24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7

1.

Suelen ser dos realidades frecuentemente disociadas, lamentable e incomprensiblemente disociadas. Claro está que se produce la disociación porque no hemos entendido correctamente lo que es la fe. Para muchos de nosotros, la fe ha sido y quizá sigue siendo, simplemente, creer un conjunto de verdades (de dogmas), estar seguros de que más allá de la muerte hay "otra vida" y practicar un conjunto de ritos con los que, de vez en cuando, nos ponemos en relación directa con Dios, ese Dios en el que decimos creer.

Es curioso -y a mí me deja dasagradablemente sorprendida- que en las manifestaciones públicas muchos entrevistados, si se les pregunta por su fe, contestan: soy católico pero no practicante, o creyente pero no practicante. Y si se les siguiera preguntando qué entienden ellos por creyentes "practicantes", contestarían sin dudarlo, que tales son los "que van a misa los domingos o cumplen con determinadas normas formales de la Iglesia". Total, que no han entendido nada.

Y no han entendido nada porque, en modo alguno, se puede ser creyente sin ser "practicante"; porque practicante es el que practica algo y el que tiene fe, si la tiene, inevitablemente habrá de practicarla. En caso contrario, es que no tiene fe. Pero para que estas afirmaciones sean ciertas y tengan algún contenido hay que renovar el concepto de "practicante" porque el expuesto anteriormente no tiene ninguna validez al contrastarlo con la vida de Jesús plasmada en el Evangelio. El que limita su vida de fe a cumplir puntualmente con unas formalidades externas entre las que se incluyen oraciones llenas de precioso contenido que se dirigen a Dios y quedan perdidas en la distancia, podrá ser un hombre religioso, pero no será un hombre de fe. Un hombre de fe es el que vive "prácticamente" las exigencias de su fe en todo eso que de verdad interesa a los hombres: en la vida, en cada faceta en las que la vida se manifiesta.

Un hombre de fe es el que enfoca su matrimonio desde Dios y lo vive con las exigencias de generosidad, entrega, abnegación, amor y comprensión que su fe le está pidiendo; un hombre de fe es el que se compromete en el mundo de los negocios viviéndolo con una exigencia de justicia y responsabilidad social que esté de acuerdo con sus postulados de fe; un hombre de fe es el que participa, si tiene ocasión, en la cosa pública llevando todo el caudal de limpieza, rectitud y hombría de bien que su fe le pide; un hombre de fe es el que comprende al hombre y le ayuda, porque su fe se lo pide y no lo condena ni lo desprecia, porque su fe se lo impide. Un hombre de fe es el que no busca, por encima de todo, la riqueza y la atesora mientras contempla indiferente cómo crece la pobreza en el mundo. Y, naturalmente, un hombre de fe así es el que, inevitablemente, reza y se pone en contacto con Dios, de donde viene la fuente que la nutre y le mantiene "en forma" para poder traducir prácticamente lo que Él quiere y le está pidiendo, precisamente porque dice tener fe.

Una pequeña traducción del hombre de fe nos la ofrece hoy san Pablo en su Epístola. Ahí tenemos la visión de una faceta concreta de la vida humana expresada por un hombre de fe como era el Apóstol: ni envidias, ni orgullo ni espíritu de superioridad, sino humildad, respeto a los demás y búsqueda del interés de éstos por encima del propio. Espléndida lección de un hombre de fe "practicante" que, estoy segurísima, deberíamos leer con detenimiento cada uno de nosotros, porque es muy probable que estemos bastante alejados de este modelo descrito por san Pablo y descrito así por una sola razón: porque ésos eran los sentimientos de Cristo.

Y todo esto viene a cuenta al pensar en la parábola de hoy. Un hijo contestó "sí" al mandato de su padre, pero no fue a trabajar a la viña; otro contestó "no", pero fue a cumplir su mandato. El segundo hizo lo que el padre quería, aunque resultó, a primera vista, díscolo y desobediente. No es decir lo importante en el hombre de fe, sino decir y actuar, traducir en obras lo que se dice. En caso contrario estaríamos reproduciendo la conducta del hijo que no se enfrenta verbalmente contra su padre, al contrario, pero no realizó nada de lo que quería. JC enfrenta a sus interlocutores, lo más escogido de su pueblo, con la parábola y, por si no lo habían entendido bien se lo explica con toda claridad advirtiéndoles de algo que, conociendo a los personajes, les debió sentar como un tiro: los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos. Es de presumir que el escándalo que tal afirmación provocaría en los hombres "perfectamente religiosos" que lo oían sería mayúsculo. Pero ahí está la parábola y la interpretación hecha por el mismo Jesús para que no quepan dudas. El que sea capaz de "ir a la viña" y trabajar donde y como manda el dueño de aquélla, ése es el que cumple como bueno; el que sólo habla, aunque sea con hermosos y sabios contenidos pero luego no trabaja de acuerdo con esos contenidos, con ese "sí" que pronuncia fácilmente, ése no acierta. Y los cristianos creemos que en este terreno es importantísimo acertar.

A. M. CORTÉS
DABAR 1987/48


2.

