REFLEXIONES

 

1. PERDÓN, UNA ACTITUD DETERMINANTE.

El evangelio de hoy es el final del cap 18, el discurso de la comunidad, del que leíamos otro fragmento el pasado domingo. Ya mencionábamos entonces el interés que puede tener ahora, en este principio de curso, esta reflexión sobre la comunidad que Jesús quiere.

El evangelio se refiere, por tanto, a la vida comunitaria. Pedro pregunta, en efecto, cuántas veces tendrá que perdonar a "mi hermano", que es la designación propia de los que compartían la misma fe en Jesús. Así, el texto quiere señalar que, si la comunidad tiene como objetivo ser el modelo del estilo de vida que Dios quiere para todos los hombres, el espíritu de perdón mutuo tiene que ser constante, sin condiciones. Y la dureza de la parábola que ilustra la respuesta a la pregunta de Pedro es hoy, para nosotros, un fuerte toque de atención ante el peligro de acostumbrarnos demasiado a ser cristianos y a pensar que nuestro cristianismo no nos exige más que lo que ya hacemos: ser cristianos nos exige perdonar siempre, por difícil que sea; y si no queremos dar ese perdón, Dios no nos puede admitir.

Si repasamos las narraciones evangélicas, nos daremos cuenta de que esta actitud de perdón aparece a menudo como una de las actitudes que determinan si realmente se ha cruzado el umbral del seguimiento de Jesús o no se ha cruzado aún. La llamada al perdón de los enemigos, o la petición del perdón en el padrenuestro (es el único momento del padrenuestro en el que nosotros nos comprometemos a algo), son muy ilustrativos en este sentido.

Si el ser cristiano, pues, comporta, la actitud del perdón constante, resulta muy evidente que la comunidad cristiana debe ser un lugar modélico en este sentido. Y se podría decir que, según los criterios del evangelio, si dentro de la comunidad cristiana sus miembros no son capaces de tener ese espíritu de perdón mutuo, significa que poco cristianismo verdadero debe haber ahí.

-PERDONAR "DE CORAZÓN".

Hoy no habría que temer "poner el dedo en la llaga". Invitándonos mutuamente (celebrante incluido, que también pecamos en ello, y si hablásemos sólo del pecado de los demás seríamos muy hipócritas) a repasar, e incluso -al volver a casa- escribir, con qué personas concretas mantenemos enemistades, pequeñas o grandes. Y ver qué hacemos, y qué estamos dispuestos a hacer, para superarlas. Si las enemistades son por nuestra culpa, lo que hay que hacer es muy claro. Pero si consideramos que son "por culpa del otro", entonces ahí se verá si tenemos verdaderas ganas de ser cristianos. Porque el cristiano no espera que el otro pida perdón, ni exige reparaciones: el cristiano, simplemente, "perdona de corazón", como dice la última frase del evangelio de hoy.

Habría que desenmascarar los múltiples subterfugios con los que nos evitamos el perdonar (desde la rotundidad del convencimiento de que la culpa es del otro hasta inconfesados deseos de ver al otro humillado, pasando por aquello de que "ha pasado junto a mí y no me ha saludado"), e invitar a convencernos todos de que o nos decidimos a romper esas actitudes o poco cristianos seremos.

Sin duda que hay ocasiones en las que los lazos están rotos y por esfuerzos que se hagan no hay forma de recomponerlos: pero los esfuerzos hay que hacerlos. Y sin duda también que en las relaciones humanas hay momentos muy complejos en los que resulta más sano no pretender grandes y solemnes reconciliaciones: pero la mano tendida debe estar ahí siempre dispuesta.

Todo ello nos puede llevar también a ver cómo tratamos a los demás en el secreto de nuestro corazón: si nos sentimos los únicos buenos, si tenemos aversiones personales insuperables, si pensamos que nadie nos quiere bien... el evangelio invita también a limpiar el corazón, porque lo que llevamos en el corazón es lo que sale afuera.

