COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 16, 19-31

 

1.JUICIO DE DIOS 

Para Lc, lo que interesa es la penetración del sentido último de la historia, especialmente por lo que se refiere a esta gran cuestión de la atención a los pobres. Que la Escritura nos hable de un juicio, es decir, de una última palabra de Dios sobre nuestra historia particular, y también sobre la historia de los hombres, es de una gran importancia. Porque nos hace tener presente que los hombres, nosotros, no somos los dueños de la historia, no tenemos la última palabra; en definitiva, no somos los sujetos capaces de definir el bien y el mal, la felicidad o la infelicidad eterna de las personas y de nosotros mismos. ¡Es Dios quien tiene esta palabra! El juicio es esto.

Ahora bien: el juicio de Dios no es una decisión arbitraria, variable según influencias poderosas, que no se puede saber cómo será hasta que se realice. El juicio de Dios no es más que la fidelidad de Dios a sí mismo, a la palabra que Él ha dado a los hombres. He aquí el interés de esta continuidad entre el texto de Amós y el de Lucas. Ponerse al servicio del dinero, de sí mismo, no da más resultado que, al morir, quedarse sin el dinero y solo consigo mismo, en la penosa tristeza de la lejanía de la comunión con Dios, que en la vida presente ya era una realidad, pero que quedaba escondida por los placeres inmediatos. La imagen de Lázaro, en el seno de Abrahán, después de haber sido humillado en el tiempo presente, sujeto incluso a las lameduras de los perros, es toda una descripción del consuelo de Dios: "¡por eso encuentra aquí consuelo!" (...).

Un niño, al ver esta repetición del tema, se preguntaba: ¿Por qué pintaban con tanta frecuencia el juicio final? Nosotros nos preguntamos por qué el tema del juicio es tan poco integrado en nuestra vida cristiana... Quien sabe si, reflexionando, nos encontraríamos con un olvido actual práctico de esta visión que nos presenta hoy el evangelio: ¡la historia no termina con el tiempo presente! Cambiar las cosas es importante, es un deber que tenemos; la justicia de Dios tiene que realizarse en nuestras obras. ¡Pero es Dios quien nos juzga a todos! (...).

Es difícil no sentir cierto estremecimiento al considerar la última frase de la parábola, a la luz de la celebración de la Eucaristía. Los que la celebramos escuchamos a Moisés, a los profetas, y tenemos entre nosotros la presencia del Resucitado entre los muertos. ¿Nos dejamos convencer? Celebrar la Eucaristía es algo extraordinariamente comprometido; es realmente un juicio de Dios sobre nosotros.

P. TENA
MISA DOMINICAL 1983/18


2.

Pre-texto.-Concepciones populares de ultratumba. Después de la muerte de los hombres viven en el Sheol o Hades, lo que la traducción litúrgica llama infierno. Se trata de una región con varios compartimentos, comunicados entre sí. Los moradores de uno pueden ver a los de otros pero no pueden pasar de uno a otro. Los ángeles son los encargados de conducir a cada persona a su respectivo compartimento. Uno de estos compartimentos es especialmente oscuro; es lugar de tormentos atroces, entre los que sobresale el fuego. Otro compartimento está lleno de luz y con abundancia de ríos; es el paraíso, a donde van los justos.

"Seno de Abrahán":=puesto de honor junto a Abrahán en el gran banquete paradisíaco. Los comensales estaban reclinados de tres en tres en una especie de divanes.

Todo esto son descripciones imaginativas de una realidad que escapa a la experiencia humana. Esta realidad es la vida del hombre más allá de la frontera de la muerte. Una vida cuya realidad estará en estrecha dependencia con la actitud que el hombre haya desarrollado en su primera etapa.

Sentido del texto.

1).-Lo que no es la parábola. No es una descripción de cómo se desarrollará la vida después de la muerte.

No es una promesa a los pobres de un final feliz en compensación de lo mal que lo han pasado antes. No es una invitación a la resignación de los pobres en beneficio del status quo de los ricos.

