21 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
17-21

17.  ¿Por qué perdonar? Responde el predicador del Papa
El padre Raniero Cantalamessa comenta las lecturas del próximo domingo

ROMA, viernes, 9 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia-- al evangelio del próximo domingo (Mt 18,21-35).

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¿Pero cuánto perdonar?

Perdonar es algo serio, humanamente difícil, si no imposible. No se debe hablar de ello a la ligera, sin darse cuenta de lo que se pide a la persona ofendida cuando se le dice que perdone. Junto al mandato de perdonar hay que proporcionar al hombre también un motivo para hacerlo. Es lo que Jesús hace con la parábola del rey y de los dos siervos. Por la parábola está claro por qué se debe perdonar: ¡porque Dios, antes, nos ha perdonado y nos perdona! Nos condona una deuda infinitamente mayor que la que un semejante nuestro puede tener con nosotros. ¡La diferencia entre la deuda hacia el rey (diez mil talentos) y la del colega (cien denarios) se corresponde a la actual de tres millones de euros y unos pocos céntimos!

San Pablo ya puede decir: «Como el Señor os ha perdonado, haced así también vosotros» (Col 3,13). Está superada la ley del talión: «Ojo por ojo, diente por diente». El criterio ya no es: «Lo que otro te ha hecho a ti, házselo a él»; sino: «Lo que Dios te ha hecho a ti, házselo tú al otro». Jesús no se ha limitado, por lo demás, a mandarnos perdonar; lo ha hecho él primero. Mientras le clavaban en la cruz rogó diciendo: «Padre, ¡perdónales, porque no saben lo que hacen!» (Lc 23,34). Es lo que distingue la fe cristiana de cualquier otra religión.

También Buda dejó a los suyos la máxima: «No es con el resentimiento como se aplaca el resentimiento; es con el no-resentimiento como se mitiga el resentimiento». Pero Cristo no se limita a señalar el camino de la perfección; da la fuerza para recorrerlo. No nos manda sólo hacer, sino que actúa con nosotros. En esto consiste la gracia. El perdón cristiano va más allá de la no-violencia o del no-resentimiento.

Alguno podría objetar: ¿perdonar setenta veces siete no representa alentar la injusticia y dar luz verde a la prepotencia? No; el perdón cristiano no excluye que puedas también, en ciertos casos, denunciar a la persona y llevarla ante la justicia, sobre todo cuando están en juego los intereses y el bien incluso de otras personas. El perdón cristiano no ha impedido, por poner un ejemplo cercano a nosotros, a las viudas de algunas víctimas del terror o de la mafia buscar con tenacidad la verdad y la justicia en la muerte de sus maridos.

Pero no hay sólo grandes perdones; existen también los perdones de cada día: en la vida de pareja, en el trabajo, entre parientes, entre amigos, colegas, conocidos. ¿Qué hacer cuando uno descubre que ha sido traicionado por el propio cónyuge? ¿Perdonar o separarse? Es una cuestión demasiado delicada; no se puede imponer ninguna ley desde fuera. La persona debe descubrir en sí misma qué hacer.

Pero puedo decir una cosa. He conocido casos en los que la parte ofendida ha encontrado, en su amor por el otro y en la ayuda que viene de la oración, la fuerza de perdonar al cónyuge que había errado, pero que estaba sinceramente arrepentido. El matrimonio había renacido como de las cenizas; había tenido una especie de nuevo comienzo. Cierto: nadie puede pretender que esto pueda ocurrir, en una pareja, «setenta veces siete».

Debemos estar atentos para no caer en una trampa. Existe un riesgo también en el perdón. Consiste en formarse la mentalidad de quien cree tener siempre algo que perdonar a los demás. El peligro de creerse siempre acreedores de perdón, jamás deudores. Si reflexionáramos bien, muchas veces, cuando estamos a punto de decir: «¡Te perdono!», cambiaríamos actitud y palabras y diríamos a la persona que tenemos enfrente: «¡Perdóname!». Nos daríamos cuenta de que también nosotros tenemos algo que hacernos perdonar por ella. Aún más importante que perdonar es pedir perdón.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]



18. FLUVIUM.ORG

... como Dios es misericordioso

        Las palabras de Jesús que consideramos hoy nos animan a perdonar. Primeramente advierte el Señor a Pedro que debe perdonar siempre las ofensas que reciba –hasta setenta veces siete–, imitando de este modo su supremo amor, que en la Cruz se desbordará, completamente olvidado de sí mismo, rogando el perdón del Padre para los que le crucifican. Jesús disculpa a unos y a otros –los que en diversas medida toman parte en su tormento y en su muerte–, porque no se hacían cargo de la magnitud del crimen, considerando la infinita categoría de la Víctima. No quiere pensar Jesús que, en todo caso, aquel proceso había sido una farsa injusta, y las consecuencias que estaba padeciendo una tortura cruel y despiadada.

        Tan grande es el amor de Jesús por los hombres, que hasta da la impresión de que intenta aplacar la justa ira de su Padre, que no podría contemplar la crucifixión del Hijo sin descargar todo su Poder contra la humanidad. El perdón de Dios es la medida de su amor: ¡Un Dios que perdona..!, exclamaba admirado san Josemaría: que veía en esta manifestación de su amor la prueba más clara de su grandeza.

        No nos extraña, pues, que quiera Dios de sus hijos, los hombres, un amor a su medida hacia nuestros semejantes y, por consiguiente, que estemos dispuestos a perdonar siempre. Se diría que Jesús, en su afán de introducirnos en "negocios divinos", nos invita –enseñándonos– a ejercitar la misma actitud suya de perdonar en la crucifixión bendecida por el eterno Padre. Entonces dirá: Padre, personales, porque no saben lo que hacen; y ahora: Por eso el Reino de los Cielos viene a ser como un rey que quiso arreglar cuentas con sus siervos. Puesto a hacer cuentas, le presentaron uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el señor mandó que fuese vendido él con su mujer y sus hijos y todo lo que tenía, y que así pagase. Entonces el siervo, se echó a sus pies y le suplicaba: «Ten paciencia conmigo y te pagaré todo». El señor, compadecido de aquel siervo, lo mandó soltar y le perdonó la deuda.

        Nuestro Señor expone cómo son las cosas en la economía de la Salvación. El Reino de los Cielos es, en efecto, como ese reino humano en el que su gobernante actúa con asombrosa prodigalidad con sus súbitos. Aquel deudor debía restituir en justicia una cantidad enorme, incapaz de conseguirla en toda su vida. Pero, ante la súplica del hombre, el rey, no sólo tiene paciencia, que ya sería bastante, sino que, incluso, le perdona toda la deuda. Así –nos quiere decir Jesús– son las cosas en el Reino de los Cielos. Dios tiene infinita misericordia para con sus hijos. Es tan grande su amor hacia los hombres, que "aprovecha" cualquier posibilidad de perdonarnos, por pequeña que sea, si es sincera nuestra petición de perdón. Dios quiere vernos felices con un deseo mucho mayor que el nuestro. Felices, además, con la única felicidad que nos puede saciar del todo: la posesión de su divinidad. Y ser perdonados, ser limpiados, purificados de lo que es un obstáculo para que Dios nos ame, es decisivo para ello.

