34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVI
CICLO C
31-34
31. DOMINICOS 2004
Las lecturas de hoy hablan de cómo hemos de
comportarnos con todo aquello que nos es dado. Las riquezas no tienen sentido
por sí mismas sólo tienen sentido como medio, no como fin. Todos somos libres de
administrarlas como queramos, pero sólo hay un camino para llegar a Dios, para
ser su testigo.
Hay un dicho que afirma que la riqueza genera riqueza. Y realmente, en las
teorías económicas, esto es así; aunque, si bien es verdad, el dinero necesita
ser invertido adecuadamente para que de esta forma produzca. Guardado no nos es
útil.
Pero… ¿y cómo se entiende la riqueza en el Reino de Dios? ¿Dónde hay que
“invertirla” para que ésta sea cristiana? Por supuesto en el hombre. Sólo el que
comparte sus bienes, el que los invierte en los demás llegará al Reino.
Comentario Bíblico
La justicia, ahora, tiene que ver con nuestra felicidad futura
Iª Lectura: Amós (6,1-7):
I.1. Una de las “invectivas” más fuertes y acres del profeta Amós es ésta que se
lee en este domingo y que nos recuerda las situaciones más escandalosas de la
sociedad de consumo. El profeta de la justicia social sabe advertir contra
aquellos que se refugian en un “boom económico” como está viviendo en esos
instantes el reino del Norte, Israel, cuya capital, Samaría, era muy lujosa. Una
sociedad de consumo es bien injusta desde todos los puntos de vista: los ricos
se hacen más ricos y los pobres más pobres en la medida en que el lujo, el
dinero, el poder, es sólo de unos pocos. El profeta no callará.
I.2. Pero vemos que el profeta no pretende pedir apretarse el cinturón ante una
crisis que se avecina; el problema es más de raíz: el pueblo elegido tiene que
vivir según los criterios de Dios que pide la justicia y la igualdad para todos.
Su ideología no es la de un hombre desfasado, sino la de aquél que siente que
Dios no puede soportar la irresponsabilidad humana. Llegará, como llegó, la
crisis, la destrucción por medio de la gran potencia Asiria. La injusticia trae
destrucción; siempre ha sido así. La conciencia crítica de los profetas es una
alerta siempre necesaria. Molestan nuestra comodidad, pero son imprescindibles
para nuestra conciencia adormecida.
IIª Lectura: Iª Timoteo (6,11-16): Perseverancia en la fe, como confianza
El texto de la carta a Timoteo es una llamada a la lucha por la fe. El hombre
piadoso, religioso, sabe que en este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque
las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses,
otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la
perseverancia. Pero esta virtud no es la cerrazón en una ideología, sino la
dinámica que nos abre al proyecto futuro de Dios. Este mundo tiene que ir
consumándose en la justicia, en la solidaridad, en el amor...hasta que llegue la
manifestación de la plenitud de Dios, que nos ha revelado Jesucristo.
Evengelio: Lucas (16,19-31): ¡Construyamos el cielo como Dios quiere, no el
infierno!
III.1. El evangelio de Lucas cierra el famoso capítulo social que el domingo
pasado planteaba cuestiones concretas para los cristianos, como el amor al
dinero o a las riquezas y la actitud que se debe mantener (Lc 16). Se cierra con
la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, que es lo opuesto a la
parábola con la que se abría el mismo. El rico epulón es el motivo para poner de
manifiesto, en la mentalidad de Lucas, lo que espera a los que no son capaces de
compartir sus riquezas con los pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino
que la parábola es mucho más concluyente: la situación de Lázaro se produce por
la actitud del que se viste de púrpura y lino y celebra grandes fiestas. Esta
narración parabólica da mucho de sí para hablar, hoy más que nunca, de las
diferencias sociales; del empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos
pueblos del Tercer y Cuarto mundo no pueden soportar. Y se hablará, incluso, del
“infierno” que muchos se merecen… Veamos algunos aspectos.
III.2. La culpabilidad del rico siempre está en oposición a alguien que vive
miserablemente y a quien él debería haber sacado de ese mal. De ahí que la
figura de Lázaro, el pobre, aparezca en toda la narración como punto de
referencia del rico, no solamente mientras están los dos en este mundo, sino
muy especialmente en el más allá. Cuando el rico vive su situación de desgracia,
ya irreversible según la ideología del texto, pide y ruega que Lázaro le
refresque su lengua con la punta de sus dedos (v. 24); o que se le mande para
que advierta a sus hermanos (v. 27). ¿Es un adorno literario, pasivo, para
confirmar lo que se ha definido en el v.25? Es mucho más que eso. No intentemos
definir el “infierno” al pie de la letra de la narración, con llamas o algo así:
¡sería una equivocación teológicamente imperdonable! Consideramos que se quiere
poner el dedo en la llaga como conciencia crítica expresada de una forma
semiótica por la figura del pobre, que tiene un nombre propio, a quien él
debería haber liberado. Y es que la riqueza en sí no es neutra, ni se recibe
nunca como bien discriminatorio, como muchos defendían en la mentalidad del
judaísmo del tiempo de Jesús y del cristianismo primitivo.
III.3. La acumulación de riquezas es injusta; pero es más injusta todavía cuando
al lado (y hoy, al lado, por los medios de comunicación, son miles de
kilómetros) hay personas que ni siquiera tienen las migajas necesarias para
comer. A nosotros nos parece que la culpabilidad de los ricos (o de los pueblos
ricos) que se comportan frente a los miserables como el de nuestro ejemplo está
absolutamente presente desde el principio al final de la narración, y esto sin
recurrir a una alegorización excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso
que el rico ni siquiera tiene nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso!. En
la parábola, por el contrario, quien tiene nombre propio es Lázaro. No es eso lo
que sucede precisamente en nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los
ricos salen en todos los periódicos y hablan de ellos todas las revistas
financieras y del corazón. Y además, el rico sin nombre bien que sabe el nombre
que tiene el pobre: ¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo
significa “Dios es mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús
ha inventado, no solamente de una historia, sino de muchas historias reales!
III.4. El rico es culpable frente a Lázaro, no frente a los pobres en general,
que siempre puede ser una excusa; frente a una persona con nombre propio que se
ha encontrado en su vida. Eso, desde luego, no quita que también se pueda hablar
de la esperanza de los pobres frente al Dios justo, aquí representado por
Abrahán. El abismo, pues, entre los ricos y los pobres, según Lucas quiere poner
de manifiesto, puede y debe cambiarse en el presente. El futuro se hace en el
presente y quien sabe cambiar su presente, cambia también el futuro. Este es el
objetivo final también de la narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro,
como lo era del administrador de la injusticia que supo repartir el dinero
acumulado de su señor para hacerse amigos; no se lo guardó para él. Pero los que
usan las riquezas sólo para sí... se están cerrando el futuro.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Los primeros para Cristo
Vivimos en un mundo donde el dinero es importantísimo: él nos permite estar
dentro o fuera de los privilegiados. Nuestra sociedad nos induce a conseguir lo
último de la moda para ser los primeros. Sin embargo, el mensaje de Cristo es
otro: estar con los últimos para ser los primeros en la nueva vida. ¡Qué
extraño! Esto nos lleva a que las palabras tienen significados diferentes en la
terminología mundana y en la divina. O ¿es que hay algo del mensaje que no
entendimos bien? No sé a vosotros, pero para mí, esto se torna muchas veces en
una rotunda elección: o con el Evangelio o contra él.
Lo cierto es que la pobreza existe paralelamente a la riqueza. La primera
siempre es el fracaso de la segunda. No existen ciudades bonitas si dentro de
ellas hay chabolas, no hay familias ideales si algún miembro de ellas está solo
y abandonado, no nos sentiremos satisfechos de nosotros mismos -ricos- si
tenemos que agachar la cabeza ante la injusticia del que sufre.
En muchos casos se trata de pequeños detalles que mejoran la existencia del de
al lado y del más lejano. Cómo compramos, lo que hablamos, las veces que
sonreímos al día, los minutos que hemos dedicado al problema del otro… Sé que no
es fácil, que nuestro mundo está muy lejos de la utopía. Además, para el que
intenta acercarse a ella cabe la frustración por todo lo que queda por hacer.
Pero lo cierto es que el otro camino, el de la indiferencia, individualismo, el
desamor… no me produce ninguna alegría personal.
Necesidad de fe y fe fuerte
Empieza la segunda lectura diciendo “hombre de Dios”: lo humano y lo divino
unido por la pertenencia al otro, y en medio de ambas la fe. La fe nos llama,
cada minuto de nuestras vidas, a seguirla. No siempre es clara la llamada. Bien
porque a nuestro alrededor hemos creado un mundo de miedos a dejarnos llevar,
porque pensamos que tenemos que controlar cada momento, de tal forma que la
sorpresa sea un factor poco probable. O bien porque la indiferencia nos hace no
cuestionarnos alternativas.
