REFLEXIONES
1. FE/EXPERIENCIA: SE TRATA DE DECIR QUIÉN ES JESÚS CON LA PROPIA VIDA.
Pero ayer como hoy -vale la pena insistir en ello- más que las formulaciones de fe lo más exactas posibles y que nunca serán más que puras aproximaciones, lo que cuenta y vale es la vivencia de fe. Se trata, por tanto, y ahí reside la dificultad para todos, de decir quién es Jesús con la propia vida. O sea: ¿hasta qué punto sus valores se van convirtiendo en nuestros propios valores? ¿Hasta qué punto, y en concreto, nuestra adhesión a él nos ayuda cuando tenemos que perdonar, comprender, compartir lo poco o lo mucho que poseemos... cuando tenemos, en definitiva, que amar? Sólo a partir de ahí será válida la respuesta a la pregunta de cada día y de siempre: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".
P.
VIVO
MISA DOMINICAL 1987/16)
2. ALEGRIA-CRA: TODAS LAS ALEGRÍAS DE ESTE MUNDO-AUNQUE RELATIVAS- SON PREGUSTACION DE LA ALEGRÍA PERFECTA.
-"Firmes en la verdadera alegría" (Colecta). Nuestro Dios es alegre. Sólo en él se encuentra la perfecta alegría, la verdadera. Fuera de él, las alegrías son inconsistentes e inestables, como todas las realidades de este mundo en medio de las que nos movemos nosotros. Pero así como todas esas realidades derivan de él, son don suyo y nos lo muestran, así también todas las alegrías descienden de su fuente, son don de su bondad, pregustación de la alegría perfecta.
Resulta agradable pensarlo durante las vacaciones, cuando todos somos más sensibles a las dimensiones festivas de la existencia.
La tensión hacia la promesa de Dios no nos aleja de las realidades y las alegrías inestables. Las relativiza desde luego (aunque bastante relativas son ya por sí mismas...). Y al mismo tiempo las fortalece. Porque son manifestaciones, promesas, pregustaciones de la alegría verdadera y plena, la que es objeto de la promesa de Dios.
J.
TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1987/16
3. J/PERSONALIDAD. EL JESÚS QUE SOLO PUEDE SER DIOS AUN A COSTA DE PERDER EN PARTE SU HUMANIDAD ES LO MAS FRECUENTE. J/QUIEN-ES
-¿QUIEN ES JESÚS? Todos hemos hecho alguna vez ese ejercicio sencillo de repetir varias veces seguidas una misma palabra hasta descubrir que ya no sabemos si la decimos al derecho o al revés y darnos cuenta de que la hemos convertido en unos sonidos que pierden significado.
Quizá nos ha sucedido algo así con la pregunta "¿quién es Jesús?", que de tanto repetirla parece que ha perdido sentido o, al menos, nos hemos habituado a ella. Nos hemos habituado a la pregunta y a la respuesta.
A lo largo de la historia de la Iglesia la figura de Jesús ha sido, como es lógico, la que más vivas polémicas y conflictos ha suscitado; herejías las ha habido de todo tipo, pero las cristológicas han sido las mas abundantes; por eso desde muy temprano quedó fijada la respuesta teórica a nuestra pregunta: "Jesús es Dios y hombre verdadero". Tal claridad doctrinal fue una ventaja, no cabe duda; pero tuvo su precio, pues para muchos la fe consistió en dar un asentimiento intelectual a este artículo de fe, más que una adhesión personal a la persona de Jesús, a su vida y a su obra y, sobre todo, a su causa: el Reino.
Un primer problema al que hemos de hacer frente todavía en nuestros días; el ejemplo de Pedro nos puede ayudar a resolverlo frente a un aprendizaje que, normalmente, sólo se realiza en edades infantiles y, por tanto, es necesariamente teórico y poco personalizado (y que por eso mismo corre el peligro de quedarse siempre en ese infantilismo teórico), una convivencia con Jesús que termina en una proclamación espontánea de fe: tú eres el Mesías; y eso, en palabras del mismo Jesús, no lo había aprendido en clase o en catequesis, sino que se lo había revelado el Padre; es decir, Dios le abrió los ojos para re-conocer en aquél a quien ya conocía, al Enviado de Dios.