        Una vez arrepentidos y, como consecuencia, perdonados, desaparecen los obstáculos. Nuestro Dios, por así decir, nos puede querer "a sus anchas". Todo su corazón enamorado se vuelca con sus hijos colmándonos de sus riquezas, porque ya no le ponemos obstáculos. Con cada uno quiere ser como esa madre buena –¡normal!– que parece, comerse a su hijo pequeño de amor, cuando ya está limpio y descansa y disfruta feliz en sus brazos. No hay nada bueno que Dios nos quiera negar. Por eso le pedimos tener confianza en su amor misericordioso: que nos enseñe, para siempre, a ver bondad paternal y maternal en los mil modos de mostrarse su voluntad divina en la vida nuestra.

        Cuando los cristianos lo pasamos mal, es porque no damos a esta vida todo su sentido divino. Donde la mano siente el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas, llenas de aroma, aseguraba convencido san Josemaría.

        Dios, Señor y Padre nuestro, no consentiría dolores en sus hijos, si no fuera por unos bienes mayores. ¡No queramos negar en ningún caso la sabiduría y el amor de nuestro Dios! ¡Auméntanos la fe, la esperanza, la caridad hacia Ti! ¡Que sepamos ver rosas, a través de las lágrimas por el dolor de las espinas!, le pedimos. Nuestra espera confiada no será excesiva en el sufrimiento, que bien sabe Nuestro Padre lo que podemos y hasta cuándo podemos. Además, nos anima la certeza de un gozo imperecedero con Dios para siempre.

        ¡Madre de misericordia!, aclamamos a Santa María. A Nuestra Madre le pedimos, nos conceda a todos esa virtud del carácter de la madre buena. Para que busquemos con ilusión lo que hace más felices a quienes nos rodean; en esta vida y por toda la eternidad. Así viviremos según Dios, que al principio nos hizo a su imagen y semejanza: a imagen y semejanza de su Amor


19. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

Sobre la Primera Lectura (Sir 27, 33-28, 9)

El Sabio expone argumentos muy Convincentes para que renunciemos a todo rencor y venganza:

-Todos somos pecadores y tenemos muchas deudas pendientes con Dios. Si no perdonamos a los hombres las ofensas que de ellos hemos recibido, tampoco recibiremos de Dios el perdón de las nuestras (28, 1. 2). Jesús, en el Sermón del Monte, urgirá aún más este mutuo perdón que todos debemos generosamente practicar: "Si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Mas si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados" (Mt 6, 14).

-Otra consideración muy convincente nos hace el Sabio: Si nosotros somos tan mezquinos que negamos el perdón a un hermano, ¿cómo nos atreveremos a pedir gracia alguna a Dios? (3-5). De ahí que también Jesús nos avise: "Si al presentar una ofrenda ante el altar te acuerdas de una enemistad con algún hermano, deja allí tu ofrenda y corre antes a reconciliarte con tu hermano; y torna luego a presentar tu ofrenda" (Mt 5, 23). Por donde se ve que los actos y las actitudes de religión no son gratos a Dios, ni oración alguna puede ser por El acogida, si proceden de un corazón que guarda rencor a un hermano,

-Por fin, el Sabio recomienda tengamos siempre presente tres recuerdos: a) "Acuérdate de tus postrimerías y deja ya de odiar" (5). Quien piensa en el juicio que le espera tras la muerte, es generoso en perdonar. b) "Acuérdate de los mandamientos y no tengas rencor a tu prójimo" (7a). En la Ley se decía muy claramente: "No odies en tu corazón a tu hermano. No te vengues ni guardes rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Yahvé" (Lev 19, 17). c) "Acuérdate de la Alianza del Altísimo y olvida toda ofensa" (7b). El Señor Altísimo ha hecho Alianza con los hombres pecadores; ¿rehusaremos nosotros hacerla con nuestros prójimos? Jesús ilumina también y refuerza este argumento: "amad a vuestros enemigos. Así seréis hijos de vuestro Padre celestial, el cual hace salir el sol sobre buenos y sobre malos, y hace llover sobre justos y malvados" (Mt 5, 45).

Sobre la Segunda Lectura (Rom. 14, 7-9)

En Roma, entre los neófitos queda amenazada la convivencia, la paz y la unidad. Los convertidos al cristianismo procedían del judaísmo y de la gentilidad. Corrían el peligro de formar dos grupos debido a las diferencias de mentalidad, de costumbres y de leyes en que antes habían vivido. Pablo intenta zanjar toda esta problemática que podría menoscabar la caridad:

-Proceda cada uno según su conciencia recta y segura. Y respeten todos las decisiones de la conciencia de otro hermano (vv 5-6).

-En el seguir opiniones y convicciones de la propia conciencia atiendan todos a los prójimos con quienes conviven. Si algo puede escandalizar a un hermano yo debo abstenerme de hacerlo, aunque mi conciencia me lo permita (vv 1. 15). La caridad, por tanto, regula la libertad.

-Y sobre todo, todo su proceder debe estar inspirado por el amor de Cristo: "Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; si morimos, para el Señor morimos" (7-8). Para Pablo es incuestionable que el amor a Cristo debe ser ley suprema de nuestra vida y de nuestra conducta. Y de modo especial de nuestras relaciones con el prójimo. Una vida consagrada a Cristo es siempre una vida entregada al amor de los hermanos. Y por eso en la Asamblea Litúrgica rezamos así: "Concédenos, Señor, que los que recibimos el cuerpo y la sangre de tu Hijo seamos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (Anáfora).

Sobre el Evangelio (Mt 18, 21-35)

Con una bellísima parábola, Cristo nos enseña cómo debemos perdonamos mutuamente las ofensas:

- Primariamente la parábola va dirigida a Pedro (21) y a los Apóstoles y sus sucesores (18), en cuyas manos Cristo ha puesto el poder de perdonar los pecados. Pedro se inclinaría a ejercer esta facultad a medida humana (21). Cristo quiere que la ejerciten a medida divina (22).

- Pero también la parábola quiere curar la mezquindad y egoísmo de nuestros corazones. A todos nos parece muy oportuno que Dios nos perdone nuestras inmensas e insaldables deudas .Y con esta ruindad y tacañería de corazón nos hacemos indignos de recibir el perdón de parte de Dios (35).

- En nuestra vida cristiana debemos valorizar como supremo tesoro la caridad: "Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 16). Caridad que nos exige aplicamos de manera constante a la propia abnegación y a un solícito y fraterno servicio de los demás (LG 42). Caridad que da sus latidos más relumbrantes cuando amamos y perdonamos a quienes nos ofenden u odian: "Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os aborrecen. Bendecid a los que os maldicen y orad por los que os atormentan. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 27. 36). ¿Cómo vamos a cumplir estas altas metas evangélicas si ni tan siquiera sabemos perdonar y olvidar pequeñas molestias? ¿Cómo pretendemos dar a los extraños a la Iglesia testimonio cristiano, si entre nosotros una diferencia de opinión o un leve agravio nos mantiene incordiados y enfrentados?