Cuántas veces miramos a Dios para pedir, llorar, quejarnos… Pero qué pocas lo
hacemos para dejarnos estar a su voluntad y a su destino. Pocas veces nos
sentimos protegidos realmente por Él. En muchos casos he oído hablar a amigos
que han tenido experiencias de voluntariado, de cómo las gentes que han conocido
viven con alegría, sin estrés y con confianza en el futuro, además de con una
gran fe.
Lo verdaderamente importante lo inmortal
Continúa la segunda lectura hablando de la conquista de la vida eterna a la que
fuimos llamados. ¡La de libros y películas de ficción que hablan de encontrar el
elixir que nos permita la inmortalidad! Y a nosotros, los cristianos, que nos
hablan de que estamos llamados a ella, como testigos y herederos, no nos
interesa. ¿No será que, de nuevo, los significados de la misma palabra no son
iguales? La ficción quiere ser inmortal para ver más, para no tener el dolor de
la muerte, para controlar las leyes naturales, para un mayor poder. Nuestro
Padre nos invita a una vida eterna a su lado que comienza desde nuestro
nacimiento; nuestra vida es eterna por Dios y por el otro.
Un hombre rico y un hombre pobre ante la vida y la muerte
Para esta lectura podríamos citar todo aquello que comentamos antes de cómo no
podremos entrar en el Reino si no ponemos nuestros bienes al servicio de los
demás.
Pero me voy a detener en la última parte. El hombre rico, cuando se da cuenta de
a dónde le lleva su estilo de vida, intenta avisar a sus hermanos para que
cambien. La conversión siempre es sinónimo de esperanza, de segundas
oportunidades, de volver a elegir y, en este caso, del amor de un Padre a su
hijo pecador.
Cuando nos damos cuenta de que hemos obrado mal, muy a menudo nos inunda el
pesimismo, nos sentimos fracasados. Hay que pensar que sólo el que nos quiere
nos da otra oportunidad: porque nos siente libres de decidir, no juzga, sólo ama
y acepta.
Pero ¿qué es lo necesitamos para cambiar? ¿Esperamos algo extraordinario, una
experiencia de esas que marcan para siempre? Todos hemos oído a mucha gente
hablar –“... esa experiencia cambió mi vida...”- Y mientras tanto, nuestra
actitud sigue siendo la misma. ¿No nos estaremos perdiendo cosas, simplemente
porque no son extraordinarias, porque suceden con bastante frecuencia? La
conversión está en el día a día, en la gente más cercana, en el metro o el
autobús, en los pequeños artículos de prensa. Difícilmente estaremos preparados
para grandes acontecimientos en nuestra vida si no vivimos cada día
intensamente, con sensibilidad, preparados para esa gran experiencia… porque
hasta que llegue, pasarán muchas de las pequeñas.
Lola Bueno López
lbl@dominicos.org
Movimiento Juvenil Dominicano
32. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
Se llamaba Lázaro (nombre derivado del hebreo el
‘azar que significa “Dios ayuda”), aunque en vida no gozó, al parecer, de la
ayuda divina. Le tocó en desgracia ser mendigo, como a tantos millones de seres
humanos hoy, estar postrado en el portal de la casa de un rico sin nombre, uno
de tantos, al que tradicionalmente se le ha calificado de “epulón”, banqueteador.
Lázaro o “Dios ayuda” tenía en realidad pocas aspiraciones: se contentaba con
llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico, las migajas de pan
en las que los señores se limpiaban las manos a modo de servilletas. Pero ni
siquiera esto pudo conseguirlo, pues nadie le hizo entrar a la sala del
banquete. Para colmo, unos perros callejeros, animales considerados impuros y en
estado semisalvaje, tan comunes en la antigüedad, se le acercaban para lamerle
las llagas. Imposible mayor marginación: pobreza e impureza de la mano. Nada
dice el evangelio de las creencias religiosas de este hombre, con razones
sobradas para dudar seriamente de la reconocida compasión divina para con el
pobre y el oprimido. Tal vez ni siquiera tuviese tiempo ni ganas de pararse a
pensar en semejantes disquisiciones teológicas.
Tanto al rico como al pobre les llegó la hora de la muerte, a partir de la cual
se cambiarían en el más allá las tornas, como pensaban los fariseos. Aunque,
dicho sea de paso, con esto del “más allá”, quienes hacían de la religión
baluarte de conservadurismo e inmovilismo han invitado mil veces a la
resignación, tildada de “cristiana”, a la paciencia y al mantenimiento de
situaciones injustas a los que las sufrían; en el más allá -se decía- Dios dará
a cada uno su merecido. Aunque siempre cabe pensar: ¿y por qué no ya desde el
más acá?
Para muchos predicadores, satisfechos con la imagen de un Dios que “premia a los
buenos y castiga a los malos”, como el dios que profesaban los fariseos, la
parábola terminaba en el más allá contemplando el triunfo del pobre y la caída
del rico. Apenas se comentaba la última escena, clave importante para comprender
su mensaje. De ser así, esta parábola sería una invitación a aceptar cada uno su
situación, a resignarse, a cargar con su cruz, a no rebelarse contra la
injusticia, a esperar un más allá en el que Dios arregle todos los desarreglos y
desmesuras humanas. Entendido así, el mensaje evangélico se hermanaría con un
conformismo a ultranza que ayuda a mantener el desorden establecido, la
injusticia humana y las clases sociales enfrentadas.
Pero esta parábola no es una promesa para el futuro. Mira a la vida presente y
va dirigida a los cinco hermanos del rico, que continuaban -después de la muerte
de su hermano y de Lázaro- en la abundancia y el despilfarro. Por eso, el rico,
alarmado por lo que espera a sus hermanos si siguen viviendo de espaldas a los
pobres- pide a Abrahán que envíe a Lázaro a su casa, a sus hermanos, para que
los prevenga, no sea que acaben en el mismo lugar de tormento. Para cambiar la
situación en que viven sus hermanos, el rico epulón piensa que hace falta un
milagro: que un muerto vaya a verlos. Crudo realismo de quien conoce la dinámica
del dinero, que cierra el corazón humano a la evidencia de la palabra profética,
al dolor y al sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, al amor e
incluso a la voz de Dios. El dinero deshumaniza. Me remito a la experiencia de
cada uno.
Bien lo sabía el profeta Isaías cuando amenazaba a los ricos que se acostaban en
lechos de marfil, arrellanados en divanes y se daban a la gran vida entre
comilonas, música, vino abundante y perfumes exquisitos, sin dolerse del
sufrimiento de los pobres (Am 6,1a.4-7). Aquellos fingían devoción a Dios y
veneración hacia la ciudad santa y el templo, creyendo de este modo contentar a
Dios y quedar justificados. Pero el verdadero Dios no es amigo de una religión
que separa el culto de la vida, el incienso de la práctica del amor al prójimo.
Este Dios, según el libro del Deuteronomio, comparte suerte con el pobre, el
huérfano, la viuda y el extranjero; con todos aquellos a quienes los poderosos
les han arrebatado el derecho a una vida vivida con dignidad.
Para reflexionar
-"Yo afirmo que los pobres salvarán al mundo, y que lo salvarán sin querer, lo
salvarán a pesar de ellos mismos, que no pedirán nada a cambio de ello,
sencillamente porque no sabrían el precio del servicio que han prestado" (Georges
Bernanos).
-El primer mundo se parece, en palabras de Jean Guitton, "a una isla de oro
sacudida por todas partes por las olas de la infelicidad de los otros".
-Una gran cuestión social consiste en saber si la pared de vidrio protegerá
eternamente el festín de los animales maravillosos y si los hombres oscuros que
miran ávidamente en la noche no irán a cogerlos en su acuario y devorarlos" (M.
Proust).
-Cerca del 56% do total de los empleos existentes en los centros urbanos de
América Latina están en el sector informal, que no para de crecer, según la OIT.
De cada diez puestos de trabajo que surgen, sólo dos son absorbidas por el
sector formal (trabajadores sin contrato, autónomos y tercerizados. Folha de São
Paulo 10.7.97
-Según el último Informe del Banco Mundial, más de mil millones de personas
viven por debajo del umbral absoluto de pobreza, es decir, que sólo disponen de
un dólar por día. La mayor parte de esos pobres se encuentran en el sur de Asia
y en Africa Negra.
-Existen 385 personas o familias en el mundo que, juntas, poseen una riqueza
mayor que las 2.500 millones de personas más pobres del mundo, o sea, que el 45%
de la población mundial. En EEUU, paradigma del modelo liberal, el 1% de la
población posee más del 40% de toda la riqueza nacional, y esa desigualdad está
creciendo.
-Los niveles de la distribución del conocimiento son cuatro veces más desiguales
que los que se dan en la riqueza en el mundo. Peter Marchetti.
-Si no actuamos ya, en los próximos años las desigualdades serán gigantescas y
se convertirán en una bomba de relojería que estallará en la cara de nuestros
hijos (James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial).
Para la revisión de vida
¿En nuestra comunidad cristiana hay proyectos que busquen mejorar el nivel de
vida de las personas más pobres? ¿Hemos desarrollado una mentalidad crítica que
nos permita ver la injusticia y la violencia que se esconden tras la riqueza?
¿Enfrentamos el futuro con un proyecto que busque una sociedad mejor o nos
contentamos con vivir plácidamente el presente?
