24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XX CICLO C
1-6

 

1. 

EL EVANGELIO que acabamos de escuchar PUEDE QUE NOS HAYA SORPRENDIDO. No estamos acostumbrados. Cuando escuchamos el evangelio nos gusta que nos hable del amor, de justicia y de paz, y hoy nos ha dicho todo lo contrario -¡y son palabras de Jesús!: "He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!"

-Queremos tranquilidad

NOSOTROS TENEMOS OTRA MENTALIDAD, nos gusta precisamente lo contrario de lo que hemos escuchado. Nos hemos hecho otra idea de lo que debe ser la vida. Un montón de expresiones que decimos a menudo, nos definen: "¿Qué quieren esos ahora? Que se queden en su casa y no se metan en la de los demás. ¡Siempre están protestando! ¡Nunca tienen bastante! Arreglar las cosas es tarea de las autoridades: ¡pues que la hagan!". Nuestro modo de ser hace que prefiramos ser amigos del tendero para que nos haga descuento, en lugar de reivindicar con los demás que no suban los precios.

-El evangelio habla de guerra

Pero Jesús no lo ve así: QUIERE CAMBIAR RADICALMENTE EL MUNDO y se halla oprimido hasta haber pasado la prueba. Habla de prender fuego en la tierra, de traer la división en muchos lugares. Quiere un mundo nuevo, quiere que se acabe el mundo en que vivimos -tan lleno de pecado- para que se convierta en el Reino de Dios. Por eso tiene prisa y vive angustiado hasta que se cumpla.

Jesús nos habla así para que nos demos cuenta de que LA DIVISIÓN YA ESTA PRESENTE EN EL MUNDO, para que abramos los ojos y empecemos a ver la realidad: los hombres no se aman, el pecado divide. En este sentido Jesús trae la división. El ejemplo que pone de la familia es muy claro: si no hay conversión y amor, si no se ha hecho una familia en el estilo del Reino, la división es claramente manifiesta.

Para Jesús, LA PAZ DEBE SER EL FRUTO DE LA LUCHA QUE TRANSFORMA AL MUNDO EN EL REINO. Una lucha que supone la conversión (porque una lucha que prescinda de la conversión no da como resultado la paz del Reino). La lucha de Jesús da como fruto la justicia y el amor y no el desconocimiento y el "cerrar los ojos" a la realidad. Lo que nunca podemos hacer, por tanto, los seguidores de Jesús, es encerrarnos en casa para no ver la realidad.

-La carta a los Hebreos nos anima a luchar

LA LUCHA que nos propone JESÚS LA HA LLEVADO A TERMINO él mismo y también muchos hombre y mujeres antes que nosotros. Ellos nos contemplan y nos enseñan cómo debemos vivir la fe: renunciando al gozo inmediato (aceptando el sufrimiento y la cruz) para llegar al gozo definitivo liberándonos de todo lo que nos estorba y del pecado que con tanta facilidad nos ata. LA PAZ es una conquista que sólo APARECE CLARA CUANDO HEMOS DEJADO DE LADO EL PECADO, nuestro pecado y el pecado de la sociedad, porque no basta con que yo solo sea bueno.

Celebremos pues con gozo el memorial de Jesús. El ha abierto el camino de la fe y lo ha llevado a su término y se nos da como alimento para que no desfallezcamos en nuestra lucha. Su memorial es prenda de nuestra victoria.

J. M. JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1977, 15


2. 

-Felicidad-pecado

"Quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata". "Fijos los ojos en Jesús, que renunciando al gozo inmediato soportó la cruz". Hoy por todas partes se nos quiere "vender" y a buen precio la felicidad. Pero los cristianos somos tan "extraños" que no nos apuntamos a la oferta y más aún: nos atrevemos a decir que éste no es el camino, les salimos por peteneras, les desmontamos el montaje; decimos -y queremos dar testimonio de ello- que el camino que conduce al gozo de vivir, a la felicidad, es otro. Ellos dicen: dichosos los ricos, los que ríen, los bien vistos y considerados; y nosotros decimos: dichosos los pobres, los humildes, los perseguidos por causa de la justicia...