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.

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SAN ANTONIO DE PADUA

Encarcelación del siervo malvado; y de si reviven los pecados perdonados

-"Entonces el señor llamó a aquel siervo y le dijo: "Siervo malvado, te condoné aquella deuda, porque me suplicaste. ¿No debías tú también tener piedad de tu consiervo, como yo tuve piedad de ti?". Y el señor lo entregó a los torturadores hasta que no hubiese restituido toda la deuda" (Mt 18, 32-33). De esta lección del santo evangelio se deduce claramente que los pecados perdonados reviven. Por esto quiero reportar aquí lo que hallé en las Sentencias sobre este argumento.

Se pregunta si los pecados perdonados revivan. La solución de este problema es oscura y ambigua, porque algunos afirman, pero otros niegan que los pecados, una vez perdonados, puedan más adelante revivir para ser sometidos a la pena.

Los que dicen que los pecados perdonados reviven, se fundamentan sobre las siguientes afirmaciones.

Ambrosio: "Perdónense unos a otros, si uno peca contra el otro; diversamente Dios hace revivir los pecados perdonados. En efecto, si es despreciado en esta materia, sin duda considerará nula la penitencia, por la cual concedió su misericordia, como se lee en el evangelio del siervo malvado, que fue sorprendido culpable contra su consiervo".

Rábano: "Dios entregó a los torturadores al siervo malvado hasta que restituyera toda la deuda, porque al hombre le son imputados para el castigo no sólo los pecados cometidos después del bautismo, sino también los pecados originales, que habían sido cancelados en el bautismo".

Gregorio: "Por lo que se dice en el evangelio consta que, si no perdonamos de corazón lo que fue cometido contra nosotros, nos será de nuevo demandada la cuenta también de lo que, con júbilo, pensábamos que fuese perdonado con la penitencia".

Agustín: "Dice Dios: "Perdona y serás perdonado". Pero yo te perdoné antes. Tú, al menos, perdona después, porque, si no perdonas, te llamaré y pediré cuenta también de los pecados perdonados". Y de nuevo: "El que, olvidando los beneficios divinos, quiere vengar las injurias recibidas, no sólo no merecerá el perdón de los futuros pecados, sino que de nuevo se le pedirá cuenta de los pecados que él creía que ya fuesen perdonados".

Beda: "Regresaré a mi casa de la cual salí" (Mt 12, 44). Debemos tener temor de este versículo y tomarlo seriamente en cuenta, para que la culpa, que creíamos extinguida en nosotros, no vuelva a caer sobre nosotros por nuestro descuido". Y todavía: "El que, después del bautismo, es vencido de nuevo por la maldad de la herejía o por la concupiscencia mundana, en seguida estos pecados lo precipitarán de nuevo en lo profundo de todos los vicios".

Y todavía Agustín: "Que los pecados perdonados revivan, allí donde falta la caridad fraterna, lo enseña clarísimamente el Señor en el evangelio del siervo malvado, al cual el señor pidió la restitución de la deuda ya perdonada, porque el siervo no quiso condonar la deuda a su compañero".

Se fundamentan sobre estas autoridades (afirmaciones) los que sostienen que los pecados perdonados reviven, si los mismos son cometidos de nuevo.

Se les objeta. No parece justo que uno sea castigado de nuevo por el pecado por el cual ya hizo penitencia y que le fue perdonado. Si fuese castigado porque pecó y no se enmendó, evidentemente esto es justo. En cambio, si se le pidiera cuenta de lo que le fue condonado, esto o es una injusticia o una justicia misteriosa. Parece que Dios juzgue y condene dos veces por el mismo pecado y que el castigo fuera infligido dos veces: todo esto la Escritura lo niega (Na 1, 9) (1).

Sin embargo, a lo anterior se podría responder que no hay ni doble castigo, ni que Dios juzga dos veces el mismo pecado: lo que sucedería si, después de una adecuada satisfacción y suficiente expiación, Dios lo castigara de nuevo. Pero el que no perseveró, no satisfizo ni adecuada ni suficientemente. Debe recordarse continuamente del pecado cometido, no para repetirlo, sino para precaverse. No debe olvidar todos los dones de Dios, que son tantos cuantos son los pecados perdonados (102, 2). Debía pensar que tantos eran los dones de Dios cuantos eran sus pecados; y por aquellos dones dar gracias sin fin. Pero como fue ingrato y volvió al vómito como el perro (1 Pe 2, 22), anuló todo el bien anterior y volvió a llamar los pecados perdonados. Y así Dios, que antes le había perdonado porque se había humillado, ahora se lo imputa de nuevo, al verlo soberbio e ingrato.

Pero, como parece incompatible que los pecados perdonados sean de nuevo imputados, algunos piensan que nadie es castigado de nuevo por Dios por los pecados una vez perdonados. Otros piensan que los pecados perdonados reviven y son imputados, porque, a causa de la ingratitud, el pecador es considerado culpable, como lo era anteriormente. Y se dice que se pide cuenta de lo que había sido perdonado, porque el pecador fue ingrato del perdón recibido; y así se vuelve reo, como lo era antes.

Hay eximios doctores, que sostienen ya una posición ya la otra. Por esto yo, sin pronunciarme ni por una ni por la otra, dejo el juicio al lector inteligente, añadiendo que para mí será seguro y cercano a la salvación comer las migajas, que caen bajo la mesa de los señores (Mt 15, 27) (2).

- Con esta tercera parte del evangelio concuerda la tercera parte de la epístola: "Y por esto ruego que su amor abunde aún más y más en todo conocimiento y en todo discernimiento" (Flp 1, 9). La caridad debe abundar, o sea, crecer en el conocimiento para que el hombre sepa juzgar y distinguir no sólo el mal del bien, sino también entre lo bueno y lo mejor. Por esto añade: "Para que puedan distinguir siempre lo mejor y ser sinceros", o sea, sin doblez con respecto a ustedes, "sin hostilidad" con respecto a los demás, "para el día de Cristo", o sea, hasta el día de la muerte o del juicio final.

Todas estas cosas el siervo malvado no las practicó, porque no fue sincero con respecto a Dios, que le había condonado la deuda y porque se portó con hostilidad con respecto a su compañero, al que intentó estrangular e hizo echar a la cárcel. Por eso, en el día de Cristo, él mismo será entregado a los torturadores, o sea, a los demonios y así será estrangulado definitivamente.

"Estén colmados de los frutos de la justicia", o sea, de las obras que son fruto de la justicia, "obtenidos por medio de Jesucristo", no con sus fuerzas, "para gloria y alabanza de Dios" (Flp 1-11). Así entrarán en la gloria eterna para alabar eternamente a Dios: o también: ustedes serán la gloria y la alabanza de Dios, para que, gracias a ustedes, se diga: "Dios es maravilloso en sus santos" (67, 36); o sea, Dios obra maravillas en sus santos o les da poder de obrar maravillas.

