1. J/PAN DE VIDA:
Jesús acaba de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y comienza un largo discurso sobre el pan de vida. A partir del hambre vulgar de la gente que acude a escuchar a Jesús, y a partir del pan que ha multiplicado, vamos a progresar hacia otra hambre y otro pan. Jesús pregunta: "¿Para qué alimento trabajáis?". Dejémonos interrogar profundamente; nuestras hambres revelan lo que somos. Queremos comer, desde luego, pero queremos mucho más: conocer, contemplar cosas hermosas, amar, tener un trabajo interesante. Esas son nuestras hambres y los alimentos por los que trabajamos.
Jesús se esfuerza en orientar a su auditorio hacia las hambres profundas, hacia el hambre de vivir intensamente y de vivir eternamente: "No os preocupéis únicamente de las hambres pasajeras, sentid en lo más íntimo de vuestro ser el hambre de una vida que no pasa". Le cuesta trabajo sacarles de sus ilusiones en una provisiones fáciles y maravillosas. Se niega al match que le proponen: "Nos has dado pan. Moisés nos dio maná. Sois iguales, ¡haz tú un signo mayor!". ¿Quién sabe si nosotros, en secreto, no estaremos esperando signos mayores? Demuestra, Señor, que existes, que eres omnipotente, que la oración es escuchada, que los sacramentos producen su efecto. ¡Demuéstralo! ¡Haz signos! Quizás sea ésa nuestra hambre. Hambre de ventajas de la religión, hambre de lo maravilloso. Escuchemos entonces con gusto a Jesús.
- El signo es el pan que os he dado, lo mismo que era también signo el maná. Signos de un alimento superior para un hambre mayor; hay un pan de vida que da la vida más intensa que podríais desear, la vida en este mundo y la vida eterna.
- ¡Danos de ese pan!
- Soy yo.
El pan es el símbolo de la vida. Jesús nuestro pan es Jesús nuestra vida. Dios quiere que tengamos un hambre terrible de lo que él soñó para nosotros y para ese hambre nos da a Jesús. Este es el proyecto de Dios en el que hemos de entrar. Pero ¿cómo? Entramos en el proyecto de Dios cuando creemos en aquel que él ha enviado, cuando tenemos no ya unas pequeñas hambres, sino un inmenso deseo, y cuando creemos que Jesús es el pan de este hambre.
ANDRE
SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág.
196
2.
Los dos textos de la Palabra de Dios que nos van a servir de punto de partida a estas notas son dos textos aparentemente inconexos y, sin embargo con una íntima relación entre sí y para la vida de los cristianos. El uno es la actitud de los israelitas ante las dificultades del desierto, precio que han de pagar por su libertad, que les llevan a preferir la esclavitud de Egipto, "cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos". El otro es la expresión de Jesucristo: "Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado".
ESCLAVITUD/HOY LBT/ESCLAVITUD: Hoy estamos viviendo una situación análoga a la de los israelitas en Egipto: vivimos un tiempo de esclavitud inconsciente y, por ello, mucho más peligrosa. Es una esclavitud que para muchos pasa desapercibida porque nos impiden sentirla las "ollas de carne" y, "el pan hasta la hartura".
Dejo aparte, en esta reflexión, la situación de muchos países sometidos a dictaduras políticas o económicas, o la de tantas personas atrapadas por el alcohol o la droga. Como tampoco me refiero a quienes, en las prisiones carecen de libertad. Me refiero a la carencia de esa libertad por parte de una gran mayoría de personas que aceptamos, pasivos, modos de vivir con los que no estamos de acuerdo. Y también a aquellos otros que viven ignorantes de su libertad y obedientes a quienes previamente configuran sus mentes mediante los distintos medios de comunicación.
Estamos en un mundo donde a muchos se les obliga a pensar de un modo determinado, con eficaces sistemas de persuasión y propaganda, y, una vez mentalizados, se les deja en "libertad" para que actúen de acuerdo a las ideas que se les han inoculado. ¡Y se llaman hombres libres! En un tiempo de "pasión por la libertad" vivimos en una inmensa y profunda dependencia. Pero vivimos contentos porque hemos elegido televisor, lavadora, veraneo y... hasta partido político. Pero no hemos conseguido ser hombres libres. De hecho, no lo somos si no conocemos o conocemos mal. La ignorancia y la equivocación no pueden nunca ser base de la libertad del hombre. Y hoy hay entre nosotros demasiado "pan/y/toros" que atontan y embrutecen, que le impiden al hombre saber y ser consciente, que no le dejan ser libre.
