26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXII
1-7

 

 

1. J/LEY MORALISMO:

Este domingo nos lleva a una revisión profunda de nuestras actitudes cristianas en el  plano de la responsabilidad personal como cristianos y de la exacta significación de la  obediencia a los mandamientos.

Jesús nos conduce a una reflexión muy seria en el plano operativo con su toma de  postura y juicio ante un hecho muy concreto, confrontando dos maneras muy distintas de  entender la moral: la observancia ritualista de la ley. En definitiva, ante un problema viejo y  nuevo de cada día: la vida y la tradición; el espíritu y la fuerza debilitadora de las  costumbres, el desaliento que provoca la obediencia ciega a la ley sin el impulso espiritual  que permita ser fiel a ella.

PRACTICA/SEGURIDAD: No estamos todavía lejos de la  casuística, de la reducción de lo cristiano a unas meras prácticas y costumbres piadosas,  de la fuerza de las tradiciones sobre el auténtico ser cristiano, de las morales prefabricadas  con el soporte burgués de una casuística. Amparados en un código miles de cristianos han  dejado de vivir el riesgo de la acción, en la intimidad del espíritu, para vivir en la comodidad  -alienante siempre- de unas prácticas ritualistas que nada tienen que ver en la inmensa  mayoría de los casos con el espíritu cristiano.

Hay que tomar la postura adoptada por Jesús como punto de partida para una reflexión  personal sobre el significado que debe tener para nuestras vidas la moral evangélica frente  a una moral ritualista, farisaica, en la que a veces estamos implicados. La ley de Dios no es  algo exterior a nosotros, sino algo presente en nuestro interior, en nuestro corazón que nos  hace tomar actitudes, dar respuestas ante el vivir de cada día.

La moral cristiana no puede convertirse en un código de normas exteriores, porque  entraña fundamentalmente en cada acto del creyente una respuesta personal, algo que en  su corazón supone una responsabilidad interior a una llamada de Dios, está respondiendo  con unas actitudes morales cristianas, desde unas instancias interiores donde prevalece la  fuerza del espíritu. Solamente así puede haber una conexión entre Dios y la vida, esa cercanía de Dios que  es vida para los creyentes, que no se concreta en unas estereotipias, en unos formulismos,  sino en el hacer, en el actuar de cada día. La palabra de Dios no puede estar encadenada a  unas determinadas circunstancias, sino que debe ser instancia constante y total que pone  en acción toda la vida del creyente.

Hemos de concienciar a los cristianos a ser consecuentes con esta ley del Señor inscrita  en sus corazones para llevarlos a una madurez cristiana y responsabilidad moral. Desde esta postura de respuesta interior responsable puede surgir a veces en muchos  cristianos la duda sobre el valor de los mandamientos, sobre su significado para la vida del  creyente. El cristiano, según la expresión del apóstol San Pablo, "lleva en sí a Cristo como una ley":  una ley enteramente interior y espiritual.

MDTS/ESCLAVITUD: No hay nada más opuesto al comportamiento cristiano que la  esclavitud a los mandamientos. Los mandamientos exteriores no tienen sentido más que al  servicio del germen interior de madurez cristiana. Cuando más adulto se es en Cristo, más  secundarios se van haciendo los mandamientos formulados.

Los mandamientos intiman la ley, la hacen reconocer en su detalle, pero no la crean,  porque si el cristiano obrara siempre desde la vida del Espíritu que habita en su corazón,  como ocurrirá con la bienaventuranza eterna, los mandamientos serán inútiles. Sin embargo, necesitamos que nos recuerden desde fuera los principios del  comportamiento cristiano y Cristo la sabe bien, pues dio esa misión a la Iglesia. Lo  necesitamos a título educativo, porque somos débiles, y la energía de la ley cristiana no  tiene de momento en nosotros todo su rigor para regir infaliblemente todos los elementos de  nuestras existencia humana.

¡Cuántas veces hemos enfocado los mandamientos más como un código que el cristiano  debía cumplir como autómata que como una expresión amorosa y responsable a la ley del  Señor! La palabra de Dios en nuestras vidas -la ley del Señor- debe ser acción, acción  liberadora y el comportamiento cristiano desde estas instancias, lejos de encadenarnos a  una fórmula vacía, nos hace verdaderamente libres. 

DABAR 1976, 49


 

2.

De las normas, de las leyes, de las formas, de las costumbres... no podemos hacer nunca  una Tradición en el sentido que indicamos los cristianos cuando usamos alguna expresión  como ésta: "Hemos recibido una Tradición de los apóstoles... y a ella hemos de atenernos  fielmente". Jesús, que reconoce no haber venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento,  critica el aferrarse a la letra de la ley y a la inamovilidad de las costumbres. Y lo que critica  concretamente es atenerse a los ritos, eximiéndose del esfuerzo y el deseo de libertad que  supone la fe. La religión exterior de los oponentes de Jesús era un reemplazo de una  auténtica fe que no tenían. Pero esto, hemos venido a decir, es tan antiguo como actual:  cuando uno se aferra a sus ideas de siempre, a sus posiciones tradicionales en lo político,  en lo cultural, en lo social, etc., quizá sea porque eso es lo único que tiene; que uno se  aferre a las prácticas religiosas de siempre quizá se deba a que le falta la auténtica fe, o  ésta es muy pequeña, si es que se puede hablar de grados; cuando uno se aferra a su  práctica religiosa tradicional, puede temer sin duda que, al perderla, hasta Dios carezca de  importancia para él.

En el Deuteronomio que hemos leído, Moisés presenta a su pueblo la ley como voluntad  de Dios y como posibilidad de una vida larga y próspera. Y es que la ley de Dios llevó a  cabo una función insustituible en el orden público de la nación judía. Pero con el tiempo  esto se convirtió en una obsesión, especialmente entre los fariseos, que veían en el estricto  cumplimiento de la ley la coartada perfecta para justificarse ante Dios. De ahí proviene la  deformación legalista de que nos habla el evangelio: una interpretación que, a través de  infinidad de normas y preceptos, busca el provecho propio a costa de sofocar lo mejor de la  ley, que es su espíritu.

