34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVI
CICLO C
31-34

31. DOMINICOS 2004

Las lecturas de hoy hablan de cómo hemos de comportarnos con todo aquello que nos es dado. Las riquezas no tienen sentido por sí mismas sólo tienen sentido como medio, no como fin. Todos somos libres de administrarlas como queramos, pero sólo hay un camino para llegar a Dios, para ser su testigo.

Hay un dicho que afirma que la riqueza genera riqueza. Y realmente, en las teorías económicas, esto es así; aunque, si bien es verdad, el dinero necesita ser invertido adecuadamente para que de esta forma produzca. Guardado no nos es útil.

Pero… ¿y cómo se entiende la riqueza en el Reino de Dios? ¿Dónde hay que “invertirla” para que ésta sea cristiana? Por supuesto en el hombre. Sólo el que comparte sus bienes, el que los invierte en los demás llegará al Reino.

Comentario Bíblico
La justicia, ahora, tiene que ver con nuestra felicidad futura
Iª Lectura: Amós (6,1-7):
I.1. Una de las “invectivas” más fuertes y acres del profeta Amós es ésta que se lee en este domingo y que nos recuerda las situaciones más escandalosas de la sociedad de consumo. El profeta de la justicia social sabe advertir contra aquellos que se refugian en un “boom económico” como está viviendo en esos instantes el reino del Norte, Israel, cuya capital, Samaría, era muy lujosa. Una sociedad de consumo es bien injusta desde todos los puntos de vista: los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres en la medida en que el lujo, el dinero, el poder, es sólo de unos pocos. El profeta no callará.

I.2. Pero vemos que el profeta no pretende pedir apretarse el cinturón ante una crisis que se avecina; el problema es más de raíz: el pueblo elegido tiene que vivir según los criterios de Dios que pide la justicia y la igualdad para todos. Su ideología no es la de un hombre desfasado, sino la de aquél que siente que Dios no puede soportar la irresponsabilidad humana. Llegará, como llegó, la crisis, la destrucción por medio de la gran potencia Asiria. La injusticia trae destrucción; siempre ha sido así. La conciencia crítica de los profetas es una alerta siempre necesaria. Molestan nuestra comodidad, pero son imprescindibles para nuestra conciencia adormecida.


IIª Lectura: Iª Timoteo (6,11-16): Perseverancia en la fe, como confianza
El texto de la carta a Timoteo es una llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia. Pero esta virtud no es la cerrazón en una ideología, sino la dinámica que nos abre al proyecto futuro de Dios. Este mundo tiene que ir consumándose en la justicia, en la solidaridad, en el amor...hasta que llegue la manifestación de la plenitud de Dios, que nos ha revelado Jesucristo.


Evengelio: Lucas (16,19-31): ¡Construyamos el cielo como Dios quiere, no el infierno!
III.1. El evangelio de Lucas cierra el famoso capítulo social que el domingo pasado planteaba cuestiones concretas para los cristianos, como el amor al dinero o a las riquezas y la actitud que se debe mantener (Lc 16). Se cierra con la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, que es lo opuesto a la parábola con la que se abría el mismo. El rico epulón es el motivo para poner de manifiesto, en la mentalidad de Lucas, lo que espera a los que no son capaces de compartir sus riquezas con los pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino que la parábola es mucho más concluyente: la situación de Lázaro se produce por la actitud del que se viste de púrpura y lino y celebra grandes fiestas. Esta narración parabólica da mucho de sí para hablar, hoy más que nunca, de las diferencias sociales; del empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos pueblos del Tercer y Cuarto mundo no pueden soportar. Y se hablará, incluso, del “infierno” que muchos se merecen… Veamos algunos aspectos.

III.2. La culpabilidad del rico siempre está en oposición a alguien que vive miserablemente y a quien él debería haber sacado de ese mal. De ahí que la figura de Lá­za­ro, el pobre, aparezca en toda la narración como punto de referencia del rico, no solamente mien­tras están los dos en este mundo, sino muy especialmente en el más allá. Cuando el rico vive su situación de desgracia, ya irreversible según la ideología del texto, pide y ruega que Lázaro le re­­­fresque su lengua con la punta de sus dedos (v. 24); o que se le mande para que advierta a sus her­­manos (v. 27). ¿Es un adorno literario, pasivo, para confirmar lo que se ha definido en el v.25? Es mucho más que eso. No intentemos definir el “infierno” al pie de la letra de la narración, con llamas o algo así: ¡sería una equivocación teológicamente imperdonable! Consideramos que se quiere poner el dedo en la llaga como conciencia crítica expresada de una forma se­mió­ti­ca por la figura del pobre, que tiene un nombre propio, a quien él debería haber liberado. Y es que la riqueza en sí no es neutra, ni se recibe nunca como bien discriminatorio, como muchos de­fen­dían en la mentalidad del judaísmo del tiempo de Jesús y del cristianismo primitivo.

III.3. La acumulación de riquezas es injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado (y hoy, al lado, por los medios de comunicación, son miles de kilómetros) hay personas que ni siquiera tienen las migajas necesarias para comer. A nosotros nos parece que la culpabilidad de los ricos (o de los pueblos ricos) que se comportan frente a los miserables como el de nuestro ejemplo está absolutamente presente desde el principio al final de la narración, y esto sin recurrir a una alegorización excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso que el rico ni siquiera tiene nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso!. En la parábola, por el contrario, quien tiene nombre propio es Lázaro. No es eso lo que sucede precisamente en nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los ricos salen en todos los periódicos y hablan de ellos todas las revistas financieras y del corazón. Y además, el rico sin nombre bien que sabe el nombre que tiene el pobre: ¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo significa “Dios es mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús ha inventado, no solamente de una historia, sino de muchas historias reales!

III.4. El rico es culpable frente a Lázaro, no frente a los pobres en general, que siempre puede ser una excusa; frente a una persona con nombre propio que se ha encontrado en su vida. Eso, desde luego, no quita que también se pueda hablar de la esperanza de los pobres frente al Dios justo, aquí representado por Abrahán. El abismo, pues, entre los ricos y los pobres, según Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe cambiarse en el presente. El futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar su presente, cambia también el futuro. Este es el objetivo final también de la narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro, como lo era del administrador de la injusticia que supo repartir el dinero acumulado de su señor para hacerse amigos; no se lo guardó para él. Pero los que usan las riquezas sólo para sí... se están cerrando el futuro.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

Los primeros para Cristo

Vivimos en un mundo donde el dinero es importantísimo: él nos permite estar dentro o fuera de los privilegiados. Nuestra sociedad nos induce a conseguir lo último de la moda para ser los primeros. Sin embargo, el mensaje de Cristo es otro: estar con los últimos para ser los primeros en la nueva vida. ¡Qué extraño! Esto nos lleva a que las palabras tienen significados diferentes en la terminología mundana y en la divina. O ¿es que hay algo del mensaje que no entendimos bien? No sé a vosotros, pero para mí, esto se torna muchas veces en una rotunda elección: o con el Evangelio o contra él.

Lo cierto es que la pobreza existe paralelamente a la riqueza. La primera siempre es el fracaso de la segunda. No existen ciudades bonitas si dentro de ellas hay chabolas, no hay familias ideales si algún miembro de ellas está solo y abandonado, no nos sentiremos satisfechos de nosotros mismos -ricos- si tenemos que agachar la cabeza ante la injusticia del que sufre.

En muchos casos se trata de pequeños detalles que mejoran la existencia del de al lado y del más lejano. Cómo compramos, lo que hablamos, las veces que sonreímos al día, los minutos que hemos dedicado al problema del otro… Sé que no es fácil, que nuestro mundo está muy lejos de la utopía. Además, para el que intenta acercarse a ella cabe la frustración por todo lo que queda por hacer. Pero lo cierto es que el otro camino, el de la indiferencia, individualismo, el desamor… no me produce ninguna alegría personal.


Necesidad de fe y fe fuerte

Empieza la segunda lectura diciendo “hombre de Dios”: lo humano y lo divino unido por la pertenencia al otro, y en medio de ambas la fe. La fe nos llama, cada minuto de nuestras vidas, a seguirla. No siempre es clara la llamada. Bien porque a nuestro alrededor hemos creado un mundo de miedos a dejarnos llevar, porque pensamos que tenemos que controlar cada momento, de tal forma que la sorpresa sea un factor poco probable. O bien porque la indiferencia nos hace no cuestionarnos alternativas.

