SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

1. Es la suavidad lo que la atrae

Para enseñarnos que el mismo creer es don y no merecimiento, dice: Os dije que nadie puede venir a mí, sino aquel a quien se lo conceda el Padre. Haciendo memoria de lo que precede, hallamos el lugar del evangelio donde había dicho: Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae (Jn 6,44). No dijo: «Si no lo guía, sino atrae». Esta violencia se hace al corazón, no a la carne. ¿De qué te admiras? Cree, y vienes; ama, y eres atraído. No penséis que se trata de una violencia gruñona y despreciable; es dulce, suave; es la misma suavidad la que atrae. Cuando la oveja tiene hambre, ¿no se la atrae mostrándole hierba? Pienso que no se la empuja corporalmente, sino que se la sujeta con el deseo. Ven tú a Cristo así; no te fatigue la idea de un interminable camino. Creer es llegar. En efecto, a aquel que está en todas partes, no se va navegando, sino amando. No obstante ello, también en este viaje del amor hay frecuentes remolinos y borrascas de múltiples tentaciones. Cree en el crucificado, para que tu fe pueda subirse al leño. No te sumergirás; el leño te llevará al puerto. Así, así navegaba entre las olas de este siglo quien decía: Lejos de mí el gloriarme en otra cosa, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gál 6,14).

Sermón 131,


 

2. Dame un corazón amante y comprenderá lo que digo

Si te das cuenta, se ha dicho aquí: Nadie viene a mí, si no lo atrae mi Padre (Jn 6,44). No pienses que te atrae por la fuerza. Al alma la atrae también el amor. No hemos de temer el reproche que tal vez, a partir de este texto evangélico, puedan hacernos quienes sólo se fijan en las palabras y están muy lejos de comprender lo que ante todo son cosas divinas. Pueden decirnos: «¿Cómo voy a creer yo libremente, si soy atraído?». Respondo: «No sólo te atrae con libertad por tu parte, sino incluso con placer». ¿Qué significa ser atraído con placer? Pon tus delicias en el Señor y él te dará lo que le pide tu corazón (Sal 36,4).

Hay también cierto placer del corazón, al que resulta dulce aquel pan celestial. Si el poeta pudo decir: «Cada cual se siente atraído por su placer» (VIRGILIO, Églogas 2); no por la necesidad, sino por el placer, no por la violencia, sino por el deleite, ¿con cuánta mayor razón debemos decir que es atraído a Cristo el hombre cuyo deleite es la verdad, la felicidad, la justicia y la vida sempiterna, todo lo cual es Cristo? Si los sentidos del cuerpo tienen sus propios placeres, ¿no los ha de tener también el alma? Si el alma no tiene sus deleites, ¿por qué se dice: Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas; se embriagarán de la abundancia de tu casa y les darás de beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz? (Sal 35,8). Dame un corazón amante y comprenderá lo que digo. Dame un corazón anhelante, un corazón hambriento, que se sienta peregrino y sediento en este desierto, un corazón que suspire por la fuente de la patria eterna, y comprenderá lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón helado, ése no comprenderá mi lenguaje. De estos eran los que murmuraban entre sí. Viene a mí aquel a quien lo atrae el Padre, dice el Señor.

¿Qué significa a quien atrae el Padre, si Cristo mismo atrae? ¿Por qué quiso decir: a quien atrae el Padre? Si hemos de ser atraídos, seámoslo por aquel a quien dijo una mujer enamorada: Corremos tras el olor de tus perfumes (Cant 4,1). Pongamos atención, hermanos a lo que quiso darnos a entender y comprendámoslo en la medida de nuestras posibilidades. El Padre atrae al Hijo a aquellos que creen en el Hijo precisamente porque piensan que tiene a Dios por Padre. Dios Padre engendró un Hijo que es igual a él; y al que piensa y vive y reflexiona en su fe que aquel en quien cree es igual al Padre, a ese lo lleva el Padre al Hijo.