Igualmente, una iniciación excesivamente teórica en el conocimiento de Jesús ha provocado otro problema, doble. Confesar que Jesús es Dios y hombre a la vez no es el producto de una reflexión, sino de la fe; porque -confesémoslo- no es muy lógico ni muy fácil admitir tal condición de Jesús. Por eso, cuando la fe tiene ese origen preferentemente teórico, siempre queda el problema de cómo compaginar las dos cosas. Quien lo vive, sabe que se trata de un misterio, y como tal lo acoge, lo venera y lo cree. Quien lo teoriza, o se decanta por un Jesús divino, en detrimento de su humanidad, o lo humaniza hasta hacerle perder su divinidad. Fueron problemas que se dieron ya en los primeros siglos del cristianismo y que, más o menos consciente o inconscientemente están presentes en muchos cristianos.
El Jesús que sólo puede ser Dios a costa de perder, al menos en parte, su humanidad, es lo más frecuente. Cuesta admitir las palabras de Pablo, cuando afirma que se hizo igual en todo a nosotros menos en el pecado. Nosotros lo hacemos desigual en todo, en el conocimiento de las cosas, en sus poderes sobrenaturales, en su capacidad de sufrimiento, en su visión del futuro... Y al final ese Jesús ya no tiene nada que ver con el de los Evangelios.
La solución para esto es un buen conocimiento del N.T., frente a esas "teologías populares" que tienen más de "historias de abuelas" (aunque se puedan escuchar también a no pocos predicadores) que de verdadera fe.
El otro problema, idéntico al anterior pero de sentido contrario, es el de ver a un Jesús "superman", "superstar", super-lo-que-sea, pero hombre al fin y al cabo, con nada de divino. Esto, que también se dio en los primeros siglos del cristianismo, tiene sin embargo hoy día unas connotaciones especiales, pues es más bien una reacción a la deformación anterior, en parte y en parte es también el resultado del paso de la secularización por la figura de Jesús. En el fondo subyace también una aproximación excesivamente intelectual a la figura de Jesús.
Y no es que la aproximación intelectual esté mal. Se trata de reconocer que no es la fundamental ni la prioritaria. A los amigos nos acercamos en la vida y desde las situaciones de la vida; no nos sentamos en nuestro despacho para estudiar, acompañados de médicos, psicólogos y sociólogos, las biografías de posibles candidatos a nuestra amistad. Sólo desde nuestra vida, que también tiene su mucho de misterio podemos abrirnos a ese otro misterio que es Jesús, Dios y hombre.
Confesar que Jesús es el Hijo de Dios es el primer paso de la fe, propiamente dicha; pero no es la meta final; a partir de esa confesión nace una nueva comprensión de la vida y, en consecuencia, una nueva forma de vivirla. Si los guardianes de la ortodoxia se conforman con que sean muchos los que afirman que Jesús es el Hijo de Dios, o con que no se busquen fórmulas "sospechosas" para expresar tal afirmación, allá ellos. Pero seguirá siendo cierto que "la fe sin obras es un cadáver" (St 2. 17).
Cuando escuchemos hoy la pregunta "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?", no busquemos en el almacén de nuestros conocimientos, sino en el fondo de nuestro corazón y en nuestro quehacer de cada día.
Y ahí está nuestra respuesta más sincera y auténtica a la pregunta de Jesús.
L.
GRACIETA
DABAR 1990/43
No podemos olvidar que, al menos hasta hace poco tiempo, accedíamos al cristianismo por mera inercia. Habíamos nacido en una familia cristiana, y de manos de nuestros padres y en la propia escuela empezamos a abrir los ojos a una fe religiosa a la que, en muchos casos, no le hemos prestado el menor apoyo personal. Lo que recibimos, mucho o poco, lo hemos ido conservando pero no lo hemos enriquecido. Muchos cristianos tienen de Jesús una idea de "devocionario" que no alcanza, ni de lejos, a convertirlo en un ser vivo, con perfiles determinados, en "alguien" que está cerca de nosotros compartiendo todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. Muchos cristianos no se han encontrado con Cristo, no lo conocen, no sabrían hablar de Él, no podrían desentrañar su doctrina, no podrían señalar certeramente cuáles son sus características, cuáles sus ilusiones, cuál la finalidad para la que vino a la tierra. Muchos cristianos, en suma, no saben por qué y para qué son cristianos. Sólo saben que tienen un conjunto más o manos vago de verdades en las que dicen creer y unas fórmulas que repiten con más o menos conciencia. Y nada más. Sinceramente, es muy poco.