Para nosotros, sobre el pecado (egoísmo, ambición, individualismo) nada se puede edificar, porque lleva a la destrucción. La felicidad llega por el camino del esfuerzo por construir un mundo justo y libre, por la lucha y por la fidelidad a las propias convicciones, por la rebelión contra el mal... Es un camino duro, pero extraordinariamente alentador. Debemos tener una capacidad de resistencia infinita. En este camino de lucha por la felicidad de todos "no nos cansaremos ni perderemos el ánimo"... Debemos tener el temple de los profetas, como Jeremías que, como hemos escuchado en la 1. lectura, afrontó una situación muy difícil, pero no claudicó ni se echó para atrás.

-El fuego en el mundo "He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!" "¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división".

Ser fieles al orden de valores indicado por el evangelio de Jesús, buscar la felicidad por sus caminos, inevitablemente trae enfrentamientos. Estamos en un mundo de pobres y ricos..., dominados y dominadores..., explotados y explotadores...

Indiscutiblemente queremos que la situación cambie, llegue a ser justa y esto trae la división. Los que tienen la sartén por el mando no la quieren soltar, los privilegiados no quieren perder su situación y por eso los creyentes seguimos metidos en esta lucha para que sea posible que el fuego prendido por Jesús en el mundo arda. Seguramente que nosotros no lo veremos, pero en nuestro caminar por la tierra haremos lo posible para irnos acercando a este objetivo.

Que esta situación injusta cambie significa, evidentemente, que el mundo de los pequeños, de los más débiles, tenga posibilidad de que se cumplan sus más profundas aspiraciones.

Dios Padre ha sembrado en el corazón de los hombres una semilla de vida y de bondad, de felicidad y de alegría, y nosotros nos esforzaremos para que esta semilla germine, grane, se convierta en un árbol copioso. Esta es nuestra causa. Esta es nuestra oración en la Eucaristía.

VICENÇ FIOL
MISA DOMINICAL 1989, 16


3. 

La primera comunión ha sido para muchos cristianos la primera de una serie de comuniones. Después de ser los protagonistas de "el día más feliz de su vida", pasaron a engrosar las filas de los comulgantes habituales. Otros hicieron su primera comunión y, en adelante, comulgan al menos una vez al año por pascua florida, y hasta dos o tres veces, si contamos las fiestas locales y familiares. Pero los hay también que no han comulgado nunca ni piensan hacerlo en su vida. De todos modos, parece evidente que, para la opinión pública, los hombres que comulgan no son mejores ni peores que los demás. No obstante, nosotros seguimos comulgando. Pero, ¿por qué lo hacemos y de qué manera?; ¿qué significa en nuestras vidas?; ¿a qué nos compromete? La comunidad es un sacramento. Y esto quiere decir, en primer lugar, que es un símbolo y hasta un símbolo de pertenencia a un grupo. En efecto, no se trata de una comida funcional como todas las que hacemos por pura necesidad de supervivencia, sino de una comida simbólica. Todo el mundo come, pero no todos comulgan, Lo que comulgan forman un grupo. Sin embargo, a este nivel de comprensión, el pan eucarístico no pasaría de ser un distintivo sociológico. En este sentido, la gente habla de "los que van a misa" y los distingue de los que no van, aunque lo cierto es que últimamente cada vez interesa menos esa distinción. Si la comunión no fuera más que un distintivo de pertenencia a un grupo y la señal de asociarse a la fama o a la infamia de ese grupo, no valdría la pena. y hasta podría ocurrir que algunos, con buena conciencia, se apartaran de la comunión por no significarse o por no estar de acuerdo con muchas cosas de "los que van a misa".

La comunión es un sacramento que significa la gracia, aunque no todos los que comulgan saben muy bien qué es esa gracia. De todos modos, piensan que reciben algo gratuitamente de Dios, algo que es mucho más que pan. Quizás piensan en una fuerza, en una ayuda, aliento, remedio, medicina espiritual... Pero, si no van más allá de esta creencia, los que comulgan no dejan de ser la clientela de la Iglesia que administra los sacramentos. ¿Será por eso por lo que se ponen en fila? Evidentemente, no. Sin embargo, parece como si cada cual fuera a lo suyo y no se encontrara con otros en torno a la misma mesa. Cada cual guarda sus problemas, sus intereses, sus proyectos y sus esperanzas. Come y calla, no entra en comunión con los demás. De ser así, de ser la comunión una gracia que cada cual recibe sólo para sí mismo, no tendría sentido alguno afirmar que la eucaristía construye la comunidad.

