22 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXV
(1-8)

 

1. 

La escena evangélica que acabamos de leer presenta dos partes: una primera en la que los apóstoles manifiestan no entender a Jesús, y otra en la que Jesús indica a los suyos que, quien quiera ser el primero, tiene que hacerse el último. Nuevamente nos encontramos la cuestión de la fe; o, mejor dicho: lo difícil que puede llegar a ser convertirse en un hombre de fe, en un creyente.

Mucho se ha hablado y escrito sobre si la fe se puede o no razonar; sobre si, aunque no sea demostrable, al menos puede ser lógica, comprensible, acorde con la estructura psicológica humana y muchas otras cuestiones que no son para tratar ahora aquí. Todo esto es importante, pues ayuda a una mejor comprensión de la fe, del hecho en sí, de sus mecanismos, del engarce psicológico y vital que ésta puede encontrar en el hombre, etc.

Pero todo esto, con ser importante y necesario, en muchas ocasiones puede quedarse en un discurso académico. Lo más importante no es que el hombre discuta y dialogue sobre cómo puede ser esto de la fe, sino que la viva; como sucede con la alegría, la amistad, la felicidad o el amor, donde lo importante no es soñar con esas realidades, sino vivirlas.

La fe es un amistad, una relación personal, una confianza; es, por tanto, una vivencia, una experiencia; y no una costumbre social, una rutina, un atavismo tradicional; ni una suma de ritos, de prácticas superficiales, de actos semimágicos, etc. En cuanto relación personal, lo más importante es una persona, un Alguien con quien convivimos, con quien entrelazamos y entretejemos nuestra vida, un Alguien con quien contamos, a quien consultamos a la hora de tomar decisiones en nuestra existencia; un Alguien cuyas ideas influyen e informan nuestras ideas y, por lo tanto, nuestra vida; un Alguien cuya vida es un modelo a seguir e imitar. Por todo eso la fe traspasa el nivel de lo meramente pensado, razonado o razonable, y es algo mucho más profundo, más serio y más vital.

La fe vivida y entendida como un confiar plenamente en Jesús; los discípulos que no entienden las palabras de Jesús, porque están en franca contradicción con lo que ellos imaginaban y suponían, en contradicción con la imagen y el juicio previos que ellos se habían forjado de lo que tenía que ser el Mesías, el Enviado de Dios: un ser fuerte y potente, que con brazo enérgico controlaría las fuerzas adversas y doblegaría todo lo que andaba mal en el mundo; y Jesús, que les habla de morir nada menos que ejecutado por mano de los hombres. Aquello no tenía sentido; era ilógico, incomprensible; no tenía sentido, no había manera de encontrarle una explicación medianamente aceptable. Pero, por encima de todo eso, estaba la fe, es decir: los apóstoles confiaban en Jesús; y, a pesar de las dudas y recelos, siguen con él; discutiendo, hablando en unos términos muy impropios de un discípulo de Jesús (¿quién es el más importante?), pero siguen con él.

Todavía tendrán que pasar por muchas dificultades, por muchas dudas, por muchas noches oscuras (Lucas dirá que se les abrió el entendimiento tiempo después de la resurrección -cfr. Lc. 24, 45-; Tomás será reacio incluso al testimonio de sus compañeros; Juan entró en el sepulcro vacío y entonces creyó, "porque aún no habían entendido lo que dice la Escritura: -Jn. 20, 8-; y así un largo etcétera). Pero siguieron adelante, confiando en Jesús, hasta que vieron que había merecido la pena aquella fidelidad y aquella constancia. Pero también podríamos decirlo al revés: sólo porque habían puesto, por encima de todo, la confianza en Alguien, en Jesús, pudieron seguir adelante y atravesar las noches oscuras, las situaciones incomprensibles, las palabras aparentemente ilógicas y sin sentido del Maestro, ir más allá de las simples apariencias.

Sólo la fe podía hacer comprensible para los apóstoles aquellas palabras de Jesús: "El que quiera ser el primero, que se haga el último". Nosotros hoy día estamos ya muy acostumbrados a la frase, pero si la escuchásemos por primera vez nos sonaría a algo absurdo, ilógico, estúpido; nos sonaría tan absurdo como nos podía sonar que nos dijeran: si quieres estar sano, ponte enfermo. Pero estamos acostumbrados a ella y nos causa poca impresión; además, andamos muy ejercitados en la tarea de parecer los últimos siendo los primeros o los segundos -o procurando serlo, que aún es peor-; es decir, hemos aprendido a nada y guardar la ropa, y tan tranquilos. Sin darnos cuenta que, en el fondo, eso significa que, a pesar de lo que digamos, tampoco nosotros entendemos muy bien que para ser los primeros tengamos que ser los últimos. Y no lo entendemos porque nos falta fe, porque no confiamos de verdad en Jesús: le llamamos Señor, pero recelamos de él y de sus capacidades y posibilidades; y por eso, "por si acaso", preferimos tener nuestros propios medios, nuestros propios recursos, nuestras reservas y nuestras seguridades; las palabras de Jesús no nos acaban de bastar y necesitamos otras cosas; diga lo que diga él, nosotros tenemos que procurar a toda costa no quedarnos los últimos, porque eso sería una catástrofe, una tragedia.

No lo podemos negar; ser el último, en nuestra sociedad, es una tragedia: el último de la clase se lleva las broncas de los maestros y padres; el último en la oposición hace la risa de todos; el último en dinero es casi un ejemplar de museo; el último en belleza nos es repugnante; el último en fama es un pobre desgraciado; el último en amor es idiota o tonto. Y Jesús, a lo suyo; que el último será el primero. ¿Quién puede entender esto? Nadie, o muy pocos, si no hay, por delante, una confianza plena y total en Jesús y, como consecuencia, en lo que él dice, en lo que él enseña, en lo que él indica.

LUIS GRACIETA
DABAR 1985, 47


 

2.

La escena central del Evangelio de hoy está en un contexto de negros presagios. Jesús ya no predica en público, rehuye a las masas hambrientas de milagros y de pan, no quiere encontrarse con los ardientes palestinos que pretenden que Jesús tome, al fin, las riendas de la subversión política y se ponga al frente de los hombres que esperan al líder Mesiánico que los conduzca a enfrentarse con el opresor romano y haga de Israel una nación libre donde Dios reine. ¡Mesías poderoso, muéstrate: te seguiremos! Este ocultarse de Jesús desconcierta a los discípulos que participan de las impaciencias de la lucha y sueñan en los alegres días del triunfo.