2).-Lo que es la parábola. Reafirmación seria de lo dicho en Lc 16. 9 y 13. El dinero enajena al hombre; rompe toda posibilidad de comunicación con Dios. ¿Cómo se llega a esa ruptura definitiva con Dios? Usando y abusando individualísticamente del dinero en la tierra. Lázaro no está en la parábola como tipo del mendigo recompensado, sino como hombre sufriente a quien el rico debería haber sacado de su estado.

En todo esto Jesús no inventa una moral que no estuviera en la ley y en los profetas (ver Am 2. 6-7; 4. 1-5; 6. 4-7; Is 58. 7; Ex 22. 25; Dt 24. 10-13). A los fariseos que se burlaban de Jesús por su posición taxativa frente al dinero porque no veían ninguna incompatibilidad entre Dios y el dinero, Jesús les hace ver que no han entendido ni la ley ni los profetas. Un milagro podría impresionar pero no pasaría de ser algo anecdótico de cara a provocar un cambio radical de actitud frente al dinero.

DABAR 1977/55


3.

Texto: Dentro de la perspectiva de camino Lucas vuelve a ofrecernos una parábola de Jesús. En esta ocasión la parábola forma parte de una más amplia réplica, es contundente. Buenos conocedores de la Ley y de los Profetas como son los fariseos, éstos deberían saber que aquello que los hombres tienen por más elevado, para Dios es sólo basura (Lc.16,15). Pero parecen desconocerlo, a pesar de que el principio mantiene toda su vigencia, especialmente ahora que el Reino de Dios es una realidad. Para recalcar esa vigencia cuenta Jesús la siguiente parábola: Había una vez un judío rico, que, tras llevar una vida regalada, vivía atormentado en el infierno. En este punto de la parábola Jesús se sirve de los mismos espacios figurativos con que sus interlocutores fariseos concebían el más allá de la muerte. Estos espacios eran el seol o infierno como lugar de tormento y el seno de Abrahán como lugar de dicha. Seno de Abrahán es en realidad una imagen que designa el puesto de honor en un banquete, es decir, el puesto a la derecha del anfitrión. Por no estar los comensales sentados, sino reclinados o tumbados, el comensal contiguo a otro daba la impresión de estar recostados, de tener apoyada su cabeza en el regazo del otro.

Volvamos a la parábola. En medio de sus tormentos, el judío rico reconoció a un judío pobre, a quien tenía visto mendigar junto a su mesa en infinidad de ocasiones. El pobre ocupaba ahora el puesto de honor junto a Abrahán, el padre de todos los judíos. Observemos que la situación del rico y del pobre es ahora exactamente la inversa a la descrita al comienzo de la parábola.

Es todo un golpe de escena, sobre todo teniendo en cuenta que ni el rico ni el pobre habían sido presentados ni enjuiciados moralmente; simplemente habían sido presentados como rico y pobre.

El rico se dirigió a Abrahán solicitando la presencia benéfica del pobre, a lo que Abrahán respondió invitando a su hijo al recuerdo del pasado, para añadir después: Ahora, en cambio, él encuentra aquí consuelo y a ti te toca sufrir. En este punto de la parábola se hace imprescindible una observación sobre la traducción de estas palabras de Abrahán. Según la traducción aquí propuesta, Abrahán constata y sanciona el cambio de situación descrito con anterioridad, sin atribuir a las situaciones anterior y posterior a la muerte una relación de causa a efecto. La traducción litúrgica, en cambio, opera con esa relación: Tu recibiste bienes y Lázaro males: por eso él encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. El problema está en el "por eso", que no aparece para nada en el texto griego. La traducción litúrgica presupone un esquema de retribución allí donde el original sólo presenta una contraposición. La parábola no habla para nada de una compensación a Lázaro por haber sido antes pobre, ni de un castigo al rico por haberlo sido con anterioridad. La parábola invierte situaciones sin más, empleando la misma técnica de contraste que ya conocemos por otros textos, p.ej. en el caso de Marta y María. Una inversión que, por lo inesperada e hiriente, tiene como función exclusiva el llamar poderosamente la atención y dejar pensativo al oyente, hasta el punto de hacerle exclamar: ¡Ojo con la riqueza! ¡Atención con el dinero! ¡Es un arma peligrosísima! El rico, en efecto, se hizo esta reflexión y pidió a Abrahán el favor de enviar a Lázaro a sus hermanos que todavía vivían en la tierra, en el convencimiento de que la presencia de un muerto les haría reflexionar. Abrahán no se lo concedió, alegando que es suficiente con prestar oídos a lo que dicen la Ley y los Profetas.

