COMENTARIOS
AL EVANGELIO
Mt
18, 21-35
1.PERDON. NO ES SOLO DEBER MORAL SINO EL ECO DE LA CONCIENCIA DE HABER SIDO PERDONADO.
El judaísmo ya conocía el deber del perdón de las ofensas pero todavía se trataba de una conquista reciente que no conseguía imponerse más que por la composición de tarifas precisas. Las escuelas rabinas exigían que sus discípulos perdonasen tantas o tantas veces a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, etc..., y estas tarifas variaban según la escuela. Así se comprende que Pedro preguntase a Jesús cual era su tarifa, preocupado por saber si era tan severa como la de la escuela que exigía perdonar siete veces a su hermano.
Jesús contesta a Pedro con una parábola que libra al perdón de toda tarifa para hacer de él el signo del perdón recibido de Dios. (...). Es la característica del perdón cristiano: se perdona como se ha sido perdonado, uno se apiada de su compañero porque se han apiadado de él (vv. 17 y 33; Os 6. 6; Mt 9. 13; 12. 7).
El perdón ya no es únicamente un deber moral con tarifa, como en el judaísmo, sino el eco de la conciencia de haber sido perdonado. Así llega a ser una especie de virtud teologal que prolonga para el provecho del otro el perdón dado por Dios (Col 3. 13; Mt 6. 14-15; 2 Co 5. 18-20). (...).
La Eucaristía dominical tiene una evidente dimensión penitencial: en ella proclama y ejerce la Iglesia el perdón de Dios, puesto que no es otra cosa que la asamblea de los pecadores pendientes de la iniciativa misericordiosa de Dios. Pero la fraternidad de los cristianos eucaristiados y perdonados no es real y significante para el mundo sino en la medida en que colaboran efectivamente en las empresas humanas del perdón, de manera especial en la edificación de la paz.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág.66
y 67
2. GRATUIDAD/MDA: LA TRADICIÓN BÍBLICA PRESENTA A UN DIOS QUE AMA A UN PUEBLO QUE NO SE LO MERECE.
Quizá la característica más expresiva que tiene este misericordia de Dios, manifestada no sólo en su perdón al mal uso de nuestra libertad, sino en toda su relación con nosotros, es la imposibilidad de poder ser pagada de alguna manera por el hombre. Es auténtico amor a fondo perdido. Dios nada gana con querernos.
La tradición bíblica presenta a un Dios que ama a un pueblo que no se lo merece ni por su grandeza cultural, ni por su poderío político, ni por su fidelidad religiosa, ni por ningún otro valor antecedente. Es un Dios loco de amor por su pueblo. No existe otra razón. A nosotros se nos invita a actuar en esta dirección de gratuidad, amando a los enemigos o invitando a quien no nos puede invitar.
Comerciar con el amor y la relación humana "también lo hacen los publicanos y fariseos". (...) La seguridad del amor de Dios como gracia inmerecida e impagable aparta de nosotros todo escrúpulo legalista y potencia nuestra decisión de entrega más allá de cualquier norma establecida.
En una sociedad utilitarista competitiva y comercial la gratuidad resulta de difícil comprensión. El creyente se ve también afectado e incluso contagiado por este entorno que lo rodea. La búsqueda de influencias sociales, el cultivo interesado de las "relaciones públicas" el estar a bien con quien nos puede valer, el hacer favores para poderlos cobrar son tentaciones de cada día. Desde el utilitarismo habitual, preguntarse para qué me puede servir o perdonar a quien no me puede pagar en la misma moneda suele ser un interrogante que brota de forma espontánea.
La referencia a un Dios que se nos da como pura gracia, de manera gratuita, ha de servirnos no sólo para organizar evangélicamente nuestro corazón, sino también para purificar las acciones de nuestra comunidad y no confundir el proselitismo con el verdadero servicio.
EUCARISTÍA 1987/44
3. A-DEO/A-H. NOSOTROS CREEMOS Y VIVIMOS COMO SI FUERAN DOS RELACIONES DISTINTAS. LO CONTRARIO ES LA VERDAD:AMBAS RELACIONES NO CONSTITUYEN MAS QUE UNA: /Mt/25/31-46.
