34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIX
9-15

 

9. /Hb/11/08-11. FE/PROCESO. ABRAHAN/FE:

-Proceso de fe "Por su fe son recordados los antiguos". "La fe es seguridad de lo que se espera". Seguimos el camino de fe de Abrahán, que resulta verdaderamente interesante y aleccionador, como lo plantea la carta a los cristianos Hebreos.

a) "Por fe obedeció Abrahán a la llamada". Siempre somos llamados por Dios. Debemos tener muy fino el oído para escuchar la llamada de Dios e iniciar nuestra ruta por la fe.

b) "Salió sin saber adonde iba". La fe es una aventura arriesgada. No hay certezas ni seguridades. Nunca sabemos adonde nos llevará la vida. Es en cada momento que debemos hacernos la gran pregunta: ahora y aquí, ¿qué debo hacer?

c) "Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas". Debemos vivir en un sitio concreto, en una tierra, en un pueblo y estar ahí, es decir, participar en la vida del pueblo, potenciar todo lo que ayude a que la vida sea más agradable; siempre con la conciencia clara de que ninguna situación es definitiva.

d) "Mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios". Es alentador y sumamente gratificante saber que cualquier gesto, cualquier acto de bondad construye el Reino, nos acerca a la ciudad de Dios, hacia aquella región donde "no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor".

e) "Por fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje". La fe, siempre "fecunda", siempre engendra vida. No vale moverse por los caminos del desencanto, de la inactividad, diciendo que todo está perdido, que no se puede hacer nada...

f) "Por fe Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac". La fe nos lleva al corazón de la vida y ésta es muy complicada a veces, muy variada, muy dura. Y ante cada situación debemos preguntarnos qué nos exige nuestra fe y ser consecuentes con la respuesta. De otro modo viviríamos un cristianismo puramente teórico y desde la teoría se justifica y se explica todo: ser cristiano y llevar una vida de lujo, ser cristiano y rico, ser cristiano y hacer negocios poco transparentes.

Debemos tener muy claro que hay que tener un orden de valores que evidentemente no es coincidente con el orden de valores de nuestro mundo. Es más bien un ir contracorriente, es lo de "haceos talegas que no se echen a perder". "un tesoro inagotable en el cielo" del evangelio de hoy. "Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá", debemos hacer lo que el Señor quiere. Hay que estar, pues, preparados y atentos a la multiplicidad de manifestaciones de la vida y hablar y actuar como creyentes en Jesucristo allí donde estamos.

VICENÇ FIOL
MISA DOMINICAL 1989, 16


H-10.SOBRE LA SEGUNDA LECTURA: FE/QUE-ES:CREER/QUE-ES:

Me parece que ya iremos conociendo el núcleo, lo esencial del pensamiento del autor de la carta a los Hebreos: el sacrificio de Jesucristo por el cual entró ante Dios, fue su entrega plena y personal al Padre, entrega que culminó en la cruz. De esta forma reveló Jesús el verdadero camino del santuario: la entrega de todo el hombre a Dios; esto, la fe. Ahora hace una detallada descripción del contenido de esta fe, por la cual el hombre se adhiere al sacrificio de Jesús. La lectura de este capítulo segundo es impresionante. El autor entiende, con mirada ya cristiana que todos los acontecimientos de la historia de Israel fueron posibles gracias a la fe de sus hombres más admirables. Esas vidas muestran qué significa creer. El punto de partida, la razón de ser de todo, es la llamada de Dios; es el mismo Dios vivo quien llama a salir a buscar una patria mejor, es decir, Dios llama como único manantial de la vida verdadera.

La fe -acogida y seguimiento de esa llamada- es a la vez apasionante anhelo de búsqueda y pacífica alegría de comunión.

Por un lado, creer significa buscar al Dios vivo como aquél que está siempre más allá de nuestros esquemas, más allá de toda realización acabada, saliendo de toda seguridad caduca y viviendo siempre en tierra extraña, con el impulso de una esperanza, siempre anhelante y siempre renovada, obedeciendo al que es personalmente la gran promesas para los hombres.

Por otro lado, creer en Dios es haberlo encontrado ya: es la experiencia personal del absoluto como "viendo al invisible".