Pablo pregunta retóricamente: "Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?" (/1Co/10/16). Pero esta pregunta, que Pablo da por respondida en sentido positivo, deja de ser para nosotros una pregunta retórica en nuestras Iglesias. ¿Podemos afirmar que todos los que comulgamos estamos unidos en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia? ¿Que formamos una Iglesia y somos algo más que clientes de la Iglesia? ¿Somos un cuerpo o una multitud? ¿Participamos de una misma vida, o llevamos cada uno la propia vida sin preocuparnos en absoluto de los demás? Pero en este segundo caso, ¿comemos la cena del Señor? El arquetipo y el origen de nuestras eucaristías es la cena del Señor. En aquella ocasión, el día antes de padecer, Jesús se reunió con sus amigos para celebrar la pascua. Y cuando la cena ya había comenzado, tomó el pan y, dando gracias al Padre, lo repartió entre todos los comensales diciendo: "Esto es mi cuerpo". Y lo mismo hizo con el cáliz de su sangre, la sangre que se derrama para que sean perdonados los pecados del mundo. Y Jesús murió al día siguiente, dio su vida por todos los hombres, de manera que comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo significaba, y significa siempre para los creyentes, unirse a Cristo y a su causa que es la salvación del mundo; por tanto, entrar en comunión y en compromiso con todos aquellos que dan la vida por los demás hombres. Es apostar por la fraternidad, es edificar la fraternidad y amasar el cemento de la fraternidad con la propia sangre. Es hacer entre todos como un solo pan y dejarse comer si es preciso por los que tienen hambre de amor y sed de justicia. Es recibir la levadura de Cristo y convertirse así en levadura del mundo hasta que todos los hombres seamos, por Cristo, un solo pan.

La inmediata consecuencia de la comunión eucarística es el amor fraterno. Sólo así comulgaremos con Cristo y con su causa; y Cristo, el Señor, estará en medio de nosotros. Y por Cristo entraremos en comunión con el Padre y nos abriremos a una comunión universal. Comulgar no es sentarse aparte en una mesa, sino acercarse a la mesa que Dios ha preparado para todos los hombres y luchar para que todos tengan acceso a la vida y a la abundancia de la vida. Es fraternizar.

PARA LA REFLEXIÓN:

* Cuando un símbolo no se comprende en absoluto, se abandona, o, lo que es peor, se sigue utilizando ciegamente como si fuera un objeto mágico. ¿Comprenderemos nosotros los sacramentos? ¿Sabemos lo que significa la eucaristía? ¿Qué es la comunión?

* ¿Cuidamos la celebración eucarística? ¿La preparamos convenientemente? ¿La realizamos con esmero, con dignidad y sin afectación?

* ¿A qué nos obliga la comunión? ¿Qué hacemos en concreto para intensificar la vida de nuestra comunidad?

* ¿Nos sentimos efectivamente solidarios de todos los hombres que aspiran a una sociedad fraterna?

EUCARISTÍA 1988, 39


4. EU/SENTIDO:

-EL DOMINGO DE LA EUCARISTÍA

La invitación a alimentarse del pan que es Jesús (es decir: la invitación a la fe, a vivir de su vida, a seguirlo, a tenerlo como único punto de referencia) adquiere, en el fragmento de hoy, de manera directa, un cariz muy concreto: se convierte en invitación a recibir un alimento físico, en el cual está presente Jesús, su entrega, su camino de vida. El evangelio de hoy es todo él una llamada a hablar de la Eucaristía.

Cierto que el tema eucarístico ha estado presente ya a lo largo de todo el capítulo, empezando por la misma escena de la multiplicación de los panes, en la que el reparto del pan es anunciado con la mismas palabras de la institución de la Eucaristía. Pero en los domingos anteriores el centro de interés era más bien el acercamiento a Jesús en todos sus aspectos, aceptarle a él como único criterio, como camino a seguir, como única fuente de vida. Y si los domingos anteriores hemos ido tratando estos temas, hoy encajará bien centrarnos totalmente en la Eucaristía.