Jesús no se opone a la ley, pero sí alza la voz contra las desviaciones interpretativas.  Precisamente en el mismo capítulo del evangelio de hoy, Marcos narra el caso concreto con  el que Jesús echa en cara a los fariseos cómo, bajo pretexto de limosnas para el templo, se  niegan a socorrer económicamente a los padres.

Y Santiago (segunda lectura) insiste en lo mismo cuando antepone los deberes del amor  a los del culto: "la religión verdadera consiste en atender a los huérfanos y las viudas y a  guardarse de la corrupción de este mundo".

Asimismo, no hay nada más opuesto al comportamiento cristiano que la esclavitud a los  mandamientos. Las normas externas no tienen más sentido que el servicio que puedan  prestar al germen interior de madurez cristiana. Cuanto más adulto se es en Cristo, más  secundarios se van haciendo los mandamientos formulados. En todo caso, los  mandamientos intiman la ley, la hacen reconocible en su detalle, pero no la crean, porque si  el cristiano obrara siempre desde la vida del Espíritu que habita en su corazón, los  mandamientos serían inútiles. Esto es lo que ocurrirá efectivamente en el mundo nuevo y  en la vida nueva a que hemos sido llamados en Jesucristo, esto es, en el reino en plenitud. Mientras tanto, ha de ser la palabra de Dios en nuestra vida como una progresiva acción  liberadora (ley=voluntad de Dios y guía en el camino de seguimiento a Jesús) que nos  impulse a luchar contra todos aquellos legalismos e idolatrías de la ley por los que se  margina, oprime o mata a los hombres.

EUCARISTÍA 1988, 42


 

3. VCR/A

La vida cristiana se resume en una palabra: AMOR. Pero el concepto del amor ha sido  tan manipulado y profanado, que requiere una clarificación para disipar posibles  confusiones.

El amor, núcleo de la vida cristiana, es una actitud, a la vez, simple y compleja. Consiste  en una entrega total y desinteresada de nuestra persona a Dios y a los hombres. La antítesis del amor cristiano es el ritualismo farisaico: buenas palabras, gestos  correctos, fórmulas corteses, que encubren unas intenciones torcidas y un deseo de utilizar  a Dios y a los demás seres humanos en provecho propio.

Dios no acepta un trato con el hombre basado en unas "relaciones públicas" perfectas:  ("este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" -3. lectura); ni  tolera una amistad con el que prescinda de la exigencia de construir una tierra nueva al  servicio de la fraternidad humana ("la religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es  ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones..." -2a lectura).

El ateísmo contemporáneo ha surgido, en gran parte, como reacción crítica  contra un mundo sedicente cristiano, en el que los ideales morales y las actitudes religiosas  se reducían a palabras grandilocuentes y a gestos convencionales, capaces de tranquilizar  conciencias carcomidas por el ansia de poder y de dinero. Dios pide a los hombres que quieran pertenecer a su pueblo, no el lavado ritual de las  manos sino el lavado del corazón y de la mente.

Es muy difícil, por no decir imposible, vivir, en términos globales, el amor cristiano en un  mundo cuyas instituciones se mueven por el egoísmo y el interés privado, aun a costa de  aplastar al débil.

El amor no cabe en un mundo viejo. Hay que inventar un mundo nuevo que permita y  favorezca la experiencia cristiana del amor.

El amor cristiano tiene una dimensión personal insustituible. Existe el peligro de aspirar a cambios estructurales que desbordan nuestras posibilidades  concretas de compromiso olvidando atender las necesidades reales inaplazables de las  personas que nos rodean.

A/POLITICA: Sin embargo, el amor cristiano, en una sociedad cada día más  socializada, tiene una dimensión política. No se puede amar de verdad, sin esforzarse por  crear las condiciones sociales que requiere la práctica del amor.

RAFAEL BELDA
EUCARISTÍA 1973, 51


 

4.

-Las enseñanzas de Santiago

"Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a  la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos". Este domingo marca un cambio en el contenido de las lecturas bíblicas de la misa de los  domingos. Después de los cinco domingos en los que leíamos el capítulo sexto del  evangelio de Juan, hoy recuperamos la lectura de Marcos, que ya no dejaremos hasta la  fiesta de Cristo Rey, al término del actual año litúrgico.

Junto con el evangelista Marcos, nos acompaña, durante cinco domingos, la carta de  Santiago. haremos referencia a ella en la homilía, ya que contiene puntos muy interesantes  y en las homilías de los tiempos "fuertes" del año litúrgico, como Adviento o Cuaresma, es  más normal hacer referencia al evangelio y al trasfondo de éste que nos ofrece la primera  lectura, como textos más fundamentales de la celebración eucarística. Santiago nos  recuerda que en nuestra vida cristiana hay unas exigencias morales, unos compromisos  prácticos y operativos que de ningún modo podemos olvidar; unas exigencias que tienen  una gran sintonía con situaciones del mundo actual.

-Acoger la palabra. PD/ACEPTACION

Los versículos escogidos para nuestra meditación  de hoy nos invitan a abrirnos a la palabra. Esta es la actitud que nos define como cristianos:  "Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros". Es la palabra  de Dios, no una palabra de los hombres; es una sabiduría que viene de Dios, no una  sabiduría humana.

Esta palabra ha sido "plantada" en nosotros. La lectura, domingo tras domingo, de la  palabra de Dios, es como el trabajo de la lluvia suave que fertiliza y hace germinar la tierra.  Como la tierra, también nosotros, hemos de dejar que el Espíritu Santo pueda "plantar" la  palabra de Dios en nosotros.

Esta palabra es poderosa. Por esta palabra fueron creadas todas las cosas. Esta palabra  es el Verbo, que se hizo hombre y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. Esta  palabra poderosa de Dios hace, realiza, los sacramentos de la Iglesia, que han de ser  recibidos con una actitud de fe y de docilidad a la palabra de Dios. Pero hay un peligro muy real para todos nosotros: quedarnos puramente en los aspectos  "estéticos" del mensaje de Dios, pensar que es una hermosa consideración, que hay que  tener pensamientos nobles como éstos, aunque sean tan sólo una bella utopía...