Un Jesús que se esconde no es lo que ellos esperan. Y la nueva táctica del Maestro de enseñarles a ellos a solas, de instruirles con palabras sobrias y duras sobre el destino de quien ha optado por un mesianismo de servicio que tiene como única arma el amor, no les convence. Es una enseñanza incomprensible y dura.

Lentamente se van retrasando en su caminar y lo van dejando avanzar en solitario. Es mejor no preguntar, es mucho mejor que entre ellos se discuta y se proyecte el futuro en alta voz. Es imprescindible que entre ellos se aclaren las cosas, se repartan los papeles y que cada uno se sitúe en su importante puesto. "¿De qué discutíais por el camino?", les pregunta Jesús. "Ellos callaban pues por el camino habían discutido quién era el más grande". En este momento, Jesús va a ser, una vez más, sorprendentemente nuevo. Jesús de Nazaret tiene una idea del poder y de la autoridad totalmente nueva, inédita. Poder es capacidad de servir. Lo que legitima a uno para que se llame "el primero" es todo su trabajo, el historial de servicio a los demás, su disponibilidad para toda tarea.

Esto es difícil de comprender. Ninguno entre los discípulos lo entiende. Y lo que es peor, les resulta increíble. Nunca se ha visto una cosa semejante. Ni parece que reporte mucho al que conciba así su título de jefe. Lo razonable, lo justo, es lo contrario; el cargo pide excelencia, reconocimiento, prestigio, estar por encima, ser servido. Un poderoso que no se rodee de atributos de grandeza ni de galones, que no haga apariciones espectaculares y brillantes, no es popular, no arranca ovaciones y baños de multitud. No tiene seguidores celosos ni puede suscitar adhesiones multitudinarias. Jesús sabe bien la novedad que trae. (Sí, ya sabemos que esta concepción típicamente cristiana ha pasado a ser un tesoro cultural de la humanidad. Hoy los jefes suelen decir que son "servidores" del bien común, del pueblo y del partido, ¡cómo no!). El hombre de Nazaret quiere ser entendido. Necesita que nadie se llame a engaño sobre su persona y estilo. Cogiendo a un niño, probablemente a un pequeño criado, se hace uno con él en un abrazo de identificación que le define más que todo un tratado sobre la nueva autoridad.

SERVICIO/AUTORIDAD: Servir a un siervo, acogerlo como a un importante señor, es la suprema aspiración de quien le sigue y le ha tomado como Maestro.

Esa es la actitud correcta de aquel que quiere ser "el primero" siguiendo a Jesús, dando crédito a su enseñanza. En el siervo a quien se sirve, en el hombre sin atributos ni dignidad a quien se entregan, en el inocente y en el niño, en el pueblo llano, están acogiendo a Dios en un encuentro real y personal. "Me acogen a Mi, acogen al que me ha enviado".

Desde Cristo el concepto de autoridad ha sido modificado radicalmente y sus palabras piden el asentimiento de la fe. Fe real, no títulos nominales. Ser "siervo de los siervos" es reclamar el último lugar como realidad indiscutible dentro y fuera de la Iglesia. Presidir una comunidad en la fe -ser obispo, párroco, capellán...- es vivir el afán cotidiano de servirla con todo lo que somos, gastándonos por ella sin reserva alguna, dejando nuestra vida en el empeño. Y todo ello movido por el amor concreto a los servidos, como Jesús. "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo". "Os he lavado los pies -trabajo propio de esclavos-, también vosotros debéis...". Este y no otro es el test de la fe de los cristianos constituidos en autoridad. La última razón de su designación y el motivo de su remoción, caso de que no lo llenen. Y no miremos sólo a los de arriba, ya que a nuestro modo todos tenemos nuestra autoridad. Autoridad de los padres en la familia, la de los jefes en cualquier empresa o sindicato, la del compañero hábil en los perfiles del oficio, la del cabecilla nato del equipo de barrio, la del presidente de la asociación de vecinos o la de la camarera mayor de la ilustre cofradía...

Toda autoridad sustentada por un cristiano pide pasar por ese control de calidad, necesita verificar así el pasaporte de su titularidad. Ahí queda ese gesto-palabra de Cristo, abrazado a un esclavillo como crítica de toda autoridad. Como creación de un orden nuevo en este mundo concreto en el que es necesario quien mande. Es una potente llamada a una conversión personal e institucional. Si los cristianos no realizamos el estilo de Cristo, ¿de quién somos discípulos? Si la Iglesia como comunidad animada por el Espíritu de Jesús no instaura ese estilo inconfundible del Señor hecho siervo, ¿no haría increíble el Evangelio ya que proclamaría lo que no cumple y predicaría lo que no práctica? ¡Que no tengamos que callar cuando se nos pregunte de qué hablábamos por el camino!

DABAR 1976, 52


 

3. VIOLENCIA/CODICIA 

Debemos tener en cuenta que en nuestros días hay un clima favorable al crecimiento de la violencia. Los deseos de placer y la codicia individual a la que se refiere Santiago son estimulados constantemente por sistema y en beneficio de un sistema competitivo. Se nos dice, se nos sugiere, se nos programa incluso para desear "lo que se tiene que desear", y se nos fuerza para entrar en competición con otros, con todos, para alcanzarlo. Porque es preciso que la demanda crezca siempre por encima de la oferta. Este desequilibrio entre el deseo de todos por obtener las mismas cosas y la satisfacción de unos pocos es el secreto del sistema. Por supuesto del sistema económico, ya que sin ese desequilibrio desaparecería el incentivo del lucro. Pero también de todo el sistema social en general: para que haya primeros y últimos, para que los primeros dominen sobre los últimos, hace falta que todos entren en el juego de la competición y sean clasificados.

Un sistema competitivo es un sistema violento. Fomenta en todos la codicia y el deseo de tener lo que sólo unos pocos pueden alcanzar: "Codiciáis lo que no podéis tener; y acabáis asesinando". "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos": La dinámica que se despliega en la vida de Jesús de Nazaret es muy distinta. Su camino no es el camino que se fomenta y se enseña en nuestra sociedad. Ya entonces, cuando presentó su programa a los que le seguían, éstos no lo comprendieron. Los discípulos de Jesús soñaban también con el éxito, con el triunfo, con hacer carrera, y disputaban entre sí quién de los doce sería el más importante. Pero los pensamientos de Jesús eran otros. El no había venido a ser servido sino a servir, no había elegido para sí el primer lugar sino el último de todos, el de la cruz. Y hacia ese lugar, el suyo, dirigió todos sus pasos resueltamente. Jesús nos dice: "El que quiera ser el primero, que sea el último de todos". Esto va contracorriente en un mundo en el que todos queremos más, en el que todos queremos ser los primeros, en el que nos atropellamos los unos a los otros con tal de "llegar". Si seguimos la consigna de Jesús no evitaremos los conflictos y las luchas. De una parte, ocupar el último lugar es estar con los pobres y luchar por la justicia. No es resignarse con lo menos para hacer el juego a los que tienen más, sino invertir las reglas del juego e ir en contra de un sistema competitivo. Y de otra, tampoco es aprovecharse de la causa de los más pobres para hacer demagogia y hacerse con uno de los primeros puestos. El que elige limpiamente el último lugar, el que halla su lugar entre los últimos y no lo abandona, no evita la violencia de este mundo, pero se reconcilia consigo mismo y construye la paz. No hace violencia. Aunque puede padecerla, porque es un hombre distinto.