La fe es confiar en la palabra de alguien, es ponerse en camino, es avanzar en la noche hacia la luz, es esperar una ciudad perfecta donde todo será edificado sobre el amor. La fe es también trabajar en ese "sentido" sin ver aún los resultados pero con la seguridad de que esa ciudad se está construyendo, porque es Dios quien trabaja. -"Por la fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque se fió de la promesa. Y así, de una persona, y ese estéril, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas" (/Hb/11/11), es decir, creer en la fecundidad de mi vida, a pesar de las apariencias contrarias, porque poderoso es Dios para hacer de las piedras hijos de Abrahan, porque para Dios nada hay imposible.

FE/PARADOJA: La fe es una paradoja: nos hace "poseer" ya lo que aún no tenemos y además nos hace "conocer" lo que cae fuera de la capacidad de nuestros sentidos.

La fe es Dios en el hombre: o sea la alegría eterna en el seno de la monotonía de cada día.

La fe es la familiaridad con un mundo de realidades invisibles a los demás. Miles de hombres y mujeres, antiguos y actuales, ni más ni menos inteligentes que los demás han dado sentido a su vida por la fe.

-Ayúdanos, Señor, a ser hombres de fe, hombres que esperar alcanzar al Inalcanzable, que esperan ver al Invisible y al mismo tiempo, que están seguros de poseer ya lo que esperan.


11.

1. A cualquier hora

A medida que avanza el Evangelio de Lucas, también avanza el camino de Jesús, ese largo camino que ha de terminar en Jerusalén. Jesús es el gran caminante que va abriendo una brecha en la historia, confiado en la palabra del Padre, palabra oscura pero cierta. Es el nuevo Abraham que camina hacia una tierra desconocida sin poder fijar su tienda en ninguna parte, como nos lo recuerda la segunda lectura: «Por fe obedeció Abraham a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas [...] mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.»

Es ésa la situación del hombre, peregrino en el desierto de la vida: caminar... ¿Hacia dónde? Si se supiera con demasiada certeza, ya no se caminaría; simplemente, se acortaría camino. El caminar del hombre está dado por la constante incertidumbre de lo que nos espera, como en el desierto: el que no camina se muere, el que camina puede llegar a algún lado...

Y caminar sin detenerse: hoy, mañana, siempre, hasta que la muerte sobrevenga para rubricar que, efectivamente, somos «huéspedes y peregrinos de la tierra» (segunda lectura).

Por eso Jesús vuelve hoy a insistir en el tema de la vigilancia, que se va entrelazando con el tema del juicio divino. Nuestro andar por la tierra no es un viaje turístico que puede darse o no darse, que puede provocar cierto placer pero sin mayor trascendencia para nuestra vida y para los demás. No... No es un «tour» de placer el que hacemos por el desierto. Es la necesaria travesía para llegar a la vida, a la plenitud de la vida. Y es un servicio que prestamos a quienes caminan con nosotros.

Sobre estas ideas esenciales se desarrolla el mensaje bíblico de este domingo. Dos breves comparaciones de Jesús aluden a la necesidad de vigilar constantemente, sobre todo en los momentos más críticos de la vida. Cuando el joven dueño de la finca vuelva, avanzada la noche, después de haber celebrado su boda, los criados han de estar atentos para recibirle con los honores que corresponda. La misma vigilancia ha de mantener toda persona que sospeche que puede ser asaltada de noche por un ladrón...

De la misma manera sucederá con el Hijo del Hombre: llegará como el novio o el ladrón en cualquier momento, en el más crítico, cuando uno menos se lo imagine. Entonces, no queda más remedio que estar preparados. Feliz el hombre que nunca baja su guardia...

¿Qué significa esta llegada del Señor a horas tan intempestivas? Por un lado, el texto, encuadrado en la temática apocalíptica que inundaba el pensamiento religioso de aquella época, alude ciertamente a la inminente venida dei Señor, cuando venga a pedir cuentas a los hombres de su vida y a inaugurar un nuevo tiempo en la historia humana con el definitivo advenimiento del Reino.

Por otro lado, podemos encontrar en el texto un significado más inmediato y cercano al hombre, tanto el de ayer como el de hoy. El domingo pasado aludíamos al sentido de la vida, y es evidente que el tema de hoy está íntimamente relacionado con él. Cada día y cada hora el hombre se encuentra ante la tarea de "estar despierto" en su conciencia de hombre, de persona, de ser histórico, de miembro de la comunidad, de creador de su futuro.