-Lo que Dios nos pide

No podemos olvidar que todo esto es lo que nos pide Dios; quizá todavía quedan quienes piensan que Dios nos está pidiendo velas, extraños sacrificios, lánguidos bisbiseos en iglesias en penumbras, pomposas ceremonias de culto... Lo que Dios nos pide es derecho y justicia (cf. en este sentido la primera lectura); la viña a la que Dios nos pide que vayamos a trabajar es la viña del mundo y de los hombres; y la tarea a realizar es ésa: practicar el derecho y la justicia; conseguir una vida mejor para el hombre; hacer que brille ante toda la creación la grandeza del ser humano; conseguir que la fraternidad sea una realidad que alcance a todos; evitar todo dolor, todo sufrimiento, toda soledad.

Todo esto es lo que nos pide Dios; a todo esto es a lo que los hombres, normalmente, decimos que sí, pero luego muchos no dan un paso para trabajar en esa viña. 

-El testimonio de algunos

Con todo, la lección del evangelio no termina aquí: la lección va mucho más lejos; no se limita a constatar la falsedad de aquéllos que afirman que van a trabajar para mejorar el mundo y luego no hacen nada, sino que llega a decir quiénes son, en muchas ocasiones, los que de verdad hacen algo de provecho. Y, "escandalosamente", resulta que Jesús propone como ejemplo a imitar a aquéllos que normalmente son rechazados por la sociedad: publicanos y prostitutas.

O sea, ésos que muchas veces no quieren saber nada de nada, que no quieren meterse en grandes cuestiones, que no tienen en la boca a todas horas eso de "el bien común", la "solidaridad" la "camaradería" el "cambio", pero que, a la hora de la verdad, cuando una mano necesitada se extiende frente a ellos, acuden en su ayuda.

-Una valentía necesaria

La Iglesia tiene que seguir siendo la luz del mundo; su interés principal nunca podrá ser mirarse el ombligo, sino mirar al mundo y seguir anunciándole día a día la Buena Noticia de JC. Por eso podemos decir que la Iglesia de hoy debe ser valiente, como lo fue el Señor Jesús, para denunciar a aquéllos que se han instalado en los cánones de la bondad oficial y externa, pero cuyo corazón está, muchas veces, lleno de orgullo y de autosatisfacción pero vacío de sentimientos de fraternidad, vacío de interés por el hermano, vacío de preocupación por buscar el bien de los otros.

Y, al mismo tiempo, la Iglesia de hoy debe ser valiente para anunciar que muchos de los rechazados, de los marginados, de los despreciados por su condición, son, precisamente, los que han escuchado las palabras del Señor y las ponen en práctica. Aquí tendríamos que volver a recordar todas las parábolas y enseñanzas de Jesús sobre el agradecimiento de quienes se sienten perdonados. También hoy son muchos los que, convencidos de su bondad, no sienten la necesidad del amor y el perdón de Dios y, por lo mismo, no son agradecidos para con Dios (en todo caso son capaces de llegar a pensar lo agradecidos que Dios les tiene que estar a ellos por lo bien que cumplen las normas). Sólo el pecador arrepentido puede llegar a descubrir la inmensidad del amor de Dios; sólo el hombre que reconoce su pequeñez puede agradecer a Dios todo el amor que nos tiene; y sólo quien reconoce a Dios como Padre bueno es capaz de ponerse enteramente a disposición de Dios, aunque antes le hubiese dicho "no", es el que está haciendo lo que quiere el Padre. Por muchas vueltas que le demos el texto es de una gran sencillez, y textos tan sencillos y tan claros pueden asustarnos.

Por eso lo mejor es tomarlos tal cual, con su claridad y sencillez; y dejar de engañarnos creyéndonos siempre los buenos e intachables; porque por ese camino, además, lo único que conseguiremos es cerrarnos nosotros mismos las puertas del camino hacia Dios.

LUIS GRACIETA
DABAR 1987/48


3. FE/JUSTICIA: LA ESPIRITUALIDAD O MUEVE A LA JUSTICIA O NO ES CRISTIANA.

Es habitual en Jesús presentar en las parábolas a dos personajes, de los cuales aquél a quien las gentes tienen por malo queda como ejemplar y queda descalificado el normalmente considerado bueno por todos. Así ocurre en la narración de los dos hijos y la viña.

La consecuencia es clara: lo que Dios nos pide no es dirigirle oraciones, sino realizar su voluntad cuidando de su pueblo. Los hechos dan contenido a las palabras (o en su caso a la oración); las palabras sin hechos quedan convertidas en algo peor que simples sonidos: significan la negativa a cumplir la voluntad del Padre.

Un hijo guarda las formas educadamente pero no hace la tarea. El otro se niega de forma destemplada pero la hace. La actitud del segundo es la preferida. Sin embargo, nosotros hemos convertido estas contraposiciones parabólicas en auténticas dicotomías.

Activismo frente a espiritualismo, ortodoxia frente a ortopraxis y hasta horizontalidad terrena frente a verticalidad trascendente son deducciones que no se pueden sacar de las palabras de Jesús.

Que lo importante sea el cumplimiento de la voluntad del Padre no implica que las "formas" no tengan ninguna importancia, al menos en este caso. El Padre hubiese quedado más satisfecho si a las palabras educadas hubiese seguido un trabajo efectivo en la viña. Las "formas" no son todo el "hacer" ni tienen sentido sin él, pero también son "hacer" si conllevan compromiso activo.

