REFLEXIONES
1. V/SENTIDO. UNA RAZÓN PARA VIVIR
Decía un famoso psicoanalista de Brooklyn: "Estoy harto de padres que llegan a mi consulta, lamentándose de que no saben qué les pasa a sus hijos (pasotas, drogadictos, delincuentes...). Han sido capaces de dar todo a sus hijos, incluso de comprarles un coche o ponerles un apartamento, pero no han sido capaces de darles una razón para vivir".
Y esa parece ser la causa profunda que subyace en tantos problemas que plantea la juventud actual. Los fenómenos hyppies, pasotas, del porro y de la heroína, el gamberrismo subliminal y la delincuencia pandillera, están gritando a voces la insensatez de nuestra sociedad. Porque esta civilización ha sido capaz de producir a montones (¡no de distribuir bien!) toda suerte de medios de locomoción, de artefactos y maquinitas electrónicas, de electrodomésticos y electro-despachos, ropas y bisutería, quincalla y alimentos asépticamente enlatados...: pero no es capaz de ofrecer lo único necesario, lo que verdaderamente importa. Todo eso que atiborra grandes almacenes e hiper y supermercados... ¿para qué? La gente se está muriendo -aparte del escándalo de los que mueren de hambre- de puro asco, más que de otra cosa. Y es porque falta una razón para vivir, para luchar y trabajar y estudiar y fatigarse y sacrificarse. Falta algo que dé sentido a la insoportable rutina de producir y consumir o de estudiar para ser un buen productor y un mejor consumidor. Algo que nos ponga a salvo de este círculo vicioso que hastía la vida y envenena la convivencia.
Falta una razón para vivir. Una razón, no una idea, ni siquiera unas verdades como puños, ni una doctrina perfecta. Todo eso no es más que idealismo. La única razón para vivir es el otro, cualquier otro, todos los otros. Porque lo único que puede dar razón y consistencia a la vida humana es el hombre. Y no sólo mi familia, ni mis amigos, ni los de mi región o los de mi nación, que todo eso resulta a la larga inhumano, es decir, pretexto contra los otros y, por tanto, contra los hombres. Lo que da sentido a la vida es la humanidad, el humanismo, la disponibilidad, el servicio y el amor al hombre, a todos.
EUCARISTÍA 1982/37
La religiosidad como protección. Elías es junto con Moisés y David, una de las grandes figuras del judaísmo. Tuvo como misión la tarea de preservar la fe de su pueblo frente a la amenaza que constituía una religiosidad popular llena de devociones mágicas con las que buscar protección y seguridad ante los muchos peligros y miedos que la vida ofrecía en aquellas culturas agrícolas, ganaderas y violentas de la antigüedad en las que sacar fruto de la tierra, crías al ganado y ser respetado por los soldados era harto difícil.
Esta religión cananea o de los baales es la típica religiosidad mediterránea que ofrecía la protección de las fuerzas de la naturaleza y el favor de los dioses que controlaban estas fuerzas a cambio del ofrecimiento de sacrificio de animales y el cumplimiento de determinados ritos por los que se ofrecía la carne y la sangre de un animal y se pretendía obtener la fecundidad de los campos, animales y esposas, lo cual significaba abundancia para vivir.
JOSÉ ALEGRE ARAGÜES
DABAR 1981/40
3. "no desfallezcáis perdiendo el ánimo" (/Hb/12/04).
Desde estas páginas, en números anteriores, se ha reflexionado sobre la situación en la que se encuentran el hombre y la mujer de hoy en relación con la oración. Pero decir "hombre y mujer hoy" no es suficiente sin añadir que hablamos de lo que se suele entender por Occidente. Hablamos de un tiempo de crisis, del final de un milenio en el que, casi repentinamente, sin saber cómo, el futuro ha desaparecido, Acaso exista pero no está en nuestras manos el construirlo. Podrá ser bueno o aciago pero no sabemos cómo acceder a él. Y, sobre todo, no nos animamos a pensarlo porque estamos cansados.
