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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
16-27
16. MATAR AL MENSAJERO
Como podéis observar, cuando Jesús quería analizar las conductas humanas y su entrega a la construcción del Reino, volvía siempre a la imagen de «la viña». Hace dos semanas nos recalcaba que el viñador llama a todas las edades, en todos los momentos de la historia. El domingo pasado pintaba dos «tipos» de trabajadores: uno, el trabajador de «apariencia»; otro, el trabajador de «verdad», aunque con pinta de rebelde.
La parábola de hoy da un paso más. No sólo denuncia la vagancia, el pasotismo o la picaresca que pueden surgir entre los trabajadores de la viña. Sino algo peor: «la avaricia que rompe el saco» y lleva a la violencia, el desenfoque que pueden hacernos creer que somos «dueños», cuando sólo somos «administradores»; el olvido de que hemos sido llamados por «pura gracia» y que, por lo tanto, «somos siervos inútiles», a los que, simplemente, se nos brinda la oportunidad de «hacer lo que tenemos que hacer». Sí; la parábola de hoy nos previene contra el peligro que tenemos de «matar al mensajero» y utilizar la fuerza para alcanzar el fin "porque me llamo león". ¿Es posible esto? Increíble y demencialmente, es así. Leedme, por favor, muy despacio, el «cantar de la viña», de Isaías, en la misma liturgia de hoy: «Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la limpió de piedras y plantó buenas cepas...». Leedlo, sí. Luego escribid con cuidado, una sobre otra dos frases. Una, de Jesús: «¡Jerusalén, que matas a los que a ti son enviados! ¡Cuántas veces quise cobijarte como una gallina a sus polluelos; y tú no has querido!» Y otra, de los dirigentes de Jerusalén, refiriéndose a Jesús: «Es necesario que uno muera por todos». Una vez así colocadas, veréis que sólo riman en «disonante», en muy disonante.
--¡Pero eso es una historia pasada!--me diréis.
--Pasada, presente y, mucho me temo que «futura».
Porque... seguimos «matando al mensajero», amigos. O matamos su «mensaje», que es lo mismo. O lo silenciamos. O lo tergiversamos y apañamos a nuestra conveniencia, que es peor.
¿No tenéis la impresión de que, más de una vez, con palabras del evangelio, con frases pronunciadas por Jesús, hemos defendido posturas, acciones y situaciones que en nada estaban acordes con el «espíritu de Jesús»? ¿No creéis que muchas guerras y guerrillas, a las que hemos apellidado «religiosas» y «santas», eran, antes de nada, eso: guerras, modos más o menos camuflados de matar, posturas humanas muy alejadas de la esencia del evangelio; muy «poco santas», por lo tanto?
En cuanto al mensaje «pleno» del evangelio, ¿no opináis que, según convenía, hemos «arrimado el ascua a nuestra sardina» muchas veces y hemos hecho que pareciera «predicar a Cristo, y éste crucificado», lo que quizá sólo eran «palabras de humana sabiduría»?
¿No es verdad, igualmente, que hemos subrayado, con fuerza, páginas indiscutibles de Jesús, «porciones» de su evangelio, mientras hemos «silenciado» otros lados también indiscutibles? ¿Qué diría Pablo, aquel Pablo que se cuestionaba a cada paso: «¡Ay de mí si no evangelizo!» O, ¿qué diría aquel Jeremías que, angustiado entre dos extremos --o «abandonar al Dios que le seducía, sí, pero que le llevaba al sufrimiento» o «seguirle decididamente»--, al fin, se entregaba y decía: «Pero la Palabra era fuego ardiendo en mis entrañas, intentaba contenerla, y no podía» Sí ¿Qué nos diría?
Creo, amigos, que hay muchas maneras de «matar al mensajero».
ELVIRA-1.Págs. 85 s.
17.
Frase evangélica: «Se dará el reino a un pueblo que produzca frutos»
Tema de predicación: LA USURPACIÓN INDEBIDA
1. La «viña» es un terreno que exige un trabajo personal para que dé frutos. Pero en la viña no todo es valioso, ya que hay sarmientos estériles que se queman. Para extraer el fruto de la vid es necesaria la poda de las cepas, la vendimia de los racimos y el prensado de los granos de uva; entonces el mosto podrá transformarse en vino. Recordemos que hay en la Biblia cuatro textos importantes sobre el tema de la viña: la viña estéril (Is 6,1-7), la cepa inútil (Ez 15,1-8), el rescate de la viña (Salmo 78) y Cristo como vid (Jn 5,1-8).
2. La «viña» de la parábola es el reino, cuyo propietario es Dios. Los «labradores» son aquellos que se creen amos de la parcela. Los «criados» o sirvientes son los profetas, militantes y testigos cristianos. El «hijo» es Cristo. El «castigo» es la repulsa de lo demoníaco de este mundo. El otro «pueblo» es la Iglesia del Tercer Mundo y el pueblo de los pobres.
3. En definitiva, todos somos llamados a cultivar la viña del Señor, a acrecentar el reino. Pero unos son excluidos o se excluyen a sí mismos. En cambio, otros son bienvenidos. Lo importante es que la viña produzca frutos de justicia.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Trabajamos en la viña del Señor en beneficio del reino de justicia o en nuestro propio provecho?
¿Cómo nos comportamos con los que trabajan en la viña?
¿Nos creemos los dueños de ella?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 156 s.
18.
SIN
DESPRENDIMIENTO NO HAY LIBERTAD,
SIN GENEROSIDAD NO HAY FELICIDAD
El fragmento que vamos a comentar es un lugar paralelo de otro del libro de Isaías. Se llama lugar paralelo a aquel fragmento del Nuevo Testamento que con una intención determinada el autor toma frases, párrafos del Antiguo Testamento para avalar o reforzar su tesis.
En este caso se refiere a las relaciones de Dios con el pueblo de Israel y cómo se abre a una salvación universal.
Dios elige a un pueblo, camina con él a lo largo de la historia y lo va educando, preparando, hasta el punto de que sea capaz de dar a luz a su Hijo y vivir con él la salvación; pero ese pueblo no responde.
La macro/historia de la Salvación tenemos que hacerla nuestra, vivirla desde la micro/historia personal de cada cual. Los textos de la Sagrada Escritura han de ser «emigrados» a nuestra realidad personal y particular. Todas y cada una de las páginas de la Biblia se escribieron para cada uno de nosotros en concreto y en particular.
En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje».
Yo diría que a cada uno de nosotros nos soñó el Señor, como cualquier padre sueña con su futuro hijo, nos pensó y nos creó, nos dio el ser. Nos dio una vida y espera que respondamos a sus expectativas dando frutos en el momento oportuno.
Desde la fe confieso que nuestro nacimiento no fue fruto del azar sino de la providencia; de entre los muchos seres distintos que hubieran podido nacer en nuestro lugar el Señor nos eligió. Venimos a este mundo con unos talentos, unos dones, virtudes o carismas y el que nos los dio no nos deja solos con ellos, sino que, caminando a nuestro lado, va trabajándonos, educándonos, cuidándonos, ayudándonos a madurar.
"Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a unos, mataron a otros, y a otros los apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: "Éste es el heredero: Venid, lo matamos y nos quedamos con la herencia". Y agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron».
El Señor espera nuestra respuesta, que paguemos y con creces según lo que recibimos.
Imaginaros por un momento que al salir de la iglesia, en la puerta, como un pobre más, estuviera Dios pidiendo limosna. ¿Qué le daríamos? Él no quiere dinero, ni ropa, ni zapatos, no le hacen falta. Repito: ¿Qué le daríamos?. . .; pues según cómo y cuánto demos entraremos o no en su Reino.
Uno vive armónicamente, consigue un concierto de vida y alcanza la felicidad y la salvación cuando, después de luchar y trabajar por hacer rendir los talentos con que vino a este mundo, sabe desprenderse de cuanto atesoró pan poder crecer y ayudar a crecer a los demás.
El juego está claro: uno desde lo que es crece, se enriquece, y se diferencia del resto; una vez conseguido esto, o en vías de conseguirlo, se desprende para igualarse con los otros enriqueciéndolos y potenciándolos. Ésta es la pobreza evangélica que enriquece al pobre. Ésta es la clave de la felicidad humana, la que hace del hombre un ser divino. Pero por miopía, por miedo no ve más allá, al hombre le cuesta desprenderse de cuanto tiene por herencia o esfuerzo. Los bienes le dan confort y seguridad, pero también aislamiento y acaban por ahogarle: o rompes con ellos y te desprendes poniéndolos a tu servicio y al de los que te rodean o acaban contigo ahogándote. (Imaginaros ¿Qué le pasaría a un polluelo que enamorado de su casita, de su cómodo y seguro cascarón, decidiera no romperlo?: Moriría. Lo mismo nos pasa a los hombres; nos. quedamos y apropiamos de los medios, confundiéndolos por los fines).
«Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».
Como nada se improvisa en la vida del hombre y todo cuanto somos es fruto de nuestros talentos, (nacimiento, esfuerzo propio y educación), para entrar en el reino de Dios es imprescindible ejercitarse en la generosidad, en el dar desproporcionadamente y sin esperar recompensa y sólo por agradecimiento.
Se nos impone saber renunciar como necesidad de primer orden para vivir en plenitud, realización o santidad, porque quien no renuncia pasa de ser señor a ser servidor, cuando no esclavo de sus bienes. Todo el ahínco que ponemos en conservar lo que poseemos legítima y honradamente, se vuelve en nuestra contra; no tenemos suficientes manos para atrapar y conservar todo lo que se nos presenta y deseamos. A falta de manos echamos nuestro tiempo y acabamos atrapados; sin tiempo para nosotros mismos y sin posibilidades de cambio o movimiento.
Por el desprendimiento interior y exterior el hombre puede gozar de todo sin poseer nada. (Cuando paseas por el monte y miras una pinada ves pinos; el dueño calcula las toneladas de madera. Uno goza de los pinos, el otro de la materia. Por la ganancia se pierde la estética. Se deja la ética de la estética para entrar en la ética del negocio. ¡Una pena!).
«Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Queda claro que para la felicidad, salvación, es del todo imprescindible una mínima disciplina que te prepare al desprendimiento y que posibilite la solidaridad. Disciplina porque la vida es en sí misma dificultosa y tratar de evitar todo sufrimiento es como echar a andar por el camino fácil del atajo, es querer los frutos evitando el esfuerzo. Se espera de nosotros que demos frutos y que los demos en el momento oportuno, cuando los demás los necesiten. Se espera de nosotros que demos en la medida en que hemos recibido, cada cual según su riqueza o pobreza.
No se trata de que seamos los mejores hombres del mundo, sino los mejores de nosotros mismos y eso se consigue a golpes de desprendimiento.
Los cristianos sabemos que se espera de nosotros frutos de Evangelio. Sabemos también que pecar pecamos setenta veces siete todos los días, pero lo que no podemos consentir es vivir en una paradoja constante y por sistema; eso sería una paranoia. Cuando un cristiano vive en la paradoja de matar a Cristo y lo entierra en su corazón lejos de su cartera, vive una religión de boca hacia fuera. Es como los que matan al hijo y se quedan con la herencia.
BENJAMIN OLTRA
COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 114-117
19.
Nexo
entre las lecturas
Las lecturas de este domingo nos presentan la imagen de la viña. Una viña que
simboliza a Israel, una viña que es amada y cuidada por Dios, pero que,
lamentablemente, no produce los frutos que se esperaban de ella. Dios espera
frutos de la viña que Él ha cultivado con amor: éste es el tema que nos sirve
de reflexión en este domingo. La primera lectura nos muestra el poema del amigo
y de su viña. Con palabras llenas de solicitud, el poema nos presenta al dueño
de la viña que se prodiga en cuidados por ella, cava en torno a ella, monta una
torre, quita las piedras, planta buenas vides y cava un lagar. Este hombre ama
su viña y espera de ella que dé buenas uvas, en cambio, recibe uvas
silvestres, agrazones, es decir uvas que nunca maduran. El hombre se lamenta con
razón y se pregunta con ánimo quebrantado: ¿qué más podía haber hecho yo
por mi viña que no hice? Nada, ciertamente. Había puesto en acción cuantos
medios se conocían en la época para cultivar una vid excelente (1L). En el
evangelio se recoge nuevamente el tema de la vid en una especie de alegoría: el
dueño de la vid la arrienda a unos trabajadores y se marcha. Envía, después
de algún tiempo, sus embajadores para recoger los frutos, pero los viñadores
maltratan a los enviados y, cuando ven al hijo, conciben la idea de matarlo.
Nuevamente el amo de la viña no es correspondido a la solicitud mostrada por la
viña. Los arrendadores no producen los frutos que se esperaban de ellos. En
ambos casos el tema de los frutos que Dios espera de Israel y de los hombres se
subraya de modo especial: el hombre ha recibido mucho de Dios y debe ofrecer
frutos de vida eterna, de santidad verdadera, de caridad sincera (Ev). Por su
parte, Pablo en la carta a los filipenses continúa su exposición y los exhorta
a tener en cuenta todo lo que es verdadero, noble, justo y los invita a poner
por obra buenas obras (2L).
Mensaje doctrinal
1. Dios ama y cuida a su viña. El poema de la viña es uno de los
pasajes más sorprendentes del profeta Isaías. En él resalta, sin duda, el
lenguaje poético y el revestimiento literario. El profeta hace comprender al
pueblo de Israel que Dios ha cuidado de él, lo ha tratado con especial amor, se
ha preocupado de su crecimiento y, sin embargo, el pueblo no ha correspondido a
tal amor. Israel no ha sido fiel a su amor. La pregunta que se hace el dueño de
la viña adquiere tonos desgarradores: ¿Qué más cabía hacer por mi viña que
yo no lo haya hecho? En verdad, parece que nos adentramos en el corazón mismo
de Dios que ama a Israel. ¿En qué ha faltado Dios a su amor? ¿Se ha alejado
de su pueblo? ¿Lo ha abandonado en tiempo de dificultad? ¿No es verdad que, a
pesar de las pruebas por las que ha pasado Israel, ha estado Yahveh siempre
cerca de él? En verdad, Dios es fiel a sus promesas y nunca ha dejado a un
justo defraudado.