A JC también debía de parecerle poco ese estilo de fe más bien religiosa que cristiana. Quizá por eso, y para que todos pensásemos en ello, formuló su gran pregunta, esa que nos tenemos que hacer todos y cada uno de nosotros en la intimidad de nuestro corazón si de verdad queremos ser cristianos. Y si la respuesta, aunque sea tímida está en la línea de la que dio san Pedro, las consecuencias no pueden ser más claras. Son las mismas que tuvo para el propio Apóstol que tan certeramente contestó: comprometer la vida. Quizá por eso es por lo que no nos hacemos seriamente la pregunta y preferimos "ir tirando" con nuestra pequeña fe infantil o adolescente, sin desarrollar; quizá por eso preferimos una fe de verdades a medias y de rezos que nos permiten seguir viviendo cómodamente sin que nos comprometamos personal- mente; compaginando el elogio evangélico de la pobreza con la riqueza conservada avaramente; la limpieza del corazón con la murmuración y la maledicencia; la mansedumbre de las bienaventuranzas con la agresividad y el desprecio; la misericordia predicada por Jesús con el más riguroso dogmatismo puritano que condena inmisericordemente lo que consideramos inaceptables debilidades de los demás. Qué duda cabe que viendo actuar a muchos cristianos resulta evidente que no se han formulado la pregunta que hoy trae el evangelio. Por eso quizá estamos ofreciendo al mundo un cristianismo sin garra, sin atractivo, sin empuje, sin estilo; un cristianismo que no convence porque no bebe de las esencias de Cristo, cuya persona no forma parte de nuestra vida, sino que es, en la mayoría de los casos, un ser difuso y lejano al que identificamos en la iconografía religiosa y al que recordamos en diversas efemérides cuando la liturgia nos lo pone delante en sus celebraciones anuales.
Hay que arriesgarse y tener el valor de formular en silencio esa pregunta clave, esa pregunta que, como si se tratase del túnel del tiempo, está todavía en el aire dirigida a cada uno de los que se llaman discípulos de Cristo. Es una pregunta clave en cuya respuesta nos jugamos mucho; nos jugamos, ni más ni menos, que acertar lo que de verdad importa: encontrarse con Dios y merecer de sus labios el elogio que escuchó Pedro y que, sin duda, recordaría en tantas y tantas ocasiones que tuvo que vivir precisamente porque acertó en aquella respuesta y fue consecuente con toda la carga de compromiso que ella llevaba. Sabiendo hasta dónde llegó Pedro se comprende, ciertamente, que pasemos de punta por la pregunta. Sin embargo, Pedro nos diría que al hacerla ganó mucho más de lo que dejó y que la gran maravilla de su vida fue precisamente descubrir quién era para él Cristo.
ANA
MARÍA CORTÉS
DABAR 1987/43
5.
Amigos míos, no escucharemos el evangelio, si seguimos hablando de la respuesta de la gente de entonces o de hoy, ni tampoco lo habremos escuchado del todo, si escudriñamos en la respuesta de Pedro. Sólo habremos escuchado el evangelio si, como Pedro, nos sentimos interpelados por la pregunta de Jesús: ¿Qué decimos nosotros, qué dices tú, qué digo yo? Y mejor aún: ¿Qué dice nuestra vida, nuestras obras, nuestros proyectos, nuestras metas, nuestras intenciones? ¿Qué tiene que ver Jesús en nuestra vida? ¿Qué tiene que ver nuestra vida con el prójimo? Es ahí donde el Evangelio suena con fuerza. Con tal fuerza que no podemos sofocar esa pregunta. Porque esa respuesta es nuestra vida. Y en esa respuesta está la vida de todos los demás. De nuestra respuesta depende el futuro. Si nos sentimos cristianos, tenemos que responder, no podemos callar en un mundo injusto, no podemos encogernos de hombros ante el hambre, no podemos ser felices en medio de tanta pobreza e infelicidad. Tenemos que responder.