EUCARISTÍA 1982, 44


 

4.

-Acechemos al justo que nos resulta incómodo. La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, pone al descubierto, en un esquema simplista, las maquinaciones de los malvados contra los justos. Es un ejemplo elemental y con tintes maniqueos, pero ilustra muy bien dos actitudes en la vida y ante la vida, dos "sabidurías". De una parte, la sabiduría de arriba, al decir de Santiago, la de los justos, o sea, los que viven y quieren vivir en una sociedad de derecho, justa, en paz, solidaria y respetuosa con las normas y valores. De otra parte, la sabiduría de abajo, la de la carne, o sea, los que no tienen escrúpulos, que burlan la ley, pisotean los derechos y escarnecen la moral. El fin justifica los medios, es su lema. Y como el fin es el éxito, el poder, el dinero, el placer... no reparan en ningún medio, ni se detienen ante el chantaje, la traición, el asesinato o la masacre. Todo vale si me hace feliz.

Estos últimos, los desmadrados, los que se autodefinen progresistas, acechan y fustigan a los primeros, acusándoles de retrógrados, de estrechos, de legalistas, de utópicos. Piensan que, al tomar la iniciativa, se llevan la razón. No hace falta mucha imaginación para ver la rabiosa actualidad de estas reflexiones del libro de la Sabiduría. Es verdad que el mundo no se divide en buenos y malos, pero los hay. Más aún, todos podemos ser, al menos a ratos o en ciertos aspectos de la vida, lo uno o lo otro, alternativamente. Porque todos experimentamos en nosotros mismos esa tensión y todos padecemos las mismas tentaciones.

-La codicia, la ambición y el deseo. Santiago continúa la reflexión sapiencial de la primera lectura, y así, frente a la sabiduría "de arriba", que se traduce en paz, comprensión, justicia, misericordia y buenas obras, denuncia los estragos de la falsa sabiduría, que conduce a la injusticia, conflictos, violencia y homicidios. Esa falsa sabiduría hunde sus raíces en nosotros mismos, en el deseo irrefrenable de placer y de felicidad, llevado al paroxismo de norma suprema de la vida. Porque nos hace codiciar lo que no podemos tener y nos lleva a la eliminación del contrario, y nos hace ambicionar lo que no podemos alcanzar por las buenas, y nos induce a obtenerlo por las malas. Esta falsa sabiduría, o sea, este modo de ver y vivir la vida es el que prevalece en nuestro sistema de convivencia y el que se nos impone desde la cuna en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los deportes, en todo. No se nos educa en la solidaridad, sino en la competitividad, en el triunfo, en la victoria, en el éxito, en tener más que los demás. De suerte que se despiertan y fomentan en nosotros unos deseos y unas expectativas que nunca podrán quedar satisfechas, porque el éxito es para unos pocos, y sólo el primero gana. Los demás, la inmensa mayoría, está condenada al fracaso, a incrementar la masa de perdedores, de derrotados, de vencidos, de frustrados.

-Quien quiera ser el primero, que sea el último. La sabiduría de arriba, la de Dios, la de Jesús y el evangelio es totalmente contraria. Frente al slogan competitivo, frente al impulso a ser los primeros, los vencedores, los triunfadores, Jesús nos invita a ponernos en último lugar, en el lugar de los que sirven, no de los que utilizan a los demás para su propio medro.

Así fue la vida de Jesús, desde su nacimiento en Belén hasta el colmo del amor y servicio a los hombres en la cruz. Ese es el camino del evangelio, el camino del amor y del servicio. Ese era el camino que Jesús descubría a sus discípulos al anunciarles los acontecimientos de su pasión y muerte en la cruz: "El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres...". Ese fue el camino que los discípulos no entendieron y que no entendemos ni queremos entender los cristianos de hoy. Como los discípulos de Jesús, mientras el evangelio nos urge el amor, nosotros seguimos discutiendo quien es el primero, el más importante, el triunfador, el de mayor éxito. Pero ése es el único camino para los que quieren seguir a Jesús, para los que se rigen por la sabiduría de Dios y no por las vanas especulaciones del sistema.

-Y acercando a un niño, lo puso en medio. Con este hermoso gesto resolvía Jesús plásticamente lo que dejaban oscuro sus palabras. Con este gesto, Jesús significaba dos cosas elementales. Primero, que los niños, como los pobres, son los únicos que pueden entender el mensaje, porque los primeros aún no tienen prejuicios y los segundos aún no tienen riquezas. Y segundo, que hay que empezar de nuevo, desde el principio y desde un nuevo principio.

Cuando el sistema anda mal, y el actual hace agua por todos lados, no valen apaños, ni reformas, ni cambios de boquilla. Hace falta un cambio radical, desde la raíz. Hay que volver a empezar. Porque no se puede aprender justicia en una sociedad injusta, no se puede aprender a ser solidarios en una sociedad y un mundo insolidario hasta la explotación, no se puede aprender a amar la paz en un mundo armado y en guerra ininterrumpida, no se puede aprender a ser hombres en un mundo inhumano. Porque el niño y el adulto no aprenden lo que se les dice, sino lo que ven y viven. Y cuando lo que se dice está en contradicción con lo que se hace, se aprende también a mentir y engañar y explotar y matar.

La eucaristía es una lección de amor, de entrega. Aquí celebramos el servicio del amor de Jesús que da su vida para que tengamos vida. De nosotros depende que la lección nos sirva para aprender a ser cristianos, a ser como Cristo, servidores de los demás, o para aprender a seguir mintiendo y fingiendo y así envileciendo el buen nombre de Cristo.

EUCARISTÍA 1988, 45


 

5. TENER/SER:

-La deshumanización del tener

Decididamente, nuestra sociedad mide el valor del hombre con el metro del tener; el "tanto tienes, tanto vales" que ya oíamos decir -todavía con un deje de lamento a nuestros abuelos, ha alcanzado hoy día una fuerza suprema: se admira y se envidia al que tiene, se intenta emular al que tiene, se busca la cercanía del que tiene, se da preferencia al que tiene, se respeta al que tiene, se pone de ejemplo y modelo al que tiene, se le da más al que más tiene.

