PANORÁMICA DEL DOMINGO

 

1.

UN DOMINGO CLARAMENTE "EUCARÍSTICO"

Hoy proclamamos la parte más específicamente eucarística del discurso del Pan de la Vida. Siendo este año 2000, el del Jubileo, un año particularmente eucarístico, según el dinámico programa jubilar que el Papa propuso a la Iglesia, será bueno que estos domingos en que proclamamos el capítulo de 6 de san Juan -nos queda éste y el próximo- ambientemos la celebración, y en concreto la homilía, de modo que crezca la gratitud de la comunidad cristiana por este sacramento central y entrañable que nos legó Jesús.

Hasta ahora habíamos leído los pasajes que hablaban de "creer en Jesús". Aspecto que se ve reflejado en la primera parte de la celebración, la liturgia de la Palabra. Hoy damos un paso adelante: además de "venir" a Jesús y "creer" en él, hay que "comer" su Carné y "beber" su Sangre. Que en el fondo es lo mismo, pero ahora con lenguaje específicamente sacramental. Son las dos dimensiones básicas de la Eucaristía. Comulgar con Cristo-Palabra en su primera parte nos ayuda a que sea provechosa la comunión con Cristo-Pan-y-Vino en la segunda.

EL SÍMBOLO DE LA COMIDA Y BEBIDA

El sorprendente anuncio de Jesús -hay que comerle y beberle- ha sido preparado por la primera lectura. Es lo que en los domingos de durante el año sucede cada vez: la lectura del Antiguo Testamento prepara el mensaje del evangelio (no pasa lo mismo con la 2a lectura, que sigue su ritmo propio). Estos domingos pasados, por ejemplo, el discurso sobre el pan de la Vida era ya ambientado por lecturas que hablaban de comida en la historia de Eliseo, Moisés y Elías.

La promesa era estimulante. Dios preparaba para su pueblo un banquete: "Venid a comer mi pan y a beber el vino", porque "la Sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa". Una promesa que nosotros consideramos cumplida de un modo admirable en Cristo, que no sólo ha querido ser nuestro Maestro, nuestro Médico y nuestro Pastor, sino también nuestro Alimento, y nos ha dejado, en el sacramento, su propia persona como alimento para el camino (= "viático").

Cristo Jesús, ahora "experimentable" de un modo privilegiado en la Eucaristía, esta vez en clave de pan y vino, es la respuesta de Dios a las preguntas y los deseos de la humanidad. A la objeción que hicieron -con lógica- sus oyentes de entonces: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?", la respuesta que el mismo Juan apunta más adelante, y la teología de la Iglesia aclara más es: el que se nos da como alimento es el Señor Resucitado, el que está ya libre de todo condicionamiento de espacio y tiempo, desde su existencia gloriosa, totalmente distinta de la nuestra. Él toma posesión del pan y vino que hemos traído al altar e, identificado con ellos; se nos da como alimento.

EL QUE ME COME VIVIRÁ DE MÍ

El pasaje que leemos hoy hace unas afirmaciones sorprendentes, que no se nos hubiera ocurrido pensar a nosotros, sobre los efectos que debe producir la comunión eucarística con Cristo.

Ante todo, Jesús nos asegura que los que le coman tendrán una estrecha relación interpersonal con él: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él". Es una admirable comunión la que nos promete. Parecida a la que en otro capítulo (Jn 15) expresa con la comparación de la vid y los sarmientos: el sarmiento que "permanece" unido a la cepa, tendrá vida (el verbo "permanecer", en griego "menein", es el mismo que emplea en nuestro pasaje de hoy).

Pero hay otra afirmación más profunda e inesperada. Jesús compara la unión que va a tener con los que le coman con la que él mismo tiene con el Padre: "Igual que yo vivo por el Padre (del Padre), que vive y me ha enviado, el que me come vivirá por mí (de mí)".

Son afirmaciones muy fuertes. No las hemos inventado nosotros. La palabra de Jesús, después de dos mil años, sigue fiel: él mismo es nuestro alimento y nos comunica su propia vida. Este pan y este vino de la Eucaristía, de un modo misterioso pero real, son su misma Persona que se nos da para que no desfallezcamos por el camino y tengamos vida en abundancia. .

QUE SE NOTE EN NUESTRA VIDA

La Eucaristía no es sólo una celebración puntual. O un precepto a cumplir. Es un encuentro con Cristo Jesús y con la comunidad que tiene la intención de ir transformando nuestra vida.