Hermanos queridísimos, imploremos y supliquemos al Señor, que nos perdone los pecados pasados, nos conceda la gracia de no recaer en ellos y que perdonemos de corazón a nuestros hermanos. Y así mereceremos llegar a su gloria, en la cual El es digno de alabanza y glorioso por los siglos eternos. ¡Amén! ¡Aleluya!

("Los Sermones" Tomo II, Ed. El mensajero de San Antonio Misiones Franciscanas Conventuales, Pág.741 y ss)

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 p. LEONARDO CASTELLANI 

Parábola del deudor desaforado. (1967)

Jesucristo ilustró la quinta petición del Padrenuestro ( 'perdónanos nuestras deudas' ) con esta Parábola del Deudor Desaforado, que era muy mansito como deudor, pero desaforado como Acreedor.

Cristo nos da el Mandato de perdonar siempre al prójimo, comprometiendo en ese mandato el perdón de Dios a nosotros.

De modo que los que dicen: - ¿Ese es mandato o consejo? —Es mandato -¿Y en qué mandamiento está? —En el primero.

Con razón dicen que Dios al hacerse hombre nos dio todo lo que tenía; porque en este caso, el perdón del pecado, que es una cosa privativa de Dios, la hace depender de un acto de voluntad del hombre; y en el otro extremo, la felicidad del hombre, que es Dios mismo, la hace depender de otro acto relativamente fácil de voluntad: ' porque todo lo que hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis —venid benditos de mi Padre '. Puso sus méritos a nombre nuestro, podemos decir.

A mi padre lo asesinaron cuando yo tenía 7 años —lo asesinó la policía del Régimen 'falaz y descreído', como decía Yrigoyen; y no se confesó antes de morir porque lo impidieron los masones sus amigos; y yo la consolaba a mi abuela, cuando me volví pequeño teólogo a los 13 años, diciéndole que habiendo sido la última palabra de mi padre ' perdono al que me mató para que Dios me perdone ' todo estaba en orden. Pero en estos días recibí una copia del certificado de defunción firmado por el Párroco Santiago Olessio, donde dice 'recibidos los Sacramentos'. Lástima que no viva mi abuela. Como no creo que el piamontés Olessio mintiera, resulta que los masones (Don Jerónimo Piazza) engañaron a mi abuela Doña Magdalena.

Jesucristo dio este mandato contra el vicio de la iracundia y todos sus parientes, hijos y entenados: como la cólera, el rencor, la venganza, la inquina, el odio y la desesperación, que encierra en sí no poca parte de ira impotente; contra la desesperación y contra el resentimiento. Dio otros dos mandatos contra ese vicio capital, éste está en el medio: primero no resistir al mal, la paciencia; tercero, amar a los enemigos, por amor de Dios. Contra los cuatro pecados capitales espirituales predicó directamente Cristo: Soberbia, Avaricia, Envidia, Ira; los tres pecados carnales no predicó en contra: la Lujuria, Gula y Pereza estaban condenados por la Moral Social o Convencional, incluso en demasía; y además ellos tienen ciertos límites naturales, mientras los vicios espirituales son infinitos: 'los vicios no tienen lindes - como tienen los terrenos' —dijo uno. Belloc decía que lo que lo aterraba en nuestra época no era la lujuria sino la crueldad —que pertenece a la ira: porque la crueldad no tiene límites. Un sultán podrá tener un harem de 200 concubinas pero no puede seguir aumentándolas indefinidamente; pero un asesino puede cometer un gran número de crímenes y seguir matando.

La ira entre las naciones, cosa tan actual, depende naturalmente de la ira de los particulares, de muchos particulares que no perdonan. Cuando estaba en Francia me llamaba la atención el odio que tenían (generalmente) los franceses a los alemanes; que nosotros no tenemos a los brasileros, por ejemplo. Yo decía: 'bueno, es que éstos del Norte, de la Champaña, han sufrido dos invasiones alemanas en 20 años...'. Pero después me fui al Sur, y me encontré con que los gascones odiaban a los alemanes más que los champañeses y además odiaban a España y a Italia. ¡Cataplún! Es que no perdonan la guerra; y con eso se preparan otra guerra.

Eso no quiere decir que hay que ir al otro extremo, al extremo del pacifismo, la buena vecindad y el amor a todas las naciones extranjeras menos la propia, que es una filfa inventada por la imbecilidad contemporánea para uso de los argentinos. Cuando vino el Cha de Persia, el Presidente habló en un discurso del 'gran afecto que liga nuestros dos pueblos'; y resulta que nuestro pueblo no sabía ni siquiera si existía el otro pueblo.

Por eso hay otro refrán que dice: 'Amigo reconciliado, enemigo redoblado'. Quiere decir que cuando dos amigos se han peleado y después se han re-amigado, nunca es como la antigua amistad, más bien es como una enemistad todavía más peligrosa que antes. Pero eso viene de que no se ha perdonado de corazón, el runrún de las ofensas permanece en el fondo del alma y se ha hecho una reconciliación de conveniencia; que es lo más común; porque perdonar de alma es sumamente difícil.

Perdonar del todo, de modo que no quede nada de la cólera ni siquiera en el fondo (en la subconciencia que dicen ahora), es difícil a par de muerte. Mas para conseguir eso hay un remedio que es ir más allá del perdón, hacer un bien al ofensor; que es el tercer mandato: lº, tener paciencia; 2º, perdonar; 3º, hacer el bien.

Después desto vienen una cantidad de bemoles en la práctica, distinciones sutiles, acerca del cómo, el cuándo y el hasta dónde; o sea, cómo debemos ser caritativos sin ser flojos, zonzos o borregos. Eso les enseñará el Espíritu Santo con la natural sindéresis (1) si hacen el firme propósito de 'perdonar nuestras deudas para que Dios no perdone nada a nuestros deudores ', como decía Durañona; porque no es el caso les espete el enorme sermón de 26 páginas del P. Paolo Ségneri (que está muy bien para los italianos) acerca del ' Perdón de las Injurias '.

( 1 ) La sindéresis es un hábito de nuestro intelecto que da a conocer los principios de la ley moral.

(Cf. "Domingueras Prédicas"; Ed. Jauja, Mendoza, 1997, págs. 275-278.)

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P. Juan Lehman V.D.

Perdónanos nuestras deudas

1. El administrador infiel. — El Divino Maestro, conocedor profundo de la naturaleza humana nos expone en el Evangelio de hoy el violento contraste de la maldad humana frente a la infinita misericordia de Dios.

