COMENTARIOS AL EVANGELIO

Jn 6, 24-35


1.

Cristo acaba de realizar la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15). Con este motivo consigue un éxito entre la muchedumbre bastante considerable (vv. 22-25) El discurso sobre el pan de vida parte de estos dos hechos. Las gentes han comido un alimento perecedero, pero, hay otro alimento que sirve para la vida eterna (vv. 26-27); la muchedumbre ha buscado a un realizador de milagros, pero la personalidad de Jesús es de otro orden (vv. 26-27) y las obras realizadas hasta ese momento por el pueblo no son las que van a poder merecerle la salvación: lo único que cuenta es el seguir a Cristo (vv. 28-29).

Los oyentes se decepcionan evidentemente ante esta argumentación y quieren rebatir las pretensiones de Cristo: su milagro es insignificante, los antiguos vieron cosas mejores (versículos 30-31). Así, pues, si Cristo quiere revelar el misterio de su persona, que dé una señal más inteligible. Jesús responde afirmando que El es el pan de vida (vv. 32-35).

a) Estos versículos plantean, de manera enigmática, pero excitante, el problema de la persona de Jesús y de la capacidad de la fe para descubrir el misterio que se encierra detrás de los signos que lo manifiestan. Invitan expresamente al oyente a ponerse en estado de búsqueda auténtica para poder descubrir el alcance del discurso que sigue.

b) Choca bastante ver a Cristo presentando este proceso de búsqueda que es, en resumen, la fe (v. 29) con términos como "trabajo" (v. 27) y "obras a realizar" (v. 28). Efectivamente, el trabajo que hay que hacer no es perderse en la multitud de comportamientos que implica la ley, sino comprender que la vida de Cristo es la obra del Padre por excelencia (cf. Jn 5, 17). Que los hombres renuncien a discutir inútilmente sobre las muchas obras que ellos tienen que realizar para salvarse y que reconozcan la necesidad de una sola obra: la que el Padre cumple en su hijo y que está marcada con su sello (v. 27) y se manifiesta especialmente en el signo del pan.

c) Los signos y obras realizados por Cristo no son solo medios para legitimar su reivindicación o justificar su misión. El problema no está en dar pruebas de tipo intelectual, sino signos que comprometan ya desde ese momento y continúen la obra de salvación que Cristo trae. Con esto no es que El quiera competir con el maná. No se trata de demostrar que El es superior a Moisés, sino de hacer comprender que tanto el maná del desierto como los panes multiplicados por Jesús son ambos expresión del amor que el Padre ofrece al mundo. Jesús, al ir más allá de la significación material del maná (v. 32), estaba completamente en la línea del Antiguo Testamento que buscó con frecuencia ver la Palabra de Dios detrás de este alimento (Dt 8, 2-3; Sab 16, 26). Jesús deja entender, con esto, que El también, al multiplicar los panes, trasciende la vida material y física por su mensaje y el misterio de su persona simultáneamente (versículo 35). Pero los interlocutores de Cristo no trascienden el plano material (v. 34). En esta situación, a Cristo no le queda otra cosa que hacer que declarar abiertamente que el pan multiplicado va unido a su misión espiritual y a su propia persona hasta el punto de confundirse con ella (v. 45).

d) Cuando Cristo revela su propia persona, emplea una fórmula nueva: pan de vida, que era algo desconocido en el Antiguo Testamento. Juan ha, sin duda, forjado esta fórmula, así como creó las expresiones "luz de vida" (Jn 8, 12), palabra de vida (1 Jn 1, 1), agua de vida (Ap 21, 6; 22, 1). Probablemente pensó en el árbol de la vida del Paraíso, símbolo de la inmortalidad de la cual el hombre quedó privado por el pecado, que el maná del desierto no fue capaz de restituir, pero que Jesús concede como respuesta a la fe (cf. Jn 6, 50, 54). Existe, pues, en el concepto de pan de vida un matiz paradisíaco y escatológico: Jesús es la verdadera vida inmortal a la que el hombre tiende desde el primer momento y que, finalmente, le es accesible por la fe.

