COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Santiago 2,1-5

 

1.CULTO/POBRES.

El pasaje anterior de la carta de Santiago (Sant 1, 27) terminaba con una invitación a practicar la religión pura y sin mancha que socorre a las viudas y a los huérfanos. Pero el autor quiere pulsar el eco de esa actitud en las asambleas litúrgicas en cuanto tales.

Ya los profetas habían condenado un culto que no terminaba en una vida social equilibrada (Am 2, 6-7; Is 1, 23; Ez 22, 7): el Dios a quien celebra el pueblo ama a los pobres con un amor de predilección (Os 14, 4; Jer 5, 28; 7, 6); se requiere que el culto dé paso a esa predilección. Ahora bien: las asambleas cristianas dedican un lugar privilegiado a los ricos y ultrajan la dignidad de los pobres (vv. 1 y 5). Santiago condenará vivamente esa actitud que no respeta el espíritu de pobreza de la comunidad primitiva de Jerusalén (Act 2, 44; 4, 36-5, 11). Su pensamiento se centra en un concepto demasiado sociológico de la pobreza; las generaciones posteriores matizarán más el concepto de la pobreza espiritual y las iglesias paulinas en particular preferirán que pobres y ricos vivan juntos en armonía más bien que asignar a la pobreza la exclusividad de la salvación. Pero la idea esencial del autor no es tanto la defensa de esa pobreza como el nexo entre el culto verdadero y la actitud social de los participantes. Desde que el culto se ha espiritualizado, el nexo entre rito y vida es más estrecho que nunca y se introduce en el interior mismo de la liturgia.

El autor volverá sobre este mismo tema más adelante (/St/02/14-16): dirigir a los hermanos pobres el saludo litúrgico "id en paz" sin hacer nada para que esa paz sea real y concreta es ir contra las exigencias mismas del culto cristiano. Después de la cruz, en efecto, el contenido del sacrificio es la misericordia y el amor, y la bondad vale más que la ofrenda ritual (cf. Mt 15, 1-10; 23, 1-36). La liturgia de nuestras asambleas no ritualiza realmente el sacrificio del Señor sino en la medida en que está al servicio de los demás.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 38


 

2.

La carta se dirige a la comunidad que ya ha desviado el mensaje de Jesús. El autor les avisa la contradicción en que viven: mientras Dios ha puesto como condición del reino el rechazo a las riquezas y al poder (cf. Mt 6, 19-24; Lc 22, 24-30), para enriquecer a los que eligen la pobreza (cf. Mt 5, 3), la comunidad por su parte sigue contando con las riquezas como un valor.

Pero la mayor contradicción está en pretender compaginar la fe en Jesús con la discriminación de clases: la comunidad prefiere a los ricos y menosprecia a los pobres.

Queriendo conciliar Dios y las riquezas, continúa manteniendo las injusticias del mundo, con las que ha debido romper (cf. 1, 27); vive en el engaño (cf. 1, 22s). Prefiere a los ricos, olvida que la riqueza de la comunidad viene de Dios, que se ha hecho cargo de sus pobres (cf. Mc 10, 17-27): vive como si Dios no fuera su único Señor, y como si el mensaje fuera ineficaz por sí mismo. La afrenta a los pobres es afrenta a Dios y a su mensaje.

EUCARISTÍA 1988, 43


 

3. ACEPCION-PERSONAS/FE

El autor establece aquí un principio general: la fe en Jesucristo, el único Señor de todos los creyentes, no se compagina con la acepción de personas. Por lo tanto, no debemos estimar a los hombres por lo que aparentan o lo que tienen, sino por lo que son delante de Dios.

Y para que nadie se haga el sordo, aclara su pensamiento, con un ejemplo que bien pudo ocurrir entonces y que, desde luego, ocurre hoy, por desgracia, en nuestra iglesias. La acepción de las personas que se practica, no ya en el templo, sino en general en la vida de la iglesia, es un escándalo y un desconocimiento de Cristo, el Señor, que se ha identificado con los más pobres.