Ante necesidades de la viña de nuestro mundo podemos preguntarnos si los cristianos globalmente considerados, hemos respondido con palabras huecas o con hechos. Nunca han faltado individualidades que, desde la fe, han empujado la historia concreta hacia el Reino; pero debería ser una cuestión inquietante para nosotros (se trata de la fidelidad al Señor) porque como conjunto comunitario la respuesta efectiva no se ha dado siempre. ¡Cuántos testimonios heroicos de cristianos quedan devaluados al poder ser considerados como la excepción que confirma la regla!. Viña que arar no falta: hambre, explotación, violencia, paro, droga, indefensión... Nada de esto es voluntad del Padre. ¿Cómo ser conservadores de un mundo así? Otros niegan a Dios, pero trabajan en la transformación de estas negras realidades. Como conjunto parece que nos interesen más los documentos doctrinales que el compromiso real.

Fe y justicia o, si se quiere, espiritualidad y justicia han de ir unidos por encima de cualquier dualismo práctico. Para san Pablo el adjetivo "espiritual" viene a significar simplemente "vida cristiana" (1 Co 2. 13-15; 9. 11; 14. 1), y espiritualidad será, por tanto, vivir cristianamente.

El término "espiritual" no se identifica hasta el s. XVI con la cara más subjetiva e intimista de la fe: la relación personal con Dios, el centramiento en los fenómenos de la conciencia, el distanciamiento del mundo y de la sociedad, una actitud muy recelosa respecto al cuerpo y a las cosas materiales, etc.

Sin embargo, la vida espiritual abarca toda la existencia del cristiano, es decir, todo el hombre y todas sus actividades, mediante las cuales se corresponde a todas las mociones de Dios.

Y no consiste solamente en las prácticas de piedad, sino que ha de informar y dirigir toda nuestra vida, individual y comunitaria, y también todas nuestras relaciones con las demás personas y realidades.

Arar la viña del Padre, aun cuando parezca una actividad meramente social, es también una acción espiritual (movida por el Espíritu). Desde la experiencia de Dios llegamos al compromiso por la justicia en la historia. Siguiendo el camino de Jesús, el cristiano sólo podrá ser espiritual en la medida en que se deje conducir por el Espíritu a la creación de la historia de hoy como Jesús hizo con la de su tiempo. El camino será conflictivo como lo fue para el Maestro. No se trabaja la viña sin sudor. La cruz sale al encuentro en el curso del seguimiento. La viña del viejo Israel no produjo frutos de justicia, sino uvas agrias de ritualismo y explotación. Muchos profetas y el Hijo mismo dieron su vida al enfrentarse con los administradores.

La espiritualidad de Jesús viene definida en la frase de Lucas: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres". Se trata de producir el dulce vino de la justicia de Dios. Puede decirse que la espiritualidad o mueve la justicia o no es cristiana. La existencia del discípulo se unifica buscando el Reino de Dios y su justicia. Todo lo demás se nos da por añadidura. Frente a la tentación de binomios y dicotomías el compromiso real, que tiende a la eficacia y no se conforma con sentimientos, dará a nuestras vidas una unidad totalizadora y trascendente.

No es suficiente cumplir con lo que Dios quiere. Se trata de vivir la vida con alguna referencia práctica y real con Aquél que es Señor del Reino que se busca. Contemplativos en la acción. El Padre espera. La viña espera.

EUCARISTÍA 1987/46


4. EL POBRE DE CORAZÓN NI SIQUIERA ES RICO EN BUENAS OBRAS/ES UN PECADOR. SU UNIDO MÉRITO ANTE DIOS ES RECONOCER SU PECADO.

-Lo que importa es cumplir la voluntad del Padre

El evangelio de hoy es muy sencillo y no hace falta que nos esforcemos mucho para comprenderlo. Jesús critica la conducta de los que sólo tienen buenas palabras, y alaba en cambio la de aquellos, peor hablados, que terminan cumpliendo la voluntad de Dios aunque sea a regañadientes. Comprueba que los santones de Israel, los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo, van a la zaga en el camino del reinado de Dios, mientras que los pecadores, publicanos y prostitutas, les llevan la delantera.

CREER/QUE-ES: Jesús distingue entre las buenas obras y las buenas palabras, entre la ortopraxis y la simple ortodoxia, y ve que no siempre se corresponden. En cuyo caso prefiere las buenas obras y desprecia las buenas palabras. Porque el reinado de Dios es el reinado de la palabra hecha carne, de la obediencia radical y cumplida y sólo entran en ese reinado los que escuchan y practican el evangelio. Por lo tanto, creer no es saber mucho y mejor que los otros, ni conocer en cada momento la voluntad de Dios, ni tener como ciertas las verdades que la Iglesia nos propone... sino llevar una vida coherente con el evangelio. Por eso Jesús, que condena la hipocresía de los santones de Israel, muestra toda su simpatía por el hijo gruñón de su parábola y se sienta a beber y comer con los pecadores públicos.

-"Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera" El hecho de que los pecadores públicos de Israel, y no los oficialmente buenos de aquella sociedad, fueran los que mejor recibieran el evangelio ya no es tan comprensible para nosotros.