La parábola termina así, remitiendo a los fariseos a la Ley y a los Profetas, es decir, a lo que ellos tan bien conocen. Ellos siguen siendo el hijo mayor de hace dos domingos. A poco que nos fijemos, caeremos en la cuenta de que, refiriéndose al rico, Abrahán emplea el apelativo hijo; el mismo que empleaba el Padre hace dos domingos refiriéndose a su hijo mayor. De nuevo nos hallamos ante una parábola abierta, es decir, una parábola cuyo final no se encuentra en ella misma, sino que queda en manos de los oyentes.

A. BENITO
DABAR 1989/48


4.

Lucas termina su capítulo 16 con esta narración ejemplar en la que destaca la peligrosidad de las riquezas una vez más. Los personajes principales representan dos situaciones diametralmente distintas: la acomodada situación del rico y la incómoda situación del pobre, situaciones que se volverán del revés. El rico aparece como un hombre sin otro ideal que pasarlo bien sin acordarse de los que lo pasan mal. Lázaro (=Eleazar, "Dios salva") es el pobre a quien el rico ha olvidado, pero de quien Dios se acuerda en todo momento.

Esta descripción ha sido introducida seguramente en el original y, de hecho, no encaja del todo en el contexto. Si el pobre no hubiera recibido absolutamente nada, hubiera ido sin duda a pedir a otra puerta. Lo que desde luego no recibía Lázaro era una auténtica prueba de amor fraterno.

Lo que el rico negaba al hombre pobre es lo que de alguna manera le daban los perros que se acercaban a lamerle las llagas.

Según el judaísmo, todos los difuntos iban a parar al "infierno" o "seol", aunque no todos los difuntos iban a parar al mismo lugar: unos iban al "edén" o lugar de descanso, otros a la "gehenna" o lugar de tormento. Pero tanto los buenos como los malos esperaban en el "seol" el juicio definitivo de Dios al final de los tiempos. Entre el "edén" y la "gehenna" se abría un abismo infranqueable.

Abrahán no atiende la súplica del rico y le hace ver que la diferencia entre su estado y el de Lázaro no es más que una consecuencia lógica de la divina justicia.

Tampoco es atendida la segunda súplica del rico. De poco serviría enviar un mensajero a los parientes de Epulón que siguen en el mundo y amonestarles para que cambien de conducta. Porque el que no escucha a Moisés y a los profetas, tampoco hace caso aunque le hable un muerto resucitado que venga del otro mundo. Muchos vieron los milagros de Jesús y, sin embargo, no creyeron en él.

No se debe reducir la enseñanza de esta leyenda a una enseñanza sobre la justicia de Dios, que premia a los buenos y castiga a los malos. Porque en realidad se trata sobre todo de una severa amonestación a cuantos buscan la felicidad en las riquezas y creen que éstas pueden salvarnos. No sólo no salva la riqueza, sino que es altamente peligrosa. Porque la riqueza esclaviza al hombre, lo aparta de Dios, impide escuchar a los profetas y cierra los ojos y el corazón para ver y compadecerse de los pobres. Jesús no quiere darnos aquí una respuesta sobre las postrimerías. Supone simplemente una escatología elemental, corriente en el judaísmo de aquella época y, sin valorarla, la acepta como marco para criticar la conducta despreocupada y egoísta de los ricos.

EUCARISTÍA 1986/46


5.