Juan relaciona el misterio eucarístico con la encarnación (v. 35): el verdadero pan es el Hijo de Dios que ha venido del cielo. El hambre se sacia recurriendo a El. Todo el que cree en Cristo y en su doctrina se está ya alimentando de El. Pero la dimensión pascual de este pan no puede ser descartada. Es fácil que la proximidad de la Pascua (Jn 6, 4) haya sugerido a Cristo el tema del maná, así como las homilías pronunciadas en las sinagogas con motivo de la proximidad de tal festividad (cf. Jn 6, 59).

La palabra "dar", que se repite tres veces en el pasaje de este día, anuncia ya el don del Calvario y expresa que no existirá pan verdadero más que cuando se haya cumplido totalmente la obra salvífica de Cristo. El pan de vida no puede ser comido solo con la fe; es necesario un pan concreto, que exigirá ser comido realmente y así nos integrará dentro del misterio de la cruz.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 232


 

2.

Texto. Con la marcha de Jesús al final del domingo pasado, el autor dejaba en suspenso el reconocimiento de la realeza de Jesús hasta la hora de la cruz. El texto de hoy restablece la comunicación de la gente con Jesús. La primera pregunta (¿cuándo has venido?) suena casi formal, una forma de iniciar la conversación. Inmediatamente Jesús centra el tema en los vs. 26-27 invitando a la gente a descubrir lo que quería evocar la acción milagrosa realizada el domingo pasado.

La formulación del descubrimiento en términos laborales determina la siguiente pregunta de la gente. ¿Qué tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? La gente pide a Jesús un aval, una garantía de lo que acaba de decir, a semejanza de lo que hizo Moisés con sus antepasados:

¿Qué signo nos ofreces tú? ¿Cuál es su trabajo? (vs. 30-31). Jesús responde afirmando que el sello de garantía del pan lo pone el Padre (vs. 32-33). Ante un pan que tiene un sello de garantía de tal categoría la gente no tiene más pregunta que una petición: Danos siempre de ese pan (v. 34). Llegamos al momento culminante del diálogo: Yo soy el pan de vida. El que acude a mí no pasará hambre, el que cree en mí no tendrá nunca sed.

Comentario. A propósito de los diálogos del cuarto evangelio será conveniente recordar los criterios de composición que regían en la historiografía antigua. No se trata en ellos de una reproducción material de lo dicho por los personajes, sino de reconstrucciones hechas por el escritor buscando lo más verosímil de acuerdo con la naturaleza del personaje y de la situación.

JN/EVANGELISTA. Refiriéndonos al diálogo de hoy, éste no reproduce palabras textuales de Jesús. Jesús no hablaba como en el cuarto evangelio; Jesús hablaba como aparece en Mateo, Marcos o Lucas, Juan pone en labios de Jesús no lo que Jesús dijo, sino lo que Jesús es; pan de vida, camino, verdad. Las palabras del Jesús de Juan son verbalizaciones de la naturaleza y del significado de Jesús. La verdad de esas palabras no hay que situarla en la forma reproductora sino en el fondo reproducido.

La gente iba en busca de Jesús, pero en realidad no le buscaba a él, buscaba sus dones. Para aquella gente el enviado de Dios era la Ley escrita, interpretada por los maestros. Frente a esta concepción Juan afirmaba que el enviado de Dios es Jesús. Trabajar en lo que Dios quiere no es trabajar en conocer mejor la Ley, sino en conocer mejor a Jesús y en adherirse a él. El sello de garantía de Dios no lo tiene la Ley, lo tiene Jesús. Conocer y adherirse a Jesús en el supuesto anterior es haber encontrado el alimento que sacia el hambre y la bebida que apaga la sed.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988, 41


 

3.

Comentario: 