2. La viña sorprendentemente no da buenos frutos. Esta viña, a pesar
del cuidado sabio del viñador, que es el Señor de los ejércitos, no prospera,
no da fruto, no da uvas dulces; da uvas inmaduras y silvestres. Se trata
ciertamente de una alegoría, pues en verdad, no se puede culpar a una viña de
no querer producir frutos. Sin embargo, los oyentes del profeta comprenden que
la viña representa a Israel y que el viñador no es otro que el mismo Yahveh. A
pesar, de que Israel ha sido cuidado como un hijo, a pesar de que ha sido
liberado, a pesar de que el Señor lo ha elegido como el pueblo de su propiedad,
Israel no produce frutos de salvación. Es sorprendente ver la tristeza profunda
del viñador y, a la vez, su firmeza ante la viña improductiva. Él vendrá y
la devastará, la dejará desolada.
En la parábola del evangelio los culpables de la falta de frutos son los
labradores que reciben la viña en arriendo. Son gente sin escrúpulos, gente
que no sirven a la viña, sino se sirven de ella para su propio provecho. No
piensan cómo acrecentar la viña y ofrecer al dueño el fruto merecido, sino
que su intento es arrebatar la viña a su dueño. En su corazón no está el
amor por la viña, ni el amor por el dueño de la viña, sino el amor a sí
mismos. Su interés es aprovecharse lo mejor posible de aquella viña, por eso,
al ver venir a los embajadores que requieren los frutos, se molestan, los
golpean, los matan. Cualquier cosa que se interponga a su bienestar y al mejor
usufructo de la viña en su favor, debe ser eliminado. Estos hombres, cuando ven
venir al hijo, es decir, cuando tienen la oportunidad de reconciliarse con el
Padre, de ofrecer frutos, de respetar el derecho, traman el crimen más cruel,
suprimir al hijo para quedarse con la herencia y la propiedad. En verdad
aquellos viñadores, no eran sólo ladrones, sino homicidas. Eran gente sin alma
y corazón. Las palabras finales de la parábolas son dramáticas: el dueño de
la viña acabará con aquellos arrendatarios y ofrecerá su viña a otros
arrendatarios que produzcan frutos.
El poema de Isaías y la parábola de Jesús ponen de relieve la importancia de
producir frutos. En el primer caso, es la viña que no ha producido lo que se
esperaba de ella. En el segundo caso, son los viñadores homicidas que no
entregan los frutos debidos al dueño. El tema espiritual es importante: Dios
ofrece al hombre múltiples dones: la vida, la fe, la vocación profesional,
familia, religiosa, sacerdotal... y el Señor espera por parte del hombre una
respuesta, espera unos frutos de santidad, espera que este hombre se transforme
interiormente y dé frutos apostólicos para el bien de sus hermanos. Tema
profundo que requiere reflexión y examen de la propia vida.
3. El cristiano debe dar buenos frutos. El cristiano es una persona
injertada en Cristo por el bautismo, por ello, debe dar frutos de vida eterna.
Así como el Padre ha enviado al mundo a Cristo a cumplir la misión redentora,
así Cristo envía a los cristianos, especialmente a los apóstoles, a cumplir
una misión. No siempre los frutos del cristiano serán manifiestos o
inmediatos, pero no cabe dudar que el alma que permanece unida a Cristo, como el
sarmiento permanece unido a la vid, producirá frutos a su tiempo. El Señor nos
ha enviado para que produzcamos frutos y que nuestros frutos perduren. En esto
Dios es glorificado en que demos fruto. Veamos, pues, que nuestro deber no es
pequeño en la historia de la salvación. Tenemos asegurada la ayuda y el poder
de Dios y, por lo tanto, no cabe dudar que, si somos fieles y permanecemos
unidos a la vid, que es Cristo, esos frutos llegarán. Cultivemos con cuidado
nuestra viña, sepamos acoger las lluvias tempranas, para que a su tiempo demos
frutos para Dios.
Sugerencias pastorales
1. Tener conciencia de los dones de Dios y de la premura del tiempo. Este
domingo nos invita a hacer una reflexión sobre el tiempo y sobre los dones que
Dios nos ha concedido en la vida. A veces advertimos que el tiempo de nuestra
vida va pasando y, cuando queremos contabilizar los frutos que hemos dado para
el bien del mundo, de la Iglesia y de las almas, nos encontramos con resultados
muy exiguos. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad
los talentos recibidos? ¿O hemos vivido como una viña distraída sin darse
cuenta que su misión era producir uvas dulces? ¿O hemos vivido como los viñadores
que pensaron más en sí mismos que en el amor del dueño de la viña? El tiempo
sigue pasando, pero mientras hay vida, hay esperanza de conversión, de
transformación. ¡Cuántas son las personas que al encontrarse con Madre Teresa
y ser llevadas a su casa en Calcuta, descubrieron en aquellos pobres moribundos
que ellos podían y tenían que hacer algo con sus vidas. No esperemos a mañana
para hacer este descubrimiento. Veamos que Dios espera mucho de nosotros. Somos
su viña, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando producimos
mucho fruto.
2. Los frutos están en relación con la docilidad a la acción de Dios.
Ahora bien, para dar fruto es preciso ser dócil al plan de Dios. Cada uno tiene
su propia vocación y ha sido colocado en un lugar preciso de la Iglesia. Cada
uno, pues, tiene una misión personal e intransferible. No la podemos desempeñar
de cualquier modo o según nuestros caprichos. El éxito de la fecundidad
espiritual radica en la obediencia al Plan de Dios, como lo vemos en la vida de
los santos. El secreto radica en la identificación con Cristo obediente que
sufre y ofrece su vida en rescate por la salvación de los hombres. La
fecundidad espiritual pasa siempre por la cruz y el dolor. Quien quiera ser
fecundo huyendo de esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará
amargamente desilusionado. "Sin efusión de sangre no hay redención".
P. Octavio Ortiz
20. COMENTARIO 1
PIEDRA ANGULAR
"Ni sacerdote, ni revolucionario político, ni monje asceta, ni moralista
piadoso, sino provocador en todos los sentidos". Así define Hans Küng a Jesús de
Nazaret. Para más datos, Jesús era seglar, soltero (cosa rara para un maestro de
la época) e iniciador de un movimiento de laicos.