Para la reunión de grupo
- -Jesús, en la parábola, no dice que el rico estuviera haciendo positivamente
nada respecto al pobre; no dice que lo explotaba, ni que lo maltrataba o
despreciaba; simplemente coexistía con el pobre; pero Jesús da por supuesto que
al morir es llevado a la condenación. ¿Cómo se explica?
- -"Urge traducir la parábola del rico malvado en términos económicos y
políticos, en términos de derechos humanos, de relaciones entre el primero, el
segundo y el tercer mundo" (Juan Pablo II en la ONU, 2.10.1979; cfr. igualmente
Redemptor Hominis 16, del 4.3.1979). Hacer una lectura internacional actual de
la parábola.
Para la oración de los fieles
- -Por ese 15% de la humanidad que acapara los recursos del mundo, frente a la
inmensa masa de los desheredados de la tierra: para que mediten atenta y
compungidamente la parábola de Jesús, roguemos al Señor...
- -Por los Lázaros de este mundo: para que comprendan que Dios no los quiere
resignados a su pobreza, sino que quiere su dignidad, su compromiso, su
reivindicación...
- -Por todos los cristianos: para que comprendamos que nuestro cristianismo
tiene mucho que ver con esta situación del mundo...
- -Por todos los que pretenden una lectura simplemente interior o espiritualista
del evangelio, para que entiendan que Jesús hablaba en lenguaje directo y sin
recurso a simples metáforas cuando decía que había venido a dar la buena noticia
a los pobres.
33. Instituto del Verbo Encarnado
Comentarios Generales
Amós 6, 1. 4-7:
Amós, Profeta de la pobreza y austeridad, de la verdad y de la justicia, levanta
su voz ruda de pastor y serena de enviado de Dios, para inculpar la molicie, la
hipocresía y las injusticias:
- Echa en rostro a los ricos y potentados su falsa confianza religiosa. Creen
que los santuarios de Sión y Samaría les ponen a salvo de todo riesgo (v 1).
Cual si pudieran con su culto y sus ritos exuberantes ganar el silencio de Dios
y pactar con Él indulgencia para todas las violencias y vejaciones. Amós les da
en lenguaje crudo la respuesta de Dios: “Odio y aborrezco vuestras fiestas.
Alejad de mí el ruido de vuestros cánticos. Lo que quiero es que el derecho
irrumpa como río y la justicia como torrente de aguas perennes” (Am 5, 21. 23).
- Igualmente les echa en cara la falsa confianza de las riquezas. La experiencia
de gente más poderosa que ellos debería servirles de escarmiento (v 2). Pero
sumidos en la molicie, con mentalidad del todo materialista (vv 3- 6), son
incapaces de reflexión ni de conversión. “¿Creéis lejano el día de la
desgracia?” (3). Ellos lo llaman, con injusticias que claman a Dios (3b).
- La intención íntima de los Profetas, y en nuestro caso de Amós, al denunciar
los pecados del pueblo no es meramente acusatoria y conminatoria. Siempre
persiguen como finalidad volver y convertir al pueblo a la fidelidad a la
Alianza. La Alianza con Dios- Verdad- Bondad y Santidad no tolera en su pueblo
impureza, hipocresía o desvíos idolátricos. Y uno de los grandes pecados contra
la Alianza es oprimir, vejar y defraudar a los débiles y pobres. Siempre los
Profetas de Israel se alzan en nombre de Yahvé contra estos pecados de
injusticia social.
1 Timoteo 6, 11- 16:
San Pablo, con acento paternal, da sus consejos a Timoteo, el más querido de sus
discípulos. Son normas a la vez personales y pastorales. Le cumplen a Timoteo
como fiel y como pastor. Eso insinúa ya el apelativo con que se dirige a él:
“Tú, hombre de Dios” (11). “Hombre de Dios” significa que Dios tiene elegido a
Timoteo con una vocación y misión singular; y que Timoteo ha respondido con
sincera generosidad a la vocación divina. Ahora Pablo le da estas consignas:
- “Huye... Y corre...” (11). Como cristiano y como pastor está empeñado en una
difícil carrera. Debe huir de codicias, avaricias, afanes de lucro, inquietudes
por las cosas terrenas (vv 9- 10). Debe correr tras otra meta. La meta tras la
que debe lanzarse a toda carrera es el hermoso florilegio de virtudes: justicia
piedad, fe, caridad, paciencia, mansedumbre. Timoteo, guía y jefe, debe conducir
a sus fieles a la conquista de estas metas. Él debe preceder y entusiasmarles
con su ejemplo y fervor. En este florilegio tenemos las virtudes del cristiano y
del Obispo.
- Por asociación de ideas usa Pablo otra imagen que le es muy grata y familiar:
la del combate o milicia: “Combate el noble certamen de la fe. Conquista la vida
eterna a la cual has sido llamado” (12). Vale la pena acentuar hoy este carácter
de milicia y de conquista que Pablo da a la vida cristiana y más a la de los
Pastores. En la mentalidad de Pablo no caben cristianos acomplejados,
adormecidos, muelles, tibios, aburguesados. Ni caben Pastores u Obispos mudos,
medrosos o evadidos. Siempre nos urge el combate de la fe. La vida eterna es un
don y es una conquista: “Conquista la vida eterna a la cual has sido llamado”
(12).
- De una manera peculiar le intima la fidelidad al depósito de la fe: “Te lo
intimo en presencia de Dios y de Cristo: Guarda lo que te ha sido confiado (13).
El cristiano y más el Pastor debe guardar íntegro el mensaje de Cristo. Nadie
puede adulterarlo, mutilarlo ni adaptarlo. Con fe valiente, con fidelidad
gallarda, con caridad y fervor debemos conservarnos en doctrina y en conducta
irreprensibles y sin mancha hasta la Parusía de Cristo (14- 16).
Lucas 16, 19- 31:
Esta parábola de Jesús es una lección escenificada, impresionante e inolvidable
acerca del peligro que encierran las riquezas:
- Es difícil que los que poseen riquezas entren en el Reino (Lc 18, 24). Epulón
personifica los peligros de la riqueza: avaricia, molicie, dureza de corazón,
olvido de los deberes de caridad y de justicia, olvido de la otra vida. El pobre
está a salvo de tales peligros. A la vez está más preparado para acudir a Dios y
fiar de Él. Más dispuesto para la austeridad y penitencia.
- Dios a todos da los medios de salvación: “Tienen a Moisés y a los Profetas.
Escúchenles” (29). Cuando se rechazan estos medios salvadores (inspiraciones,
predicaciones, etc.) difícilmente tendrán éxito otros medios extraordinarios ni
que sean milagrosos (31). El hombre dotado de libertad puede entregarse a sus
pasiones con tal frenesí que ni los milagros le conviertan.
- El aviso y la parábola de Jesús miraba a los fariseos, avaros (14) e
incrédulos a todos los llamamientos de Jesús (27). Ellos constituyan un triste
ejemplo de orgullosa contumacia. Ni la Resurrección de Cristo les hizo entrar en
razón y convertirse. Y si bien mientras dura la vida presente es siempre posible
la conversión y los castigos de Dios son acá siempre medicinales, la voluntad
puede ir endureciendo en la elección del mal; si así se entra en la otra
frontera, el destino es ya eterno e inmutable (26).
- No sólo tiene responsabilidades la riqueza; las tiene también quien posee
ciencia y cultura, capacidades e influencias; y, sobre todo, quien posee la fe y
la gracia de Dios. A la vez hay pobrezas y miserias más dolorosas que las de
Lázaro: la ignorancia, el alejamiento de Dios... No hay duda de que los
privilegiados en el orden de la gracia (Obispos, Sacerdotes, Religiosos,
cristianos militantes), tienen deberes de caridad y de justicia para con los que
sufren pobreza espiritual, pobreza frecuentemente extrema.
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.
--------------------------------------------------------------------
Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
Parábola del rico Epulón y Lázaro
Explicación. — Atajadas las befas que de Jesús hicieron los fariseos avaros,
cuando pronunció la frase: «Nadie puede servir a Dios y a las riquezas», reanuda
el Señor su discurso sobre las riquezas, concretando en la bella parábola del
Epulón y Lázaro el pensamiento de los males irremediables que acarrea la
fruición desenfrenada de las mismas, gozándolas en el lujo y molicie, mientras
hay tantos desdichados a quienes falta lo necesario para la vida. De paso
rectificaba Jesús los prejuicios de los fariseos en lo tocante a ricos y pobres:
ellos eran ricos, y tenían la riqueza como bendición de Dios; por el contrario,
despreciaban al pueblo pobre y tenían la pobreza como el mayor y la síntesis de
todos los males. La dulce y fuerte parábola establece el equilibrio en lo
tocante al concepto de la riqueza y la legitimidad de su uso. Tiene dos partes:
la primera (19-21) es una viva pintura de los dos personajes durante su vida; la
segunda (22-31) describe su situación después de la muerte.
