31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXII - CICLO C
25-31

 

25. DOMINICOS 2004

Agosto está yéndose. Con el mes, el tiempo de excepción del año en el hemisferio norte, el tiempo de vacaciones de quienes han tenido la suerte de disfrutarlas Aunque el calificativo más común que se aplica a “vacaciones” es el de “merecidas”, no son pocos, quienes, mereciéndolas bien, no las disfrutan. Posible es que algunos las disfruten sin merecerlas.

En este domingo último de agosto la palabra dominical nos invita a una bella e inteligente actitud que hemos de mantener en la relación social: no buscar los primeros puestos, no pretender ser más o tener más; sino tratar de estar a la par con los demás, o, incluso, dejar que el otro levante la cabeza sobre nosotros.

No se trata de simple educación: “usted delante”, ni de falsa humildad, “yo el más grande los pecadores“; tampoco, como podía dar a entender una lectura rápida del texto evangélico, de pura estrategia: abajarse para que te encumbren.

Se trata de situarse en el lugar que a uno le corresponde, ante Dios y ante los demás. Eso es la humildad. Ante Dios, su criatura, pero criatura amada; ante los demás, como compañeros de camino, que Dios me da para amar, no para juzgar ni para engrandecerme ante ellos.


Comentario Bíblico

La verdadera humildad como generosidad y condescendencia
Iª Lectura: Eclesiástico (3,19-21.31.33): La humildad para dejar vivir a los otros
I.1. Este domingo se nos presenta enmarcado en planteamientos muy humanos de la vida; se propone a la comunidad la praxis de la humildad, una de las virtudes que menos estima recibe en este mundo de competencias infernales, de luchas a muerte por los primeros puestos, por las grandes producciones, por los estilos arrogantes de comportamiento. Quien carezca de este estilo, hoy, parece que no tiene futuro.

I.2. La primera lectura , del Sirácida, es una colección de dichos y refranes de sabiduría, como casi todo el libro, en que se hace el elogio de la humildad, la reflexión y la limosna. Si tienes conciencia de ser grande, de valer algo, procura manifestarte ante los otros con humildad. Es una virtud ésta, no para aparentar lo que no se es, sino para no apabullar a los otros.


IIª Lectura: Hebreos (12,18-19.22-24):
II.1. Se prosigue con la alta teología de la carta a los Hebreos sobre la fe. Esta exhortación fervorosa se dirige a una comunidad judeo-cristiana que está pasando por un mal momento, por dificultades internas y externas, pone de manifiesto la obra redentora de Cristo, el Sumo Sacerdote, en comparación con la liturgia, ya muerta e irreversible, del antiguo templo de Jerusalén. Ahora la liturgia que se propone es de tipo celeste, vital, existencial.

II.2. Se quiere subrayar que la comunidad cristiana, llamada a la santidad, no tiene que tener miedo, porque puede entrar en el misterio de la santidad divina, ya que Jesucristo ha hecho posible que nuestros pecados se borren. No tenemos que tener miedo a la santidad (como les sucedía a Moisés y a los israelitas en el Sinaí frente a la santidad de Yahvé). Ahora con Jesucristo, la santidad de Dios es cercanía, misterio curativo que humaniza la misma religión. Los ángeles, los cielos, la Jerusalén celeste, son los signos para hablar de una experiencia que no debemos perder de vista, una nueva alianza.


Evangelio: Lucas (14,1.7-14): La humildad ofrece dignidad a los otros
III.1. Nos encontramos con dos parábolas del buen comportamiento en la mesa. El texto de Lucas está bien construido. En la primera, Jesús se dirige a los comensales a propósito del puesto que deben ocupar cuando son invitados (vv. 7-11) y en la segunda se dirige a quien invita para que haga una buena elección de los invitados (vv.12-14). Claro, que nada es lógico en estas parábolas, porque sucede que cuando somos invitados nos gustaría ser de los principales; y cuando invitamos nos gustaría hacerlo teniendo en cuenta la importancia de los mismos. No es eso lo que se propone en este conjunto, que toma la “mesa” como símbolo casi religioso. Las famosas “comunidades” fariseas (havurah/havurot, de haver, amigo), tenían cuidado de no invitar a nadie que no cumplieran con normas estrechas de comportamiento, de preceptos, de comidas kosher, etc.. No era admitido cualquiera a estas havurot. Por eso tiene mucho sentido las propuestas “alternativas” de Jesús a los suyos. En la mesa se compartía amistad e ideas, y por eso tenía tanta importancia.

III.2. El evangelio, como ya se ha puesto de manifiesto, se nos propone la humildad. ¿Por qué, para ser un buen seguidor de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? ¿No es una falsedad aparentar lo que no se es? Aquí no cabe otra explicación que el mismo misterio de la condescendencia divina, que siendo poderoso, se ha hecho como uno de nosotros. La parábola de los primeros y los últimos puestos en un banquete le sirve a Jesús para poner de manifiesto la humildad. El marco de esta parábola es la de un sábado en que Jesús es invitado a casa de un fariseo. Los fariseos, sus escribas, no gozan de buen nombre en el evangelio (Lc 20,46-47). ¿No es bueno aspirar a ser el primero, el mejor, el más perfecto? Si lo miramos desde la perspectiva de los deportistas en las Olimpiadas parecería que no es muy acertada la proposición de Jesús, aunque hoy sabemos que solamente gana uno; y muchos deportistas nos dan la lección de que es tan importante participar como ganar.

III.3. De alguna forma este ejemplo lo podíamos aplicar a la vida cristiana: todos valen en una comunidad, todos tienen algo positivo, todos tienen algo bueno. No importa ser los primeros si ser el primero nos lleva a ser arrogantes e inmisericordes. Por eso la segunda parábola de la lectura de hoy pide que no invitemos o compartamos nuestra amistad con los que nos van a pagar, sino con aquellos que no pueden responder a nuestra generosidad. Y es que el tema de la humildad, cristianamente hablado, se resuelve en la generosidad. El que es humilde es generoso, misericordioso con los otros. Esa es la razón por la que la humildad cristiana es actitud sabia y principio de amor.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía
Jesús y los fariseos.

Sin duda el enfrentamiento más duro que Jesús encuentra en su misión evangelizadora es el que mantiene con los fariseos. Enfrentamiento sí, pero entre personas que se encuentran, que dialogan, discuten , “se buscan las cosquillas”; pero que no son indiferentes entre sí; como se dice ahora, ni Jesús “pasa” de los fariseos ni éstos de Jesús. Así de vez en cuando Jesús acepta invitaciones de ellos a sentarse a la misma mesa. Como también come con publicanos y pecadores, según la acusación que los fariseos le hacen

Pero la invitación no implica que la consideración debida al anfitrión le obligue a callar ante actitudes no “evangélicas”. Además del evangelio de hoy se puede ver el episodio de la invitación que le hace el fariseo Simón a comer, (Lucas 7, 36-49). La cortesía no le quita hablar con valentía, estableciendo diferencias entre los fariseos y el modo de actuar que desea para sus seguidores.