De aquí la advertencia de Santiago: "Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla,  engañándoos a vosotros mismos". No se puede escuchar la palabra sin comprometer la  propia vida. No se puede participar en la celebración eucarística sin que nada cambie en  nosotros. Este es el compromiso del que Dios nos pedirá cuentas un día, a todos,  especialmente a los que hemos de ser los servidores y predicadores de la palabra.

-Los huérfanos y las viudas: los marginados

Y Santiago nos da a continuación dos ejemplos de ese compromiso: "la religión pura e  intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones  y no mancharse las manos con este mundo".

Quedémonos con el primer ejemplo: ¿qué nos exige hoy ayudar a "los huérfanos y las  viudas"? Bien sabemos que el huérfano y la viuda personifican, en las páginas de la Biblia,  las personas más desvalidas, los pobres, los débiles, los olvidados, los marginados de la  sociedad. De hecho asistimos a un despertar de las responsabilidades de los cristianos hacia los  "huérfanos y las viudas" de nuestra sociedad. Un ejemplo, entre muchos otros: más de un  millar de cristianos y cristianas que se reunieron el pasado 13 de abril en Barcelona para  encontrar caminos de solidaridad con los pobres de hoy decían en su declaración final:  "Este encuentro nuestro nos hace suspirar por una iglesia pobre con los pobres, capaz de  elaborar una teología de la pobreza y la marginación. No queremos ser una pastoral  marginada, sino una pastoral conectada con la eucaristía y la palabra; queremos pasar de  la parroquia servicio a la parroquia comunidad; no queremos ir por libre, sino ser misión  diocesana; queremos ser acogedores y no prepotentes, darnos más que dar.."

-Nuestra eucaristía

Nos lo han dicho muy bien estos hermanos y hermanas que prepararon el manifiesto de  la jornada sobre "iglesia y pobreza".

Es conveniente subrayarlo ahora, como nexo de nuestra reflexión con la eucaristía. Hay  tres elementos que no se pueden disociar de ninguna de las maneras en la vida cristiana,  personal y comunitaria: 1. la acogida de la Palabra de Dios; 2. la celebración litúrgica, sobre  todo de la eucaristía; y 3. el compromiso con los pobres de hoy. Así como sin Palabra y sin  Liturgia no habría Iglesia, también hay que decir que una comunidad cristiana que dejara de  lado a los pobres, dejaría de ser una comunidad cristiana.

JORDI PIQUER
MISA DOMINICAL 1991, 12


 

5.

Lavarse las manos antes de comer era entonces uno de los gestos externos de pureza  moral. Y a los fariseos de todos los tiempos siempre nos han importado mucho los gestos  externos.

A Cristo no tanto. Cristo nos responde que lo limpio y lo sucio del hombre no está en las  manos sino en el corazón.

Y esto va por todos nosotros: por los cristianos que nos lavamos las manos y vamos por  ahí con nuestras manos cristianamente lavadas pero con nuestro corazón cristianamente  sucio.

Cristo no dijo: "Bienaventurados los que se lavan las manos, porque así verán los  hombres que estáis limpios". Cristo dijo: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". A El le iba a condenar a muerte un hombre que tuvo mucho cuidado de que el pueblo  viera que se lavaba muy bien las manos. Le iban a llevar a la cruz unos fariseos como  aquellos, que tenían negro el corazón, pero que no iban a entrar en el pretorio de Pilato,  para no contaminarse la víspera de la Pascua.

Cristo quiso trazar una línea bien clara entre los limpios de corazón y los que se lavan las  manos.

Es que lavarse las manos es fácil; lo difícil es lavarse el corazón.

Todos sabían que el gesto de Pilato no valía. Y hoy creemos todavía mucho menos en  esta clase de gestos externos.

No vale. Lavarse las manos y luego dejar que crucifiquen a Cristo. No vale.

No vale. Lavarse las manos y luego convencerse de que uno no puede hacer nada ante  tantas situaciones injustas que hay cerca y lejos de nosotros. No vale.

No vale. Lavarse las manos y luego decir que es una pena que haya pobres, enfermos,  guerras, desastres. No vale.

No vale. Lavarse las manos y luego decir que uno no puede cambiar el mundo. No vale. Vale, por ejemplo, lo de Mateo, que era uno de aquellos discípulos que comía sin lavarse  el polvo de las manos, pero que se había limpiado el corazón de dinero, que es una de las  cosas que más ensucia lo de dentro de los hombres. Mateo tendría barro en las manos,  pero no tenía dinero y más dinero en el corazón; y a esto le llama Cristo estar limpio.

Es mucho más fácil lo que hizo Pilato para lavarse las manos, que lo que tuvo que hacer,  por ejemplo, Zaqueo, para lavarse el corazón. A Pilato le bastó un gesto espectacular y  estúpido. Pero a Zaqueo, para lavarse el corazón, le hizo falta devolver cuatro veces lo  robado y dar la mitad de lo suyo a los pobres.

No nos servirá el lavarnos las manos. Sólo la bondad nos hará limpios por dentro: la  negación de nuestro propio egoísmo y la generosidad, la entrega, el trabajo por los demás.

Y no es que falten entre nosotros los limpios de corazón. Todas las gentes no son tan  malas, gracias a Dios. Tendrán algo de polvo en las manos, pero tienen fundamentalmente  limpio el corazón.

"Vosotros estáis limpios, aunque no todos", les dijo un día Cristo. Sólo uno no estaba  limpio.

Casualmente era uno que tenía las treinta monedas aferradas, no precisamente con las  manos... sino con el corazón.

PEDRO MARÍA IRAOLAGOITIA
EL MENSAJERO


 

6. HIPOCRESIA/FARISEISMO

-La hipocresía de los fariseos

Los fariseos del evangelio critican a los discípulos de Jesús porque no cumplen  determinadas tradiciones y ritos: concretamente, los de lavarse ritualmente las manos,  como un rito religioso. Y lo critican COMO SI EL NO CUMPLIR CON ESOS RITOS FUERA  ALGO TERRIBLE, como si fuera a hundirse el mundo, como si los que no lo hicieran fuesen  unos degenerados.