En cada momento de su vida se va produciendo el nacimiento o advenimiento del «hijo del hombre», del hombre nuevo que madura y se desarrolla sobre los despojos del hombre viejo.

Esto no quiere decir que debemos estar enfermizamente obsesionados por la muerte, por el juicio o por evitar un pecado, o que debemos estar todo el tiempo pensando en Dios y en el más allá, como en alguna época se exigía a los novicios. Pero tampoco corresponde el extremo opuesto: el de quienes piensan que ya tendrán tiempo algún día para pensar en cosas más serias y trascendentes. Entre la obsesión enfermiza y la despreocupación inconsciente existe un camino intermedio de serena madurez ante la vida.

En efecto, lo que nos permite esta vigilancia a la que alude Jesús es la orientación global de nuestra vida; es el sentirnos en búsqueda de una personalidad más adulta, más libre, más digna; es descubrirnos cada día insatisfechos con lo que somos como para poder crecer cada vez más, al mismo ritmo de la vida, desde los mismos acontecimientos que inevitablemente vendrán a nuestro encuentro.

La vigilancia cristiana no nos exige encerrarnos en una cabina aséptica que nos aísle del mundo y sus peligros.

Sólo con los pies en la arena podemos caminar por el desierto. O como sugiere Jesús: los criados deben esperar a su señor estando dentro de la finca; el dueño debe esperar al ladrón nocturno estando dentro de la casa. No es huyendo del mundo como nos acercamos a Dios.

Por lo tanto: cada uno debe mantener esta vigilancia allí donde vive y trabaja; no huyendo de la realidad de todos los días sino, como sugiere la parábola final del evangelio de hoy, realizando a conciencia su cometido en la comunidad.

Hemos aludido al crecimiento y a la maduración de la persona. Pues bien, cada tiempo de la vida evolutiva del hombre tiene su razón de ser con relación a este crecimiento. No solamente ha de madurar el niño y el joven, como si el adulto sólo tuviera que pensar en trabajar y descansar. A medida que avanzan los años, por el contrario, el hombre vigilante descubre el verdadero horizonte de la vida. Cuanto más nos adentramos en la vida, con la experiencia de los años y de los acontecimientos vividos, más madura cada uno en la realidad del vivir; caen los idealismos más o menos utópicos y uno se encuentra con lo que realmente es. Detrás de las fachadas y de las apariencias, encontramos nuestro auténtico rostro, quizá oculto para quienes nos rodean, pero desnudo ante Dios y, ojalá, también desnudo ante nosotros mismos.

En otras palabras: el hombre jamás puede decir "basta" en el crecimiento interior de sí mismo. El proceso sólo finaliza cuando llegue el día del Señor. Entre tanto, hagámonos la cuenta de que cada día es el del Señor.

La celebración litúrgica dominical debiera tener, entre otros, también este objetivo: ayudarnos a madurar constantemente nuestra fe. Lo que ayer recibimos como formación en la fe, vale para ayer; si cada día es nuevo, cada día podemos madurar en la manera de enfrentar la vida y sus problemas. Para esto está la palabra de Dios de cada domingo: no para recordar lo que Jesús hizo en el pasado, sino para enfrentarnos hoy con nosotros mismos a la luz de un mensaje que hoy es actual. No venimos para estudiar la Biblia, sino para mirar nuestra vida a la luz del mensaje de Jesucristo. Y esto exige que cada uno ponga algo de sí, reflexión y esfuerzo, para que el mensaje adquiera actualidad. De lo contrario, también la liturgia de la Palabra se hace rutina; y quien vive en la rutina, ya no vigila; sólo vegeta.

2. Exigiendo "lo mucho"

La parábola sobre los administradores de la finca completa nuestras reflexiones anteriores y, si se quiere, le da a la vigilancia cristiana un sentido más dinámico y comprometido, más de acuerdo con la concepción moderna del hombre.

