SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Jn 6,53-60: Este manjar y esta bebida significan la unidad social del cuerpo de Cristo

Los judíos discutían entre sí, y se decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,53). Litigaban entre sí porque no comprendían el pan de la concordia; más aún, no querían comerlo, pues quienes comen tal pan no litigan entre sí. En efecto, siendo un único pan, aunque somos muchos, somos un único cuerpo. Por medio de este pan, Dios hace habitar en la casa en concordia.

Ellos no obtienen inmediatamente la respuesta a la pregunta objeto de sus litigios: cómo puede el Señor darnos a comer su carne. Antes bien, aún les dice: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,54). No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y si no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Estas cosas no las decía a gente muerta, sino a seres vivos. Y así, para que no entendiesen que hablaba de esta vida y siguiesen discutiendo sobre ello, añadió enseguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna (Jn 6,55). Ésta es, pues, la vida que no tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre.

Ciertamente los hombres pueden tener vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego, quien no come su carne, ni bebe su sangre no tiene en sí la vida; sí la tiene, en cambio, quien come su carne y bebe su sangre. En ambos casos se trata de la vida eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo toma no puede vivir; pero también lo es que no todos los que lo toman vivirán. Sucede, en efecto, que muchos que lo toman mueren, sea por vejez o por enfermedad o por cualquier otro accidente. Eso no sucede con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, pues quien no lo toma no tiene vida y quien lo toma, tiene vida, y vida eterna.

Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia Santa, con sus predestinados, y llamados, y justificados y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, la predestinación, ya tuvo lugar; la segunda y la tercera, la vocación y la justificación se están realizando; la cuarta y última, la glorificación, se realiza ahora sólo en esperanza, pero en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor; en algunos lugares, todos los días y en otros, a intervalos. Se recibe de la mesa del Señor, recibiéndolo unos para la vida y otros para la muerte. Pero la realidad misma contenida en este sacramento procura a cuantos participan de él la vida, nunca la muerte.

Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna, en el sentido de que quienes lo comen no mueren ni siquiera corporalmente, el Señor se dignó adelantarse a este posible pensamiento. Después de haber dicho: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añadió inmediatamente: Y yo lo resucitaré en el último día (Jn 6,55), para que entretanto tenga la vida eterna según el espíritu y viva en la paz reservada al espíritu de los santos; en cuanto al cuerpo, no se encuentre, defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en el día último, en la resurrección de los muertos.

Dice: Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida (Jn 6,56). Con la comida y bebida, los hombres buscan apagar su hambre y su sed; pero eso no lo logran en verdad sino con este alimento y bebida, que hace inmortales e incorruptibles a los que lo toman, haciendo de ellos la sociedad misma de los santos, donde existe la paz y unidad plena y perfectas. Por esto -y ya lo han visto antes algunos hombres de Dios- nuestro Señor Jesucristo nos dejó su cuerpo y sangre bajo realidades que se hacen unidad a partir de muchos elementos. En efecto, una de ellas se elabora a partir de muchos granos de trigo y la otra de muchos granos de uva.

Finalmente, explica ya cómo se efectúa ese su comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él (Jn 6;57). Comer ese manjar y beber esa bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo que permanece en sí mismo. Por eso, quien no permanece en Cristo y aquel en quien no permanece Cristo, sin duda alguna no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y sangre, aunque material y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo. Por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro como es, osa acercarse a los sacramentos de Cristo, que sólo los limpios pueden recibir dignamente. De ellos se dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).

Comentarios sobre el evangelio de San Juan 26,14-18
(Sigue)

 

Cuando se come a Cristo se come la vida

¿Que palabras habéis oído de boca del Señor que nos invita?, ¿Quién nos invita? ¿A quiénes invitó y qué preparó? Fue el Señor quien invitó a sus siervos, y les preparó como alimento a sí mismo. ¿Quién se atreverá a comer a su Señor? Con todo, dice: Quien me come, vive por mí (Jn 6,58). Cuando se come a Cristo, se come la vida. No se le da muerte para comerlo; al contrario, él da la vida a los muertos. Cuando se le come, da fuerzas, pero él no mengua. Por tanto, hermanos, no temamos comer este pan por miedo a que se acabe y no encontremos después qué tomar. Comamos a Cristo: aunque comido, vive, puesto que habiendo muerto resucitó. Ni siquiera lo partimos en trozos cuando lo comemos. Así acontece, en efecto, en el sacramento.

Los fieles saben cómo comen la carne de Cristo: cada uno recibe su parte, razón por la que a esa gracia llamamos «partes». Se le come en porciones, pero permanece todo entero; en el sacramento se le come en porciones, pero permanece íntegro en el cielo, íntegro en tu corazón. Íntegro estaba junto al Padre cuando vino a la Virgen; la llenó, pero sin apartarse de él. Venía a la carne para que los hombres lo comieran, y, a la vez, permanecía íntegro en el Padre, para alimentar a los ángeles. Para que lo sepáis, hermanos -los que ya lo sabéis; y quienes no lo sabéis debéis saberlo-, cuando Cristo se hizo hombre, el hombre comió pan de los ángeles (Sal 77,25). ¿En base a qué, cómo, por qué camino, por mérito de quién, por qué dignidad iba a comer el hombre pan de los ángeles si no se hubiera hecho hombre el creador de los ángeles? Comámosle, pues, tranquilos; no se agota lo que comemos; comámoslo para no agotarnos nosotros. ¿En qué consiste comer a Cristo? No consiste sólo en comer su cuerpo en el sacramento, pues son muchos los que lo reciben indignamente. De ellos dice el Apóstol: Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, come y bebe su condenación (1 Cor 11,29).

Pero, ¿cómo ha de ser comido Cristo? Como él mismo lo indica: quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,57). Así, pues, si él permanece en mí y yo en él, es entonces cuando me come y me bebe; quien, en cambio, no permanece en mí ni yo en él, aunque reciba el sacramento, lo que consigue es un gran tormento. Lo que él dice: Quien permanece en mí, lo repite en otro lugar: Quien cumple mis mandamientos, permanece en mí y yo en él (1 Jn 3,24). Ved. hermanos, que si los fieles os separáis del cuerpo del Señor, es de temer que os muráis de hambre. Él mismo dijo: Quien no come mi carne ni bebe mi sangre, no tendrá vida en sí (Jn 6,54). Si, pues, os separáis hasta el punto de no tomar el cuerpo ni la sangre del Señor, es de temer que muráis; en cambio, si lo recibís y bebéis indignamente, es de temer que comáis y bebáis vuestra condenación.

Os halláis en grandes estrecheces; vivid bien, y esas estrecheces se dilatarán. No os prometáis vida, si vivís mal; el hombre se engaña cuando se promete a sí mismo lo que no le promete Dios. Mal testigo, te prometes a ti mismo lo que la verdad te niega. Dice la Verdad: «Si vivís mal, moriréis por siempre», y ¿dices tú: «Viviré ahora mal, pero viviré por siempre con Cristo»? ¿Cómo puede ser posible que mienta la Verdad y digas tú verdad? Todo hombre es mentiroso (Sal 115,11). Por tanto, no podéis vivir bien si él no os ayuda, si él no os lo otorga, si él no os lo concede. Orad y comed de él. Orad y os libraréis de esas estrecheces: Al obrar el bien y al vivir bien, él os llenará. Examinad vuestra conciencia. Vuestra boca se llenará de alabanza y gozo de Dios, y, una vez liberados de tan grandes estrecheces le diréis: Libraste mis pasos bajo mí y no se han borrado mis huellas (Sal 17,37).

Sermón 132 A.