En su Historia de la Guerra del Peloponeso escribe ·Tucídides que los discursos de los personajes de la obra no son reproducciones literales de lo dicho por éstos, sino reconstrucciones hechas por él, buscando lo más verosímil de acuerdo con la naturaleza del personaje y de la situación. Algo similar podría decirse en los diálogo-discursos de Jesús en el cuarto evangelio (cfr. lo escrito el cuarto domingo de cuaresma propósito de Jn 3, 14-21). La situación es la descrita en el v. 24: búsqueda ansiosa de Jesús por la gente. El v. 26 da dos lecturas explicativas de esta búsqueda: Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido hasta saciaros. La frase está formulada de manera tal que queda suficientemente clara cuál es la lectura válida: hay que buscar a Jesús en cuanto que él es signo que evoca y representa otra realidad. En el vers. siguiente el autor invita a este tipo de búsqueda: Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura dando vida eterna. Estamos de nuevo ante el evangelista de las afirmaciones chocantes de que hablábamos el domingo pasado. Creo que el lector entiende por qué digo esto y que, consecuentemente, no interpretará la frase como una invitación al pietismo. No es éste, sin embargo, el peligro que parece preocuparle al autor en este momento. Lo que aquí le preocupa es el riesgo del alimento espurio o en malas condiciones. Por eso añade: el alimento que os dará el Hijo del Hombre, pues es a él a quien el Padre, Dios, ha autenticado. Cuando más adelante escuchemos "yo soy el pan de la vida", sabremos que el autor quiere decir que sólo Jesús es el alimento que lleva el sello de garantía. En la pluma de Juan ésta es una afirmación que funciona como antítesis de esta otra: la Ley del Señor es el pan de la vida. Esta es la afirmación a la que Juan niega validez. Para él la Ley se ha convertido en un alimento espurio y en malas condiciones, a pesar de afirmaciones como la del salmo 19 (La Ley del Señor es perfecta, devuelve el respiro...) o del Salmo 1 (Dichoso el hombre cuya tarea es la Ley del Señor y medita esta Ley día y noche). Las afirmaciones de los salmos siguen siendo válidas. El problema surge cuando la Ley del Señor deja de ser acequia (cfr. Salmo 1, 2) para convertirse en coto cerrado y asfixiante. Entre hermenéutica y mentalidad anda la cosa. Por extraño o sorprendente que pueda sonarnos, parece que es desde la antítesis Jesús-Ley (cfr. Jn. 1, 17) desde donde cobra el sentido.

FE/DIFICIL. v. 29: El trabajo que Dios quiere que hagáis es el siguiente: que creáis en el que El ha enviado. Es curiosa la elección de términos laborales en el texto de hoy: trabajo, trabajar. La elección es, sin duda, significativa desde la anterior antítesis. Y es que, cuando se es religioso, creer en Jesús no es un dato tan evidente como suele suponerse. Al menos para Juan no parece que lo fuera. De ahí su presentación del creer en Jesús como trabajo, como esfuerzo. Y si le preguntáramos por qué considera que creer en Jesús supone trabajo, nos respondería algo parecido a esto: la tradición, la mentalidad heredada, las ideas que se tienen, todo este complejo y necesario mundo puede dificultar mucho la fe en Jesús. Nuestros padres comieron el pan que Moisés les dio. No fue Moisés sino el Padre quien les dio el pan (vs. 31-32). Una vez más el autor plantea el problema hermenéutico. ¡Cuántas veces los problemas tienen su origen en lo que se ha enseñado y quiere ser mantenido a ultranza! Pero dificultades aparte, la realidad está ahí para el que haga el esfuerzo de abrirse a ella (¿qué tenemos que hacer?):

Jesús sacia siempre el hambre y la sed. Volvamos ahora al relato del domingo pasado: Jesús tomó los panes, pronunció la acción de gracias, y los repartió a la gente (Jn. 6, 11). ¡El personalmente!, según Juan. Signo evocador de la Pascua, escribía entonces. Hoy puedo añadir: La Pascua es Jesús en persona: el Cordero: la Libertad. No el Templo ni la Ley, empleando el mismo estilo tajante de Juan.

ALBERTO BENITO
DABAR 1985, 40


 

4.

Contexto. 

Estamos en el Evangelio de Juan. El capítulo 6 lo concibe el autor como una celebración paralela de la fiesta de Pascua. Para Juan, la Pascua no se celebra donde está el Templo, sino allí donde está Jesús. La fiesta al aire libre de comienzos del cap. 6 el autor la presenta como contrarréplica al cuadro deprimente de inválidos en Jerusalén a comienzos del cap. 5. El Templo genera personas inválidas; Jesús, personas libres. Texto. Comienza cuestionando la búsqueda de Jesús por parte de la gente. Se trata de una búsqueda anecdótica, interesada, que no profundiza. Sigue en el v. 27 una invitación a otro tipo de búsqueda, a otro tipo de esfuerzo y de trabajo. ¿Qué trabajo es éste?, se pregunta el v. 28. Respuesta: dar crédito al enviado de Dios (v. 29). Pregunta: danos una señal de credibilidad, como Moisés dio la suya (vs. 30-310. ¿Moisés? No. Dios es quien da la señal de credibilidad (vs. 32-330. Esta señal es Jesús (v. 35).