Y todo ello, habrá que concretarse también (delicada y discretamente, eso sí) en la situación en la que se encuentre la parroquia: si, por los motivos que sean, dentro de la parroquia se han creado tensiones y bandos, habrá que hacer todo lo posible por superarlo. Jesús lo pide.

-EN EL FONDO DE TODO, EL PERDÓN DE DIOS. Como telón de fondo, y como modelo y estímulo, hoy debemos contemplar el perdón que Dios nos da. Y hacemos la penetrante reflexión que ponen ante nuestros ojos tanto la primera lectura como el evangelio: ¿cómo podríamos esperar el perdón de Dios, que tanto necesitamos, si no fuésemos capaces nosotros de perdonar al hermano? Porque en nuestra relación con Dios, no caben dudas sobre "de quién es la culpa? ¡Cuánta distancia entre nuestra manera de actuar y el proyecto de Dios sobre nosotros! Y cuánta distancia entre el amor que él ha derramado sobre nosotros y el amor con que nosotros le correspondemos...

Y podemos contemplar y dejarnos penetrar del salmo responsorial, que ve el tema desde la perspectiva inversa: Dios nos perdona siempre, Dios no "guarda rencor". ¡Cómo podríamos nosotros no perdonar!

-EL PADRENUESTRO Y EL GESTO DE PAZ.

Hoy se podría resaltar la preparación de la comunión: en la monición del padrenuestro resaltar la petición del perdón y nuestro compromiso de perdonar, luego recordar que el gesto de paz no es un gesto de superficial simpatía, sino una voluntad verdadera de reconciliación, y finalmente resaltar la fracción: JC, el pan que todos compartimos. Se puede invitar, antes de dar la paz, a hacer unos momentos de silencio y pensar en las personas con las que deberíamos reconciliarnos: el gesto de paz al vecino de banco simbolizará entonces la voluntad de reconciliación con aquellas personas concretas. Hoy se podría decir la plegaria eucarística sobre la reconciliación II.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/17


2.ARREPENTIMIENTO: SOLO EL QUE SIENTE LA GRAN NECESIDAD DE SER PERDONADO PERDONA DE CORAZÓN. EL INCAPAZ DE ARREPENTIRSE ES INCAPAZ DE PERDONAR.

Ser amable, dulce, comprensivo y acogedor, perdonar, en una palabra, es algo muy difícil. Desde el punto de vista psicológico y social, imposible en una medida ideal. Desde el punto de vista de la fe, sólo con la conversión, es decir, con la conciencia de que hemos sido perdonados, podemos abrirnos al perdón del otro, a la comprensión del otro. Los grandes perdonados son grandes perdonadores, son los que cumplen el "perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

Sólo el que siente la gran necesidad de ser perdonado, perdona de corazón. El incapaz de arrepentirse, es incapaz de perdonar.


3. ABURRIMIENTO. BLASFEMIA VITAL PORQUE SE RECHAZA LA GRAN TAREA DE VIVIR PARA DIOS EN LOS DEMÁS. ES NO SABER QUÉ HACER CON LA PROPIA VIDA.

El aburrimiento sólo se supera con la constante compañía de Dios que nos lleva a saber estar con los demás, a encontrarlos y a saber estar con nosotros mismos, sabiendo que no "vivimos para nosotros mismos, ni morimos para nosotros mismos", sino que tenemos tarea siempre, a solas o acompañados, y que todo lo que vemos y tocamos es una ocasión de compañía y quehacer con Dios y en Dios.

El aburrimiento es no saber qué hacer con la propia vida, con el tiempo, es estarse buscando un placer imposible. Es tener falta de confianza fundamental. Es un egocentrismo enfermizo peor que cualquier pasión. Podríamos decir que es una blasfemia vital porque se rechaza, porque no se es sensible a la gran tarea de vivir para Dios en los demás.