Sin embargo Jesús vio en ello una señal mesiánica, y como tal la presentó a sus oyentes: "Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creisteis (a Juan)". Se trata, en realidad, de aquella señal anunciada por Isaías cuando habló de que los pobres serían evangelizados, y a la que alude Jesús en otro contexto. Los pobres en sentido bíblico no coinciden sin más con los pobres en sentido económico, aunque es muy difícil que un rico sea pobre de corazón delante de Dios. El pobre de corazón ni siquiera es rico en buenas obras, es un pecador. Y si tiene algún mérito delante de Dios es reconocer su pecado.

-¿Cumplimos la voluntad de Dios? Como en la parábola de Jesús puede ocurrir hoy en la Iglesia. Puede suceder que unos tengan las buenas palabras y otros la buena obediencia, que unos tengan los rezos y otros el amor al prójimo, que unos llamen bienaventurados a los pobres y otros sean los pobres y los bienaventurados, que unos digan "Señor, Señor" y otros cumplan la voluntad del Padre. Puede suceder, y sucede muchas veces. Incluso puede ocurrir que en el centro de la Iglesia se predique solemnemente el Evangelio de Jesús y que este Evangelio se practique mejor por los que no se llaman cristianos o por aquellos que viven con un pie fuera de la Iglesia visible e institucional, por los que consideramos hoy pecadores y publicanos.

De ahí que la advertencia de Jesús a los sumos sacerdotes y senadores de Israel, a los dirigentes espirituales de su pueblo, sea también una advertencia severa y una amonestación para nosotros. Debemos preguntarnos muy en serio qué clase de hijos de Dios somos y queremos ser.

EUCARISTÍA 1978/45


5.

El domingo pasado, con la parábola de los trabajadores de la viña, la lección era que "los últimos serán los primeros": la gratuidad del don de Dios. Hoy Jesús presenta otra parábola también muy incisiva contra la incredulidad de los judíos. Los que menos lo parecerían por su fama, llegan a ser los verdaderos miembros del pueblo de Dios.

El primer filón que nos ofrece la Palabra es la llamada a la responsabilidad personal de cada uno ante el bien y el mal.

El profeta Ezequiel, ante un pueblo que se refugiaba demasiado fácilmente en las "culpas de la comunidad" o de los antepasados, hace una llamada urgente a la decisión personal de cada uno. Es verdad que la conducta de cada uno repercute en la colectividad.

Y que la comunidad influye en nuestras opciones personales. Pero eso no nos exime ni del mérito ni de la culpa: la responsabilidad de nuestra vida la tenemos nosotros. La parábola de los dos hijos también nos pone ante la decisión personal: el que dijo que sí y no fue, o el que dijo que no, pero fue. Y en el fondo éste cumplió la voluntad de Dios. El que elige el camino del mal entra él mismo en la esfera de la muerte. El que opta por el bien, por el contrario, en la esfera de la vida.

Podrán haber influido en una o en otra dirección el ejemplo de los demás, o las estructuras deficientes, o la formación recibida, o el paganismo del ambiente social... Pero no vale acudir a excusas a la hora de admitir la propia responsabilidad.

Es verdad que otras veces habrá que insistir en la dimensión comunitaria que tiene nuestro pecado o nuestra conversión: pero hoy la llamada es a la opción personal. Precisamente porque, en unos tiempos en que tanto hablamos de libertad de la persona, tendemos a refugiarnos demasiado cómodamente en la "masa", o en los pecados colectivos. El cristiano debe tener decisiones personales, aprendiendo a ser responsable de sus actos, aunque sea contra corriente.

Pero hay otra línea que también nos afecta a todos. En la parábola de Jesús se dice claramente que no bastan las palabras: lo que cuenta son los hechos. Él dedicó esta comparación a los que oficialmente eran guías de Israel, pero no se daban por enterados de su evangelio. Como a Juan Bta. le hicieron caso los publicanos y rameras, pero no los dirigentes, así pasa ahora con el mensaje de Jesús. Debió ser una parábola inquietante, escandalosa: sentirse comparados a los "pecadores" públicos y oír que éstos sí han sabido cumplir la voluntad de Dios.

Israel debería ser un escarmiento para nosotros. No nos podemos contentar con aplicar la lección a ellos. ¿No la necesitamos nosotros más? Los fariseos decían oficialmente "sí", pero luego no cumplían: todo era fachada y apariencia. Y se tenían por perfectos. Jesús, una y otra vez, los desenmascara: el publicano bajó del templo justificado, y el fariseo, no; y maldijo a la higuera que no daba frutos; es notoria la tendencia de Jesús a alabar la fe de los no oficialmente "justos": los publicanos, el centurión romano, la mujer cananea, la pecadora arrepentida...

También nosotros podemos tener la tentación de conformarnos con palabras, sin pasar a los hechos. Decir "sí" con los labios. Casi profesionalmente. Y luego vivir en la práctica en incoherencia continua, sin practicar lo que decimos. Y esto puede pasar con los máximos profesionales, los sacerdotes; o también con las "personas de bien", con los "practicantes" que se creen justos, etc. (También en lo civil es mucho más fácil "hablar" de democracia que "practicarla". La distancia entre el dicho y el hecho se constata en todas partes. Y nos quejamos de los políticos que sólo "prometen").