Sentido del texto. 

La temática del diálogo es típicamente judía. De ahí que pueda resultarnos extraña a nosotros. Sin embargo, el diálogo empezará a perder extrañeza si lo situamos en la clave del cuarto Evangelio. Esta clave ha sido formulada en Jn. 1,17: "La Ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad, por medio de Jesucristo".

LEY/ALIMENTO. El diálogo de hoy gira en torno a esta clave. La gente ha sido enseñada en el sentido de que la Ley es el alimento de la persona religiosa. El autor del cuarto Evangelio está en total desacuerdo con esto. Según él, la ley genera inválidos (cfr. 5, 1-7). De ahí la invitación que hace a la gente a que busque otro alimento distinto de la Ley. Y le propone uno: Jesús.

En la dinámica del cuarto Evangelio, presentar a Jesús como alimento significa negar que la Ley lo sea. La dinámica del cuarto Evangelio es siempre antitética: las afirmaciones sólo funcionan como negación de otras. A nosotros puede quizá sorprendernos una cosa: el autor concibe el dar crédito al enviado de Dios como un trabajo costoso y de mucho esfuerzo. ¡Si nos parece tan fácil...! A la vista del texto de hoy, me brota una duda: ¿No será que hemos hecho de Jesús lo que la gente del diálogo había hecho de Moisés?

DABAR 1982, 41


 

5.

El discurso en el que se inscribe este fragmento comienza con una pregunta de los judíos: "¿Cuáles son las obras que Dios nos encomienda?". Y Jesús responde: "La obra que Dios pide es creer". El Padre no exige las "obras", o sea, las prácticas de una ley religiosa, sino más bien la fe. En el capítulo anterior, Jesús ha afirmado que su obra es resucitar a los hombres. Aquí indica la obra nuestra: creer en el enviado del Padre.

La palabra clave del discurso es el "pan". Por eso Juan lo repite siete veces en cada sección de este capítulo. Y siete veces aparecerá la expresión: "que ha bajado del cielo". Y ahora se añade que "Jesús se hace nuestro pan cuando creemos en él". Antiguamente Dios facilitó a los israelitas un alimento especial (el maná), cuando les faltó todo en el desierto. Quizá los oyentes esperaban ahora que Dios les solucionara los problemas. Y nosotros hacemos lo mismo pidiéndole constantemente favores. Pero, si Dios se conforma con ser nuestro bienhechor y nosotros aceptamos ser simples limosneros, pronto terminamos por fijarnos solamente en las cosas que Dios nos proporciona; casi no se las agradecemos y, luego, nos volvemos a quejar. Así pasó con esos israelias que, después de recibir el maná, se rebelaron contra Dios y "murieron en el desierto". Y es que las cosas, aunque vengan del cielo, no nos hacen mejores ni nos confieren la vida eterna.

Por eso, ahora Dios propone algo nuevo. El "pan que baja del cielo" no es alguna cosa, sino alguien, y ése es Cristo. Ese pan verdadero nos comunica la vida eterna, pero, para recibirlo, se necesita dar un paso, o sea, creer en Cristo a raíz de un compromiso personal.

EUCARISTÍA 1988, 37


 

6.

El evangelio sitúa el presente diálogo en la sinagoga de Cafarnaún (cfr. v. 59), inmediatamente después de la multiplicación de los panes en el desierto, que se halla a la otra orilla del lago. Juan entiende los milagros como "palabras visibles", esto es, como hechos significativos y no tanto como hechos ostentosos. Normalmente las enseñanzas de Jesús aclaran el significado de sus obras, de sus milagros. Y por ello Juan enlaza aquellas enseñanzas con estos milagros.

