitar tu vid,

la cepa que plantó tu mano,

el retoño que tú hiciste vigoroso.

En la proclamación del Evangelio, un giro: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. Finalmente, el Evangelio nos hizo escuchar hoy la parábola de la viña y los viñadores.

La liturgia, al elegir en las Escrituras estos pasajes que hablan de la viña y de la vid, ciertamente tuvo en cuenta la coincidencia de la estación. Sobre nuestras colinas, de un extremo al otro de la península, se realiza la alegre labor de la vendimia. Las manos rodean con cuidado la vid para separar los racimos y hacer con ellos mosto y vino. No es una realidad que pueda permanecer ajena a nosotros y dejarnos indiferentes. Le proporcionó a Dios material e imágenes para hablarnos; tomada por los profetas y por Jesús, se convirtió en palabra de Dios, en medio expresivo de los misterios del Reino: Yo soy la vid, ustedes, los sarmientos. Pero hay algo más: el vino que en estos días se recoge en las tinajas, está destinado a llegar a nuestros altares para transformarse en sangre de Cristo.

De esa forma, la liturgia corona verdaderamente el año del hombre (Sal. 74, 12), es decir, consagra su esfuerzo a fin de que vuelva a él bajo la forma de la gracia. El fruto de la vid y del trabajo del hombre, ofrecido a Dios, vuelve al hombre como bebida de salvación.

Por lo tanto, concentrémonos en la gran parábola de la viña para saber qué quiere decirnos el Señor con ella, a nosotros, los que escuchamos hoy su palabra.

Hay dos maneras de leer esta parábola de la viña: una en clave histórica o narrativa, y una en clave actual. Por cierto, la segunda nos interesa más, pero no es comprensible sin la primera.

Histórica o literalmente, la viña de la cual se habla es el pueblo hebreo. Dios eligió este pueblo, lo liberó de Egipto y lo transplantó en la tierra prometida como se transplanta una vid. Aquí lo llenó de cuidados, como hace el viñador con su viña, o mejor, como hace el esposo con su esposa. La rodeó, la defendió. Es la historia evocada con imágenes en el salmo responsorial de hoy. ¿Pero qué sucedió? La viña, en lugar de uva, produjo agrazones; más allá de la metáfora: el pueblo elegido se perdió y se hizo salvaje: en lugar de producir obras de justicia y fidelidad, se rebeló y le pagó a Dios con traiciones, desobediencias e infidelidad: Él esperó de ellos equidad, y hay efusión de sangre, comenta Isaías en la primera lectura.

En la versión de Jesús, la aplicación resulta más transparente. Son los viñadores quienes se rebelaron, no la viña; es decir, los hombres, no la tierra. ¿Qué hará Dios? Según Isaías, destruirá la viña. El salmo 79 describe este abandono de Dios que se manifestó en la caída de Jerusalén y en el exilio. Sin embargo, Jesús no habla de la destrucción de la viña. No son las promesas de Dios, vale decir su plan, lo que será cambiado, sino sus destinatarios: el Reino de Dios, la viña, queda, pero será dado a otro destinatario. Es una alusión transparente al destino del pueblo de Israel: habiendo rechazado a los profetas y matado "al Hijo", será dispersado y sustituido por otro pueblo como heredero de las promesas.

Aquel otro pueblo, al cual se le confió el reino, somos nosotros los cristianos, que constituimos la Iglesia. Ahora nosotros somos, en un sentido determinado, la viña del Señor. Aquí comienza la lectura actual de la parábola.

Para nosotros, el significado de la palabra de Dios de hoy debe ser buscado en aquella frase del Evangelio de Juan que hemos proclamado antes en el Evangelio: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto...Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca (Jn. 15, 5). La situación ha cambiado con Cristo. Dios no repudiará más la viña que es la Iglesia, porque esta viña es Cristo; la Iglesia es el cuerpo de Cristo. No habrá un tercer "Israel de Dios" después del pueblo hebreo y del cristiano. Pero si la vid está segura por el amor del Padre, no sucede lo mismo con los sarmientos individuales; si la Iglesia está segura de la promesa que no dejará de ser cumplida hasta el fin de los siglos, y de que "las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella", no sucede lo mismo con los componentes individuales de la Iglesia o con sus grupos. Si no dan fruto, pueden ser apartados y tirados. Pueden tener que descender de su posición. Fue éste el drama de enteras secciones de la Iglesia, como las iglesias del Asia Menor, a las cuales se dirige Juan en el Apocalipsis.

Es el riesgo de nosotros, los cristianos de hoy, como individuos y como grupo. Cierto día, san Pablo, al ver la resistencia de los judíos para recibir el mensaje, exclamó: Nos dirigimos ahora a los paganos (Hech. 13, 46). ¿Y si también hoy Dios transplantase su viña entre otros pueblos dispuestos a hacerla fructificar, por ejemplo en el "tercer mundo"? ¿Acaso no está en acto entre nosotros, los pueblos cristianos de Occidente, un tácito rechazo al Hijo? A Dios no le interesa que quede en pie una cultura cristiana, por la cual "no podemos no decirnos cristianos"; le interesa que quede la fe en Jesucristo, la aceptación de su palabra. Si ésta desaparece, como viña ya estamos repudiados, somos sarmientos secos.

El discurso es mucho más serio si se lo aplica a cada uno de nosotros. Dios nos dio todo. Nos plantó en la Iglesia, nos injertó en Jesucristo, nos podó y nos alimentó. Ahora tiene derecho a venir a pedir los frutos. Y viene, en efecto, aun cuando no nos demos cuenta de sus visitas. Viene como el dueño venía a buscar higos en su árbol y no encontraba otra cosa que hojas: Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto, al que da fruto, lo poda para que dé más todavía (Jn. 15, 2 ss.).