La búsqueda de los primeros puestos

Con frecuencia hablamos de nuestra sociedad como sociedad esencialmente competitiva. Competir en política o en economía o incluso en religión es buscar los primeros puestos. Buscar los primeros puestos no consiste simplemente en ser más, sino en ser más que el otro, situarse por encima del otro. Creo que eso es exigencia de la sociedad. Pero no es exclusivo de nuestros tiempos. Es propio de la condición humana. El primer pecado consistió en querer ser tanto como Dios o más que él; el segundo el de Caín, en querer estar por encima de Abel. La historia de la humanidad está marcada por la sangre derramada por ser más, o tener más que el vecino. Como sabemos, ni los discípulos de Jesús se libraron de esa búsqueda de los primeros puestos en el Reino de Dios. Los evangelistas nos lo atestiguan.


Sólo se es grande cuando se sirve.

Servir es la gran palabra. Sucede que hemos deteriorado su significado y creemos que servir es lo propio del siervo, del esclavo. Y no, es lo propio del libre. Del que entiende su vida como servicio a Dios y a los demás.

Servir es vivir saliendo de sí, haciéndose útil al otro, y, por lo tanto, dando sentido a la propia vida. Vivir no es ser parásito que vive a cuenta de que los demás le sirvan, le alimenten. Quien fija así el objetivo de su vida, la malgasta, “no sirve para nada”.


Servir desde la igualdad.

No se trata de buscar servir sólo desde el poder, político o económico o intelectual o religioso. Eso es bastante común: servir, pero dejando claro quién ocupa los primeros puestos, quién es más.

Tampoco se ha de servir desde la actitud de quien no sirve para nada, se juzga inútil o desecho humano. No, se sirve desde nuestra dignidad de personas e hijos de Dios. Somos “siervos inútiles” sin la gracia de Dios, pero ésta se derrama abundante en nosotros. Nunca Jesucristo, que vino a servir no a ser servido, prescindió de lo que era; aunque eso sí, como dice Pablo, “no hizo alarde de su categoría de Dios”. Se declaró el Hijo del Hombre, una misma cosa con el Padre. Esto último en el momento en que se rebaja, como relata Juan, a lavar los pies de sus discípulos para mostrarles prácticamente cómo tenían que ser servidores unos de otros. .


Servir a los que quizás no pueden corresponder.

Es lo que se indica cuando Jesús manifiesta que se invite a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. La grandeza está en el servicio, no en el pago que consigas por él. La grandeza y la felicidad: “dichoso tú porque no pueden pagarte”, dice Jesús. Las dos expresiones más agradables de oír son: “te quiero” y “me has ayudado”. Nada puede ofrecer más felicidad a una persona que saberse querido y que ha servido eficazmente a otro. (Felicidad que es compatible con la de amar y la de dejarse ayudar. Pero esto es otro asunto, que alargaría la homilía).

Fray Juan José de León Lastra, O.P.
juanjose-lastra@dominicos.org


26. SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO 2004

El texto de hoy se inserta dentro de la sección del evangelio en la que Lucas cuenta las incidencias durante el camino de Jesús hacia Jerusalén.

Esta sección consta de tres partes: a) preámbulos del viaje (9,51-10,24); b) parte central (10,25-18,30) y c) subida a Jerusalén (18,31-19,46). El centro de toda la sección está en 13,31-35, escena en la que Jesús llora por la ciudad y la denuncia por su infidelidad:

31En aquel momento se acercaron unos fariseos a decirle:

-Vete, márchate de aquí, que Herodes quiere matarte.

32El les contestó:

-Vayan a decirle a ese don nadie: "Yo, hoy y mañana, seguiré curando y echando demonios; al tercer día habré acabado".

33Pero hoy, mañana y pasado tengo que proseguir mi camino, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén.

34¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca a sus pollitos bajo las alas, pero no han querido!

35Pues miren, su casa se les quedará vacía. Y les digo que no volverán a verme hasta el día que digan: "¡Bendito el que llega en nombre del Señor! (118,26)"

En los preámbulos (9,51-10,24), Jesús nombra a los setenta discípulos, de origen samaritano, que se constituyen como un grupo alternativo al de los doce; en la parte central (10,25-18,30), Jesús instruye a sus discípulos y a las multitudes sobre las características del reinado de Dios y los previene contra sus adversarios, los fariseos; esta sección es como un largo camino-éxodo, semejante al de Israel por el desierto (Dt 10,1-18,14); la subida a Jerusalén (18,31-19,46) comienza con la tercera y última predicción de Jesús de la muerte-resurrección, hecha a los Doce, y termina con la entrada de Jesús en Jerusalén y denuncia del templo, como “cueva de bandidos”.

Esta denuncia del templo provocará la confrontación final de Jesús y su muerte, pues, al terminar Jesús de denunciar el templo, el evangelista comenta:

19, 47Todos los días enseñaba en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes y los letrados trataban de acabar con él, y lo mismo los notables del pueblo, 48pero no encontraban modo de hacer nada, porque el pueblo entero lo escuchaba pendiente de sus labios.

La sentencia está ya, por tanto, dictada; sólo queda ejecutarla. El enfrentamiento de Jesús culmina en su muerte; pero su éxodo, ese viaje hacia Jerusalén, no acaba en la cruz, como prueba de su fracaso, sino en la tierra prometida de la resurrección, al tercer día, que evidencia el triunfo de Dios en Jesús. Este camino de Jesús hacia la muerte es el paso definitivo hacia la vida, que confirma que Dios estaba con él, llenando de razón su existencia y negando la sinrazón de los líderes del sistema judío que habían convertido el templo en una cueva de bandidos (palabras que son cita de Jeremías 7,11; cf. Is 56,7), lugar adonde iban a encontrar seguridad y refugio quienes llevaban una vida en desacuerdo con la verdadera voluntad de Dios: el servicio y la entrega a los demás por amor. Los jefes del pueblo se habían convertido en sus opresores.

Comentario:

Es humano el afán de ser, de situarse, de estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad de “idiotez”. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado, a veces, de “tonto” en este mundo tan competitivo.

En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.

Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y coloque a cada uno en su lugar.
El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último puesto. Lección magistral del evangelio que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.

No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des” y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.

Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»

Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres”! que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”

Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en la primera, del libro del Eclesiástico se dan consejos de sentido común: la conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne, menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios. Para llegar a Dios, los cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único sendero que debe practicar la comunidad cristiana. El se ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para que no haya últimos, para que no haya quienes estén arriba y abajo, como Jesús se propuso. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo.

Para la revisión de vida

-¿Qué maneras conscientes o inconscientes tiene mi corazón para llevarme a buscar "los primeros puestos"?

-Cuando invito, incluso cuando me doy a mí mismo, ¿lo hago pensando -consciente o inconscientemente- en la recompensa que me podrán devolver?

-En definitiva: ¿soy humilde y gratuito? ¿Tengo mi esperanza puesta en "la resurrección de los justos", como dice Jesús?

Para la reunión de grupo

- Los dos temas que la Palabra de Dios ofrece hoy para la reunión de grupo podrían ser la humildad y la gratuidad.

- La humildad: ¿Qué es realmente? Diferenciarla del apocamiento, del complejo de inferioridad, de la timidez, de la falta de autoestima... ¿Cómo conjugarla con la verdad, con la legítima aspiración a ser más, con la sana rebeldía?