Jesús, sin responder la pregunta que le hacen, echa en cara a sus interlocutores que le buscan porque ha dado de comer, pero no porque hayan entendido el significado de la multiplicación de los panes. Han comido, pero no "han visto signos"; han recibido pan hasta saciarse, pero no han aprendido nada. Ahora bien, lo que alimenta de verdad y lo que da vida es la palabra de Dios. Este es el pan verdadero.

La misión de Jesús, el Hijo del Hombre, no es resolver milagrosamente los problemas humanos, no es multiplicar panes y peces. Y si alguna vez hace también esto, dar de comer, quiere que todos entiendan lo que esto significa, porque se trata de "un signo". El que no cree el signo se queda insatisfecho, se queda sin el verdadero pan que Jesús ha venido a traer al mundo: la palabra de Dios. Este es el alimento que perdura y por el que vale la pena trabajar.

De acuerdo con la mentalidad judía y farisaica estos hombres se interesan ahora por los trabajos que Dios quiere, por las obras que deben hacer para alcanzar la vida eterna; pero Jesús responde diciendo que Dios no quiere otra cosa que ésta: que crean en su enviado. La vida que Jesús ofrece a los que creen en él es gracia, no un salario merecido por los que trabajan haciendo muchas buenas obras; basta con creer, el que cree tiene la vida eterna. No obstante, la fe es siempre una respuesta libre del hombre a la palabra de Dios, y, en este sentido, una obra, la obra que Dios quiere.

Los que escuchan a Jesús comprenden que éste se presenta como enviado de Dios y que pide fe en su persona como única y necesaria condición para alcanzar la vida eterna. Sin embargo, no les parece suficiente lo que ha hecho Jesús en el desierto, exigen milagros mayores para que crean en él. Mientras esto no suceda, ellos se atienen a las enseñanzas de Moisés, pues éste sí que dio pan del cielo.

Jesús responde puntualizando, en primer lugar, no fue Moisés el que dio pan del cielo, sino Dios; en segundo lugar, el verdadero pan del cielo no es el maná. Los que comieron el maná murieron; los que coman ahora el pan que Jesús ofrece, vivirán. Y este pan, el verdadero pan del cielo no es otro que aquél que ha bajado del cielo para dar vida al mundo.

Pensando todavía en el maná, estos hombres creen que Jesús les habla de un pan maravilloso que sacia el hambre corporal de una vez por todas. Es el mismo malentendido de la samaritana cuando pide a Jesús que le dé el "agua viva" para no tener ya más sed y ahorrarse la fatiga de ir todos los días a la fuente (4, 15).

Por fin, Jesús responde con toda claridad: "Yo soy el pan de vida", el que da la verdadera vida. Jesús es la palabra de Dios, y el que la pronuncia, el que cree en él, vive para siempre; pues el hombre vive de la palabra de Dios. El hambre y la sed de vivir que padece el hombre sólo pueden saciarse con el verdadero pan bajado del cielo y con el agua viva que salta hasta la vida eterna. Este pan de vida y esta agua viva es Jesús, la Palabra de Dios.

EUCARISTÍA 1982, 36


 

7.

Después de la multiplicación de los panes, comienza el discurso sobre el pan de vida. El milagro había suscitado un gran entusiasmo: habían intentado proclamarlo rey (v. 15) y, anticipándose a Jesús y los discípulos, habían acudido corriendo a esperarlo en Cafarnaún. Aparentemente, este "poder de convocatoria" es un éxito pastoral, pero Jesús, con bondadosa paciencia pero también con agudeza crítica, emprende un discernimiento a fondo de la fe de aquellos hombres. Ellos habían dicho que era "el profeta que tenía que venir al mundo" (v. 14), o sea el Mesías, y han corrido tras de él, pero Jesús se lamenta de que lo hagan sólo por haberse saciado. El día anterior les había dado un pan, pero era para hacerles desear otro tipo de alimento. Lo que deben hacer es creer (en el sentido fuerte que esta palabra tiene en el cuarto evangelio) en aquél que Dios ha enviado (v. 29), o sea aceptar plenamente a Jesús como enviado del Padre.

Sorprende que, como respuesta, la gente le pida un signo, cuando precisamente acaba de realizar uno que tanto les había entusiasmado. Jesús los ha saciado de pan, y ellos le recuerdan el maná del desierto. Hay que tener en cuenta que los judíos distinguían entre signos de la tierra -como la multiplicación de los panes- y signos del cielo, que acreditaban más plenamente a los enviados de Dios, como Elías, que hizo bajar fuego del cielo.

