COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 12, 49-53

Paralelo: Mt 10, 34-36

Ver JUEVES DE LA 29ª SEMANA

 

1.

Texto. Recordemos la últimas palabras del domingo pasado: "Al que mucho se le confió, más se le exigirá". Era una llamada y una advertencia a la responsabilidad de los cristianos a vivir abiertos al futuro. E inmediatamente escuchamos hoy: "He venido a prender fuego en el mundo". La frase suena como un exabrupto y, sin embargo, pertenece a la misma conversación de los dos domingos anteriores entre Jesús y sus discípulos. El hecho tiene su importancia de cara a determinar el fuego del que habla Jesús.

Luego continúa: "¡Y ojalá estuviera ya ardiendo!". Es una de las varias propuestas de traducción de una frase con una fuerte carga emocional. Otra traducción: "¿Qué más quiero, si ya ha prendido?". Los Padres griegos son partidarios de esta segunda. Sigue una nueva frase emocional. La traducción litúrgica ha pasado por alto el matiz adversativo que tiene en el original. "Sin embargo, tengo que pasar por un bautismo" (v.50). Un preludio de Getsemaní.

La imagen se refiere, en efecto, al final trágico de Jesús. El sentido de la frase dentro de la conversación dependerá de la traducción que escojamos para el versículo anterior. En todo caso, se trata de una especie de paréntesis dado que los versículos siguientes se mueven en la línea del versículo inicial: "¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división". La conversación se cierra con un ejemplo explicativo de esta división. "En adelante, una familia de cinco estará dividida". El ejemplo está tomado de Miqueas, profeta que vivió en el siglo VIII a. C. "En adelante (desde ahora)" es una precisión temporal característica de Lucas (véase Lc. 1,48;5,10). Realza la novedad del presente respecto al pasado y señala un camino de cara al futuro.

Comentario: Comentando el primer versículo, escribe el P. Lagrange que hay que otorgar a la frase su claroscuro profético. Atinada observación. El fuego en cuestión no es el Espíritu Santo, como muchos Padres han pensado. Nos hallamos ante un típico texto profético, con un lenguaje imaginativo y denso, imprevisto e imprevisible. Con su enorme carga de emoción y de pasión, que haremos bien en dejarla correr indómita y en no tratar de amansarla y reducirla. Fuego, división. Es la eclosión incontenida de un ser ilusionado, motivado. Este texto nos permite penetrar en el alma de Jesús, en su pasión antes de la pasión. ¿Será que la vida de Jesús fue un Getsemaní continuado?

Pero es indudable que este texto forma parte del contexto literario que Lucas ha organizado y que hemos ido descubriendo los domingos anteriores. Lo ridículo y peligroso de la codicia. La necesidad de una escala de valores en la que lo prioritario es el Padre y no el comer y el vestir. Buscad su reino y todo lo demás se os dará por añadidura. Dejad la riqueza. Relativizad todo. No os encerréis. Tened perspectiva. Este es el fuego que Jesús trae para abrasar y aniquilar mentalidades y prácticas ancestrales. ¡Fuego! "¿Qué más quiero si ya está ardiendo?" me parece la traducción más apropiada porque responde mejor al contexto literario y a la concepción del tiempo que tiene Lucas. "Hipócritas", leemos un poco más adelante, "sabéis reconocer el aspecto del cielo y de la tierra, y ¿cómo no reconocéis la ocasión presente?" (Lc. 12,56). El tiempo de Jesús es para Lucas una novedad respecto al pasado y un camino abierto para el futuro. De ahí su "desde ahora". El fuego ya está ardiendo, la división es ya una realidad. Estamos muy lejos de fantasías e imaginaciones irreales. El realismo más crudo está presente en las palabras de Jesús. Tan crudo, que le salpica y le hace mucho daño. "Tengo que pasar por un bautismo". Es un grito de dolor. "¡Qué angustia hasta que se cumpla!". Pero dado el matiz adversativo con que Lucas ha construido la frase, en este grito se esconden también un temor y una preocupación: ¿Supondrá la muerte de Jesús el sofocamiento y la desesperación de este fuego? ¡Dios no lo quiera!.

A. BENITO
DABAR 1986, 43


2.

Es frecuente ver en esta perícopa un intento para explicar el tiempo -la presencia- de Jesús como el tiempo de la decisión. Su venida y su historia se presentan como una situación de conflicto para él y para los que optan por él.