EL EPULÓN Y LÁZARO EN ESTA VIDA (19-21).—Había un hombre rico que se vestía de
púrpura, traje riquísimo y vistosísimo exterior, y lino finísimo para el
interior, que muellemente acariciaba sus carnes. Y cada día tenía convites
espléndidos, acostumbraba comer opíparamente, sazonando la comida con los
placeres que suelen acompañarla, canto, música, etc. Tenía este hombre las tres
cosas que suele decirse hacen al hombre feliz: riquezas, vestidos preciosos,
festines a diario.
Había también otro hombre en que se juntaban tres condiciones diametralmente
opuestas a las antedichas: era pobre: un mendigo, llamado Lázaro, que en vez de
ricos vestidos tenía el cuerpo cubierto de llagas, sin ropa para abrigarlas: Que
yacía a su puerta, a la del rico, en el magnífico portal, lleno de llagas,
sufriendo hambre atroz, y deseando hartarse de las migas que caían de la mesa
del rico, y ninguno se las daba. Y tan miserable era el estado de este pobre
ulceroso, que ni podía apartar de sí los perros vagabundos que a él venían y
restregaban sus llagas con sus lenguas: Mas venían los perros y le lamían las
llagas. Lo que debía serle tanto más gravoso, cuanto que los judíos tenían a los
perros como animales inmundos, cuyo contacto era pernicioso.
Notan aquí los exégetas que Lázaro es el único personaje de las parábolas de
Jesús con nombre propio, lo que a algunos ha hecho suponer sin razón que se
trataba de un hecho real. El nombre de Lázaro, etimológicamente, significa
«ayudado por Dios», por lo que fue aptísima la selección del nombre. Ni es
improbable que adoptara el homónimo del otro Lázaro de Betania, que dentro de
pocas semanas, tal vez días, debía ser resucitado, por cuanto proféticamente
alude Jesús a la resurrección de un hombre, que se llamará Lázaro, y a la
incredulidad de los judíos, aunque sean testigos del milagro (v. 31).
EL RICO Y EL POBRE EN LA OTRA VIDA (22-31).— Ambos personajes murieron, y sus
destinos fueron tan opuestos como lo habían sido durante la vida, aunque
invertidos los estados: Y aconteció que cuando murió aquel pobre, lo llevaron
los ángeles al seno de Abraham o limbo de los Padres, lugar de reposo de los
israelitas que morían piadosamente, según las enseñanzas rabínicas, y en
realidad el lugar de reposo de todos los que morían en gracia, hasta que se
verificó la redención por Jesucristo. Abraham es el padre del pueblo judío:
cuando moría uno, se consideraba que era recibido benignamente por el padre
común para participar de su felicidad. Y murió también el rico, y fue sepultado
en el infierno: fin rápido y trágico de sus riquezas, vestidos, placeres. La
contraposición es sintética, vivísima: allá Abraham, los ángeles, príncipes
celestiales en cuyo ministerio personal creían los mismos judíos, la felicidad;
aquí, quien nο tuvo una mirada para Lázaro, es sepultado, fin de toda grandeza;
en el infierno, lugar de todo tormento.
Cuanto al alma, es misérrima la condición del rico: Y alzando los ojos, cuando
estaba en los tormentos, nótese el plural, múltiples, como sus anteriores
delicias, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno; los ve de lejos, porque
ellos están muy alto, y él a gran profundidad; lejos también de los hombres, que
no pueden ayudarle. La gran miseria y los grandes tormentos arrancan del Epulón
un gran clamor: Y él, levantando el grito, dijo: Padre Abraham, compadécete de
mí, que soy tu hijo, como todo judío; es grito desgarrador de quien apela a la
misericordia desde la extrema miseria. Quien en vida lo tuvo todo, con sobras, y
despreció a Lázaro, ahora pide del mismo Lázaro lo menos que puede pedirse: Y
envía a Lázaro, que moje la extremidad de su dedo en agua para refrescar mi
lengua, él, que estaba ardiendo todo, porque soy atormentado en esta llama, en
el fuego real del infierno (Mc. 9, 42 siguientes).
Abraham le responde blandamente, pero terriblemente: Y Abraham le dijo: Hijo, no
le niega su parentesco de sangre, acuérdate que tú recibiste bienes en tu vida,
los bienes que tú reputabas único bien, y Lázaro también males, que soportó con
fe y paciencia, porque eran males relativos con que podía lucrar el único bien
definitivo y total. Los destinos deben ahora trocarse: Pues ahora es él aquí
consolado, en contraposición a sus sufrimientos, y tú atormentado, como castigo
de tus ilegítimos goces. Esta es la primera razón de la inmutabilidad de la
suerte de ambos, terrible para el rico. La segunda, lo absolutamente
infranqueable de las distancias y lugares. Y, sobre todo, que hay un abismo
insondable, una vorágine, un vacío inmenso, entre nosotros y vosotros, estatuido
por Dios de una manera inmutable: De manera que los que quieren pasar de aquí a
vosotros, no pueden; ni tampoco de ahí pasar acá: los destinos son definitivos,
goces y penas inmutables y eternos.
Cerrada para el Epulón la puerta a toda esperanza, dirige otra súplica a Abraham
en favor de su familia: Y dijo: Pues te ruego, padre, que lo envíes a casa de mi
padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, les asegure que
hay penas y goces eternos, según sea la vida de cada uno: nο sea que vengan
ellos también a este lugar de tormentos. Abraham se niega también a esta segunda
súplica: no hay necesidad de medíos extraordinarios de credibilidad, bastan los
normales puestos por Dios y los auxilios correspondientes de la gracia: Y
Abraham le dίjo: Tienen a Moisés y a los profetas, los libros del Antiguo
Testamento, que se les leen en las sinagogas: Oiganlos, no hay necesidad de más,
pues lo enseñan todo. Insiste el Epulón: Mas él dijo: No, padre Abraham, no
basta esto, como no me bastó a mí: mas sí alguno de los muertos fuere a ellos,
harán penitencia. También Abraham insiste en su negativa: Y Abraham le dijo: Si
no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aun cuando alguno de los
muertos resucite: tanto es así, que los mismos fariseos, lejos de convertirse,
decretaron la muerte de Jesús por la resurrección de Lázaro, y también quisieron
matar a éste; ni creyeron aunque supieron positivamente que el mismo Jesús había
resucitado.
Lecciones morales. — A) v. 19. — Había un hombre rico... — Es cosa de notar,
dice San Gregorio, que mientras el pueblo suele llamar a los ricos por sus
nombres y no a los pobres, Jesús en esta parábola da el nombre del pobre y calla
el del rico: es que Dios conoce y aplaude a los humildes, e ignora a los
soberbios. Lo cual debe mostrarnos la vanidad ridícula de quienes buscan hacerse
un nombre acumulando riquezas, que nada pueden añadir a lo que somos de nosotros
mismos. Cοmο debe animarnos a ambicionar únicamente, aunque sea ello a costa de
humillaciones y olvidos, que nuestros nombres estén escritos en los cielos. Allí
toda riqueza y todo honor.
B) v. 21. — Y ninguno se las daba... — Se revelan en estas palabras, dice San
Ambrosio, la soberbia e hinchazón de los ricos, quienes, como si se olvidaran de
la igualdad de condición de la naturaleza humana, no hacen caso de los
miserables. Porque la insaciable avaricia de los ricos, dice San Agustín, ni
teme a Dios, ni respeta al hombre: no perdona al mismo padre, quebranta la
fidelidad del amigo, oprime ala viuda, invade la herencia del huérfano.
C) v. 22. — Murió aquel pobre, lo llevaron los ángeles... — Todas las penas del
pobre se convierten repentinamente en delicias. Es llevado, después de tantos
trabajos, porque había desfallecido y para que ni sιquiera caminando trabajase.
Y es llevado por ángeles, porque no basta uno, sino que son muchos para formar a
su rededor alegre coro: todos se alegran de llevar tan dulce carga. Ellos se
gozan en este ministerio para que se llene de almas el cielo. E hicieron todo
esto, y le colocaron en el seno de Abraham, porque aunque se vio despreciado, no
desesperó, ni blasfemó, diciendo: Este rico que vive entre crímenes, se goza y
no tiene tribulación; y yo ni siquiera puedo lograr el sustento necesario.
D) v. 22. — Y murió también el rico, y fue sepultado en el infierno. —Murió en
su cuerpo, dice el Crisóstomo, quien hacía tiempo estaba muerto en su alma, pues
nada hacía que fuese propio del alma; se había extinguido en él todo calor que
proviene del amor al prójimo; por ello era más muerto del alma que del cuerpo. Y
nadie le acompaña en la sepultura, como a Lázaro: quien tuvo durante largo
tiempo en la vida muchos aduladores solícitos, se ve privado de todos cuando
llega al fin. Pero hasta su misma alma estaba ya enterrada de por vida, oprimida
por el peso y las concupiscencias de su cuerpo.