Hoy, la palabra de Dios se nos aparece realmente como aquella espada filosa que penetra en nosotros y nos obliga a tomar partido, nos pone en un estado de decisión. ¿Qué queremos ser? ¿Un sarmiento unido a Cristo, a su palabra, a sus sacramentos, en estado de crecimiento (y, por eso, de conversión), o un sarmiento estéril, rico sólo en pámpanos, es decir, un cristiano de palabra y no de hecho?

Volvamos a apegarnos a la vid. La Eucaristía nos ofrece la posibilidad de reactivar nuestro bautismo en nosotros y también la circulación de aquella savia que proviene de la vid. En el salmo responsorial, hemos escuchado la plegaria afligida de la viña abandonada. Hoy debemos hacer de ello nuestra plegaria, pero también debemos hacer nuestro el propósito con que finaliza:

Nunca nos apartaremos de tí;

devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre.

(Tomado de “La Palabra y la Vida” ed. Claretiana, 1977, Pág. 224 y ss)

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SAN ISIDORO DE SEVILLA

Por la incredulidad de los judíos Cristo pasaría a las gentes

Porque por la incredulidad de los judíos Cristo dejaría la Judea y pasaría a las gentes, el profeta Jeremías lo había predicho diciendo: "Hemos pecado gravísimamente contra Ti. Oh esperanza de Israel y salvador suyo en tiempo de tribulación, ¿por qué has de estar en esta tierra tuya, como un extranjero y como un caminante que sólo se detiene para pasar la noche? ¿Por qué has de ser para tu pueblo como un hombre que va divagando, o como un campeón sin fuerzas para salvar?" (Jer. 14, 8-9.) ¿Qué otra cosa se ha de entender por esta frase, sino que viniendo Cristo había de dejar la Judea e iría por la Fe a las gentes? Por esto decía el profeta: "¿Por qué has de estar en esta tierra tuya, como un extranjero y como un caminante que sólo se detiene para pasar la noche?" Esto es, viniste a la tierra e inmediatamente te habrías de apartar de los judíos.

En otra parte de la persona del Señor el mismo profeta dice: "¿Quién me dará en la soledad una triste choza de pasajeros, para abandonar a los de mi pueblo, y apartarme de ellos? Pues todos son adúlteros o apóstatas de Dios, una gavilla de prevaricadores. Sírvense de su lengua, como de un arco para disparar mentiras, y no verdades." (Jer. 9, 2-3.) Esta es la voz de Cristo que en la soledad de las gentes construyó una choza; esto es, la Iglesia, a la que se dirigirían los errantes, abandonando el pueblo de los judíos. De estos judíos el mismo Señor por Malaquías dice: "El afecto mío no es hacia vosotros, dice el Señor de los ejércitos; ni aceptaré de vuestra mano ofrenda ninguna. Porque desde levante a poniente es grande mi nombre entre las naciones." (Malaq. 1, 10-11.)

Con ellos siempre estuvo Dios, pero después que se alejaron por sus pecados, el Redentor del mundo pasó al pueblo de las gentes. Esta su universalidad que habría de tener por todo el orbe de la tierra, así exultante la canta el profeta: "Grandes cosas ha hecho el Señor con ellos. Grandes cosas ha hecho el Señor con nosotros: quedaremos alegres." (Ps. 125, 3.)

Cristo vino primero para el pueblo de Israel, pero porque no habría de creer, tampoco el profeta lo calló al decir: "El primero dirá a Sión: Helos ahí y daré a Jerusalén un portador de alegres nuevas. Y yo Isaías estuve observando, y no hubo allí entre estos partidarios de los ídolos ni uno siquiera, que fuese capaz de consejo ni de contestar una sola palabra a quien le preguntaba." (Is. 41, 2V-28.) Pero porque pasó a las gentes continúa: "He aquí mi siervo, yo estaré con Él; mi escogido en quien se complace el alma mía; sobre Él he derramado mi Espíritu; Él mostrará la justicia a las naciones." (Is. 42, 1.)

(Tomado de Obras Escogidas, Ed. Poblet, pág.108-109)

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MONS. FULTON SHEEN

El hijo del rey  destinado a la muerte

El martes de la semana en que murió, nuestro Señor dijo una de sus últimas parábolas, la cual enlazaba las profecías del Antiguo Testamento e indicaba lo que le sucedería en las próximas setenta y dos horas. Los sacerdotes del templo habían estado interrogando a nuestro Señor acerca de su autoridad. La actitud que adoptaban era la de que se tenían por representantes y custodios del pueblo y, por tanto, debían evitar que éste fuera extraviado con falsas doctrinas. Nuestro Señor les respondió con una parábola en la que les mostró la clase de custodios y guías que ellos eran en realidad.

Plantó un hombre una viña,
y la cercó con seto, y cavó un lagar,
y edificó uña torre.

Mc 12,1

El que había plantado la viña era Dios mismo, como sabían ya los que esta parábola escuchaban, según los primeros versículos del capítulo quinto de Isaías. El seto que puso en derredor era un seto que los separaba de las naciones idólatras de los gentiles y permitía desarrollar con especial cuidado su fértil viña, que era Israel. El lagar, que había sido excavado de una roca, aludía en cierto modo a los servicios y sacrificio del templo. La torre, cuya finalidad era vigilar y guardar la viña, simbolizaba la especial vigilancia que Dios ejercía sobre su pueblo.

Y arrendóla a labradores.

Mc 12, 1

Esto significaba que daba la responsabilidad a su propio pueblo, el cual de esta manera quedaba preservado del contagio del paganismo. Dios empezó a hacer partícipe de esta responsabilidad a su siervo Abraham cuando le hizo salir de la tierra de Ur, y a Moisés cuando éste dio a su pueblo los mandamientos. Como había dicho por medio de su profeta Jeremías,

También os he enviado
a todos mis siervos los profetas.