- La gratuidad: significa un salto cualitativo del ser humano sobre el egocentrismo inscrito en nuestros instintos animales. Y el evangelio lo potencia al máximo. El amor es verdadero sólo en la medida en que es gratuito. Toda "comercialización" o búsqueda de recompensa en el amor es su destrucción. ¿Cómo vivirla en un tiempo donde todo se compra y se vende, donde la rentabilidad es un valor central, y donde la beneficencia o la donación es considerada como negativa para el desarrollo...?

Para la oración de los fieles

- -Para que la vida interna de la Iglesia sea una muestra de la búsqueda del mayor servicio y no del mayor honor o poder, roguemos al Señor...

- -Para que la "jer-arquía" (poder sagrado) sea entendida en cristiano más bien como "iero-dulía" (servicio sagrado)...

- -Para que seamos capaces de poner nuestro corazón y nuestro tesoro en los verdaderos valores, los que resisten hasta la "resurrección de los justos", hasta la victoria de la Justicia...

- -Para que el evangelio desafíe en nosotros a la ideología neoliberal que todo lo compra y lo vende, sin dejar espacio a la gratuidad y el amor generoso...

- -Para que eduquemos nuestra mirada y nuestro corazón, de forma que seamos capaces de gozarnos en los valores gratuitos, allí donde otros pueden ver sólo pérdida de ocasiones de lucro...

Oración comunitaria
Dios Padre y Madre, que por puro amor gratuito nos has creado y nos has regalado también gratuitamente la Vida. Danos un corazón grande para amar, fuerte para luchar y generoso para entregarnos a nosotros mismos como regalo a tu familia humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que entregó su vida generosamente por nosotros como el camino que hemos de seguir para llegar hasta ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.


27. I.V.E. 2004

Comentarios Generales


Eclesiástico 3, 19- 21. 30- 31:

El Sabio nos anima a buscar y a practicar la humildad. Se trata de una disposición en el alma para con Dios y para con el prójimo. Para con Dios es plegarse a su voluntad; para con el prójimo se traduce en dulzura, amabilidad, benignidad, paciencia, etcétera:

- Quien ante el Señor se presenta y actúa con humildad halla gracia a los ojos de Dios; y es bendecido y amado de los hombres, especialmente de los sencillos y humildes (17- 20).

- El orgulloso, por el contrario, no tiene remedio para sus males; el pecado tiene en él raíces muy hondas. Y ya incapaz de reconocerse pecador, rechaza toda medicina que podría curarle (28). El humilde, empero, está siempre oído atento; y siempre aprende (30).

-Estas normas de sabiduría alcanzan en Cristo no sólo confirmación, sino plenitud y elevación. Jesús en su programa de la “Bienaventuranzas” coloca la pobreza y humildad como las disposiciones básicas que han de cultivar sus seguidores (Mt 5, 3. 4). La humildad nace y crece en clima de pobreza y desafección, así como el orgullo engorda en clima de riqueza y avaricia.

Hebreos 12, 18- 19. 22- 24:

A todo lo largo de la Carta a los Hebreos se han puesto frente a frente la Antigua Alianza y la Nueva. En los versículos que hoy leemos se vuelve por última vez a esta confrontación:

- A la Antigua se la denomina Alianza del Sinaí. Los fenómenos físicos que acompañan aquel acontecimiento dejan a todos sumidos en el temor y espanto. El mismo Moisés exclama: “Espantado estoy y estremecido” (21). En efecto, aquellas llamas y truenos, aquella hórrida tempestad, aquellas densas tinieblas, escenario de la Alianza del Sinaí, eran signo de que nos hallamos aún en una Alianza de temor, concertada entre Dios y un pueblo que tiene aún espíritu de siervos.

-A esta Alianza del Sinaí, provisional y umbrátil, sucede la Nueva eterna Alianza (= Sión Nueva). La belleza y riqueza de esta Alianza muestran su evidente y comparable superioridad frente a la Antigua. En la Nueva: Somos familia de Dios, hermanos de los ángeles (22); ciudadanos ya del cielo por derecho, pues vivimos en el Reino de Dios nuestro Padre (23); Cristo es en esta Alianza el Mediador y Abogado; su Sangre es nuestra expiación; y su Palabra es nuestra luz (24). Vivir en la Sión “celeste” significa, en contraposición a la Jerusalén “terrena”, que la Nueva Alianza lo es de gracia, de amor, de santidad, de filiación y vida divina. Y, por lo tanto, la Antigua, no obstante su esplendor, era sólo carnal, material, humana, terrena, impotente, umbrátil, prefigurativa, provisional, caduca. La Nueva, empero, es espiritual, viviente, divina, poderosa, verdadera, real, eficaz, definitiva, eterna (cfr. Heb 8, 1- 13). Querer retornar al culto y prácticas de la Antigua Alianza sería pasar de la luz a la noche. Querer detenerse en la Antigua Alianza sería inmovilizarse y petrificarse en el camino sin jamás llegar a la meta: “El fin de la Ley (= Antigua Alianza) es Cristo” (Rom 10, 4). Es la fe en Cristo la que da Salvación a cuantos creen en Él.

-San Pablo, que fue fervoroso fariseo y, por tanto, entusiasta en el amor y cumplimiento de la Ley, hace varias veces el cotejo de la Vieja y Nueva Alianza. En la segunda Carta a los Corintios las contrapone como Alianza de la letra y Alianza del Espíritu. La economía de la Ley es economía de la letra, de pecado, de muerte, de servidumbre, de condenación. Es decir, dicta leyes pero no da gracia. Con ello no hace sino multiplicar y agravar el pecado. La economía del Espíritu es economía de gracia, de vida, de salvación, de filiación de confianza. Y concluye: “Tanto, que podemos decir que la gloria de la Antigua no fue tal ni merece nombre gloria, en comparación con esta incomparable gloria de la Nueva. A la verdad, si lo efímero tuvo gloria transitoria mucho más lo perdurable tendrá su gloria sin ocaso” (2 Cor 3, 10). ¡Cuán gloriosa la Nueva Eterna Alianza! Su gloria bien que velada mientras somos peregrinos, es divina y eterna.

Lucas 14, 1. 7- 14:

Jesús insiste en una lección muy importante y la propone en el estilo que le es peculiar: la parábola:

-Jesús aprovecha la oportunidad de un convite. Su intención no es dar normas de urbanidad social, sino de conducta religiosa. En particular quiere enseñar a los que en el Reino Mesiánico van a desempeñar cargos de presidencia y gobierno. Lo normal entre los hombres es la lucha por escalar los primeros puestos; y una vez alcanzados vivir en ellos en ostentación y fausto. En el Reino Mesiánico la autoridad debe ser humilde y servicio de amor. Quienes no se guíen por esta norma de Cristo se encontrarán con la sorpresa de que a la hora del juicio ellos pasarán a ser los últimos, mientras los que acá fueron acá servidores humildes ocuparán los primeros puestos.

-Otra lección interesante del maestro es la rectitud de intención con que debemos proceder en cuanto hacemos. Si al prestar a otro un servicio buscamos su gratitud y que nos lo retorneál a su vez, no damos, sino que exigimos; no ejercitamos la caridad, sino el egoísmo. De ahí la enseñanza de Jesús: “Cuando prepares un banquete invita a los mendigos, mutilados, cojos, ciegos.” Estos no pueden recompensártelo. Te lo premiará el Padre (14).