E) v. 24. — Padre Abraham, compadécete de mí. — ¡Desesperación irremediable la
del infeliz condenado! En vano te arrepientes, dice el Crisóstomo, cuando no hay
ya lugar a penitencia: son los tormentos los que te obligan a hacerla, no la
inclinación de tu alma. No sé si los que están en los cielos pueden tener
compasión de los que están en el infierno. Es el Criador quien se compadeció de
su criatura. El fue el médico que pudo sanarla; los demás no pueden sanarla. No
quiso el Epulón curarse en vida; ahora deberá morir eterna muerte: muerte viva,
porque tiene sólo de la muerte la corrupción eterna y la eterna separación de
quien es la única Vida.
Ε) v. 26. — Hay un abismo insondable entre nosotros y vosotros... — Un caos
inmenso, establecido por el Dios inmenso, es el que separa en la otra vida los
justos de los pecadores. Caos que separó sus afectos. Un caos de separación de
estados, podríamos decir, por cuanto después de la muerte no pueden trocarse los
méritos. Un caos a través del cual se ven mutuamente los separados por el caos;
pueden verse y no pueden juntarse: ven los justos de qué se libraron, y ello
aumenta su gozo; ven los malos
lo que perdieron, y ello agiganta su dolor. En verdad que hay abismos que sólo
pudo inventar la justicia de Dios, y que sólo pudo merecer quien se burló de la
justicia de su Criador.
G) v. 31. — Tampoco creerán, aun cuando alguno de los muertos resucite. — Este
apotegma de la parábola, que es sentencia del mismo Jesús, lo vemos confirmado
en la historia. El milagro, aunque es estupendo como la resurrección de un
muerto, no es capaz de abrir el corazón duro de la fe, porque la fe es de
pensamiento y de corazón, es decir, de libertad, y el hombre es dueño de su
libertad: si no quiere, no cree. Un racionalista pedía para creer que se
resucitase un muerto, pero ante una academia de sabios, que pudiese certificar
la realidad de la muerte anterior al milagro y la realidad de la vida posterior
a él. Ni así hubiese creído el infeliz, porque en los secretos de su libertad
hubiese encontrado un motivo para negarse a doblegarla. A más de que Dios niega
la gracia a los soberbios de pensamiento y de corazón, y sin la gracia no se
cree. Pidamos a Dios voluntad de creer, y fe, y aumento de fe.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed.,
1967, p. 252-257)
---------------------------------------------------------------------
P. Carlos Lojoya
Parábola del rico Epulón y Lázaro
(Sermón del 25-09-1983)
Este capítulo XVI del Evangelio de San Lucas, en donde se nos pone a nuestra
reflexión una de las verdades eternas, que no acabamos de creer, estamos como
aquellos judíos, que ni aunque resucite un muerto creerán. Es una de esas
verdades fuertes, pero al mismo tiempo... y no quiero que os asombréis... de las
más consoladoras, de las gracias más grandes que podemos recibir si nos damos
cuenta de lo que es la realidad del Infierno.
Todo el Progresismo que inundó poco a poco los anaqueles de las bibliotecas de
la Iglesia Católica, va a disminuir, y no hablar de esta verdad... del
Infierno... en contra de lo que hizo Cristo. Cristo insiste, pero incluso
obsesivamente, en la verdad que vamos a meditar esta noche, la realidad terrible
de la "Condenación Eterna".
Esa misma literatura falsificadora de los dogmas católicos, esa misma literatura
no quiere hablar del "Temor de Dios", y va a decir con cara de tontaina que
estamos en la época del "amor", de un amor que no tiene en cuenta la Verdad, que
por tanto no es verdadero amor, porque si el amor no teme no es amor, porque
amor y temor van juntos, es un parial, no se los puede separar, se teme cuando
se ama. San Agustín va a decir hermosamente que el temor es amor que huye; por
tanto si de verdad amamos una cosa, tememos perderla, y si hablamos puramente
del amor y no tenemos temor, es mentira ese amor, es un amor falsificado.
El Temor de Dios, queridos míos, dice la Sagrada Escritura, es el comienzo de la
Sabiduría, es el comienzo de la Sabiduría.... por allí se comienza, hay dos
tipos de temor. El temor "servil", es el temor del esclavo, que teme al dueño,
no lo ama, teme al látigo del dueño, ese es el temor servil; también lo dicen
los teólogos, "servilmente servil", temor de que yo cumpla, no vaya a ser que me
caiga el látigo encima, es el temor de la atrición, eh, cuando el muchacho
cometió un pecado grave y viene corriendo a confesarse, no vaya a ser que Dios
me pesque en pecado... ¿ven?, no teme por haber ofendido con su acto, a Dios que
es el Amor inmenso, el Amor inefable, sino que teme a un castigo... no vaya a
ser que me vaya a ir al Infierno, no vaya a ser, ¿eh?. Ése es el temor servil,
que es comienzo de la Sabiduría, y que luego da lugar al temor "filial".
En donde ya no se teme, no es cierto, tanto el castigo, sino se teme que por
nuestro debilidad ofendamos al Amor, es cuando el amigo teme que alguna acción
suya no querida, o alguna fragilidad suya, ofenda a aquel que es su amigo y a
quien ama. Aunque no hubiera cielo te amara y aunque no hubiera infierno te
temiera, dice aquella oración tan hermosa que se atribuye a Santa Teresa, aunque
no es muy posible que sea de Santa Teresa. "Aunque no hubiera cielo te amara y
aunque no hubiera infierno te temiera", es el amor perfecto, el amor de los
hijos. Pero cuidado que el temor servil, es comienzo de la sabiduría, así dice
la Sagrada Escritura.
Y por eso, siguiendo el principio del cual parte San Ignacio en sus Ejercicios
Espirituales, cuando al final de su primera semana hace esta meditación del
Infierno, va a decir no es para que nos asustemos, por eso dije "verdad
consoladora", y digo qué Parábola hermosa y que da consuelo la de Epulón y
Lázaro, donde el Señor describe terriblemente la realidad del Infierno creado
por Dios no para nosotros sino para el Diablo y sus ángeles, al que nosotros
podemos ir, ese es el temor, a donde nosotros podemos ir…
San Ignacio va a decir que no es para que nos asustemos, sino para que "Si del
Amor de Dios me olvidare", dice tan hermosamente, "Su santo temor me haga volver
al camino", por las dudas, quizá mi fragilidad hace que en algún momento me
olvide de Dios, me olvide de su Ley, pues... si de ese Amor me llego a olvidar,
si me llego a olvidar de todo lo que Dios ha hecho por mí, y lo que hizo
Jesucristo, al menos que su Santo Temor me vuelva otra vez al camino recto...
entonces, ¿qué busca San Ignacio?... ¿busca el susto, es una verdad que aterra,
es aterradora?, no es cierto, no busca ese susto; busca la enmienda, la enmienda
que cambiemos de vida, que enmendemos.
Digo que es verdad consoladora, la del Infierno, porque pensar que yo me puedo
condenar eternamente, es decir eternamente, fíjense, para siempre... que puedo
escuchar de los labios que perdonaron a Magdalena, que defendieron a la
adúltera, de los labios que destilaron la miel de la Verdad para nosotros, de
los labios de Cristo, aquella sentencia: "Apartaos de mí malditos al fuego
eterno"... queridos míos, es cosa que aterra... pero vamos a buscar la enmienda,
y no el susto, quizás nos asustemos y conviene bien que de vez en cuando nos
peguemos un susto, ¿ven?, conviene bien frente a esta verdad, porque cuando uno
tiene clara esta verdad... ¿qué puede ser difícil, queridos míos, en la vida?.
La lucha tenaz contra el pecado mortal, contra el hábito que a veces nos
esclaviza... puede ser difícil sabiendo que ese pecado mortal puede ser el
último que yo cometa y con el cual me gane el infierno, qué fuerza da cuando en
la tentación uno piensa en el Infierno!!!, porque si bien Dios me promete el
perdón, no me promete el tiempo, y hay un número de pecados más allá de los
cuales Dios no me perdona, no porque su misericordia tenga límite, sino porque
tiene límite nuestra vida, entonces todos tenemos el número de pecados... no
vaya a ser que con este pecado con el que el Diablo me tienta se colme el número
de mis pecados, ¿ven?, entonces qué bien, qué consuelo, qué fortaleza da en la
lucha del pecado mortal, y no sólo del pecado mortal, del pecado venial, y no
sólo del pecado venial, sino de la lucha tremenda contra las pasiones, contra
las pasiones desordenadas, contra las imperfecciones, contra las dificultades de
la vida.
Cuando uno lee a un San Jerónimo, con todo lo grande que era, "estoy en este
desierto viviendo entre alimañas por temor al Infierno", ¡caramba!, tenemos que
reflexionar que una eternidad nos está acechando y puede ser una eternidad de
condenación y de desgracia. Tenemos que reflexionar, ¿ven?, pero vamos a buscar,
pues, la enmienda... Magníficamente el Señor traza, esta suerte dispar del
pobre, al cual le pone nombre, y del rico al cual no nombra; a Lázaro le nombra,
Lázaro quiere decir "agraciado de Dios", en cambio al rico no le nombra... la
tradición le llama Epulón, porque Epulón quiere decir precisamente "rico", el
ricacho que banqueteaba y no aprovechó sus dones, no aprovechó sus riquezas para
ganarse el Cielo. La suerte acá y la suerte después, totalmente inversa acá;
aquel banqueteaba, era rico y se cubría de lino y púrpura y Lázaro en el portal,
pobre, cubierto de llagas, y sin tener un bocado que comer, y después murieron,
y los ángeles llevaron a Lázaro, y al "rico lo sepultaron", y en el seno del
Infierno era al revés la cosa.
