SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Lc 12,32-48: Este deseo y esperanza son los que nos hacen cristianos

Acabáis de oír lo que nos advierte el evangelio precaviéndonos y queriendo que estemos dispuestos y preparados a la espera del último día. De forma que, después del último día de este mundo que ha de temerse, llegue el descanso que no tiene fin. Bienaventurados quienes lo consigan. Entonces estarán seguros quienes ahora carecen de seguridad, y temerán quienes ahora no quieren temer. Este deseo y esperanza son los que nos hacen cristianos. ¿Acaso nuestra esperanza es una esperanza mundana? No amemos el mundo. Fuimos llamados del amor de este siglo para amar y esperar el otro. En éste debemos abstenernos de todos los deseos ilícitos, es decir, debemos ceñir nuestros lomos y hervir y brillar en buenas obras, que equivale a tener encendidas las lámparas. En otro lugar del evangelio dijo el Señor a sus discípulos: Nadie enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Y para indicar por qué lo decía, añadió estas palabras: Luzca así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro padre que está en los cielos (Mt 5,15-16).

Así, pues, quiso que tuviéramos ceñidos nuestros lomos y encendidas las lámparas. ¿Qué significa ceñir los lomos? Apártate del mal. ¿Qué significa lucir? ¿Qué tener encendidas las lámparas? Y haz el bien (Sal 36,27). Y ¿qué significa lo añadido: Y vosotros sed semejantes a los hombres que esperan a su Señor cuando regrese de las bodas (Lc 12,36), sino lo que se consigna en el salmo: Busca la paz y persíguela? (Sal 33,15). Estas tres cosas, a saber, el abstenerse del mal, el obrar el bien y el esperar el premio eterno se mencionan en los Hechos de los Apóstoles, donde se escribe que San Pablo les enseñaba la continencia, la justicia y la vida eterna (Hch 24,25). A la continencia corresponde el tener los lomos ceñidos; a la justicia las lámparas encendidas y a la expectación del Señor la esperanza de la vida eterna. Luego el apartarse del mal es la continencia, es decir, tener los lomos ceñidos; haz el bien, es la justicia, o sea, las lámparas encendidas; busca la paz y persíguela es la expectación del siglo futuro. Por tanto, sed semejantes a los hombres que esperan a su Señor, cuando regrese de las bodas.

Teniendo estos mandatos y promesas, ¿por qué buscamos los días buenos en la tierra donde no podemos encontrarlos? Sé que los buscáis, al menos cuando estáis enfermos u os halláis en medio de las tribulaciones que abundan en este mundo. Porque cuando la edad toca a su fin, el anciano está lleno de achaques y sin gozo alguno. En medio de las tribulaciones que torturan al género humano, los hombres no hacen otra cosa que buscar días buenos y desear una vida larga que no pueden conseguir aquí. La vida larga del hombre, en efecto, es tan corta en comparación con la duración de aquel siglo universal, como una gota de agua lo es en comparación con la inmensidad del mar; pues, ¿qué es la vida del hombre, incluso la que se denomina larga? Llaman vida larga a la que ya en este siglo es breve y a la que, como dije, está llena de gemidos hasta la decrépita vejez.

Aquí todo es corto y breve y, sin embargo ¡con qué afán la buscan los hombres! ¡Con cuánto esmero, con cuánto trabajo, con cuántos cuidados y desvelos, con cuántos esfuerzos buscan los hombres vivir largos años y llegar a viejos! Y el mismo vivir largo tiempo, ¿qué es sino correr hacia el fin de la vida? Viviste el día de ayer y quieres vivir el día de mañana. Pero, al pasar el de hoy y el de mañana, ésos tendrás de menos. De aquí que cuando deseas que brille un día nuevo, deseas al mismo tiempo que se acerque aquel otro al que no quieres llegar. Invitas a tus amigos a un alegre aniversario y a quienes te felicitan les oyes decir: «Que vivas muchos años». Y tú deseas que acontezca según ellos te dijeron. Pero ¿qué deseas? Que se sucedan unos a otros y que, sin embargo, no llegue el último. Tus deseos se contradicen: quieres andar y no quieres llegar.

Si, como dije, a pesar de las fatigas diarias, perpetuas y gigantescas, ponen los hombres tanto cuidado en morir lo más tarde posible, ¡cuánto mayor no debe ser el esmero para no morir nunca! Mas en esto nadie quiere pensar. A diario se buscan los días buenos en este siglo en que no los hay y nadie quiere vivir de modo adecuado para llegar a donde se encuentran. Por ello nos amonesta la Escritura con estas palabras: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos? (Sal 33,13). La pregunta la hizo la Escritura que ya sabía lo que iba a responder. Sabe, en efecto, que todos los hombres buscan la vida y los días buenos. También vosotros, al hablaros y preguntar: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos? respondisteis en vuestro corazón: «Yo». Porque también yo que os hablo amo la vida y los días buenos. Lo que buscáis vosotros, eso busco yo también.

Sermón 108,1-4 (Sigue)