CARLOS CASTRO


4. AMOR/PERDÓN: LA AUTENTICIDAD DEL AMOR SE EXPRESA Y SE PRUEBA EN EL MUTUO PERDÓN DE LAS FALTAS.

Existimos con otros. No podemos vivir, ni desarrollar nuestra propia personalidad sin relacionarnos con otras personas. En la comunión con los demás está la clave de nuestra propia felicidad; pero con mucha frecuencia el convivir con los otros se vuelve en tarea ardua, y es causa de muchos conflictos y disgustos; pensemos en la vida familiar, en las relaciones de trabajo, en el conjunto de la vida social...

La fe cristiana aspira a una verdadera fraternidad entre los hombres; y la entiende no como un resultado automático de la supresión de las desigualdades socio-económicas, sino como el fruto laborioso de la superación del egoísmo, tanto personal como colectivo. En definitiva, aspira a un mundo reconciliado en profundidad, en que la ley fundamental que regule las relaciones humanas sea el amor, cuya autenticidad se expresa y se prueba en el mutuo perdón de las faltas.

Esta visión cristiana se basa en la revelación del propio Dios en la historia. Ya la antigua Alianza presenta un Dios de perdón: "El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia". El NT enriquece sobremanera la imagen de Dios: recordemos solamente la parábola prototípica del hijo pródigo. El evangelio de este domingo se sitúa en la misma línea, subrayando fuertemente la generosidad de Dios en el perdón: "El Señor tuvo lástima de aquél y lo dejó marchar, perdonándole la deuda". La revelación de Dios como amor y como perdón culmina en la existencia total de Cristo, misterio de reconciliación de Dios con la humanidad.

El creyente, que ya desde ahora participa de la vida divina en Cristo, debe hacer presente entre los hombres el perdón de Dios; debe crear en sí mismo una disposición habitual de perdón ante la ofensa, consciente de ser él mismo deudor ante Dios y ello en una medida incomparablemente más elevada. El perdón en el cristiano no se reduce a un deber moral que debe cumplir; viene a ser, más bien, una especie de proclamación de la fe en Dios, como un eco de la conciencia de haber sido antes perdonado, algo así como una virtud teologal que prolonga en cada creyente la actitud perdonadora del propio Dios.

EUCARISTÍA 1972/53


5. J/PERDON.

Perdonar, ser perdonados; algo necesario para poder salir adelante en la vida; sin perdón, la convivencia sería prácticamente imposible. Pero hay muchas formas de entender el perdón, y no todas se corresponden con el perdón cristiano.

-Perdonar en lo intrascendente. Todos cometemos mil fallos diarios, errores, equivocaciones, cosas que la simple buena educación nos hace excusarlos. Todos somos agentes y pacientes de este tipo de problemas: un equívoco, un pisotón, un tropezón... Es fácil perdonar estas cosas, pero no se puede decir que esto sea verdaderamente un acto de perdón. Sin embargo no faltan quienes se sienten satisfechos de haber sido magnánimos en una situación de esta índole.

-Reivindicar justicia. Para otros el perdón es incompatible con la justicia; la justicia está por encima, es lo primero; el perdón se ve como una debilidad. Es verdad que ciertas formas de perdón pueden ser una debilidad, pero el perdón real no lo es. En esta actitud hay, en el fondo, dos principios inapelables: el que la hace, la paga; así aprenderán. NO cuentan las circunstancias de la persona, no cuenta el arrepentimiento; sólo cuenta el "rigor de la justicia"; y acaba siendo cierto eso de "summum ius, summa iniuria".

-Olvidar sin perdonar. El paso del tiempo lo cura todo, pero aquí no hay una actitud de perdón que sea humanizadora; el rencor pervive y puede salir a flote en cualquier momento; pero un corazón en cuyo interior anida continuamente el veneno del resentimiento no es un corazón humano.

