REFLEXIONES
 

 

1.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

II EL RESPETO DE LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS

El respeto del alma del prójimo: el escándalo

2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce 2847 a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.

2285 1903 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: "Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mt 18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).

2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.

Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o 1887 estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a "condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos" (Pío XII, discurso 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que "exasperan" a sus alumnos (cf Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión publica 2498, la desvían de los valores morales.

2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. "Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!" (Lc 17, 1).


2. PARTIDISMO

LOS NUESTROS

Un cuerpo es una unidad compacta, un todo que ocupa un lugar en el espacio: donde hay un cuerpo, se dice, no puede haber otro. Por tanto, un cuerpo es impenetrable y desplaza siempre a otro cuerpo. Si hablamos de un cuerpo en sentido sociológico, o de una corporación, por ejemplo, del Cuerpo de Correos o del Cuerpo de la Guardia Civil, veremos que la unidad se logra entonces mediante una organización de miembros y funciones y la subordinación a un jefe o cabeza rectora. Los miembros tienen conciencia de pertenecer al mismo cuerpo y la expresan diciendo "nosotros", o "los nuestros", en relación a los otros, a los que no son de los nuestros.

Con frecuencia los que pertenecen al mismo cuerpo participan también de una misma mentalidad, defienden los mismos intereses -los del cuerpo- y corren el riesgo de encerrarse y de hacerse impenetrables a los demás. Se desarrolla en estos casos lo que se ha llamado "espíritu de cuerpo". Cabría esperar en principio que estas unidades se insertaran en la unidad más amplia del cuerpo social. Cabría esperar que "nosotros" o "los nuestros" se definiera no por exclusión de los otros sino por inclusión en los otros para constituir un "nosotros" universal y solidario, verdaderamente humano y al servicio de la humanidad entera. Sin embargo, el espíritu del cuerpo acentúa más la diferencia, acentúa más lo que separa que lo que une.

Los que tienen ese espíritu están ciegos para reconocer el valor de lo que hacen los otros, para comprender los intereses de los otros, las ideas, los planes, los proyectos que tienen los demás, y viven en su mundillo como si éste fuera todo el mundo. Se aíslan, y el aislamiento en que se hallan les lleva a sospechar de todo lo extraño. En este supuesto, el aislamiento puede vivirse y experimentarse como si fuera un acoso: los que no son de los nuestros están contra nosotros.

La Iglesia se ha comparado desde sus orígenes al cuerpo de Cristo, se ha dicho que es el cuerpo de Cristo y éste su cabeza. Pero no hay que olvidar que Cristo es el que se entrega, y los que se unen al cuerpo de Cristo se comprometen en la entrega de Cristo por todo el mundo. Por eso el Espíritu de Cristo no tiene que ver nada con el espíritu de cuerpo.

Cuando se observan señales de involución en la iglesia, cuando vemos que ésta se cierra en sí misma, temerosa quizás por perder su propia identidad y su función en un mundo secularizado, los cristianos debemos encontrar la manera de estar en el mundo como en nuestra casa y en la casa de todos los hombres, de colaborar con todos en la construcción de una sociedad más humana y sin afanes de protagonismo. Porque los nuestros son todos los que trabajan por la justicia, por la paz, por la libertad, y nada verdaderamente humano puede sernos extraño.

EUCARISTÍA 1982, 44


3. LOS PARTIDOS-POLITICOS

Con todas las diferencias que se quieran colgar a los partidos políticos, son mayores las diferencias que atenazan a una comunidad política en que se prohíben. Un pueblo donde no existiesen partidos políticos no sería una comunidad política; pues tan pronto como surge en el hombre la vocación política aparecen también los partidos políticos, es decir, cauces para canalizar los diferentes modos de entender la gestión pública. El que no toma partido y pretende mantenerse en la neutralidad es tan parásito respecto de la comunidad política, como lo es respecto de la comunidad económica el que pretende vivir sin trabajar. Con la agravante de que quienes no quieren decidir tomando partido, luego resulta que de hecho deciden al azar.

Hay ciertamente un peligro muy grave en los partidos. Y es que el partido se erija en fin del propio partido, con detrimento de los objetivos que justifican la existencia de los partidos.

Cuando el partido sólo busca sobrevivir o mantener el prestigio, aun a costa del bien común, el partido es un verdadero cáncer social. Las diferencias en las ideologías de los partidos deben converger en la solución de los problemas reales.

EUCARISTÍA 1976, 53


4. INTOLERANCIA

"Se cree que más de doscientas cincuenta mil personas están encarceladas en todo el mundo por sus opiniones políticas o porque expresaron puntos de vista no del gusto de sus Gobiernos, según una noticia de fuente inglesa." (Ecclesia", 1.501, pág. 30).

La noticia es digna de ser meditada. Tanto más cuanto que nada tan discutible como la política. En teoría todos los sistemas admiten para la realización de eso que se ha dado en llamar el "bien común", cierto contraste de pareceres, pero en la práctica nadie acepta una crítica objetiva y sincera. Y sin embargo, nada más indispensable.

Pero el hecho es válido, con las debidas reservas, para todo el ejercicio de la autoridad. Se diferencian en los procedimientos para hacer callar al que discrepa de la manera de pensar de quien manda. El citado artículo habla del recurso a la tortura contra los prisioneros políticos (algo que está fuera de toda duda, por más que el miedo haga difícil los testimonios), pero cualquier otro tipo de autoridad tiene sus propias torturas: desde hacer la vida imposible al rebelde, hasta tildar de inconformista, de garbanzo negro de la familia, de progresista, de comunista, de hereje. Y tienen sus peculiares castigos: la marginación, el desprestigio, el desheredar, la exclusión en los puestos de responsabilidad, la difamación...

Lo más doloroso del caso es que nadie posee en exclusiva la verdad. Y que así como el bien común es fruto del esfuerzo de todos, así también se requiere la aportación de todos para alcanzar la verdad. Cuando se prescinde olímpicamente del parecer de algunos, o de algunos grupos... seguro que no se busca la verdad, sino la conveniencia. Y cuando se intenta tapar la boca a los que piensan de otra manera, ¿qué se busca? Y cuando se recurre a la injusticia para hacerlos callar, ¿qué se pretende?

EUCARISTÍA 1970, 54