Esta parábola está construida sobre una doble relación. La relación del siervo con el rey y la de los siervos entre sí. El siervo malo debía de pensar que estas dos relaciones son distintas, que su comportamiento para con los demás siervos no tendría importancia por lo que hace a su relación con el rey. Lo contrario es la verdad: ambas relaciones no constituyen más que una. Si el rey está dispuesto a comportarse en relación a los siervos exactamente lo mismo que ellos se comportan entre sí, es que, en definitiva, hay un único juego de relación, único aun siendo complejo, de los hombres entre sí y de los hombres con Dios.
Los hombres no pueden negar el perdón a los demás porque a todos y cada uno Dios les ha perdonado muchísimo más. Y además, esos mismos hombres no pueden ignorar que su actitud en lo referente a sus hermanos compromete su propia situación ante Dios. Si su relación con el prójimo es vivida bajo el signo de la maldad, no hay razón para que su propia relación con Dios se viva de otra manera; pero entonces son ellos las víctimas.
LOUIS
MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 234
4.
Texto: Continúa con la temática del perdón introducida el domingo pasado. Pedro, la piedra-cimiento del edificio comunitario, pregunta por los límites del perdón de las ofensas entre hermanos. Preguntar es propio del discípulo, deseoso de aprender. En un claro indicio del carácter didáctico de su evangelio, Mateo prodiga las preguntas de los discípulos, y en concreto de Pedro, al Maestro.
- La pregunta y la respuesta barajan las mismas cifras que baraja Génesis 4, 24 para hablar de la venganza como base de actuación: "Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete". Las cifras barajadas convierten el perdón en la base de actuación superadora de la venganza. El sentido de la respuesta es que no se pueden poner límites al perdón: hay que hacerlo siempre.
-La respuesta tiene un desarrollo gráfico en la parábola posterior. No se trata de una parábola pura, pues el versículo final ofrece la explicación: Lo mismo hará mi Padre celestial con aquel de vosotros que no perdona de corazón a su hermano (v. 35).
-Partiendo de esta explicación nos encontramos con la siguiente equiparación dinámica: aquél de vosotros que no perdona a su hermano se comporta igual que el empleado incapaz de perdonar una pequeña deuda a un compañero suyo, después de que a él le han perdonado una enorme deuda. El perdonado no sabe perdonar; los perdonados por Dios no saben perdonar al hermano.
-En el conjunto del texto la parábola aporta, pues, un elemento nuevo a la respuesta inicial dada por Pedro. El discípulo de Jesús no debe poner límites al perdón, porque él sabe con creces lo que significa ser perdonado. El discípulo de Jesús tiene motivo para perdonar. El motivo es el perdón que Dios le otorga a él.
Comentario: El único comentario adecuado a este texto es su puesta en práctica. Pero ¡atención!
-La venganza de la que se habla en el Génesis 4, 24 era el instrumento jurídico del que se servían las sociedades primitivas para regular la conducta en casos de lesión o perjuicio. La venganza trataba de evitar y cortar excesos a la hora de exigir compensaciones por el daño sufrido. Su concreción era la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente. Es decir, por un ojo, un ojo y no los dos; por un diente, un diente y no los demás.
-El perdón del que se habla en este texto es la renuncia incluso a la compensación justa por daños y perjuicios.
-Vistas así las cosas, resulta cada vez más claro lo tantas veces escrito en estos comentarios: ser discípulo de Jesús es ser diferente, pues equivale a poner en marcha la utopía.
-El discípulo tiene una buena razón para poder hacerlo pues se sabe perdonado por Dios y vive desde la experiencia de ese perdón. El discípulo se sabe envuelto en gracia. Por eso, lo que brota del discípulo nunca serán exigencias, sino donación, perdón y gracia.
A.
BENITO
DABAR 1990/46
5.
El perdón es una misión de la Iglesia. Esta podría ser la conclusión de la parábola de este evangelio. Pedro, como tantas otras veces dentro del evangelio de Mateo, se dirige a Jesús formulándole una cuestión referente al perdón del hermano. El tema sigue al que empezó el domingo anterior: "Si tu hermano peca..." (v. 15). Pedro lo plantea todavía dentro de una óptica típicamente de casuística judía aferrada fuertemente al legalismo. La generosidad de la ley es grande pero tiene un límite. Perdonando "siete veces" Pedro pensó probablemente haber dado un paso decisivo hacia las exigentes metas propuestas por Jesús. La respuesta de Jesús hunde las medidas calculadas por una visión legalista.