Y lo peor es que los oficialmente "buenos" miran fácilmente con aires de suficiencia a los "pecadores": y Jesús hoy trastorna esta medida. Claro que resulta incómoda una homilía así, que denuncie la excesiva autosuficiencia de los "buenos" y apunte a que es posible que "los otros" a lo mejor han entendido y cumplido la voluntad de Dios. También en el caso de Jesús su "homilía" debió resultar subversiva. En nuestras homilías pocas veces hablamos de las prostitutas: y sin embargo a Jesús no le daba vergüenza ni acogerlas con amabilidad, ni perdonarlas, ni hablar de ellas para explicar su mensaje.

Es toda una interpelación a los cristianos de hoy: por si hacemos consistir nuestra fe en palabras, o por si nos creemos con derechos y privilegios porque venimos a la Eucaristía, despreciando a los que no lo hacen (el consejo de Pablo, en la segunda lectura: considerar siempre a los demás como superiores).

No es cuestión de adular a los pecadores, ni invitar a decir "no": el ideal es "decir" el sí, y también "cumplir" (a los pecadores Jesús les dirá: "no peques más") Pero nos conviene oír de cuando en cuando lo de que "no el que dice Señor, Señor, sino el que cumple..." Y detrás de ciertos catolicismos (más o menos oficiales o nacionales) hay la misma vaciedad que Jesús denuncia en los fariseos de su tiempo. Y él afirma que también de los más grandes pecadores pueden hacerse "hijos de Abraham": cristianos auténticos. Les tendríamos que dar también nosotros un margen de confianza y acogida, sin creernos superiores a ellos.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1981/18


6. CONVERSIÓN. PECADOR. EL PELIGRO DE LOS MEJORES: CREERSE TAN AL LADO DE DIOS QUE NUNCA SE PIENSA EN CONVERTIRSE/EN CAMBIAR.

Esta glorificación de las prostitutas, me decía un amigo, me saca de quicio. Nuestro cura nos refriega continuamente este texto por la cara: "Las prostitutas os precederán en el Reino".

Yo rectifiqué: el evangelio no dice "os precederán", sino que dice "os preceden". Jesús no concedía una prioridad teórica a todas las prostitutas. Constataba un hecho: entre sus oyentes, las prostitutas eran las primeras que creían en él y se convertían. Mi amigo guardaba un minuto de silencio.

-¿Le agradaría yo más a Jesús si fuera un canalla y un sinvergüenza que si fuera una persona decente? He visto a más de un cristiano chocar con esta dificultad, sobre todo después de un sermón en donde les habían vapuleado.

Seguramente no se daban cuenta de que reaccionaban algo así como esos fariseos a los que Jesús dedica la parábola de los dos hijos.

Los muchachos reciben "la misma invitación". Se trata de un detalle capital: sean cuales fueren nuestra situación y nuestra vida, Dios nos hace la misma llamada fundamental y el mismo ofrecimiento. Pueden parecer grandes las diferencias entre nosotros, pero siempre son superficiales respecto a nuestra opción más profunda: decir sí o no a JC.

Cuando los dos hijos oyen: "Ve hoy a trabajar a mi viña", uno dice que sí, pero no va. El otro dice que no, pero "recapacitó", se arrepintió y fue. Observad las dos palabras clave: HOY y RECAPACITó; y pensad en los que rodeaban a Jesús cuando les decía estas cosas. Él mismo es la invitación de Dios, la invitación más fuerte: "Hoy, escuchadme a mí escuchando a mi Hijo".

Hasta entonces, algunos creían que le decían sí a Dios, cuando en realidad le decían no; no sabían verdaderamente cómo se dice sí a Dios. En este sentido, los fariseos eran exactamente como las prostitutas. Todos estaban ante la enorme oportunidad de poder finalmente decirle sí a Dios inmediatamente -hoy-: les bastaba con escuchar a Jesús. Las prostitutas se aprovechan enseguida de esta oportunidad, los fariseos no dan ni un solo paso.

¿Cómo explicar una reacción tan diferente? Todo está en aquel "recapacitó". Para decirle sí a Dios hay que empezar por darse cuenta de que es posible decirle que no, que uno está a punto de decírselo. Y no es fácil confesar esto. Hay un peligro que acecha a los mejores, a los que se esfuerzan lo mismo que los fariseos: creerse tan al lado de Dios que no se piensa ya en convertirse, en cambiar. Para las prostitutas su no a Dios era tan grande que no vacilaron al ver que podían decirle sí inmediatamente. Nosotros, ¡el primer hijo!, vamos acumulando los "amén"... y no nos movemos.

-Entonces, ¿hay que hacerse publicano o prostituta?

-No, sino descubrir que "somos" publicanos y prostitutas. Que somos pecadores, de una forma o de otra. Cuando uno toma conciencia de ello, tiene ciertas oportunidades de ser el segundo hijo, el del verdadero sí.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 52


7.

1. El poder y la autosuficiencia ciegan

Los dirigentes religiosos de Israel le han pedido a Jesús que les explique con qué autoridad expone su mensaje y realiza sus acciones y quién se la ha dado. Jesús les ha respondido con otra pregunta sobre el origen del bautismo de Juan, a la que sabe no van a querer responder (Mt 21,23-27; Mc 11,27-33; Lc 20,1-2).