Vio a Lázaro en el seno de Abrahán, rodeado de los ángeles, y él en el
Infierno... "me atormentan estas llamas", "dile a Lázaro que moje la punta de su
dedo y me la pasa por los labios",.... "imposible hijo, recuerda que tu tuviste
bienes en tu vida y Lázaro males", ahora viene la justicia, la Justicia Divina
que es producto de la Misericordia. Dios no es un dios tonto, es un Dios que
sabe distinguir el bien del mal, que premia y que castiga, sino no sería
infinitamente perfecto, como no sería justo el padre que trate del mismo modo a
su hijo bueno y al malo, o el profesor que premie al malo como al bueno, no
sería justo... y si en el orden natural es así, cuanto más en el orden
sobrenatural.
Entonces allá en la otra vida es donde se va a ver la verdadera cara de las
cosas. Entonces Dios dará a cada cual según lo que a cada cual corresponde.
¿Qué es el Infierno?, el Infierno es la privación de la vista de Dios... ¿y cómo
se puede definir eso?, el momento en que nuestra alma se separa de nuestro
cuerpo, con toda su fuerza esencial de ver a Dios, porque para El fuimos
creados... en ese mismo momento en que dice el Doctor Angélico: "el alma corre
hacia Dios, como la mosca hacia la luz", por mis pecados se impide esa llegada;
ese es el infierno, la privación de la vista de Dios. Entonces viene bien la
frase de Agustín, doctor máximo de la gracia: “del odio surge del amor”.
Entonces, el alma, con toda la fuerza esencial de Amor que tiene, esa felicidad
que busca, en el mismo instante, se hace odio, ¿ven?, el Infierno, al estar
privado de la vista de Dios, es odio... odio a Dios y odio a los semejantes; no
se crean que en el Infierno se quieren.
Quevedo, el que es conocido por sus chistes, era gran teólogo, y escribió una
vez un libro sobre el Infierno en donde los diablos y los condenados se muerden
entre ellos. Lo que une es el Amor, el odio separa, el Infierno es odio a Dios y
odio a todo los prójimos, eso es el Infierno... odio y para siempre.
¿Quiere decir entonces que si en el Infierno no vemos a Dios hay Fe…? Claro que
hay Fe. Los diablos tienen fe, dice Santo Tomás, no ven... la visión se opone a
la Fe.... pero tiemblan, tiemblan, ¿ven?,... ¿y qué es lo que no hay en el
Infierno? Dos virtudes... no hay esperanza!, que bien puso el Dante, en la
puerta del Infierno el cartel: "Los que trasponéis este umbral deponed toda
esperanza para siempre". ¿Qué es deponer toda esperanza, qué ejemplo podemos
poner? La desesperación eterna, dice Santo Tomás, que desesperar acá en la
tierra es peligroso como bajar al Infierno, ¿ven?, porque el que muere
desesperado, desesperó de Dios y se condenó, es pecado contra el Espíritu Santo.
Pero imaginad vosotros lo que es la desesperación eterna, hay ejemplos que uno
puede poner, y ejemplos que se han dado: un viaje en barco, como se iba antes,
iba el que escribe estas páginas, y se cae un marinerito en mar picado, un
hombre de unos treinta y cuatro años, andaluz, que tenía hijos, en España, en
una de esas trastabilladas sobre cubierta y cae al mar, y bueno, el comandante
para la nave y empiezan a buscar, horas buscando, dando vueltas teniendo
cuidado, todos avizorando a ver donde se veía la cabecita pequeña en el mar
inmenso, rugiendo las olas, muy chiquito; los gritos tampoco se sienten. El
comandante, después de buscar hasta cierto punto, dice: "marcha adelante".
Fueron las señoras que iban de viaje de placer y bueno... vamos a buscar un poco
más, un poco más, total qué importa, es la vida de este muchacho, imagínense
ustedes... tiene chicos en España, “¡marcha atrás!”, vuelta y vuelta buscando,
dando vueltas y volviendo a buscar y no encontraron al marinerito. “¡Marcha
adelante!”.
Pónganse en el lugar del marinerito, que está viendo que el barco se le va... y
eso acá en el orden temporal.... ¡deponed toda esperanza!... sus gritos no
alcanzan, el está viendo al barco que le busca, el barco no le ve.... para
siempre, deponed toda esperanza.... y es para siempre el Infierno, porque una
pena que pasa no es pena en el fondo. Y es para siempre el Infierno porque en el
momento en que cometemos un pecado mortal, el que busca ilícitamente un placer,
quisiera que ese instante fuera eterno, dice San Gregorio Magno, entonces como
consecuencia de eso, tiene una pena eterna, porque es una ofensa a la infinitud
de Dios, para siempre.
Dice Santa Teresa, que vio el lugar que le tenían preparado en el Infierno, a
ella se lo mostró Dios, se lo mostró,...y dice ella que fue la gracia más grande
que recibió en su vida, fíjense. Habla de los dolores del cuerpo, "estotro me
parece, como si pudiera explicar mejor, sentí un fuego en el alma que no puede
entender como poder decir de la manera que es, los dolores corporales
insoportables que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los
médicos, los mayores que se pueden acá pasar, porque fueron a encogérseme todos
los nervios cuando me tullí, sino otros muchos más y de manera que he tenido
incluso algunos causados por el Demonio, no es nada todo en comparación de lo
que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás ceder, esto no es
pues nada en comparación" fíjense como le llama, “del agonizar del alma", "un
apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y
afligido descontento que yo no sé como encarecerlo porque decir que es un
estarse siempre arrancando el alma es poco, porque aun parece que es otro el que
os sacara la vida mas aquí el alma misma es la que se despedaza, el caso es que
yo no sé como explicar aquel fuego interior y aquel desesperamiento sobre tan
gravísimos tormentos y dolores", "padre Abraham, manda que Lázaro moje el dedo
en la punta y me lo pase por mis labios, porque me atormentan estas llamas". "Yo
no sé cómo fue ello, más bien entendí ser gran merced", dice Santa Teresa, "y
que quiso el Señor, yo viese por vista de ojos de donde me había librado su
misericordia", fíjense, y más adelante dice: "y así torno a decir que fue una de
las mayores y más grandes mercedes que el Señor me ha hecho porque me ha
aprovechado mucho, así para perder el miedo a las simulaciones y contradicciones
de esta vida como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me
libró, a lo que ahora me parece de males tan perpetuos y terribles, después acá
como digo de todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de
sufrir lo que yo en él allí padecí". Y fíjense esta observación: "Espántame como
habiendo leído muchas veces en libros a donde se vaya a entender de la pena del
Infierno como no las tenía, ni las tenía en lo que son".
Por eso Cristo, cuando nos habla de esto, nos está dando la mayor de las
gracias, para que reaccionemos. Cuidado cuando el Diablo quiere condenar...
primero ciega, porque nadie quiere condenarse con los ojos abiertos.
Y cuántas veces el Señor nos advirtió: "tienen a Moisés y a los profetas, si no
le creen a ellos, ni aunque resucite un muerto...", tienen a Jesucristo, el
Verbo de Dios, el único que bajó del Cielo, si no le creemos a él.... ¿a quién
le vamos a creer?, claro, está pasado de moda este padre hablando del Infierno,
¡no!, ¡qué grande! ¡Qué falsificador es el diablo!, el dios de las tinieblas.
Qué falsificador que es, que nos hace creer que esto, que es la verdad eterna,
es cuento de los curas o un poco el cuco con el que el papá y la mamá asustan al
chico.
Queridos míos, por si del Amor de Dios me olvidare, su santo temor me haga
volver al camino que perdí. Vamos a pedirle esa gracia al Señor, que nos tenga
siempre en manos de su Misericordia, ya que nunca fuera de sus manos podemos
estar, si no estamos en manos de su Misericordia estaremos en manos de su
Justicia, estamos en el tiempo de la Misericordia, estamos en el tiempo de la
enmienda, qué lindo Teresa, por eso decía qué consolador que es, no hay cosa que
me parezca difícil, no hay prueba que me parezca difícil.... la Imitación de
Cristo dice: "Has escuchado al Señor que dice toma la Cruz y sigue al Maestro",
es palabra dura... pero más dura será escuchar aquella otra: "Apartaos de mí
malditos al fuego eterno".
Queridos míos, que Dios nos libre de las penas del Infierno, lo rezamos todos
los días en el Avemaría, pero tengámoslo en cuenta... son tiempos en los que se
está perdiendo el Temor de Dios y por eso vemos las cosas que estamos viendo,
que nadie teme a Dios y no temen incluso los que están en autoridad y por eso
conducen a muchos a precipicios que no tienen fondo... hemos de pedirle al Señor
que nos dé el Santo Temor... y que poco a poco vayamos perfeccionando ese amor
para que ese temor vaya siendo el temor del hijo, el temor que ya no teme el
castigo sino que teme ofender a Aquel que ama. Que la Virgen Madre nos conceda
esta gracia.