Ier 35, 15

A partir de aquel momento, la viña de Israel tenía que dar a Dios los frutos de fidelidad adecuados a las bendiciones que había recibido. Pero cuando el dueño de la viña envió sucesivamente a tres de sus siervos a recoger los frutos, estos siervos fueron maltratados por los labradores. En el capítulo once de la epístola a los hebreos se describen los padecimientos de estos divinos mensajeros. Más adelante, san Esteban, el primer mártir, describiría la infidelidad del pueblo, manifestada en el modo como trató a los profetas.

¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?
Y ellos mataron a aquellos que antes anunciaban la venida del Justo, de quien ahora vosotros
habéis venido a ser los entregadores y matadores.

Act 7, 53

Pero el amor de Dios no se extinguía a pesar de la crueldad de los luchadores. Después de cada nuevo acto de violencia había nuevas exhortaciones a la penitencia.

Otra vez les envió otros siervos,
en mayor número que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera.

Mt 21, 36

Según Marcos, algunos fueron apaleados e injuriados, y otros matados, lo cual representaba el colmo de la iniquidad. Esas referencias eran generales; sin embargo, podían aludir a los malos tratos infligidos a Jeremías y a la muerte de Isaías.

Dijo entonces el señor de la viña: ¿Qué haré?
Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean le tendrán respeto.

Lc 20, 13

Represéntase a Dios como si hablara consigo mismo, como para revelar más claramente su amor. ¿Qué más podía hacer por su viña que no hubiera hecho ya? El «quizá» no era solamente una duda sobre si el divino Hijo sería aceptado, sino también la esperanza de que no lo sería. En unos breves minutos se trazó toda la historia de las relaciones entre Dios y su pueblo.

Los que escuchaban a Jesús comprendieron plenamente las numerosas alusiones que Él había hecho al modo como fueron tratados por el pueblo los profetas y cómo había sido rechazado el mensaje que habían venido a traer. También ellos habían oído a Jesús declararse a sí mismo el Hijo de Dios. Bajo el velo de la parábola estaba respondiendo a la pregunta acerca de la autoridad que poseía para realizar ciertas cosas. Nuestro Señor volvió a afirmar aquí no sólo su relación personal con su Padre celestial, sino también la infinita superioridad en que se hallaba con respecto a los profetas y siervos de Dios.

Luego, revelando a los que le escuchaban la clase de muerte que recibiría de manos de ellos, Jesús prosigue:

Pero cuando los labradores vieron al hijo,
dijeron entre sí : Éste es el heredero; venid, matémosle, y tomemos su herencia.
Y prendiéndole, le echaron fuera de la viña y le mataron.

Mt 21, 38-40

A los labradores se les representaba aquí como conociendo al hijo y heredero de la viña. Con una claridad que no dejaba lugar a dudas, el Señor reveló la terrible suerte que sufriría a manos de ellos: que sería echado «fuera de la viña», a la colina del Calvario, que se hallaba fuera de Jerusalén, y también les reveló que Él era el último a quien el Padre enviaba como mensajero a un mundo pecador. No había que hacerse ilusiones en cuanto al respeto que pudiera hallar de parte de los humanos. Burlas, injurias y escarnios serían el saludo que dirigirían al Hijo del Padre celestial.

Al cabo de tres días de haber referido esta historia, resultó verídica. Los guardas de la viña, como Anas y Caifas, le arrojaron fuera de la ciudad, a una colina, y le sentenciaron a muerte. Como dice san Agustín, «le mataron para poder poseer la herencia, pero al perpetrar ellos su muerte la perdieron».

Después de haber dicho el Señor que los que mataron al Hijo perderían la herencia, dirigió la mente de sus oyentes de nuevo hacia las sagradas Escrituras.

Mirándolos fijamente, dijo:
¿Pues qué es esto que está escrito : la piedra que desecharon los edificadores
ella misma ha venido a ser cabeza del ángulo?

Lc 20, 17

Esto era una cita del salmo 117, que les era muy familiar:

La piedra que desecharon los constructores
ha venido a ser cabeza del ángulo : ésta es la obra de Yahvé,
y es maravilla a nuestros ojos.

El Antiguo Testamento contenía muchas profecías que hablaban de Cristo como de una piedra. Nuestro Señor se había servido cinco veces de la parábola de la vid. Ahora, después de usar la misma figura para indicar la crueldad de los hombres para con el Hijo unigénito de Dios, enviado desde el cielo para asegurar los derechos de su Padre, abandonaba dicha figura y echaba mano de la piedra angular. El Hijo de Dios sería la piedra menospreciada y rechazada. Pero predijo que Él sería la piedra que lo uniría y trabaría todo.

Nunca se hace mención de la tragedia sin que, al mismo tiempo, se nos muestre el aspecto glorioso; así también aquí el mal trato infligido al Hijo viene compensado por la victoria definitiva, en la cual Jesús, a modo de piedra angular, une a judíos y gentiles en una sola casa santa. Así, los que edificaron su muerte fueron vencidos por el gran Arquitecto. El mismo modo inconsciente de rechazarle los convirtió en instrumentos inconscientes, voluntarios, del propósito de Él. A aquel que ellos rechazaban, Dios le levantaría como rey. Bajo la figura de la piedra angular, su resurrección. Les habló de su propio destino como si ya se hubiera cumplido, y señaló lo inútil que resultaría hacerle oposición, aun cuando llegaran a darle muerte. Notables fueron estas palabras, pronunciadas por un hombre que afirmaba que dentro de tres días sería crucificado. Y, con todo, revelaron en su brevedad lo que ellos presentían vagamente en sus corazones. Con una rapidez dramática que les sorprendió, Jesús les adelantó el juicio que les dijo habría de ejercer sobre todos los hombres y naciones en el último día. De momento, dejaba de ser el Cordero y empezaba a ser el León de Judá. Sus últimos días están tocando a su fin; los guías de la nación deben decidir ahora si le aceptarán o le repudiarán. Les advirtió que, si le mataban, su reino pasaría a los gentiles:

Por tanto, os digo
que el reino de Dios será apartado de vosotros, y dado a gente
que produzca los frutos de él.

