COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Nm 11, 25-29 

1. Contexto: 

En el libro de los Números, a partir de este capítulo se narran una serie de acontecimientos y de peripecias que la tradición atribuye a aquel pueblo que peregrinó desde el Sinaí hasta la tierra de promisión. La etapa del desierto está llena de obstáculos y de dificultades. Y ante la prueba el pueblo protesta contra Moisés y contra el Señor.

Texto: 

No quiero recortar el sentido del relato, como hace la perícopa litúrgica, y comento en su totalidad los vs. 11s. 14-17 y 24b-30, aunque cueste leerla tres minutos más. En todos estos vss. aparecen 70 ancianos que participan del espíritu de Moisés.

En los relatos bíblicos estos ancianos son una especie de concejales que tienen una misión muy importante en la vida socio-política y religiosa del pueblo: representan a los habitantes de la ciudad (Dt. 21, 3-8) y, ante todo, están dedicados a tareas de justicia (Dt. 19, 12; 22, 15-19...). Aunque sean una institución más propia de la cultura y civilización sedentaria, todas las fuentes literarias hacen remontar su origen a la época de Moisés; son sus ayudantes en asuntos judiciales y oraculares (cfr. Ex. 18, 13-26; Dt 1, 9-15), en este texto aparecen participando del carisma profético de Moisés.

En nuestro texto, la institución de estos ancianos corre pareja con las quejas y revueltas del pueblo. La situación es tan tensa que el mismo Moisés se siente hastiado y se queja de la dura tarea de dirigir a los suyos: ¿acaso he parido yo a este pueblo para que tenga que aguantarlo? Ya está bien de oír críticas y de aguantar revueltas. ¡Mejor la muerte que tener que soportarlos! (vs. 11s. 14s). Lamento muy común a muchos dirigentes de la comunidad.

Y la palabra de Dios, que siempre sale al encuentro del hombre intenta iluminar y dar solución a este problema difícil. Moisés deberá reunir 70 ancianos sobre los que irrumpirá el espíritu de Dios y así podrán ayudarle en su misión. La carga al ser compartida será más ligera (vs. 16-17). Se lleva a la práctica lo ordenado por el Señor y se eligen 70 ancianos que se ponen inmediatamente a profetizar.

En este contexto se inserta el otro relato de Eldad y Medad que también empiezan a profetizar. Enterado, Josué se pone celoso e intenta prohibir el que profeticen (v. 28), pero Moisés le recrimina con estas palabras: "Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" (v. 29).

Este final es una clara antítesis del comienzo: el que se quejaba de la dura tarea que tenía que soportar sólo ahora se alegra y desea que todos sean profetas. Moisés ha entendido el verbo compartir. La actitud de este hombre es digna de todo encomio al comprender que el poder de los otros no es merma para su poder sino que es una común participación en la misma misión. Moisés no se siente ofendido porque ha entendido que es compartir.

Reflexiones. Esta espera esperanzadora de un profetismo universal que se realiza con la venida de Jesús de Nazaret. Las palabras de Joel 3,1ss tienen su plena realización en la comunidad neotestamentaria (Hech. 2,14ss).

Y en esta nueva comunidad también hay gente que mora fuera del campamento, fuera de la Iglesia, sobre quienes sopla ese viento divino que intentamos retener los que estamos dentro; tarea totalmente inútil ya que se nos escapa de las manos. El que no está contra mí, está conmigo, dijo un día Jesús a sus discípulos.

¡Qué difícil nos resulta captar el mensaje de este relato, y no porque sea difícil sino por nuestras celotipias! Queremos tener la exclusiva del poder, como Josué, y encima tenemos el rostro de quejarnos de la dura tarea encomendada y de poner rostro de mártires hablando de la dura "voluntad divina". Lo único que nos ocurre es que no hemos entendido el verbo compartir. Ni siquiera el Concilio Vaticano II llegó en sus documentos a la altura de este texto del A.T. para poder gritar "¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y nos ayudara a llevar las tareas! ¿Cuándo nos meteremos en el cogote que no se oponen democracia y jerarquía?

A. GIL MODREGO
DABAR  1991,  47


2.

El primer conocimiento que tuvieron los israelitas del Espíritu de Dios, lo sacaron de la actuación de los profetas. Estos eran hombres que sabían algo de los secretos de Dios, hombres a quienes Dios participaba algo de su sabiduría, hombres que en ciertas ocasiones disponían de una fuerza irresistible. Por su actuación, los israelitas comprendieron que Dios comunicaba su espíritu a manera de un viento violento e imprevisto (en hebreo, la misma palabra significaba espíritu y viento). Para entender el presente relato, convendría compararlo con 1 Sm 10, 1-13 y 19, 13-14.