La última parte del diálogo entre Abrahán y el rico destaca que el conocimiento de Moisés y los profetas no basta para la salvación: hay que hacerles caso. Pero además, la última frase destaca otro hecho importante: la fe no proviene de la contemplación de ningún prodigio sensacional, sino de la aceptación humilde de la revelación de Dios. La riqueza convierte al que la posee en un hombre suficiente, con el corazón cerrado a las llamadas que recibe de Dios para que se convierta. Para convertirse no se puede estar instalado, hay que ser pobre. Es decir: dispuesto a aprender, y a emprender una nueva vida.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1974/02


6.

Parábola del pobre Lázaro (el rico epulón viene del latín "epulabatur", banquetear), propia de san Lucas, en la línea de las parábolas de la realidad social contrapuesta. Como todas las parábolas, ésta mira al Reino de Dios. Y nos muestra la imposibilidad de obtenerlo en aquellos que se dejan atrapar por las riquezas.

El apego a los bienes hace olvidar el sentido de Dios, el sentido del hombre (indiferencia) y el propio sentido de la libertad: se cae en la esclavitud. Y, si ahora el corazón es incapaz de recibir el Reino de Dios (conversión, cambio de vida, amor), también será incapaz de recibir más adelante la felicidad de la gloria.

Esta es la enseñanza de la parábola. El rico fue simplemente enterrado. De Lázaro se nos dice que fue conducido al seno de Abrahán (ni siquiera se habla de sepulcro, que no tendría). Inversión de situaciones, propia de la enseñanza de los profetas.

El pobre lo era tanto que incluso los perros se le acercaban, característica que indica la postración humillante de Lázaro, además de enfermo y llagado. El rico es el hombre frío y duro de corazón, indiferente al mal de los demás.

La escena o visión del paraíso y del infierno es un procedimiento pedagógico que muestra más aún el cambio de situación y la imposibilidad de una conversión aunque exista un medio sobrenatural (el aviso de un muerto). Si el corazón no tiene ningún lazo espiritual (Moisés), todo será inútil.

ETERNIDAD/PRESENTE:La eternidad se prepara aquí, en la vida. La eternidad es un don; aquí, en la vida, tiene que vivirse ya la experiencia de este don, una doble experiencia: la de saber ver los bienes como procedentes de Dios, y la de saber dar a los más necesitados los bienes que tenemos.

J. VERNET
MISA DOMINICAL 1983/18


7.

El rico no se presenta como un opresor injusto ni como usurero ni estafador. Es el que se aprovecha de la riqueza y se despreocupa de la misericordia.

El evangelio de Lucas plantea repetidas veces el tema de la riqueza en orden a la salvación. De hecho la cuestión no trata del dinero sino de la actitud del corazón. El rico no es condenado por ser rico ni Lázaro va al seno de Abraham por ser pobre. El rico es condenado porque fue ciego y despiadado.

DINERO/PODER: Nadie puede sustraerse al círculo maligno del dinero. Con el dinero se posee todo: poder, honor, etc. El dinero es la medida de las cosas materiales y nos afecta personalmente. Quien pone la mano sobre el dinero pone su mano sobre las personas. Cristo conocía el fondo del hombre. Por eso el mensaje del reino de Dios se ocupa también del dinero, de la riqueza y de la pobreza, de la avaricia y de la limosna.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986/17


8.

-"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino..." "Y un mendigo llamado Lázaro...": La parábola, que tiene como destinatarios -de acuerdo con el contexto anterior- los fariseos, tiene dos partes. En la primera, se contrasta la vida de un hombre rico con la de un hombre pobre, un mendigo. El mendigo se llama Lázaro, pero no parece que tenga ninguna relación con Lázaro hermano de Marta y María, del evangelio según san Juan.