Los criterios del mundo son muy distintos de los criterios cristianos. La máxima del mundo es ésta: "Tanto tienes, tanto vales". Pero Jesús llamó bienaventurados a los pobres. Si halagamos a los ricos y despreciamos a los pobres, nos apartamos en la práctica de la verdadera religión (cfr. 1,27) y no somos ya discípulos consecuentes de Jesús.

Si Dios ha elegido a los pobres del mundo y los ha hecho herederos del reino ellos son los verdaderos ricos en la fe. Por lo tanto, no somos nosotros los que honramos a los pobres cuando los sentamos en un lugar preferente, sino que son ellos los que honran con su presencia nuestras asambleas litúrgicas. Los que aman a los pobres, aman a quien los ha elegido. Aman a Dios, y pueden esperar también las promesas del reino y sentarse con los pobres en el banquete del reino; pero tengamos cuidado en no confundir los "honores litúrgicos" (por ejemplo, el lavatorio de los pies a doce ancianos de un asilo el día de Jueves Santo) con el auténtico amor a los pobres. El trato que reciban los pobres en nuestras asambleas litúrgicas no puede ser otra cosa que el compromiso real de estar con ellos y luchar con ellos en otras asambleas en las que se ventila también el pan de la justicia; pues el rechazo de la acepción de personas dentro de la iglesia nos obliga a defender la igualdad en todo el ámbito de la vida humana.

EUCARISTÍA 1982, 41


 

4.

La carta de Santiago quiere un cristianismo de hecho. Tanto el comportamiento concreto de cada cristiano como las determinadas situaciones en el interior de la comunidad deben conformarse a las exigencias del mensaje. La fe no puede andar a su aire, debe legitimarse con una vida coherente.

El domingo anterior recordaba la coherencia entre la palabra y la vida. Hoy desde un caso concreto advierte de los peligros que la amenazan. Desde él no se quiere describir la situación de la comunidad. Se trata de un estilo polémico y en la polémica se toma un caso límite para expresar con claridad lo que se quiere decir.

Hay oposición entre el comportamiento de Dios y el del mundo. El estilo de los cristianos es inclinarse hacia el pobre, el débil, mientras el mundo se inclina hacia el prestigio social y el dinero. El cristiano no puede mezclar la fe y el favoritismo personal. Mientras se siga la lógica del mundo los débiles serán marginados, pero Dios está con ellos y las promesas que les han hecho empiezan a cumplirse en Cristo.

La palabra de Dios debe orientar a la comunidad hacia opciones sociales que sean coherentes para hacer creíble el anuncio de la buena nueva. La situación descrita no puede existir donde se proclame la predilección de Dios por los pobres. La acepción de personas anula la credibilidad del anuncio en el que "ya no cuenta ser judío o gentil, esclavo o libre", Ga 3, 28. El servilismo ante los poderosos demuestra la propia incoherencia.

Para una aplicación concreta a las situaciones actuales hay que recordar que los ricos equivalen a los "influyentes". Ante Dios no podemos presentar méritos. El reino de Dios no se compra. Hemos sido llamados.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 17


 

5.

Los pobres, herederos del Reino (Sant 2, 1-5)

Pienso que sería difícil disimularlo: si Santiago empieza el capítulo segundo de su carta de esta forma, no es por moverse en lo abstracto, sino para responder a situaciones actuales en su comunidad. En su comunidad judeo-cristiana ha experimentado el hecho de la acepción más o menos consciente de personas, junto con la vaga sospecha de una falta al ideal cristiano. Se ha llegado, ciertamente, a mezclar la consideración de las personas con la fe en Jesucristo. Y ello ha debido de ocurrir incluso en la celebración litúrgica; el "por ejemplo" es diplomático y artificial. Se han dado, por lo tanto, juicios basados en falsos valores. Dios ha elegido a los que son pobres a los ojos del mundo, escribe Santiago, tal como Pablo lo hacia en la 1ª carta a los Corintios: "Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte" (1 Co 1, 27). Todo el Antiguo Testamento habla constantemente del tema de la pobreza, y los profetas no dejan de vituperar el desprecio del pobre. La misma preocupación se encuentra ahora en el evangelio, donde el "¡ay de vosotros, los ricos!" y el "bienaventurados los pobres" resuenan como una solemne y ardiente oposición de todo el evangelio. No obstante, ser pobre o rico no constituye un criterio de juicio; el único criterio es el amor. Los que hayan amado al Señor serán herederos del Reino prometido, porque a todos los ha hecho ricos en la fe. La verdadera riqueza es la fe, y la condición de entrada en el Reino es el amor.

