PANORÁMICA DEL DOMINGO

 

1.

-CONTENIDO DOCTRINAL

Un tema tipológico de base, en todo el capítulo sexto de Juan, es el maná. Está muy claro  que entre la narración del Éxodo (1. lectura) y el diálogo entre Jesús y los judíos hay un  paralelismo de estructuras dinámicas que permite hablar de "tipología". Es decir: lo que  sucedió en el desierto entre Dios y su pueblo, por mediación de Moisés, es repetido y  superado por esto que sucede entre Dios y los hombres, por Jesucristo y en Jesucristo. Concretamente: Dios dio alimento terreno al pueblo, para "ver si guarda mi ley o no" (1.  lectura), y manifestarle su presencia salvífica. El Padre de Jesús da a los hombres un  alimento celestial -Jesucristo su Hijo- marcándolo con su sello personal, para que crean en  El, el enviado.

Muy esquemática, se reduce todo a la iniciativa salvífica y gratuita de Dios que espera y  "prueba" el trabajo del hombre, que es la fe libre y personal. El texto más próximo para  interpretar el conjunto de la perícopa de hoy es Jn 3, 16: "Pues así amó Dios al mundo que  le dio su propio Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en él no perezca, sino obtenga  la vida eterna".

A la luz de este texto se ilumina la perícopa evangélica. Jesús está en el centro y en la  plenitud de un misterio de gratuidad de Dios para con los hombres. Habría que pensar, aquí,  en la primera página de la carta a los efesios: "El nos ha destinado en la Persona de Cristo  -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos..." (Ef 1, 5). En las palabras de Jesús que  escuchamos hoy, se incluye todo su misterio: desde la encarnación -Palabra hecha carne-  hasta el misterio pascual -vida en el mundo-, y hasta la mesa de la Iglesia, puesta por  Jesucristo en la cena: "... el alimento que perdura,... el que os dará el Hijo del Hombre". Al mismo tiempo incluye el desafío que la acción de Dios representa para el hombre: la fe,  definida en profundidad como "el trabajo que Dios quiere". En esta frase, se abre -según los  exegetas- una nueva perspectiva en el conjunto del discurso: la referencia a los orígenes. El  hombre del paraíso fue llamado a trabajar en el jardín de Dios, y fracasó por falta de  obediencia. El creyente volverá al paraíso en la medida que trabaje por el alimento que perdura: la fe  en el enviado.

-ACTUALIZACIÓN

La actualización de las lecturas puede ser perfectamente una explicación del ritmo básico  de la vida cristiana: gracia de Dios -fe- acción de gracias. Uno puede acentuar cada uno de  estos elementos, según le parezca más conveniente; pero es importante que los tres estén  simultáneamente presentes; de otro modo, podría desequilibrarse el ritmo.

La gracia de Dios es el mismo Jesucristo, comunicado a los hombres con la fuerza del  Espíritu. Acentuar este principio es "personalizar" la realización entre Dios y nosotros, huir  de una posible cosificación de la gracia y de los dones de Dios. Es también -y muy  importante- "personalizar" la Eucaristía, como actualización sacramental de la iniciativa  salvífica realizada definitivamente en el misterio de Cristo.

La fe es, a la vez, gracia de Dios y esfuerzo del hombre. Aquí puede ayudar mucho el  texto de la segunda lectura: "Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de  Dios". La alusión, indicada antes, al tema del paraíso queda completada. Hay que hacer el  esfuerzo de revestirse, despojándose antes de la naturaleza envejecida; pero el nuevo  vestido no es autodado, sino "creado por Dios". Difícilmente se puede explicar mejor el acto  de fe. Su consecuencia está clara en las palabras de Jesús: los que van=creen en él,  quedarán perfectamente saciados.

La acción de gracias es el ambiente en el que se vive la fe. No puede ser de otro modo  cuando esta fe es consciente de su naturaleza. Por eso, la vida cristiana es una vida  "eucarística", que tiene en la Eucaristía, "su fuente y su culminación". La fuente, porque en  la Eucaristía se actualiza, para cada creyente y para toda la Iglesia, el misterio del don de  Dios: el pan que baja del cielo para dar la vida al mundo. La culminación, porque la vida en  la fe no tiene otra manera más perfecta de expresarse que la de incorporarse a la acción  sacrificial y de alabanza del Padre, que es la oblación amorosa del Enviado. 