Y Jesús, claro está, responde casi insultándolos, y diciéndoles que no se metan en eso,  porque lo que realmente cuenta es lo que cada uno lleva dentro, los motivos que le llevan a  actuar, y el tipo de actuaciones que realiza. LO MALO NO ES OLVIDARSE DE CUMPLIR  TAL O CUAL TRADICIÓN O RITO, SINO EL DEJARSE LLEVAR POR UN ESPÍRITU DE  MALDAD, cultivar por dentro unos intereses o unos propósitos que llevan a hacer el mal, a  hacer todo aquello que es un mal para con los demás, y la lista es larga: "fornicaciones,  robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación,  orgullo, frivolidad". Y mucho más que podría añadirse.

Sin duda estamos todos de acuerdo con lo que Jesús dice. Y también sin duda creemos  que aquellos fariseos estaban cargados de manías y que en el fondo lo que hacían era  escudarse en este tipo de cuestiones para no tomarse en serio lo que realmente es  importante.

-También en nuestra Iglesia: ¿lo decisivo son las cosas externas? Pero yo creo que no  basta con decir que estamos de acuerdo, y pensar que esas manías de los fariseos son  historia ya pasada. Y si no, miremos hacia nuestra Iglesia, y miremos hacia nosotros  mismos. Porque EN NUESTRA IGLESIA SE SIGUE CULTIVANDO ESTE ESTILO DE LOS  FARISEOS, y nosotros mismos, si no prestamos atención, también podemos contribuir a  cultivarlo.

En nuestra Iglesia hay cristianos -y organizaciones cristianas- que parece que SUS  PREOCUPACIONES FUNDAMENTALES sean si los sacerdotes van vestidos de sacerdote,  si una chica ayuda a distribuir la comunión en manga corta, si se recibe la comunión en la  boca o en la mano, si se hacen procesiones, si las monjas de clausura tienen suficientes  rejas y van lo bastante tapadas, si cuando el papa va a un lugar la gente sale en masa a  aplaudirlo... y así sucesivamente. Esos cristianos, y estas organizaciones, convierten ese  tipo de cosas en cuestiones decisivas, y añaden luego algunas leyes morales sobre todo de  tipo sexual, y LES PARECE TENER YA TODA LA VIDA CRISTIANA RESUELTA Y  ORGANIZADA: para ellos, parece que ser cristiano es algo que se mide según estos  criterios, y exclusivamente con ellos.

No sé yo lo que les diría Jesús, a estos cristianos. Quizá les diría las mismas palabras  que hemos escuchado en el evangelio: "DEJÁIS A UN LADO EL MANDAMIENTO DE DIOS  PARA AFERRAROS A LA TRADICIÓN DE LOS HOMBRES". Y quizá añadiría, como a los  fariseos: "¡Hipócritas!... Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de  mí".

-Lo que cuenta es el tipo de hombre que realmente queremos ser

Porque claro, cuando uno toma estas cosas externas como si fueran lo decisivo,  entonces en realidad ESTA TAPANDO LO QUE ES DECISIVO REALMENTE: lo que sale  del corazón, los intereses y propósitos a los que uno dedica su vida, el tipo de hombre que  realmente es y quiere ser. Santiago, en la segunda lectura, nos lo ha recordado de forma  muy gráfica: "La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar  huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse la manos con este mundo". Lo  externo a veces será útil y bueno como señal, como signo, pero cuando uno lo toma como  decisivo, muy probablemente SE OLVIDA ENTONCES DE LUCHAR CONTRA TODO LO  QUE MANCHA LAS MANOS EN ESTE MUNDO: el egoísmo, el afán de poder y de placer,  el olvido de las necesidades de los pobres... todo lo que, en definitiva, SALE DEL  CORAZÓN DEL HOMBRE Y HACE REALMENTE DAÑO.

Procuremos NO CAER NOSOTROS TAMBIÉN en esta hipocresía que Jesús ha  criticado tan duramente. Que el pan y el vino de la Eucaristía nos recuerden siempre que lo  que vale la pena es el estilo de hombre que Jesús vivió fielmente hasta la muerte. 

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 17


 

7.

1. Jesús pretende restaurar el auténtico espíritu religioso  En nuestra sociedad lo religioso está en crisis. Se dice que la religión impide al hombre  realizarse, que pertenece a una época de la humanidad ya superada; y se considera al  hombre religioso como un atrasado dentro del progreso humano.

Es verdad que las formas religiosas o el modo de presentarse las religiones son muchas  veces inadecuados. Y es también un hecho que las religiones, en cuanto instituciones, han  canonizado sus leyes y tradiciones, haciendo de ellas parte esencial de lo religioso. Las  tradiciones se han apoderado de la palabra viva; la institución, del espíritu, lo pasajero ha  encubierto lo permanente, lo menos importante ha ocupado el primer lugar. Este peligro de toda religión ha carcomido también la nuestra en las formas religiosas que  durante muchos siglos ha vivido el cristianismo.

Este pasaje evangélico es una muestra de la lucha constante de Jesús contra buena  parte de los hombres religiosos de su época, que convertían la religión en el cumplimiento  de unas normas externas, pero olvidaban lo más importante: el amor a Dios, que debe  concretarse en amor a la humanidad. Es el peligro constante que acecha a todas las  religiones y a todo hombre.

Jesús pretende restaurar el auténtico espíritu religioso. Y no podemos olvidar que su  principal enemigo en ese intento fue la misma institución religiosa. ¿Coincidencia o  profecía? Tres fueron las dificultades más importantes que tuvo que superar Jesús en su  lucha con la institución religiosa: las tradiciones humanas, que habían hecho olvidar la  única ley divina del amor al prójimo; el legalismo, que distorsionaba gravemente el sentido  de la moral, y el racismo, que eliminaba del pueblo de Dios a los extranjeros. Esta lucha,  sobre la que tenemos abundantes datos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las  cartas de Pablo, persistirá en toda la historia de la iglesia. Jesús y sus seguidores viven y actúan con plena libertad en medio de un mundo lleno de  normas, leyes y tradiciones, lo que origina los constantes enfrentamientos con los fariseos y  los letrados. Jesús acusa con sus palabras y con su vida de pequeño, raquítico,  escrupuloso, rastrero, inhumano, hipócrita, esclavo... al mundo religioso que le rodea.