En efecto, la Eucaristía es el momento en que los que hemos aceptado a Jesús como único pan capaz de alimentarnos, entramos en una comunión íntima, plena, física incluso, con él. Aunque no, ciertamente, en el nivel total de la vida eterna, sino en el nivel sacramental que es promesa de la misma.

Y por otro lado, hay que decir que, si no aceptáramos a Jesús como único pan capaz de alimentarnos, con todo lo que eso quiere decir respecto a nuestra manera de vivir, nuestra participación de la Eucaristía sería una falsedad.

LA HOMILÍA DE HOY

I. La Eucaristía, momento culminante. Evidentemente, hoy habrá que hablar de lo que la Eucaristía significa para la vida del creyente. Es todo lo que hemos comentado más arriba: Jesús es el pan capaz de alimentarnos, y nosotros queremos vivir de este pan; y, a nosotros, Jesús se nos hace alimento visible, físico, para que podamos experimentar de manera plena y total nuestra unión con él. La Eucaristía se convierte, pues, en el momento culminante para la vida del creyente.

II. La carne y la sangre para la vida del mundo. En todo el lenguaje del evangelio de hoy resuena la entrega de Jesús hasta la muerte. Habrá que decirlo: en la Eucaristía, Jesús renueva su entrega amorosa, la ofrenda plena de sí mismo, esta muerte (¡el vaciamiento total!) por amor que nos hace vivir a nosotros y que abre al mundo entero la posibilidad de vivir (él, un hombre, amó totalmente y así rompió el dominio del desamor sobre el mundo). No es sólo un recuerdo: en el pan y el vino se hace presente Jesús entregado y vivo por siempre; cuando comulgamos de él, nos unimos a él misteriosamente pero de la manera más profunda y más plena, como prenda de la unión definitiva que anhelamos.

III. La plegaría eucarística y la comunión. Hoy es una buena ocasión para valorar los momentos claves de la Eucaristía. Se pueden explicar brevemente los momentos y el sentido de la plegaria eucarística, o invitar a que los fieles se interesen por ella (cf. Las Siete plegarias eucarísticas, de la colección "Celebrar"). Hay que valorar la comunión como momento de experiencia personal de unión con Jesucristo (que no se contradice con la comunitariedad) e invitar, si conviene, a una mejor atención. También se podría valorar la presencia del Señor en el sagrario, como continuación de la Eucaristía.

IV. Prenda de vida eterna: el viático. Lo que Jesús decía el domingo pasado acerca de los que creen, lo dice ahora de los que comen su carne: la vida eterna ahora, la vida eterna por siempre. Una buena ocasión para hacer mención del viático, el mejor acompañamiento para el cristiano que está a punto de morir.

V. El banquete de los faltos de juicio. La primera lectura invita al gran banquete a los "inexpertos" y a los "faltos de juicio". Contra todos los jansenismos, la Eucaristía siempre será el banquete de los débiles, de los indignos incluso (¡la primera Eucaristía la celebró Jesús para unos apóstoles que al día siguiente le abandonarían!) Y es que la Eucaristía es para gente que necesita a alguien que le dé vida, y desea esta vida que ha de ser comunicada, y anhela recibirla, y quiere caminar hacia ella. (Cf. "Phase" 183 (1991): "La Eucaristía como presencia de Jesús para los rotos").

-LA COMUNIÓN CON LAS DOS ESPECIES

Dar la comunión bajo las dos especies de pan y vino tendría que ser una práctica normal en nuestras eucaristías: la verdad del signo saldría ganando muchísimo. En muchos sitios se lo han planteado y han conseguido hacerlo normal sin demasiados problemas El evangelio de hoy constituye una invitación a planteárselo. Estaría bien dar la comunión con las dos especies al menos este domingo. Y mirando de respetar la verdad del signo: o sea, comiendo el pan y bebiendo del cáliz, no mojando el pan en el cáliz.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 12


5.

La carta a los Hebreos presenta a Jesús como objeto de contemplación: "Fijos los ojos en Jesús ... recordad al que soportó la oposición de los pecadores". Esto es decisivo para Hebreos: de hecho la carta no intenta sino poner ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús. El objetivo es que la contemplación de Jesucristo y de su camino hacia Dios conduzca a una íntima experiencia personal, es decir, a la fe viva. El camino de la plena entrega interior a Dios es el único acceso a la verdadera vida en Dios.