Un administrador, después de haber dilapidado los bienes de su señor, es llamado por éste a rendir cuentas y no puede explicar el "déficit" de mil talentos, o sea de unos 60.000.000 de pesos. Conocedor de la bondad de aquel señor de quien tanto había abusado, a pesar de la severa sentencia que merece, espera el perdón. Espera, suplica, llora, apela ardientemente a la misericordia, y obtiene por fin lo que nunca hubiera osado pedir. Sólo se había atrevido a suplicar que se le concediera un plazo para poner sus cuentas en orden, para trabajar y resarcir la deuda; pero el rey, más generoso, y más humano de lo que el reo tenía derecho a esperar, le perdonó ampliamente toda la inmensa deuda.

¡Cuan conmovido y emocionado debiera haber quedado el corazón de aquel pobre hombre! El que momentos antes se encontraba sumido en el abismo de la ruina y el deshonor, podía mirar ahora con plena confianza el porvenir.

2. Bondad inmensa del Señor.—La bondad incomparable de su Señor debía haberlo dominado, compenetrado y regenerado. ¿No es verdad que ante el resplandor de la bondad, y de la misericordia, de la caridad y del perdón no hay alma que no se conmueva y se ensanche? La generosa actitud del Señor debía crear en aquel corazón el deseo de la enmienda, inmenso aborrecimiento de la propia maldad y anhelos de merecer nuevamente la confianza de dueño tan generoso. Debió sentir impulsos de contar a todos aquel acto de espléndida generosidad, y de imitarla. ¿Cómo no perdonar él, a su vez, a cualquier deudor que pudiera tener, cuando acababa de ver perdonada una deuda de tan fabulosa cuantía?

3. Encuentro con el compañero que le adeuda. — Al salir del palacio, cuando pudiéramos suponerle enternecido con el recuerdo del favor que acababa de dispensársele, se encuentra con un compañero que le debía una insignificancia. Era el momento de mostrarse digno del perdón generoso que en aquel instante se le había otorgado. A él se le había perdonado una suma inmensa; ¿qué significaba a su lado la niñería que aquel compañero le debía a él? Debió haberle abrazado. Debió haberle referido el hecho generoso de su Señor, y perdonarle en el acto la insignificante deuda. Pero no. Se lanzó, sí, al cuello de su infeliz compañero, lleno de furia, y estuvo a punto de ahogarlo, mientras gritaba desaforadamente: "Págame lo que me debes, hasta la última moneda, o pereces a mis manos." ¡Qué triste espectáculo!

4. Generosidad de Dios e ingratitud humana. — La narración evangélica nos revela gráficamente la inmensidad de la bondad de Dios y la enormidad de la ingratitud humana. Porque también a nosotros nos ha confiado el Señor un capital inmenso de bondades y de gracias, al que hemos correspondido con un proceder semejante al del administrador infiel.

Nuestra deuda es inmensa si miramos la infinita grandeza y munificencia de que Dios nos da tan palmarias muestras, y nuestra pequeñez e ingratitud para con El. Nuestro Señor es sabiduría infinita, amor eterno y bondad ilimitada; la dádiva que nos confió es el tesoro inexhausto de sus dones de naturaleza y de gracia: energías, talento, capacidad, agilidad, carácter, Redención, sacramentos, ejemplos, Evangelio, Iglesia... ¡Cuánto ha hecho el Omnipotente con el fin de enriquecer nuestras almas!

Cada día nos habla en la intimidad de la conciencia por la voz de las inspiraciones y por medio de los consejos y avisos de sus representantes. A cada paso nos ofrece promesas de perdón, de absolución y de misericordia.

Todo esto debiera crear en nuestras almas sentimientos de bondad y de compasión hacia nuestros deudores, semejantes a aquellos que resplandecen en la conducta de nuestro Señor para con nosotros. Y sin embargo, ¿qué es lo que acontece?

5. Ruindad del corazón humano. — Nosotros, que hemos sido tantas veces perdonados por Dios, somos miserables criaturas, tan poca cosa como nuestros deudores y tal vez peores que éstos. La distancia que media entre nosotros y Dios es infinita, y la que nos separa de nuestros deudores, insignificante. La suma que adeudamos a Dios es inmensa; la de los demás para con nosotros, insignificante, tal vez imaginaria. Sólo el recuerdo de estas diferencias nos habla de nuestra ruindad y de nuestra insensatez, puesto que somos tan exigentes para con nuestros prójimos, al mismo tiempo que experimentamos tanta indulgencia por parte de Dios. Nuestro corazón se parece bien poco al de nuestro Padre celestial. El nos perdona millares de veces, mientras nosotros somos incapaces de perdonar una sola vez a nuestros enemigos.

6. El castigo. — Por si estas consideraciones no hicieran demasiada mella en los corazones egoístas, la narración evangélica nos pone delante de los ojos el terrible castigo impuesto al administrador infiel y sin entrañas. "Fue entregado a los verdugos, hasta tanto que pagara todo lo que debía." Entregarlo a los verdugos valía tanto, como expulsarlo de su reino y encerrarlo en la cárcel, en medio de las tinieblas, donde imperan el llanto y el crujir de dientes.

Esta cláusula "hasta tanto que pagara todo lo que debía", es la más tremenda explicación de la eternidad malaventurada, reservada a los deudores insolventes de la justicia divina. De nada sirve argumentar sobre esta terrible amenaza, negando su realidad. La razón no halla el menor absurdo en ella. Si en el momento de la rendición de cuentas el hombre es hallado falto, y no puede presentar, como compensación de sus propias deudas, la penitencia por sus propios pecados y la compasión y misericordia hacia los propios deudores, la justicia divina se mostrará, tal como debe ser. Exigirá simplemente al hombre ruin y sin entrañas el pago completo de su deuda. Tal restitución, por la inmensidad de su cuantía, no podrá ser hecha por el culpable, máxime cuando el tiempo del arrepentimiento y del merecer ya pasó con la vida. Por eso la reparación de los derechos ofendidos de la justicia de Dios, no tendrá fin.

7. Apelemos a la bondad de Dios. — Felizmente para nosotros, la hora de la justicia no ha sonado todavía. Aun tenemos tiempo de apelar a la misericordia de Dios, que como buen Padre seguirá llamándonos hasta el fin con la suavísima voz de su misericordia.

Que la bondad sea una de nuestras grandes virtudes predilectas, a fin de que Dios se muestre con nosotros tan bondadoso, como nosotros con nuestros semejantes. Si ahora perdonamos, ahora y más tarde nos perdonará el Señor. Si hasta aquí hemos sido administradores indignos de los bienes que Dios nos ha confiado, sepamos al menos en adelante ser misericordiosos y compasivos con nuestros enemigos, y el juicio en que habremos de responder, será transformado en premio por la bondad infinita de nuestro Padre celestial.

Aprendamos a rezar de corazón la petición sugerida por Cristo: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores." En eso consiste todo. Porque Aquel que nos enseñó a rezar así, nos ha dicho: "Perdonad y seréis perdonados." "Con la misma medida que midiereis, seréis medidos." En nuestras manos está, pues, elegir la medida del juicio en que habremos de comparecer. Que la medida que elijamos sea amar, compadecer y perdonar sin medida.