Tenemos que dar la cara por Jesús, por el hombre, por todos y por cada uno.
EUCARISTÍA 1990/40
6. PODER/DEBILIDAD: LA SIMBÓLICA ESPECÍFICAMENTE CRISTIANA ES LA SIMBÓLICA DE LA DEBILIDAD Y NO LA SIMBÓLICA DEL PODER. POLÍTICA. LA TENTACIÓN FUNDAMENTAL QUE SUFRIÓ JESÚS FUE LA TENTACIÓN DEL PODER. J/TENTACION. (/Mt/04/08-09)
Seguramente siempre se vio muy claro; pero quizá hoy más que nunca los cristianos que atiendan a la política comprendan que la tentación fundamental que sufrió Jesús fue precisamente la tentación del poder: aquélla que consistía en convertir su mesianismo en un proyecto político de liberación del pueblo frente al poder opresor; una liberación que habría de venir por medio de una especie de golpe de estado, es decir, utilizando estrictamente los medios del poder político.
Jesús rechazó esta tentación satánica porque comprendió perfectamente que el camino de la liberación es incompatible con el camino del poder. Ahí cabe entender la dura crítica que hace el evangelio de toda apetencia de poder.
Así, frente a todos los sistemas religiosos y frente a todos los sistemas políticos, la simbólica específicamente cristiana es la simbólica de la debilidad y no la simbólica del poder. Somos conscientes de que al decir esto estamos tocando el nervio y el quicio del mensaje de Jesús. Porque el medio de liberación que aceptó Jesús fue precisamente el medio desconcertante de la debilidad, cuya expresión suprema es la cruz. De esta manera desconcertante, que subvierte todos los valores establecidos, se manifiesta en el mundo y en la historia la sabiduría de Dios y la potencia de Dios. Lo que ha pasado desgraciadamente es que los cristianos hemos pervertido diabólicamente el símbolo de la cruz.
Porque la hemos "sacralizado", es decir, la hemos convertido en un símbolo "religioso", la hemos metido en las iglesias, la hemos puesto como condecoración en el pecho y en la cabeza de los poderosos, los tiranos y los arrogantes. De esa manera, la cruz ha dejado de ser símbolo de reprobación social y pública, ha dejado de ser lo que fue, el símbolo de la marginación y de la persecución. La cruz ha dejado de ser lo que fue para Jesús y ha empezado a ser lo que nosotros hemos querido que sea el cristianismo: la religión, la ideología y el conjunto de procedimientos mediante los cuales nos aliamos con el que puede y manda, para que nuestras ideas y nuestros intereses salgan adelante. He aquí la razón última, en virtud de la cual hay que decir que toda fórmula de compromiso y de convivencia entre la fe y la política formal (la política de partidos) es una inevitable "reducción" de la fe a la política.
De aquí se deduce que la fe cristiana se conserva en su pureza irreductible solamente cuando el creyente adopta la postura deliberada de lo que podemos llamar una fe crítica frente a todo intento de dominación o manipulación. Decir fe crítica es decir intransigencia frente a sistemas que no actúan como representantes de las verdaderas necesidades del pueblo, sino como mandatarios de los intereses de los partidos a que representan. Y decir fe crítica es decir utopía fundada en la negación de todo proyecto político que entrañe semillas de alienación.
EUCARISTÍA 1987/41
7. PAPA/PEDRO
El Papa está siendo estos últimos años una figura de actualidad, no sólo en la Iglesia sino en el mundo entero. Es verdad que esto se debe más a las cualidades concretas de los últimos papas que a la visión de fe propia de la Iglesia. Pero precisamente aquí puede radicar una pregunta inicial: ¿se trata sólo de que tenga prestigio personal de liderazgo, o es un valor en sí mismo?, ¿es cuestión de medidas humanas, o hay que verlo desde la óptica del Evangelio, como un elemento decisivo en el ser mismo de la Iglesia de Cristo? Estas preguntas se agudizan cuando se anuncia la visita del Papa a un país.
-La imagen de las llaves y de la roca
Jesús emplea dos figuras simbólicas para expresar el papel que él quiere dar a Pedro en su Iglesia.
Ya en Isaías, para indicar que el rey destituye a uno de su cargo y nombra a otro ministro de confianza, además de las imágenes de una túnica especial o de un cinturón simbólico, habla de que le da las llaves para que "abra y cierre".