Por otra parte, son tantas las presiones interiores y exteriores que padecemos, es tan fuerte el ambiente que vivimos y tan fomentado entre nosotros el egoísmo humano, que la persona es frecuentemente incapaz de ser consecuente con sus propios criterios. Y, si en muchos casos no es libre por falta de conciencia, en otros muchos no se es por incapacidad psicológica para obrar de acuerdo con ella.
Este es el gran drama del hombre actual y, quizá, del hombre de todos los tiempos: el hombre se siente libre, quiere ser libre, anhela la libertad... pero no consigue hacerse libre a sí mismo. Esto, que podemos afirmarlo de tantos hombres, afecta de un modo especial al cristiano y, especialmente, a aquel que es más consciente de su ser seguidor de Jesucristo.
El sabe de la primacía del amor y se siente muchas veces incapaz de vivir sus consecuencias. El sabe la necesidad de comunicación de sus bienes, como dones que son de Dios, en favor de los hermanos necesitados, pero es capaz de buscarse mil excusas para vivir su egoísmo y para acallar los latigazos de su conciencia.
El sabe de deberes cívico-cristianos, pero encontrará mil motivos para quedarse en casa, pantuflas y tele, porque "necesita descansar" o "es inútil comprometerse", o "me necesitan en casa", o "sólo se comprometen quienes algo buscan"... Todo, menos ser coherentes. Todo, menos sacar las consecuencias directas de nuestra fe en Cristo Jesús, todo menos vivir la libertad frente a nuestros egoísmos. La libertad cristiana, esa capacidad de vivir de modo acorde con la propia conciencia, nace de la fe. "Esta es la libertad del cristiano, nuestra fe".
VERDAD/LIBERTAD: Creer en Jesús implica un esfuerzo de identificación con él, de tener "los mismos sentimientos que Cristo Jesús", de hacer de El lo que de El el propio Jesús afirma: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida"; nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Y todos sabemos que la verdad es el camino para llegar a la auténtica libertad: "La Verdad os hará libres", les dice Jesús a los judíos que habían creído en El (Jn/08/32). Y esa verdad que libera es El mismo. Por eso la fe es camino de libertad, porque nos hace conocer y vivir la Verdad. Y por ello Jesús, que nos quiere libres nos ha dicho hoy: "Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado".
La fe nos aparece como una tarea de identificación, como un trabajo que asimila y hace propia la gracia del Señor, los dones de su espíritu, la propia vida de Jesucristo, el Señor. La fe, así contemplada, es un esfuerzo para alcanzar la verdadera libertad de los hijos de Dios de que nos habla Pablo (Rom 8, 21). La vida de fe del cristiano pasa necesariamente a través de la libertad. Y esta es su gran cruz y su gran gloria.
Nos recuerda este hecho el reproche que el Gran Inquisidor hace a Cristo en la gran novela de ·Dostoievski: "En vez de adueñarte de la libertad de los hombres ¡la has aumentado todavía más!... No hay nada tan halagüeño para el hombre como la libertad de su conciencia, pero no hay tampoco nada tan tormentoso. En vez de adueñarte de la libertad humana, la has multiplicado y has aplastado para siempre con el peso de sus tormentos del reino espiritual del hombre. Tu quisiste el amor libre del hombre; quisiste que te siguiera libremente, encantado y conquistado por ti. En vez de la ley antigua, sólidamente establecida, en adelante fue el hombre mismo el que tuvo que decidir, con corazón libre, qué es lo que estaba bien y que es lo que estaba mal; y como guía única tuvo ante sus ojos solamente tu imagen".
Vivir la cruz de la libertad. Conquistar a diario la parcela de la libertad, ser consecuentes y luchar por vivir libremente nuestra fe: este puede ser el mensaje que hoy la actitud de los israelitas en el desierto y la palabra de Jesús en el Evangelio, nos invitan a vivir.
DANIEL
ORTEGA GAZO
DABAR 1988, 41
Para san Pablo, el hombre que se ha encontrado con Cristo es un hombre nuevo. Sin duda él podía afirmarlo porque en él la afirmación era una realidad. De aquel hombre fanático y turbulento que iba camino de Damasco no quedó nada; del silencio y del retiro que siguió al encuentro con Cristo surgió otro hombre nuevo cuyo norte varió definitivamente. Para San Pablo casi nada de lo que importaba a los hombres tenía importancia; su jerarquía de valores se había trastocado profundamente. Por eso se atreve a decir a los suyos que, después de encontrarse uno con Cristo no puede ir por la vida con la vaciedad de criterios que tienen los gentiles que, por definición, no conocían a Jesús.