(Tomado de "Salio el Sembrador… ", Tomo IV, Ed Guadalupe, Buenos Aires, 1947, Pag 489 y ss.).

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JUAN PABLO II

Audiencia General

Miércoles 21 de octubre de 1981

1. También hoy, en este grato encuentro con vosotros, queridos hermanos y hermanas, quiero hablar de nuevo sobre el evento del 13 de mayo pasado. Hablo de él nuevamente para recordar lo que ya fue pronunciado ese día ante Cristo, que es Maestro y Redentor de nuestras almas, y que fue dicho en voz alta y públicamente, el domingo siguiente, 17 de mayo, en la oración del Regina caeli.

He aquí lo palabras que hoy no sólo cito, sino que repito también, para expresar la verdad contenida en ellas, que hoy lo mismo que entonces es la verdad de mi alma, de mi corazón y de mi conciencia:

"Amadísimos hermanos y hermanas: Sé que estos días, especialmente en esta hora del ‘Regina caeli’, estáis unidos a mí. Emocionado, os doy las gracias por vuestras oraciones y os bendigo a todos. Me siento particularmente cercano a las dos personas que resultaron heridas juntamente conmigo. Rezo por el hermano que me ha herido, al cual he perdonado sinceramente. Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo. A Ti, María, te digo de nuevo: ‘Totus tuus ego sum’".

2. ¡El perdón! Cristo nos ha enseñado a perdonar. Muchas veces y de varios modos Él ha hablado de perdón. Cuando Pedro le preguntó cuántas veces habría de perdonar a su prójimo, "¿hasta siete veces?". Jesús contestó que debía perdonar "hasta setenta veces siete" (Mt 18, 21 s.). En la práctica, esto quiere decir siempre: efectivamente, el número «setenta" por "siete" es simbólico, y significa, más que una cantidad determinada, una cantidad incalculable, infinita. Al responder a la pregunta sobre cómo es necesario orar, Cristo pronunció aquellas magníficas palabras dirigidas al Padre: "Padre nuestro que estás en los cielos"; y entre las peticiones que componen esta oración, la última habla del perdón: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros las perdonamos" a quienes son culpables con relación a nosotros ("a nuestros deudores"). Finalmente, Cristo mismo confirmó la verdad de estas palabras en la cruz, cuando, dirigiéndose al Padre, suplicó: "¡Perdónalos!", "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 32, 34).

"Perdón" es una palabra pronunciada por los labios de un hombre, al que se le habla hecho mal. Más aún, es la palabra del corazón humano. En esta palabra del corazón cada uno de nosotros se esfuerza por superar la frontera de la enemistad, que puede separarlo del otro, trata de reconstruir el interior espacio de entendimiento, de contacto, de unión. Cristo nos ha enseñado con la palabra del Evangelio y, sobre todo, con el propio ejemplo, que este espacio se abre no sólo ante el otro hombre sino, a la vez, ante Dios mismo. El Padre, que es Dios de perdón y de misericordia, desea actuar precisamente en este espacio del perdón humano, desea perdonar a aquellos que son capaces de perdonar recíprocamente, a los que tratan de poner en práctica estas palabras: "Perdónanos... como nosotros perdonamos".

El perdón es una gracia, en la que se debe pensar con humildad y gratitud profundas. Es un misterio del corazón humano, sobre el cual es difícil explayarse. Sin embargo, quisiera detenerme sobre cuanto he dicho. Lo he dicho porque está estrechamente ligado al evento del 13 de mayo, en su conjunto.

3. Durante los tres meses que he pasado en el hospital, frecuentemente me venía a la memoria aquel pasaje del libro del Génesis, que todos conocemos bien:

"Fue Abel pastor y Caín labrador; y al cabo del tiempo hizo Caín ofrenda a Yavé de los frutos de la tierra, y se la hizo también Abel de los primogénitos de su ganado, de lo mejor de ellos; y agradase Yavé de Abel y su ofrenda, pero no de Caín y la suya. Se enfureció Caín y andaba cabizbajo; y Yavé le dijo: ¿Por qué estás enfurecido y por qué andas cabizbajo? ¿No es verdad que, si obraras bien, andarías erguido, mientras que, si no obras bien, estará el pecado a la puerta? Cesa, que él siente apego a ti y tú debes dominarle a él".

"Dijo Caín a Abel, su hermano: Vamos al campo. Y cuando estuvieron en el campo, se alzó Caín contra Abel, su hermano, y le mató. Preguntó Yavé a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Contestóle: No sé. ¿Soy acaso el guarda de mi hermano? ¿Qué has hecho?, - le dijo Él -. La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra..." (Gén 4, 2-10).

4. Me venía frecuentemente a la memoria, durante mis meditaciones en el hospital, este texto antiquísimo, el cual habla del primer atentado del hombre contra la vida del hombre - del hermano contra la vida del hermano -.

Así, pues, durante el tiempo en que el hombre atentó contra mi vida, era procesado y cuando recibía la sentencia, yo pensaba en el relato de Caín y Abel, que bíblicamente expresa el "comienzo" del pecado contra la vida del hombre. En nuestro tiempo, cuando este pecado contra la vida del hombre ha vuelto de nuevo y de un nuevo modo amenazador, mientras tantos hombres inocentes perecen a manos de otros hombres, la descripción bíblica se hace particularmente elocuente. Resulta aún más completa, aún más perturbadora del mandamiento mismo "No matarás". Este mandamiento pertenece al Decálogo, que Moisés recibió de Dios y que, al mismo tiempo, está escrito en el corazón del hombre como ley interior del orden moral para todo el comportamiento humano. ¿Acaso no nos habla todavía más de la prohibición absoluta de "no matar" esa pregunta de Dios dirigida a Caín?: "¿Dónde está tu hermano?". Y apurando la respuesta evasiva de Caín, "¿Soy acaso el guarda de mi hermano?", sigue la otra pregunta divina: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra".

5. Cristo nos ha enseñado a perdonar. El perdón es indispensable también para que Dios pueda plantear a la conciencia humana los interrogantes sobre los que espera respuesta en toda la verdad interior.

En este tiempo, cuando tantos hombres inocentes perecen a manos de otros hombres, parece imponerse una necesidad especial de acercarse a cada uno de los que matan, acercarse con el perdón en el corazón y, al mismo tiempo, con la misma pregunta que Dios, Creador y Señor de la vida humana, hizo al primer hombre que había atentado contra la vida del hermano y se la habla quitado, había quitado lo que es propiedad sólo del Creador y del Señor de la vida.

Cristo nos ha enseñado a perdonar. Enseñó a Pedro a perdonar "hasta setenta veces siete" (Mt 8, 22). Dios mismo perdona cuando el hombre responde a la pregunta dirigida a su conciencia y a su corazón, con toda la verdad inferior de la conversión.

