COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Sb/09/13-19

 

1. DUALISMO/BI  COR-BIBLICO:

Se compara el cuerpo humano a una tienda en donde habita el alma que medita. Y como su cuerpo, así son también de mezquinos y falibles los pensamientos del hombre. Pues el cuerpo es un lastre para su alma.

El dualismo antropológico que hace su aparición en este texto es de raigambre griega. El autor se sirve de él, ocasionalmente, para ilustrar lo que quiere decirnos: que el hombre terreno no puede elevarse por sí mismo al conocimiento de la voluntad de Dios. Por lo demás, la antropología bíblica difiere considerablemente del famoso dualismo platónico de tan funestas consecuencias en la espiritualidad cristiana. Pues en la Biblia la palabra central es "corazón". Con esta palabra se designa aquella unidad profunda de la persona humana que es anterior a cualquier distinción entre el alma y el cuerpo.

El hombre siente las limitaciones de su inteligencia incluso cuando se esfuerza en el conocimiento de las cosas más cercanas y familiares, de aquellas que están al alcance de su mano.

Con mayor razón siente su incapacidad cuando pretende llegar con su conocimiento a las cosas del cielo, que le son inaccesibles. De ahí que, para conocer los designios de Dios necesite que descienda sobre él el Espíritu de Dios (Cfr. 1Co/02/10-16).

La sabiduría (SB/DON) es un don de Dios. Evidentemente no se habla aquí de la sabiduría de los filósofos, de la sabiduría que nos hace doctos, o de la ciencia que nos "infla"; se habla de una sabiduría eminentemente práctica, de la sabiduría de la vida que conduce a la salvación integral. En este sentido, sabio es aquel que conoce la voluntad de Dios

EUCARISTÍA 1974, 51


2.

Contexto. Sb. 6-9 es un elogio que el autor hace de la sabiduría como medio indispensable para que los reyes y dirigentes de la tierra implanten la justicia con equidad (cap. 1-5). La sabiduría procede de Dios (7,25 ss.;8,3) y acarrea consigo bienes, riqueza, prestigio (8,5-16). Adquirir sabiduría no es una mera tarea intelectual teórica sino un saber para la vida: por ella los príncipes y nobles dan leyes y sentencias justas (Prov. 8,15 ss.), gobiernan con equidad sin cometer injusticias (6,4).

Como telón de fondo de este relato está la visión divina contemplada por Salomón en Gabaón. "Pídeme lo que quieras" le dice el Señor, y el monarca sólo pide sabiduría para poder gobernar a su pueblo. La sabiduría sólo se puede alcanzar (6,12-20) si se pide al Señor (7,7;9,1-18).

-Texto. Sb. 9, 1-18 es una oración, puesta en boca de Salomón, en la que se implora del Señor la sabiduría (como telón de fondo: cf. la visión de Dios en Gabaón). Es un trozo literario muy bien elaborado, dividido en dos secciones (1-6;7-18) y que sigue el esquema: invocación, petición, motivaciones y diversas consideraciones.

Salomón, como soberano, deseó con ansiedad la sabiduría para poder gobernar a su pueblo. El monarca israelita no nos imparte una clase de sabiduría, sino que reza para obtenerla ("dame", "envíala", "mándala": vs. 4.10). Además nos recuerda que la pueden alcanzar no sólo los reyes, sino todos los mortales (cap. 7).

Misión humana es dominar el universo (v.2;cf.Gn. 1,26 ss.) y en el dominio del hombre sobre la creación se revela la sabiduría divina. En esta misión, el hombre no puede obrar a su capricho sino que debe respetar, en sus relaciones con el mundo, el orden querido por Dios (vs. 2-3;Gn.9,3 ss.). Dejado a sí mismo, el mortal es débil y efímero (v.5), camina en oscuridad y tinieblas, no sabe discernir lo justo de lo injusto ni aplicar las leyes con equidad (v.13), desconoce el designio divino: lo que le es agradable, su voluntad (vs.9-12).

Basándose en la filosofía griega el autor establece la dicotomía cuerpo alma (1,4;8,19 ss.); el cuerpo no es malo, pero atado a su origen terreno (Gn. 2,7) tiene limitaciones para conocer (vs. 13-16), apetece lo transitorio frenando los impulsos de la mente a lo celeste (cf. Rm. 7, 14-25). El cuerpo es tienda terrestre (=efímero); todo hombre, incluso el de grandes cualidades (v.6), necesita la sabiduría divina: palabra creadora (v.2) y espíritu que lo salva todo (vs. 2. 17 ss; cf. 7, 22...); sólo ella conoce los designios divinos (vs. 5.9.) y goza de los atributos de Dios (7,22 ss.) entre los que se encuentra el de saber y comprender todo. Sólo adornado con ella, Salomón y cualquier mortal podrán cumplir con rectitud su misión. (cf. Alonso Schokel, L., Eclesiastés y Sabiduría en "Los Libros Sagrados", Madrid, 1974. Además puede consultarse: Vílchez J, Sabiduría en "La Sagrada Escritura", Madrid, 1967).

-Reflexiones.

Salomón, rey sabio, implora de lo alto el saber comportarse con sus súbditos, con el mundo. Salomón no enseña a nadie, sólo implora. Nuestros jefes lo saben todo y van dando lecciones por doquier sin admitir enseñanza alguna. ¿Quién es mejor gobernante? Salomón se siente incapaz de entender el derecho y la ley (v.5), y suplica saber comportarse. Nuestros jefes manejan las leyes con primor y citan de carretilla el Código, pero ¿saben comportarse con el pueblo?.

A. GIL MODREGO
DABAR 1989, 45


3.