La parábola alude a que el hombre no es el dueño absoluto de su vida, sino tan sólo un administrador. En efecto, hemos recibido la vida de Dios, una vida que se relaciona con los demás miembros de la comunidad humana. Por lo tanto, ni cabe la pereza ni el derroche. Estamos en el mundo cumpliendo un servicio, que si es servicio al Reino de Dios, es por eso mismo, servicio a la humanidad. De ahí la responsabilidad histórica de cada hombre. La pereza es el pecado «profesional» del hombre: es negarse a ser más hombre, a crecer interiormente, a dar más, a soportar más a la comunidad. También es negarse o limitarse en la propia capacitación, tanto en el plano individual como en el familiar, profesional, cultural, etc.

La bondad del hombre no radica en el eslogan "no hacer mal a nadie", sino en vivir intensamente la vida como un servicio positivo a la comunidad, de la misma forma que nosotros somos alguien porque otros hicieron algo positivo por nosotros. No es «evitando el pecado» como crece el hombre, sino creciendo positivamente en la elaboración de ese proyecto, proyecto que en ningún caso es la «salvación de uno mismo» sino la restauración de una humanidad nueva.

Ante la pregunta de los apóstoles, Jesús subraya que cada hombre debe administrar su existencia de tal modo que pueda sentirse responsable de su vida. Y no puede haber responsabilidad cuando otros organizan nuestra vida, o cuando hacemos algo sin saber por qué ni para qué.

Entonces caemos en la postura de Marta, ahogada bajo el yugo de las cosas o de las circunstancias o de las estructuras...

Según la parábola, el administrador «sabe lo que su amo quiere», lo que hoy podemos traducir de la siguiente manera: el hombre debe ser consciente de su vida, de lo que quiere, de cuáles son sus proyectos e ideales, cuáles los criterios rectores de sus actos, cuáles sus valores. y también: el cristiano no puede ignorar cuál es su misión en la tierra, porque tiene una misión que cumplir, misión que debe descubrir y elegir.

En este sentido, aun hoy debemos lamentarnos de mucho infantilismo en los cristianos, tanto laicos como religiosos. Cada uno tiene el derecho de cuestionar su vida y de elegir lo que él siente «que Dios quiere». En caso contrario: ¿cómo se le podrá exigir responsabilidad?

Sólo en la medida que las estructuras de la Iglesia se pongan al servicio del crecimiento del hombre, éste podrá sentirse «administrador de su vida», para rendir un día cuenta, no a los hombres, sino a Dios. Si no salvamos esta última responsabilidad del hombre y de su conciencia libre, es inútil que hablemos de vigilancia cristiana. Nadie, por tanto, puede ejercer coerción sobre la conciencia del hombre para que elija éste o el otro camino, ni para que opte por esto o por lo otro. Y por lo mismo: nadie puede eximirse de la obligación social y religiosa de elegir la forma de vida más oportuna para su propia felicidad y para el bien de la comunidad.

Laicos y jerarquía, todos administran un bien que no les es propio. Y todos deben buscar en el Evangelio lo que «el amo quiere», empleando la expresión de la parábola. Por eso, el juicio del Señor no se dará solamente al final de la vida, sino que se va realizando en la medida en que el hombre se enfrenta consigo mismo y juzga sus actos según su proyecto, proyecto fundamental que justifica su paso por la tierra. No somos niños pequeños que esperan el último día de clase para saber si hemos aprobado o nos han suspendido. Un cristiano maduro tiene que adquirir la capacidad para sentirse aprobado o reprobado por su propia conciencia en la medida que se siente bien o mal consigo mismo.

En esta fidelidad a uno mismo está el secreto de la vigilancia cristiana. El que no es capaz de asumirla, debe ser vigilado por otros que asumen su responsabilidad y deciden por él. Es hora de que los cristianos nos liberemos de la tutela y de la vigilancia «de nuestros padres y mayores» -en su sentido más amplio- para asumir la plena responsabilidad de nuestra vida.

Esta es la gran tarea de la educación cristiana, educación liberadora, y es, por lo mismo, tarea de nuestras celebraciones litúrgicas que también tienen que ser liberadoras. No venimos como niños pequeños para que se nos diga qué tenemos que hacer esta semana para ser buenos, sino para encontrar nuestro propio esquema de vida, a la luz de la palabra de Dios, y sentirnos entonces responsables ante nuestra conciencia, ante toda la comunidad y, en definitiva, ante el mismo Dios. Los que presiden las comunidades -sean sacerdotes, religiosos o laicos- no pueden hacerse cargo de la administración de cada miembro de la comunidad. En todo caso, deben ayudarlo para que asuma la parte que le corresponde, aun con el riesgo de cometer errores. Así se cumple la enigmática conclusión de la parábola: «Al que mucho se le dio, mucho se le pedirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

A todos se nos confió y dio ese «mucho»; a los que presiden la comunidad, un poco «más»; pero cada uno ha de responder por lo suyo.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 174 ss.