Cuántas veces miramos a Dios para pedir, llorar, quejarnos… Pero qué pocas lo hacemos para dejarnos estar a su voluntad y a su destino. Pocas veces nos sentimos protegidos realmente por Él. En muchos casos he oído hablar a amigos que han tenido experiencias de voluntariado, de cómo las gentes que han conocido viven con alegría, sin estrés y con confianza en el futuro, además de con una gran fe.


Lo verdaderamente importante lo inmortal

Continúa la segunda lectura hablando de la conquista de la vida eterna a la que fuimos llamados. ¡La de libros y películas de ficción que hablan de encontrar el elixir que nos permita la inmortalidad! Y a nosotros, los cristianos, que nos hablan de que estamos llamados a ella, como testigos y herederos, no nos interesa. ¿No será que, de nuevo, los significados de la misma palabra no son iguales? La ficción quiere ser inmortal para ver más, para no tener el dolor de la muerte, para controlar las leyes naturales, para un mayor poder. Nuestro Padre nos invita a una vida eterna a su lado que comienza desde nuestro nacimiento; nuestra vida es eterna por Dios y por el otro.


Un hombre rico y un hombre pobre ante la vida y la muerte

Para esta lectura podríamos citar todo aquello que comentamos antes de cómo no podremos entrar en el Reino si no ponemos nuestros bienes al servicio de los demás.

Pero me voy a detener en la última parte. El hombre rico, cuando se da cuenta de a dónde le lleva su estilo de vida, intenta avisar a sus hermanos para que cambien. La conversión siempre es sinónimo de esperanza, de segundas oportunidades, de volver a elegir y, en este caso, del amor de un Padre a su hijo pecador.

Cuando nos damos cuenta de que hemos obrado mal, muy a menudo nos inunda el pesimismo, nos sentimos fracasados. Hay que pensar que sólo el que nos quiere nos da otra oportunidad: porque nos siente libres de decidir, no juzga, sólo ama y acepta.

Pero ¿qué es lo necesitamos para cambiar? ¿Esperamos algo extraordinario, una experiencia de esas que marcan para siempre? Todos hemos oído a mucha gente hablar –“... esa experiencia cambió mi vida...”- Y mientras tanto, nuestra actitud sigue siendo la misma. ¿No nos estaremos perdiendo cosas, simplemente porque no son extraordinarias, porque suceden con bastante frecuencia? La conversión está en el día a día, en la gente más cercana, en el metro o el autobús, en los pequeños artículos de prensa. Difícilmente estaremos preparados para grandes acontecimientos en nuestra vida si no vivimos cada día intensamente, con sensibilidad, preparados para esa gran experiencia… porque hasta que llegue, pasarán muchas de las pequeñas.

Lola Bueno López
lbl@dominicos.org
Movimiento Juvenil Dominicano


32. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Se llamaba Lázaro (nombre derivado del hebreo el ‘azar que significa “Dios ayuda”), aunque en vida no gozó, al parecer, de la ayuda divina. Le tocó en desgracia ser mendigo, como a tantos millones de seres humanos hoy, estar postrado en el portal de la casa de un rico sin nombre, uno de tantos, al que tradicionalmente se le ha calificado de “epulón”, banqueteador.
Lázaro o “Dios ayuda” tenía en realidad pocas aspiraciones: se contentaba con llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico, las migajas de pan en las que los señores se limpiaban las manos a modo de servilletas. Pero ni siquiera esto pudo conseguirlo, pues nadie le hizo entrar a la sala del banquete. Para colmo, unos perros callejeros, animales considerados impuros y en estado semisalvaje, tan comunes en la antigüedad, se le acercaban para lamerle las llagas. Imposible mayor marginación: pobreza e impureza de la mano. Nada dice el evangelio de las creencias religiosas de este hombre, con razones sobradas para dudar seriamente de la reconocida compasión divina para con el pobre y el oprimido. Tal vez ni siquiera tuviese tiempo ni ganas de pararse a pensar en semejantes disquisiciones teológicas.
Tanto al rico como al pobre les llegó la hora de la muerte, a partir de la cual se cambiarían en el más allá las tornas, como pensaban los fariseos. Aunque, dicho sea de paso, con esto del “más allá”, quienes hacían de la religión baluarte de conservadurismo e inmovilismo han invitado mil veces a la resignación, tildada de “cristiana”, a la paciencia y al mantenimiento de situaciones injustas a los que las sufrían; en el más allá -se decía- Dios dará a cada uno su merecido. Aunque siempre cabe pensar: ¿y por qué no ya desde el más acá?
Para muchos predicadores, satisfechos con la imagen de un Dios que “premia a los buenos y castiga a los malos”, como el dios que profesaban los fariseos, la parábola terminaba en el más allá contemplando el triunfo del pobre y la caída del rico. Apenas se comentaba la última escena, clave importante para comprender su mensaje. De ser así, esta parábola sería una invitación a aceptar cada uno su situación, a resignarse, a cargar con su cruz, a no rebelarse contra la injusticia, a esperar un más allá en el que Dios arregle todos los desarreglos y desmesuras humanas. Entendido así, el mensaje evangélico se hermanaría con un conformismo a ultranza que ayuda a mantener el desorden establecido, la injusticia humana y las clases sociales enfrentadas.
Pero esta parábola no es una promesa para el futuro. Mira a la vida presente y va dirigida a los cinco hermanos del rico, que continuaban -después de la muerte de su hermano y de Lázaro- en la abundancia y el despilfarro. Por eso, el rico, alarmado por lo que espera a sus hermanos si siguen viviendo de espaldas a los pobres- pide a Abrahán que envíe a Lázaro a su casa, a sus hermanos, para que los prevenga, no sea que acaben en el mismo lugar de tormento. Para cambiar la situación en que viven sus hermanos, el rico epulón piensa que hace falta un milagro: que un muerto vaya a verlos. Crudo realismo de quien conoce la dinámica del dinero, que cierra el corazón humano a la evidencia de la palabra profética, al dolor y al sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, al amor e incluso a la voz de Dios. El dinero deshumaniza. Me remito a la experiencia de cada uno.
Bien lo sabía el profeta Isaías cuando amenazaba a los ricos que se acostaban en lechos de marfil, arrellanados en divanes y se daban a la gran vida entre comilonas, música, vino abundante y perfumes exquisitos, sin dolerse del sufrimiento de los pobres (Am 6,1a.4-7). Aquellos fingían devoción a Dios y veneración hacia la ciudad santa y el templo, creyendo de este modo contentar a Dios y quedar justificados. Pero el verdadero Dios no es amigo de una religión que separa el culto de la vida, el incienso de la práctica del amor al prójimo. Este Dios, según el libro del Deuteronomio, comparte suerte con el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero; con todos aquellos a quienes los poderosos les han arrebatado el derecho a una vida vivida con dignidad.

Para reflexionar
-"Yo afirmo que los pobres salvarán al mundo, y que lo salvarán sin querer, lo salvarán a pesar de ellos mismos, que no pedirán nada a cambio de ello, sencillamente porque no sabrían el precio del servicio que han prestado" (Georges Bernanos).
-El primer mundo se parece, en palabras de Jean Guitton, "a una isla de oro sacudida por todas partes por las olas de la infelicidad de los otros".
-Una gran cuestión social consiste en saber si la pared de vidrio protegerá eternamente el festín de los animales maravillosos y si los hombres oscuros que miran ávidamente en la noche no irán a cogerlos en su acuario y devorarlos" (M. Proust).
-Cerca del 56% do total de los empleos existentes en los centros urbanos de América Latina están en el sector informal, que no para de crecer, según la OIT. De cada diez puestos de trabajo que surgen, sólo dos son absorbidas por el sector formal (trabajadores sin contrato, autónomos y tercerizados. Folha de São Paulo 10.7.97
-Según el último Informe del Banco Mundial, más de mil millones de personas viven por debajo del umbral absoluto de pobreza, es decir, que sólo disponen de un dólar por día. La mayor parte de esos pobres se encuentran en el sur de Asia y en Africa Negra.
-Existen 385 personas o familias en el mundo que, juntas, poseen una riqueza mayor que las 2.500 millones de personas más pobres del mundo, o sea, que el 45% de la población mundial. En EEUU, paradigma del modelo liberal, el 1% de la población posee más del 40% de toda la riqueza nacional, y esa desigualdad está creciendo.
-Los niveles de la distribución del conocimiento son cuatro veces más desiguales que los que se dan en la riqueza en el mundo. Peter Marchetti.
-Si no actuamos ya, en los próximos años las desigualdades serán gigantescas y se convertirán en una bomba de relojería que estallará en la cara de nuestros hijos (James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial).