La parábola que sigue, propia también de san Mateo, no hace más que insistir en el punto central de reflexión propuesto por la primera lectura en términos de perdón y cantado en el versículo aleluyático en términos de amor: "que os améis mutuamente como yo os he amado" (Jn 13, 34).
No hay que perder el sentido global del evangelio dentro del marco de este capítulo 18, porque es muy importante. Dentro de la Iglesia el pecado sigue siendo una realidad con la que hay que contar. Jesús y el evangelista son realistas. Luego, si el objeto del plan de Dios es que nadie se pierda, son inútiles todos los escándalos y el "parece imposible". Estas son actitudes farisaicas, sobre todo porque denotan no haber asimilado todavía que la deuda que nunca puede llegar a pagarse es la que todo hombre tiene para con Dios. En este sentido, la perícopa resalta la importancia que tiene el perdón entre los hermanos que forman la comunidad; los "pequeños", empleando la terminología del evangelista. Sin esta firme voluntad de acoger, de proteger, de salvar lo que quizá pueda perderse, la iglesia, cualquier iglesia, corre siempre el riesgo de la propia destrucción.
ANTON
RAMON SASTRE
MISA DOMINICAL 1978/16
6.
La primera parte del discurso (18,1-14) nos ha demostrado con claridad que en la comunidad cristiana existen aún rivalidades, escándalos y pecados. ¿Cómo conducirse frente a todo esto? La actitud fundamental que hay que adoptar es el perdón sin límites, porque únicamente el perdón sin límites ("No hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete") se parece al perdón de Dios. La parábola (18,23-25) -todo es inverosímil en esta parábola, pero justamente por ello está claro su significado- enseña que el perdón de Dios es el motivo y la medida del perdón fraterno.
Debemos perdonar a los otros porque sería inconcebible retener para sí un don inmenso gratuitamente recibido. Debemos perdonar sin medida, porque Dios nos ha hecho objeto de un perdón sin medida.
Del sentido de la gratuidad del don de Dios es de donde nace el perdón. El versículo final de la parábola (18,35) considera el amor fraterno como una condición para obtener el perdón de Dios.
El amor dispone al hombre al perdón. La idea está indudablemente presente; además, se la afirma también en otros pasajes del evangelio (cfr. /Lc/07/47). Mas no es ésta la perspectiva más profunda. El perdón fraterno es más bien consecuencia del perdón de Dios, no respuesta; es someterse completamente a la acción misericordiosa de Dios de suerte que pueda desarrollarse en toda su vitalidad y difundirse. En este sentido, perdonar a los hermanos es signo de la plenitud de la eficacia del perdón de Dios ya recibido. De hecho, el contraste entre los dos cuadros de la parábola no tiene como fin principal hacer ver la diversidad del comportamiento divino para con el hombre que sabe perdonar y para con el hombre incapaz de perdonar. Intenta más bien hacer ver lo digno que es de condena el siervo que no perdona cuando él ha sido primero objeto del perdón divino. El siervo es condenado porque retiene el perdón para sí y no permite que su perdón se convierta en alegría y perdón también para los hermanos. Es preciso, por el contrario, imitar el comportamiento de Dios (Mt 5,43-48).
BRUNO
MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág.
193
7. PERDÓN/TALIÓN:
Primitivamente, una ofensa merecía una venganza "setenta veces siete" mayor (Gn 4. 24). La ley del talión (Ex 21. 24) redujo la tarifa a la medida de la falta. Sólo con posterioridad se descubre la noción del perdón. Y Pedro pregunta por los límites (la constante tentación de la ley) de este perdón. Para Jesús se ha de perdonar a los demás indefinidamente, porque todos hemos de tener conciencia de haber sido, nosotros mismos, perdonados sin medida por Dios: así proclamamos la Buena Nueva del perdón de Dios.
MISA DOMINICAL 1990/06