SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

Ef 4,30-5,2: Dirigirse a él con dulzura, equivale a pedirle perdón

Quienes estáis en discordia con vuestros hermanos y, recogidos en el interior de vuestros corazones, os habéis examinado y habéis emitido un juicio justo, reconociendo que no debíais haber hecho lo que hicisteis, ni haber dicho lo que dijisteis, haced con ellos lo que dice el Apóstol: Perdonándoos mutuamente, como Dios os perdonó en Cristo (Ef 4,32). Hacedlo, no os avergoncéis de pedir perdón. Lo digo a todos: varones y mujeres, pequeños y grandes, laicos y clérigos, e incluso a mí mismo. Escuchémoslo todos, temamos todos. Si hemos ofendido a nuestros hermanos, si todavía se nos da un margen de tiempo para vivir, es que aún no nos ha llegado la muerte; y, si aún vivimos, aún no hemos sido condenados. Mientras nos dure la vida, hagamos lo que nos manda nuestro Padre, que será el juez divino. Pidamos perdón a nuestros hermanos, a los que quizá ofendimos en algo y en algo dañamos.

Hay personas humildes, según los criterios de este mundo, que se engríen si les pide perdón. He aquí lo que quiero decir: puede darse el caso de que el amo peque contra su siervo, pues, aunque uno es amo y el otro siervo, ambos dos son, no obstante, siervos de otro, pues uno y otro fueron redimidos por la sangre de Cristo. Con todo, parece duro que mande y ordene también que, si por casualidad, el amo peca contra su siervo riñéndole o golpeándole injustamente, tenga que decirle: «Excúsame y perdóname»; y ello, no porque no deba hacerlo, sino por temor a que el otro empiece a engreírse. ¿Qué hacer, pues? Arrepiéntase ante Dios, castigue su corazón en presencia del Señor, y, si no puede decir: «Perdóname», porque no es conveniente, háblele con dulzura, pues ese dirigirse a él con dulzura equivale a pedirle perdón.

Sermón 211,4