Ellos entienden que el maná es un pan bajado del cielo, y por tanto es superior al pan surgido de la tierra que Jesús les acaba de dar. Jesús acepta situarse en su misma óptica: sí, el pan del cielo vale más que el pan de la tierra, y es mucho más importante que el pan que os acabo de dar. El pan que Moisés os dio, propiamente, no era pan celestial. El Padre, por el contrario, os da un pan que es realmente celestial, porque ha bajado del cielo para dar la vida al mundo. Les está hablando veladamente de su origen celestial. Ellos se interesan por aquel pan que les anuncia, y que les asegura será superior al pan con que el día anterior se han saciado. Le piden que les dé de aquel pan, y no una sola vez, sino siempre (v. 34). Jesús que los ha llevado a donde quería, les dice que aquel pan es él mismo (v. 35). Creer en él es lo que da la vida verdadera. En el fragmento del domingo próximo insistirá en el tema y se presentará no sólo como "pan" sino como "Carne" (maná y codornices).

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1976, 15


 

8. Jn/06/22-29 FE/EGOISMO BUSQUEDA/EGOISMO:

Todas esas gentes buscan al hombre que les ha dado de comer. Búsqueda de un beneficio inmediato, superstición: pero también miedo al mañana. (...) ¡Buscaban a un panadero! Jamás se había visto nada igual: ¡había dado de comer a una muchedumbre! Se podía creer en él; sin duda, se le debería consagrar como rey... Un Dios útil-utilizable: ¡eso es lo que moviliza a las gentes! Un Dios que sirva a nuestros pequeños intereses, un Dios-comerciante que distribuya sus beneficios cuando se ha gritado lo suficientemente fuerte: ¡ése es el Dios admisible en el que se puede creer! ¡Hay una imagen de Dios que es inadmisible! Si, cuando hablamos de Dios, se trata de encontrar una prolongación del hombre, entonces tienen razón los que ya le han enterrado. Están en lo cierto los que encuentran más digno y honroso quedarse solos, sin Dios. Si Dios fuese un déspota que nos hiciera vivir el juego atroz de la espera y la sed, sin nombrar nuestro verdadero deseo, deberíamos denunciarlo y procesarlo. Si Dios no fuese más que el eterno suplidor de las deficiencias humanas, si no pasara de ser un superhombre, si no fuera más que la prolongación infinitamente agrandada de nuestra nostalgias, entonces, sí, deberíamos matar a Dios.

¡Buscaban a un panadero! Decidme, ¿no nos confundimos de punto de partida cuando se trata de Dios? Un Dios al que encontramos en nuestros gemidos, cuando andamos a tientas en nuestros lamentos y en nuestras esperanzas frustradas... Un Dios a nuestra pequeña medida, para satisfacer nuestros pequeños deseos... "¡Me buscáis, no porque hayáis visto signos, sino porque habéis comido pan!".

"Me gustaría hablar de Dios no en los límites, sino en el centro; no en la debilidad, sino en la fuerza; no a propósito de la muerte y de la falta, sino de la vida y la bondad del hombre" (·Bonhoeffer-D, Résistance et Soumission, p. 123). Véanse los signos: Jesús cura, hace andar a los paralíticos, limpia a los leprosos, perdona a los que ya no pueden soportar el peso de su pecado.

Dios no se descubre en la debilidad del hombre, sino en su nobleza. Querían hacer de Jesús un Dios-panadero, y él huyó. El Dios de la fe está siempre en el silencio de la adoración, cuando su rostro se transparenta en las huellas de su presencia. Sólo Dios habla bien de Dios, y sólo Cristo es "el intérprete" del Padre: "Lo que tenéis que hacer es creer en el que El ha enviado". Jesús se fue de allí e invitó a que le siguieran. Nadie puede manejar a Dios.

Abre nuestro corazón,
ilumina nuestra inteligencia
y aviva nuestro amor, Señor,
para que recibamos tu Reino
como el niño recibe el pan de su padre.
¡Que en el silencio nos sean revelados
el secreto de tu presencia
y la riqueza de tu bendito Nombre! 

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 155 s.