El cansancio es el talante más paradójico de unos tiempos que parecen tenerlo todo y que podrían conseguir lo que no tienen. Pero sucede que, como Pedro y sus amigos, hemos echado y echado las redes con un resultado muy magro y no hay ninguna palabra que nos anime a echarlas de nuevo. Habíamos soñado y los sueños no se han cumplido. Sabíamos cómo alcanzar el arcoiris pero nuestras recetas, estaban erradas. De modo que hemos decidido que el presente nos invada. "No hay ninguna oportunidad pero aprovéchala". En su aparente paradoja, esta sentencia de la tarjeta postal ácrata es de un cínico pragmatismo. Cansados para programar el futuro, nos resignamos a exprimir el presente aprovechando la oportunidad que no hay en lugar de alumbrar oportunidades nuevas.
CR/CAMINO: Pero esta situación parece oponerse frontalmente a un espíritu cristiano que es seguimiento, camino hacia el futuro. Un creyente es siempre alguien que marcha, camina, construye. "Te llamarán tapiador de brechas, restaurador de moradas en ruinas", había dicho Isaías (58,12). Y la carta a los Hebreos narra la pasión que recorre a los creyentes, tan ajena al cansancio: "Derribaron murallas, subyugaron reinos, ejercieron la justicia, cerraron la boca de los leones, apagaron la violencia del fuego" (11,23). Apasionados e inmunes a la fatiga, los seguidores de Jesús han querido no olvidar la recomendación a los Hebreos: "No desfallezcáis perdiendo el ánimo" (12,4). El consejo de la Biblia no es una amonestación cargada sobre todo de buenas intenciones. La Biblia conoce bien que hay tiempos en los que los horizontes parecen cerrarse y en los que no queda ya ánimo para luchar. El Libro sagrado no quiere ocultar que también a los creyentes ataca la tentación del desánimo porque sus historias no lo son de superhombres. Muestra eso sí, que incluso en esos momentos, y precisamente en ellos, es posible dirigirse a Dios. Y aún más: que, aun si ni siquiera nos quedan fuerzas para desear la ayuda, el Espíritu es quien alienta en nosotros con sus gemidos callados.
-Elías y la muerte
Hay ocasiones en las que la vida se halla en situación extrema, en las que el ser humano pierde el gusto por vivir. La asechanza del mal es a veces, demasiado fuerte, excesiva la carga de la injusticia. En esos momentos el horizonte se oscurece y las luces interiores se apagan.
No hace tantos años que en Europa se han vivido situaciones semejantes y la nueva guerra ha vuelto a producirlas. En todo el mundo son millones los que así viven cotidianamente. Y hay también entre nosotros muchas situaciones individuales teñidas de oscuridad. Elías se encontró una vez en esa situación, atenazado por el desánimo y sin otra salida que la muerte. Combatir por el Dios verdadero no ha sido sino fuente de persecuciones y Elías ha llegado al limite de su cansancio. Las fuerzas no le dan sino para tumbarse y acoger una muerte que se percibe bienhechora. Echado bajo un arbusto musita una oración que es oración de muerte: "Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres". Esta ofrenda radical no es aceptada y para poder rechazarla con razón, Dios ofrece pan y vino al caminante que ha arrojado la toalla: "Levántate y come, que te queda un camino demasiado largo" (1R/19/07).
Pero la comida no basta. Si ella puede dar vigor al cuerpo, falta el soplo que reanime el espíritu. Elías lo recibe a la puerta de la cueva de Horeb. Allí pasa ese "ligero susurro de aire" que es el espíritu de Dios. Ahora el Señor puede ya decir, seguro de ser oído: "Anda y vuelve a emprender tu camino" (v.15).
Moisés y la desesperanza
Entre los creadores de pueblos, entre los fundadores de religiones tendrá siempre Moisés una plaza. El ha visto arder una llama que no se apaga y su tirón le ha sacado de su dorado retiro. Se ha opuesto al Faraón y a sus argumentos, los eternos argumentos del poder. Ha sabido vencer a la fuerza del mar y a las amenazas del desierto. Ha sabido sobre todo luchar por el Dios único e invisible frente a todos los dioses múltiples y visibles, tan a mano, tan insidiosos.
En todas las ocasiones su fuerza ha sido mayor que la de los adversarios, a pesar de haber reconocido, como un niño, que no sabía hablar. Pero la fuerza de Dios era su fuerza y la palabra de Dios su palabra.