Hace varios domingos que vamos leyendo la carta a los Efesios: podemos aludir al pasaje que hemos leído hoy, y que habla de vivir llenos del Espíritu, elevando a Dios salmos y cantos de alabanza, y "celebrando la Acción de Gracias por todos en nombre de Cristo", o sea, con la Eucaristía como centro y motor de nuestra vida cristiana personal y comunitaria.

J.ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 2000, 11, 5-6


 

2.

CONTENIDO DOCTRINAL

Hace dos domingos evocábamos el texto del diálogo con Nicodemo -"Pues así amó Dios al mundo que le dio su propio Hijo Unigénito..." (Jn 3, 16)-, como línea interpretativa del c. 6: un misterio de entrega que va desde el amor fontal de Dios hasta la entrega de Cristo al Padre en la cruz y hasta el altar de la iglesia.

El texto de hoy está centrado en esta última etapa, sobre todo: Cristo se entrega él mismo libremente (cfr. Jn 10, 17) por la vida del mundo, revelando así, decididamente, el amor de Dios a los hombres. Pero esta ofrenda única e irrepetible ha querido ponerla al alcance de su Iglesia bajo el misterio del pan y del cáliz. Es exactamente esto lo que dice el concilio de Trento: "Jesucristo, nuestro Dios y Señor, si bien tenía que ofrecerse él mismo al Padre una sola vez, a través de la muerte, en el altar de la cruz..., para dejar a su amada esposa, la Iglesia, un sacrificio visible (como pide la naturaleza humana) que representase el sacrificio único de la cruz..., instituyó la nueva Pascua, en la que (El mismo) se inmola por la acción de la Iglesia, por medio de los sacerdotes, bajo unos signos visibles..." (sesión XXII, 1).

La comparación con el texto de los Proverbios que forma la primera lectura ayuda a la inteligencia del texto. La Sabiduría invita a comer y a beber en su mesa, su pan y sus vinos, y los que coman y beban entrarán en comunión con la misma Sabiduría. La Sabiduría, pues, de algún modo, se puede decir que es la que da y la que es dada.

En el evangelio, de un modo mucho más decidido y claro, las palabras de Jesús expresan la doble vertiente: El es quien da y El es el don. Una vez para siempre ha sido dado por el Padre a los hombres; y es ahora, sacramentalmente, el don que la iglesia tiene a su alcance para continuar viviendo el ritmo de su existencia en Cristo: "el que me come, vivirá por mí... el que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él...". Pero la Iglesia no es señora de este don, que es Cristo: continúa recibiéndolo del mismo Cristo, del Cristo vivo, por el ministerio de aquéllos que Cristo ha enviado para representarle en la Iglesia y ante la Iglesia.

-ACTUALIZACIÓN. PAN/CARNE. VINO/SANGRE.

Es inagotable la posibilidad de derivaciones que surgen de este texto. Señalo algunas de ellas, quizás actualmente más notables:

1. El sentido sacrificial de la Eucaristía. Nunca repetiremos lo bastante que el sacrificio de Cristo es único y definitivo, y que nadie le puede añadir nada. Pero esa es precisamente la raíz de la comprensión del sacrificio eucarístico: memorial actualizador del único sacrificio, ¡de la entrega de la carne de Jesús por la vida del mundo! El pan y el cáliz son alimento de vida eterna, precisamente porque han pasado a convertirse en el Cuerpo entregado y en la Sangre derramada de Cristo, glorioso a la derecha del Padre, a causa de su entrega filial, en la muerte. Quedarse en un cenáculo fraternal, en un momento de amistad y de intimidad entre discípulos, sin llegar a la cruz y a la derecha del Padre, no es encontrar a la Eucaristía de la Iglesia. "Anunciamos tu muerte...", no anunciamos la cena.

2. El realismo del don. Carne y sangre como comida y bebida auténticas, verdaderas. No se trata de comer pan y beber vino "como si fueran" la carne y la sangre de Jesús. ¡Habría sido tan fácil explicarlo a los de Cafarnaún!... se trata precisamente de lo contrario: de comer la carne y beber la sangre del Hijo del hombre como si comiéramos pan -"bajo las apariencias del pan"-, como si bebiéramos vino... Los de Cafarnaún, tenían una visión materialista de las palabras de Jesús. Pero quizás, alguna vez, actualmente, uno se queda en una visión metafórica. Hay que tener una visión sacramental. La Eucaristía, sin la presencia -real por excelencia- de la persona de Cristo, no sería el Pan de vida ("panis vivus et vivificans"), ni el "Santísimo sacramento".