12.

¿DONDE PONER EL CORAZÓN?

Un tesoro inagotable en el cielo...

El hombre actual está perdiendo su fe ingenua en las posibilidades ilimitadas del desarrollo tecnológico. Aumenta cada vez más el número de los que toman conciencia de que el mismo poder que permite al hombre crear nuevos estilos de vida, lleva consigo un potencial de autodestrucción y degradación.

Y por si fuera poco, la grave crisis económica que estamos sufriendo ha terminado de desconcertar a los más optimistas.

No es extraño, entonces, que crezca el escepticismo, la falta de fe en las ideologías, la desconfianza en los grandes sistemas. Al hombre actual se le hace difícil creer en algo que sea válido y verdadero para siempre. No sabe ya dónde «poner su corazón». Son muchos los que viven «a la deriva» sin esperanza ni desesperación. Víctimas pasivas e indiferentes de un mundo que les resulta cada vez más dislocado.

Entonces, la vida se vacía de sentido. El hombre pierde la fuente de su propia creatividad. No sabe para qué trabajar. El vivir se reduce a una cadena de sucesos, situaciones e incidentes, sin que nada realmente vivo le dé sentido y continuidad.

En medio de este «comportamiento errático» lo importante parece ser disfrutar de cada fragmento de tiempo y buscar la respuesta más satisfactoria en cada situación fugaz. ·Lifton-R considera que el problema central del hombre contemporáneo es la pérdida del sentido de inmortalidad. Esa conciencia de inmortalidad «que representa un estímulo irresistible y universal a conservar un sentido interior de continuidad, más allá del tiempo y del espacio».

Y, sin embargo, el hombre de hoy, como el de siempre, necesita poner su corazón en un «tesoro que no pueda ser arrebatado por los ladrones, no roído por la polilla». ¿Cómo encontrarlo?

Desde la fe cristiana, no existe otro camino sino el de penetrar hasta el centro mismo de nuestra existencia, no evitar el encuentro con el Invisible, sino abrir nuestro corazón al misterio de Dios que da sentido y vida a todo nuestro ser.

Esto que a muchos puede parecer, desde fuera, algo perfectamente estúpido e iluso, es para el creyente fuente de liberación gozosa que le enraiza en lo fundamental, central y definitivo.

A veces, una palabra hostil basta para sentirnos tristes y solos. Es suficiente un gesto de rechazo o un fracaso para hundirnos en una depresión destructiva. ¿No tendremos que preguntarnos dónde tenemos puesto nuestro corazón?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 335 s.


13.FELICIDAD/ACTITUDES:

He estado estos días saboreando una interesante conferencia de Teilhard de Chardin pronunciada en Pekín, en diciembre de 1943, en torno al tema de la felicidad. Según el eminente científico y pensador, se pueden distinguir, de manera general, tres posturas diferentes ante la vida.

Están, en primer lugar, los pesimistas. Para este grupo de personas, la vida es algo peligroso y malo. Lo importante es huir de los problemas, saber defenderse lo mejor posible. Según Teilhard, esta actitud llevada al extremo, conduce al escepticismo oriental o al pesimismo existencialista. Pero de forma atenuada aparece en muchas personas: «¿Para qué vivir?», «todo da lo mismo», «¿para qué buscar?»

Están, luego, los vividores que sólo se preocupan de disfrutar de cada momento y de cada experiencia. Su ideal consiste en organizarse la vida de la forma más placentera posible. Esta actitud conduce al hedonismo. La vida es placer, y si no, no es vida. Están, por fin, los ardientes («les ardents»). Son las personas que entienden la vida como crecimiento constante. Siempre buscan algo más, algo mejor. Para ellos, la vida es inagotable. Un descubrimiento en el que siempre se puede avanzar.