Dejando a Dios mismo el juicio y la sentencia en su dimensión definitiva, no cesemos de pedir: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

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Ejemplos Predicables

Amor a los enemigos

— Santa Juana Francisca de Chantal fue un día gravemente ofendida por uno de sus colonos. Afirmaba éste, faltando a la verdad, que ya había pagado la renta que debía. Llevó su osadía hasta afirmar que la Santa había arrancado del libro de cuentas la página en que constaba el registro de su pago. El Barón de Thorens, yerno de la Santa, que presenció la escena, lleno de indignación, quiso castigar al insolente; mas la Señora de Chantal se lo impidió, exclamando: "¡Ah, hijo mío! ¿Qué sería de nosotros, si Dios nos castigara cada vez que tenemos la desgracia de ofenderle?"

Después, con calma y bondad angelicales, se dirigió al colono y le dijo: "¡Amigo mío, pórtate como debes!" Y trazó la señal de la cruz sobre la frente del desventurado. El pobre hombre quedó confuso, sin poder explicar lo que le pasaba. Hincóse de rodillas ante la Señora, conmovido por su bondad, y le pidió humildemente perdón. La Santa le dijo entonces: "De todas veras te perdono. ¿Crees que soy capaz de mentirle a Dios cuando le digo: perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?"

— El P. Mateo de Gruchy, mártir de la revolución francesa, hizo llamar, antes de su ejecución, al desventurado que le había acusado, y le declaró que le perdonaba de todo corazón.

El P. Miguel Pro, fusilado en Méjico, dijo al ir caminando hacia el lugar del suplicio: "No sólo os perdono, sino que os agradezco de todo corazón."

De San Atanasio, que sufrió seis veces la pena de destierro, pudo decir S. Gregorio Nacianceno, al hacer su oración fúnebre, que había tratado a sus perseguidores con tanta mansedumbre, que ellos mismos aseguraron no haber oído de sus labios la menor queja ni antes ni después de sus destierros.

—Aquí podéis aplicaros a vosotros mismos las palabras de S. Agustín: "Si éstos y aquéllos lo hicieron, ¿por qué no he de hacerlo yo también?" De seguro no pretenderéis engañar a Dios, cuando rezáis el Padre Nuestro...

H. S.

(Salió el Sembrador…- Tomo IV- Ed, Guadalupe, Argentina, 1947, Págs.497 y 500)

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CATECISMO

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, -"perdona nuestras ofensas"- podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".

Perdona nuestras ofensas...

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es posible para Dios".

... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).


20.

«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete»

En las relaciones humanas el perdón es y siempre será una necesidad, y en la Iglesia mucho más todavía. Nunca podremos hablar del amor verdadero si no hay perdón auténtico; no vale decir «perdono pero no olvido», porque eso no es perdón verdadero y nos hace indignos del perdón de Dios. En el ámbito de la política -ya que hoy el Evangelio nos habla de un rey y sus ministros- una de las armas más letales a disposición de los que luchan por el poder son los dossiers. Cuando un político o un partido tiene un buen paquete de dossiers sobre sus rivales cree tener un tesoro, o más exactamente un arsenal con armas de destrucción personal. Sólo tendrá que darlos a la prensa en el momento oportuno y habrá deshecho y aniquilado a su oponente. Quizás nosotros no hacemos dossiers elaborados, pero seguramente tenemos nuestros archivos con recuerdos que quizás sería mejor destruir. Hoy, la Palabra de Dios nos invita a quemar archivos y dossiers para que la vida del Evangelio sea realmente una vida nueva.

La parábola del rey y del ministro inmisericorde es muy aleccionadora. Probablemente el concepto de la deuda sería el de los impuestos que el ministro había cobrado en nombre del rey sin habérselos entregado, con lo cual no sólo debía dinero al soberano, sino que lo había defraudado, y en una cantidad no pequeña, ya que diez mil era la cifra máxima a la que llegaban las matemáticas hebreas de aquella época y el talento era la mayor moneda de todas, con un valor astronómico para aquel tiempo y para el nuestro; así pues, el ministro no sólo debía dinero, sino que había cometido una estafa; por eso, el perdón otorgado por el rey es más generoso y benévolo aún. Cien denarios, el sueldo que cobraba un jornalero en cien días, representaría una cifra alta para nosotros, que trabajamos y vivimos de un sueldo o de una pequeña pensión; pero era una cantidad insignificante para un ministro real. Ante el gozo de ser absuelto de su delito -la estafa- y de ver perdonada su deuda -diez mil talentos-, ¿no tendría que haber sido él más misericordioso y haber perdonado de corazón a su compañero?

Resulta fácil ver cómo se tendría que haber comportado el ministro de la parábola, también es fácil dar recetas de cómo deben obrar los demás; pero lo que Jesús nos dice es que cada cual ha de aplicarse la parábola en su vida. No podemos esperar el perdón de Dios si nosotros no estamos dispuestos a perdonar, si no, ¿por qué rezamos entonces el Padrenuestro? Decir a Dios: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» nos compromete mucho, pero hay que comprender que sin perdón no hay amor verdadero, y sin amor no hay vida. El odio y el rencor nos alejan de Dios, que es la fuente de la vida eterna.
 


20. Fray Nelson 1. El verbo "perdonar"

1.1 Las lecturas de hoy se centran en el tema del perdón. Una realidad que todos necesitamos pero que no todos nos senitmos capaces de otorgar a los demás. Seguimos, pues, en este día la enseñanza del verbo perdonar.

1.2 "Hagamos de cuenta que no ha pasado nada". Para muchos, esta es la fórmula de absolución propia para otorgar el perdón que se nos pide. Pero, ¿dice ella realmente lo que pretende? ¿Es humanamente posible prescindir de lo que realmente pasó y nadie puede negar que pasó? ¿Es esa la imagen que debemos tener del perdón divino?

1.3 Es verdad lo que dice Ezequiel: "Si digo al malvado: vas a morir, y él se aparta de pecado y practica el derecho y la justicia […] ninguno de los pecados que cometió se le recordará más" (Ez 33,14.16). Pero, ¿es que todo perdonar supone olvidar? La pregunta es difícil de responder.

1.4 Si uno dice con el refrán "yo perdono pero no olvido", normalmente eso significa que uno conserva a la manera de un arma el recuerdo de los defectos o errores ajenos, para poder enrrostrárselos cuando sea necesario. Un ejemplo típico es el del jefe que sabe cuándo recordar a su empleado cuántas veces ha llegado tarde, aunque cada una de esas veces le dijo sonriendo: "No se preocupe, Martínez, a todos nos pasa…". En este caso no había perdón, o mejor: sólo lo había de labios para fuera. Pero el dolor y el orgullo herido estaban ahí intactos.

1.5 Por otro lado, si uno dice que "todo perdonar es olvidar", ¿es creíble que una persona llegue de veras a perdonarse a sí misma? Si estaré perdonado sólo cuando olvide, ¿cómo perdonarme lo que yo sé bien que sí hice. Por eso parece más sensato separar netamente los verbos "perdonar" y "olvidar", sabiendo que alguna relación tienen, pero que no son siempre concomitantes.