2. El riesgo de las tradiciones

"Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén". Es una  comisión llegada del centro de la institución judía -quizá del sanedrín- para investigar la  actividad de Jesús. Jerusalén daba las normas para toda la comunidad judía, tanto de  Palestina como de la diáspora. Los máximos dirigentes del judaísmo están alarmados por  las cosas que se dicen del profeta galileo. ¿Por qué nunca se investiga a los que no hacen  nada o defienden las injusticias establecidas? 

Los letrados o teólogos son las máximas autoridades doctrinales, los maestros que  interpretan la ley. Su deseo era el de ser fieles a la voluntad de Dios. Pero creían que esta  fidelidad consistía en hacer cosas, con lo que llegaron a elaborar una casuística cada vez  más complicada, alejándose poco a poco de la auténtica voluntad de Dios. En ese esfuerzo  había algo justo e irrenunciable: traducir concretamente los mandamientos de Dios  aplicándolos a los diversos casos de la vida.

FARISEÍSMO: Los fariseos eran los más minuciosos observantes de esa casuística. El  Talmud enumera siete clases de fariseos, reprobando expresamente y tachando de  hipócritas las cinco primeras. Los textos evangélicos generalizan al referirnos las polémicas  de Jesús con ellos. Nos presentan su figura de una forma esquemática, caricaturizada, lo  que tiene el peligro de simplificar la complejidad de la historia y de los grupos humanos; y el  acierto de poner de relieve algunas ideas esenciales, típicas y provocadoras. El fariseo es  la expresión de una postura religiosa que puede aparecer en cualquier momento. Siempre  existe la tendencia a fiarse de las propias obras, a multiplicar las observancias secundarias  a costa de lo esencial. El texto pretende cuestionarnos a los cristianos.

La vida de los hombres, pese a los muchos cambios sociales, está rodeada de  tradiciones. Son como el ambiente en que se desarrolla gran parte de nuestra existencia: la  cena de nochebuena, el bautizo de los hijos, la primera comunión, la fiesta del patrón del  pueblo... Los que se consideran liberados de ellas viven el "sarampión" de moda: hacen  todos lo mismo, hablan todos igual... Han superado la "alienación religiosa", pero han caído  en otras alienaciones peores: la moda musical, la droga, el libertinaje sexual... Para unos y  para otros, lo más importante es no comprometer la propia vida "desde dentro". El  formalismo y la moda son la grave amenaza que pesa sobre las tradiciones humanas y  cristianas.

Todos tendemos a hacer un dios de nuestras costumbres y de nuestros criterios,  aferrándonos a ellos. Y los revestimos con solemnes razones que ayuden a sostener su  respetabilidad. Lo que intentamos al conservar nuestras costumbres y criterios es defender  nuestro modo de actuar y de vivir. ¡Qué difícil es ser objetivos!  ¿Por qué surgen las tradiciones? La inseguridad es una característica de la existencia  humana y de toda verdadera religión. Para salir de ella buscamos normas establecidas, que  con el tiempo se transforman en costumbres y tradiciones, que se extienden a los grupos  religiosos.

Las tradiciones nos ayudan a movernos en todos los ámbitos de la vida, sin tener que  estar siempre improvisando, con el riesgo y el esfuerzo que eso lleva consigo. El problema de las tradiciones se plantea cuando el hombre, hambriento de seguridades,  se aferra a las costumbres, poniéndolas por encima de la misma palabra de Dios. Toda  sobreabundancia estructural y de costumbres ponen en peligro lo básico, lo interior. Jesús  nos trajo una religión de amor con las estructuras indispensables para poder subsistir.

Otra causa del aferramiento a las tradiciones es el nefasto culto que los hombres  tributamos a las apariencias. Nos llenamos de tradiciones puramente mundanas, de  preceptos inventados, de costumbres. de normas de "educación"..., y así tapamos lo que  realmente somos. No importa que haya divisiones, odios, cotilleos...; lo que preocupa es  que se sepa.

Aquella mentalidad asfixiante -más de seiscientos preceptos- pretendía estar avalada por  Dios, cuyo nombre tenían siempre en la boca, lo que daba un barniz religioso a toda su  manera de vivir. Jesús habla de otro Dios: el Dios que llama a la vida y a la grandeza  interior, a compartir el trabajo y el pan... Todas estas formas de legalismo son siempre una manera de rechazar a Dios. La  raquítica comprensión de Dios como "el que da normas" conducía a una raquítica  comprensión del hombre: el hombre perfecto era el que cumplía detalladamente esas  normas.

Contra esta tendencia humana chocan los revolucionarios de cualquier clase que tratan  de cambiar las cosas. Y los jóvenes que pretenden vivir con un estilo de vida distinto al de  los mayores. Pero si ganan, las nuevas costumbres o modas se convertirán también en  costumbres a conservar, hasta que lleguen otros revolucionarios o la próxima generación  de jóvenes. Cuando los jóvenes de ahora ya no lo seáis tanto, también veréis convertir en viejas las  costumbres que fueron novedad; vuestros hijos chocarán con vosotros lo mismo que  vosotros chocáis ahora con vuestros padres. Y esto en el campo social, político o  religioso.

Jesús chocó con esta tendencia humana a la conservación, y nos abrió el camino para su  superación. La escena es en Galilea; el ambiente, hostil a Jesús; los dirigentes religiosos que se  acercan a él forman una especie de grupo de espionaje. Con esta actitud es imposible  entender.

3. Lavarse las manos antes de comer 

"¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los  mayores?" Es un ataque indirecto contra Jesús por permitir tales cosas. Es el maestro de  sus discípulos y el responsable de todos ellos. Es un ejemplo más de la dura polémica que  pone al descubierto la diferencia entre la enseñanza de Jesús y la doctrina oficial farisaica,  que había convertido la religión de Israel en un esqueleto sin espíritu. ¿Por qué reprochan solamente la actitud de algunos discípulos y no la de Jesús? Es muy  probable que Jesús observara normalmente estas prescripciones, lo mismo que la mayoría  de sus discípulos. Sin embargo, enseñaba la plena libertad frente a la ley y a todo tipo de  prescripciones humanas. Estas serían las razones de su indiferencia ante la actuación de  algunos de sus discípulos en este punto.