Para la revisión de vida
¿En nuestra comunidad cristiana hay proyectos que busquen mejorar el nivel de vida de las personas más pobres? ¿Hemos desarrollado una mentalidad crítica que nos permita ver la injusticia y la violencia que se esconden tras la riqueza? ¿Enfrentamos el futuro con un proyecto que busque una sociedad mejor o nos contentamos con vivir plácidamente el presente?

Para la reunión de grupo
- -Jesús, en la parábola, no dice que el rico estuviera haciendo positivamente nada respecto al pobre; no dice que lo explotaba, ni que lo maltrataba o despreciaba; simplemente coexistía con el pobre; pero Jesús da por supuesto que al morir es llevado a la condenación. ¿Cómo se explica?
- -"Urge traducir la parábola del rico malvado en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos, de relaciones entre el primero, el segundo y el tercer mundo" (Juan Pablo II en la ONU, 2.10.1979; cfr. igualmente Redemptor Hominis 16, del 4.3.1979). Hacer una lectura internacional actual de la parábola.

Para la oración de los fieles
- -Por ese 15% de la humanidad que acapara los recursos del mundo, frente a la inmensa masa de los desheredados de la tierra: para que mediten atenta y compungidamente la parábola de Jesús, roguemos al Señor...
- -Por los Lázaros de este mundo: para que comprendan que Dios no los quiere resignados a su pobreza, sino que quiere su dignidad, su compromiso, su reivindicación...
- -Por todos los cristianos: para que comprendamos que nuestro cristianismo tiene mucho que ver con esta situación del mundo...
- -Por todos los que pretenden una lectura simplemente interior o espiritualista del evangelio, para que entiendan que Jesús hablaba en lenguaje directo y sin recurso a simples metáforas cuando decía que había venido a dar la buena noticia a los pobres.


33. Instituto del Verbo Encarnado

Comentarios Generales

Amós 6, 1. 4-7:

Amós, Profeta de la pobreza y austeridad, de la verdad y de la justicia, levanta su voz ruda de pastor y serena de enviado de Dios, para inculpar la molicie, la hipocresía y las injusticias:

- Echa en rostro a los ricos y potentados su falsa confianza religiosa. Creen que los santuarios de Sión y Samaría les ponen a salvo de todo riesgo (v 1). Cual si pudieran con su culto y sus ritos exuberantes ganar el silencio de Dios y pactar con Él indulgencia para todas las violencias y vejaciones. Amós les da en lenguaje crudo la respuesta de Dios: “Odio y aborrezco vuestras fiestas. Alejad de mí el ruido de vuestros cánticos. Lo que quiero es que el derecho irrumpa como río y la justicia como torrente de aguas perennes” (Am 5, 21. 23).

- Igualmente les echa en cara la falsa confianza de las riquezas. La experiencia de gente más poderosa que ellos debería servirles de escarmiento (v 2). Pero sumidos en la molicie, con mentalidad del todo materialista (vv 3- 6), son incapaces de reflexión ni de conversión. “¿Creéis lejano el día de la desgracia?” (3). Ellos lo llaman, con injusticias que claman a Dios (3b).

- La intención íntima de los Profetas, y en nuestro caso de Amós, al denunciar los pecados del pueblo no es meramente acusatoria y conminatoria. Siempre persiguen como finalidad volver y convertir al pueblo a la fidelidad a la Alianza. La Alianza con Dios- Verdad- Bondad y Santidad no tolera en su pueblo impureza, hipocresía o desvíos idolátricos. Y uno de los grandes pecados contra la Alianza es oprimir, vejar y defraudar a los débiles y pobres. Siempre los Profetas de Israel se alzan en nombre de Yahvé contra estos pecados de injusticia social.

1 Timoteo 6, 11- 16:

San Pablo, con acento paternal, da sus consejos a Timoteo, el más querido de sus discípulos. Son normas a la vez personales y pastorales. Le cumplen a Timoteo como fiel y como pastor. Eso insinúa ya el apelativo con que se dirige a él: “Tú, hombre de Dios” (11). “Hombre de Dios” significa que Dios tiene elegido a Timoteo con una vocación y misión singular; y que Timoteo ha respondido con sincera generosidad a la vocación divina. Ahora Pablo le da estas consignas:

- “Huye... Y corre...” (11). Como cristiano y como pastor está empeñado en una difícil carrera. Debe huir de codicias, avaricias, afanes de lucro, inquietudes por las cosas terrenas (vv 9- 10). Debe correr tras otra meta. La meta tras la que debe lanzarse a toda carrera es el hermoso florilegio de virtudes: justicia piedad, fe, caridad, paciencia, mansedumbre. Timoteo, guía y jefe, debe conducir a sus fieles a la conquista de estas metas. Él debe preceder y entusiasmarles con su ejemplo y fervor. En este florilegio tenemos las virtudes del cristiano y del Obispo.

- Por asociación de ideas usa Pablo otra imagen que le es muy grata y familiar: la del combate o milicia: “Combate el noble certamen de la fe. Conquista la vida eterna a la cual has sido llamado” (12). Vale la pena acentuar hoy este carácter de milicia y de conquista que Pablo da a la vida cristiana y más a la de los Pastores. En la mentalidad de Pablo no caben cristianos acomplejados, adormecidos, muelles, tibios, aburguesados. Ni caben Pastores u Obispos mudos, medrosos o evadidos. Siempre nos urge el combate de la fe. La vida eterna es un don y es una conquista: “Conquista la vida eterna a la cual has sido llamado” (12).

- De una manera peculiar le intima la fidelidad al depósito de la fe: “Te lo intimo en presencia de Dios y de Cristo: Guarda lo que te ha sido confiado (13). El cristiano y más el Pastor debe guardar íntegro el mensaje de Cristo. Nadie puede adulterarlo, mutilarlo ni adaptarlo. Con fe valiente, con fidelidad gallarda, con caridad y fervor debemos conservarnos en doctrina y en conducta irreprensibles y sin mancha hasta la Parusía de Cristo (14- 16).

Lucas 16, 19- 31:

Esta parábola de Jesús es una lección escenificada, impresionante e inolvidable acerca del peligro que encierran las riquezas:

- Es difícil que los que poseen riquezas entren en el Reino (Lc 18, 24). Epulón personifica los peligros de la riqueza: avaricia, molicie, dureza de corazón, olvido de los deberes de caridad y de justicia, olvido de la otra vida. El pobre está a salvo de tales peligros. A la vez está más preparado para acudir a Dios y fiar de Él. Más dispuesto para la austeridad y penitencia.

- Dios a todos da los medios de salvación: “Tienen a Moisés y a los Profetas. Escúchenles” (29). Cuando se rechazan estos medios salvadores (inspiraciones, predicaciones, etc.) difícilmente tendrán éxito otros medios extraordinarios ni que sean milagrosos (31). El hombre dotado de libertad puede entregarse a sus pasiones con tal frenesí que ni los milagros le conviertan.

- El aviso y la parábola de Jesús miraba a los fariseos, avaros (14) e incrédulos a todos los llamamientos de Jesús (27). Ellos constituyan un triste ejemplo de orgullosa contumacia. Ni la Resurrección de Cristo les hizo entrar en razón y convertirse. Y si bien mientras dura la vida presente es siempre posible la conversión y los castigos de Dios son acá siempre medicinales, la voluntad puede ir endureciendo en la elección del mal; si así se entra en la otra frontera, el destino es ya eterno e inmutable (26).

- No sólo tiene responsabilidades la riqueza; las tiene también quien posee ciencia y cultura, capacidades e influencias; y, sobre todo, quien posee la fe y la gracia de Dios. A la vez hay pobrezas y miserias más dolorosas que las de Lázaro: la ignorancia, el alejamiento de Dios... No hay duda de que los privilegiados en el orden de la gracia (Obispos, Sacerdotes, Religiosos, cristianos militantes), tienen deberes de caridad y de justicia para con los que sufren pobreza espiritual, pobreza frecuentemente extrema.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

Parábola del rico Epulón y Lázaro

Explicación. — Atajadas las befas que de Jesús hicieron los fariseos avaros, cuando pronunció la frase: «Nadie puede servir a Dios y a las riquezas», reanuda el Señor su discurso sobre las riquezas, concretando en la bella parábola del Epulón y Lázaro el pensamiento de los males irremediables que acarrea la fruición desenfrenada de las mismas, gozándolas en el lujo y molicie, mientras hay tantos desdichados a quienes falta lo necesario para la vida. De paso rectificaba Jesús los prejuicios de los fariseos en lo tocante a ricos y pobres: ellos eran ricos, y tenían la riqueza como bendición de Dios; por el contrario, despreciaban al pueblo pobre y tenían la pobreza como el mayor y la síntesis de todos los males. La dulce y fuerte parábola establece el equilibrio en lo tocante al concepto de la riqueza y la legitimidad de su uso. Tiene dos partes: la primera (19-21) es una viva pintura de los dos personajes durante su vida; la segunda (22-31) describe su situación después de la muerte.