2. Lo propio del perdón

2.1 En efecto, lo propio del perdón no es negar el pasado, sino superarlo, transformarlo, redimensionarlo, reconducirlo, recrearlo. Dios cuando nos perdona no padece amnesia, sino que da —regala— un desenlace distinto a lo que parecía perdido.

2.2 Hay un principio básico que hace posible el perdón: los actos humanos anteriores cobran sentido de los posteriores. Así por ejemplo, mil amabilidades para luego pedir un favor, no se llaman "mil amabilidades", sino "un favor"; pero lo contrario también es cierto, porque hay veces en que ningún ensayo de la orquesta suena tan bien como la presentación final: ésta, en ese sentido, justifica los intentos e incluso los errores que la han precedido. Se trata solamente de ejemplos, pero nos ayudan a ver.

2.3 El perdón, pues, no es prescindir de lo que pasó, sino hacer realmente posible que pasen cosas buenas y nuevas, sobre una base probablemente vieja y mala. No es simplemente que no se vuelva a repetir el mal, sino que se haga posible un bien que, si no hubiera habido ese mal, tal vez nunca se hubiera dado. Como se ve, lo más cercano al perdón es la creación y perdonar es ser ministro de una creación nueva. Pensemos en la samaritana perdonada y convertida de que nos habla el capítulo 4 del Evangelio según San Juan. El perdón que ella recibe la hacen testigo y apóstol de una noticia de gracia que ella no hubiera podido decir si no hubiera sido perdonada.

3. Pautas para poder perdonar

3.1 De acuerdo con todo ello, es posible ofrecer algunas pautas que nos ayuden a perdonar.

3.2 Partamos de un discernimiento: ¿qué clase de cosas son las que sana el tiempo? Hay personas que simplemente "sepultan" sus heridas, con la única consecuencia de que éstas se enconan e infectan y vuelven a salir a luz en peor estado. Otras personas, en cambio, piensan una y otra vez sus dolores, como recocinándolos, o como si quisieran beber y brindar un potaje de amargura. Por eso la pregunta: ¿qué clase de cosas sana el tiempo?

3.3 Podemos decir que han de darse tres condiciones para que el tiempo ayude a sanar una herida emocional: (a) Radical conciencia del poder inmenso del amor de Dios, como paciencia y providencia, como ternura y firmeza, como sabiduría y misericordia; (b) Inmensa claridad sobre los propios límites y sobre el hecho de que todos estamos hechos del mismo barro; (c) Profundo deseo de bendición, luz y sanación para todos los implicados en cada uno de los acontecimientos, de modo que aparezca y se realice toda y sola la voluntad de Dios.

3.4 Sobre esta base, perdonar significa: (a) Abrir los ojos ante los ojos de Cristo; secar las lágrimas y contemplar con una misma mirada el dolor y el amor de su Cruz; (b) Pedir el bien, anhelar la pascua, buscar y amar la luz; (c) Absolver —no en nuestro nombre sino en el nombre de Cristo—, y de inmediato pedir a Dios que dé sus bienes al que nos ha ofendido.

3.5 Feliz quien recibe perdón. Cien veces feliz quien aprende a perdonar.


21.Padre Mario Santana Bueno, diócesis de Canarias.

Todos hemos ofendido a alguien alguna vez en el camino de nuestra vida. Todos hemos sido ofendidos por alguien en nuestro caminar diario. Parece que esto va impreso en la condición humana. Nuestro hombre viejo convive muchas veces cómodamente con el hombre nuevo.

El tema de este Evangelio es el del perdón vivido desde la misericordia. Las personas podemos perdonar por muchos motivos: por resignación, para evitar mayores enfrentamientos, por presiones de otras personas… El perdón al que nos invita Jesús es el perdón desde la misericordia.

Pedro había entendido que hay que perdonar al que te ofende, que no hay que guardarle rencor ni pensar siquiera en vengarse de él, sino olvidar la injuria y volver a tratarle como amigo. Cree que es generoso al proponerle al Señor el número de veces que hay que perdonar al reincidente, le pregunta si siete veces son suficientes. Para los rabinos de la época tres era el número de veces que había que perdonar, la cuarta vez que te ofendiera la misma persona no estabas en el deber de perdonarle.

Cuando Pedro habla de siete veces está cogiendo el número de la perfección espiritual. Jesús le contesta hasta setenta veces siete; lo que quiere decir es que hay que perdonar siempre que el ofensor esté en disposición de ser perdonado.

Hay en las palabras del Señor una razón bastante explícita: no hay que llevar cuenta de las veces que hemos perdonado, si Dios llevase cuenta de las veces que nos ha perdonado, estaríamos perdidos. Hay que olvidar las veces que nos han ofendido y las veces que hemos perdonado.

Ante el perdón las personas se sitúan de distinta forma:

Hay unos que dicen: perdono pero no olvido. Esto lógicamente no es perdón humano y mucho menos cristiano. El recuerdo es fruto del pasado, la ofensa también y el dolor que te produce la ofensa lo revives una y otra vez mientras lo recuerdes. Tantas veces la Palabra de Dios nos habla de recordar las cosas grandes que Dios ha hecho por nosotros, pero nunca te habla de recordar la ofensa ni el dolor que ésta produce.

Otros afirman: yo le perdono, pero conmigo que no vuelva a hablar más… En realidad no es perdón, es una venganza que le retira el corazón y la palabra a quien te ofendió.

Alguno me dirá que esto del perdón podría valer en aquella época, pero que en esta con tanta y tanta violencia y terrorismo, con tantos asesinatos e injusticias más valdría volver al ojo por ojo y diente por diente…

Jesús nos anima a adquirir el hábito del perdón tal y como Dios hace con nosotros. El Señor vino a darle corazón al perdón humano, desde ahí, desde el corazón es desde donde debemos entender esta parábola que hoy escuchamos.

Para el perdón cristiano es muy importante tener conciencia de sentirse perdonado por Dios. Sólo en referencia a Dios encontramos sentido al perdón ante las dolorosas ofensas.

La enseñanza es bastante clara: sólo quien perdona a sus prójimos puede esperar el perdón de Dios. El que no está dispuesto a perdonar, demuestra que no tiene un corazón regenerado.

Cada pecado que cometemos es una deuda que contraemos con Dios. Todo pecador es un deudor insolvente.

La falta de compasión con los más débiles es un pecado, es una maldad tal y como nos lo recuerda el Evangelio de hoy.

El resumen de esta Escritura es claro: Debemos de perdonar de corazón. Dios mira el corazón; es ahí donde se fragua el pecado, es también en el corazón donde debe fraguarse el perdón.

* * *

  1. ¿Cómo vives en tu vida la presencia del pecado?

  2. ¿Eres una persona escrupulosa? ¿Por qué? ¿Qué haces por superarlo?

  3. ¿Perdonas con misericordia?

  4. ¿Qué ofensas no perdonarías nunca? ¿Por qué?

  5. ¿Cómo ofreces el perdón a los demás?