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1985, 16


 

2.

La lectura evangélica omite la narración del camino de Jesús sobre el agua y la primera  parte de la narración de enlace, y empieza directamente con el diálogo entre Jesús y la  gente.

Este diálogo sigue el movimiento de otros diálogos paralelos en el evangelio de Juan: la  distancia entre lo que es el interés inmediato del interlocutor y lo que Jesús propone. En  este caso, se interfiere un elemento tipológico, al que Jesús da su valor pero no más. El problema está aquí entre la búsqueda de Jesús como dador de pan y la oferta de Jesús  mostrándose como pan de vida. Entre el pan que quieren los judíos y el pan que es Jesús,  es preciso dar un paso cualititativo: la fe en el Enviado.

La actitud de la gente, denunciada por Jesús, es en definitiva egoísta. Parece que  busquen la persona, pero en realidad están condicionadas porque comieron todo lo que  quisieron. Incluso, en la primera respuesta, hay un desafío al plantear el tema del maná: el  pan que comieron en el desierto, ¡no era del cielo! Implícitamente, devalúan la persona de  Jesús frente a Moisés. La petición final es, también, una petición interesada, como la de la  samaritana -Señor, ¡dame de esta agua...!-, a pesar de que resuene implícitamente un  deseo de acoger un don más grande.

Los rasgos que configuran a Jesús, en este inicio del discurso, están en torno a uno  fundamental: Jesús es Don de Dios a los hombres. Jesús es el Enviado, marcado con el  sello personal del Padre; Jesús es el pan de Dios que baja del cielo para dar vida al mundo;  Jesús es el pan que da la vida y sacia plenamente al hombre con sus dones, anunciados por  Isaías como característicos de la nueva alianza (Isaías 55, 1-2).

No es difícil darse cuenta de cómo en estos títulos se dibuja todo el misterio pascual de  Jesús: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único..." (Juan 3, 16). La  encarnación, la revelación del amor del Padre, la oblación de Cristo para que tengan vida  abundante (Juan 10, 10), la comunicación de la vida nueva en el Espíritu por la fuerza de la  resurrección.

Ciertamente, todo esto es mucho más de lo que era el maná en el desierto. Pero algo se mantiene en la comparación entre Jesús y el maná: "Lo pondré a prueba a  ver si guarda mi ley o no". La prueba es, aquí, la fe en Jesús. Esta fe es la obra de Dios  confiada al hombre. La referencia al hombre que trabaja el jardín original, don de Dios, es  sutil pero fecunda. También el paraíso era don de Dios, pero el hombre debía trabajarlo.  Con la fe pasa igual. Si el hombre permanece preocupado por su pan y por aquel que se lo  puede dar, sin acoger la Palabra y salir a trabajar por otro -¡por Dios!- no poseerá la vida  para siempre.

-ACTUALIZACIÓN

La homilía, a partir de los datos doctrinales, podría subrayar dos cosas:

-La primera, la maravilla del Don de Dios. Jesucristo es permanentemente, más allá de la  historia, el Enviado para darnos vida. No la seguridad de la vida eterna, ni el bienestar, ni  los panes que los hombres buscan -legítimamente- para vivir con dignidad. Todo esto no lo  asegura la fe en Jesucristo, y por eso no se puede ser cristiano por intereses mundanos;  ¡uno quedaría muy defraudado! Vivir en Dios, en su gracia, movidos por su Espíritu: esto es  lo que Jesucristo, Enviado, nos ofrece. La Eucaristía es la presencia más intensa de  Jesucristo y la forma más plena de comunicación de su vida.

-La segunda, el trabajo de la fe. Sólo con este trabajo reconoceremos, en Jesús, al  Enviado; sólo en la fe encontraremos en la Eucaristía lo que realmente Jesús nos ofrece: a  El mismo como alimento vivificante de la nueva alianza. La fe nos capacita para poder  "personalizar" la Eucaristía: un encuentro con el Señor. La fe es el trabajo del hombre  nuevo (véase la segunda lectura) "creado a imagen de Dios". Por eso también la fe nos  hace críticos para con nosotros mismos antes de acercarnos a la Eucaristía: ¿estamos en  sintonía profunda con el Enviado? 

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1988, 16