"Ni sacerdote". Más aún, opuesto radicalmente a la casta sacerdotal, cumbre del
sistema religioso judío. Los sumos sacerdotes, rodeados de gran dignidad y de
una situación económica confortable habían hecho del templo una buena fuente de
ingresos, un centro importante de comercio hasta el punto de convertirlo, según
Jesús, que en esto pensaba como el profeta Jeremías- en una cueva de bandidos:
fuente de seguridad para una vida lejana de Dios y del prójimo. Con aquellos
jerarcas no comulgó Jesús y por su actitud provocativa, contraria, clara y
definida, ellos "andaban buscando la manera de darle muerte, prendiéndolo a
traición". Un discípulo de Jesús, Judas Iscariote, amante como ellos del dinero,
les sirvió en bandeja la ocasión.
"Ni moralista piadoso". El "provocador" Jesús inquietó también a los seglares
piadosos y cultos de la época: fariseos y letrados, en cuyas filas no militó. A
pesar de la impresión de conservadurismo a ultranza que de ellos nos da el
Evangelio, los fariseos eran los progresistas de la religión. Su más sincero
deseo consistía en que el pueblo sencillo militara entre sus filas o
asociaciones seglares. Para ello trataban de reducir al mínimo las obligaciones
de la Torá o Ley de Dios, creando un complicado sistema de observaciones y leyes
humanas que anulaban la ley divina. Terminaron así separándose del pueblo y
separando al pueblo de Dios. De ahí que se llamasen fariseos, esto es,
separatistas (del arameo "perishayya": separado). Jesús desenmascaró su sistema
teológico. Ellos, profesores de teología y de derecho canónico, no se lo
perdonaron; aliados con los sumos sacerdotes lo condenaron unánimemente a muerte
ignominiosa.
"Ni zelota". Jesús, soñador e ilusionado, anunciaba un mundo de hermanos, donde
el pueblo fuera protagonista. Para realizarlo no militó entre las filas de los
zelotas, partido de motivación religiosa (confesaban a Dios como único rey) y de
vocación revolucionaria, pues pretendía arrojar del país por la fuerza de las
armas al poder imperialista romano. Los zelotas se oponían al censo y al tributo
romano, hecho que les granjeó la simpatía de los campesinos y pequeños
propietarios. Tenían un programa de redistribución de la propiedad; por eso, al
comenzar la guerra judía destruyeron los registros de los prestamistas para
liberar a los pobres del yugo de los ricos. Jesús no consideró, en sus
circunstancias históricas, que este fuera el camino para instaurar el reinado de
Dios. Predicó la no violencia y el amor a los enemigos, como cimiento utópico de
un nuevo orden internacional. Con sú pacifismo, decepcionó a los zelotas y con
ellos al pueblo, que unido a los sacerdotes y fariseos, confirmó su sentencia de
muerte.
"Ni monje". Ante el fracaso evidente del Evangelio, Jesús no pensó en refugiarse
en un convento, como evasión, al estilo de los esenios de Qumrán, ni fundó
ninguna orden con regla monástica, votos, prescripciones ascéticas, vestimenta
especial y tradiciones. Jesús permaneció hasta la muerte con los pies bien
puestos en el suelo, claramente definido en torno a dos polos: Dios y el pueblo
de quien formaba parte y a quien quería liberar de todos sus opresores.
Tras la muerte, Dios confirmó su misión resucitándolo. Así lo creemos. "La
piedra (Jesús) que los arquitectos" del sistema judío "rechazaron es ahora" para
nosotros "piedra angular", piedra que corona la cima del edificio, clave de
bóveda que da cohesión y fuerza a las relaciones del hombre con Dios y de los
hombres entre si. No tenemos más remedio que afirmar con el salmo que "ha sido
un milagro patente".
21.
COMENTARIO 2
EL FIN DE LA IGLESIA
¿Cuál es el fin de la Iglesia? ¿Para qué está en el mundo la comunidad
cristiana? ¿Cuál debe ser la preocupación principal de los miembros de la misma?
He aquí algunas preguntas que, por no haber sido resueltas acertadamente, han
provocado algunos de los mayores errores de la historia de la Iglesia.
LA VIÑA
De nuevo, como el domingo pasado, Jesús utiliza la imagen de la viña para
referirse al pueblo de Dios, al reino de Dios. La imagen era clásica en la
literatura del Antiguo Testamento (Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 15,1-8; Os 10,1-8; Sal
80,9-19). De hecho, las palabras con las que comienza la parábola pertenecen a
un hermoso poema del profeta Isaías: "... plantó una viña, la rodeó con una
cerca, cavó un lagar, construyó la torre del guarda..." (Is 5,1-2). En aquel
poema el profeta reflejaba la desilusión de Dios, que después de haber cuidado
con todo cariño a su viña -su pueblo: "la viña del Señor de los Ejércitos es la
casa de Israel" (5,7)-, cuando llegó la hora de la vendimia aquélla sólo produjo
uvas amargas: "Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó
justicia, y ahí tenéis: lamentos" (5,7).
Jesús aplica aquel poema a la situación en la que vive. Y mediante la parábola
que estamos comentando denuncia que Dios sigue desilusionado porque tampoco
ahora puede disfrutar de los frutos de su viña. Pero en esta ocasión Jesús
señala además quiénes son los responsables de la situación: los labradores a los
que el dueño arrendó la viña, que representan a los dirigentes del pueblo de
Israel. Su misión era trabajar para que Israel diera el fruto que corresponde al
pueblo de Dios: la justicia y el derecho, el amor a Dios y el amor al prójimo,
pero...
LOS LABRADORES
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, el dueño de la viña envió por dos veces a
sus criados a recoger la renta; pero las dos veces los labradores no sólo no se
la dieron, sino que los apalearon, los mataron y los apedrearon.
En el poema de Isaías la reacción del dueño de la viña es terrible: "Pues ahora
os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que
sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la
podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que
lluevan sobre ella" (5,5-6). Pero Isaías no conocía del todo al dueño de aquella
viña, no conocía al Dios/Padre de Jesús. Según la parábola, el dueño de la viña
da una tercera oportunidad a aquellos labradores. Y les envía su hijo para ver
si, al menos a él, le hacen caso: "Por último les envió a su hijo, diciéndose: A
mi hijo lo respetarán". Y es entonces cuando la intención de aquellos labradores
se deja ver con toda claridad: "Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron:
Este es el heredero: venga, lo matamos y nos quedamos con su herencia". Ellos
querían ocupar el lugar del dueño de la viña, pretendían quedarse con la
herencia. Y echan de la viña al heredero. Y la renta que le dan es la muerte.
"Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos" (Is 5,7).
La acusación es terrible: son ellos, los dirigentes religiosos del pueblo, los
que han impedido conscientemente que el proyecto de Dios -un pueblo organizado
sobre los pilares de la justicia y el derecho- se hiciera realidad en Israel.
Son ellos los que han impedido que el pueblo sea de verdad el reino de Dios,
porque han querido ser ellos los reyes.
Y, ahora sí, Dios, el dueño de la viña, pronuncia su sentencia definitiva: "...
se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca
sus frutos".
