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H O M I L Í A

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DOMINGO XXVI

TIEMPO ORDINARIO

CICLO B

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Si en nuestras comunidades se están reanudando estos días las actividades del nuevo curso, haremos bien en programar también las modalidades de la animación litúrgica: cómo ayudar a la comunidad a celebrar mejor la Eucaristía, sobre todo dominical. No es un apostolado fácil, pero es de los más importantes y de los que más bien puede hacer a la comunidad: ayudarle nada más y nada menos que a orar mejor y a participar más consciente y activamente en los sacramentos.

* SIGUE LA FORMACIÓN PERMANENTE EN LA ESCUELA DE JESÚS

En las lecturas de hoy podemos fijarnos en diversos consejos que afectan a nuestra vida cristiana. Son consignas que contribuyen a que vayamos amoldando nuestros criterios de actuación a la mentalidad de Jesús:

- Santiago, con su característica viveza, denuncia a los ricos que se han aprovechado injustamente de los demás para prosperar ellos, y les avisa que todo lo que han amasado no les va a servir de nada a la hora de la verdad;

- Jesús, en el evangelio, nos asegura que no quedará sin recompensa nada de lo que hagamos en bien de los demás, ni que sea sencillamente darles un vaso de agua; resuena ya lo que dirá al final: "me disteis de beber";

- más duras son sus palabras en contra del que escandaliza a los niños, o sea, a los débiles; ¡cuántos modos hay de escandalizar hoy a las nuevas generaciones, con nuestro mal ejemplo en la vida familiar o social, o por los medios de comunicación (ahora por Internet)!; es de las veces que Jesús se pone más serio: "más le valdría que le encajasen una rueda de molino en el cuello y le echasen al mar";

- también es sorprendente la radicalidad que pide en su seguimiento: "cortarnos la mano, o el pie, o el ojo" si nos estorban en nuestro camino al Reino: Aun cristiano tiene que renunciar a algo para conseguir lo principal...

La Palabra de Dios que escuchamos en cada Eucaristía nos va educando, nos ayuda a confrontar nuestra escala de valores con la mentalidad de Cristo. Es incómodo, pero es necesario, para que no conformemos nuestra vida según este mundo, sino según la voluntad de Dios que nos enseña Jesús.

LOS CELOS DE LOS BUENOS

Pero tal vez la lección principal que se deriva de las lecturas de hoy es la denuncia del que puede ser uno de los pecados más propios de los que nos creemos "los buenos", "los practicantes": pensar que tenemos el monopolio del bien o de la verdad. Ya aparece esta actitud en la primera lectura, cuando Dios sorprende a Moisés comunicando su Espíritu también a los dos que no acudieron a la reunión oficial de los setenta consejeros o colaboradores que habían sido nombrados para el gobierno del pueblo. Estos dos, ausentes en el acto constituyente, "se pusieron a profetizar", o sea, actuaron con la autoridad de los demás como asesores y profetas. El joven Josué, el ayudante de Moisés, que luego sería su sucesor, se siente celoso: "Moisés, señor mío, prohíbeselo". Pero Moisés muestra su corazón comprensivo y tolerante: para él sería el ideal que todos recibieran el espíritu del Señor.

Se ve claramente el paralelo entre esta escena y la que narra el evangelio. Aquí es Juan, el discípulo predilecto de Jesús, el que siente celos: "Maestro, uno echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros". Pero Jesús muestra un corazón mucho más abierto y una visión más universal: "no se lo impidáis: el que no está contra nosotros está a favor nuestro".

¿CREEMOS TENER EL MONOPOLIO?

También a nosotros nos puede pasar lo mismo. Podemos sentir celos de que otros "que no sean de los nuestros" hagan el bien y tengan éxito, y no logremos controlar todo lo que surge en torno nuestro. Josué y Juan eran buenas personas, eran fieles a Moisés y a Jesús, y precisamente por eso se creían de alguna manera poseedores en exclusiva de su favor. Y recibieron la lección.

De cuando en cuando vamos al médico a hacernos un chequeo del corazón. Hoy podemos examinar el nuestro y ponerlo en sintonía con el de Jesús. La comparación con la actitud de Cristo nos puede decir si tenemos un corazón mezquino o abierto. Si tendemos a acaparar el bien o la verdad o controlar los carismas del Espíritu. Esto nos puede pasar a los sacerdotes y religiosos con relación a los laicos, o a los hombres con las mujeres, o a los mayores con los jóvenes, o a los católicos con los otros cristianos, o a los de una lengua o nación con los forasteros...

Deberíamos ser más tolerantes, más abiertos, y alegrarnos de que se haga el bien y de que prosperen las iniciativas buenas, aunque no se nos hayan ocurrido a nosotros, aplaudir los éxitos de los demás, y reconocer que no siempre tenemos nosotros toda la razón. Siguiendo el ejemplo de aquel Juan el Bautista, el Precursor, que tuvo como lema: "Que él crezca y yo disminuya".

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 2000 12 36


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