Mt 21, 43

Continuando la semejanza, tomada de Daniel, de la piedra que tritura y pulveriza los reinos de la tierra, Jesús dijo con voz de trueno:

El que cayere sobre esta piedra,
será quebrantado; mas sobre quien ella cayere,
le desmenuzará.

Mt 21, 44

Vemos aquí dos figuras: una es de un hombre que se estrella contra la piedra, que se halla pasivamente en el suelo. Nuestro Señor quería indicar con ello a sí mismo durante este momento de su humillación. La otra figura es la de la piedra considerada activamente como cuando cae, por ejemplo, de lo alto de un acantilado. Con ello aludía a sí mismo, glorificado y aplastando toda oposición terrena. La primera se referiría a Israel en el momento en que le estaban rechazando, y por lo cual dijo a Jerusalén que quedaría desolada. La otra se referiría a los que le habrían de rechazar después de su resurrección y ascensión gloriosa, y del progreso de su reino en la tierra.

Todo hombre, decía, está en cierto modo en contacto con Él. Es libre de rechazar su influencia, pero este rechazamiento es la piedra que le aplastará. Nadie puede permanecer indiferente una vez que le ha encontrado. Sigue siendo el elemento perpetuo que integra el carácter de todos los que le escuchan. Ningún maestro pretendió jamás que el rechazarle endurecería el corazón de uno y le convertiría en inicuo. Pero he aquí que había un Maestro que, tres días antes de ir a la muerte, dijo que el mismo hecho de rechazarle acarrearía la muerte del corazón. Tanto si uno cree como si deja de creer en Él, lo cierto es que ya no puede ser jamás el mismo de antes. Cristo dijo que Él era o la piedra "sobre la cual los hombres edificarían la vida, o bien la piedra contra la cual se estrellarían. Lo que nunca han podido hacer los hombres es pasar de largo ante Él; Él es la presencia soberana. Algunos creen que le dejan pasar sin recibirle, pero esto es a lo que Él llama negligencia fatal. Un aplastamiento fatal se produciría no solamente debido a la negligencia o a la indiferencia, sino también cuando se tratara de una clara oposición. Ningún maestro había dicho hasta entonces a los que le oían que si rechazaban sus palabras serían condenados. Incluso los que creen que Cristo fue sólo un maestro sentirían escrúpulos en juzgarle así después de recibir su mensaje. Pero la alternativa se comprendía perfectamente teniendo en cuenta que era ante todo el Salvador. Rechazar al Salvador era rechazar la salvación, nombre con que nuestro Señor se designó a sí mismo en casa de Zaqueo. Los que le preguntaban acerca de su autoridad no tuvieron la menor duda en cuanto al significado espiritual de la parábola y al hecho de que estaba aludiendo a ellos mismos. Sus móviles quedaban al descubierto, lo cual no hacía sino exasperar aún más a aquellos cuyos propósitos eran malos. Cuando el mal es puesto a la luz, no siempre siente arrepentimiento; a veces incluso se hace peor.

Y los escribas y jefes de los sacerdotes
querían echarle mano en aquella hora;
mas temieron al pueblo,
porque comprendieron que contra ellos
había dicho esta parábola.

Lc 20, 19

Los buenos se arrepienten al conocer su pecado; los malos se encolerizan al ser descubiertos. La ignorancia, contrariamente a lo que sostenía Platón, no es la causa del mal; tampoco es la educación la que consigue suprimir el mal. Aquellos hombres poseían inteligencia y voluntad, un saber y un propósito. Pero cabe conocer la Verdad y odiarla, conocer la Bondad y crucificarla. La hora se estaba aproximando, y de momento el miedo al pueblo contuvo a los fariseos. La violencia no podría desencadenarse contra Él hasta que dijera: «Ésta es vuestra hora».

(Tomado de “Vida de Cristo” Ed Herder 1968, Barcelona, pág. 299 yss.)

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 FRAY JUSTO pEREZ. DE URBEL o.S.b. 

Exasperación de los sanedritas

Jesús cerró su relato con esta pregunta: "¿Qué hará el dueño de la viña?" Y sucedió lo que siempre: todos habían comprendido aquella narración sencilla y transparente; pero no querían sacar la consecuencia de ella; no querían dictar su propia condenación. Fue el mismo narrador quien dio la respuesta: "Vendrá y acabará con los viñadores, y dará a otros su viña." Los fariseos protestaron. "Habiendo oído los sumos sacerdotes y los fariseos la parábola, conocieron que hablaba de ellos, y queriendo apoderarse de El, tuvieron miedo a las turbas, porque le miraban como profeta." Protestaron porque hablaba de ellos y también porque habían lanzado una proposición que les parecía una blasfemia. Una vez más, Jesús se llamaba Hijo de Dios, mayor que Moisés, que David, que Isaías, que todos los mensajeros enviados antes de El. Esto les irritaba, y no era menos punzador para ellos oír que habían de ser castigados duramente. "Nunca tal suceda", exclaman, sin atreverse a negar, como unos meses antes, que hubieran formado el proyecto de asesinar a Jesús. Pero Jesús, "fijando en ellos sus ojos", según la expresión de San Lucas, envolviéndoles en una mirada de indignación, insistió, con unas palabras del salmista: "¿Qué significa entonces lo que está escrito: La piedra que rechazaron los que construían vino a ser piedra angular?" Y añadió, dando a sus palabras un acento terrible: "El que cayese sobre esta piedra se estrellará y hará pedazos a aquel sobre quien ella caiga." Es la gloriosa profecía que se cumple a través de los siglos: "La piedra era Cristo", piedra angular del edificio en que hallarán refugio todos los hombres de buena voluntad; pero piedra de tropiezo y escándalo para los rebeldes y los perversos. Es lo que había dicho Simeón: "Ruina y resurrección de muchos."