¿Para qué darles razones si no piensan hacerle caso? En lugar de responderles directamente, les cuenta tres parábolas de denuncia sobre su actitud ante él. La primera -que sólo nos narra Mateo- es la parábola de los dos hijos. Las tres anticipan las durísimas palabras de Jesús a los letrados y a los fariseos a causa de su hipocresía (Mt 23). Con la parábola-alegoría de los dos hijos, Jesús nos presenta el contraste entre la actitud de los notables del pueblo, que se proclamaban fieles seguidores de Dios, pero que en realidad no vivían de acuerdo con las enseñanzas de los profetas, y la gente considerada pecadora e infiel, que escuchaba a Jesús y se convertía; deja entrever el conflicto entre las actitudes colectivas de los dirigentes religiosos y las reacciones personales de muchos marginados de la sociedad. Apunta directamente a lo fundamental: a la conversión del corazón; no bastan las palabras, se requieren las obras. Sólo los hechos son garantía de la veracidad de las palabras. A Jesús le dan asco la hipocresía, las apariencias, las "fachadas"; él mira el fondo del corazón y se complace en la sencillez de los que se reconocen débiles.

Es una lectura desconcertante, hiriente, escandalosa para los cumplidores de preceptos externos y para los dirigentes religiosos de todos los tiempos, siempre que queramos enterarnos. Un verdadero insulto. Con ellas Jesús da razón de su comportamiento, que salta por encima de los convencionalismos sociales, de su acercamiento a los marginados. Normalmente eran los únicos que le escuchaban con el corazón abierto de par en par, y le entendían. Ya sabemos lo caro que pagó su osadía.

PECADOR/JUSTO: En sus años de predicador ambulante, Jesús ha experimentado hasta la saciedad que son los que se reconocen de verdad como pecadores y los marginados de la sociedad los que están más cerca de la salvación. El comportamiento con él de los que se creían justos fue incalificable: han acabado con él en la cruz. Es una experiencia que todos podemos tener si algún día nos decidimos a convertirnos al evangelio. El gran problema del cristianismo en los países de tradición cristiana es el conformarnos con unas prácticas religiosas. Pero Jesús no se conforma; quiere que seamos realistas. Porque es verdad que Dios quiere que recemos, que recibamos los sacramentos...; pero quiere también que trabajemos por su reino de libertad, de justicia, de amor...; que compartamos. ¿No es una de las tradicionales acusaciones contra los cristianos y contra la Iglesia que... mucho rezar y muy buenas palabras, pero que nuestra vida no está de acuerdo con lo que decimos creer?

Los que son objeto de desprecio son más capaces de conversión que los orgullosos y los que se bastan a sí mismos. Los dirigentes religiosos del pueblo de Israel decían que cumplían la ley del Señor (algunos, como los fariseos, en exceso), pero de hecho lo hacían superficialmente. Otros, que estaban marginados de la ley, de la comunidad cultual, del pueblo sagrado, y que parecía que vivían de espaldas a Dios, escuchaban al joven maestro, y sus palabras les llegaban al corazón.

La parábola está muy bien proyectada. Primero la expone, luego provoca el juicio de los dirigentes; finalmente, al dar la explicación, la vuelve contra ellos.

2. Exposición de la parábola

La parábola no es una historia desarrollada. Contrapone a dos hijos de un padre. Comienza con un interrogante -"¿Qué os parece?"-, fórmula usual de introducir las parábolas. El primero de los hijos rehúsa la invitación del padre, pero luego cambia de opinión y va a trabajar a la viña. El segundo, por el contrario, se declara dispuesto, pero luego no va. Es de notar la cortesía de este segundo hijo: llama al padre "señor".

De paradoja en paradoja vamos penetrando en el misterio del reino de Dios. De escándalo en escándalo vamos comprendiendo, si queremos, toda la novedad del mensaje de Jesús. El hijo que parecía desobediente resultó ser el fiel; el que parecía sumiso fue el rebelde. Es evidente que nos plantea la falta de adecuación entre lo que decimos y lo que luego hacemos.

El primero ha respondido: "No quiero". Pero después de reflexionar fue a cumplir el encargo del padre. Se comporta de un modo muy humano. La parábola parece que considera normal en el hombre creyente una primera actitud de rebeldía; de otra forma podría haber presentado un tercer caso en que el hijo dijera "voy" y fuera. ¿No hubiera sido éste el ideal? También prescinde del caso -sería la cuarta actitud posible- del hijo que diga "no" y se mantenga en su negativa. Estas dos posibilidades no servían para el fin que se proponía Jesús: desenmascarar a sus interlocutores.

Dios no quiere sometimientos serviles; busca respuestas reflexionadas y libres por parte de los hombres. Entregar la propia voluntad en manos de otro, en forma indiscriminada, es algo que atenta gravemente contra sí mismo. Sólo en la medida en que reflexionamos y actuamos conforme a esa reflexión nos afirmamos como auténticos seres humanos. De la actitud de este primer hijo parece que podemos concluir que, durante algún tiempo, tenemos derecho a decirle "no" a Dios, a medir el significado de un seguimiento que jamás debe significar la renuncia a la propia identidad y opción.