Jesús dice a Pedro que le da "las llaves del Reino". Es el cargo de mayor confianza; lo que él ate y desate, queda oficialmente convalidado. Todos sabemos que el auténtico poseedor de las llaves es Xto Jesús. El Ap (3. 7) habla de él, de Jesús, como el Señor, el que posee las llaves: él es el que abre y nadie puede cerrar; cierra y nadie puede abrir. Pero es el mismo Jesús el que transmite esa misión a Pedro.
La otra imagen, de la roca sobre la que se construye el edificio, también se aplica radicalmente al mismo Xto. Pero Pedro va a visibilizar este papel de fundamento sólido, precisamente por la profesión de fe que ha sabido hacer en nombre de los demás apóstoles.
Hablando del "primado" de Pedro y de sus sucesores, hay que evitar el lenguaje exagerado, en clave de dominio o de poder.
Pero tampoco hay que minimizarlo, porque en el Evangelio es claro el valor que se le atribuye por voluntad del mismo Cristo. En la homilía habría que hacer un esfuerzo por presentar la figura del Papa en un lenguaje ajustado y constructivo.
-La Comunidad y sus Ministros
En el Concilio se ha clarificado el hecho de que es toda la comunidad cristiana el sujeto primario de todos los valores cristianos. Pero también se ha expresado con mayor precisión cómo dentro de la misma comunidad, no fuera de ella o por encima de ella, los ministros ordenados, en particular los Obispos y el Papa tienen un papel importante, querido por el mismo Xto.
Pedro en la primera comunidad y el Papa como sucesor suyo a través de las generaciones, es el encargado de animar en la fe a sus hermanos, de confirmar su fidelidad en las dificultades, de ser el "pastor" de todos en nombre de Xto como signo visible de Cristo-Pastor y Cristo-Cabeza de su Iglesia. Portavoz de la fe de los demás, guía de la comunidad en situaciones como la elección de Matías o el primer Concilio de Jerusalén, Pedro es en verdad el fundamento de la unidad y de la caridad en la Iglesia.
Papa o Primado no significa el que domina, o el señor. El único Señor es Cristo Jesús. Significa más bien el servidor, el animador. Con una autoridad entendida al modo de Jesús: también él, siendo el Maestro y el Señor, lavó los pies a sus discípulos y se entregó totalmente por los demás. El nombre que recibe el Papa, de "servidor de los servidores" de Dios, es el que mejor traduce la intención de Jesús para su papel en la Iglesia.
Visto desde la fe, el sentido del Papado es de importancia decisiva para la Iglesia y su dinámica. Es el servicio de la fe, de la caridad, de la unidad y de la misión de la comunidad de Cristo. La comunidad no "es del Papa", sino "de Cristo": pero es el Papa el que más urgentemente ha recibido la misión de animar, discernir, unir, confirmar en la fe a sus hermanos, en comunión con sus hermanos en el Episcopado. Es lo que entendemos cuando afirmamos que la Iglesia de Cristo, además de una y santa, es también "apostólica".
-Valorar desde la fe la figura del Papa
La lección que hoy nos da la Palabra es una respuesta a tantas posturas deficientes en relación al Papa. Desde los que sólo saben medir desde perspectivas humanas (ejercitando en exceso la crítica), hasta los que se guían para su aceptación o no del Papa a partir de sus ideologías, o los que en el fondo no aceptan la mediación eclesial en ninguno de sus niveles, ("yo creo en Dios... en Cristo... pero no en los curas": y esta vez los "curas" pueden representar todo lo que hay de mediación humana y ministerial en la salvación que Cristo nos ofrece).
En la Eucaristía siempre recordamos al Papa y al propio Obispo.
La celebramos en comunión con ellos. Pedimos al Señor que les "confirme en la fe y en la caridad", porque es precisamente en la fe y en la caridad como se edifica día tras día la comunidad eclesial. Este recuerdo de unidad en la Eucaristía debería traducirse en una actitud de respeto y comunión también en la vida, en la respuesta a su magisterio, en la visión de fe de su papel tal como lo ha querido Cristo. No se trata de una aceptación ciega, pero sí se trata de una postura desde la fe y desde el amor. Desde la confianza en Cristo y su Espíritu, que se sirven de los hombres para guiar a su Iglesia.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1981/16
8. FE/PARADOJA: LA ROCA FIRME SOBRE LA QUE EL CREYENTE SE APOYA ES LA DEBILIDAD DE UN HOMBRE QUE VIVIRÁ LA VIDA COMO ENTREGA TOTAL DE AMOR HASTA LA CRUZ.