Los enviados del Sanedrín se retiraron llenos de ira. Hubieran querido apoderarse del Señor, pero los contuvo el temor a la turba. Esta misma exasperación aparecerá una y otra vez durante esta semana, frenada siempre por el miedo a la actitud del pueblo. Se necesitaba una emboscada, un engaño, para apoderarse de aquel hombre, y uno de los evangelistas advierte, unas líneas antes de empezar el relato de la Pasión, "que los jefes de los sacerdotes y los escribas buscaban cómo le prenderían dolosamente para quitarle la vida".

(Tomado de “Vida de Cristo” Ed Rialp. Madrid Pag 325 y ss)

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J.M. Bover S.J.

Parábola de los pérfidos viñadores.

Prosigue el Maestro con tono imperativo, sin dejarles un momento de respiro: «Escuchad otra parábola». "Va a pronunciar la parábola más trágica que hay en el Evangelio. El tema se lo ofrece una terrible alegoría de Isaías, que, al contacto de la realidad, se tiñe en sangre. La realidad histórica, no tanto velada cuanto revelada en la parábola, salta a la vista. Pero el Señor antes de formular él la sentencia, quiere que la formulen ellos mismos. Y así les pregunta: «¿Qué hará el dueño de la viña con aquellos labradores?» La respuesta se impone fatalmente: «Como a malos los hará perecer malamente, y arrendará la viña a otros labradores». Aunque en tercera persona y en términos metafóricos, está ya dada la sentencia. Sólo falta aplicársela a ellos sin metáforas. Mas antes, para que la aplicación tenga mayor alcance, les recuerda unas palabras del Salmo 117, que ellos cantaban regocijadamente en la fiesta de los Tabernáculos. Como conclusión de la parábola, les anuncia su reprobación: «Por eso os digo que os será quitado el Reino de Dios, y se dará a gente que produzca sus frutos». Y como aplicación del Salmo, añade: «Y el que cayere sobre esta piedra, se hará trizas; y sobre quien cayere, le triturará». El efecto de estos botones de fuego no fue el que el Señor pretendía: que aquellos desventurados volvieran sobre sí y reaccionasen con la penitencia, antes que la sentencia se ejecutase. En vez de arrepentirse, «buscaban manera de apoderarse de él»; y si entonces no lo hicieron, fue porque «temieron a las turbas».

33 «Escuchad otra parábola»: el tono del Maestro es imperativo. Les obliga a escuchar lo que no quisieran. — «Plantó una viña»; con estas palabras y las que siguen, de Isaías, bien conocidas de los sacerdotes y de los escribas, luego entendieron éstos el sentido de la parábola. Prosiguiendo mentalmente las palabras del profeta, recordarían aquello: «Ahora, pues, moradores de Jerusalén y varones de Judá, juzgad entre mí y mi viña» (Is. 5, 3); «porque la viña de Yahvé de los ejércitos la casa de Israel es» (Is. 5, 7).

37 «Su propio hijo»: el Mesías, Jesucristo, no es uno de los profetas: ellos son siervos, él es el Hijo.

38 «Éste es el heredero»: entre los hombres, al morir el padre, el hijo entra en la posesión de los bienes hereditarios con la misma plenitud de derechos que el padre tenía; en Dios, donde el Padre no muere, ser el Hijo heredero es compartir por igual con el Padre el derecho a los bienes paternos.

39 «Le echaron fuera de la viña, y le mataron»: patética previsión de la muerte de Jesús en el Calvario fuera de las puertas de la ciudad.

41 La respuesta a la pregunta formulada en el versículo 40 tiene en los tres Sinópticos forma diferente. En Mt. «Dícenle» otros: «Como a malos los hará perecer...». En Mc. (12, 9) es Jesús mismo quien formula la respuesta. En Lc. (20, 16) es también Jesús quien da la respuesta; pero los oyentes, al oírla, dicen: «¡Jamás acaezca tal cosa! » La conciliación más natural de esta divergencia parece ser que realmente algunos de los oyentes formularon la respuesta, como indica Mt., y que otros de los presentes, al oírla, prorrumpieron en la exclamación conservada por Lc. Pero esta respuesta, conclusión lógica y evidente de la parábola, pudo en Mc. y Lc. ser con toda verdad atribuida a Jesús, quien además, a lo menos implícitamente o con un gesto, la ratificaría.

43-44 El versículo 43 es exclusivo de Mt.; el 44, omitido también por Mc., sólo en Lc. tiene correspondencia paralela. De ahí el tono singularmente trágico de la parábola en Mtateo.

(Tomado de El Evangelio de San Mateo, de José M. Bover S.J., Ed. Balmes. Págs. 386 y ss.)

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BOSSUET

Parábola de los viñadores infieles

«Oíd todavía esta parábola», les dice Jesús. En la precedente parábola demostró la iniquidad de los doctores, de los escribas y de les pontífices y ahora va a demostrar el suplicio que se tienen merecido. Pues él los convencerá con tal fuerza que se verán obligados ellos mismos a pronunciar su sentencia.