A todos se nos interroga sobre los criterios de nuestros juicios de valor con respecto a las personas con las que tenemos que tratar.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 123


 

6. /St/02/01-13

La fe en el Señor Jesucristo es incompatible con la acepción de personas. Y no sólo porque las apariencias engañan, sino por un principio de sabiduría cristiana, consciente de la imprudencia que encierra cualquier juicio -aunque sea laudatorio- de una persona. Para el creyente, el hombre no es ni más ni menos que eso: un hombre. Y todo hombre, cualquiera que sea, es lo que es a los ojos de Dios y no lo que puede parecernos a nosotros. La caridad cristiana, por su propia naturaleza, exige ir más allá de las diferencias aparentes, reconociendo que todo hombre es persona y, por tanto, un misterio inaccesible.

De esta forma el creyente obedece al realismo de la inteligencia, al que lleva la enseñanza de la fe. Las preferencias naturales pueden redundar en detrimento de la caridad. El «amarás al prójimo como a ti mismo» sólo puede hacerse realidad en la decisión de amar al otro, sea como sea y por encima de cualquier antipatía particular. Así, distinguir entre ricos y pobres -aunque siempre haya habido ricos y pobres y no hayan recibido el mismo trato en la comunidad de creyentes- es algo que no se puede compaginar con la fe. De hecho, la palabra que habla de Dios proclama también su predilección por los pobres, a los que enriquece y hace herederos de su reino.

La alusión del texto de hoy a la tiranía de los ricos y a sus blasfemias podría referirse a una situación circunstancial, particularmente escandalosa, del pasado. Pero el razonamiento de Santiago no se apoya en hechos semejantes, sino en la comprensión del hombre y de la vida a que le lleva la palabra de «la ley regia», que es totalmente nueva para quien se deja llevar por las apariencias. Quien ha escuchado esta palabra es libre para hacer caso o no.

La misericordia, que protege en el juicio, es un sentimiento operativo de la inteligencia. «Porque el juicio será sin misericordia para quien no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio» (v 13).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 531 s.


 

7. lectura: . ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?

La carta de Santiago no es un tratado sistemático como, por ejemplo, la carta a los Romanos. Es más bien un conglomerado de consejos prácticos, sin demasiada conexión entre ellos, pero que afectan a la vida concreta de las comunidades cristianas de todos los tiempos.

Nuestro fragmento trata el tema de la acepción de personas. Lo hace en el conjunto de 2,1-13 en el que entrelaza la fe y el amor al prójimo con su expresión concreta. Este amor al prójimo, centro de toda ley (cf. Lv 19,18 y Mt 22,39), queda gravemente dañado en los favoritismos dentro de la comunidad.

La acepción de personas, o favoritismos, es ya criticada repetidamente en el AT (cf. Lv 19,15; Dt 10,17; Mal 2,9; Salmo 82,2) como actitud contraria a la santidad y a la misericordia divinas que afectan por igual a toda la humanidad. El autor de la carta pone un ejemplo tomado de las asambleas litúrgicas de la época: el rico suele ser acomodado mejor que el pobre. Los ricos son frecuentemente criticados en los textos proféticos, que optan decididamente en favor de los pobres (cf. Am 4,1; Jr 5,26-31; Ez 22,6-13; Zac 7,10; etc.) y lo mismo hace el NT (cf: Mt 5,3;1 Co 1,26-28; Ap 2,9). Dios opta en favor de los pobres.

Los favoritismos se dan en nuestras comunidades y en nuestros despachos parroquiales a causa de la clase social, la preparación cultural, la práctica religiosa, la colaboración a la parroquia, la simpatía personal ... Y el autor de la carta nos llama, sencillamente, inconsecuentes.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 11, 50