Este relato enseña que son muy diversas las actuaciones del Espíritu (cf. 1 Cor 12, y 14). Una de ellas es decir y hacer cosas extrañas, hablar en lenguas, etc. Otra, más importante, es el haber recibido el cargo de dirigir y enseñar al pueblo de Dios. De Moisés, representante de Dios (que no hablaba en lenguas ni profetizaba con trances), el Espíritu se derrama sobre los inspirados. A continuación se enseña que no siempre Dios comunica su espíritu por los canales oficiales. El Espíritu es soberano por encima de las instituciones, y se indica que el carisma no debe ser rechazado por la autoridad. Lo que en Moisés es simple deseo (quiere ver distribuido el Espíritu a todos), en Joel (c. 3) es profecía y en los Hechos de los Apóstoles es cumplimiento (Hech 2).

EUCARISTÍA 1988, 46


3.

El pueblo se había quejado ante Moisés, y Moisés se había lamentado delante de Yavé de tener que cargar sobre sus espaldas toda la responsabilidad de un pueblo tan numeroso. Para resolver el problema, Moisés elige 70 varones entre los ancianos de Israel. Después se dirige con ellos a la Tienda de Reunión, que estaba fuera del campamento, y en donde el Señor manifiesta su presencia con el símbolo de la nube. La comunicación del espíritu, que posee Moisés, a los 70 varones, significa que éstos van a compartir con él la difícil tarea de gobernar al pueblo.

La institución de los ancianos jugó un papel importante en toda la historia de Israel: los encontramos ya en Egipto (Ex 3, 16); durante la monarquía presiden las diferentes comunidades locales; los vemos de nuevo en el exilio de Babilonia (Ez 8, 1; 14, 1), y después de la repatriación (Esd 10, 8 ss) hasta los tiempos de Jesús. El presente pasaje de los Números confiere un carácter sagrado al origen de la institución de los ancianos, fundando así la importancia que tuvo siempre tanto religiosa como política. No es fácil determinar el significado de la palabra "profetizar" en el presente contexto. Posiblemente se trata de una especie de trance extático en el que se manifiesta la presencia de Dios, a semejanza de lo que se dice en 1 Sam 10, 5 y 19, 20.

Los celos de Josué anticipan la misma actitud de los discípulos de Jesús frente al exorcista que arrojaba demonios sin ser de su grupo (evangelio de hoy), y la respuesta de Moisés nos hace pensar de inmediato en la de Jesús a la pregunta de Juan. La gran tentación de la autoridad religiosa ha sido siempre monopolizar el espíritu, pero el Espíritu se comunica a quien quiere y como quiere. Los que mandan no deberían estar celosos, de que el pueblo profetice alguna vez; más bien debiera tomar nota de lo que dice Pablo a los obispos: "No apaguéis el Espíritu" (1 Tes 5, 19). El deseo de Moisés se convertirá con el tiempo en promesa para los tiempos mesiánicos (Joel 3, 1 s) y se cumplirá con la venida del Espíritu Santo sobre toda la comunidad de Jesús (Hech 2, 1-13).

EUCARISTÍA 1982, 44


4.

Hoy que tanto se habla de carismas y de profetismo, esta lectura nos puede ayudar a redescubrir la función esencial del Espíritu, a través de unos hombres, en la edificación de las comunidades.

El profeta no es, fundamentalmente, un adivino del futuro, sino alguien por medio del cual Dios hace sentir a todo su pueblo -y, en definitiva, a toda la humanidad- su voz. El profeta exhorta al pueblo, lo amonesta, incluso lo amenaza, y lo conduce por los caminos queridos por Dios. "Cuando el Espíritu sopla sobre Israel, todo el universo se pone de pie en un sobresalto patético y experimenta el paso de Dios" (André Nehér, L'essence du prophétisme). Moisés es el mayor de todos los profetas, porque a través de él Dios aglutinó aquellos clanes de beduinos, los convirtió en un pueblo y los condujo a través del desierto a la conquista de la tierra prometida. Con ningún otro tiene Dios la intimidad que tuvo con Moisés (Num 12,6-8). El Mesías será un nuevo Moisés. A éste, según Dt 18,18, Dios le promete suscitar un día, de entre sus hermanos, "un profeta semejante a él". Por ello, al aparecer Juan el Bautista, los enviados de Jerusalén le preguntan si es "el Profeta" (Jn 1,21). Moisés, según los textos sacerdotales, tiene en permanencia el Espíritu. Los setenta ancianos lo reciben excepcionalmente. Eldad y Medad también entran sólo por un breve espacio de tiempo en el estado de exaltación profética. Recordemos que la misión de los setenta ancianos era ayudar a Moisés a gobernar el pueblo. La de las "profecías" de Eldad y Meldad sería animarlo, con aquel signo de la presencia activa de Yahvé en medio de ellos, a seguir adelante, con fe, a pesar de las dificultades: nótese que este episodio se sitúa entre la murmuración del pueblo, que pide carne, y el prodigio de las codornices. Los profetas son, pues, animadores de comunidad. Y esta condición no puede ser negada a nadie que de modo efectivo resulte acreditado por el Espíritu como animador. En el Antiguo Testamento el Espíritu era dado a unos pocos y transitoriamente; en el Nuevo Testamento el Espíritu reposará habitualmente sobre todo el pueblo creyente. Nos ayudamos, los unos a los otros, a no perder la esperanza, y eso constituye un carisma muy importante. Es el anhelo de Moisés, sin ningún tipo de celos: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" (11,29).