También nos dice a nosotros: «Oíd todavía otra parábola.» Escuchemos pues y veamos en ella, que es la más clara y sencilla figura que jamás se haya imaginado, toda la historia de la Iglesia:

«Un padre de familia plantó una viña.» David había ya cantado esto mismo: (Ps., LXXIX, 9-12), «Tú trajiste de Egipto una vid, arrojaste a las gentes y la plantaste aquí, le pusiste en derredor una albarrada y extendió sus raíces y llenó la tierra, cubriéronse los montes de su sombra y sus sarmientos llegaron a ser como los altos cedros?» Pero, de una forma todavía más clara, leemos esto mismo en Isaías: «Voy a cantar a mi amado el canto de la viña de sus amores: tenía mi amado una viña en un fértil recuesto, la cavó, la descantó y la plantó de vides selectas, edificó en medio de ella una torre e hizo en ella un lagar, esperando que le daría uvas, pero le dio agrazones» (Is., V, 1-2). He aquí casi las mismas palabras de Jesucristo, el ungido de Dios, a los que debieron haber sido sus más fieles viñadores:

«Un padre de familia plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, edificó una torre y la arrendó a unos viñadores» (Mat. XXI, 33), o sea que encargó el cuidado de la viña a los pontífices, hijos de Arón, y a los doctores de la ley, «y partió luego a tierras extrañas. Cuando se acercaba el tiempo de los frutos, envió a sus criados a los viñadores para percibir su parte.» Dice el Señor: «Os he enviado una y otra vez mis siervos, los profetas, para deciros: convertíos de vuestros malos caminos, enmendad vuestras obras... pero no me habéis obedecido», o sea que los príncipes de los sacerdotes y todo el pueblo, que debía haber dado a Dios el fruto que él esperaba del cultivo de la viña por la ley y las santas escrituras, en lugar de escuchar los profetas «los persiguieron y les dieron muerte» (Mat., XXIII, 34). « ¿A cuál de los profetas vuestros padres no persiguieron?, les dice San Esteban (Act., VII, 52). Ellos han dado muerte a los que nos anunciaron la venida del Justo, a quien vosotros habéis traicionado y hecho morir.» Y esto es lo que precisamente Jesucristo les reprocha en la parábola, pues después de todos los profetas, Dios envió a su Hijo, que es Jesucristo, diciendo: «Respetarán a mi Hijo»; y efectivamente era digno de todo respeto por su doctrina admirable y por sus milagros. Pero ellos «le cogieron, le sacaron fuera de la viña, o sea fuera de Jerusalén, sobre el Calvario, y le mataron de manera inhumana por manos de Poncio Pilatos y de los gentiles. Admitiremos cuan vivamente Jesús los describe y cómo les descubre sus maquinaciones, lo que ellos iban a cumplir dentro sólo dos días. ¿No hubiera sido justo que ellos se hubieran emocionado y arrepentido? Y mucho más cuando el Salvador mismo les ponía delante sus ojos, de una manera clarísima, el crimen que iban a cometer. Habiéndoles preguntado: «Cuando venga pues el amo de la viña, ¿qué hará con estos viñadores?» Tuvieron que responderle: «Hará perecer de mala muerte a los malvados y arrendará la viña, a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo», o sea, como le explica después: «El reino de Dios os será quitado y será entregado a un pueblo que rinda sus frutos» (Mar., XXI, 43). Lo que debía suceder después de poco tiempo, pues los apóstoles les tuvieron que decir: (Act., XIII. 46-47) «A vosotros os habríamos de hablar primero la palabra de Dios, mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles. Porque así nos lo ordenó el Señor: te he hecho luz de las gentes para ser salud hasta los confines de la tierra.» He aquí pues el cumplimiento de la parábola del Salvador, el reino de Dios es quitado a los judíos y es dado a un pueblo que debía dar los frutos oportunos.

Y los gentiles «se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo todos cuantos estaban ordenados a la vida eterna» (Act., XIII, 48) cuando oyeron esta declaración, que los apóstoles hicieron de forma tan clara a los judíos. Y así sucedió que les gentiles llevaron fruto, el que Dios había esperado vanamente de los judíos, tal como lo dice el apóstol San Pablo: (Romanos, II, 25-27) «El incircunciso, que cumple la ley, te juzgará a ti que, a pesar de tener la letra y la circuncisión, traspasas la ley.» No engañemos a Dios, no hagamos esperar vanamente a nuestro Salvador, pues que nosotros somos este pueblo que él ha escogido para que en él fructifique su palabra; fructifiquemos pues en buenas obras. «Los frutos del espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.» He aquí los frutos que nosotros debemos dar, y no obras de la carne que sirven para la condenación: «las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, envidias, iras, rencillas, disensiones, divisiones, homicidios, embriagueces, orgías y otras como éstas, de las cuales os prevengo. De lo contrario, el reino de Dios nos será quitado como a los judíos y otro recibirá nuestra corona» (Apoc., III, 11), pues si Dios no ha perdonado a los judíos, que son «las ramas naturales» de su olivo, tampoco nos perdonaría a nosotros. Ésta será la gran vergüenza y confusión de los judíos, ver entre las manos de los gentiles las coronas que les habían sido destinadas, cuando, como dice el Salvador, verán que «del oriente y del occidente vendrán los elegidos y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crujir de dientes» (Mateo, VIII, 11-12). Entonces cada uno verá el lugar que debía ocupar, la corona, que le estaba destinada; y con toda realidad verá que su lugar esté, ocupado por otro y que su corona adorna las sienes de otro elegido. Entonces llorará pero inútilmente y la rabia contra sí mismo le desesperará hasta llegar al crujido de dientes, señal de su dolor. Escucha, pues, ahora que eres a tiempo, amado cristiano. Reflexiona que tu destino será como el de los judíos, si no te conviertes: lee atentamente esta parábola, reflexiónala en tu corazón y no dejes pasar la ocasión de corresponder ante una explicación tan clara.

¡Oh Dios mío! vos me habéis destinado una corona en el cielo. Si yo la rehusare ella no se perderá, pues vos sabéis muy bien a quien concederla; vos conocéis exactamente el número de vuestros elegidos y este número estará completo. Enumeradme, Señor, entre los que no han de perder su corona.