-El premio pleno se nos dará en la resurrección (14b.). Será premio para el alma y para el cuerpo; y será premio que se nos dará en presencia de todos. Esta perspectiva de la escatología final en nada minusvaloriza el premio de la escatología intermedia en la que goza ya el alma que, purificada, entró ya en la visión de Dios.


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SAN JUAN DE ÁVILA


La humildad alcanza la misericordia
a) Dios lo impone a nuestra naturaleza

“No sé si habéis caído en la cuenta... en cuánto cuidado está puesto nuestro Dios por nosotros. Púsonos... tanta inclinación para subir, que no nos contentamos aunque subamos hasta los cielos. Todos queremos subir. Y ansí veréis que tan descontento estáis después de haber subido a una deseada dignidad como antes. Y, aunque subieses a ser señor de todo el mundo, no te hartarías de subir; tan descontento estarías como si no tuvieses nada. Y ansí, aunque fueses señor de los ángeles y de los cielos, no estarías contento si no subieses a ver a Dios. Fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te (San Agustín). Y en tanto es necesario subir a hasta alcanzar a Dios, que o lo has de alcanzar, o sérate necesario bajar hasta el infierno a pasar tormentos eternos”

b) Lucifer y el hombre caen al subir

“Allá quiso Lucifer subir, y aunque recio de cabeza, aunque tan excelente, como sea tan peligroso el subir, no acertó... Desvaneciósele la cabeza y cayó y no paró hasta dar en lo profundo del infierno. Y de tan excelente criatura es el más malaventurado que Dios crió ni criará. Ya allá a aquellos buenos de nuestros padres díjoles el demonio: Seréis como dioses... (Gen 3, 5), y, como quisieron subir, dieron tal caída, que dieron con todos nosotros en el lodo”.

c) Es negocio que exige toda nuestra atención

“Y, Señor, pues que hemos de subir y hay tanto peligro en subir, ¿qué remedio para que acertemos a subir? ¿No os parece que, pues tanto va con el negocio, que debemos de subir hasta tener a Dios? Que, si no lo tenemos, aunque seamos señores del cielo y de la tierra y de los ángeles, somos malaventurados. ¿No os parece en qué tan gran cuidado nos ha puesto Dios?...

Ansí ha de hacer el cristiano, que, si tiene tantico seso y se para a pensar el negocio que tiene entre sus manos, no es posible sino que muchas veces pierda el sueño y en medio de la comida se le pare el bocado en la boca, y en medio de los placeres se pare pensativo y diga: “Vete, mundo; vete y no me pidas que me pare a holgar, reír ni jugar, que no me vaga hasta que se dé por mí la sentencia y diga mi Dios: Ven acá, entra conmigo en la gloria. No descansaré, pues tal negocio tengo entre las manos”. ¿No os parece que es negocio que os ha de poner en cuidado?”...

(Verbum Vitae, t. VI, B.A.C., Madrid, 1955, p. 990-991)

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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

En la Perea

JESÚS EN CASA DE UN FARISEO. HUMILDAD Y CARIDAD: Lc. 14, 1-14

Explicación. La humildad (7-11). Entretanto fueron los convidados acomodándose en los divanes para el festín. Jesús observa las maniobras de los comensales para hacerse con los primeros puestos, acercándose cuanto pueden al asiento del jefe de la casa, hombre principal. Y observando también cómo los convidados escogían los primeros asientos en la mesa, defecto propio de los fariseos (Mt. 23, 6), les propuso una parábola, una lección, y dijo: Cuando fueres convidado a bodas, a un festín solemne manera delicada de reprender a los presentes, no te sientes en el primer lugar, no sea que haya allí otro convidado de más dignidad que tú, de mayor categoría, y venga aquel que te convidó a ti y a él, y te diga: Da el lugar a éste: y entonces tengas que tomar el último lugar con vergüenza, tanto mayor cuanto que los lugares intermedios están ya ocupados. Mas cuando fueres convidado, ve, y siéntate en el último puesto: no por humildad afectada, sino por sincera prudencia; para que cuando viniere el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces serás honrado delante de los que estuvieron contigo en la mesa. Nótese el contraste entre el que baja, lleno de confusión, y el que sube, lleno de honor, y entre las palabras duras dichas al primero y las suaves con que se invita al segundo a mejorar de puesto. Y saca Jesús la moraleja de la parábola: Porque todo aquel que se ensalza, humillado será: y el que se humilla, será ensalzado: es esta norma de los divinos juicios; no siempre sucede así en el criterio ni en la conducta de los hombres.

La caridad (12-14). Solían los judíos aderezar con parábolas sus conversaciones durante los festines: Jesús ha puesto una para todos los convidados; ahora refiere otra al anfitrión: Y decía también al que le había convidado: Cuando das una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, a lo menos sistemática y exclusivamente; la razón es porque se halla pronto la recompensa del obsequio: no sea que te vuelvan ellos a convidar, y te sirva (esto) de recompensa, no quedando lugar para una recompensa superior. Mas cuando haces convite, llama a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, a los que no tienen manera de recompensarte, convidándote a su vez: Y serás bienaventurado, porque no tiene con qué corresponderte: mas se te galardonará en la resurrección de los justos, en la vida eterna. No se prohíbe en la parábola cumplir con los deberes de familia o de amistad, pero se recomienda una acción superior, como es la de hacer obras de caridad para con los desvalidos.

Lecciones morales. V. 7: Escogían los primeros asientos en la mesa... Cura primero Jesús la hinchazón material del hidrópico, dice San Ambrosio; y luego la espiritual de quienes apetecen los puestos de honor. Porque es temeridad empeñarse en asaltar los primeros puestos, dice San Cirilo, cuando no nos son convenientes, y puede llenar nuestra vida de vituperio. A veces se escuda esta ambición en las exigencias de nuestro cargo o dignidad: de aquí las cuestiones tan frecuentes de etiqueta y precedencia. Es muy cristiano no altercar en estos casos, ceder si no es en desdoro de nuestro cargo, o indicar con modestia y humildad lo que juzguemos nuestro derecho.

V. 8: no te sientes en el primer lugar... En el orden social, dice San Basilio, conviene dejar al cuidado del que invita disponer el orden de los asientos. Así nos sostenemos mutuamente en paciencia y caridad, haciéndolo todo ordenadamente. En el orden personal, añade San Cirilo, nada hay comparable a la modestia: porque el que ambiciona lugares que no le corresponden, logra repulsa; y el que está ansioso de honores inmerecidos resulta a la postre deshonrado. Jesús no sólo prohíbe asaltar los primeros puestos, sino que manda tomar los últimos.

V. 11: El que se humilla será ensalzado. No busquemos ahora, dice San Beda, lo que se nos reserva para el fin; la gloria y el honor debemos esperarlos para la otra vida. Aunque puede también esto tener lugar en la vida presente: porque cada día entra el Señor en el convite de sus bodas con las almas, despreciando a los soberbios, y colmando con frecuencia a los humildes de tal abundancia de dones, que la asamblea de los comensales, que son los fieles, llena de admiración los glorifique.