A estas tres actitudes diferentes ante la vida corresponden, según ·TEILHARD-DE-CHARDIN, tres formas diferentes de entender y buscar la felicidad. Los pesimistas entienden la felicidad como tranquilidad. Es lo único que buscan. Huir de los problemas, los conflictos y compromisos. La felicidad se encuentra, según ellos, huyendo hacia la tranquilidad.

Los vividores entienden la felicidad como placer. Lo importante de la vida es saborearla. La meta de la existencia no puede ser otra que el disfrutar de todo placer. Ahí se encuentra la verdadera felicidad.

Los ardientes, por su parte, entienden la felicidad como crecimiento. En realidad, no buscan la felicidad como algo que hay que conquistar. La felicidad se experimenta cuando la persona vive creciendo y desplegando con acierto su propio ser.

FELIZ/QUIÉN-ES:Según Teilhard de Chardin, «hombre feliz es aquél que, sin buscar directamente la felicidad, encuentra inevitablemente la alegría, como añadidura, en el hecho mismo de ir caminando hacia su plenitud, hacia su realización, hacia adelante.»

Tal vez, estas reflexiones de Teilhard nos puedan ayudar a descubrir mejor a qué estamos dando importancia en la vida y qué es lo que estamos buscando en medio de la existencia. No hemos de olvidar la sabia advertencia de Jesús: «Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.»

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 95 s.


14.

Todos los textos de esta celebración nos exigen vivir en tensión, en movimiento (éxodo), desinstalados, en estado de peregrinación; en una palabra: vivir en vela, en vela en razón de la fe, en razón de la promesa de Dios, en razón de las cuentas que habremos de rendir pronto.

1. «La fe es seguridad de lo que se espera».

La segunda lectura llama a esta existencia desinstalada simplemente «fe». La fe se apoya en una palabra recibida de Dios que anuncia una realidad invisible y futura. Esto se muestra en la existencia de Israel, que comienza con el éxodo de Abrahán y se continúa a través de los siglos; esta fe puede ser sometida a duras pruebas, como cuando se exige a Abrahán que sacrifique a su hijo, como demuestra también el hecho de que todos los representantes de la Antigua Alianza «murieron sin haber recibido la tierra prometida». Estos aprendieron casi más drásticamente que los cristianos lo que significa vivir «como huéspedes y peregrinos en la tierra», y buscar una patria que está más allá de toda su existencia perecedera. Porque en el destino de Jesús y en la recepción del Espíritu Santo los cristianos no solamente «han visto y saludado de lejos» la patria celeste, sino que, como dice Juan, «han oído, visto y palpado la Palabra que es la vida eterna», y según Pablo han recibido el Espíritu Santo como arras, como prenda o garantía de lo que esperan, por lo que pueden y deben ir al encuentro del cumplimiento de la promesa con mayor seguridad, y por ello también con mayor responsabilidad.

2. «La noche de la liberación se les anunció de antemano».

La primera lectura muestra que ya en la Antigua Alianza la fe no estaba desprovista de toda garantía: hubo anuncios que se cumplieron, como el de la noche de la comida pascual o la promesa de Dios al rey David, como la predicción de los profetas sobre el exilio y su duración. Todo hombre atento recibe tales signos: Dios le muestra así que está en el buen camino; si exige de él la fe, Dios no le deja en la incertidumbre, aunque a veces sea sometido a una dura prueba como Abrahán o algunos profetas, pues en último término su fe no puede apoyarse sobre signos y milagros, sino sobre la fidelidad de Dios, que mantiene su palabra de un modo inquebrantable.

3. «Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá».

En el evangelio aparecen múltiples variantes de la exigencia dirigida a los cristianos de vivir siempre preparados, en vela. Y esto tanto más cuanto mayores sean los dones y tareas que Dios les ha dado y encomendado. Las tareas encomendadas por Dios se cumplen de la mejor manera cuando el criado no pierde de vista que en cualquier momento puede ser llamado a rendir cuentas; por tanto, cuando cada uno de sus momentos temporales es inmediatamente vivido y configurado de cara a la eternidad. Si el cristiano olvida esta inmediatez, olvida también el contenido de su tarea terrena y de la justicia que ésta implica («empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas»); ahora queda claro que el cristiano no practicará esta justicia, si no es capaz de mirar más allá del mundo para poner sus ojos en las exigencias de la justicia eterna, que no es una mera «idea», sino el Señor viviente cuya aparición espera toda la historia del mundo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 275 ss.