(Tomado de “Meditaciones sobre el Evangelio” Vol. I, Ed, Iberia, Barcelona, 1955, Pág. 70 y ss)

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JUAN PABLO II

Audiencia General

Miércoles 5 de diciembre de 2001

Un canto de alegría y de victoria

1. Cuando el cristiano, en sintonía con la voz orante de Israel, canta el salmo 117, que acabamos de escuchar, experimenta en su interior una emoción particular. En efecto, encuentra en este himno, de intensa índole litúrgica, dos frases que resonarán dentro del Nuevo Testamento con una nueva tonalidad. La primera se halla en el versículo 22: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular". Jesús cita esta frase, aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después de narrar la parábola de los viñadores homicidas (cf. Mt 21, 42). También la recoge san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: “Este Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 11-12). San Cirilo de Jerusalén comenta: “Afirmamos que el Señor Jesucristo es uno solo, para que la filiación sea única; afirmamos que es uno solo, para que no pienses que existe otro (...). En efecto, le llamamos piedra, no inanimada ni cortada por manos humanas, sino piedra angular, porque quien crea en ella no quedará defraudado" (Le Catechesi, Roma 1993, pp. 312-313).

La segunda frase que el Nuevo Testamento toma del salmo 117 es la que cantaba la muchedumbre en la solemne entrada mesiánica de Cristo en Jerusalén: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Mt 21, 9; cf. Sal 117, 26). La aclamación está enmarcada por un "Hosanna" que recoge la invocación hebrea hoshia' na': “sálvanos".

2. Este espléndido himno bíblico está incluido en la pequeña colección de salmos, del 112 al 117, llamada el "Hallel pascual", es decir, la alabanza sálmica usada en el culto judío para la Pascua y también para las principales solemnidades del Año litúrgico. Puede considerarse que el hilo conductor del salmo 117 es el rito procesional, marcado tal vez por cantos para el solista y para el coro, que tiene como telón de fondo la ciudad santa y su templo. Una hermosa antífona abre y cierra el texto: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (vv. 1 y 29).

La palabra "misericordia" traduce la palabra hebrea hesed, que designa la fidelidad generosa de Dios para con su pueblo aliado y amigo. Esta fidelidad la cantan tres clases de personas: todo Israel, la "casa de Aarón", es decir, los sacerdotes, y "los que temen a Dios", una expresión que se refiere a los fieles y sucesivamente también a los prosélitos, es decir, a los miembros de las demás naciones deseosos de aceptar la ley del Señor (cf. vv. 2-4).

3. La procesión parece desarrollarse por las calles de Jerusalén, porque se habla de las "tiendas de los justos" (v. 15). En cualquier caso, se eleva un himno de acción de gracias (cf. vv. 5-18), que contiene un mensaje esencial: incluso cuando nos embarga la angustia, debemos mantener enarbolada la antorcha de la confianza, porque la mano poderosa del Señor lleva a sus fieles a la victoria sobre el mal y a la salvación.

El poeta sagrado usa imágenes fuertes y expresivas: a los adversarios crueles se los compara con un enjambre de avispas o con un frente de fuego que avanza reduciéndolo todo a cenizas (cf. v. 12). Pero la reacción del justo, sostenido por el Señor, es vehemente. Tres veces repite: “En el nombre del Señor los rechacé" y el verbo hebreo pone de relieve una intervención destructora con respecto al mal (cf. vv. 10-12). En efecto, en su raíz se halla la diestra poderosa de Dios, es decir, su obra eficaz, y no ciertamente la mano débil e incierta del hombre. Por esto, la alegría por la victoria sobre el mal desemboca en una profesión de fe muy sugestiva: “el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación" (v. 14).

4. La procesión parece haber llegado al templo, a las "puertas del triunfo" (v. 19), es decir, a la puerta santa de Sión. Aquí se entona un segundo canto de acción de gracias, que se abre con un diálogo entre la asamblea y los sacerdotes para ser admitidos en el culto. "Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor", dice el solista en nombre de la asamblea procesional. "Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella" (v. 20), responden otros, probablemente los sacerdotes.

Una vez que han entrado, pueden cantar el himno de acción de gracias al Señor, que en el templo se ofrece como "piedra" estable y segura sobre la que se puede edificar la casa de la vida (cf. Mt 7, 24-25). Una bendición sacerdotal desciende sobre los fieles, que han entrado en el templo para expresar su fe, elevar su oración y celebrar su culto.

5. La última escena que se abre ante nuestros ojos es un rito gozoso de danzas sagradas, acompañadas por un festivo agitar de ramos: “Ordenad una procesión con ramos hasta los ángulos del altar" (v. 27). La liturgia es alegría, encuentro de fiesta, expresión de toda la existencia que alaba al Señor. El rito de los ramos hace pensar en la solemnidad judía de los Tabernáculos, memoria de la peregrinación de Israel por el desierto, solemnidad en la que se realizaba una procesión con ramos de palma, mirto y sauce.

Este mismo rito evocado por el Salmo se vuelve a proponer al cristiano en la entrada de Jesús en Jerusalén, celebrada en la liturgia del domingo de Ramos. Cristo es aclamado como "hijo de David" (Mt 21, 9) por la muchedumbre que "había llegado para la fiesta (...). Tomaron ramas de palmera y salieron a su encuentro gritando: Hosanna, Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel" (Jn 12, 12-13). En esa celebración festiva que, sin embargo, prepara a la hora de la pasión y muerte de Jesús, se realiza y comprende en sentido pleno también el símbolo de la piedra angular, propuesto al inicio, adquiriendo un valor glorioso y pascual.