V. 12: No llames a tus amigos. Se reprueba aquí toda logrería que se intente en los obsequios que prestemos a nuestras relaciones. Es una clase de avaricia, dice un Santo Padre, ser obsequiosos con los que nos lo han de retribuir . Es mal éste muy frecuente en nuestros días , por la trabazón múltiple de personas y cosas y por el valor que suele darse a quienes tienen una preponderancia social, a veces más que al mismo valer personal. Lo que falta por éste lado se suple a veces con la prepotencia ajena: de aquí los esfuerzos para conquistarla. Y de aquí no pocas faltas de justicia o de equidad.

V. 13: Llama a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. – Pero dirás, dice el Crisóstomo: Sucio es el pobre; lávalo, y hazlo sentar a tu mesa; es Cristo quien se acerca a tí por él, y tú no lo atiendes. Piensa lo que son los pobres, dice el Niceno, y hallarás el valor que tienen: herederos de los bienes futuros, representan la imagen del Salvador; son los llaveros del reino, acusadores y excusadores delante del Juez. Si no los recibimos con nosotros, añade el Crisóstomo, vayan a lo menos con nuestra servidumbre: sea el pobre doméstico nuestro; porque donde está la limosna, no entra el diablo.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., 1967, p. 223-227)


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Catena aurea

Lucas 14,1.7-14

v.7-11.

Primeramente curó al hidrópico, en quien la hinchazón extraordinaria de la carne no permitía funcionar bien al alma y extinguía el ardor del espíritu; después enseña la humildad, refrenando el deseo de ocupar el primer lugar en el banquete nupcial (San Ambrosio).

Porque el subir pronto a los honores que no merecemos, da a conocer que somos temerarios, y hace a nuestras acciones dignas de vituperio.

Si alguno no quiere ser colocado delante de otros, lo obtiene por disposición divina.

Era conveniente a todos ocupar el último lugar en los convites, según lo que manda el Señor; pero querer volver con obstinación al mismo es digno de reprensión, porque altera el orden y produce tumulto (San Cirilo).

Y así el ambicioso de honor nunca obtiene lo que desea; sino que sufre repulsa, y buscando el modo de tener muchos honores nunca llega a ser honrado. Y como nada hay que pueda compararse con la modestia, inclina al que le oye a hacer lo contrario, no sólo prohibiendo ambicionar el primer sitio, sino mandando que se busque el último (Crisóstomo).

Una vez demostrado (y con un ejemplo tan sencillo) el menosprecio que merecen los ambiciosos, y que los que no lo son merecen ser exaltados, añadió lo grande a lo pequeño pronunciando una sentencia general, cuando dice: 'porque todo aquel que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado', lo cual se dice según el juicio de Dios, y no según la costumbre humana, por la que muchos que desean honores los consiguen, y otros que se humillan no llegan a alcanzarlos (San Basilio).

En sentido místico, todo aquel que invitado viniese a las bodas de Jesucristo y de la Iglesia no se ensalce como si fuese superior a los demás, ni se gloríe por sus méritos; porque cederá su lugar al que sea más digno, convidado después, cuando es aventajado por el fervor de aquéllos que entraron en la Iglesia después de él, y con vergüenza ocupará el último puesto conociendo que los demás son mejores que él en todo lo que se creía superior. Pero alguno se coloca en el último sitio, según aquellas palabras de Ecl. 3,20: 'cuanto más grande seas, humíllate más en todo'. Y entonces, viniendo el Señor, hará bienaventurado con el nombre de amigo al que encuentre humilde, y le mandará subir más alto; y todo aquel que se humilla como un niño, es más grande en el reino de los cielos. Así es que dice: 'entonces será para ti la gloria'; para que no empieces a buscar ahora lo que está reservado para el fin (Beda).

v.12-14

El convite se compone de dos clases de personas, esto es, de los que convidan y de los convidados; a los convidados ya les había aconsejado que fuesen humildes; ahora premia al que convida aconsejándole que no lo haga por agradar a los hombres (Teófil.).

Por tanto, no hagamos beneficios a otros en la confianza de que nos lo paguen; porque esta intención es fría, y de aquí viene que tal amistad se desvanezca pronto. Si convidas al pobre, tendrás por deudor a Dios que nunca olvida. (Por eso) cuanto más pequeño es tu hermano, tanto más se aproxima a Cristo y visita por él; porque quien recibe a un grande lo hace muchas veces por vanagloria, y por otros fines, y se busca en muchas ocasiones la ventaja de ser promovido por él.

No nos turbemos, por tanto, cuando no recibamos el pago de nuestros beneficios, sino cuando le recibamos; porque si lo recibimos aquí, nada recibiremos allí (en el cielo); pero si los hombres no nos pagan, Dios nos lo pagará.

Pero dirás: el pobre está sucio y lleno de inmundicias: lávale, y haz que se siente contigo a la mesa; y si lleva vestidos sucios, dale un vestido limpio. Es Jesucristo quien viene por él y tú te ocupas de cosas frívolas.

Donde se da limosna no se atreve a penetrar el diablo; y si no quieres que se sienten contigo, al menos mándale algo de tu mesa (Crisóstomo).

En sentido espiritual el que evita la vanagloria, llama a los pobres a un convite espiritual (esto es, a los ignorantes) para enriquecerlos; a los débiles (o a los que tengan la conciencia dañada) para curarlos; a los cojos (o a los que se apartan de la recta razón) para que enderecen sus caminos; a los ciegos (esto es, a los que carecen de la contemplación de la verdad) para que vean la verdadera luz (Orígenes).


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Juan Pablo II

Humildad y servicio

La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico; no buscando la gloria o bienes materiales; usando sus bienes para el servicio de los más pobres e imitando la sencillez de vida de Cristo. La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo. (Redemptoris Missio V, 43).

Jesucristo es cabeza de la Iglesia, su cuerpo. Es «cabeza» en el sentido nuevo y original de ser «siervo», según sus mismas palabras: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45). El servicio de Jesús llega a su plenitud con la muerte en cruz, o sea, con el don total de sí mismo, en la humildad y el amor: «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz...» (Flp 2, 7-8). La autoridad de Jesucristo cabeza coincide pues con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero siervo doliente del Señor, sacerdote y víctima a la vez.

Este tipo concreto de autoridad, o sea, el servicio a la Iglesia, debe animar y vivificar la existencia espiritual de todo sacerdote, precisamente como exigencia de su configuración con Jesucristo, cabeza y siervo de la Iglesia. San Agustín exhortaba de esta forma a un obispo en el día de su ordenación: «El que es cabeza del pueblo debe, antes que nada, darse cuenta de que es servidor de muchos. Y no se desdeñe de serlo, repito, no se desdeñe de ser el servidor de muchos, porque el Señor de los señores no se desdeñó de hacerse nuestro siervo».

La vida espiritual de los ministros del Nuevo Testamento deberá estar caracterizada, pues, por esta actitud esencial de servicio al pueblo de Dios (cf. Mt 20, 24ss.; Mc 10, 43-44), ajena a toda presunción y a todo deseo de «tiranizar» la grey confiada (cf. 1 P 5, 2-3). Un servicio llevado como Dios espera y con buen espíritu. De este modo los ministros, los «ancianos» de la comunidad, o sea, los presbíteros, podrán ser «modelo» de la grey del Señor que, a su vez, está llamada a asumir ante el mundo entero esta actitud sacerdotal de servicio a la plenitud de la vida del hombre y a su liberación integral. (Pastores Dabo Vobis, III, 21).