15.

«Por fe...»

Durante estos primeros cinco años de la década de los 9O se van a celebrar múltiples cincuentenarios de los dramáticos acontecimientos acontecidos durante la ll Guerra mundial. Así, precisamente hoy se cumplen cincuenta años del martirio de Edith-Stein. Esta gran mujer judía nació en 1891 en Breslau, en el seno de la sociedad burguesa y liberal prusiana. Realizó estudios de Filosofía, Psicología, Germanística e Historia. Fue su maestro, que le dirigió la tesis doctoral, el padre de la fenomenología, Edmund Husserl. Al mismo tiempo fue miembro muy activo de los movimientos feministas en el marco del socialismo alemán. Hasta que sobrevino el gran cambio de su vida: las lecturas del Nuevo Testamento, de los santos padres, de Kierkegaard, de san Juan de la Cruz y, sobre todo, de Teresa de Jesús, le marcaron un nuevo camino. A los 31 años recibe el bautismo y la confirmación y a los 42 ingresa en el Carmelo de Colonia-Lindenthal. Nueve años más tarde, el 9 de agosto de 1942, era asesinada en la cámara de gas de Auschwitz. Fue beatificada en 1987. Menos conocido es el caso del P. Franz Reinisch, perteneciente a los Padres Palotinos de Schonstatt. Se negó a prestar el juramento de fidelidad a Hitler -como aquellos primeros cristianos que rechazaban ofrecer sacrificios al César- y a realizar el servicio militar. Pocos días después de tomar su decisión, acudió a Innsbruck a despedirse de sus padres, con los que rezó un último viacrucis, símbolo de lo que le iba a suceder a él mismo. Su decisión le planteó graves dificultades ante su propia Congregación, pero se adelantó al Vaticano ll en su opción por la decisión de su propia conciencia. Fue ejecutado en Berlín en el mismo año de 1942.

Creo que estas dos conmemoraciones nos pueden ayudar ante el mensaje de las lecturas de la palabra de Dios que acabamos de escuchar. La palabra clave en el mensaje de las tres lecturas que acabamos de escuchar es la de «fe». Cinco veces aparece esta palabra en el texto de la Carta a los hebreos, en el que el estribillo que se repite continuamente es: «por fe».

Este estribillo es el que explica la vida de Abrahán: «por fe», Abrahán obedeció a la llamada de Dios y abandonó la seguridad de su propia tierra, Ur de Caldea; «por fe» vivió como extranjero, habitando en la total provisionalidad de una tienda de campaña nómada; «por fe», su mujer Sara -y el mismo Abrahán- se fiaron, a pesar de su edad, de que Dios les iba a hacer padres de hijos tan numerosos como las estrellas de la noche y las incontables arenas de las playas.

También, «por fe» -en ese comentario al Éxodo que hace el libro de la Sabiduría en la primera lectura- los judíos tuvieron ánimo ante el poderoso faraón, porque tenían la certeza de la promesa de la que se fiaban.

Y, solamente desde la fe, se puede comprender el evangelio de hoy. Los textos del evangelio de Lucas, escogidos por la liturgia, no presentan ese evangelio en su integridad. Por eso es importante subrayar que, inmediatamente antes del texto de hoy, está el conocido pasaje en que Jesús exhorta a la confianza en la providencia de un Dios que cuida de las aves del cielo y de los lirios del campo y que sabe lo que nosotros necesitamos. Desde ahí arranca el texto de hoy: «No temáis, tened fe», porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino; fiaros de Dios, como lo hizo Abrahán; merece la pena vender los bienes y dar limosna para haceros con talegas que no se echen a perder, donde la polilla no pueda entrar, "porque donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón".

En este pasaje está resonando la parábola de Jesús sobre el tesoro escondido: el tesoro del Reino es tan grande que hay que estar dispuesto a renunciar a nuestras calderillas, a nuestros bienes, para conseguirle. «Por fe», merece la pena apostar por la promesa de Dios: abandonar nuestras falsas seguridades para conseguir el Reino que nuestro Padre ha tenido a bien darnos.