OTRO PUEBLO
Dios no va a destruir a su pueblo, como parecía anunciar Isaías. Pero va a
ofrecer a otro pueblo la posibilidad de realizar su proyecto, el reino de Dios.
De ese pueblo, que estará formado por todos los que den su adhesión a Jesús
Mesías y se pongan de su parte, se espera lo que se esperó del antiguo: que dé
el fruto debido a su tiempo.
Ese pueblo somos nosotros. Y el fruto que el Padre espera es todo aquello que
contribuye a ir transformando este mundo hasta convertirlo en un mundo de
hermanos: la justicia, la libertad y la liberación de los hombres y de los
pueblos, la igualdad, la paz, la vida, el amor y la fraternidad...
Ese pueblo es la Iglesia, la comunidad cristiana. Y cuando pensamos en ella, eso
es lo que nos debe preocupar: no su prestigio humano, ni sus éxitos políticos,
ni sus privilegios en la sociedad civil. Sólo debe preocuparnos de verdad si el
fruto que estamos dando es el que el Padre espera: ser para los hombres el lugar
en el que ellos puedan vivir como hijos de Dios y hermanos de sus hermanos. Sin
convertir jamás a la Iglesia en fin en sí misma. Eso sería volver a traicionar
al dueño de la viña.
23.
COMENTARIO 3
La figura de una viña es la imagen más utilizada en esta liturgia dominical y
tiene como finalidad poner de manifiesto la respuesta que Dios exige a su pueblo
y a su comunidad. En la primera lectura y en el salmo interleccional, Dios mismo
es el propietario y viñador de su pueblo. En este último texto que pertenece a
las súplicas comunitarias se contraponen la gloriosa acción de Dios realizada en
el pasado, con la triste condición presente de Israel, su viña, sometida al
expolio de hombres extraños y de bestias. Esta ruinosa condición de la viña es
atribuida por la primera lectura a la infidelidad de la misma viña, a su
despreocupación culpable y a su negativa de producir frutos de justicia.
El evangelio pone también en el centro de atención la necesidad de
fructificación, pero podemos constatar un ligero desplazamiento respecto a los
textos anteriores. El lugar principal no es ocupado ya por la relación entre
propietario viña sino por la relación entre aquél y sus arrendatarios.
La posesión del propietario es fuertemente marcada desde el comienzo. Tomando
imágenes de Is 5,1 se habla de su acción en favor en de la viña, y mientras está
en el extranjero sigue interesado por los frutos "que le correspondían" (v. 34).
Los arrendatarios repetidamente se resisten a aceptar los derechos del poseedor.
Sus acciones se describen en términos de usurpación creciente en la que emplean
violencia y agresividad creciente sobre los encargados de "percibir" los frutos
para su natural propietario.
Esta violencia creciente se describe en tres etapas. Las dos primeras son
semejantes y consisten en maltratar a los enviados según un orden creciente de
"apalearon, mataron, apedrearon…". El aumento de culpabilidad aparece en que la
segunda vez los criados son más numerosos: "más que la primera vez" (v. 36).
De esta manera, Jesús presenta un balance de la historia del Israel obcecado
frente al mensaje divino. La dirigencia del pueblo se ha resistido repetidamente
y de modo creciente a "dar los frutos" a Aquel a quien correspondían. Su actitud
ha sido la de una apropiación indebida para la cual no ha excluido el uso de la
violencia ejercida repetidamente sobre los profetas y enviados divinos.
Desde el v. 37 se presenta la acción definitoria y última. Se trata de que los
viñadores, "por último", reconozcan al verdadero poseedor. Para ello recurre a
su hijo y paulatinamente se dan los elementos para reconocer las reacciones de
los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo o fariseos (v. 45) frente la
misión histórica de Jesús, enviado del Padre.
Primeramente se presenta de forma parabólica la actitud de los viñadores.
Quieren hacer definitiva su usurpación de la viña por medio del asesinato y el
texto consigna lo que están planeando (v. 38) y seguidamente la concreción de
sus planes: "lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron" (v. 39).
Simbólicamente se describe de este modo, la prisión de Jesús, su exclusión del
pueblo y su muerte.
En la continuación, aún en el plano simbólico, los interlocutores de Jesús,
pertenecientes a la dirigencia de Israel, deben sacar las consecuencias de la
actuación de los viñadores. Ellos pronuncian una valoración ética sobre ellos
calificándolos de "malvados" (v. 41) y pronuncian la doble sentencia merecida
por esa actuación: los "hará morir de mala muerte" y "arrendará su viña a otros"
(v. 41).
Sigue la explicitación en el plano de real de la enseñanza parabólica. Para esta
explicitación se retoma la doble sentencia anterior y se profundiza el sentido
de la misión de Jesús con ayuda de la referencia al Sal 118,22-23.
Retomando la sentencia, se identifica a los viñadores con los jefes del pueblo.
El "ustedes" del v. 43 indica que la dirigencia israelita, rechazando a Jesús,
ha perdido su última oportunidad de dar a Dios lo que correspondía y, de esa
forma, ha arrastrado a todo el pueblo en su infidelidad como aparecerá
claramente en el juicio ante Pilatos (cf Mt 27, 20-25). La segunda parte de la
sentencia anuncia la transferencia de la viña que no se hará a "otros
dirigentes" sino a un nuevo "pueblo que produzca frutos" (v. 43).
Con la cita del salmo, se pone en relación la muerte del hijo con la piedra
descartada. Releyendo el salmo a la luz de la resurrección la comunidad
cristiana descubre en el destino de Jesús la fidelidad de Dios a su plan de
salvación a pesar de la infidelidad del pueblo.
Y esto mismo es lo que exige Pablo a los integrantes de la comunidad de Filipos.
A los filipenses, profundamente queridos, les dirige la exhortación de volver
sus ojos sobre todos los valores positivos del mensaje cristiano que él les ha
propuesto. Y esta consideración es un preámbulo a la concreción de esos valores
en la propia vida. "Ténganlo por suyo" (v. 8) y "llévenlo a la práctica" (v. 9)
aparecen como los elementos decisivos de los que depende la presencia del Dios
de la paz en la comunidad.
Viña en la primera lectura y viña en la tercera. En la primera, la base parece
ser un canto popular de amor, que es utilizado por el profeta para referirse a
las relaciones de Dios con el pueblo. Una relación de amor, de atención, de
cuidado, del agricultor con su viña, y una respuesta negativa de la viña. "La
viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel": el profeta incorpora la
"moraleja" al texto. Lo que el Señor espera de su viña es "derecho" y
"justicia". El texto puede aplicarse fácilmente a la relación -individual,
colectiva- que con Dios tenemos todos los que vivimos "en la viña del Señor".