Este es el primer mensaje de hoy: no hay otro fundamento que la fe en Jesús, el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Y debe recordarse en seguida que aceptar y vivir este fundamento no es nada fácil ni -menos aún- glorioso.
La gente que ha conocido a Jesús, que ha ido a escucharlo y a ser curados por él, son capaces de verlo como profeta, e incluso como profeta excepcional. Pero aceptar que aquel hombre, Jesús de Nazaret, que hace el bien pero que no tiene una imagen de Dios victorioso ni de líder que puede aniquilar a sus enemigos, es el Mesías, el Hijo del Dios vivo, ya resulta más difícil. Resulta tan difícil que sólo es posible porque el Padre del cielo transforma los corazones y los hace capaces de aceptarlo y creerlo. La "piedra" la roca firme sobre la que el creyente se fundamenta, es la debilidad de un hombre que vivirá la vida como entrega total de amor y morirá en la cruz. El creyente acepta esa fe tan desconcertante, se fía absolutamente de ese Jesús, y además intenta seguirle en su modo de vivir.
Sobre esta "piedra" se fundamenta el creyente, y sobre esta "piedra" Jesús edifica su nuevo pueblo. "Ekklesía", en griego significa convocación, grupo de gente convocada. Y eso es lo que hace Jesús: convoca a aquellos que quieran sostenerse en esa fe que Pedro ha proclamado, y les promete que, si se sostienen ahí, serán más fuertes que todas las fuerzas de mal y de desamor que pueda haber en el mundo.
Nosotros pertenecemos a esos convocados. Y hoy, en la homilía, resultaría imperdonable que no invitásemos al agradecimiento por la convocatoria que hemos recibido. Podríamos invitar a recordar cómo nos ha llegado concretamente esa convocatoria (a través de qué personas a lo largo de la vida empezando probablemente por los padres, por un catequista, un grupo...; a través también de qué acontecimientos, de qué momentos espirituales fuertes...); e invitar a recordar también qué realidades y personas nos ayudan ahora a vivir esta convocatoria. (En algunos lugares se podrían presentar y explicar algunos testimonios concretos).
Mateo, en su evangelio resalta de modo especial la función de Pedro. Y el texto de hoy nos invita a hablar de ese elemento altamente significativo en nuestra vida eclesial. Dentro de la Iglesia, en efecto, hay unas personas que representan para todos la continuidad de aquel momento inicial, la continuidad de la afirmación de fe que hoy hemos visto escenificada en el evangelio y que tiene su punto culminante en la afirmación de fe de la resurrección.
El sucesor de Pedro es quien de manera más relevante representa esta continuidad y es así punto de referencia de toda la comunidad eclesial. Y, con él, los demás obispos, y concretamente, para nosotros, el de nuestra diócesis, el obispo N. Hoy es, sin duda, una importante ocasión para explicar el valor que tienen para la comunidad esos puntos de referencia que nos unen con aquellos primeros confesores de la fe en Jesús.
La plegaria eucarística es el máximo momento sacramental de cuanto llevamos dicho. Ahí somos Iglesia reunida, convocada por JC en medio de la cual él se hace presente como alimento, como fuente de gracia para que vivamos la fe en él.
Se podría proclamar hoy la plegaria eucarística V/D, que se centra en el tema eclesial, y explicarlo en la monición del prefacio. Y se podría explicar el sentido que tiene mencionar en la plegaria al papa y al obispo diocesano.
J.
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/16
9.
1. DICHOSO EL QUE CREE EN CRISTO
En el pasaje conocido del evangelio de hoy, Pedro recibe este bienaventuranza por boca de Jesús: "¡Dichoso tú, Simón! eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo". Así Jesús proclama dichosos a Pedro y al grupo de los discípulos.