Sabiduría 9 nos narra la oración de Salomón, plegaria libre basada en 1 Re 3. El orante llega a la conclusión de que, puesto que el hombre no puede conseguir dicha sabiduría por sí mismo, es preciso pedirla a Dios.

Esta pregunta sobre el designio de Dios es típica dentro de la corriente sapiencial tardía. Job construye toda su argumentación final a partir de ese pensamiento (cf. Job 38-41). La sabiduría que tiene relación con Dios, la experiencia de la fe, está por encima de las capacidades naturales del hombre. Ser hombre en plenitud es saber situarse en actitud de súplica a ese Dios hacia el que tendemos.

Hay que tener en cuenta que el libro de la Sabiduría es de corte humanista al estilo griego. Por eso emplea, como en este caso, un esquema típicamente griego (cf. Platón, Fedón, 66; Fedro, 247) para señalar la incapacidad humana de aspirar a lo más hondo en el plano religioso. Todo está ordenado a mostrar que Salomón es un sabio diferente a los anteriores: él no enseña la sabiduría, sino que reza para conseguirla. Actitud del verdadero sabio.

El autor acude a reflexiones muy simples que ya han sido ampliamente desarrolladas en libros como el Qohelet y Job. El trabajo del hombre viene a ser un afán estúpido si no se adereza con la confianza en Dios que da la sabiduría que puede salvarnos.

EUCARISTÍA 1989, 42


4.

El libro de la Sabiduría es una obra escrita por un judío, de lengua griega, en el siglo primero antes de Cristo. Hay en él un claro influjo de la lengua, costumbres y filosofía griegas con rasgos del pensamiento platónico.

El capítulo nueve o la oración de Salomón es el punto de enlace entre las dos parte del libro. La primera más filosófica y especulativa sobre la naturaleza de la sabiduría y la segunda que proclama la acción de la sabiduría de Dios en la historia del pueblo y en el éxodo. La primera desemboca en la oración de Salomón que introduce la reconsideración de la historia y manifiesta la experiencia de Dios en la historia.

El texto de hoy nos dice que la filosofía griega se funde con la historia y herencia de Israel. Los problemas del hombre y de sus relaciones con Dios se presentan desde una visión nueva. Este nuevo modo de ver deriva de la experiencia que Israel ha hecho de Dios en la historia. La salvación por medio de la sabiduría viene documentada en los capítulos 10-19. La visión griega, con las imágenes del cuerpo y del alma, nos lleva a la aceptación de los límites de la razón humana en orden a la posibilidad del conocimiento de Dios.

Terreno y celeste son dos elementos totalmente separados. En este supuesto la voluntad de Dios es inasequible. También la literatura sapiencial subraya la diferencia entre el pensar de Dios y el de los hombres. La voluntad de Dios no (VD/CONOCERLA) se conoce por esfuerzos intelectuales sino en la experiencia de la vida. Se acepta y no se hace problema del saber conocer teórico.

La finalidad de la sabiduría que salva al hombre es llegar a conocer la voluntad de Dios. Hoy estamos poco inclinados a reconocer los límites de la inteligencia, mas bien estamos fascinados por sus continuas conquistas. El texto bíblico nos habla de los límites de nuestro saber y nos dice que también los hombres tecnificados tienen motivos para pedir la sabiduría y el espíritu de Dios.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 17


5. /Sb/09/01-18

La plegaria de Salomón para obtener la sabiduría es la súplica ardiente de quien ha probado un don inefable y ha vislumbrado un plan que le supera por todas partes. Tiene sus raíces en la experiencia de Dios de un pueblo que ya ha recorrido un largo camino: «Dios de mis padres, Señor de misericordia, que todo lo creaste con tu palabra y formaste al hombre sabiamente para que dominara todas tus criaturas, gobernara el mundo con justicia y santidad y administrara justicia rectamente: dame la sabiduría entronizada junto a ti, no me niegues un puesto entre los tuyos" (vv 1-4).

Israel, el pueblo de Dios, tiene conciencia de que las líneas de su personalidad son las mismas que las del modelo que Dios ha empleado en el momento de planear la formación del hombre. Pero el hombre no puede realizar plenamente esta imagen si no conoce a fondo el plan de Dios. Salomón sabe por experiencia que el hombre es un ser mutilado y disminuido cuando confía sólo en sus propias fuerzas. Por eso pide a Dios que le envíe desde la atalaya del cielo su espíritu santo, la sabiduría que «conoce las cosas de Dios» (1 Co 2,11). Porque «los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles» (v 14). El hombre camina vacilante, con pasos inseguros como un niño, y a duras penas puede percibir los rasgos más salientes del designio de Dios sobre la humanidad. Jesús, imagen perfecta y visible del Dios invisible, ha mostrado con sus palabras y sus obras cuáles son las verdaderas dimensiones, individuales y comunitarias, del hombre. Para que nadie lo tomara por un teórico o un mero profeta invitó desde el principio a hombres normales y corrientes a formar parte de su grupo.

Tras formar ese grupo se dedicó a instruirlo sobre las líneas fundamentales del reino de Dios. De haber conocido a Jesús, Salomón no se habría preguntado: «Pues ¿qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere?» (v 13). La Palabra que al principio se dirigía a Dios y, por tanto, era Dios estaba con él y conocía sus obras, estaba a su lado cuando hizo el mundo (v 9). Esa misma Palabra se hizo hombre y nos ha revelado los aspectos desconocidos del designio de Dios. Jesús, lleno del Espíritu de Dios en el Jordán, da una respuesta definitiva a la pregunta sobre «quién conocerá tu designio si tú no le das la sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo» (v 17). Sólo el Espíritu Santo puede iluminar la concreción del designio de Dios para cada uno de nosotros y hacernos instrumentos aptos para su reino en medio de la sociedad en que vivimos.

RIUS CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 406 s.