El salmo 117 estimula a los cristianos a reconocer en el evento pascual de Jesús "el día en que actuó el Señor", en el que "la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular". Así pues, con el salmo pueden cantar llenos de gratitud: “el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación" (v. 14). "Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo" (v. 24).

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Ejemplos Predicables

 

El que se esfuerza en conseguir su ultimo fin suele ser afortunado aun en esta vida

  El Obispo francés Fenelón (+ 1715), que fue tan renombrado educador, hizo llamar a su casa en Nochebuena a tres obreros para que le construyesen un belén. Al proceder al reparto de los aguinaldos a su servidumbre, llamó también a su habitación, con el mismo objeto, a los tres obreros, a los cuales dijo: «Encima de esta mesa tenéis tres monedas de oro y tres libros de edificación espiritual; cada uno de vosotros puede escoger a su gusto lo que prefiera.» Dos de los obreros tomaron en seguida las monedas de oro, diciendo: «Con ellas tendremos para comprar leña en el invierno.» El tercero vaciló un momento, pero después echó mano al libro, diciendo: «Tengo a mi madre anciana y ciega; durante las veladas de invierno le leeré algunas páginas de este librito.» El Obispo sonrió y dijo: «Vuelve la página de la portada del libro.» Volvióla el otro y encontró tres monedas de oro pegadas a ella. Podéis figuraros la sorpresa que tuvieron los otros dos compañeros. Leyendo el Obispo en sus rostros la desilusión que sentían, les dijo: «El que prefiere el oro a las cosas que aprovechan al alma debe contentarse con los mezquinos bienes de la tierra. Pero el que aspira a los bienes eternos recibe, además de éstos, los bienes temporales. Por esto dijo Cristo: "Buscad ante todo el reino de los cielos, y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura."» (Mateo, VI, 33.)

(Tomado de “Catecismo en ejemplos”, Dr. Francisco Spirago, Ed. Políglota, 1941)

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CATECISMO

Por qué el Verbo se hizo carne

456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".

457 El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):

Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).

458 El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

459 El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).

460 El Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios" (S. Ireneo, haer., 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (S. Atanasio, Inc., 54, 3). "Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo" ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos participantes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1).

Los símbolos de la Iglesia

756 "También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios (1 Co 3, 9). El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21, 42 par.; cf. Hch 4, 11; 1 P 2, 7; Sal 118, 22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf. 1 Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: casa de Dios: casa de Dios (1 Tim 3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1 P 2, 5). San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecidas para su esposo (Ap 21, 1-2)".


27.

o ¿Cómo estamos cuidando la viña que Dios nos dejó?

o ¿Qué atenciones estamos dando al mundo que Dios nos ofrece?

El pueblo judío fue un pueblo privilegiado, y de esto sus ciudadanos eran muy conscientes. Es el pueblo donde quiso nacer el Mesías, el pueblo elegido, el pueblo que Dios creó.

La parábola de hoy nos describe los privilegios de la nación judía. En todo la Biblia hay un diálogo constante entre Dios y el Pueblo.

El propietario de la viña es Dios, los labradores son los líderes religiosos del pueblo de Israel. Los mensajeros que se fueron mandando son los profetas que Dios enviaba y que eran a menudo rechazados y asesinados. El Hijo es Jesús.

Dios confía la viña a los hombres. El propietario de la viña se la confió a los labradores.

Los que creemos en Jesús somos hoy aquellos labradores aue estamos al cuidado de la viña del mundo.

Hay algunos que piensan que Dios ya se encarga de cuidarla y que, por tanto, no es necesario su participación. Es algo así como decir que el mundo está en buenas manos, las de Dios, y que no se necesita nada más por hacer.

Otro tipo de creyente es aquel que espera que la viña se mantenga con los mínimos cuidados, casi sin hacer falta mayores atenciones.

Un tercer grupo intenta vivir ese cuidado apasionadamente, con entusiasmo.

Tenemos que darnos cuenta que es el mismo Dios quien nos ha puesto el mundo que El creó en nuestras manos. Un mundo siempre difícil y no propicio a ver con facilidad la mano de su creador; sin embargo, Dios no abandona lo creado y quiere que nosotros seamos eficaces viñadores en los senderos de la vida.

Ya no estamos en los tiempos donde el cristianismo era valorado por su propio peso histórico. Ahora la humanidad tiene infinidad de ofertas laicas que les promete lo que desde un punto de vista religioso ofrece la fe.

Si miramos a nuestros alrededor parece como si el mundo no hubiese cambiado mucho desde Jesús, y probablemente en muchos casos así sea, pero hay algo que no ha estado ni estará nunca más en ningún momento de la historia, ese algo eres tú y soy yo.

Trabajar la viña desde el Señor requiere primero dejarnos labrar nosotros, ser nosotros arados, plantados y regados por Dios. Si un cristiano olvida esto muy probablemente se convierta en un buen animador sociocultural, pero en un mediocre creyente.

No estoy haciendo una división entre lo espiritual y lo humano, simplemente estoy reconociendo que si nos olvidamos del dueño de la viña del mundo, no podremos cuidarla con el encargo que nos dejó el Señor.

En el evangelio de hoy tenemos dos cualidades de las infinitas que Dios posee: Dios perseveró en su bondad y en su paciencia con respecto al mundo y a los demás ¿y tú?

1. ¿Qué es para ti tener fe?

2. ¿Cómo entender la fe y las obras? ¿Puede haber fe sin obras?

3. ¿Tienes algún compromiso con la fe? ¿Quiénes son hoy profetas?

4. ¿Cómo puede un creyente ayudar a Dios en su obra?

5. ¿Eres bueno/a y tienes paciencia? ¿Cómo enlazar estos elementos en la pastoral de cada día.

Mario Santana Bueno


28. Homilía de Benedicto XVI en la inauguración del Sínodo de los Obispos