EL EPULÓN Y LÁZARO EN ESTA VIDA (19-21).—Había un hombre rico que se vestía de púrpura, traje riquísimo y vistosísimo exterior, y lino finísimo para el interior, que muellemente acariciaba sus carnes. Y cada día tenía convites espléndidos, acostumbraba comer opíparamente, sazonando la comida con los placeres que suelen acompañarla, canto, música, etc. Tenía este hombre las tres cosas que suele decirse hacen al hombre feliz: riquezas, vestidos preciosos, festines a diario.

Había también otro hombre en que se juntaban tres condiciones diametralmente opuestas a las antedichas: era pobre: un mendigo, llamado Lázaro, que en vez de ricos vestidos tenía el cuerpo cubierto de llagas, sin ropa para abrigarlas: Que yacía a su puerta, a la del rico, en el magnífico portal, lleno de llagas, sufriendo hambre atroz, y deseando hartarse de las migas que caían de la mesa del rico, y ninguno se las daba. Y tan miserable era el estado de este pobre ulceroso, que ni podía apartar de sí los perros vagabundos que a él venían y restregaban sus llagas con sus lenguas: Mas venían los perros y le lamían las llagas. Lo que debía serle tanto más gravoso, cuanto que los judíos tenían a los perros como animales inmundos, cuyo contacto era pernicioso.

Notan aquí los exégetas que Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús con nombre propio, lo que a algunos ha hecho suponer sin razón que se trataba de un hecho real. El nombre de Lázaro, etimológicamente, significa «ayudado por Dios», por lo que fue aptísima la selección del nombre. Ni es improbable que adoptara el homónimo del otro Lázaro de Betania, que dentro de pocas semanas, tal vez días, debía ser resucitado, por cuanto proféticamente alude Jesús a la resurrección de un hombre, que se llamará Lázaro, y a la incredulidad de los judíos, aunque sean testigos del milagro (v. 31).

EL RICO Y EL POBRE EN LA OTRA VIDA (22-31).— Ambos personajes murieron, y sus destinos fueron tan opuestos como lo habían sido durante la vida, aunque invertidos los estados: Y aconteció que cuando murió aquel pobre, lo llevaron los ángeles al seno de Abraham o limbo de los Padres, lugar de reposo de los israelitas que morían piadosamente, según las enseñanzas rabínicas, y en realidad el lugar de reposo de todos los que morían en gracia, hasta que se verificó la redención por Jesucristo. Abraham es el padre del pueblo judío: cuando moría uno, se consideraba que era recibido benignamente por el padre común para participar de su felicidad. Y murió también el rico, y fue sepultado en el infierno: fin rápido y trágico de sus riquezas, vestidos, placeres. La contraposición es sintética, vivísima: allá Abraham, los ángeles, príncipes celestiales en cuyo ministerio personal creían los mismos judíos, la felicidad; aquí, quien nο tuvo una mirada para Lázaro, es sepultado, fin de toda grandeza; en el infierno, lugar de todo tormento.

Cuanto al alma, es misérrima la condición del rico: Y alzando los ojos, cuando estaba en los tormentos, nótese el plural, múltiples, como sus anteriores delicias, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno; los ve de lejos, porque ellos están muy alto, y él a gran profundidad; lejos también de los hombres, que no pueden ayudarle. La gran miseria y los grandes tormentos arrancan del Epulón un gran clamor: Y él, levantando el grito, dijo: Padre Abraham, compadécete de mí, que soy tu hijo, como todo judío; es grito desgarrador de quien apela a la misericordia desde la extrema miseria. Quien en vida lo tuvo todo, con sobras, y despreció a Lázaro, ahora pide del mismo Lázaro lo menos que puede pedirse: Y envía a Lázaro, que moje la extremidad de su dedo en agua para refrescar mi lengua, él, que estaba ardiendo todo, porque soy atormentado en esta llama, en el fuego real del infierno (Mc. 9, 42 siguientes).

Abraham le responde blandamente, pero terriblemente: Y Abraham le dijo: Hijo, no le niega su parentesco de sangre, acuérdate que tú recibiste bienes en tu vida, los bienes que tú reputabas único bien, y Lázaro también males, que soportó con fe y paciencia, porque eran males relativos con que podía lucrar el único bien definitivo y total. Los destinos deben ahora trocarse: Pues ahora es él aquí consolado, en contraposición a sus sufrimientos, y tú atormentado, como castigo de tus ilegítimos goces. Esta es la primera razón de la inmutabilidad de la suerte de ambos, terrible para el rico. La segunda, lo absolutamente infranqueable de las distancias y lugares. Y, sobre todo, que hay un abismo insondable, una vorágine, un vacío inmenso, entre nosotros y vosotros, estatuido por Dios de una manera inmutable: De manera que los que quieren pasar de aquí a vosotros, no pueden; ni tampoco de ahí pasar acá: los destinos son definitivos, goces y penas inmutables y eternos.

Cerrada para el Epulón la puerta a toda esperanza, dirige otra súplica a Abraham en favor de su familia: Y dijo: Pues te ruego, padre, que lo envíes a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, les asegure que hay penas y goces eternos, según sea la vida de cada uno: nο sea que vengan ellos también a este lugar de tormentos. Abraham se niega también a esta segunda súplica: no hay necesidad de medíos extraordinarios de credibilidad, bastan los normales puestos por Dios y los auxilios correspondientes de la gracia: Y Abraham le dίjo: Tienen a Moisés y a los profetas, los libros del Antiguo Testamento, que se les leen en las sinagogas: Oiganlos, no hay necesidad de más, pues lo enseñan todo. Insiste el Epulón: Mas él dijo: No, padre Abraham, no basta esto, como no me bastó a mí: mas sí alguno de los muertos fuere a ellos, harán penitencia. También Abraham insiste en su negativa: Y Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aun cuando alguno de los muertos resucite: tanto es así, que los mismos fariseos, lejos de convertirse, decretaron la muerte de Jesús por la resurrección de Lázaro, y también quisieron matar a éste; ni creyeron aunque supieron positivamente que el mismo Jesús había resucitado.

Lecciones morales. — A) v. 19. — Había un hombre rico... — Es cosa de notar, dice San Gregorio, que mientras el pueblo suele llamar a los ricos por sus nombres y no a los pobres, Jesús en esta parábola da el nombre del pobre y calla el del rico: es que Dios conoce y aplaude a los humildes, e ignora a los soberbios. Lo cual debe mostrarnos la vanidad ridícula de quienes buscan hacerse un nombre acumulando riquezas, que nada pueden añadir a lo que somos de nosotros mismos. Cοmο debe animarnos a ambicionar únicamente, aunque sea ello a costa de humillaciones y olvidos, que nuestros nombres estén escritos en los cielos. Allí toda riqueza y todo honor.

B) v. 21. — Y ninguno se las daba... — Se revelan en estas palabras, dice San Ambrosio, la soberbia e hinchazón de los ricos, quienes, como si se olvidaran de la igualdad de condición de la naturaleza humana, no hacen caso de los miserables. Porque la insaciable avaricia de los ricos, dice San Agustín, ni teme a Dios, ni respeta al hombre: no perdona al mismo padre, quebranta la fidelidad del amigo, oprime ala viuda, invade la herencia del huérfano.

C) v. 22. — Murió aquel pobre, lo llevaron los ángeles... — Todas las penas del pobre se convierten repentinamente en delicias. Es llevado, después de tantos trabajos, porque había desfallecido y para que ni sιquiera caminando trabajase. Y es llevado por ángeles, porque no basta uno, sino que son muchos para formar a su rededor alegre coro: todos se alegran de llevar tan dulce carga. Ellos se gozan en este ministerio para que se llene de almas el cielo. E hicieron todo esto, y le colocaron en el seno de Abraham, porque aunque se vio despreciado, no desesperó, ni blasfemó, diciendo: Este rico que vive entre crímenes, se goza y no tiene tribulación; y yo ni siquiera puedo lograr el sustento necesario.