VD/LIBERTAD-H: Y sin embargo ni Dios mismo puede frente a la voluntad de los seres humanos. El Dios que ha mostrado su poder en el Sinaí, muestra también su impotencia donde manda la voluntad del hombre. El Dios poderoso nada puede frente a un pueblo elegido de dura cerviz cuyo convencimiento es inestable y la perseverancia nula.
En una ocasión tiene que empuñar las armas e infligir a su pueblo un castigo severo (Ex 33,28). Pero ni ese duro castigo es suficiente y al fin no tiene más remedio que llegar a una conclusión desoladora: "Es una nación de pocos alcances, no tiene entendimiento" (Dt 32, 28).
Enfrentado a la dureza de corazón, inerme ante la falta de esperanza, a Moisés no le queda sino la renuncia, el abandono. Ha puesto en juego su vida por un grupo que no se lo merecía. Y, sin embargo, no es ésta su actitud. "Se volvió, pues, Moisés al Señor y dijo: ¡Ay! este pueblo ha cometido un gran pecado...¿Querrás, a pesar de todo, perdonar su pecado? Si no, bórrame del libro que has escrito" (Ex 32, 32). Una oración conmovedora, la oración de la solidaridad. Moisés no cede a la tentación de alejarse de los inconstantes sino que se reconoce uno de ellos y sólo así su voluntad poderosa, hecha débil, podrá salvar a todos.
-Jesús y la voluntad de Dios
Jesús pasará en su vida trances parecidos a los de los dos personajes anteriores. Por eso la tradición ha visto en él al nuevo Moisés y al nuevo Elías. Como uno y otro, Jesús tiene que padecer por su entrega a la voluntad de Dios. Como ellos ha de sufrir el descorazonamiento ante la escasa respuesta: "¡Ah! si en este día conocieras tú también el mensaje de la paz; mas ahora está oculto a los ojos" (Jn 19,42). "Cuántas veces quise reunir a tus hijos, de la manera que la gallina reúne a sus pollos bajo las alas y tú no quisiste" (Mt 23,37).
Y cuando la muerte está cerca, cuando se hace claro el cercano abandono de los que hasta hace poco le seguían, Jesús siente una angustia que le lleva a sudar sangre. No es únicamente la angustia ante la pérdida de la vida, puesto que es El quien la entrega y nadie se la quita, sino una congoja hecha de abatimiento y desencanto.
La única salida posible de ese pozo oscuro está en la oración y Jesús se entrega en las manos del Padre: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42). El Hijo rendido de cansancio se acurruca en el regazo de la voluntad del Padre y allí encuentra el calor necesario para seguir adelante. Como en el caso de Elías, queda mucho camino que recorrer, porque es el camino que lleva de la muerte a la vida. Sólo conducido por la mano del Padre el cansancio puede convertirse en alivio y descanso. Igual que el propio Padre descansa al atardecer del día séptimo, Jesús descansa, entregándola, al atardecer de su vida. Sabe que alguien la tomará a su cargo, la conservará y cuidará de ella ya para siempre.
-Alimento, solidaridad, oración
Cada uno de los personajes anteriores es nuestro antepasado. Su historia nos ha sido contada para que se convierta en nuestra propia historia. Como en ellos -y sin duda más que en ellos- nuestra vida de fe se ve amenazada por el cansancio, por la propia fatiga del camino y porque, hijos de nuestro tiempo, compartimos el de una época carente de horizontes. Al leer las historias de Moisés, Elías y Jesús nos reconocemos en su peripecia. Pero el texto bíblico muestra también la salida de la aporía. No es posible seguir si no tomamos alimentos; no es posible seguir con todos si no nos identificamos con los más débiles, con los más claudicantes; no es posible seguir por el camino de Dios si no nos entregamos en sus manos y no recibimos su soplo vivificante. La oración es el lugar en el que se pide y se recibe ese Espíritu "consejero de bienes y consolación de tristezas y penas" (Sab 8,9). Que frente a las sombras de un horizonte oscuro, comunica una sabiduría "más bella que el sol, que supera las constelaciones de las estrellas (7,28).