No es fácil precisar el concepto de "fuego". Jesús ha deseado algo que no ha llegado todavía. El cumplimiento de este deseo, en otros textos, significa la venida del Espíritu Santo (Lucas 3,16). Se podría pensar en el Espíritu Santo, pero aquí esta palabra-metáfora está asociada al concepto de juicio, un juicio que abrasará la tierra.

Se puede establecer un paralelo entre el fuego y el bautismo como un paso desde el dolor y la tribulación a la magnificencia de Dios. Se incluye entonces el sentido de purificación. Desde el versículo 50, parece que hay que entender el fuego como purificación de los corazones. La revelación de Dios nos trae el juicio y la purificación.

El Mesías será entendido y esperado como portador de salvación, pero el salvador hay que verlo en estrecha relación con la paz.

Paz anunciada en su nacimiento (Lc 2,14) y en la expresión: vete en paz (Lc 8,48). Es la paz mesiánica que no coincide con la paz romana o pacificación en sentido político.

La actuación de Jesús no puede ser la pacificación exterior. Su venida conlleva para los hombres decidirse frente a él y su mensaje. La posibilidad de libertad de elección trae la escisión y la división. La figura de Jesús es el centro. La actitud de cada cual es la que divide. Se ejemplifica esta división desde la comunidad familiar. La actitud frente a Jesús crea nuevos lazos y relaciones que relativizan los lazos de la sangre. Era una experiencia vivida en muchas familias. Dentro de la misma familia unos se convertían y seguían a Cristo y otros se oponían y perseguían a los seguidores.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 16


3. FE/RUPTURA

En estos versículos, los dos primeros propios de Lc, hay distintas sentencias de Jesús agrupadas aquí en función de la idea central de que la venida de Jesús inaugura un tiempo crítico, que fuerza a los hombres a optar a favor o en contra de él. El cuarto evangelio lo señala dramáticamente, puesto que después de cada discurso o de cada milagro de Jesús se producen reacciones contradictorias entre los oyentes o espectadores: unos se encaminan hacia la fe, otros se irritan y no sólo rechazan, sino que odian a Jesús, con una aversión creciente, que los llevará hasta el homicidio. En este punto, como en tantos otros, Lc aparece muy de acuerdo con Jn.

Los vv. 49-50 son originariamente independientes. El "fuego" (v.49) que Jesús asegura va a prender en la tierra no debe entenderse como un recurso a la violencia para la implantación del Reino de Dios, sino como una alusión al Espíritu Santo o bien a la purificación de los corazones, según un simbolismo muy utilizado en el lenguaje bíblico. El "bautismo" (v.50) que Jesús tiene que recibir no es, evidentemente, ningún rito o sacramento. Debe entenderse la palabra en su sentido originario de "inmersión": Jesús debe sumergirse en unas aguas profundas, y ya sabemos que esas aguas son imagen de grandes sufrimientos. Es, pues, un anuncio de la Pasión. Tanto el "fuego" como el "bautismo" son objeto de un deseo vehemente de Jesús. Anhela purificar el corazón de todos los hombres con su Espíritu, y camina valerosamente hacia su pasión, que es su camino obligado. Estos dos versículos expresan por tanto, originariamente, la voluntad decidida de Jesús de realizar el plan que el Padre le ha propuesto.

Pero colocados aquí por Lc deben entenderse principalmente en función de los vv. 51-53 que siguen, en los que Jesús aparece como "signo de contradicción". Hay una referencia a Mi 7,6, que como una muestra de la corrupción general hablaba de las divisiones familiares. Naturalmente, Jesús no se propone obtener este lamentable resultado, pero de hecho el seguimiento fiel de Jesús originará tensiones e incluso rupturas. Cuando los apóstoles predicaban el evangelio entre los paganos del mundo greco-romano, la conversión al cristianismo implicaba un cambio de vida tan radical que podía dificultar seriamente la convivencia con los parientes aún paganos. En algunos países de misiones, en los que la vida social y familiar esté impregnada de actos religioso o supersticiosos, podemos ver aún en nuestros días situaciones de desgarro o ruptura familiar semejantes a los que se debían dar a menudo en los inicios de la Iglesia. En una sociedad secularizada, o en un cristianismo debilitado, el conflicto se presentará más raramente.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977, 15