Si
en nuestras comunidades se están reanudando estos días las actividades del
nuevo curso, haremos bien en programar también las modalidades de la animación
litúrgica: cómo ayudar a la comunidad a celebrar mejor la Eucaristía, sobre
todo dominical. No es un apostolado fácil, pero es de los más importantes y de
los que más bien puede hacer a la comunidad: ayudarle nada más y nada menos
que a orar mejor y a participar más consciente y activamente en los
sacramentos.
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SIGUE LA FORMACIÓN PERMANENTE EN LA ESCUELA DE JESÚS
En
las lecturas de hoy podemos fijarnos en diversos consejos que afectan a nuestra
vida cristiana. Son consignas que contribuyen a que vayamos amoldando nuestros
criterios de actuación a la mentalidad de Jesús:
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Santiago, con su característica viveza, denuncia a los ricos que se han
aprovechado injustamente de los demás para prosperar ellos, y les avisa que
todo lo que han amasado no les va a servir de nada a la hora de la verdad;
-
Jesús, en el evangelio, nos asegura que no quedará sin recompensa nada de lo
que hagamos en bien de los demás, ni que sea sencillamente darles un vaso de
agua; resuena ya lo que dirá al final: "me disteis de beber";
-
más duras son sus palabras en contra del que escandaliza a los niños, o sea, a
los débiles; ¡cuántos modos hay de escandalizar hoy a las nuevas
generaciones, con nuestro mal ejemplo en la vida familiar o social, o por los
medios de comunicación (ahora por Internet)!; es de las veces que Jesús se
pone más serio: "más le valdría que le encajasen una rueda de molino en
el cuello y le echasen al mar";
-
también es sorprendente la radicalidad que pide en su seguimiento:
"cortarnos la mano, o el pie, o el ojo" si nos estorban en nuestro
camino al Reino: Aun cristiano tiene que renunciar a algo para conseguir lo
principal...
La
Palabra de Dios que escuchamos en cada Eucaristía nos va educando, nos ayuda a
confrontar nuestra escala de valores con la mentalidad de Cristo. Es incómodo,
pero es necesario, para que no conformemos nuestra vida según este mundo, sino
según la voluntad de Dios que nos enseña Jesús.
LOS
CELOS DE LOS BUENOS
Pero
tal vez la lección principal que se deriva de las lecturas de hoy es la
denuncia del que puede ser uno de los pecados más propios de los que nos
creemos "los buenos", "los practicantes": pensar que tenemos
el monopolio del bien o de la verdad. Ya aparece esta actitud en la primera
lectura, cuando Dios sorprende a Moisés comunicando su Espíritu también a los
dos que no acudieron a la reunión oficial de los setenta consejeros o
colaboradores que habían sido nombrados para el gobierno del pueblo. Estos dos,
ausentes en el acto constituyente, "se pusieron a profetizar", o sea,
actuaron con la autoridad de los demás como asesores y profetas. El joven
Josué, el ayudante de Moisés, que luego sería su sucesor, se siente celoso:
"Moisés, señor mío, prohíbeselo". Pero Moisés muestra su corazón
comprensivo y tolerante: para él sería el ideal que todos recibieran el
espíritu del Señor.
Se
ve claramente el paralelo entre esta escena y la que narra el evangelio. Aquí
es Juan, el discípulo predilecto de Jesús, el que siente celos: "Maestro,
uno echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de
los nuestros". Pero Jesús muestra un corazón mucho más abierto y una
visión más universal: "no se lo impidáis: el que no está contra
nosotros está a favor nuestro".
¿CREEMOS
TENER EL MONOPOLIO?
También
a nosotros nos puede pasar lo mismo. Podemos sentir celos de que otros "que
no sean de los nuestros" hagan el bien y tengan éxito, y no logremos
controlar todo lo que surge en torno nuestro. Josué y Juan eran buenas
personas, eran fieles a Moisés y a Jesús, y precisamente por eso se creían de
alguna manera poseedores en exclusiva de su favor. Y recibieron la lección.
De
cuando en cuando vamos al médico a hacernos un chequeo del corazón. Hoy
podemos examinar el nuestro y ponerlo en sintonía con el de Jesús. La
comparación con la actitud de Cristo nos puede decir si tenemos un corazón
mezquino o abierto. Si tendemos a acaparar el bien o la verdad o controlar los
carismas del Espíritu. Esto nos puede pasar a los sacerdotes y religiosos con
relación a los laicos, o a los hombres con las mujeres, o a los mayores con los
jóvenes, o a los católicos con los otros cristianos, o a los de una lengua o
nación con los forasteros...
Deberíamos
ser más tolerantes, más abiertos, y alegrarnos de que se haga el bien y de que
prosperen las iniciativas buenas, aunque no se nos hayan ocurrido a nosotros,
aplaudir los éxitos de los demás, y reconocer que no siempre tenemos nosotros
toda la razón. Siguiendo el ejemplo de aquel Juan el Bautista, el Precursor,
que tuvo como lema: "Que él crezca y yo disminuya".
J.
ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 2000 12 36
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