Para que la abundancia de los dones del Espíritu Santo sea acogida con gozo y dé frutos para gloria de Dios y bien de la Iglesia entera, se exige por parte de todos, en primer lugar, el conocimiento y discernimiento de los carismas propios y ajenos, y un ejercicio de los mismos acompañado siempre por la humildad cristiana, la valentía de la autocrítica y la intención -por encima de cualquier otra preocupación-, de ayudar a la edificación de toda la comunidad, a cuyo servicio está puesto todo carisma particular. Se pide, además, a todos un sincero esfuerzo de estima recíproca, de respeto mutuo y de valoración coordinada de todas las diferencias positivas y justificadas, presentes en el presbiterio. Todo esto forma parte también de la vida espiritual y de la constante ascesis del sacerdote. (Pastores Dabo Vobis, III, 31).

El profesor de teología, como cualquier otro educador, debe estar en comunión y colaborar abiertamente con todas las demás personas dedicadas a la formación de los futuros sacerdotes, y presentar con rigor científico, generosidad, humildad y entusiasmo su aportación original y cualificada, que no es sólo la simple comunicación de una doctrina -aunque ésta sea la doctrina sagrada-, sino que es sobre todo la oferta de la perspectiva que, en el designio de Dios, unifica todos los diversos saberes humanos y las diversas expresiones de vida.

En particular, la fuerza específica e incisiva de los profesores de teología se mide, sobre todo, por ser «hombres de fe y llenos de amor a la Iglesia, convencidos de que el sujeto adecuado del conocimiento del misterio cristiano es la Iglesia como tal, persuadidos por tanto de que su misión de enseñar es un auténtico ministerio eclesial, llenos de sentido pastoral para discernir no sólo los contenidos, sino también las formas mejores en el ejercicio de este ministerio. De modo especial, a los profesores se les pide la plena fidelidad al Magisterio porque enseñan en nombre de la Iglesia y por esto son testigos de la fe». (Pastores Dabo Vobis, V, 3. 67).


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Catecismo de la Iglesia Católica

Humildad y servicio

786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección. Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,28). Para el cristiano, "servir es reinar", particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente". El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.

La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo,
y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón? [San León Magno]

852 Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial". El es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres... impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección". Es así como la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" [Tertuliano].

874 El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. El lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad:

Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar
siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que están
ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que
posean la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembros del Pueblo de Dios... lleguen a la salvación. [LG 18]

876 El carácter de servicio del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado a la naturaleza sacramental. En efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión y autoridad, los ministros son verdaderamente "esclavos de Cristo", a imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros "la forma de esclavo" (Flp 2,7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos de todos.

931 Aquel que por el bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a El como al sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente al servicio divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado de consagración a Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los consejos evangélicos tienen como primera misión vivir su consagración. Pero "ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su instituto".


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EJEMPLOS PREDICABLES

Humildad y servicio

En la carpeta de trabajo del ex ministro de la guerra de la Argentina, general Manuel A. Rodríguez, cuya muerte ocurrió el 23 de febrero de 1936, se hallaron estas máximas escritas por su mano. Cada una de ellas encierra una norma de humildad y de fe. Dicen:

Silenciosamente, realizar buenas obras.

Silenciosamente, amar a Dios y a los hombres.

Silenciosamente, cumplir con su deber.

Silenciosamente, aceptar la voluntad de Dios.

Silenciosamente, alegrarse con los demás.

Silenciosamente, callar los defectos ajenos.

Silenciosamente, desear y aspirar en silencio.

Silenciosamente, abrazar la cruz de Jesús.

Silenciosamente, sacrificarse y renunciar.

Silenciosamente, mirar hacia la patria celestial.

Silenciosamente, alcanzar la virtud.

Silenciosamente, hasta la muerte.


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Al regresar un día san Macario a su celda encontró en ella al demonio, que lo esperaba con una hoz en la mano y trató de segarlo por el medio. Pero al acercarse el santo perdió las fuerzas y no pudo mover la hoz.

Entonces, lleno de coraje le dijo:

- Demasiada violencia sufro por ti, Macario, pues deseo vivamente dañarte y no puedo lograrlo: y me extraña sobremanera, porque yo hago todo lo que tú y aún más. Tú ayunas algunas veces: yo jamás como. Tú duermes poco: yo jamás cierro los ojos. En una sola cosa me aventajas.

- ¿Cuál es ella?- preguntó san Macario.

- Tu humildad- respondió el demonio.


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Mientras san Canuto, rey de Dinamarca, se paseaba en cierta ocasión por las orillas del mar, uno de sus cortesanos le dijo, adulándole, que él era el señor más poderoso, el soberano de los hombres, del mar y de la tierra.

El humilde rey se puso entonces a la orilla del agua y dijo: “¡Ola!, te ordeno no toques mis pies.” Pero la ola le tocó los pies. “¿Cómo podéis llamarme el rey más poderoso, cuando ni una pequeña ola me obedece? Dios es el rey más poderoso, el rey de cielos y tierra. Adorémosle a Él.”

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En 1586, san Francisco de Sales estaba gravemente enfermo en Papua, a los 19 años de edad. Por aquellos tiempos, los estudiantes de medicina, para poder ejercitarse en la cirugía, sólo disponían de los cadáveres que robaban por la noche en los cementerios.

Francisco, creyéndose próximo a la muerte, dijo a su tutor:

- Señor, disponga mi entierro como a usted le parezca; sólo una cosa le pido, y es que entregue mi cadáver después de los funerales a los estudiantes de medicina…

- ¡Pero eso sería una deshonra para la familia!

- No me niegue ese favor. Es un gran consuelo para mí, al morir, pensar que, si he sido un siervo inútil en vida, seré al menos de algún provecho después de mi muerte.

(Mauricio Rufino, Vademecum de ejemplos predicables, Ed. Herder, Barcelona, 1962, nnº 1427, 1429, 1451 y 1465)


28.

La vanidad y el orgullo

Nuestro Señor ejemplifica de modo muy gráfico, en el pasaje de san Lucas que nos presenta para hoy la Liturgia de la Iglesia, las tristes actitudes de aquellos que consideran decisivo estar sobre los demás, ser famosos, recibir un reconocimiento notorio por lo que son: por lo que valen, por lo que saben, por lo que pueden, por sus éxitos, etc. En la práctica, consideran más importante la opinión de los demás que la suya propia, en la que no suelen ahondar, no vayan a sufrir un desengaño. Les basta, de hecho, con la impresión subjetiva de ser grandes ante los demás. Su verdadera categoría, lo que podríamos llamar, su peso específico, les trae en realidad sin cuidado.

Queramos aprender, todavía un poco mejor, la lección de Nuestro Maestro. Posiblemente tendremos que esmerarnos de por vida en la Escuela Divina, de modo particular cuando se enseñaba esta lección: la humildad. Se suele reconocer, entre los buenos directores de almas y entre quienes se afanan por los santidad según Jesucristo, que la soberbia –pecado que se opone a la humildad– muere una hora después de fallecida la persona. No nos ha de importar la meditación repetida sobre la necesidad de ser humildes, que es tanto como ser sinceros con nosotros mismos y en la vida. La primera conclusión de nuestra reflexión en la presencia de Dios, tal vez podría ser, en este caso, que debemos súplicar habitualmente a Dios, por la intercesión de Nuestra Madre del Cielo –Maestra de humildad–, que nos conceda esta virtud. La humildad es condición imprescindible en el cristiano, pues sin ella no pueden fructificar, en absoluto, las Gracias que Dios nos concede para que podamos ser santos.