Con la mirada puesta en la firma constancia de Jesús el autor exhorta: "quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos".

Se considera el pecado "como un lastre que se nos pega", experiencia típica de personas y comunidades ya viejas; es la mediocridad, la cerrazón, la poca generosidad, la dimisión ante los auténticos objetivos de la vida, el miedo, el desánimo, el cansancio.

Todo esto puede superarse si clavamos nuestra mirada en Jesús: "el es el que comienza y completa nuestra fe".

El es el que "comienza" y "acaba" todos nuestros movimientos interiores hacia Dios. El menor de nuestros pensamientos dirigidos hacia Dios es suscitado en nosotros por el Espíritu de Jesús.

Jesús no es un ser lejano, distanciado, está en el corazón del mundo, en lo más profundo de mi vida, para animarla, desde el primer movimiento de la fe, hasta su perfecta consumación.

Jesús, modelo único de Hijo, suscita desde el interior todas las verdaderas actitudes filiales de los hombres ante Dios.

"El cual renunciando al gozo inmediato soportó la cruz, sin miedo a la ignominia". Para que nuestro corazón se quede fijo en Jesús es muy conveniente fijar los ojos todos los días en un crucifijo. Gesto físico y simbólico que deberíamos practicar como mínimo durante un cuarto de hora cada día. A través de la cruz que retiene nuestra mirada y nuestro pensamiento, es preciso contemplar la actitud profunda de Jesús, su "aguante" su "humillación", su capacidad extraordinaria de "renunciar al gozo" por amor a nosotros y al Padre.

"Y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado".

-"Vamos a pedir -como quiere S. Ignacio en la contemplación de los misterios de Cristo, "conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre y por mí se entrega hasta la muerte, para que más le ame y le siga".


6.

SIGNOS DE CONTRADICCIÓN

-La violencia por el Reino (Lc 12, 49-53)

Como muchas veces sucede en los Evangelistas, lo que escriben de las palabras de Jesús, sin que sea invención propia, refleja sin embargo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, sus preocupaciones como jefes de sus respectivas comunidades. En el pasaje que proclamamos hoy, hay una superposición interesante: por un lado se presenta a Cristo como el que viene a instaurar el Reino; esto exige una purificación que El mismo se encargará de llevar a término. Por otra parte, está la preocupación de S. Lucas: la situación en que se encuentra una joven comunidad en medio de un mundo hostil que no puede comprenderla.

Jesús ha sido enviado a "poner fuego en la tierra", y El mismo afirma que desea vivamente que este fuego arda cuanto antes. ¿Qué puede significar este modo de anunciar su misión? Es imposible suponer que la función de Cristo consista en sembrar la división. Debemos más bien pensar que Jesús se refiere a los últimos días y a los fenómenos escatológicos que purificarán al mundo. De hecho, en el Antiguo Testamento, el fuego es simultáneamente imagen del juicio que condena a los malvados (Gn 19, 24; Am 1, 4.7.10.14), el fuego de los últimos días (Is 66, 15-16; Ez 28, 22), y el fuego que purifica (Is 1, 25; Za 13, 9). Este último sentido introduce lo que va a seguir: el bautismo que desea Jesús.

Se trata de un bautismo en el sentido semítico de la palabra, es decir, de una purificación; esta anuncia la Pasión de Cristo. Todos los que creen en El y quieren seguirle, deben tener una actitud radical; deben elegir. Es posible que en este pasaje S. Lucas esté pensando en situaciones concretas de su Iglesia. No duda en renunciar a la imagen de Cristo que él mismo ha presentado en otras ocasiones: la del profeta que trae la paz (1, 79; 2, 14; 7, 50) en conformidad con el modo como los profetas presentaban al Mesías (Is 9, 5-6; 11, 6-9). Ahora le presenta como portador del fuego.

El canto que prepara al Evangelio expresa perfectamente la lección concreta que se desprende de su proclamación: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Quien quiera ir al Padre, debe pasar por Mí". El bautismo en el que Jesús debe ser bautizado y que espera con impaciencia, debe ser también el bautismo de cada uno de nosotros: seguir a Cristo en su Pasión purificadora significa una opción que frecuentemente supone desgarramiento y contradicción. La venida de Cristo es, por tanto, anuncio de paz pero también anuncio de violencia. Es la situación paradójica de la Iglesia y de sus miembros. Así sucedió ya con el diácono Esteban: anunciaba la paz de Cristo, pero no pudo evitar la violencia de la división y de la persecución. El cristianismo no es el arte de la diplomacia ni la ciencia del justo medio religioso.