También hoy la comunidad aquí reunida para la Eucaristía, que participamos de ella sincera y activamente, expresamos nuestro acto de fe en Cristo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y, como Pedro y la primera comunidad, somos proclamados dichosos. ¿Sentimos realmente esta dicha, esta felicidad de la fe?
Con frecuencia encontramos dificultades para sentir esta dicha, nos sentimos fríos, distantes, como incapacitados. Nuestro corazón experimenta otros deseos y otras satisfacciones humanas, los placeres de la vida, de las vacaciones, del mar, de la montaña, del buen comer, del descanso, del dinero, de la salud, de la ternura y el amor que recibimos de los demás... Eso sí que nos hace vibrar y nos satisface, o al menos nos divierte y nos lo hace pasar a gusto, como suele decirse. ¿Pero y la fe en Cristo? No la sentimos así. Nuestra sociedad, el ambiente en que vivimos, a veces embotan nuestra sensibilidad, y nos disponen fatal para valorar y desear la felicidad de la fe y del seguimiento de Jesús. Por eso hoy en día muchos cristianos dejan de participar en la Eucaristía tan fácilmente y no colaboran en celebrar la fe en Jesús de manera vivencial y compartida en nuestras comunidades. Estamos litúrgicamente abúlicos y anoréxicos.
Si no experimentamos esta felicidad de la fe en Jesús, si nuestro corazón no vibra con este deseo de atender a Jesús, al menos nos queda algo: desear tener este deseo, desear realizar la experiencia de la felicidad de la fe. Es lo que podemos pedir hoy: Señor, ayúdanos a desear tener el deseo de seguir a Jesús, a desear sentir la felicidad de la fe en Jesús, corno los apóstoles, como Pedro.
2. DICHOSA COMUNIDAD
Dichosa nuestra comunidad porque llevamos dentro la convicción de fe que Pedro confiesa, dichosa nuestra reunión porque nos abrimos, desde nuestras vacilaciones y pequeña fe, a la fe de toda la Iglesia, a la fe de los apóstoles.
El decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano II, nos hace observar que la Iglesia no queda realmente fundada, no vive plenamente ni es el signo de Cristo entre los hombres, si no hay un laicado auténtico que trabaje con la jerarquía. El evangelio no puede arraigar profundamente en los espíritus, en la vida, en el trabajo de un pueblo, sin la presencia activa de los laicos. Por tanto, en el momento de fundar una Iglesia, ya se debe procurar constituir un laicado cristiano "maduro" (21).
Este documento del Concilio nos hace ver la importancia de la comunidad para la existencia de la Iglesia. Sólo hay Iglesia realmente fundada donde haya una comunidad cristiana. Para tener solidez y vitalidad, nuestras comunidades cristianas, la de aquí y todas las demás, deben ser como aquella primera comunidad de discípulos que se expresa a través de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
En repuesta a la fe de la comunidad expresada a través de Pedro, Jesús declara la consistencia de la comunidad y manifiesta una primera fundación de la iglesia, un poner la primera piedra: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
3. UN LAICADO MADURO
La comunidad cristiana se construye y se edifica gracias a un laicado maduro que sea signo de Cristo en medio de la sociedad. Así se forman comunidades que dan testimonio del evangelio y procuran vivirlo y hacerlo presente en los varios ambientes.
Un laicado, una comunidad cristiana, es maduro cuando sus miembros profundizan siempre en la espiritualidad del evangelio, en la oración, en la formación permanente en diálogo con la cultura.
La fraternidad cristiana es la forma y figura concretas más adecuadas para la comunidad eclesial. (El teólogo Juan Martín Velasco lo expone, por ejemplo, en "El malestar religioso de nuestra cultura", Ediciones Paulinas, Madrid 1993, pág. 293ss).
Esta fraternidad comporta la superación de la desigualdad que por diversas causas a lo largo de la historia se ha ido acumulando entre los miembros de la Iglesia. Especialmente un acentuado monopolio de las responsabilidades eclesiales, de la enseñanza, de la administración por parte del clero y la jerarquía, y la reducción del laicado a una clase pasiva a quien corresponde escuchar y cumplir.
En la primera lectura vemos como Dios rehusa el abuso de poder y el autoritarismo sobre el pueblo: "Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo".
JOSEP
HORTET
MISA DOMINICAL 1999/11