-Perdonar pero no olvidar. Una de las prácticas más usuales. Se ha encontrado la solución al lío en que nos había metido Jesús con su llamada a perdonar siempre; cumplimos su voluntad (diciendo que perdonamos) y damos rienda suelta a los instintos (diciendo que no olvidamos). Muy propio de quienes creen que Jesús vino a dar unas normas más o menos nuevas y creen que así quedan cumplidas. Pero ¿qué perdón es ese que no olvida?; ¿el que se reduce a decir "te perdono", sin que esto sea otra cosa que unas palabras que el viento se va a llevar? Perdonar pero no olvidar es tener continuamente presente el recibo de lo que se nos debe y estar dispuesto a pasar cuentas en la primera ocasión que se presente. Perdonar pero no olvidar es colocar una espada de Damocles sobre la cabeza del que nos ofendió y pretender que crea, además, que hemos tenido un comportamiento correcto con él.

-El perdón magnánimo. También los hay que perdonan con presunción, alardeando de lo que han hecho, buscando el aplauso de la galería, tratando de impresionar con la gran bondad demostrada. Pero se busca más la propia tranquilidad de conciencia, la autosatisfacción que brindar al prójimo un perdón que le posibilite superar su fallo y empezar de nuevo con el horizonte despejado de dudas y temores.

-El perdón de Jesús. Perdonar como hizo Jesús es la única forma posible de relación que el cristiano debe tener con quien ha obrado mal. Buscarse subterfugios para hacerlo de otra manera es, sencillamente, no perdonar.

-El perdón de Jesús es TOTAL, y total tiene que ser el perdón que ofrezca el cristiano, no a plazos, no con reticencias, no con recovecos, no con recuerdos del mal que se nos hizo. Como Jesús en la cruz, de frente, en la misma cara de quienes le están clavando, perdonándolos e incluso excusándolos; no saben lo que hacen.

-El perdón de Jesús es INCONDICIONAL, es decir: no pone condiciones ni antes ni después del perdón (salvo, claro, el arrepentimiento, que no es otra cosa que la acogida por parte del hombre del perdón que Dios ofrece); el prototipo de esta cualidad del perdón es el padre misericordioso de la parábola, que cada día se asomaba al camino esperando la vuelta del hijo que se marchó de casa sin ningún miramiento; y cuando el hijo vuelve al fin, el padre no le da tiempo al hijo ni para presentar sus excusas; lo que importa es que el hijo ha vuelto, que está junto a él, que lo puede estrechar entre sus brazos.

-El perdón de Jesús es una APUESTA. Una apuesta en favor del hombre, una demostración de confianza, un riesgo que Dios asume plenamente, porque Dios prefiere confiar en sus hijos que recelar de ellos. Y su confianza, como su perdón, no tiene límite; por eso perdona una y mil veces, confía una y mil veces, brinda otra oportunidad al hombre una y mil veces. Por ser incondicional se convierte en una apuesta, en un riesgo que Dios asume gustoso, porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva, y para lograrlo todos los intentos, todos los esfuerzos, todas las oportunidades son pocas.

-El perdón de Jesús es HUMANIZADOR. Al apostar en favor del hombre le da confianza en sí mismo, le hace sentirse apoyado, amado. El perdón humaniza porque no se lanza a la cara del ofensor como quien pasa un recibo sino que se ofrece con cariño y con el deseo de restituir a la persona en su dignidad, de volver a colocarla en relaciones de buena armonía con los hombres y la sociedad. El perdón de Jesús es humanizador porque busca, por encima de todo, el bien del hombre, hacerle comprender que Dios le ama y le apoya, que está y estará con él, que no camina sólo por la vida.

Pero una cosa es necesaria para vivir el perdón con este estilo: y es el experimentar que, lo primero de todo, Dios ha perdonado todos nuestros fallos, nuestros errores, nuestros pecados. En definitiva, tenemos que perdonar porque Dios nos ha perdonado; y, por lo mismo, tenemos que hacerlo como él. Cualquier otra forma de hacerlo no es realmente perdón.