-El profeta, hombre de discordia (Jr 38, 4-6.8-10)

La lectura de este día se refiere a sucesos tan concretos, que es posible fecharlos. Jerusalén fue sitiada por Nabucodonosor entre los comienzos del 588 y julio del 587. Jeremías ya estaba en prisión, acusado de desmoralizar a los pocos combatientes que quedaban y a toda la población. No parece que esté buscando el bien del pueblo, sino su ruina. ¿De qué se le acusa exactamente? Nos lo aclaran los versículos precedentes. Jeremías anuncia de parte de Dios que la ciudad será tomada; quien se rinda a los caldeos vivirá. El ejército del rey de Babilonia se apoderará de la ciudad. No es sencillo comprender esta actitud de Jeremías que nos puede parecer traición a su patria. Pero hay que ver los hechos con otra perspectiva. El Señor utiliza a los caldeos como instrumento de castigo de su Pueblo y, aun siendo paganos, se han convertido ahora en gentes al servicio de Dios. Jeremías, según las palabras de Dios, debe tomar partido por aquellos que, aunque ahora son enemigos del rey, están al servicio de Dios, mientras que la ciudad es infiel. El enemigo es el instrumento de la justicia de Dios. Jeremías no puede escabullirse de anunciar lo que el Señor le ordena transmitir. Esta toma de postura es incomprensible para los judíos; ¿cómo pueden imaginar a Dios aliado con otro pueblo distinto a él? En estas condiciones era normal que Jeremías fuera martirizado. Pero el Señor le salvó de la muerte. Jeremías sigue viviendo, pero toda su vida será un martirio continuado porque tendrá que seguir pronunciando los juicios de Dios y acatando sus órdenes. Se convirtió para siempre en causa aparente de discordia.

El salmo 39 vuelve al tema del martirio de Jeremías:

Me levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca
y aseguró mis pasos.

-La oposición de los pecadores (Hb 12, 1-4)

El azar permite conectar esta lectura con las otras dos de este domingo. La Carta a los Hebreos nos presenta el significado de la prueba y del sufrimiento cristianos, el sentido de la violencia que se nos impone a todos en diversa medida.

Jesús es a la vez el origen y el término de nuestra fe. Hacia El marchamos a través de las pruebas. La primera contradicción que encontramos en el seguimiento de Cristo es el pecado que nos traba. Y tenemos que elegir. Jesús tuvo que afrontar la hostilidad de los pecadores. Pasó la humillación de la cruz; pero está sentado a la derecha del Padre y reina con El. Esto nos da ánimos. La carta nos lanza, a la vez, una advertencia: todavía no hemos resistido hasta la sangre en la lucha contra el pecado. Se nos propone, por tanto, un programa de resistencia y violencia.

Las lecturas de este domingo contrarían nuestros pensamientos habituales. En ellas no se presenta la vida cristiana como una observancia de mandamientos en el equilibrio de una paz dulce y fácil. Sino un clima de violencia como atmósfera propia de la vida cristiana.

Esto debe hacernos reflexionar. El ideal que debemos proponer al mundo de hoy no supone una especie de dimisión ante las exigencias de Dios. Lo que tenemos que proponer no es una felicidad de tejas abajo, ni la paz humana que podría proporcionar una práctica religiosa, por ejemplo. Sólo tenemos una cosa que proponer al mundo: la cruz de Cristo que hay que seguir sin componendas; lo que significa ser signo de contradicción en uno mismo y ante los demás. ¿Es ésta la imagen que damos de nuestro cristianismo? No que tengamos que confinarnos en una cerrazón de espíritu y en la negativa a comprender a los demás, pero, aun abriéndose al mundo, intentando comprender las situaciones más diversas, el cristiano no puede hacer componendas con las exigencias del mundo, sino que se debe a la Palabra y al lenguaje de Dios, hasta al despedazamiento.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 115 ss.