Las situaciones de estos dos personajes quedarán totalmente invertidas, y de una manera irreversible, en la vida del más allá, con el paso de la frontera de la muerte. Se trata de un tema relacionado con el del evangelio del domingo pasado: los dos consideran las riquezas como impedimento para conseguir la vida verdadera. En esta primera parte de la parábola se establecen dos momentos: en un primer momento, el contraste entre el rico y el mendigo y en un segundo momento, el diálogo entre el rico y Abraham a propósito de la situación en el más allá. El mensaje de la parábola radica en la valoración que hace Dios de los hombres y de su conducta, bien distinta de nuestras valoraciones. Se han encontrado algunos paralelos de esta parábola en escritos de la época: un documento del año 47 d.C. narra una historia egipcia en la que aparece igualmente la situación invertida de un mendigo y un rico en la vida del más allá. También en la literatura rabínica se encuentran narraciones parecidas. Jesús podía estar familiarizado con estas narraciones de la época, pero la parábola del evangelio tiene muchos elementos propios.

-"El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre...": La constatación de su situación irreversible provoca en el rico una nueva propuesta a Abraham.

Así empieza la segunda parte de la parábola, cuyo punto de mira es el destino de los cinco hermanos del rico. ¿Cómo hacer que se conviertan? La conversión no es fruto de milagros espectaculares, sino de escuchar a Moisés y a los profetas (Cf.Rm 10,17). Este camino no es imposible (Dt 30,11-14). La alusión a un resucitado de entre los muertos se refiere a la muerte y a la resurrección de Cristo, y es una advertencia a los que aun se comportan despreocupadamente como los cinco hermanos del rico.

J. NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989/18


9.

Difícilmente se puede creer en aquel que "ha resucitado de entre los muertos" si se vive ahogado por las riquezas y, desoyendo la misericordia que la Palabra de Dios nos reclama, se cierra el corazón a los desvalidos. Bienaventurado el pobre porque sus sufrimientos le merecen entrar en la gloria, y maldito el corazón endurecido y satisfecho del rico, porque muere en la vaciedad.

MISA DOMINICAL 1990/06


10.

La parábola del rico perverso y de Lázaro no se encuentra más que en el Evangelio de Lucas. Más que los otros evangelistas, Lucas ha conocido fuentes particulares que concedían un lugar importante a los problemas de la riqueza y de la pobreza (Lc 6, 30-35; 16, 12-14; 19, 1-9; Act 5, 1-11). Pero en el momento en que introduce la parábola del rico perverso en su Evangelio, esa parábola ha experimentado ya un tratamiento redaccional que modifica su sentido originario.

De ahí que en el relato aparezcan dos partes distintas. La primera (vv. 19-26), la única parábola del Evangelio en la que uno de los protagonistas aparece con su nombre, Lázaro ("Dios ayuda"), podría ser una transposición cristiana de un cuento egipcio introducido en Palestina por los judíos alejandrinos y que relataba la suerte diferente del publicano Bar Majan y de un escriba pobre. La segunda parte (vv. 27-31) es más original, pero su objeto es distinto: Lázaro no desempeña en ella más que un papel secundario y el interés se centra en torno a la suerte de los cinco hermanos del rico, buenos vividores a quienes la amenaza del Día de Yahvé no llega a convertir (cf. Mt 24, 37-39).

a) La primera parte aplica, pues, la teoría judía de la retribución por trastrueque de las situaciones a los pobres y a los ricos, lo mismo que en las bienaventuranzas (Lc 6, 20-26; cf, también Lc 12, 16-21). No se trata, por tanto, de saber si el rico era un buen o mal rico y Lázaro un buen o mal pobre. La parábola no se interesa por las condiciones morales de sus vidas, sino por el anuncio de la proximidad del Reino en un mundo sociológicamente determinado. De hecho nos encontramos en esta parte de la parábola con el clima de la comunidad primitiva de Jerusalén, constituida de pobres y bastante revanchista respecto a los ricos (Act 4, 36-37; 5, 1-16). En ella parecen estos incapaces de optar por una vida nueva, ligados como están a la vida presente por el disfrute de todos sus bienes; los pobres están más disponibles; por eso es más accesible para ellos el Reino.