Arrio le creyó simple criatura: a él no le atrajo el Padre, porque no piensa en el Padre quien no cree que el Hijo es igual que él. ¿Qué dices, Arrio? ¿Qué lenguaje herético es el tuyo? ¿Qué es Cristo? Responde: « No es Dios verdadero; antes bien, ha sido hecho por el Dios verdadero». No le ha atraído el Padre. No comprendes que es Padre aquel cuyo Hijo niegas; tienes en el pensamiento algo muy distinto de lo que es el Hijo. Ni el Padre te atrae, ni eres llevado al Hijo. El Hijo es cosa muy distinta a lo que tú dices que es.

Fotino dijo: «Cristo no es más que un simple hombre; no es Dios». A quien así piensa no le ha atraído el Padre. El Padre atrae a quien habla de esta manera: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo; no eres como un profeta, ni como Juan, ni como un justo, por grande que sea; tú eres el único, el igual, tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Ved que Pedro fue atraído y atraído por el Padre. Dichoso tú, Simón hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,16-17). Esta misma revelación es en sí una atracción. Muestras un ramo verde a una oveja y la atraes; muestras nueces a un niño y lo atraes; se le atrae al lugar a donde corre; se le atrae mediante lo que ama, se le atrae sin violencia corporal alguna; se le atrae con la cuerda del amor. Ahora bien, si estas cosas que pertenecen a las delicias y placeres terrenos, ejercen tal atracción sobre quienes las aman nada más mostrárselas, dado que cada cual es atraído por su placer, ¿qué atracción será la de Cristo revelado por el Padre? ¿Ama el alma algo con más ardor que la verdad? ¿De qué cosa deberá ser ávido el hombre, con qué finalidad ha de desear tener sano el paladar interior con que juzgar la verdad, sino para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad, la eternidad?

¿Dónde tendrá lugar esto? Allí tendrá lugar de forma mejor, más verdadera y más plena. Aquí, aunque nos sostenga la esperanza, nos es más fácil sentir hambre que saciarla. Dichosos, dice, los que tienen hambre y sed de justicia, pero aquí abajo; por que serán saciados, pero allí arriba. Por esto, ¿qué añadió después de decir: Nadie viene a mí si no lo atrae mi Padre, que me envió? Y yo lo resucitaré en el último día (Jn 6,44). Yo le doy lo que ama, le doy lo que espera; verá lo que creyó sin ver; comerá aquello de que está hambriento y será saciada su sed. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos. Yo lo resucitaré en el último día.

Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios (Jn 6,45). ¿Por qué me he expresado así, ¡oh judíos!? Vosotros que no habéis sido adoctrinados por el Padre, ¿cómo podéis conocerme? Todos los hijos del reino serán adoctrinados por Dios, no por los hombres. Y  si lo oyen de la boca de los hombres, lo que comprenden lo oyen, se les comunica interiormente, interiormente les brilla e interiormente se les revela. ¿Qué hacen los hombres cuando hablan exteriormente? ¿Qué hago yo ahora, mientras os hablo? No hago otra cosa que introducir en vuestros oídos ruido de palabras. Por tanto, si no lo descubre el que está dentro, ¿qué vale mi discurso y qué valen mis palabras? Quien cultiva el árbol está fuera, el creador está dentro. El que planta y riega trabaja desde fuera: es lo que hacemos nosotros. Pero ni el que planta ni el que riega es algo; quien da el crecimiento es Dios (1 Cor 3,7). Esto significa: Todos serán enseñados por Dios. ¿A quien se refiere ese todos? Todo el que oye al Padre y aprende de él viene a mí (Jn 6,45). Mirad qué modo de atraer tiene el Padre: el atractivo de su enseñanza, llena de deleite, sin imposición violenta alguna; ése es el modo de su atracción. Todos serán enseñados por Dios. Ved ahí cómo atrae Dios. Todo el que oye al Padre y aprende de él, viene a mí. El atraer es propio de Dios.

Comentario al evangelio de San Juan 26,4-7