3. La mediación del Dador. Es Cristo el celebrante principal de la Eucaristía, es El quien continúa entregándola a la Iglesia. Pero la da por el ministerio de los sacerdotes, en continuidad con el ministerio apostólico. La presencia de la Eucaristía no es un momento entre otros del ministerio sacerdotal, sino el momento más significativo de la misión de aquellos a quienes Cristo "ha consagrado y enviado al mundo".

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1985, 16


 

3. SERVICIO/EU/RELACION:

"SIN SERVICIO FRATERNAL NO HAY EUCARISTÍA: Desde sus comienzos, señalan hoy escrituristas e historiadores de la liturgia, la eucaristía fue "comida de grupo y servicio de ayuda mutua". la fracción del pan en la Cena del Señor fue entendida como Koinonia, a saber, comunión y participación, dentro del servicio de la palabra o del evangelio, según el cual el jefe es servidor.

La koinonia es la comunión cristiana total, expresada por la colecta, signo de caridad fraternal entre las Iglesias y los pueblos; por la comunicación de bienes y los bienes en común, superación de la propiedad privada y expresión de que todo es de todos porque lo exige el Reino de Dios; la relación afectiva y espiritual de los creyentes entre sí, con los apóstoles y con Dios, y la manifestación del espíritu comunitario, constitutivo de la eucaristía. En concreto, la "cena del Señor" o "fracción del pan" fue desde sus comienzos un signo fraternal y una acción de gracias al experimentar sacramentalmente la comunidad, por una parte, la presencia del Resucitado en su Espíritu (es memoria); por otra, al reconocer la felicidad del tiempo de salvación, en espera de la restauración total (en anticipo escatológico) y, finalmente, al producir la unidad de los cristianos en el servicio de la caridad (en compromiso presente).

Los relatos arquetípicos de la multiplicación de los panes y de la última cena muestran que el reparto de pan al pueblo hambriento y la actitud de servicio a todos los hermanos no son una mera consecuencia sino constitutivo sacramental. Por eso podemos afirmar, como algunas veces se ha dicho, que la praxis ética es el lugar de verificación de la práctica eucarística. La eucaristía no es, pues, una mera comunión personal o incluso grupal de lo sagrado por quienes son puros o para serlo, ya que no es un banquete de separación al modo farisaico de los que pretenden no contaminarse, sino memoria del acto liberador de Jesucristo que le condujo a la cruz, fundamento de su glorificación como Señor".

CASIANO FLORISTAN, 1979


 

4.

Nosotros comemos animales y plantas, nos alimentamos de ellos; los animales se alimentan de plantas o de otros animales; las plantas se alimentan de sustancias minerales que nosotros no podemos asimilar directamente.

¿Qué significa "asimilar"? Hacer pasar a la propia sustancia. Yo como animales y plantas; soy yo quien vive, soy yo quien asimila: ellos entran en mi sustancia y se convierten en mí mismo. El fin de la nutrición es éste: la asimilación de las cosas a mi propia sustancia. ·Agustin-san pone en labios de Cristo estas palabras: "Yo soy el alimento de los mayores: crece y me comerás. Pero no eres tú quien me cambiarás en ti, como el alimento de tu cuerpo; soy yo quien te cambiará en mí".

Por la Eucaristía nosotros comemos a Cristo; pero entre el Señor y nosotros, él es quien vive, él es el más fuerte, el más activo; nosotros comemos, pero es él quien nos asimila a sí, hasta hacernos formar un solo ser con él. Sin anular nuestra personalidad, cobra certeza el hecho de que Cristo vive en mí. "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí; y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios...(Ga, 2, 20).

Y, sin embargo, soy yo también quien vive la vida de Cristo. Que muchas personas, aun siendo muchas y conservando cada una su personalidad, vivan una misma vida que sea la vida del Hijo de Dios hecho hombre, es, precisamente, el misterio del Cuerpo Místico: "somos un solo Cuerpo, aun siendo muchos": una misma vida compartida por muchas personas, una misma vida comunicada a muchos...