Por su parte el evangelio ya lee la imagen de la viña del Señor desde el
acontecimiento de Jesús, y lo reelabora con la vista puesta en el rechazo a
Jesús por parte de las autoridades del pueblo. La intención del texto es
polémica y apologética, en función de las preocupaciones de la comunidad
cristiana en el momento en que se redacta. Esa perspectiva polémica y
apologética a nosotros nos es ajena, y hasta abstrusa. Para efectos
"parenéticos" (exhortativos), u homiléticos, puede ser mejor centrarse
fundamentalmente en la primera lectura. En todo caso, hay que tener cuidado en
la forma de hablar del pueblo judío al comentar la parábola: ni adjudicar al
"pueblo de Israel" el asesinato de Jesús, ni hablar de la "viña de Israel" como
no hubiera ninguna distancia con el país que hoy así se llama.
Para la revisión de vida
La canción de la viña es un "canto de amor", un pequeño relato poético sobre las
relaciones de amor de Dios con su pueblo. Puedo aplicármelo a mí mismo. He
recibido los cuidados amorosos del divino agricultor, y éste espera ansiosamente
mis frutos. ¿Qué clase de frutos son?
¿Pienso alguna vez en mis relaciones con Dios como relaciones de amor, aventura
de amor entre yo y Dios?
Para la reunión de grupo
- Lo que se esperó de la viña -dice la explicación de la canción de la viña
incluida en el texto- fue "derecho y justicia". Es un binomio (¿o un pleonasmo?)
muy conocido bíblicamente, y muy utilizado por los profetas concretamente. Hacer
un recorrido rápido, de memoria, por otros textos bíblicos del Antiguo
Testamento que entre todos recordemos, que evocan también "justicia y derecho".
- Algunos preferirían "amor y piedad" a "justicia y derecho", o al menos dirían
que hay que entender que el amor y la piedad es la primera respuesta que Dios
pide de nosotros, mientras que el derecho y la justicia son simplemente una
consecuencia, y que así hay que entender (corrigiendo) el texto del profeta, que
simplemente ha dado por supuesto lo primero y se ha referido a lo segundo.
¿Estamos de acuerdo? ¿Por qué?
- "Estén atentos a todo lo que vean de verdadero, de noble, de justo, de limpio…
y pónganlo en práctica" (Fil 4, 8-9). ¿Se puede decir que las fuentes de la
moral cristiana son amplias, que el cristiano puede encontrar luz por muchas
partes… o hay que mantener que nuestra ética y nuestra moral están
exclusivamente fijadas en el Evangelio y en la doctrina de la Iglesia…?
Para la oración de los fieles
- Por todo el Pueblo de Dios, para que sea viña agradecida que dé los frutos de
"justicia y derecho" que Dios espera de nosotros. Oremos.
- Por todos los creyentes de las diferentes religiones, para que superen los
fanatismos y vivan su fe como una forma de servicio a la Humanidad entera.
Oremos.
- Por los pobres, los enfermos, los que están solos, los que no encuentran
sentido a la vida..., para que encuentren en nosotros la ayuda eficaz que
necesitan. Oremos.
- Por los dirigentes religiosos, para que vivan su mayor responsabilidad como
mayor servicio a todos en general, y a sus fieles en particular. Oremos.
- Por todas las víctimas de las diferentes formas de intransigencia, para que
encuentren junto a Dios la paz que no pudieron encontrar entre las personas.
Oremos.
- Por cada uno de nosotros, para que hagamos realidad todos los buenos deseos
que llevamos en nuestro corazón. Oremos.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que desde el comienzo de los tiempos nos has manifestado tu
amor y que día a día cuidas de todos y cada uno de nosotros como un viñador
amoroso; guía nuestros pasos para que sepamos serte agradecidos, y haz que
nuestra gratitud no sea sólo de palabra, sino con obras de "derecho y justicia"
en favor de todos, y especialmente de los pobres y de los "otros". Por
Jesucristo.
1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.
3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).
24. FLUVIUM 2005
El peligro del propio criterio
Ni que decir tiene que esta parábola del Señor, como todas, tiene numerosas
aplicaciones para nosotros. Nos fijaremos ahora únicamente en la actitud de
aquellos malos empleados del señor, dueño de la viña. Como otras veces, Jesús
toma ocasión de una mala conducta para hacernos ver que espera de los hombres
algo muy distinto de lo que realmente le damos. Aquellos sirvientes, a pesar de
que tenían, gracias a su señor, la oportunidad de ocuparse en algo noble,
desperdician esa ocasión y se comportan de un modo inicuo. Podían haber
ennoblecido su vida, dedicados a algo valioso, a la medida de su señor; tanto
más noble y enriquecedor, cuanto mayor era la grandeza del señor –que confiaba
en ellos– y más superaba en categoría a los empleados. Cualquier plan del señor
siempre tendría más relevancia que el más interesante de los proyectos
personales de uno de los siervos; y los ideales, las ilusiones del dueño
satisfechas tenían también capacidad para satisfacer con creces al más exigente
de sus empleados.
"Es que no son mis ideales, no son esas mis silusiones, son los planes de mi
señor, cosas sólo suyas", podría objetar con despego uno de aquellos
trabajadores. En ese mismo momento de rebeldía, no sólo se opone a una
indicación recibida. A quien en verdad mimusvalora al consentir en tal
pensamiento es al señor, dueño de la viña y su señor. No olvidemos que ha
ofrecido a algunos de sus siervos, por pura liberalidad, la enriquecedora
oportunidad de ocuparse en sus propias cosas, y recibir despues su recompensa.
Ha organizado las cosas muy bien, para que puedan trabajar en las mejores
condiciones: plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar,
edificó una torre... Muy posiblemente, de otro modo, estarían aquellos
trabajadores desempleados y, como consecuencia, padeciendo necesidad. En cambio,
gracias a su señor, disponen de los medios para trabajar y tienen la oportunidad
de desarrollar una buena tarea, en beneficio de otros y de sí mismos.
No queramos ser nosotros como ellos, porque la parábola retrata a bastantes que
no saben o no quieren descubrir como voluntad de Dios sus obligaciones
familiares, profesionales, de convivencia, etc. Y quizá tampoco caen en la
cuenta de que no se han autoconcedido –por ejemplo– las capacidades físicas e
intelectuales de que disponen, al igual que los labradores de la parábola los
instrumentos de trabajo: la viña, la torre, el lagar... Piensan, tal vez, que
ese modo de comportarse, en lo que deben hacer, es únicamente cosa suya. No
consideran que vivimos en el mundo "contratados" por Dios que, en su
liberalidad, como los trabajadores de la viña, se ha dirigido a cada uno
ocupándonos en sus cosas. Bastantes consideran, incluso, que será correcto lo
que hagan si se sienten independientes, pues, con actuar con el propio criterio
y sentirse a gusto sería más que suficiente. Ese personal criterio queda
convertido, para los más imprudentes, en norma del buen obrar, propio y ajeno.
Quizá no se dan cuenta, pero pretenden convertirse en autores del bien y del mal
suplantando a Dios.