Pero esta manera de entender al hombre y vivir la vida es deshumanizadora; tener significa:

-vivir sin esfuerzo, y la vida es tarea;

-no tener problemas, y la vida es superación;

-no recibir críticas, y la vida es aprender de los errores;

-apoyarse en lo que uno tiene, y la vida se apoya en lo que uno es;

-sentirse dueño de sí mismo, y la vida la tenemos en usufructo, pero no en posesión absoluta;

-sentirse seguro de sí mismo, y la vida es aventura y riesgo.

-contentarse con la materialidad, y el hombre es apertura a la transcendencia, a Dios.

El tener deshumaniza, porque cierra los ojos, embota el corazón y la mente, impide valorar el ser -profundidad- a quien se conforma con el tener -superficialidad-, y esto tanto si se es de los que tienen como si se es de los que ambicionan. Lo que se posee siempre será ajeno a uno mismo; identificarse uno con sus posesiones siempre será un error; que sean muchos los que caen en él, que nuestra sociedad lo fomente no significa que haya que aceptarlo como no-error.

-La deshumanización del mandar: PODER/SERVICIO 

Paralela a la deshumanización del tener camina la deshumanización del poder.

Todos quieren mandar, todos quieren tener poder, sea del grado o del tipo que sea; del presidente de la nación al albañil que ordena a un aprendiz, todos buscan su grande o pequeña parcela de poder. Y el poder, que se supone es la autorización que el pueblo da a algunos para que organicen la vida y la sociedad, termina por ser el camino para imponer, oprimir, manipular, dominar.

Entender el poder como servicio es difícil, por más que todos lo definan así en la práctica. Todos quieren estar arriba para tener a alguien por debajo, sentirse superiores, disponer sobre vidas y haciendas -como los señores feudales- o, al menos, poder gritar al subordinado, poner en evidencia su inferioridad.

El poder así entendido es propio de inhumanos, de quienes no han sido capaces de madurar como personas y se cobijan al amparo de la cuota de poder que les haya correspondido en suerte para crecerse, auto-afirmarse, buscar su propia seguridad. Lo malo es que se hace a costa del que está debajo, al que se desprecia, se oprime, se insulta, se esclaviza, se somete. Y así surge una espiral de poder inhumano, que crece y deshumaniza más y más.

Por eso Jesús advierte tan seriamente ante la tentación de buscar el poder. Y propone para sus discípulos la única forma humanizadora de entender el poder y la autoridad:

-el que quiera ser el primero, tiene que hacerse el último;

-la única forma válida de autoridad es el servicio;

-por eso, el primero es el que más sirve, no el que más poder detenta;

-el orgullo y la presunción, tan típicas en las autoridades (siempre buscando los privilegios protocolarios y otros) ponen al hombre en evidencia, acaban por mostrarlo ridículo; sólo la humildad nos hace comprender y vivir la verdad de lo que somos, y sólo la verdad nos hace libres.

A pesar de todo, el poder sigue tentando al hombre, cierto conocido periodista suele afirmar que cuando a un español se le pone una gorra (tradicional símbolo de poder), se transforma y se vuelve un tirano. Probablemente la afirmación no sirva exclusivamente para los españoles.

-La deshumanización de la "madurez" Lo que en la práctica se toma por madurez tiene poco que ver con lo que teóricamente se define como tal. Solemos tomar por madurez:

-el perder la sencillez de la inocencia;

-el aprender a mentir y engañar, en el trabajo, en la familia, con los amigos; 

-el saber disimular, aparentar ser lo que no somos y tener lo que no tenemos;

-el llegar "muy alto", a puestos de responsabilidad (o sea, donde se manda mucho y se responde poco);

-el tener muchas "horas de vuelo", y cuanto peores, mejor;

-el llegar a un punto en el que uno ya no se fía de nada ni de nadie;

-el ser realista y tener los pies en tierra (es decir: perder las ilusiones y esperanzas, dejar de creer en la utopía, perder la capacidad de soñar con un futuro mejor);

-el recelar de todo lo nuevo, lo joven, lo diferente, lo distinto a lo que nosotros somos, sabemos o conocemos;

-el vivir, en fin, bajo las directrices que nos marca el rol que nos ha tocado vivir, siguiendo las reglas del juego, caiga y pase lo que pase.

Esto se toma por madurez, pero esto no es madurez. Jesús propone como modelo a los niños; acogerlos, hacerse como ellos; lo cual no es una invitación al infantilismo, sino a la autenticidad, a la sencillez, a la transparencia propia de los niños; porque ahí es donde está la verdadera madurez del hombre; en su autenticidad, en su honradez, en su transparencia; en su sí que es un sí y su no que es un no, sin más complicaciones ni dobleces. Por eso hemos de desenmascarar esa falsa madurez que no es sino un cocktel de hipocresía, recelo, mentira, falsedad y disimulo que no nos hace más humanos, sino todo lo contrario. Por eso, por paradójico que parezca, tenemos que aceptar que el modelo de madurez lo encontramos en los niños.

-Tres dianas certeras

La palabra de Dios de hoy hace tres dianas certeras. Dios no quiere para el hombre otra cosa que su bien, y ese bien se puede decir así; que el hombre sea hombre, que lo sea del todo, que llegue a la plenitud. Pues bien, en el camino a esa plenitud humana necesitamos saber asumir estas tres realidades fundamentales:

-no somos más hombres por tener más, sino por ser más;

-no somos más hombres por mandar más, sino por servir más;

-no somos más hombres por saber más, sino por ser como los niños.

Un programa así tiene poca garra, hoy por hoy, en nuestra sociedad, plenamente convencida de todo lo contrario. Pero nosotros tenemos que seguir haciendo este anuncio. Quizás haya alguien que se canse de tanta fantasía barata, de seguir gregariamente el rebaño y quiera abrir los ojos, y busque algo más auténtico... ¡Ojalá que entonces pueda encontrar a su lado alguien que siga anunciando dónde está la verdadera humanidad! Nosotros estamos llamados a ser uno de esos mensajeros. ¿Dispuestos a predicar con el ejemplo?

LUIS GRACIETA
DABAR 1991, 46


 

6.  

El niño solamente es grande porque otro le aúpa. Los mayores siempre pretenden arreglárselas por sí solos, sin ayuda de nadie. El Reino, cuyo príncipe es un niño, será de quienes se parezcan a los niños. Solamente entrarán en él los que tengan la impertinencia de los niños, que "no andan con rebuscamiento".