Y si no somos capaces de obrar así, si no somos capaces de perdonar a quien nos ofende, ¿con qué derecho vamos a rezar el padrenuestro?

LUIS GRACIETA
DABAR 1990/46


6.PERDÓN/PELÍCULA

Ayer vi una película que reflejaba plásticamente lo que estamos diciendo. Formaba parte del ciclo dedicado a Orson Welles y se titulaba "impulso criminal". Quizá muchos de ustedes la hayan visto. En ella, unos niñatos ricos y absurdos matan a un niño, después de secuestrarlo, para demostrarse a sí mismos y a los demás que es posible el crimen perfecto. No lo consiguen porque la policía los detiene. El fiscal del estado solicita, sin duda, la pena de muerte. El crimen, frío y premeditado, es injustificable. El abogado defensor, contratado por los padres y el mejor de su época, consigue librarlos de la horca y que el juez los condene a cadena perpetua. Su alegato en contra de la pena de muerte y, sobre todo, del sentimiento de venganza que esa pena lleva consigo, era de una gran categoría. En un momento determinado, y como razón mayúscula, el abogado expuso que estaban en una nación cristiana (América y concretamente Chicago) y que aquellos dos muchachos inmaduros y crueles, en manos del fundador del Cristianismo, estarían salvados. Es tan fuerte el sentimiento de venganza en el corazón del hombre que viendo la película una se sentía naturalmente más cerca del fiscal que del abogado defensor; para conectar con este último hacía falta una profunda reflexión, un esfuerzo de interiorización para encontrar esas profundas raíces de la fe cristiana que deben moldear, por encima de los impulsos naturales, la vida misma.

Perdonar no es ignorar la falta o la ofensas o el ataque, es ir más allá de todo eso, dar la vuelta a la realidad e intentar encontrarse con el hermano al que hay que corregir, sin duda ninguna, pero al que no hay que odiar, ni aniquilar, ni desear exterminarlo de la tierra de los vivientes. A veces, adoptar esta postura es sencillamente heroico. Pero es que el cristianismo es un ejercicio práctico de heroísmo en muchas ocasiones.

Sin llegar a situaciones extremas, a todos se nos han presentado ocasiones en las que nos hemos enfrentado con la opción de perdonar o de responder con el famoso "ojo por ojo y diente por diente", que ya fue un gran adelanto en su época y que sigue siendo, en muchos casos, un código de respuesta. Aun en esas pequeñas ocasiones, cuesta perdonar, responder a la ofensa con la serenidad, acallar los sentimientos de reacción que tan vigorosamente se alzan dentro de nosotros mismos. La fuerza que necesitamos para portarnos como lo que decimos que somos, cristianos, la encontramos siempre en el Evangelio. Y en este aspecto que comentamos, en la página de hoy, en la que la llamada al perdón es expresiva y total. Setenta veces siete hay que perdonar; siempre hay que perdonar. Para eso, siempre hay que comprender, y para eso, hay que mirarse mucho a sí mismo y encontrarse sinceramente necesitado de perdón, cosa que no resultará excesivamente difícil.

Perdonar es una consecuencia más, quizá una de las mayores, de sentirse hermano de los hombres. El gran argumento que tenemos para el perdón los cristianos es que nos ponemos delante del Padre pidiéndole que nos perdone precisamente porque nosotros, pequeños e insignificantes como somos, estamos dispuestos a "perdonar a nuestros deudores". Esta petición la habremos repetido miles de veces en nuestra vida de fe. Es muy probable que no la hayamos hecho carne todavía. Ya es hora de hacerla.

A. M. CORTES
DABAR 1987/48


7. PO/PERDON:

Cultivo una rosa blanca,
en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel, que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni oruga cultivo,
cultivo la rosa blanca.

JOSÉ MARTÍ