Un comentarista insiste en que la llamada Carta a los hebreos -que no fue escrita por san Pablo, aunque sí refleja su teología- en realidad no pertenece al género epistolar. Parece tratarse más bien de un tratado, de una larga homilía para ser leída por las comunidades, probablemente en sus celebraciones eucarísticas. Y el mismo comentarista añade que el objetivo de la carta es reavivar una fe cansada, desilusionada y sin brío, cobarde e inconstante.

De ahí que el texto de hoy comience con una definición de la fe, que no debe entenderse como una definición intelectual, sino como una llamada a la esperanza en la situación desilusionada que vivía una comunidad sometida a las persecuciones.

Es un texto que mantiene hoy su actualidad: también hoy nosotros vivimos frecuentemente con una fe desilusionada y cansada.

«Por fe»: ese fue el eje de la vida de Abrahán; y tenemos que decir que también "por fe" se mueve nuestra vida. Albert -Schweitzer escribía: «Existen garantías sobre la consistencia de un puente que se acaba de construir, sobre la exactitud de una operación matemática..., pero para aquello que constituye el meollo de lo humano, nunca existen garantías: no existen garantías para la belleza de un cuadro, para la fuerza arrebatadora de una sonata, para el amor auténtico de una mujer».

Es verdad: podemos tener garantías y seguridades sobre aquellas verdades de la vida que sólo rozan la superficie de nuestra vida y no le confieren sentido; pero para aquello que constituye «el meollo de lo humano», lo que confiere sentido a nuestra vida, por lo que queremos vivir y luchar, para esto no hay garantías ni seguridades plenas.

Es «por fe», sin plenas y tangibles garantías, por lo que debemos dar el salto, para creer en el amor y la amistad de nuestros seres queridos.

FE-que-es:Ahí es donde hay que situar la fe religiosa, la fe cristiana. Brota de la experiencia de un Dios, que se nos ha manifestado en Jesús y del que «por fe» nos fiamos. Como dice un autor, la fe es creer en Jesús, es valorar e interpretar la realidad apoyándome en Jesús, más allá de lo que veo y de lo que puedo comprobar; es darle a él mi confianza en vez de dársela al modelo de hombre y de sociedad en la que se nos quiere hacer también creer.

Por eso, la fe no es, en primer lugar, un imperativo moral, una obligación. La fe es libre; se la concedemos, en lo humano y en lo religioso, a aquellos que nos inspiran confianza. Y para hacer un gran acto de fe, como acontece en el cristianismo, hay que amar mucho al Dios manifestado en Jesús. «Para creer en Jesús, precisamente porque arriesgamos mucho en ello, se necesita haber descubierto algo importante: el tesoro del que él habla en el evangelio, la "ciudad de sólidos cimientos", a la que uno sabe que se encamina. Así fe, esperanza y amor se interrelacionan y casi se confunden».

«Por fe» Abrahán abandonó la seguridad de la casa paterna y se puso en camino. No sabemos cómo era su experiencia de Dios, pero fue, sin duda, esa vivencia la que marcó su vida. «Por fe» el P. E. Reinisch creyó que la voz de su conciencia -que era la voz de su Dios manifestado en Jesús- era más importante que el juramento de fidelidad al Fuhrer y la misma obediencia a sus superiores religiosos. «Por fe», en esa impresionante experiencia mística que reflejan sus escritos, ·Edith-Stein hizo converger su filosofía en la sabiduría cristiana y su judaísmo se convirtió en judeo-cristianismo.

«Nos queda el anhelo por la plenitud de la vida hasta que podamos entrar por la puerta de la muerte en la luz que no tiene sombras», había escrito E. Stein. Las palabras finales de su última carta, escrita a su priora durante su camino hacia Auschwitz, decían así: "Scientia crucis, la sabiduría de la cruz, solamente se puede conseguir si se siente cómo su peso carga sobre uno mismo". Estaba convencida de ello desde el primer momento». «Por fe» supo E. Stein cargar con la cruz para entrar finalmente en «la luz que no tiene sombras». Estaba preparada y en vela cuando llegó su Señor. ¿Qué papel y qué significado juega la fe en nuestra vida? ¿Estamos convencidos de que merece la pena tener fe, fiarse de Dios?

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 287 ss.