"La tradición de los mayores" es una expresión técnica de la teología rabínica en la que  incluían todos los preceptos que habían elaborado las escuelas de los rabinos desde el  siglo v antes de Cristo, cuyos sucesores eran los letrados o escribas del tiempo de Jesús.

Para los fariseos y los letrados, la ley y la tradición forman una unidad. Para ellos, ambas  habían sido dadas por Dios a Moisés en el Sinaí. Se diferenciaban en que una parte fue  puesta por escrito y otra se transmitió oralmente a través de las generaciones. Esta  revelación oral debía gozar de la misma autoridad que la escrita, al tener el mismo origen;  pero, en realidad, eran preceptos humanos, muchas veces absurdos y ridículos. El incumplimiento de la tradición de los mayores era considerado como una transgresión  a la ley y, por tanto, de Dios. Este era el punto de vista del partido de los fariseos y de los  letrados que pertenecían a él. El partido de los saduceos rechazaba esa tradición oral, tan  fácil siempre de manipular.

"Lavarse las manos antes de comer" no se hacía por higiene, sino por pureza legal.  Tenían que hacerlo cada vez que iban a llevarse alimentos a la boca, siguiendo un  complicado ritual. Si comían sin lavarse las manos, impurificaban los alimentos por el  contacto con el mundo exterior, y éstos, al entrar en el hombre, causaban a su vez su  impureza.

En el Antiguo Testamento sólo se habla de esas abluciones al referirse a los sacerdotes  que han de cuidar de las ofrendas (Ex 30,17-21), con lo que es posible que únicamente les  obligara a ellos en la celebración del culto. En la interpretación farisaica de la ley, las  prescripciones dadas a un pequeño grupo de personas son ampliadas a todos -sacerdotes  y laicos -y a todas las situaciones de la vida -en el culto y en la vida doméstica-. Pretenden  sacralizar toda la vida humana con una multitud de prescripciones particulares. Si  pretendían que obligaran a todos los judíos, con más razón debían ser cumplidas por las  personas más observantes y piadosas como esperaban fueran Jesús y sus discípulos, al  presentarse como grupo religioso cualificado. ¡Lástima que no pusieran el mismo  entusiasmo en las cosas importantes, las únicas que podrían hacerlos verdaderamente  creyentes! ¡Y lástima también que sigamos sin aprender la lección! 

4. La libertad interior del hombre 

Jesús no responde directamente a esa pregunta insidiosa, que enfrenta la tradición con  la misma ley divina, como queda patente con el ejemplo de la ofrenda hecha al templo.  Según Mateo, les contesta con otra pregunta: "Y vosotros, ¿por qué quebrantáis el  mandamiento de Dios por vuestra tradición?" (Mt 15,3). Les pone un ejemplo y les recuerda  una cita del profeta Isaías (Is29,13). La respuesta de Marcos es la misma, aunque no lo  hace en forma de pregunta y coloca primero la cita de Isaías que el ejemplo concreto. Es un  contraataque que apunta mucho más lejos que la pregunta que le han formulado. No  defiende a sus discípulos, sino que ataca duramente a sus acusadores. Ellos cometen una  transgresión mucho más grave al poner la tradición, que atribuyen a Dios, por encima del  mandamiento irrenunciable del amor. Les dice "vuestra tradición", negándole con ello todo  valor revelado.

Les echa en cara un duro texto de Isaías, del que hace la exégesis y lo aplica al caso. De  esa forma intenta hacerles ver que su denuncia cuenta con el apoyo de los profetas. En él  Isaías hace dos reproches: practicar una religiosidad superficial -"con los labios"-, en lugar  de la entrega incondicional a Dios de todo el hombre -"pero su corazón está lejos de mí"-, y  enseñar una moral que aleja de la verdadera voluntad de Dios a los que la practican:  "porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos". Son exactamente los dos  reproches que Jesús desarrolla en este debate.

Los fariseos se preocuparon excesivamente de normas externas y olvidaron el  acercamiento personal a Dios y a los hombres, y creían ser mejores que los demás por el  hecho de cumplir escrupulosamente todos los preceptos y tradiciones. Pero habían caído  en el absurdo, como les demostrará con un caso concreto.

Jesús no valora las apariencias de la persona, sino su interior, la totalidad del hombre.  Sabe que debajo de una fachada impecable se pueden esconder intenciones mezquinas.  ¡Cuántas fachadas de religiosidad que violan las más elementales normas de justicia y  convivencia humanas! La fe que no lleve a un amor mayor, concretado en la justicia, no  tiene ningún valor y constituye una anti-religión. Sus palabras son un no rotundo a las  prácticas vacías de contenido por ser hipócritas.

No creamos que son acusaciones para otras épocas. Son muy actuales en el cristianismo  de rebajas que padecemos. Lo que se busca es que la masa reciba los sacramentos, sin  importarnos el porqué y la forma de recibirlos y celebrarlos. Este peligro ha sido constante  en la iglesia. Hemos de estar siempre sobre aviso.

"Dejáis a un lado los mandamientos de Dios para aferraros a la tradición de los hombres".  El mandamiento de Dios y la tradición de los hombres tienen que ser considerados como  dos cosas distintas. No están en el mismo plano, porque el primero es perenne y la  segunda provisional. Jesús no trata simplemente de cambiar unas costumbres por otras. Hace algo mucho más  radical: relativiza cualquier costumbre, las de su época, las de antes y las de después; las  de los jóvenes y las de los mayores. Intenta combatir esa tendencia humana a convertir en  sagradas, en intocables, las propias costumbres. Para Jesús sólo existe un absoluto: el  Padre Dios. Un absoluto que es amor y al que es preciso referirse siempre y según el cual  debemos revisar, relativizar y corregir nuestras costumbres.