Podemos meditar, poniéndonos bajo la intercesión del Espíritu Santo, sobre cómo
en nuestra vida utilizamos las muchas ocasiones que nos ha concedido Dios para
servirle. Porque es precisamente esto algo que caracteriza al hombre y la raíz
de nuestra dignidad, y podríamos tenerlo poco en cuenta. En efecto, habiéndonos
creado personas y, por tanto, superiores a los demás seres terrenos, Dios nos
hizo capaces de Él. Para desarrollar esta capacidad contamos con una serie de
cualidades, los talentos –de los que habla Jesucristo en numerosas ocasiones–,
que debemos utilizar según su querer, puesto que nos los concedió por amor al
hombre, y para que con ellos pudiéramos corresponder a ese amor que Él nos ha
tenido primero.
¡Qué gran injusticia utilizar "astutamente", sólo en provecho propio –así
pensamos–, lo que nos ha otorgado para ser grandes en su presencia, amándole! En
la parábola evangélica los malos servidores manifiestan el desprecio a su señor,
llegando a dar muerte a varios de los siervos fieles que les envía, incluso a su
propio hijo. Así ha sucedido también en nuestro mundo. No pocas veces han sido
despreciados los ministros del Evangelio, y hasta han llegado a perecer por ser
fieles a Cristo, hoy como ayer. De hecho, matan a Nuestro Señor –vuelven a
crucificarle, diría san Pablo– cada vez que cometen un pecado mortal. Pidamos
Luz del Cielo para valorar, como es debido, la gravedad de cada indiferencia a
los Mandamientos, al Evangelio. ¡Que entendamos un poco más, Señor, que lo
interesante de verdad es cumplir tu Voluntad, precisamente porque es Tuya.
En esto, como en todo, nuestra Madre es el punto de referencia infalible. María
no tiene otra voluntad que la que en cada instante descubre de su amoroso
Creador, Señor y Padres. También cada uno, como hijos, nos sabemos muy queridos
por Dios y deseamos, como Ella, amarle de verdad: con la realidad de nuestra
vida. Pedimos, por eso, a esta Madre buena, que nos libre de los criterios
propios egoístas y nos haga admirar el parecer de Dios.
25. Fray Nelson Domingo 2 de Octubre de 2005
Temas de las lecturas: La viña del Señor * El Dios de la paz * Los viñadores
perversos .
1. La Canción de la Viña
1.1 Es admirable que una misma imagen pueda servir durante tantos siglos como
símbolo del pueblo de Dios. La voz de tantos profetas y predicadores, hasta
llegar a Cristo mismo, no ha agotado sino enriquecido la imagen de la viña.
1.2 La clave del "éxito" de esta imagen literaria podría estar en que se
relaciona con un rango amplio de experiencias humanas muy significativas: el
afán unido a la esperanza; el cuidado exterior y el fruto interior; la amargura
de un trabajo duro y la alegría de un vino generoso; la intervención de muchos
trabajadores y el día de la cuenta ante un solo dueño.
1.3 Debajo de todo ello, hay una analogía aún más profunda: el trabajo y la
cosecha, el tiempo y la eternidad, el esfuerzo humano y la bendición divina. La
viña viene a ser así una imagen de la vida entera, sea que la miremos en el caso
de cada uno o en la historia de los pueblos o incluso de toda la Humanidad.
2. Desilusión de Dios
2.1 Tanto en la primera lectura como en el evangelio de hoy son claras las
palabras de desengaño. Hay una traza de evidente tristeza en la exclamación del
profeta: "¿Qué más pude hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando
yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias?" La tristeza se vuelve
denuncia en el evangelio que oímos hoy: "Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué
hará con esos viñadores?"
2.2 Sin embargo, hay que ir más allá de la tristeza o la ira contenida. Lo
esencial es la distancia entre el proyecto de Dios, que es llamado hacia la
fecundidad, y el escaso y amargo fruto de la perversión humana, que termina
conduciendo a la amargura y la muerte. De esa distancia o "decepción" brotan las
expresiones claramente antropomórficas que hablan de un Dios "desilusionado" o
"embravecido."
3. Cómo estoy cultivando mi viña
3.1 Por supuesto, el mensaje no termina en la decepción. La denuncia de los
profetas, y sobre todo del Profeta por excelencia, Jesucristo, es también
anuncio de que Dios tuvo --y tiene-- un plan mejor. Nuestro Dios quiere la
fecundidad y la vida, y podemos expresarnos diciendo que se duele ante la
esterilidad y la muerte con que hemos ensombrecido su obra, que somos nosotros
mismos.
3.2 El anuncio del nuevo plan está ya en las duras palabras de Cristo a sus
adversarios: "les digo a ustedes que les será quitado el Reino de Dios y se le
dará a un pueblo que produzca sus frutos." Hay en este lenguaje un regaño, por
supuesto, pero la causa está tan clara que cualquiera puede evitarlo. Todo
consiste en preguntarse qué estoy haciendo con lo que Dios ha sembrado en mí, o
sea, cómo estoy cultivando mi viña.
3.3 La pregunta, sin embargo, no debe quedarse en el ámbito individual. Los
papás pueden preguntarse cómo cultivan la viña de su hogar. Los pueblos pueden
examinarse sobre el legado de fe y cultura que han recibido: ¿estamos dejando
las cosas igual o mejor que como las recibimos? El mundo entero, en fin, puede y
debe preguntar sobre el cuidado de la creación, por dar otro ejemplo: estamos
acabando este planeta como si fuéramos la última generación que tiene derecho a
disfrutarlo.
4. La piedra desechada y escogida
4.1 Por otra parte, el lenguaje de Cristo es una invitación a cambiar nuestra
manera de apreciar las cosas. Esta parábola la dijo el Señor "a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo." ¿Por qué a ellos en particular?
Evidentemente porque su ceguera les hace no sólo descuidar la viña sino
adueñarse de ella, hasta el extremo de matar "al heredero," o sea, al mismo
Cristo. De modo que hay una relación entre la desobediencia que arruina el
destino de la viña y el deseo secreto de hacer nuestra esa viña, excluyendo a su
Dueño.
4.2 Dicho de otra manera: expulsar a Dios y arruinar la creación son una y la
misma cosa. Por otra parte, adueñarse de su obra y condenarnos a un destino de
tinieblas son también una y la misma cosa. La parábola, pues, nos lleva a
descubrir que apartarse de Dios, dañar la creación y perder la propia vida son
en realidad lo mismo.
4.3 La solución por supuesto es cambiar de mentalidad. Viene aquí muy a punto la
exhortación de Pablo: "aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de
justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca
elogio. Pongan por obra cuanto han aprendido y recibido de mí, todo lo que yo he
dicho y me han visto hacer; y así, el Dios de la paz estará con ustedes."
26. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
"El reino de Dios les será quitado a ustedes"
La palabra de Dios se nos presenta y permanece frente a nosotros, en esta Misa, bajo la forma de una gran imagen: la viña. En la primera lectura, hemos escuchado a Isaías en el cántico acerca de la viña. En el salmo responsorial, hemos escuchado la oración de la viña:
Vuélvete, Señor de los ejércitos,
observa desde el cielo y mira:
ven a visitar tu vid,
la cepa que plantó tu mano,
el retoño que tú hiciste vigoroso.
En la proclamación del Evangelio, un giro: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. Finalmente, el Evangelio nos hizo escuchar hoy la parábola de la viña y los viñadores.
La liturgia, al elegir en las Escrituras estos pasajes que hablan de la viña y de la vid, ciertamente tuvo en cuenta la coincidencia de la estación. Sobre nuestras colinas, de un extremo al otro de la península, se realiza la alegre labor de la vendimia. Las manos rodean con cuidado la vid para separar los racimos y hacer con ellos mosto y vino. No es una realidad que pueda permanecer ajena a nosotros y dejarnos indiferentes. Le proporcionó a Dios material e imágenes para hablarnos; tomada por los profetas y por Jesús, se convirtió en palabra de Dios, en medio expresivo de los misterios del Reino: Yo soy la vid, ustedes, los sarmientos. Pero hay algo más: el vino que en estos días se recoge en las tinajas, está destinado a llegar a nuestros altares para transformarse en sangre de Cristo.
De esa forma, la liturgia corona verdaderamente el año del hombre (Sal. 74, 12), es decir, consagra su esfuerzo a fin de que vuelva a él bajo la forma de la gracia. El fruto de la vid y del trabajo del hombre, ofrecido a Dios, vuelve al hombre como bebida de salvación.
Por lo tanto, concentrémonos en la gran parábola de la viña para saber qué quiere decirnos el Señor con ella, a nosotros, los que escuchamos hoy su palabra.
Hay dos maneras de leer esta parábola de la viña: una en clave histórica o narrativa, y una en clave actual. Por cierto, la segunda nos interesa más, pero no es comprensible sin la primera.
Histórica o literalmente, la viña de la cual se habla es el pueblo hebreo. Dios eligió este pueblo, lo liberó de Egipto y lo transplantó en la tierra prometida como se transplanta una vid. Aquí lo llenó de cuidados, como hace el viñador con su viña, o mejor, como hace el esposo con su esposa. La rodeó, la defendió. Es la historia evocada con imágenes en el salmo responsorial de hoy. ¿Pero qué sucedió? La viña, en lugar de uva, produjo agrazones; más allá de la metáfora: el pueblo elegido se perdió y se hizo salvaje: en lugar de producir obras de justicia y fidelidad, se rebeló y le pagó a Dios con traiciones, desobediencias e infidelidad: Él esperó de ellos equidad, y hay efusión de sangre, comenta Isaías en la primera lectura.
En la versión de Jesús, la aplicación resulta más transparente. Son los viñadores quienes se rebelaron, no la viña; es decir, los hombres, no la tierra. ¿Qué hará Dios? Según Isaías, destruirá la viña. El salmo 79 describe este abandono de Dios que se manifestó en la caída de Jerusalén y en el exilio. Sin embargo, Jesús no habla de la destrucción de la viña. No son las promesas de Dios, vale decir su plan, lo que será cambiado, sino sus destinatarios: el Reino de Dios, la viña, queda, pero será dado a otro destinatario. Es una alusión transparente al destino del pueblo de Israel: habiendo rechazado a los profetas y matado "al Hijo", será dispersado y sustituido por otro pueblo como heredero de las promesas.
Aquel otro pueblo, al cual se le confió el reino, somos nosotros los cristianos, que constituimos la Iglesia. Ahora nosotros somos, en un sentido determinado, la viña del Señor. Aquí comienza la lectura actual de la parábola.
Para nosotros, el significado de la palabra de Dios de hoy debe ser buscado en aquella frase del Evangelio de Juan que hemos proclamado antes en el Evangelio: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto...Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca (Jn. 15, 5). La situación ha cambiado con Cristo. Dios no repudiará más la viña que es la Iglesia, porque esta viña es Cristo; la Iglesia es el cuerpo de Cristo. No habrá un tercer "Israel de Dios" después del pueblo hebreo y del cristiano. Pero si la vid está segura por el amor del Padre, no sucede lo mismo con los sarmientos individuales; si la Iglesia está segura de la promesa que no dejará de ser cumplida hasta el fin de los siglos, y de que "las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella", no sucede lo mismo con los componentes individuales de la Iglesia o con sus grupos. Si no dan fruto, pueden ser apartados y tirados. Pueden tener que descender de su posición. Fue éste el drama de enteras secciones de la Iglesia, como las iglesias del Asia Menor, a las cuales se dirige Juan en el Apocalipsis.
Es el riesgo de nosotros, los cristianos de hoy, como individuos y como grupo. Cierto día, san Pablo, al ver la resistencia de los judíos para recibir el mensaje, exclamó: Nos dirigimos ahora a los paganos (Hech. 13, 46). ¿Y si también hoy Dios transplantase su viña entre otros pueblos dispuestos a hacerla fructificar, por ejemplo en el "tercer mundo"? ¿Acaso no está en acto entre nosotros, los pueblos cristianos de Occidente, un tácito rechazo al Hijo? A Dios no le interesa que quede en pie una cultura cristiana, por la cual "no podemos no decirnos cristianos"; le interesa que quede la fe en Jesucristo, la aceptación de su palabra. Si ésta desaparece, como viña ya estamos repudiados, somos sarmientos secos.
El discurso es mucho más serio si se lo aplica a cada uno de nosotros. Dios nos dio todo. Nos plantó en la Iglesia, nos injertó en Jesucristo, nos podó y nos alimentó. Ahora tiene derecho a venir a pedir los frutos. Y viene, en efecto, aun cuando no nos demos cuenta de sus visitas. Viene como el dueño venía a buscar higos en su árbol y no encontraba otra cosa que hojas: Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto, al que da fruto, lo poda para que dé más todavía (Jn. 15, 2 ss.).
Hoy, la palabra de Dios se nos aparece realmente como aquella espada filosa que penetra en nosotros y nos obliga a tomar partido, nos pone en un estado de decisión. ¿Qué queremos ser? ¿Un sarmiento unido a Cristo, a su palabra, a sus sacramentos, en estado de crecimiento (y, por eso, de conversión), o un sarmiento estéril, rico sólo en pámpanos, es decir, un cristiano de palabra y no de hecho?
Volvamos a apegarnos a la vid. La Eucaristía nos ofrece la posibilidad de reactivar nuestro bautismo en nosotros y también la circulación de aquella savia que proviene de la vid. En el salmo responsorial, hemos escuchado la plegaria afligida de la viña abandonada. Hoy debemos hacer de ello nuestra plegaria, pero también debemos hacer nuestro el propósito con que finaliza:
Nunca nos apartaremos de tí;
devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre.
(Tomado de “La Palabra y la Vida” ed. Claretiana, 1977, Pág. 224 y ss)