"Velad y orad para no caer en la tentación del cansancio, nos dice el Señor. Porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (/Mt/26/41).
C.F.B.
CUADERNOS DE ORACIÓN/115
4.
"LEVANTATE, COME, QUE EL CAMINO ES SUPERIOR A TUS FUERZAS"
La vida es camino, camino duro y exigente de maduración personal que a través de diversas y sucesivas etapas ofrece una gama de experiencias y provoca compromisos. El hombre necesita constantemente el alimento que repara el desgaste de fuerzas del camino, pues de lo contrario no cumple su misión, y agotado se desea la muerte, que es el "stop" definitivo de la existencia humana.
Elías, modelo del profetismo bíblico, sufre la persecución de la reina fenicia que domina en Israel, y tiene que huir al desierto. Su fuga es una peregrinación a las fuentes de la Biblia y de Israel, caminando durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Pero el camino por el desierto provoca crisis interior, angustia soledad, pánico y hasta él deseo de la muerte. No tiene fuerzas para seguir. Entonces escucha la voz del ángel: "Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas". El pan que comió Elías, es anticipo del pan de Cristo. El cristiano debe ser consciente de que necesita comulgar el pan de la vida para abandonar rutas de muerte, sin futuro de salvación. Gracias al viático eucarístico se pone en pie y se sitúa en la verdadera senda.
El creyente, además ha de superar una segunda crisis: la de quedarse en análisis humanos y en visiones carnales. Les pasó a los judíos y nos puede pasar a nosotros. No hay que ver a Cristo como el hijo de José, sino como el Hijo de Dios. Jesús no es mero ciudadano de la tierra, sino el pan que ha bajado del cielo. Su humanidad es la transparencia de la presencia amorosa de Dios en medio de los hombres. Creer en la encarnación es superar una sabiduría crítica miope. El hombre con fe camina no hacia la muerte, sino hacia la vida misma de Dios.
El último versículo del evangelio de hoy nos reproduce, quizá, la fórmula más semítica y original de la consagración eucarística: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo", Cristo -pan de vida- es gracia y fuerza divinizante, germen verdadero de la resurrección del hombre y de la nueva creación.
Andrés Pardo
5. Para orar con la liturgia
"Dios no rehusará ser invocado como Dios por aquellos que hayan mortificado en la tierra sus miembros, y, sin embargo viven en Cristo. Además, Dios es Dios de vivos, no de muertos; más aún, vivifica a todo hombre por su Verbo vivo el cual da a los santos, para alimento y vida, como el mismo Señor dice: "Yo soy el pan de la vida" (Jn 6,35). Los judios, por tener el gusto enfermizo y los sentidos del espíritu no ejercitados en la virtud, no entendiendo rectamente la explicación de este pan, le contradecían porque había dicho: `¡Yo soy el pan que ha bajado del cielo""
San Atanasio
Cart. 4,3
6.
Jesús sigue hablando de sí mismo y esto ha provocado un gran escándalo, se presenta como enviado de Dios, con quien tiene una estrecha relación. Con toda claridad nos dice que solo él da el verdadero y auténtico sentido a la vida.
Reconozcamos que necesitamos la fuerza que nos da Cristo, pan de vida eterna para todo el que cree en él.
Si bien es cierto, los judíos no comprendieron su mensaje por falta de fe, nosotros también podemos desvirtuar el sentido de la Eucaristía y de la enseñanza del Señor, si no asumimos una actitud responsable, escuchar a Dios: «Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí», esta escucha nos abre al don de la fe y nos permite creer en Jesús como aquel que nos enseña, nos comunica y es el camino que lleva a vivir de la vida de Dios, del amor de Dios.
Ser cristiano significa creer y creer en Jesús implica recibir de él la verdadera vida. Debemos asumir que esta realidad no es sólo una promesa para después de la muerte, es una posibilidad aquí y ahora, don que Dios nos brinda si le abrimos nuestro corazón y le damos nuestra adhesión total. Es creer que a través de todo lo que nos comunica y enseña podemos conseguir un nivel de calidad de vida muy superior, es «Vivir en el amor» como nos dice San Pablo, debemos asumir que esto es posible, Dios alimenta esta vida y este amor en nosotros.
CE de Liturgia
PERÚ