Lo que no acepta Jesús es la actitud hipócrita y santurrona de los que se creen mejores que los demás y sin necesidad de cambio alguno. Prefiere el largo camino, lleno de libertad y de fracasos, de los buscadores de nuevos horizontes a causa de su inconformismo con la vida que les rodea, a la comodidad de los que dicen "sí" a todo, pero no se comprometen con nada. La mayoría de los grandes santos, ¿no llegaron a la fe de adultos? ¿Qué queda de tantas prácticas religiosas desde niños? ¿No deberíamos cambiar de táctica y decidirnos a evangelizar?

Ciertamente, la parábola no alaba la negativa del primer hijo al padre como tal, sino el proceso de ese hijo que fue capaz, desde ese rechazo instintivo, de llegar a una aceptación pensada y libre de lo que quería el padre. Dios no tiene prisa por recoger frutos del hombre; sabe esperar. Nos deja tiempo para que pensemos nuestras decisiones, para que reflexionemos el alcance de un seguimiento que, para ser verdadero, debe ser definitivo. A Dios no le asustan nuestras debilidades, ni nuestros pecados, ni nuestras rebeldías.

¿Cómo llegar a liberarnos interiormente sin ser conscientes de ellos? La conciencia de las propias limitaciones y pecados nos confiere la experiencia de las ataduras interiores, lo que tiene un valor inmenso a la hora de elegir. Si la respuesta que damos a los interrogantes que nos presenta la vida no es fruto de un acto reflexivo y libre, su duración será escasa y nulo su valor. Sólo personas serviles y domesticadas pueden exigir una respuesta servil al súbdito. Dios nos da tiempo para que respondamos; no nos apresuremos antes de tiempo. Estudiemos y reflexionemos directamente el evangelio -lo que implica posponer otros estudios, aunque sean muy importantes-; conozcamos, si queremos, otros esquemas de vida... para que nuestra opción de fe sea más libre y definitiva. Es importante que busquemos vivir en libertad y lo consigamos. Jesús sabe que su evangelio no defraudará al hombre sincero.

El segundo hijo representa a los dirigentes religiosos y, por extensión, a todos los que viven hipócritamente enmascarados en una religiosidad de ritos externos. Su conducta, sumisa aparentemente y conformista, le lleva al fracaso del proyecto humano. Ha confundido obediencia con sumisión, respuesta con sometimiento, palabras con hechos, celebraciones religiosas con transformación de la humanidad -"trabajar en la viña"-. Parece que no quiere saber que obedecer no es someterse al que manda, ni mandar someter al subordinado; es proponer o escuchar la palabra desde dentro de uno mismo, como una invitación para el encuentro. Sólo es auténtica obediencia la respuesta que se da reflexivamente y en libertad. Son muchos los cristianos que viven aplastados por el peso de las prácticas; y muchos los dirigentes que especulan con el sometimiento servil, colocándose la máscara de la obediencia para escalar mejores puestos; prácticas y sometimiento que les sirven para justificar el resto de sus acciones. Esta actitud imposibilita al hombre para todo proceso de liberación interior y prostituye la imagen de Dios, de Jesucristo y de la Iglesia.

Todos conocemos grupos y personas que hacen grandes profesiones de fe, de fidelidad al mensaje de Jesús y a los ideales más elevados, y después son unos empedernidos materialistas; y grupos y personas que nunca hablan de ello y están tratando -la mayoría lejos de la institución eclesiástica, lo que debería hacernos pensar- de instaurar el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33).

3. No deciden las palabras, sino las acciones

Los dirigentes religiosos del pueblo tienen que reconocer que es el primer hijo el que, a pesar de su negativa inicial, "hizo lo que quería el padre". Edificó su casa sobre roca (Mt 7,24s). El segundo ha construido su fe sobre arena (Mt 7,26s).

Jesús, en un ataque de una aspereza inaudita, aplica la breve parábola a sus interlocutores: "los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo". Un ataque que estamos tan acostumbrados a escuchar que no nos impresiona; y que, si somos dirigentes, ni por un momento nos imaginamos que pueda ser actual. Todos necesitamos escuchar siempre el evangelio como si fuera por primera vez. Jesús los pone por debajo de las dos categorías de personas más despreciadas de Israel: "los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios". Eran dos grupos de personas que no observaban la ley y hacían caso omiso de las prescripciones rabínicas, por lo que, según la doctrina del judaísmo, no tendrían parte en el mundo futuro. Los compara -y salen perdiendo- con el desecho de la sociedad.

Jesús sabe que hay quienes afirman con sus labios cumplir la palabra de Dios, pero en realidad después sólo buscan sus propios intereses; y que otros, que parecen vivir de espaldas a Dios, están luchando por implantar su justicia en la sociedad.

Los dirigentes religiosos, casi en general, se habían apresurado a decir "sí" a Dios, pero su vida... En cambio, muchos publicanos y prostitutas habían prestado atención a la predicación de Juan Bautista, y ahora escuchaban a Jesús. Mientras los letrados y los fariseos se han quedado indiferentes ante sus palabras y tratarán de librarse de él sin importarles los medios, los marginados han entendido. Juan y Jesús han enseñado el mismo camino; el que no cree en el primero, tampoco creerá en el Mesías.