D) v. 22. — Y murió también el rico, y fue sepultado en el infierno. —Murió en su cuerpo, dice el Crisóstomo, quien hacía tiempo estaba muerto en su alma, pues nada hacía que fuese propio del alma; se había extinguido en él todo calor que proviene del amor al prójimo; por ello era más muerto del alma que del cuerpo. Y nadie le acompaña en la sepultura, como a Lázaro: quien tuvo durante largo tiempo en la vida muchos aduladores solícitos, se ve privado de todos cuando llega al fin. Pero hasta su misma alma estaba ya enterrada de por vida, oprimida por el peso y las concupiscencias de su cuerpo.

E) v. 24. — Padre Abraham, compadécete de mí. — ¡Desesperación irremediable la del infeliz condenado! En vano te arrepientes, dice el Crisóstomo, cuando no hay ya lugar a penitencia: son los tormentos los que te obligan a hacerla, no la inclinación de tu alma. No sé si los que están en los cielos pueden tener compasión de los que están en el infierno. Es el Criador quien se compadeció de su criatura. El fue el médico que pudo sanarla; los demás no pueden sanarla. No quiso el Epulón curarse en vida; ahora deberá morir eterna muerte: muerte viva, porque tiene sólo de la muerte la corrupción eterna y la eterna separación de quien es la única Vida.

Ε) v. 26. — Hay un abismo insondable entre nosotros y vosotros... — Un caos inmenso, establecido por el Dios inmenso, es el que separa en la otra vida los justos de los pecadores. Caos que separó sus afectos. Un caos de separación de estados, podríamos decir, por cuanto después de la muerte no pueden trocarse los méritos. Un caos a través del cual se ven mutuamente los separados por el caos; pueden verse y no pueden juntarse: ven los justos de qué se libraron, y ello aumenta su gozo; ven los malos

lo que perdieron, y ello agiganta su dolor. En verdad que hay abismos que sólo pudo inventar la justicia de Dios, y que sólo pudo merecer quien se burló de la justicia de su Criador.

G) v. 31. — Tampoco creerán, aun cuando alguno de los muertos resucite. — Este apotegma de la parábola, que es sentencia del mismo Jesús, lo vemos confirmado en la historia. El milagro, aunque es estupendo como la resurrección de un muerto, no es capaz de abrir el corazón duro de la fe, porque la fe es de pensamiento y de corazón, es decir, de libertad, y el hombre es dueño de su libertad: si no quiere, no cree. Un racionalista pedía para creer que se resucitase un muerto, pero ante una academia de sabios, que pudiese certificar la realidad de la muerte anterior al milagro y la realidad de la vida posterior a él. Ni así hubiese creído el infeliz, porque en los secretos de su libertad hubiese encontrado un motivo para negarse a doblegarla. A más de que Dios niega la gracia a los soberbios de pensamiento y de corazón, y sin la gracia no se cree. Pidamos a Dios voluntad de creer, y fe, y aumento de fe.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., 1967, p. 252-257)


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P. Carlos Lojoya

Parábola del rico Epulón y Lázaro

(Sermón del 25-09-1983)

Este capítulo XVI del Evangelio de San Lucas, en donde se nos pone a nuestra reflexión una de las verdades eternas, que no acabamos de creer, estamos como aquellos judíos, que ni aunque resucite un muerto creerán. Es una de esas verdades fuertes, pero al mismo tiempo... y no quiero que os asombréis... de las más consoladoras, de las gracias más grandes que podemos recibir si nos damos cuenta de lo que es la realidad del Infierno.

Todo el Progresismo que inundó poco a poco los anaqueles de las bibliotecas de la Iglesia Católica, va a disminuir, y no hablar de esta verdad... del Infierno... en contra de lo que hizo Cristo. Cristo insiste, pero incluso obsesivamente, en la verdad que vamos a meditar esta noche, la realidad terrible de la "Condenación Eterna".

Esa misma literatura falsificadora de los dogmas católicos, esa misma literatura no quiere hablar del "Temor de Dios", y va a decir con cara de tontaina que estamos en la época del "amor", de un amor que no tiene en cuenta la Verdad, que por tanto no es verdadero amor, porque si el amor no teme no es amor, porque amor y temor van juntos, es un parial, no se los puede separar, se teme cuando se ama. San Agustín va a decir hermosamente que el temor es amor que huye; por tanto si de verdad amamos una cosa, tememos perderla, y si hablamos puramente del amor y no tenemos temor, es mentira ese amor, es un amor falsificado.

El Temor de Dios, queridos míos, dice la Sagrada Escritura, es el comienzo de la Sabiduría, es el comienzo de la Sabiduría.... por allí se comienza, hay dos tipos de temor. El temor "servil", es el temor del esclavo, que teme al dueño, no lo ama, teme al látigo del dueño, ese es el temor servil; también lo dicen los teólogos, "servilmente servil", temor de que yo cumpla, no vaya a ser que me caiga el látigo encima, es el temor de la atrición, eh, cuando el muchacho cometió un pecado grave y viene corriendo a confesarse, no vaya a ser que Dios me pesque en pecado... ¿ven?, no teme por haber ofendido con su acto, a Dios que es el Amor inmenso, el Amor inefable, sino que teme a un castigo... no vaya a ser que me vaya a ir al Infierno, no vaya a ser, ¿eh?. Ése es el temor servil, que es comienzo de la Sabiduría, y que luego da lugar al temor "filial".

En donde ya no se teme, no es cierto, tanto el castigo, sino se teme que por nuestro debilidad ofendamos al Amor, es cuando el amigo teme que alguna acción suya no querida, o alguna fragilidad suya, ofenda a aquel que es su amigo y a quien ama. Aunque no hubiera cielo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera, dice aquella oración tan hermosa que se atribuye a Santa Teresa, aunque no es muy posible que sea de Santa Teresa. "Aunque no hubiera cielo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera", es el amor perfecto, el amor de los hijos. Pero cuidado que el temor servil, es comienzo de la sabiduría, así dice la Sagrada Escritura.

Y por eso, siguiendo el principio del cual parte San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, cuando al final de su primera semana hace esta meditación del Infierno, va a decir no es para que nos asustemos, por eso dije "verdad consoladora", y digo qué Parábola hermosa y que da consuelo la de Epulón y Lázaro, donde el Señor describe terriblemente la realidad del Infierno creado por Dios no para nosotros sino para el Diablo y sus ángeles, al que nosotros podemos ir, ese es el temor, a donde nosotros podemos ir…

San Ignacio va a decir que no es para que nos asustemos, sino para que "Si del Amor de Dios me olvidare", dice tan hermosamente, "Su santo temor me haga volver al camino", por las dudas, quizá mi fragilidad hace que en algún momento me olvide de Dios, me olvide de su Ley, pues... si de ese Amor me llego a olvidar, si me llego a olvidar de todo lo que Dios ha hecho por mí, y lo que hizo Jesucristo, al menos que su Santo Temor me vuelva otra vez al camino recto... entonces, ¿qué busca San Ignacio?... ¿busca el susto, es una verdad que aterra, es aterradora?, no es cierto, no busca ese susto; busca la enmienda, la enmienda que cambiemos de vida, que enmendemos.

Digo que es verdad consoladora, la del Infierno, porque pensar que yo me puedo condenar eternamente, es decir eternamente, fíjense, para siempre... que puedo escuchar de los labios que perdonaron a Magdalena, que defendieron a la adúltera, de los labios que destilaron la miel de la Verdad para nosotros, de los labios de Cristo, aquella sentencia: "Apartaos de mí malditos al fuego eterno"... queridos míos, es cosa que aterra... pero vamos a buscar la enmienda, y no el susto, quizás nos asustemos y conviene bien que de vez en cuando nos peguemos un susto, ¿ven?, conviene bien frente a esta verdad, porque cuando uno tiene clara esta verdad... ¿qué puede ser difícil, queridos míos, en la vida?. La lucha tenaz contra el pecado mortal, contra el hábito que a veces nos esclaviza... puede ser difícil sabiendo que ese pecado mortal puede ser el último que yo cometa y con el cual me gane el infierno, qué fuerza da cuando en la tentación uno piensa en el Infierno!!!, porque si bien Dios me promete el perdón, no me promete el tiempo, y hay un número de pecados más allá de los cuales Dios no me perdona, no porque su misericordia tenga límite, sino porque tiene límite nuestra vida, entonces todos tenemos el número de pecados... no vaya a ser que con este pecado con el que el Diablo me tienta se colme el número de mis pecados, ¿ven?, entonces qué bien, qué consuelo, qué fortaleza da en la lucha del pecado mortal, y no sólo del pecado mortal, del pecado venial, y no sólo del pecado venial, sino de la lucha tremenda contra las pasiones, contra las pasiones desordenadas, contra las imperfecciones, contra las dificultades de la vida.