La habilidad para confundir las propias costumbres con la voluntad de Dios es una  enfermedad religiosa que suele reproducirse fácilmente en todas partes. La incalificable tradición del "corbán", que permitía a los hijos desentenderse, con la  conciencia tranquila, del deber de mantener a los padres ancianos e inválidos gracias a una  ofrenda hecha al templo, es el ejemplo que les pone Jesús para desenmascarar su  hipocresía. Si la parte de los propios bienes que habían de destinar al mantenimiento de los  padres los ofrecían al templo, quedaban liberados de lo prescrito en el cuarto mandamiento:  quedaban declarados ofrenda sagrada y retirados del ámbito profano. Resultaba un  espantoso contrasentido: cumpliendo un acto piadoso con el templo se liberaban de su  obligación filial mandada por Dios. ¡Cómo se nublan todas las ideas cuando hay dinero por  medio! Lo ofrecido al templo iba a parar, naturalmente, a los sacerdotes. La pretendida  atención al templo se opone al mandamiento divino de amar y socorrer a los padres. Lo  principal es pospuesto a lo secundario, el hombre al templo. Para Jesús, y para todo  hombre de buena voluntad, el bien del hombre es siempre lo primero; para los dirigentes,  primaban los aranceles.

Jesús considera los mandamientos de Dios de una calidad distinta y con una autoridad  diferente de las que tienen los preceptos de los rabinos. Lo mismo ahora con los  mandamientos de la iglesia. No los considera obligatorios y enseña o permite que estos  preceptos humanos sean quebrantados, como en el caso de lavarse las manos antes de  comer. ¿Qué pensar de la obligatoriedad, bajo pena de pecado mortal, de la asistencia a la  misa dominical, precepto mantenido con tanto celo? El ejemplo que les trae es evidente: el  cuarto mandamiento ordena honrar al padre y a la madre. Pero los rabinos se han  inventado una posibilidad de rehuir tal mandamiento, anulando la misma palabra de Dios. Les llama "hipócritas" porque defienden sus propias ideas y conveniencias por encima de  los mandamientos divinos. ¿Cómo pueden reprocharle algo a él, cuando lo que ellos hacen  es incomparablemente peor? 

Sería importante buscar ejemplos actuales que nos demuestren la perenne actualidad de  las palabras de Jesús dentro de nuestra iglesia y fuera de ella. Toda ley divina o humana  tiene siempre el riesgo de ser tergiversada por los encargados de interpretarla o de  aplicarla. Jesús no niega la tradición, pero distingue lo que hay de humano, de cambiable,  en ella y lo que hay de fundamental. Y subordina siempre a lo inmutable -el amor con todas  sus imprevisibles sorpresas- aun la tradición más respetable.

La observancia externa de las leyes, atacada aquí por Jesús, puede manifestarse  también de forma opuesta: cuando de la "no observancia" de los preceptos se hace un  nuevo precepto que, si no se observa, lleva consigo el riesgo de ser considerados como  reaccionarios. ¿No ven con pena muchos "progres" actuales a los cristianos comprometidos  seriamente con el pueblo porque "todavía creen en Dios"? Como está de moda negarlo o  prescindir de él...

Jesús defiende la libertad interior del hombre por encima de toda prescripción externa,  defiende la fidelidad a sí mismo; nunca la sustitución de unos preceptos por otros. En toda  evolución existe siempre el peligro de un retorno al "dogmatismo", aunque sea bajo el  disfraz de liberalismo.

5. Lo puro y lo impuro 

En la segunda parte del texto Jesús clarifica la cuestión de la pureza o la impureza. Sus  palabras están preparadas por la llamada a la gente, a la que pide poner atención a lo que  va a decirles: "Nada que entre de fuera hace al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo  que hace impuro al hombre". Es una sentencia formada por dos frases en paralelismo  antitético: lo que entra en el hombre no lo hace impuro, lo que sale del hombre sí puede  hacerlo impuro.

Jesús hace su declaración ante el pueblo porque no se trata de una interpretación  discrepante de la ley, de una aplicación diferente con respecto a los letrados y fariseos,  sino de algo fundamentalmente nuevo: rechaza toda la manera de pensar que se oculta  detrás de las prescripciones de los rabinos sobre la pureza. Los letrados habían hecho una  lista de animales y de alimentos puros e impuros de los que solamente se podían comer los  primeros.

Jesús declara puros todos los alimentos, liberando a sus seguidores de todas las  prohibiciones en materia de alimentación. Este enfrentamiento con los dirigentes religiosos  le acarreará muchas dificultades y contribuirá a su asesinato. Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro, entre una esfera religiosa,  separada, sagrada, en la que Dios está presente, y otra esfera ordinaria, cotidiana, en la  que Dios está ausente. No basta que una persona, un lugar, un templo hayan sido  consagrados a Dios para que se hagan automáticamente sagrados e intocables. La única  santificación posible viene después, cuando el hombre libre y conscientemente asume una  conducta conforme a la voluntad de Dios. No hay nada sagrado o profano, puro o impuro en  sí. La creación entera es buena por ser obra de Dios. Las cosas del mundo nunca son  impuras. Lo llegan a ser sólo a través del corazón de los hombres. Una cuestión de gran  importancia en el cristianismo primitivo, sobre todo por la participación de judíos y paganos  en la misma mesa.

Es necesario "escuchar y entender" de nuevo si queremos ajustar nuestra vida a estas  palabras de Jesús. "No es lo que entra en la boca lo que hace impuro al hombre"; por eso  carece de importancia comer sin lavarse las manos o privarse de comer algunos alimentos  por razones religiosas.

COR/CENTRO: "Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre". Lo que sale de  dentro se le apropia al corazón: los odios, los pensamientos ruines, las calumnias... Es esto  lo que incapacita al hombre para las cosas de Dios y le hace indigno de la comunidad  humana. El hombre no se hace impuro desde fuera, sino desde dentro. Este es el  pensamiento de Jesús, su nueva ley. Es la intención la que hace grandes o mezquinas  nuestras palabras y nuestras obras, aunque esa intención quede encubierta en loables  discursos.