Dichosos los corazones sencillos, ellos serán los íntimos de Dios. En el Reino, solamente tendrán sitio los que, como los niños, no paren de llamar a la puerta que no se les haya abierto.

Dichosos los que tienen la cabezonería de los niños: ¡no podrá resistírseles Dios! Serán ciudadanos del cielo los que, como los niños, tengan la audacia de dar la mano con franqueza y se entreguen de una vez a quien acepten como guía. Dichosos los que abandonan a la misericordia de Dios: ellos serán llevados más allá de lo que habían esperado.

Ahí está el niño, imagen de la vida que comienza, rodeado de los discípulos, que razonan como personas mayores que son y se disputan los jirones del poder. El hombre que pretende ocupar el poder, él mismo se cierra el horizonte, no tiene ante sí porvenir alguno. El niño es grande con todo el porvenir que habrá de recibir. El Reino está tejido de esperanza y de vida. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Los mayores construyen su reino de pacotilla sobre la fuerza y el abuso, la violencia y la explotación. El Evangelio funda el Reino sobre los niños indefensos y sin poder.

Jesús invierte el camino: será necesario caminar detrás de él, como el niño que sigue a todas partes a quien le guía. Ser el último no será una humildad de cumplido, sino la señal de quien se remite al que traza el camino: será un ademán de marcha. "El que acoge a un niño como éste -dice Jesús- me acoge a mí". Dejad, pues, que resurja en vosotros el niño, cuidad de que no le asfixie la persona mayor que os amenaza siempre. Jesús sigue siendo siempre el niño, y su Reino sólo está abierto para quienes se parecen a esos pequeños.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág.129 s.


 

7.

EL HIJO DEL HOMBRE ENTREGADO EN MANOS DE LOS HOMBRES

-El Hijo del hombre entregado a los hombres (Mc 9, 30-37) Es el segundo anuncio de la Pasión que nos ofrecen los evangelios. El primero, se proclama en los tres ciclos previstos por el leccionario (22.° Domingo, A; 24.° Domingo, B; 12.° Domingo, C); este segundo anuncio, tomado de san Marcos, se proclama sólo en el ciclo B, mientras que el tercer anuncio no ha sido incluido en el leccionario.

Mientras en los textos paralelos se anuncia la Pasión como un futuro: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres" (Mt 17, 22; Lc 9, 44), aquí es anunciada como un presente. Sin embargo, san Marcos expresa como futuro la condena a muerte y la resurrección: "...y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará".

Como es sabido, la palabra "entregar" es típica de la Pasión de Cristo. Se la encuentra en Jeremías (26, 24) y también en san Pablo (Rm 4, 25; 8, 32; Ef 5, 2). El término se empleará también en el momento de la celebración de la eucaristía, en el relato de Lucas (22, 19) y en el de Pablo (1 Co 11, 24). ¿Cómo entender la expresión: "El Hijo del hombre es entregado en manos de los hombres"? No se trata de un fatalismo, sino de la realización del plan de Dios. Es el Padre quien entrega a su Hijo en manos de los hombres, es el Hijo del hombre entregado en manos de los hombres. Reencontramos el tema querido a san Juan: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16); y más cercano a nuestro texto, san Pablo escribe: "El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros..." (Rm 8, 32).

El anuncio de la Pasión no es entendido por los discípulos. ¡Hasta tal punto, que en ese preciso momento, en que hubiera debido revelarse con toda su carga dramática, los discípulos disputan entre sí sobre quien será el mayor! Es la ocasión para que Jesús les enseñe cuál es, en la comunidad que quiere formar, el sentido de "el primer puesto". Es ante todo un servicio. Tener una responsabilidad significará ser el último, para servir a los demás. Quizá han surgido ya protestas entre los discípulos sobre quien tendrá la autoridad, y conocemos el episodio en que la madre de los Zebedeos pide un puesto de preferencia para sus hijos (Mt 20, 20). Es posible también que el evangelista se haya encontrado con debates en su comunidad y haya querido presentar las palabras de Jesús para recordar el significado de la autoridad y de los primeros puestos en la Iglesia. Podemos también preguntarnos si, en ese contexto en el que acaba de anunciar su Pasión, el propio Cristo no se describe como ese primero que es servidor de todos dando su vida por todos. Así lo demostrará en el lavatorio de los pies y en el momento de su Pasión.

El texto prosigue: "Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos". La unión de este episodio con lo que precede no está clara. Todas las hipótesis son posibles pero siguen siendo hipótesis.

¿Habría aquí una relación entre el anuncio de la Pasión, el papel del siervo, y la fe en Jesús que insiste en la acogida hecha al niño como símbolo de la inocencia y también de la debilidad indefensa? Quien acoge en su nombre a un niño como éste, es a Cristo a quien acoge, y quien acoge a Cristo, acoge al que le ha enviado. De hecho, este último episodio no entra apenas en la temática de este domingo consagrado al anuncio de la Pasión.

-Condenado a una muerte ignominiosa (Sab 2, 12... 30)

En este texto está presente el retrato de Jesús anunciando su Pasión. Jesús es el aguafiestas: "Nos resulta incómodo". Se enumeran los agravios hechos al justo. El primero es general: nos reprocha nuestra conducta; el segundo es más determinado: nos reprocha desobedecer la ley de Dios; el tercero es más ofensivo aún para los fariseos: nos acusa de abandonar nuestras tradiciones.

Se ha visto en este texto el anuncio profético de la Pasión de Cristo, y con toda razón, según parece. En san Mateo, sin que por ello sea evidente que se refiere al libro de la Sabiduría, encontramos en boca de los judíos los mismos propósitos sostenidos por los perseguidores del Justo: "Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere" (Mt 27, 43). Sea lo que fuere del sentido profético del texto, constituye una figura de Cristo sufriente, que él hará real en la cima del martirio. El salmo 53 expresa la voluntad de Cristo-siervo de ofrecerse al Padre: Te ofreceré un sacrificio voluntario dando gracias a tu nombre, que es bueno.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 43 ss.


 

8. 