Cuando uno lee a un San Jerónimo, con todo lo grande que era, "estoy en este desierto viviendo entre alimañas por temor al Infierno", ¡caramba!, tenemos que reflexionar que una eternidad nos está acechando y puede ser una eternidad de condenación y de desgracia. Tenemos que reflexionar, ¿ven?, pero vamos a buscar, pues, la enmienda... Magníficamente el Señor traza, esta suerte dispar del pobre, al cual le pone nombre, y del rico al cual no nombra; a Lázaro le nombra, Lázaro quiere decir "agraciado de Dios", en cambio al rico no le nombra... la tradición le llama Epulón, porque Epulón quiere decir precisamente "rico", el ricacho que banqueteaba y no aprovechó sus dones, no aprovechó sus riquezas para ganarse el Cielo. La suerte acá y la suerte después, totalmente inversa acá; aquel banqueteaba, era rico y se cubría de lino y púrpura y Lázaro en el portal, pobre, cubierto de llagas, y sin tener un bocado que comer, y después murieron, y los ángeles llevaron a Lázaro, y al "rico lo sepultaron", y en el seno del Infierno era al revés la cosa.

Vio a Lázaro en el seno de Abrahán, rodeado de los ángeles, y él en el Infierno... "me atormentan estas llamas", "dile a Lázaro que moje la punta de su dedo y me la pasa por los labios",.... "imposible hijo, recuerda que tu tuviste bienes en tu vida y Lázaro males", ahora viene la justicia, la Justicia Divina que es producto de la Misericordia. Dios no es un dios tonto, es un Dios que sabe distinguir el bien del mal, que premia y que castiga, sino no sería infinitamente perfecto, como no sería justo el padre que trate del mismo modo a su hijo bueno y al malo, o el profesor que premie al malo como al bueno, no sería justo... y si en el orden natural es así, cuanto más en el orden sobrenatural.

Entonces allá en la otra vida es donde se va a ver la verdadera cara de las cosas. Entonces Dios dará a cada cual según lo que a cada cual corresponde.

¿Qué es el Infierno?, el Infierno es la privación de la vista de Dios... ¿y cómo se puede definir eso?, el momento en que nuestra alma se separa de nuestro cuerpo, con toda su fuerza esencial de ver a Dios, porque para El fuimos creados... en ese mismo momento en que dice el Doctor Angélico: "el alma corre hacia Dios, como la mosca hacia la luz", por mis pecados se impide esa llegada; ese es el infierno, la privación de la vista de Dios. Entonces viene bien la frase de Agustín, doctor máximo de la gracia: “del odio surge del amor”. Entonces, el alma, con toda la fuerza esencial de Amor que tiene, esa felicidad que busca, en el mismo instante, se hace odio, ¿ven?, el Infierno, al estar privado de la vista de Dios, es odio... odio a Dios y odio a los semejantes; no se crean que en el Infierno se quieren.

Quevedo, el que es conocido por sus chistes, era gran teólogo, y escribió una vez un libro sobre el Infierno en donde los diablos y los condenados se muerden entre ellos. Lo que une es el Amor, el odio separa, el Infierno es odio a Dios y odio a todo los prójimos, eso es el Infierno... odio y para siempre.

¿Quiere decir entonces que si en el Infierno no vemos a Dios hay Fe…? Claro que hay Fe. Los diablos tienen fe, dice Santo Tomás, no ven... la visión se opone a la Fe.... pero tiemblan, tiemblan, ¿ven?,... ¿y qué es lo que no hay en el Infierno? Dos virtudes... no hay esperanza!, que bien puso el Dante, en la puerta del Infierno el cartel: "Los que trasponéis este umbral deponed toda esperanza para siempre". ¿Qué es deponer toda esperanza, qué ejemplo podemos poner? La desesperación eterna, dice Santo Tomás, que desesperar acá en la tierra es peligroso como bajar al Infierno, ¿ven?, porque el que muere desesperado, desesperó de Dios y se condenó, es pecado contra el Espíritu Santo.

Pero imaginad vosotros lo que es la desesperación eterna, hay ejemplos que uno puede poner, y ejemplos que se han dado: un viaje en barco, como se iba antes, iba el que escribe estas páginas, y se cae un marinerito en mar picado, un hombre de unos treinta y cuatro años, andaluz, que tenía hijos, en España, en una de esas trastabilladas sobre cubierta y cae al mar, y bueno, el comandante para la nave y empiezan a buscar, horas buscando, dando vueltas teniendo cuidado, todos avizorando a ver donde se veía la cabecita pequeña en el mar inmenso, rugiendo las olas, muy chiquito; los gritos tampoco se sienten. El comandante, después de buscar hasta cierto punto, dice: "marcha adelante". Fueron las señoras que iban de viaje de placer y bueno... vamos a buscar un poco más, un poco más, total qué importa, es la vida de este muchacho, imagínense ustedes... tiene chicos en España, “¡marcha atrás!”, vuelta y vuelta buscando, dando vueltas y volviendo a buscar y no encontraron al marinerito. “¡Marcha adelante!”.

Pónganse en el lugar del marinerito, que está viendo que el barco se le va... y eso acá en el orden temporal.... ¡deponed toda esperanza!... sus gritos no alcanzan, el está viendo al barco que le busca, el barco no le ve.... para siempre, deponed toda esperanza.... y es para siempre el Infierno, porque una pena que pasa no es pena en el fondo. Y es para siempre el Infierno porque en el momento en que cometemos un pecado mortal, el que busca ilícitamente un placer, quisiera que ese instante fuera eterno, dice San Gregorio Magno, entonces como consecuencia de eso, tiene una pena eterna, porque es una ofensa a la infinitud de Dios, para siempre.

Dice Santa Teresa, que vio el lugar que le tenían preparado en el Infierno, a ella se lo mostró Dios, se lo mostró,...y dice ella que fue la gracia más grande que recibió en su vida, fíjense. Habla de los dolores del cuerpo, "estotro me parece, como si pudiera explicar mejor, sentí un fuego en el alma que no puede entender como poder decir de la manera que es, los dolores corporales insoportables que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar, porque fueron a encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sino otros muchos más y de manera que he tenido incluso algunos causados por el Demonio, no es nada todo en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás ceder, esto no es pues nada en comparación" fíjense como le llama, “del agonizar del alma", "un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento que yo no sé como encarecerlo porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma es poco, porque aun parece que es otro el que os sacara la vida mas aquí el alma misma es la que se despedaza, el caso es que yo no sé como explicar aquel fuego interior y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores", "padre Abraham, manda que Lázaro moje el dedo en la punta y me lo pase por mis labios, porque me atormentan estas llamas". "Yo no sé cómo fue ello, más bien entendí ser gran merced", dice Santa Teresa, "y que quiso el Señor, yo viese por vista de ojos de donde me había librado su misericordia", fíjense, y más adelante dice: "y así torno a decir que fue una de las mayores y más grandes mercedes que el Señor me ha hecho porque me ha aprovechado mucho, así para perder el miedo a las simulaciones y contradicciones de esta vida como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece de males tan perpetuos y terribles, después acá como digo de todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí". Y fíjense esta observación: "Espántame como habiendo leído muchas veces en libros a donde se vaya a entender de la pena del Infierno como no las tenía, ni las tenía en lo que son".

Por eso Cristo, cuando nos habla de esto, nos está dando la mayor de las gracias, para que reaccionemos. Cuidado cuando el Diablo quiere condenar... primero ciega, porque nadie quiere condenarse con los ojos abiertos.

Y cuántas veces el Señor nos advirtió: "tienen a Moisés y a los profetas, si no le creen a ellos, ni aunque resucite un muerto...", tienen a Jesucristo, el Verbo de Dios, el único que bajó del Cielo, si no le creemos a él.... ¿a quién le vamos a creer?, claro, está pasado de moda este padre hablando del Infierno, ¡no!, ¡qué grande! ¡Qué falsificador es el diablo!, el dios de las tinieblas. Qué falsificador que es, que nos hace creer que esto, que es la verdad eterna, es cuento de los curas o un poco el cuco con el que el papá y la mamá asustan al chico.

Queridos míos, por si del Amor de Dios me olvidare, su santo temor me haga volver al camino que perdí. Vamos a pedirle esa gracia al Señor, que nos tenga siempre en manos de su Misericordia, ya que nunca fuera de sus manos podemos estar, si no estamos en manos de su Misericordia estaremos en manos de su Justicia, estamos en el tiempo de la Misericordia, estamos en el tiempo de la enmienda, qué lindo Teresa, por eso decía qué consolador que es, no hay cosa que me parezca difícil, no hay prueba que me parezca difícil.... la Imitación de Cristo dice: "Has escuchado al Señor que dice toma la Cruz y sigue al Maestro", es palabra dura... pero más dura será escuchar aquella otra: "Apartaos de mí malditos al fuego eterno".