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 17


5. /Nm/11/04-06:/Nm/11/10-30

Una vez más se halla el pueblo en una situación crítica. La narración quiere darnos a entender que la causa de ello es la monotonía enervadora de la vida en el desierto, con su absoluta precariedad de medios de sustentación (vv 4-6). La presencia entre el pueblo de vulgo adventicio, no vinculado a las tradiciones de los patriarcas, hace que el malestar estalle en murmuración. Es una crisis de nervios colectiva (10), que hunde la moral del pueblo. El autor del relato la relaciona con el pecado de desconfianza (10b). Moisés se halla nuevamente entre la espada y la pared: entre las necesidades inmediatas, cuya insatisfacción lamenta y padece el pueblo, y el plan liberador de Dios. Moisés, el hombre de la confianza intrépida, acude a Dios. La plegaria cobra alturas de gran ternura humana (11b) y de profunda humildad. Moisés llega al fondo del problema. El es sólo un enviado, un representante de Yahvé. Dios es el único autor y responsable de la aventura del éxodo. Si Dios no lleva adelante la obra emprendida, él, Moisés, está de más. El Señor responde positivamente a su enviado: el pueblo tendrá carne para comer (31s), y Moisés podrá compartir su responsabilidad con otros colaboradores.

La comunicación del Espíritu de Yahvé a los setenta ancianos del pueblo es un relato muy importante. Se halla en la línea de la gran tradición de Israel, que busca los rasgos de la presencia de Dios en su pueblo. Esta presencia se expresa de muchas formas a lo largo de toda la revelación bíblica, pero es, sobre todo, palabra que se apodera del hombre y le lleva a interpretar el sentido más hondo de los hechos históricos. Por eso, el profeta es esencialmente, el portavoz de Dios, el que comunica al pueblo las palabras de Dios y actúa en nombre de Yahvé, conduciéndolo siempre hacia la plenitud de la revelación como en un éxodo continuo.

Es cierto que en el AT no se revela el Espíritu de Dios como una persona, sino como una fuerza que se apodera del hombre y lo transforma. Es una esperanza. Por esto no permanecerá en ellos plenamente y para siempre. Será Jesús quien con su Pascua dará el Espíritu a la Iglesia. Pero el Espíritu está en ella desde los orígenes. En nuestro texto, Yahvé responde a la pesadumbre de la carga de conducir al pueblo que recae sobre Moisés, poniendo su Espíritu sobre los setenta ancianos. Y ante los celos de Josué, Moisés dirá: «¡Ojalá todo el pueblo... recibiera el Espíritu de Yahvé!». Es una anticipación del oráculo de Joel: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne» (3,1ss). Y sobre todo es una visión profética de lo que se hará realidad plena el día de Pentecostés. A partir de ese día, el Espíritu de Dios está en todo el pueblo, no sólo en algunos de sus miembros. ¿Sabemos escucharlo en esta dimensión o resucitamos los celos del joven Josué?

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 154 s.


6.

¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta!

El libro de los Números es el cuarto del Pentateuco. Su última redacción se remonta, según los especialistas, a los tiempos del postexilio. Contiene elementos de épocas muy diversas: oráculos de la época monárquica (como los de Balaam cc. 23?24), y concepciones hieráticas de la nación, típicas del retorno del Exilio (como el campamento en el desierto del c. 2 que se parece a la visión de la nueva Jerusalén de Ezequiel).

El c.11 contiene dos tradiciones diversas. El pueblo siente nostalgia por la vida pasada en Egipto que, a pesar de ser mala, no comportaba la inseguridad del desierto. Por otra parte, Moisés se siente abatido por tanta responsabilidad y la cantidad de trabajo, y está a punto de presentar la dimisión. Dios responde enviando las codornices que alimentan al pueblo (con el estómago lleno, los problemas se ven de distinta manera) y asignándole algunos colaboradores.

Nuestro texto contiene la institución de los colaboradores de Moisés. Setenta ancianos, sobre los cuales reposa parte del espíritu de Moisés. Son ancianos no en edad, sino en experiencia de gobierno. Legitimarán la existencia de los consejos de ancianos de las sinagogas judías y la responsabilidad compartida entre obispos, presbíteros y diáconos en las primeras comunidades cristianas.

Empiezan a profetizar. Y empieza a darse cierta tensión entre algunos: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor" (cf. Joel 1,28-29). A partir de Pentecostés la comunidad cristiana entera se convierte en profeta y en portadora del Espíritu. Los responsables de las comunidades, ¿sabemos animar la función profética de nuestra Iglesia actual?

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000 12 37