1. Madurar la opción

En todo creyente verdadero y deseoso de comprometerse con la sociedad en que vive suele haber un momento inicial, entusiasta y poco conflictivo, en el que va madurando su decisión de entregarse al amor de Dios en el servicio a los hombres. Luego viene la puesta en práctica, las constantes opciones en favor del camino emprendido. Y esto un día y otro... Si se es fiel, tarde o temprano llega la "prueba". La prueba es, normalmente, él mismo: constata que las críticas se multiplican a su alrededor, la sociedad sigue otro camino, los amigos cada vez lo entienden menos, va perdiendo la tranquilidad y, muchas veces, hasta la paz... A la vez experimenta que su lucha es como una gota de agua en un océano... Es la cruz, la pequeña cruz de cada día. Jesús vivió muy atento a los acontecimientos de su tiempo, y día a día fue madurando su actitud en favor de quién trabajaría y lucharía, cómo respondería a las inquietudes de los grupos humanos más oprimidos, que eran los más cercanos a él y los más amados por el Padre. Y cuando su actuación empezó a mover a las masas, tuvo que cuidar más aún su actuación, ir elaborando y corrigiendo su proyecto de existencia en favor del pueblo. Y tuvo que buscar colaboradores, procurando escogerlos bien. Todo ello lleva consigo construir un pensamiento, un modo de hablar con Dios, un método de reflexión y concienciación para el pueblo.

Para un hombre así, las largas horas de oración, de quietud reflexiva, de lectura y meditación de los textos bíblicos más importantes, de profundización en todo lo que iba sucediendo.... eran factores imprescindibles. Jesús experimenta que es el Espíritu el que le impulsa a la acción en favor del pueblo desfavorecido y al diálogo íntimo con Dios, y el que le reafirma en las opciones tomadas y le empuja a otras nuevas. La experiencia le va diciendo que el final del hombre que busca de cara la verdad y la justicia no será halagüeño.

De momento, a él le llueven las denuncias, las malas interpretaciones; lo tienen por endemoniado, blasfemo, transgresor de la ley, contrario a la religión, dedicado a la subversión del pueblo... Sabe, porque reflexiona la lectura de las Escrituras, que ése es el camino de los verdaderos profetas.

A pesar de todo, quiere seguir adelante. Tiene una visión nueva de las cosas, ha descubierto el objetivo de su vida, intuye hacia dónde camina su historia personal y la historia de la humanidad. Sueña el futuro, lo imagina y, de algún modo, lo vive, y le da fuerzas para vivir el presente.

Todo esto es una constante en la vida pública de Jesús, no es algo de unos momentos. Pero los evangelistas tuvieron que simplificar y esquematizar, y nos dejaron, como fotografiados, unos cuantos episodios en los que estas actitudes, luchas y plegarias de Jesús salen a la luz de una manera más decisiva. Son los momentos en que se ven con más claridad sus grandes opciones, asumidas en plenitud y hasta las últimas consecuencias.

2. Segunda predicción de Jesús

Al bajar del monte de la transfiguración con sus tres discípulos, Jesús curó a un niño epiléptico que los discípulos que habían quedado abajo no habían sido capaces de sanar (Mc 9,14-29 y par.).

Los evangelistas sinópticos nos presentan ahora la segunda predicción de la pasión, completada con una nota sobre la incomprensión de los discípulos. Iba todo de un modo demasiado radical en contra de sus ideas sobre Jesús. Están en dos niveles distintos, absolutamente divergentes: Jesús anuncia su pasión por segunda vez, y los discípulos continúan pensando en un mesías victorioso que les distribuirá excelentes puestos. Por ello, Jesús centrará sus esfuerzos -hasta la entrada en Jerusalén- en hacerles comprender su verdadero mesianismo. Los logros no parecen ser satisfactorios: a la primera predicción le había seguido la bien intencionada intervención de Pedro para apartar a Jesús de su camino; esta segunda contrasta con la discusión posterior de los discípulos sobre quién de ellos era el más importante; a la tercera (Mt 20,17- 19; Mc 10,32-34; Lc 18,31-34) le seguirá la petición ambiciosa de la madre de Santiago y Juan (Mt 20,20-28), o de ellos mismos (Mt 10,35-45), para ocupar los dos primeros puestos. "Iban caminando por Galilea". Van juntos hacia Jerusalén. Los discípulos entran también en el camino del Maestro. Las comunidades cristianas, y los cristianos en particular, debemos saber que Jesús nos incluye en sus palabras mientras se encamina hacia la cruz.

Esta inclusión les da un tinte de gravedad, ya que debemos reconocernos en la incomprensión de los discípulos y en su actitud contraria al Mesías. "El no quería que se supiera, porque iba instruyendo a sus discípulos". Jesús ha abandonado prácticamente a las multitudes galileas, testigo de la mayoría de sus obras. Se ha apartado de unos oyentes incapaces de comprenderle. Ya sólo quiere hablar a los amigos. Confía en que, a pesar de todo, acabarán por comprender. "Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará". Sólo puede entender la cruz el que previamente haya descubierto el verdadero mesianismo, la verdadera vida humana. Para aceptar que la vida de Jesús termine en una trágica muerte -y, sabiéndolo, lo siga- es necesario haber puesto en él toda la esperanza y haber comprendido que es el único capaz de colmar toda la expectativa del Antiguo Testamento, que es lo mismo que decir todos los profundos anhelos de la humanidad.

Este segundo anuncio de la pasión es más seco que el primero. Las palabras son claras, pero lo que quieren decir es misterioso y oscuro. Jesús piensa caer en manos de fanáticos excitados, tiene conciencia de ir al encuentro de una muerte cruel. Esta conciencia no hay que entenderla como si tuviera una capacidad especial para conocer los acontecimientos futuros, como si fuera un vidente que conoce perfectamente el porvenir y cuyo objetivo es mantener al público en la incertidumbre, aunque él ya sabe cómo acabará todo; sino como la de un hombre consciente de la misión que tiene entre manos y de las dificultades que encontrará para llevarla adelante. Igual que su conducta, su conciencia es coherente; coherencia que nace de una profundización del desarrollo de los acontecimientos sucedidos hasta ahora y que le hacen prever un final trágico (parece que no tenía en mente la crucifixión, sino la lapidación por parte de la plebe).

La figura del "Hijo del hombre" tiene dos facetas distintas dentro de la historia de Israel. Pertenece originariamente a la apocalíptica judía -comienzo en Dan 7-, en la que representa la fuerza de Dios que, al penetrar en la tierra, destroza los poderes de este mundo y fundamenta el nuevo reino de Dios sobre los hombres. En esta perspectiva, el Hijo del hombre ha venido a ocupar el puesto y las funciones del caudillo triunfador que anhelaban las viejas profecías, tan de acuerdo con el sentir común humano.