Queridos míos, que Dios nos libre de las penas del Infierno, lo rezamos todos los días en el Avemaría, pero tengámoslo en cuenta... son tiempos en los que se está perdiendo el Temor de Dios y por eso vemos las cosas que estamos viendo, que nadie teme a Dios y no temen incluso los que están en autoridad y por eso conducen a muchos a precipicios que no tienen fondo... hemos de pedirle al Señor que nos dé el Santo Temor... y que poco a poco vayamos perfeccionando ese amor para que ese temor vaya siendo el temor del hijo, el temor que ya no teme el castigo sino que teme ofender a Aquel que ama. Que la Virgen Madre nos conceda esta gracia.


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San Ambrosio

«Con toda intención, el Señor nos ha presentado aquí a un rico que gozó de todos los placeres de este mundo, y que ahora, en el infierno, sufre el tormento de un hambre que no saciará jamás; y no en vano presenta, como asociados a sus sufrimientos, a sus cinco hermanos, es decir, los cinco sentidos del cuerpo, unidos por una especie de hermandad natural, los cuales se estaban abrasando en el fuego de una infinidad de placeres abominables; y, por el contrario, colocó a Lázaro en el seno de Abrahán, como en un puerto tranquilo y en un asilo de santidad, para enseñarnos que no debemos dejarnos llevar de los placeres presentes ni, permaneciendo en los vicios o vencidos por el tedio, determinar una huida del trabajo. Trátase, pues, de ese Lázaro que es pobre en este mundo, pero rico delante de Dios, o de aquel otro hombre que, según el Apóstol, es pobre de palabra, pero rico en fe (Sant 2,5). En verdad, no toda pobreza es santa, ni toda riqueza reprensible»


(Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. VIII,13).


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Juan Pablo II

MISA DE APERTURA DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Domingo 30 de septiembre de 2001

1. "El obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".

(...)

Con gran alegría os acojo, amadísimos y venerados hermanos en el episcopado, llegados de todas las partes del mundo. El hecho de encontraros y trabajar juntos, bajo la guía del Sucesor de Pedro, manifiesta "que todos los obispos en comunión jerárquica participan en la solicitud por la Iglesia universal" (Christus Dominus, 5). Extiendo mi cordial saludo a los demás miembros de la Asamblea y a cuantos en los próximos días cooperarán para su eficaz desarrollo. De modo particular expreso mi agradecimiento al secretario general del Sínodo, el cardenal Jan Pieter Schotte, así como a sus colaboradores, que han preparado activamente esta reunión sinodal.

2. (...).

3. "Bienaventurados los pobres de espíritu".
La bienaventuranza evangélica de la pobreza, constituye un mensaje valioso para la Asamblea sinodal que estamos iniciando. En efecto, la pobreza es un rasgo esencial de la persona de Jesús y de su ministerio de salvación, y representa uno de los requisitos indispensables para que el anuncio evangélico sea escuchado y acogido por la humanidad de hoy.

La primera lectura, tomada del profeta Amós, y más aún la célebre parábola del "rico epulón" y del pobre Lázaro, narrada por el evangelista san Lucas, nos estimula, venerados hermanos, a examinarnos sobre nuestra actitud hacia los bienes terrenos y sobre el uso que se hace de ellos.
Se nos pide verificar hasta qué punto se está realizando en la Iglesia la conversión personal y comunitaria a una efectiva pobreza evangélica. Vuelven a la memoria las palabras del concilio Vaticano II: "Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (Lumen gentium, 8).

4. El camino de la pobreza es el que nos permitirá transmitir a nuestros contemporáneos "los frutos de la salvación". Por tanto, como obispos estamos llamados a ser pobres al servicio del Evangelio. Ser servidores de la Palabra revelada, que, cuando es preciso, elevan la voz en defensa de los últimos, denunciando los abusos de aquellos que Amós llama "descuidados" y "disolutos". Ser profetas que ponen en evidencia con valentía los pecados sociales vinculados al consumismo, al hedonismo, a una economía que produce una inaceptable brecha entre lujo y miseria, entre unos pocos "epulones" e innumerables "lázaros" condenados a la miseria. En toda época, la Iglesia ha sido solidaria con estos últimos, y ha tenido pastores santos que, como intrépidos apóstoles de la caridad, se han puesto de parte de los pobres.

Pero para que la voz de los pastores sea creíble, es necesario que ellos mismos den prueba de una conducta alejada de intereses privados y solícita hacia los más débiles. Es necesario que sean ejemplo para la comunidad que se les ha confiado, enseñando y sosteniendo ese conjunto de principios de solidaridad y de justicia social que forman la doctrina social de la Iglesia.

5. "Tú, hombre de Dios" (1 Tm 6, 11): con este título san Pablo designa a Timoteo en la segunda lectura que ha sido proclamada. Es una página en la cual el Apóstol traza un programa de vida perennemente válido para el obispo. El pastor debe ser "hombre de Dios"; su existencia y su ministerio están completamente bajo el señorío divino, y en el excelso misterio de Dios encuentran luz y fuerza.

Continúa san Pablo: "Tú, hombre de Dios, (...) tiende a la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre" (v. 11). ¡Cuánta sabiduría se encierra en ese "tiende"! La ordenación episcopal no infunde la perfección de las virtudes: el obispo está llamado a proseguir su camino de santificación con mayor intensidad, para alcanzar la estatura de Cristo, hombre perfecto.

Añade el Apóstol: "combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna" (v. 12). Orientados hacia el reino de Dios, afrontamos, queridos hermanos, nuestra lucha diaria por la fe, sin buscar otra recompensa que la que Dios nos dará al final. Estamos llamados a hacer esta "solemne profesión de fe delante de muchos testigos" (v. 12). Así, el esplendor de la fe se hace testimonio: reflejo de la gloria de Cristo en las palabras y en los gestos de cada uno de sus ministros fieles.

Concluye san Pablo: "Te recomiendo que conserves el mandato sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (vv. 13-14). "¡El mandato!". En esta palabra está Cristo entero: su Evangelio, su testamento de amor, el don de su Espíritu que perfecciona la ley.
Los Apóstoles recibieron de él esta herencia y nos la han confiado a nosotros, para que la conservemos y transmitamos intacta hasta el final de los tiempos.

6. Amadísimos hermanos en el episcopado, Cristo nos repite hoy: "Duc in altum, Rema mar adentro" (Lc 5, 4). A la luz de esta invitación suya, podemos releer el triple munus que se nos ha confiado en la Iglesia: munus docendi, sanctificandi et regendi (cf. Lumen gentium, 25-27; Christus Dominus, 12-16).

Duc in docendo. "Proclama la palabra -diremos con el Apóstol-, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tm 4, 2).

Duc in sanctificando. Las "redes" que estamos llamados a echar entre los hombres son ante todo los sacramentos, de los cuales somos los principales dispensadores, reguladores, custodios y promotores (cf. Christus Dominus, 15). Forman una especie de "red" salvífica que libera del mal y conduce a la plenitud de la vida.

Duc in regendo. Como pastores y verdaderos padres, con la ayuda de los sacerdotes y de otros colaboradores, tenemos el deber de reunir la familia de los fieles y fomentar en ella la caridad y la comunión fraterna (cf. ib., 16).

Aunque se trate de una misión ardua y difícil, nadie debe desalentarse. Con san Pedro y con los primeros discípulos, también nosotros renovemos confiados nuestra sincera profesión de fe: Señor, "¡en tu nombre, echaré las redes!" (Lc 5, 5). ¡En tu nombre, oh Cristo, queremos servir a tu Evangelio para la esperanza del mundo!

Y también confiamos en tu materna asistencia, oh Virgen María. Tú, que guiaste los primeros pasos de la comunidad cristiana, sé también para nosotros apoyo y estímulo. Intercede por nosotros, María, a la que con palabras del siervo de Dios Pablo VI invocamos como "auxilio de los obispos y Madre de los pastores". Amén.


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Catecismo de la Iglesia Católica

El infierno y la parábola del pobre Lázaro

633 La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham". "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos". Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido.

1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento hablan de un último destino del alma que puede ser diferente para unos y para otros.

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (] Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos. Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13,41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt 25,41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7,13-14):

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes». [LG 48]


1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 Pe 3,9):

Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos. [Misal Romano]

2463 En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola. En dicha multitud hay que oír a Jesús que dice: "Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos, también conmigo dejasteis de hacerlo" (Mt 25,45).