Convencidos de la importancia de la virtud de la humildad, que con tanta insistencia predicó Nuestro Señor –así como criticó frecuentemente el orgullo–, pondremos especial interés en examinar la conciencia buscando manifestaciones interiores, y también externas, que nos pongan más de manifiesto el apego a nosotros mismos. El amor propio es inútil e ineficaz de suyo, pues solamente poniendo a Dios como objetivo de nuestro amor, nos podemos enriquecer en consonancia con nuestra dignidad de personas. Por el contrario, si nuestro interés termina en algo sólo humano –como el propio yo– nos autocondenamos a la insatisfacción.

La parábola que hoy recordamos mantiene su actualidad. En efecto, Dios, que nos ha invitado al "banquete" de la vida –de unos años sobre la tierra– y vendrá, como aquel que invitó a unos y otros al banquete de bodas. Ante sus ojos, y ante los de cada uno, quedará patente si estamos donde nos corresponde. Lo importante es que estemos allí, que permanezcamos en la fiesta de los hijos de Dios, aguardando con ilusión la llegada de Quien graciosamente nos ha invitado todos. Es decivo que en esta espera de la vida procuremos lo mejor para los que nos rodean, incluso a costa del prestigio, de la admiración, del dinero, de la comodidad, de la consideración social, etc. Despreocupados de nosotros mismos, podemos gastar la existencia, como el propio Cristo, en un servicio desinteresado, aunque acabe colocándonos en último lugar de este mundo. Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; escogió Dios a lo vil, a lo despreciable del mundo, a lo que no es nada, para destruir lo que es, afirma san Pablo.

El propio Hijo de Dios hecho hombre llegó a consentir en una muerte despreciable y humillante, como un malhechor más. Hasta la muerte le condujo su afán por servirnos. Ofrecía así al Padre su sumisión a la condición humana, como precio por la Redención del mundo. Quedó como el último ante los habitantes de Jerusalén, objeto de las burlas y desprecios de todos: el pueblo, los jefes, los soldados... En realidad era el momento de su glorificación: "sube más arriba –no mereces el último lugar–, al mismo Cielo que te corresponde por Naturaleza". Así pudo escuchar Jesús de la boca del Padre en el momento de su muerte. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor!», para gloria de Dios Padre. Lo escribe el "Apóstol de las Gentes" de Jesús, y nos lo muestra como vivo ejemplo de la entrega y de la exaltación.

La figura de Nuestra Madre del Cielo es una permanente invitación al servicio oculto y desinteresado. Acudamos a su intercesión, para que no nos importe ser admirados sino servir.

Fluvium.org


La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

El Señor nos convoca a participar de la Eucaristía a todos, sin distinción alguna. Él no ha creado divisiones en nuestras asambleas. No las creemos nosotros. Él nos quiere fraternalmente unidos por el amor, pues ante Él nada valen los trajes elegantes, ni las joyas con que nos vistamos, sino la virtud con que esté adornado nuestro corazón. Llegados ante el Señor no venimos sólo a jugar con nuestra fe como los niños; no venimos a burlarnos del Señor adorándole y dándole gracias por todo lo que nos ha concedido para después volver a casa, al trabajo, al estudio, a la sociedad a continuar siendo unos canallas. El Señor nos ha invitado a participar del Banquete de su Amor. Ve lo que Él ha preparado, pues ahora a ti te corresponde preparar lo mismo, no tanto para el mismo Dios, sino para tu prójimo. Efectivamente san Juan nos dice: Hijitos, así como Dios nos ha amado, así amémonos los unos a los otros. Este es el compromiso que adquirimos al participar de la Eucaristía en este Día del Señor.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Al salir del templo, incluso aquí mismo, encontraremos, muy cercanos a nosotros, a los pobres, a los parados injustamente, a los ancianos abandonados, a los hambrientos, a los desnudos, a los enfermos incurables, a los que fueron víctimas de falsos que les levantaron y que les destruyeron la vida, a los ciegos, a los cojos. Dios quiere velar por ellos. Dios se conmueve en sus entrañas por ellos como lo hace un Padre, lleno de amor y de ternura cuando ve sufrir a sus hijos. Y Él sale al encuentro de los que viven bajo el signo de la desgracia para remediar sus males. Jesús, el Enviado del Padre, es la Buena Noticia para los pobres; es la liberación de los cautivos, es el que devuelve la vista a los ciegos, es el que libera a los oprimidos y el que proclama y convierte en Año de Gracia del Señor el tiempo que nos lleva hasta su Segunda Venida Gloriosa. Realizada la obra de salvación se la ha confiado a su Iglesia para que continúe haciéndola realidad en medio de la humanidad, azotada por el pecado o por los diversos signos de muerte. Por eso la vida de la Iglesia se debe convertir en un servicio humilde en favor de todos aquellos que necesitan la salvación de Dios. No puede alguien decir, por tanto, que ha cumplido su misión cuando ha anunciado valientemente el Evangelio, pero no ha sabido meter las manos para darle solución a la diversa problemática que aqueja a muchos sectores de nuestra sociedad. Hemos de hacer cercano a Cristo como Salvador y como el único camino que nos conduce a la paz del Reino de Dios, iniciado ya desde ahora entre nosotros

Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser portadores del Evangelio de Cristo a la humanidad entera, hasta que todos alcancemos, en Él, la perfección y la salvación eternas. Amén.

Homiliacatolica.com


29. Predicador del Papa: «¿Cómo valorarse uno mismo?»
El padre Cantalamessa comenta el Evangelio de este domingo

ROMA, viernes, 27 agosto 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, al pasaje evangélico de la liturgia del próximo domingo, 29 de agosto (Lc 14,1.7-14), sobre la repercusión de la verdadera humildad.

* * *

Lucas (14,1.7-14)

Y sucedió un sábado que Jesús fue a casa de uno de los jefes de los fariseos. (...) Observando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: “Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’ ”. (...) Dijo también al que le había invitado: “Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos”.

El comienzo del Evangelio de hoy nos ayuda a corregir un prejuicio muy difundido entre los cristianos. Se ha acabado por hacer de los fariseos el prototipo de todos los vicios: hipocresía, doblez, falsedad; los enemigos por antonomasia de Jesús. Con estos significados negativos, el término fariseo y el adjetivo farisaico han entrado en el vocabulario de nuestra lengua y de muchas otras. Tal idea de los fariseos no es correcta. Entre ellos había ciertamente muchos elementos que respondían a esta imagen, y es con ellos con quienes Cristo choca duramente. Pero no todos eran así. Nicodemo, que fue donde Jesús de noche y que más tarde le defendió en el Sanedrían, era un fariseo (Cf. Jn, 3,1: 7,50ss.). Fariseo era también Pablo antes de la conversión, y era ciertamente persona sincera y diligente, si bien aún mal iluminada. Fariseo era Gamaliel, quien defendió a los apóstoles ante el Sanedrín (Cf. Hch 5, 34ss.).