Los matices vendrán más tarde, cuando Mateo hable de pobreza "en espíritu" y no permita ya que se crea en la beatitud de sola la pobreza social y a la maldición de sola la riqueza económica. El tema escatológico del trastrueque de las situaciones constituye, por consiguiente, un género literario que hay que manejar con prudencia y en el que hay que ver un medio de anunciar la irrupción próxima de los últimos tiempos.

b) La segunda parte de la parábola nos orienta más bien hacia la perspectiva de las condiciones de la espera escatológica y corrige singularmente el concepto demasiado sociológico y demasiado materialista de la primera parte. Aquí, en efecto, no son ya la riqueza y la pobreza las que reciben un premio, sino la irreligión y el egoísmo los que oscurecen el corazón de los hombres hasta el punto de no poder leer los signos que Dios le ofrece, incluso a través de los milagros. Los hombres irreligiosos viven en un egoísmo que les cierra a priori a todas las anticipaciones de Dios; en este punto se encuentran a ras de tierra de forma que no pueden en absoluto ver el menor signo de Dios en los acontecimientos. Para ellos la muerte pone fin a la existencia (v. 28); ni siquiera les convencerá una prueba de la resurrección de los cuerpos porque han perdido el hábito de ver los signos de la supervivencia en su vida misma. La exigencia de signos no es más que un falso pretexto: el hombre no es salvado más que por la audición de la Palabra ("Moisés y los profetas") y por la vigilancia, no por las apariciones y los milagros.

Y es inútil buscar en el relato explicaciones sobre la pena del infierno, sobre el purgatorio y sobre el "estado intermedio". La parábola bebe en el arsenal de las imágenes de la época sin canonizar, necesariamente, alguna de ellas.

Tampoco hay que buscar en ella un juicio demasiado categórico sobre la pobreza o sobre la riqueza sociológicas. El punto final del relato es la condena de la actitud espiritual de egoísmo y de incredulidad y la afirmación de que el incrédulo no podrá descubrir los grandes signos de la supervivencia, como la resurrección de los muertos, si antes no ha aprendido a descubrir la presencia de los signos de Jesús en la vida.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 96ss


11.

El despreocupado. El rico que ni siquiera es voluntariamente malo con el pobre. Me lo imagino nacido en una lujosa mansión, encontrando normal el comer cada día en una mesa bien abastecida. Y luego los pobres, que forman parte del paisaje, de ese claro-oscuro que se ve cada día sin realmente verlo. El despreocupado... Sólo la riqueza lleva a la despreocupación.

¿Quién se preocupa ante tantas situaciones tan habituales como poco conformes con la dignidad del hombre? Desde hace mucho, hemos capitulado ante la fatalidad del mundo. ¿Y cómo reconocerse culpable cuando ya nadie llega a sentirse responsable? Cada cual se encierra en su actitud de reserva, aislado, protegido, cegado...

Pero he aquí que el rico, el despreocupado, muere. Será necesaria la muerte para que tome conciencia. Ahora ve las cosas con la mirada interior que proporciona la eternidad. Siente la sima espantosa, el abismo infranqueable al que se dejó conducir en la tierra. Pues su infierno comenzó en la tierra, aunque él no lo sabía. Ahora querría que se alertara a sus hermanos... ¡Tiempo perdido! Las advertencias más solemnes nunca han cambiado nada en el mundo.

El infierno es una sima, un abismo en el que uno está perdido, en un aislamiento total, sin comunicación alguna, pero con la viva conciencia de que nadie puede vivir si no es en comunión con los demás. Conciencia trágica, pues se querría vivir y ya no se puede... Tampoco es ya posible disculparse con un "no sabía", ya que la preocupación por el otro es una llamada del corazón que todo hombre siente si no embota su corazón aislándose. Parábola de los pobres solitarios. Parábola de los que lo tienen todo y están eternamente aislados de la vida. Es trágicamente cierto que el infierno puede comenzar en la tierra. Tanto para unos como para otros. El infierno eterno no es más que una réplica exacta de este mundo...

* * *

Cuando la despreocupación paralice nuestro corazón,
¡abre nuestros ojos, Señor,
y no permitas que perdamos la vida
en la sima sin esperanza!

Cuando el pobre nos tienda la mano,
¡abre nuestros corazones
y danos la alegría de la comunión
al compartir nuestros bienes!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 46