2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro y del juicio final.

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EJEMPLOS PREDICABLES

San Antonino, arzobispo de Florencia (s. XV), fue de una caridad espléndida. Cierto día un mensajero le trajo –regalo de sus amigos- un magnífico cesto de frutas. El mensajero lo dejó sobre la mesa y aguardó en espera de recibir algo. San Antonino, que acababa de dar sus últimas monedas a un pobre, le dijo:

-Gracias, buen amigo, Dios te lo pague.

-«Dios te lo pague...» - replicó el hombre- : eso, señor, es una moneda que pesa poco en el bolsillo.

-Amigo- contestó el santo- bien se ve que no sabes apreciar el valor de esa moneda.

Mandó traer una balanza y, en un platillo, puso el cesto de frutas y, en el otro, un papel en el que había escrito: «Dios te lo pague...»: y cedió éste. A la vista del milagro, comprendió nuestro hombre su engaño.


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Diógenes estaba un día plantado como un palo en la esquina de la calle, riéndose como un loco.

-¿Por qué te ríes?- le dijeron.

-¿Veis- respondió- aquella piedra que está en medio de la calle? Ya han tropezado en ella más de diez personas. Después de tropezar la miraban y la maldecían, pero ninguno la ha tomado y apartado para evitar que otro pudiera tropezar.

Ninguno pensaba en los demás, sino sólo en sí mismos. ¡El egoísmo!


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Luis XIV, el rey Sol, había salido muy de mañana con sus monteros a una de sus fastuosas cacerías. Su caballo galopaba por los senderos de los bosques saltando obstáculos, y el rey perseguía la pieza mientras atronaban el aire las trompas y ladraba furiosa la jauría.

De pronto, en un camino solitario, tropieza con un cortejo fúnebre. Dos mozos conducen en unas parihuelas un cadáver:

El rey se detiene.

—¿Qué lleváis ahí? — pregunta.

—Señor —le dicen—, el cadáver de un hombre que ha aparecido muerto en el bosque.

— ,Y de qué ha muerto este hombre?

Los campesinos, que no saben de rodeos cortesanos, contestan sencillamente:

—De hambre.

El rey quedó unos instantes pensativo. Luego, ¿había en su reino hombres que se morían de hambre? Picó espuelas al caballo, y éste corrió como una flecha. Una pieza atravesó el camino. El rey la persiguió locamente y, al poco tiempo, la persecución y la alegría de los cortesanos borraron de la frente regia el recuerdo del hombre que murió de hambre entre los resonantes clamores de la caza.

Así pasamos nosotros riendo y gozando ante las miserias y las desventuras de los pobres de Cristo. Pero yo vengo a perturbar vuestros goces y a gritaros sin disimulo ni prudencias cortesanas: «¡Hermanos, en vuestro pueblo, en vuestra ciudad hay pobres que se mueren : de hambre!».


34.

Reflexión


Se cuenta que, en una ocasión, Sócrates paseaba por el mercado principal de la ciudad de Atenas. Y, al verlo, uno de sus discípulos le preguntó: “Maestro, hemos aprendido contigo que todo sabio lleva una vida simple y austera. Pero tú no tienes ni siquiera un par de zapatos”. “Correcto –respondió Sócrates—. El discípulo continuó: “Sin embargo, todos los días te vemos en el mercado principal, admirando las mercancías. ¿Podríamos juntar algún dinero para que puedas comprarte algo?”. “¡Ah no!, tengo todo lo que deseo –dijo Sócrates— pero me encanta ir al mercado para ver que sigo siendo completamente feliz sin todo ese amontonamiento de cosas”. No es más feliz el que tiene muchas cosas, sino el que no necesita de ellas.

El pasaje de hoy es una continuación temática del Evangelio del domingo pasado. Hace ocho días, a propósito de la parábola del administrador infiel, reflexionábamos en el peligro de las riquezas, no porque éstas sean malas, sino por las consecuencias tan deplorables que a veces ellas llevan consigo. “No podéis servir a Dios y al dinero”, nos decía Jesucristo. Y la parábola de hoy es una clarísima ejemplificación de esta enseñanza.

El rico epulón es ese tipo avaro y egoísta a quien no le importan la pobreza ni la indigencia del pobre. Se pasaba sus días banqueteando espléndidamente, con un derroche escandaloso de lujos, gozando de su abundancia y de sus desenfrenos. Mientras que el pobre Lázaro yacía postrado en el portal del palacio del rico, “cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de su mesa, pero nadie se lo daba”. Su riqueza le hizo totalmente frío e insensible ante las necesidades más elementales y apremiantes del mendigo.

Incluso los perros se mostraban más compasivos que el avaro aquel.
La avaricia, el abuso y la indiferencia a la que conducen las riquezas se ha visto en todas las épocas de la historia de la humanidad. Ya el profeta Amós nos pinta con vivísimos colores la situación de la sociedad de Israel ocho siglos antes de la venida de Cristo: “¡Ay de vosotros, los ricos, que os acostáis en lechos de marfil y coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo; canturreáis al son del arpa, bebéis vinos delicados, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de los pobres! Por eso, iréis al destierro, a la cabeza de los cautivos” (Am 6, 4-7).

El problema no es, en sí, el hecho de comer bien y de gozar de las propias riquezas. Eso sería un pecado de gula que, al fin y al cabo, sería más fácilmente excusable. Lo verdaderamente grave y casi imperdonable es esa total despreocupación y aterradora indiferencia ante la desgracia del prójimo, mientras que muchos ricos nadan en sus lujos y vanidades, derrochando el dinero de una manera obscena y escandalosa.

También hoy en día sucede algo parecido. Ese rico epulón de la parábola pueden ser hoy los países ricos de Occidente, que se ahogan en el consumismo y en la abundancia, y que, con sus sistemas económicos, esclavizan tiránicamente a tanta pobre gente del África y de los países en vías de desarrollo. Éstos se mueren de hambre y se hallan desprovistos de los medios más indispensables para vivir con una cierta dignidad.

Pero yo no me refiero ahora sólo a estos casos. Tal vez en nuestras propias colonias y comunidades conocemos a algunas personas que viven en extrema pobreza y pasan apremiantes necesidades en su cuerpo o en su alma. A lo mejor los vemos todos los días en la calle, en las esquinas de las grandes avenidas pidiendo alguna caridad, o enfrente de los semáforos ganándose la vida como pueden, esperando de nosotros algunas monedas. Y quizá pasamos a su lado y nos encogemos de hombros pensando en que ése no es nuestro problema, y no movemos ni un solo dedo para socorrerlos. A muchos los vemos postrados, como el pobre Lázaro, y tal vez no nos compadecemos de ellos ni les damos siquiera las migajas que caen de nuestra mesa.

Pero fijémonos muy bien en la suerte final –¡tan diferente!— del uno y del otro. El rico murió “y lo enterraron”. Quedó sepultado en la tierra y todos sus bienes se pudrieron juntamente con él. En cambio, el pobre Lázaro fue llevado al seno de Abraham, a gozar de la gloria de Dios. El primero recibió sus bienes en vida y, despúes de la muerte, fue a parar al infierno para purgar sus culpas y sus pecados; mientras que el pobre, que sólo recibió males en vida, fue llamado a recibir su recompensa en el cielo.
Cristo nos habló centenares de veces en el Evangelio acerca del cielo y del infierno, como premio o castigo de nuestras obras. No es un cuento de niños ni un invento de la Iglesia. Es una verdad fundamental de nuestra fe. De lo contrario, ¿a qué vino Jesucristo a la tierra? ¿Para qué se encarnó, abrazó los terribles sufrimientos de su pasión y murió en la cruz? Para salvarnos, ¿de qué? Si no hay un infierno y un cielo, todo eso no tiene ningún sentido.

El rico epulón fue condenado a las llamas del infierno por su egoísmo, su indiferencia y por no haber ofrecido su ayuda al pobre; no por haber sido un ladrón o un asesino, sino por su gravísimo pecado de omisión. Su culpa fue el haber pasado la vida entera sin pensar en los demás y el no haber abierto sus entrañas al necesitado.

Ojalá que a nosotros no nos suceda lo mismo. Recordemos aquello que solía repetir san Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor”. Hagamos el bien a los demás ahora, mientras podemos; ganemos muchos méritos para el cielo mientras Dios nos concede este tiempo para ayudar a nuestros hermanos y tender una mano caritativa y generosa al necesitado. Entonces, al final de nuestra vida, seremos recibidos en las moradas eternas y gozaremos para siempre de la presencia y del amor de Dios, nuestro Padre.