El hombre vale por lo que vale su corazón, es decir, por aquello que desea, busca y ama  desde el fondo de sí mismo. Es en el corazón -en lo más íntimo de su ser- donde el hombre  acoge o rechaza a Dios, donde de hecho orienta su vida entera. El corazón es el lugar  donde el hombre se revela. No podemos seguir engañándonos a base de plegarias y de prácticas religiosas. Lo que  importa es lo que anhelamos y buscamos desde lo profundo de nuestro yo. Hay un signo  claro que puede indicarnos lo que nuestro corazón ama y desea: la vida real que llevamos.  Es verdad que la vida nunca es limpia del todo, que nunca somos fieles plenamente a  nosotros mismos..., pero sí podemos clarificar qué es lo que realmente nos mueve en la  vida, a qué damos valor y a qué no... Jesús no nos trajo un código de leyes y  prescripciones, sino una llamada a la sinceridad en el pensar, sentir y vivir.

6. Guías ciegos 

Mateo nos dice que los fariseos se escandalizaron con las palabras de Jesús porque  destruían la tradición que ellos pretendían observar y con la que se ganaban su fama de  santidad y su influjo sobre el pueblo. Jesús niega que su piedad, centrada en la  observancia de la tradición, sea cosa de Dios. Ni por un momento intenta evitar ese  escándalo. Han formado con los letrados un frente firme y endurecido y no están dispuestos  a oír y aprender de nuevo. Es el peligro de todos los hombres muy religiosos.

Se han colocado a un nivel distinto al de Jesús, con lo que su palabra no puede penetrar  su pensamiento y su voluntad. ¿Cómo podrán aprender los que ya lo saben todo? Se  escandalizan, en lugar de tratar de entender y convertirse. Creían formar la comunidad pura  e ideal de Israel, y Jesús les considera "ciegos que guían a ciegos". Están perdidos, sin  horizonte, por haberse aferrado a unas tradiciones muertas. "Serán arrancados de raíz", lo  mismo que "toda planta que no haya plantado el Padre celestial" (Mt 15,13).

Con su recomendación: "Dejadlos" (Mt 15,14), independiza a sus discípulos de la  autoridad de los fariseos y letrados y de sus tradiciones. Piensan ser guías de los ciegos  cuando son ciegos ellos mismos. Su ceguera consiste en poner las normas religiosas por  encima del hombre, contrariando el plan de Dios. El pueblo vive en tinieblas porque la mayoría de sus guías han perdido la vista. Y de esa  forma, dirigentes y dirigidos tienen que "caer en el hoyo" (Mt 15,14). Pero el pueblo carece  de culpa, porque no puede prescindir de sus pastores y maestros. Sobre éstos recae toda  la responsabilidad.

No es difícil entrever detrás de estas palabras de Mateo una pregunta que asaltaba a los  primeros cristianos de procedencia judía: ¿Deberemos romper con el judaísmo o no? La  respuesta de Mateo es: "Dejadlos". ¿Qué tendríamos que hacer ahora? 

7. La pureza del corazón 

Después que se separó de los dirigentes religiosos judíos y de la muchedumbre, explicó  la parábola a sus discípulos. "¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis?" Ni siquiera los discípulos  entienden la verdadera concepción del mensaje evangélico. ¿Nos tendrá que llamar  "torpes" también a nosotros? La incomprensión ante Jesús existió siempre, sin que se  libraran de ella sus seguidores más directos. ¿Por qué pretendemos que ahora sea  distinto? 

Una vez más Jesús traslada el debate del plano de los preceptos legales al plano  humano. En el centro ya no están los alimentos puros o impuros, sino el hombre. Y percibe  el pecado no en las acciones externas, sino en la intención del corazón. Ya no se trata de  manos más o menos lavadas, de conductas más o menos irreprensibles, sino de pureza de  corazón. Es del corazón del hombre de donde brota el verdadero mal. Marcos enumera  trece productos malos de esa fábrica colocada en el centro de la persona. Mateo sólo  siete.

Cuando Jesús habla del "corazón" no lo hace en sentido biológico, sino apropiándole  toda la interioridad de la persona, el centro de la vida, de las decisiones y del encuentro  personal con Dios. Según la mentalidad hebrea, expresada en la Biblia, se piensa, se  recuerda, se toman decisiones con el corazón; que es al mismo tiempo amor, inteligencia,  espíritu, memoria, conocimiento, libertad... Si nuestro corazón es bueno, lo será también  toda nuestra actuación, puesto que lo que hacemos es fruto de lo que tenemos en el  corazón, de lo que somos. Aunque muchas veces, en la práctica, nos cueste actuar según  nuestras decisiones personales, o actuemos de modo contrario.

Nosotros tendemos a juzgar a nuestros semejantes por sus actos externos, por sus  palabras. Y esto, que es verdad cuando las obras son buenas, puede llevarnos al engaño  cuando una persona obra mal. Se puede obrar mal como consecuencia de una infancia y  juventud vivida en la marginación y en la explotación. ¡Cuántos hay en la cárcel víctimas de  una sociedad radicalmente injusta! ¡Y cuántos que piden mano dura para los delincuentes  comunes deberían callarse y estar entre rejas por ser la causa de esa delincuencia! El  corazón es la expresión de la persona en su interioridad y en su totalidad. Y como queda  lejos de la mirada de los demás hombres, debemos evitar siempre el juicio sobre las  personas y crear situaciones de justicia y de igualdad entre todos.

Jesús mira el interior, el corazón humano. ¡Qué mirada tan distinta a la nuestra! Es  urgente trabajar por devolver a la religión su verdad, como ha hecho Jesús. No podemos  hacer de lo religioso un aparte del mundo, sino el fundamento de todo lo que tiene sentido. 

Hemos de superar el encerrar lo religioso en formas externas y tradicionales humanas,  siempre cambiables y cambiantes, y descubrir la verdad de lo religioso en el corazón del  hombre. Ese "corazón" que es lo que hace al hombre bueno o malo. Llamarse cristiano y no  vivir compartiendo lo que se tiene y lo que se es, es la trampa, la hipocresía de todos los  que están confortablemente situados en la sociedad. Jesús nos ha dicho que lo que importa es lo que sale del corazón. ¿Qué sale del  nuestro?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3.
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 60-71