Las relaciones de Jesús con ellos no fueron por lo tanto sólo conflictivas. Algunos, como en nuestro caso, también le invitan a comer en su casa. Estas invitaciones por parte de fariseos son tanto más dignas de destacar en cuanto que ellos saben muy bien que no será el hecho de invitarle a su propia casa lo que impida a Jesús decir lo que piensa. También en nuestro caso Jesús aprovecha la ocasión para corregir algunas desviaciones y llevar adelante su obra de evangelización. Durante la comida, aquel sábado, Jesús ofreció dos enseñanzas importantes: una dirigida a los invitados, otra al anfitrión.

Al señor de la casa, Jesús dice: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos...». Así hizo él mismo, Jesús, cuando invitó al gran banquete del Reino a pobres, afligidos, mansos, hambrientos, perseguidos (las categorías de personas enumeradas en las Bienaventuranzas).

Pero es sobre lo que Jesús dice a los invitados donde querría detenerme esta vez. «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto...». Jesús no pretende dar consejos de buena educación. Tampoco trata de alentar el sutil cálculo de quién se pone en el último lugar, con la secreta esperanza de que el anfitrión le haga un gesto de subir más arriba. La parábola aquí puede llevar a engaño, si no se piensa de qué banquete y de qué señor está hablando Jesús.

El banquete es el más universal del Reino y el señor es Dios. En la vida, quiere decir Jesús, elige el último lugar, intenta hacer felices a los demás más que a ti mismo; sé modesto al valorar tus méritos, deja que sean los demás los que los reconozcan, no tú («nadie es buen juez en su propia causa»), y ya desde esta vida Dios te exaltará. Te exaltará en su gracia, te hará subir en la lista de sus amigos y de los verdaderos discípulos de su Hijo, que es lo único que verdaderamente cuenta.

Te exaltará también en la estima de los demás. Es un hecho sorprendente, pero cierto. No es sólo Dios quien «se inclina hacia el humilde, pero al soberbio le conoce desde lejos» (Sal 137,6); el hombre hace lo mismo, independientemente del hecho de que sea más o menos creyente. La modestia, cuando es sincera y no afectada, conquista, hace a la persona amada, su compañía deseada, su opinión apreciada. La verdadera gloria huye de quien la persigue y persigue a quien la huye.

Vivimos en una sociedad que tiene necesidad extrema de volver a escuchar este mensaje evangélico sobre la humildad. Correr a ocupar los primeros puestos, tal vez pasando, sin escrúpulos, sobre las cabezas de los demás, el arribismo y la competitividad exasperada, son características por todos suplicadas y por todos, lamentablemente, seguidas. El Evangelio tiene un impacto sobre lo social, hasta cuando habla de humildad y modestia.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]


30.

• La fe originaria de Israel era liberadora. Su núcleo era la Alianza gratuita de Yahvé con el pueblo oprimido, que generaba libertad y justicia. Pero, llegó a instituciona­lizarse en un sistema nuevamente opresor del pueblo, hasta el punto de tratar me­jor a los animales domésticos que a las personas (ver también Lucas 13,14). El hidrópico de hoy representa a quienes, en ese contexto deshumanizante, están hinchados por una serie de valores totalmente alienantes, como por ej., la avidez de honores y recompensas.

• Jesús presenta dos listas contrapuestas de invitados a una boda -el banquete de bodas del Reino, en el que sí hay gente de categoría principal: los más pobres-. Los miembros del primer grupo están trabados por los lazos de amistad, parentela, afinidad y riquezas, que sostienen la sociedad clasista: constituyen las redes de todo poder instalado que se autoprotege. No tienen perspectivas de futuro: sólo buscan la recompensa presente.

Los miembros del segundo grupo, pobres e inhabilitados socialmente, son quienes pueden hacer dichosos a los que renuncian voluntariamente a los valores egocéntricos de individuo y de clase y optan por la igualdad y la gratuidad.

• “Jesús nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de comunión/solidaridad con el pobre, opuesta totalmente a la lógica de quien busca destacar, ser reconocido, acumular, aprovecharse o excluir a los demás de la propia riqueza. Se nos llama a compartir los bienes gratis… Jesús piensa y propone unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratuidad y amor… Unas relaciones propias de una humanidad nueva, germen de una comunidad diferente a esta sociedad que excluye y siembra muerte” (Fl. Ulibarri, “Conocer, gustar y vivir la palabra. Ciclo C”, 300).

• Bienaventuranza de la gratuidad: ¡Dichoso tú si no pueden pagarte! (v.14). La gratuidad alberga la máxima dicha, porque expresa la mejor calidad y realización personal. La persona que actúa gratuitamente practica el amor puro, se siente libre incluso respecto a sí misma y es auténticamente solidaria, buscando solamente la dignidad de las personas.

• “El camino de la gratuidad es duro, difícil y, a veces, agotador; va a contracorrien­te. Pero es posible cuando uno mismo se sabe regalo inmerecido del amor de Dios y cree que, en definitiva, en la vida el que pierde gana. Esta es la lógica del reino; ésta es la lógica de la nueva comunidad de Jesús” (Id., 301).

• Suponeos que entra en vuestra asamblea un hombre con anillos de oro, con ro­pas lujosas, y que entra también un pobre con ropas sucias. Si vosotros volvéis vuestra mirada al que viste ropas lujosas y le decís: “Siéntate en el primer lu­gar”, y decís al pobre: “Tú quédate de pie o siéntate aquí en el suelo sobre las gradas”, ¿no estáis haciendo diferencias entre los dos? ¿No estáis juzgando con pésimos criterios? (Santiago 2,2-4).

Contempla a Jesús: su visión clarividente y clarificadora, su palabra de verdad huma­na, que desmonta estereotipos y disfraces sustentadores de egoísmos individuales y de clase, discriminatorios o excluyentes de los más pequeños.

¿Cómo ponemos nosotros en el centro o a la cabecera de la mesa a las víctimas, a los olvidados que no cuentan?

Déjate abrazar por el amor gratuito de Dios en Jesucristo, que te quiere más allá de todo, más allá de tus conductas… en la única medida en que tú te dejes querer.


31. Benedicto XVI

Queridos amigos, al final del Evangelio de hoy, el Señor observa cómo, en realidad seguimos viviendo a la manera de los paganos; cómo invitamos, por reciprocidad, sólo a quien nos devolverá la invitación; cómo donamos sólo al que nos lo restiruirá. Pero el estilo de Dios es distinto: lo experiementamos en la Santa Eucaristía. Él nos invita a su mesa a nosotros, que ante el somos cojos, ciegos y sordos; él nos invita a nosotros, que no tenemos nada que darle. Durante este acontecimiento de la Eucaristía, dejémonos tocar sobre todo por la gratitud por el hecho de que Dios existe, de que Dios es tal como es, de que Él es tal como Jesucristo, de que Él – a pesar de que no tenemos nada que darle y de que estamos llenos de culpas – nos invita a su mesa y quiere estar a la mesa con nosotros. Pero queramos también ser tocados al sentir la culpa de habernos alejado tan poco del estilo pagano, de vivir tan poco la novedad, el estilo de Dios. Y por esto comenzamos la Santa Misa pidiendo perdón: un perdón que nos cambie, que nos haga ser verdaderamente similiares a Dios, a su imagen y semejanza.