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H O M I L Í A S 

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DOMINGO XXVI

CICLO C

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Esta parábola forma una antítesis con la que le precede, la parábola del administrador, con su comentario. En la parábola del domingo pasado, que precede inmediatamente a la de hoy en el evangelio de Lucas, Jesús pide a los ricos que utilicen el «dinero injusto» para hacerse con amigos que les reciban, en aquel gran día de la pérdida de las riquezas terrestres, en las moradas eternas.

Si hay alguien que haya sabido servirse así del dinero, ése es ciertamente el administrador; él mismo lo había dicho: «Ya sé lo que voy a hacer para que encuentre quien me reciba en su casa». En cambio, el rico de la parábola de hoy, hace todo lo contrario. No supo hacerse del pobre un amigo que le recibiera en el día de la tremenda urgencia. No es un hombre astuto, inteligente, como el administrador del pasado domingo. Este rico es bastante torpe.

La parábola de este domingo muestra lo que es el mal uso del dinero y a qué conduce inexorablemente. Incluso quiere enseñar lo que es y a lo que conduce el dinero si no se ha usado de la única manera juiciosa que cabe: compartiéndolo.

 

Tenemos aquí una parábola bastante peligrosa por las malas interpretaciones a que puede dar lugar. Por eso hemos de hacer todo lo posible para aclarar lo que no es la parábola.

- No es una descripción de cómo se desarrollará la vida después de la muerte.

- No es tampoco una promesa a los pobres de un final feliz en compensación de lo mal que lo han pasado antes.

- No es una invitación a la resignación de los pobres en beneficio del mantenimiento del tren de vida de los ricos. Porque no hay una idea más opuesta a la Biblis que la «resignación», que ese dejar para el «más allá» la solución de las injusticias presentes. La fe -no lo olvidemos- es también principio de «indignación», de lucha, más que de resignación.

- La suerte del hombre en el más allá no es más que la fijación definitiva de lo que vive o no vive hoy, la prolongación de lo que es o no es en la tierra.

 

El rico es un ser aislado. La riqueza lo encierra en el egosísmo, lo separa de los demás. Acostumbrado a mirar exclusivamente su plato, lleno hasta el colmo, no ve al pobre que está a la puerta.. Los perros ven mejor que él.

Porque aquí está el peligro de la riqueza: que posee al hombre tan fiera y absolutamente que lo inutiliza para todo lo que no sea ella misma. Por eso el dinero es temible. No por lo que conseguimos con él sino porque llega a poseer al hombre de tal manera que es el único que marca la pauta de su vida.

La parábola termina, en fin, con una pesimista descripción del corazón del rico, en quien el dinero se convierte en causa de una insuperable incredulidad. Ni la Ley de Moisés, ni la palabra de los Profetas, ni la predicación de la Iglesia hablando en nombre de Jesús resucitado, consiguen ablandar el corazón de quienes están encerrados en los bienes que poseen. La riqueza es, para Jesús, una realidad envenenada, que compromete radicalmente la vida futura de quienes la poseen; ella les lleva a la inhumanidad para con el prójimo y a la incredulidad con respecto a la palabra de Dios.

«Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto». De esta manera tan rotunda Jesús viene a decirnos que el ansia de milagros llamativos es una debilidad en la fe. Quien no cree en la Palabra de Dios tampoco cambiará de actitud por un signo prodigioso. Es una clara advertencia a que se busque la salvación por caminos normales. a través de la obediencia a la Palabra de Dios.

 

Jesús contó la parábola no para informar sobre la vida en el otro mundo, sino para avisar a los que viven de un modo parecido al rico del peligro que les amenaza. En este sentido no es Lázaro la figura principal de la parábola, sino los cinco hermanos del rico, es decir, todos los hombres de este mundo, que podemos correr la misma suerte de nuestro hermano difunto. Nosotros somos los hermanos del rico epulón.

Nosotros, cada domingo escuchamos a Moisés y a los profetas y tenemos entre nosotros la presencia del Resucitado entre los muertos. ¿Nos dejamos convencer? Vamos a pedir a Dios que la preocupación por los bienes de este mundo no nos vuelva ciegos para ver al hermano necesitado que está junto a nosotros; que no nos vuelva sordos al llamamiento de Cristo para compartir nuestros bienes con los demás.

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