RV/DEBILIDAD: No es ése el sentido que le da Jesús. Dios no se revelará en el esplendor de una actuación externamente aparatosa y triunfalista, sino en la debilidad de su Hijo. Esto significa que Dios es diferente de lo que los hombres pensamos normalmente. La revelación de Dios en el sufrimiento de Jesús escandalizó a los primeros discípulos y sigue escandalizando todavía a todos sus seguidores, cuando queremos enterarnos. "Va a ser entregado en manos de los hombres". Indica la total impotencia del Hijo del hombre para librarse de la maldad humana. Son los mismos que deben ser liberados del pecado en que se han encerrado los que tratarán de destruirlo. Extraña contradicción la de los hombres, empecinados en su propia ruina, en no querer comprender la verdadera vida, la única que nos haría ser nosotros mismos. La oposición entre "los hombres" y "el Hombre" es común en los evangelistas. Si "el Hombre" se caracteriza por poseer el Espíritu de Dios en plenitud, "los hombres" son los que carecen de él y no comprenden ni siguen el plan de Dios. Por eso el que pertenece por completo a Dios -"el Hijo del hombre"- llegará a ser presa de "los hombres", será puesto en sus manos y se convertirá en el instrumento de la arbitrariedad y de la violencia humanas.

No se especifica quiénes serán en concreto los que llevarán adelante su muerte; serán los hombres en general los que se opondrán a su misión. Sólo esas minorías que optan responsablemente por el mundo nuevo y luchan por conseguirlo serán sus aliados. "Y lo matarán". No es un momento de pesimismo; lo de la sangre va en serio. A pesar de tener al pueblo tan cerca y a su favor, los que quieran seguirle deben tener muy en cuenta la posibilidad de la muerte violenta. Cuando las cosas se ponen mal, el pueblo no puede ayudar: carece de medios eficaces. Siempre fue muy peligroso, por ello, ponerse de su parte. El dinero y las armas apoyan, generalmente, otras posturas. Sin olvidar a los poderes religiosos. Jesús es cada vez más consciente de la persecución político-religiosa que está desatando su acción.

Es posible golpear y herir de muerte al Hijo del hombre: es vulnerable. Pero cuando esté prisionero y sea víctima de la violencia de los poderes es cuando será más él mismo. Ser libre de un modo tan radical -hasta la muerte-, ¿no será ser Dios? "A los tres días resucitará". Los hombres matarán al Hijo del hombre; pero cuando lo hayan matado, Dios introducirá un cambio inmediato: lo resucitará. El hombre que entrega su vida, la recibe plenificada y para siempre. ¡Cómo cambiaría nuestro modo de vivir si entendiéramos esto! La indicación temporal "tres días" expresa esta intervención inmediata de Dios. La muerte de Jesús alcanza su comprensión después de su glorificación. La entrega de la propia vida compensa cuando se descubre el porqué y para qué. Lucas aquí es más pesimista: no indica este final feliz.

3. Los discípulos siguen sin entender

"Ellos se pusieron muy tristes", dice Mateo, testigo de la escena. No es éste el tipo de Mesías que esperaban. Pensaban que Jesús tomaría el poder y pondría en marcha el esperado imperio universal judío, con el consiguiente reparto de buenos puestos entre los de "la adhesión inquebrantable", que son ellos. "No entendían". O no querían entender. ¿No les ocurriría como a nosotros, que muchas veces vemos claramente lo que significa seguir totalmente a Jesús y nos desentendemos como podemos? No queremos entenderlo, porque cuanto más lo entendamos, más tendremos que comprometer con él nuestra vida, que es lo que pretendemos evitar.

Muchos dicen que el evangelio tiene respuestas para todos los gustos. Yo les respondo: sobre todo cuando no se lee. Cuando se lee asiduamente y se profundiza, las respuestas van siendo de un mismo color: compromiso y lucha por el hombre nuevo, por la nueva humanidad. Es muy difícil entender vivencialmente este camino mesiánico. Por eso todos nuestros planes de apostolado, o del tipo que sean, son triunfalistas. Tenemos demasiado metido dentro de nosotros mismos que el triunfo humano es signo de la verdad de lo que decimos y hacemos.

Para captar la enseñanza de Jesús tenemos que superar las tesis de los teólogos y las pastorales de los obispos, los palacios de los poderosos y los teatros de las representaciones mundanas. Sus exigencias pueden ser comprendidas si superamos las categorías del sentido común y de la prudencia; si comprendemos la radical injusticia del mundo en que vivimos y luchamos por su transformación. La captaremos mejor porque... nos caerá encima.

La verdad de Jesús es siempre un ir más allá. Entretenernos en razonar, discutir, sutilizar..., significa cavar una fosa infranqueable con él. "Les daba miedo preguntarle". Cuando no entendemos algo y queremos llegar a su comprensión, lo lógico es preguntar. Pero los discípulos -¿no es lo que hacemos los cristianos?- prefieren quedarse en la superficie, en lo externo -palabrería, planes de pastoral, ritos religiosos...-, con la ingenua pretensión de que la falta de comprensión les dispense de la tarea de seguirle por ese difícil y oscuro camino que intuyen. Quizá por esta razón temen preguntarle. Es el miedo a que, a través de la claridad, se les quite la coartada de la ignorancia. Los hombres somos refractarios a todo lo que no nos guste o nos pide compromiso. Por esta razón no buscamos la profundización de una verdad desagradable, sino el mantenimiento de nuestras conveniencias. Es lo que le pasó a Jesús con sus discípulos de entonces y con la mayoría de los cristianos de todas las épocas. Es lo que le puede estar pasando con nosotros.

D/PELIGROSO: Dios es "peligroso". El encuentro con él es siempre desconcertante y nunca se podrá reducir a un intercambio de cortesías y banalidades. No origina ligeros cambios de postura; sacude la propia vida desde la raíz. Insinúa pretensiones "imposibles". Lo pide todo. No se contenta con migajas. Jamás lanza a hacer daño a los demás, a que lo defendamos violentamente. Y nosotros, que conocemos el riesgo, intentamos buscar algo que retrase o endulce sus exigencias.

Los discípulos no entienden esas palabras, pero adivinan en ellas lo suficiente para esquivar ese desagradable tema de conversación. Más aún, dejan a Jesús con sus sombríos pensamientos, retrasan un poco el paso para dedicarse a lo que de verdad les interesa: las posibilidades de éxitos personales, el lugar que ocupará cada uno en el reino de Jesús. Siguen en otro plano, fuera de la órbita del Maestro. Y así no pueden comprenderle de ninguna manera. Solamente cuando tengamos su espíritu, cuando estemos en comunión con él, podremos comprenderlo, pensar y actuar como pensaba y actuaba él.