Los que agradan a Dios son aquellos que se ponen de verdad a trabajar en la viña -"el camino de la justicia", enseñado por Juan y Jesús-, aunque hayan protestado porque no querían ir. Esto, que es de sentido común, lo contrapone Jesús a los que creen agradar a Dios por estar constantemente con su nombre en los labios y por el cumplimiento externo de los preceptos; a los que creen tener la exclusiva sobre Dios y su Cristo, mientras optan por mantener situaciones establecidas de injusticia que evitan los riesgos, dan tranquilidad en el presente y les aseguran el llamado cielo.

La palabra hay que vivirla. No es suficiente con afirmar el "amor a la Iglesia"; tenemos que comprometernos con ella en el camino de fidelidad al evangelio. No basta con declararnos "servidores del mundo", si no tiramos fuerte para que la historia avance. ¿De qué sirve hablar de amor, de fraternidad, de justicia... si solamente hablamos? ¿Para qué tanto rito, y misas, y tradiciones escrupulosamente guardadas, si no practicamos la justicia? Esta actitud farisaica, que anida en el corazón de todos, impide que lleguemos a ser creyentes.

4. Aplicación para nosotros hoy

Pensemos en nosotros. Es muy fácil condenar a aquellos dirigentes... Pero ¿y nosotros? Porque creo que no estamos tan lejos. Jesús siempre es imprevisible, a pesar de nuestro empeño en encasillarlo.

El mal de aquellos sacerdotes y ancianos era estar satisfechos de sí mismos, tener muy aprendidas sus reglas, conocer perfectamente su juego. Así cumplían. Estaba todo reglamentado y claro. Tan claro, que les impedía ver cómo aquel primer hermano, que había dicho que no, pronto se arrepentía y tomaba el camino de la viña; mientras ellos, como el segundo hermano, se contentaban con buenas palabras y andaban a lo suyo, jugando el juego social y religioso que ellos mismos habían establecido... para su servicio. Pero no iban a la viña que Dios quería. Tan claro, que no tenían por qué prestar atención a nadie que se atreviera a llevarles la contraria o hacerles alguna advertencia. ¿Convertirse ellos? ¿Cambiar de forma de pensar o de comportarse? ¿Hacer caso de aquel galileo? Es lo mismo que hacemos ahora con los verdaderos profetas actuales.

Israel, principalmente sus dirigentes, debería ser un escarmiento para nosotros. "Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo" decían oficialmente "sí", pero no cumplían. Todo era fachada y apariencia. Y se tenían por perfectos...

No parece que los dirigentes de la Iglesia mediten en demasía esta parábola. Por eso no han sacado sus rigurosas conclusiones, corriendo el peligro de equivocarse a la hora de descubrir quiénes son los que verdaderamente trabajan por el reino de Dios y quiénes son los cristianos sinceramente obedientes. Porque adular o simular obediencia no es sinónimo de fidelidad a la Iglesia. Los especialistas del saludo, de las buenas palabras, de la diplomacia, los que se encuentran en primera fila en las celebraciones religiosas o cuando se reparten los mejores puestos, suelen estar siempre en la retaguardia, con las manos bien limpias, cuando llega la hora de trabajar en serio en la "viña". Son, sin duda, los hijos "rebeldes" los más apasionados de la casa. El suyo suele ser un amor desilusionado. Es posible que sean así porque alguien los ha herido, porque alguien ha pretendido llevarles por caminos inaceptables para ellos. Quizá son "rebeldes" porque tratan de ser fieles a unos valores olvidados, porque tienen la virtud de no saber emplear las palabras como incensario.

Solamente los obreros de la verdad, y no los especialistas del "sí", llegan a la luz. Lo que importa es hacer la voluntad de Dios: cultivar la viña; no defenderla únicamente. El Padre se fía de las personas que trabajan por la justicia, por la libertad, por la paz y por la igualdad de todos los hombres.

¿Nos preocupamos de verdad por descubrir qué quiere Dios de nosotros ahora y aquí, en las circunstancias históricas concretas que estamos viviendo? ¡Cuántas veces hemos faltado los cristianos a la cita de la historia! ¡Cuántos retrasos ha impuesto nuestra pereza a la marcha del evangelio! Menos mal que el Padre tiene a su disposición otros hijos que, aunque parezca que no le dicen "voy", hacen lo que deben hacer.

Los cristianos poseemos un mensaje de liberación, seguimos a un hombre que logró la liberación plena, pero han sido frecuentemente otros los que han liberado y siguen liberando a los hombres. Es esperanzador comprobar que los cristianos de base de Latinoamérica están acudiendo a la cita con la historia, con gran dolor de los "cristianos de buena educación y mejor mesa". ¡Cuántos rechazan la Iglesia a causa de sus traiciones a la justicia, de su negativa a defender con hechos -las palabras no les faltan- a los marginados y expoliados! Detrás de ciertos cristianismos -grupos, asociaciones, congregaciones, órdenes, pías uniones, cofradías, comunidades, parroquias, diócesis...- hay la misma vaciedad que Jesús denuncia en los dirigentes religiosos de su tiempo.

Estemos atentos a la vida de cada día y escuchemos ahí las llamadas del Padre. Estemos atentos..., y cuando algo nos sorprenda -el comportamiento de una persona, las reflexiones de un compañero, las críticas de alguien...- no nos apresuremos a condenarlo y a justificarnos nosotros, porque por mil caminos inesperados puede sorprendernos la llamada del Señor. No vale acudir a excusas a la hora de admitir la propia responsabilidad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 31-38