--------------------------------------------------------------------
San Ambrosio
«Con toda intención, el Señor nos ha presentado aquí a un rico que gozó de todos
los placeres de este mundo, y que ahora, en el infierno, sufre el tormento de un
hambre que no saciará jamás; y no en vano presenta, como asociados a sus
sufrimientos, a sus cinco hermanos, es decir, los cinco sentidos del cuerpo,
unidos por una especie de hermandad natural, los cuales se estaban abrasando en
el fuego de una infinidad de placeres abominables; y, por el contrario, colocó a
Lázaro en el seno de Abrahán, como en un puerto tranquilo y en un asilo de
santidad, para enseñarnos que no debemos dejarnos llevar de los placeres
presentes ni, permaneciendo en los vicios o vencidos por el tedio, determinar
una huida del trabajo. Trátase, pues, de ese Lázaro que es pobre en este mundo,
pero rico delante de Dios, o de aquel otro hombre que, según el Apóstol, es
pobre de palabra, pero rico en fe (Sant 2,5). En verdad, no toda pobreza es
santa, ni toda riqueza reprensible»
(Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VIII,13).
--------------------------------------------------------------------
Juan Pablo II
MISA DE APERTURA DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Domingo 30 de septiembre de 2001
1. "El obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del
mundo".
(...)
Con gran alegría os acojo, amadísimos y venerados hermanos en el episcopado,
llegados de todas las partes del mundo. El hecho de encontraros y trabajar
juntos, bajo la guía del Sucesor de Pedro, manifiesta "que todos los obispos en
comunión jerárquica participan en la solicitud por la Iglesia universal" (Christus
Dominus, 5). Extiendo mi cordial saludo a los demás miembros de la Asamblea y a
cuantos en los próximos días cooperarán para su eficaz desarrollo. De modo
particular expreso mi agradecimiento al secretario general del Sínodo, el
cardenal Jan Pieter Schotte, así como a sus colaboradores, que han preparado
activamente esta reunión sinodal.
2. (...).
3. "Bienaventurados los pobres de espíritu".
La bienaventuranza evangélica de la pobreza, constituye un mensaje valioso para
la Asamblea sinodal que estamos iniciando. En efecto, la pobreza es un rasgo
esencial de la persona de Jesús y de su ministerio de salvación, y representa
uno de los requisitos indispensables para que el anuncio evangélico sea
escuchado y acogido por la humanidad de hoy.
La primera lectura, tomada del profeta Amós, y más aún la célebre parábola del
"rico epulón" y del pobre Lázaro, narrada por el evangelista san Lucas, nos
estimula, venerados hermanos, a examinarnos sobre nuestra actitud hacia los
bienes terrenos y sobre el uso que se hace de ellos.
Se nos pide verificar hasta qué punto se está realizando en la Iglesia la
conversión personal y comunitaria a una efectiva pobreza evangélica. Vuelven a
la memoria las palabras del concilio Vaticano II: "Como Cristo realizó la obra
de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está llamada
a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la
salvación" (Lumen gentium, 8).
4. El camino de la pobreza es el que nos permitirá transmitir a nuestros
contemporáneos "los frutos de la salvación". Por tanto, como obispos estamos
llamados a ser pobres al servicio del Evangelio. Ser servidores de la Palabra
revelada, que, cuando es preciso, elevan la voz en defensa de los últimos,
denunciando los abusos de aquellos que Amós llama "descuidados" y "disolutos".
Ser profetas que ponen en evidencia con valentía los pecados sociales vinculados
al consumismo, al hedonismo, a una economía que produce una inaceptable brecha
entre lujo y miseria, entre unos pocos "epulones" e innumerables "lázaros"
condenados a la miseria. En toda época, la Iglesia ha sido solidaria con estos
últimos, y ha tenido pastores santos que, como intrépidos apóstoles de la
caridad, se han puesto de parte de los pobres.
Pero para que la voz de los pastores sea creíble, es necesario que ellos mismos
den prueba de una conducta alejada de intereses privados y solícita hacia los
más débiles. Es necesario que sean ejemplo para la comunidad que se les ha
confiado, enseñando y sosteniendo ese conjunto de principios de solidaridad y de
justicia social que forman la doctrina social de la Iglesia.
5. "Tú, hombre de Dios" (1 Tm 6, 11): con este título san Pablo designa a
Timoteo en la segunda lectura que ha sido proclamada. Es una página en la cual
el Apóstol traza un programa de vida perennemente válido para el obispo. El
pastor debe ser "hombre de Dios"; su existencia y su ministerio están
completamente bajo el señorío divino, y en el excelso misterio de Dios
encuentran luz y fuerza.
Continúa san Pablo: "Tú, hombre de Dios, (...) tiende a la justicia, la piedad,
la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre" (v. 11). ¡Cuánta sabiduría se
encierra en ese "tiende"! La ordenación episcopal no infunde la perfección de
las virtudes: el obispo está llamado a proseguir su camino de santificación con
mayor intensidad, para alcanzar la estatura de Cristo, hombre perfecto.
Añade el Apóstol: "combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna"
(v. 12). Orientados hacia el reino de Dios, afrontamos, queridos hermanos,
nuestra lucha diaria por la fe, sin buscar otra recompensa que la que Dios nos
dará al final. Estamos llamados a hacer esta "solemne profesión de fe delante de
muchos testigos" (v. 12). Así, el esplendor de la fe se hace testimonio: reflejo
de la gloria de Cristo en las palabras y en los gestos de cada uno de sus
ministros fieles.
Concluye san Pablo: "Te recomiendo que conserves el mandato sin mancha ni
reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (vv. 13-14). "¡El
mandato!". En esta palabra está Cristo entero: su Evangelio, su testamento de
amor, el don de su Espíritu que perfecciona la ley.
Los Apóstoles recibieron de él esta herencia y nos la han confiado a nosotros,
para que la conservemos y transmitamos intacta hasta el final de los tiempos.
6. Amadísimos hermanos en el episcopado, Cristo nos repite hoy: "Duc in altum,
Rema mar adentro" (Lc 5, 4). A la luz de esta invitación suya, podemos releer el
triple munus que se nos ha confiado en la Iglesia: munus docendi, sanctificandi
et regendi (cf. Lumen gentium, 25-27; Christus Dominus, 12-16).
Duc in docendo. "Proclama la palabra -diremos con el Apóstol-, insiste a tiempo
y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tm
4, 2).
Duc in sanctificando. Las "redes" que estamos llamados a echar entre los hombres
son ante todo los sacramentos, de los cuales somos los principales
dispensadores, reguladores, custodios y promotores (cf. Christus Dominus, 15).
Forman una especie de "red" salvífica que libera del mal y conduce a la plenitud
de la vida.
Duc in regendo. Como pastores y verdaderos padres, con la ayuda de los
sacerdotes y de otros colaboradores, tenemos el deber de reunir la familia de
los fieles y fomentar en ella la caridad y la comunión fraterna (cf. ib., 16).
Aunque se trate de una misión ardua y difícil, nadie debe desalentarse. Con san
Pedro y con los primeros discípulos, también nosotros renovemos confiados
nuestra sincera profesión de fe: Señor, "¡en tu nombre, echaré las redes!" (Lc
5, 5). ¡En tu nombre, oh Cristo, queremos servir a tu Evangelio para la
esperanza del mundo!
Y también confiamos en tu materna asistencia, oh Virgen María. Tú, que guiaste
los primeros pasos de la comunidad cristiana, sé también para nosotros apoyo y
estímulo. Intercede por nosotros, María, a la que con palabras del siervo de
Dios Pablo VI invocamos como "auxilio de los obispos y Madre de los pastores".
Amén.
---------------------------------------------------------------------
Catecismo de la Iglesia Católica
El infierno y la parábola del pobre Lázaro
633 La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde
bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban
privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el
estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su
suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro
recibido en el "seno de Abraham". "Son precisamente estas almas santas, que
esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó
cuando descendió a los infiernos". Jesús no bajó a los infiernos para liberar
allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para
liberar a los justos que le habían precedido.
1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación
o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla
del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su
segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la
retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus
obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la Cruz
al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento hablan de un último
destino del alma que puede ser diferente para unos y para otros.
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero
no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o
contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que
aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida
eterna permanente en él" (] Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos
separados de El si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de
los pequeños que son sus hermanos. Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos
ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El
para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se
designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga"
reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y
donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en términos
graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de
iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13,41-42), y que
pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt
25,41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su
eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a
los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del
infierno, "el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste en la
separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la
felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito
del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe
usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo
tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta
estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y
qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt
7,13-14):
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor,
estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida
en la tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los
santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a
las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes». [LG 48]
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es
necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él
hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los
fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie
perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 Pe 3,9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia
santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y
cuéntanos entre tus elegidos. [Misal Romano]
2463 En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que
reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola. En dicha multitud hay
que oír a Jesús que dice: "Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos, también
conmigo dejasteis de hacerlo" (Mt 25,45).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela
otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los
cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos,
tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana.
Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del
pobre Lázaro y del juicio final.
-------------------------------------------------------------------
EJEMPLOS PREDICABLES
San Antonino, arzobispo de Florencia (s. XV), fue de una caridad espléndida.
Cierto día un mensajero le trajo –regalo de sus amigos- un magnífico cesto de
frutas. El mensajero lo dejó sobre la mesa y aguardó en espera de recibir algo.
San Antonino, que acababa de dar sus últimas monedas a un pobre, le dijo:
-Gracias, buen amigo, Dios te lo pague.
-«Dios te lo pague...» - replicó el hombre- : eso, señor, es una moneda que pesa
poco en el bolsillo.
-Amigo- contestó el santo- bien se ve que no sabes apreciar el valor de esa
moneda.
Mandó traer una balanza y, en un platillo, puso el cesto de frutas y, en el
otro, un papel en el que había escrito: «Dios te lo pague...»: y cedió éste. A
la vista del milagro, comprendió nuestro hombre su engaño.
--------------------------------------------------------------------
Diógenes estaba un día plantado como un palo en la esquina de la calle, riéndose
como un loco.
-¿Por qué te ríes?- le dijeron.
-¿Veis- respondió- aquella piedra que está en medio de la calle? Ya han
tropezado en ella más de diez personas. Después de tropezar la miraban y la
maldecían, pero ninguno la ha tomado y apartado para evitar que otro pudiera
tropezar.
Ninguno pensaba en los demás, sino sólo en sí mismos. ¡El egoísmo!
-------------------------------------------------------------------
Luis XIV, el rey Sol, había salido muy de mañana con sus monteros a una de sus
fastuosas cacerías. Su caballo galopaba por los senderos de los bosques saltando
obstáculos, y el rey perseguía la pieza mientras atronaban el aire las trompas y
ladraba furiosa la jauría.
De pronto, en un camino solitario, tropieza con un cortejo fúnebre. Dos mozos
conducen en unas parihuelas un cadáver:
El rey se detiene.
—¿Qué lleváis ahí? — pregunta.
—Señor —le dicen—, el cadáver de un hombre que ha aparecido muerto en el bosque.
— ,Y de qué ha muerto este hombre?
Los campesinos, que no saben de rodeos cortesanos, contestan sencillamente:
—De hambre.
El rey quedó unos instantes pensativo. Luego, ¿había en su reino hombres que se
morían de hambre? Picó espuelas al caballo, y éste corrió como una flecha. Una
pieza atravesó el camino. El rey la persiguió locamente y, al poco tiempo, la
persecución y la alegría de los cortesanos borraron de la frente regia el
recuerdo del hombre que murió de hambre entre los resonantes clamores de la
caza.
Así pasamos nosotros riendo y gozando ante las miserias y las desventuras de los
pobres de Cristo. Pero yo vengo a perturbar vuestros goces y a gritaros sin
disimulo ni prudencias cortesanas: «¡Hermanos, en vuestro pueblo, en vuestra
ciudad hay pobres que se mueren : de hambre!».
34.
Reflexión
Se cuenta que, en una ocasión, Sócrates paseaba por el mercado principal de la
ciudad de Atenas. Y, al verlo, uno de sus discípulos le preguntó: “Maestro,
hemos aprendido contigo que todo sabio lleva una vida simple y austera. Pero tú
no tienes ni siquiera un par de zapatos”. “Correcto –respondió Sócrates—. El
discípulo continuó: “Sin embargo, todos los días te vemos en el mercado
principal, admirando las mercancías. ¿Podríamos juntar algún dinero para que
puedas comprarte algo?”. “¡Ah no!, tengo todo lo que deseo –dijo Sócrates— pero
me encanta ir al mercado para ver que sigo siendo completamente feliz sin todo
ese amontonamiento de cosas”. No es más feliz el que tiene muchas cosas, sino el
que no necesita de ellas.
El pasaje de hoy es una continuación temática del Evangelio del domingo pasado.
Hace ocho días, a propósito de la parábola del administrador infiel,
reflexionábamos en el peligro de las riquezas, no porque éstas sean malas, sino
por las consecuencias tan deplorables que a veces ellas llevan consigo. “No
podéis servir a Dios y al dinero”, nos decía Jesucristo. Y la parábola de hoy es
una clarísima ejemplificación de esta enseñanza.
El rico epulón es ese tipo avaro y egoísta a quien no le importan la pobreza ni
la indigencia del pobre. Se pasaba sus días banqueteando espléndidamente, con un
derroche escandaloso de lujos, gozando de su abundancia y de sus desenfrenos.
Mientras que el pobre Lázaro yacía postrado en el portal del palacio del rico,
“cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de su mesa, pero
nadie se lo daba”. Su riqueza le hizo totalmente frío e insensible ante las
necesidades más elementales y apremiantes del mendigo.
Incluso los perros se mostraban más compasivos que el avaro aquel.
La avaricia, el abuso y la indiferencia a la que conducen las riquezas se ha
visto en todas las épocas de la historia de la humanidad. Ya el profeta Amós nos
pinta con vivísimos colores la situación de la sociedad de Israel ocho siglos
antes de la venida de Cristo: “¡Ay de vosotros, los ricos, que os acostáis en
lechos de marfil y coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo;
canturreáis al son del arpa, bebéis vinos delicados, os ungís con los mejores
perfumes, y no os doléis de los desastres de los pobres! Por eso, iréis al
destierro, a la cabeza de los cautivos” (Am 6, 4-7).
El problema no es, en sí, el hecho de comer bien y de gozar de las propias
riquezas. Eso sería un pecado de gula que, al fin y al cabo, sería más
fácilmente excusable. Lo verdaderamente grave y casi imperdonable es esa total
despreocupación y aterradora indiferencia ante la desgracia del prójimo,
mientras que muchos ricos nadan en sus lujos y vanidades, derrochando el dinero
de una manera obscena y escandalosa.
También hoy en día sucede algo parecido. Ese rico epulón de la parábola pueden
ser hoy los países ricos de Occidente, que se ahogan en el consumismo y en la
abundancia, y que, con sus sistemas económicos, esclavizan tiránicamente a tanta
pobre gente del África y de los países en vías de desarrollo. Éstos se mueren de
hambre y se hallan desprovistos de los medios más indispensables para vivir con
una cierta dignidad.
Pero yo no me refiero ahora sólo a estos casos. Tal vez en nuestras propias
colonias y comunidades conocemos a algunas personas que viven en extrema pobreza
y pasan apremiantes necesidades en su cuerpo o en su alma. A lo mejor los vemos
todos los días en la calle, en las esquinas de las grandes avenidas pidiendo
alguna caridad, o enfrente de los semáforos ganándose la vida como pueden,
esperando de nosotros algunas monedas. Y quizá pasamos a su lado y nos encogemos
de hombros pensando en que ése no es nuestro problema, y no movemos ni un solo
dedo para socorrerlos. A muchos los vemos postrados, como el pobre Lázaro, y tal
vez no nos compadecemos de ellos ni les damos siquiera las migajas que caen de
nuestra mesa.
Pero fijémonos muy bien en la suerte final –¡tan diferente!— del uno y del otro.
El rico murió “y lo enterraron”. Quedó sepultado en la tierra y todos sus bienes
se pudrieron juntamente con él. En cambio, el pobre Lázaro fue llevado al seno
de Abraham, a gozar de la gloria de Dios. El primero recibió sus bienes en vida
y, despúes de la muerte, fue a parar al infierno para purgar sus culpas y sus
pecados; mientras que el pobre, que sólo recibió males en vida, fue llamado a
recibir su recompensa en el cielo.
Cristo nos habló centenares de veces en el Evangelio acerca del cielo y del
infierno, como premio o castigo de nuestras obras. No es un cuento de niños ni
un invento de la Iglesia. Es una verdad fundamental de nuestra fe. De lo
contrario, ¿a qué vino Jesucristo a la tierra? ¿Para qué se encarnó, abrazó los
terribles sufrimientos de su pasión y murió en la cruz? Para salvarnos, ¿de qué?
Si no hay un infierno y un cielo, todo eso no tiene ningún sentido.
El rico epulón fue condenado a las llamas del infierno por su egoísmo, su
indiferencia y por no haber ofrecido su ayuda al pobre; no por haber sido un
ladrón o un asesino, sino por su gravísimo pecado de omisión. Su culpa fue el
haber pasado la vida entera sin pensar en los demás y el no haber abierto sus
entrañas al necesitado.
Ojalá que a nosotros no nos suceda lo mismo. Recordemos aquello que solía
repetir san Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida seremos juzgados sobre
el amor”. Hagamos el bien a los demás ahora, mientras podemos; ganemos muchos
méritos para el cielo mientras Dios nos concede este tiempo para ayudar a
nuestros hermanos y tender una mano caritativa y generosa al necesitado.
Entonces, al final de nuestra vida, seremos recibidos en las moradas eternas y
gozaremos para siempre de la presencia y del amor de Dios, nuestro Padre.