4. Imitadores de Dios

La enseñanza de Jesús sobre la humillación y la cruz es, posiblemente, a la que los apóstoles y nosotros nos resistimos con mayor obstinación. Mientras Jesús camina sumergido por completo en los sufrimientos que le esperan, los discípulos van detrás discutiendo sobre quién de ellos era "el más importante". Jesús mismo había hecho sus distinciones entre ellos: primacía a Pedro en Cesárea, subida al monte de la transfiguración e ida a la casa de Jairo con Pedro, Santiago y Juan... Jesús pondrá las cosas en su punto: llamará a un niño -se consideraban como tales hasta los doce años- y lo colocará en medio de los discípulos, en un gesto plástico, como solían hacer los antiguos profetas. Al colocarlo en medio, lo hará centro de atención y modelo para los apóstoles.

Nosotros podemos estar en desacuerdo con los discípulos, pero hacemos como ellos: nos repugna el fracaso, la humillación, la cruz. No acabamos de entender -ni queremos- el simbolismo del grano de trigo que tiene que morir para que haya espiga; una espiga que el grano nunca verá. La resurrección tiene una dificultad muy seria para creer en ella: que viene siempre después de la muerte (como la espiga del grano). Y nosotros nos resistimos a morir a nosotros mismos.

No admitimos ni a un Dios sin gloria ni a un jefe sin prestigio. Nos las hemos ingeniado estupendamente para camuflar la realidad de Jesús crucificado. Jesús nos muestra constantemente los puntos de vista del Padre, pero nosotros preferimos seguir con los nuestros. Y para eso nos hemos inventado un Dios que compense nuestras limitaciones: como somos míseros, nos imaginamos un Dios rico; como somos débiles y sufrimos, necesitamos un Dios fuerte e impasible... No hemos hecho más que compensar nuestras insuficiencias y divinizar nuestras ambiciones. No estamos dispuestos a dejar de creer que para ser fieles a Dios tenemos que ser ricos, poderosos, autoritarios...

Jesús destruyó este ídolo, aunque sea el dios en que siguen -¿seguimos?- creyendo la mayoría de los hombres religiosos.. Jesús desacralizó el poder, la autoridad, el dominio, el prestigio, el dinero. Nos enseñó que para llegar a Dios es imprescindible rechazar todas esas cosas, que bastaba con amar y servir cada día un poco más. Que podemos imitar al Padre, parecernos cada vez más a él, sin salirnos de las ocupaciones diarias, sin cambiar de lugar. Que la omnipotencia de Dios es de amor, no de fuerza y de autoridad. Y todos sabemos que el amor queda siempre debajo, que prefiere ser vencido que vencer al que ama. Y Dios ama a todos... Su trascendencia no significa lejanía, dominio..., sino proximidad, amor, servicio, inmanencia: nadie se entrega como él, nadie puede comunicarse como él, nadie puede dedicarse a los demás como él, nadie puede amar como él porque ama "desde dentro" a los amados; nosotros siempre desde fuera. Si aspiramos a ser jefes, a ser importantes, a "subir" en el escalafón de la sociedad..., ¿qué puede significar Jesús para nosotros?

D/Debilidad: Dios es el ser más humilde, más ignorado, menos considerado de todo el universo. Basta observar las palabras blasfemas que se le dedican, las culpas que caen sobre él acerca del mal del mundo, el descaro con que se usa su nombre para todo tipo de tropelías y la falta de imitadores que tiene. La palabra "Dios" está terriblemente gastada, es equívoca, insignificante. El hombre moderno desconfía de ella o se desinteresa, porque ha sido utilizada para usos muy tristes. Pero tiene una fuerza de amor que hace crecer y existir a todo lo demás. Dios pone su gozo en darse, en servir, se complace en lo que puede comunicar. Por eso es el pobre en plenitud.

Los cristianos hemos cargado sobre Dios todo lo que él nos mandó que hiciéramos con los hombres. Jesús nos indicó que no deseaba nada para sí, que él no era más que un impulso hacia los demás, que todo lo que se hacía a los demás se le hacía a él. Y nosotros hemos preferido el "trato" con él, que nada molesta y a nada compromete, olvidando a los demás. Hemos organizado un culto brillante, construido millares de iglesias en honor de aquel que anunciaba la destrucción de los templos y la abolición de los sacrificios, y cubrimos de riquezas al que eligió ser pobre.

5. El más importante en el reino

Jesús se detiene por última vez en Cafarnaún, la ciudad en la que ha vivido gran parte de su vida pública, punto de partida y referencia de su misión en Galilea. En varias ocasiones recogen los evangelios estos celos y ambiciones de los apóstoles por los primeros puestos en el reino. "Jesús se sentó, llamó a los Doce..." Con estas palabras Marcos nos quiere indicar que Jesús tiene algo fundamental que decir a los representantes del pueblo de Dios: crear un orden de valores que nos permitan entrever su reino futuro. Cuando ve que sus discípulos no entienden nada, no se pone a reprenderlos con aspereza, a darles voces, a enfadarse con ellos, sino que se sienta y les instruye de nuevo.

No podemos dejar de lado que la mentalidad religiosa de entonces unía la mayor piedad y observancia de la ley a la aspiración a ser importantes. Los discípulos, planteando estas cuestiones, no hacían más que reflejar el sentir de los hombres de todas las épocas y religiones. Jesús introduce una nueva perspectiva. La enseñanza que les hace es doble: una sentencia: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos"; y una parábola en acción: acoger a un niño -símbolo de lo pequeño y desvalido- en su nombre es acogerlo a él y al Padre.

Aquí el niño ya no es el símbolo de la disponibilidad y de la sencillez, sino el representante de quien carece de grandeza, de quien no cuenta. En estas palabras de Jesús resuena la parábola del juicio final (Mt 25,31-46). El niño es, más exactamente, el necesitado: el hambriento, el desnudo, el prisionero, el marginado... Lo que hace grandes no es dominar, sino servir a los más pequeños y despreciados.

El servicio prestado al "niño" es servicio prestado a Jesús, y el servicio prestado a Jesús es servicio prestado a Dios. Los pequeños vienen a ser los mayores, los humildes se transforman en señores, los dominadores son hechos esclavos. En la comunidad cristiana la grandeza se juzga por criterios opuestos a los de la sociedad. El que sirve, no el que manda, es el más importante. La importancia depende de las personas sin importancia que seamos capaces de acoger en nuestro corazón.

La iglesia y cada comunidad cristiana, a través de su entrega de servicio al pueblo, deben mostrar su carácter escatológico y ajeno a los valores del mundo. Deben seguir con fidelidad las palabras y el ejemplo de Jesús si no quieren enredarse en las formas mundanas de pensar y actuar. Cualquier afán de dominio sobre los demás velará el rostro de Jesús que deben transparentar.

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET - 3
 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 126-135