Hoy estamos rodeados de "gentiles"; vivimos inmersos en un mundo que no quiere conocer a Jesucristo. La consecuencia es inmediata: la vaciedad de criterios se impone. Hombres y mujeres se mueven, auténticamente teledirigidos por unos criterios que no soportan el mínimo contraste. Es gozar, y deprisa, lo que importa por encima de todo. Hay que apurar el tiempo porque el tiempo pasa rápidamente y hay que vivir la vida, que es una sola y corta. Por eso interesa "tener", tener dinero, naturalmente, porque eso nos asegura el triunfo máximo. Y los hombres y las mujeres de hoy se preparan casi en exclusiva para "tener": tener poder, influencia, categoría, belleza; tener placer inmediato e intenso; tener categoría en el ambiente determinado en el que se desenvuelven.
No importa "ser", importa "tener". Y esto es tan así que al hombre lo valoramos y lo calificamos no por lo que es sino por lo que tiene. El que tiene más dinero y sólo por este hecho, es más importante que el que no lo tiene; el que tiene dos coches último modelo se siente más importante que el que no ha alcanzado todavía esa deseada meta; la que exhíbe una figura estilizada camina más segura que aquélla que no puede competir en elasticidad y delgadez; las joyas son síntoma de categoría y las pieles y las casa en las que se vive y las profesiones que se ejercen. Los hombres que han alcanzado el máximo de todas estas cosas son los que aparecen como paradigmas de la sociedad y son secretamente envidiados por todos; son los que marcan pautas de comportamientos y a los que, desde luego, se les dispensa todo lo que nos parece insoportable en el común mortal que carece de sus "credenciales".
Si San Pablo viviera hoy, podría, con toda verdad, repetir el contenido de su Epístola, podría advertir a los cristianos contra la vaciedad general de los criterios al uso que están produciendo generaciones de hombres y mujeres frívolos incapaces de encontrar en su vida un contenido transcendente. Frente a este modo de vida, San Pablo opone el del cristiano auténtico, el del hombre que se ha dejado penetrar del Espíritu y ha renovado su mentalidad; el del hombre que, como él, se ha encontrado en el camino de la vida con Jesucristo y ha sacado de ese encuentro una fuerza misteriosa por la que las cosas que pueden absorber a los hombres ocupan su lugar correcto y los primeros puestos están integrados por una serie de valores que le proporcionan un peso específico haciendo de él un "ser de cuerpo entero".
Recientemente, en una "Clave" de televisión, uno de los asistentes, que profesaba de ateo, preguntó a un jesuita presente en el estudio que en qué se diferenciaba en la práctica un hombre cristiano, un hombre con fe, del que no la tenía. La respuesta exacta debería ser que la diferencia entre cristiano y otro que no lo es, está en su diferente manera de ver y vivir la vida; está en que para el cristiano el mundo es un lugar de encuentro con los hombres, con todos los hombres, para intentar descubrir el gran secreto del Reino de Dios; en que para el cristiano la vida no es para gozarla con el sexo, el alcohol, la droga, el poder, la política, la riqueza o los concursos de belleza; sino para vivirla serena y profundamente en la alegría de la entrega a los otros hombres por cuyos problemas se tiene el máximo interés; para vivirla encontrando en la familia el sitio ideal del desarrollo y de enriquecimiento mutuo; para vivirla apurando al máximo la dignidad profesional cualquiera que sea la que se ejerza. La respuesta exacta pudiera ser que para el joven que se ha encontrado con Cristo no es deseable la droga ni tiene sentido el pasotismo como forma de protesta ante un mundo incapaz de desvelar horizontes de grandeza, porque él sí que ha encontrado en su Dios esa grandeza que le exige necesariamente una postura de solidaridad con los demás.
Pero lo que debería preocuparnos es que, después de veinte siglos de cristianismo alguien pueda preguntar -con toda razón- en qué se diferencia prácticamente y diariamente un hombre cristiano de otro que no lo es. La pregunta, y lo que tras de ella se esconde, nos debería hacer reflexionar seriamente y sacar las consecuencias que se deducen de ella. Una de esas consecuencias, la fundamental sin duda, es que somos cristianos de nombre pero que no nos hemos encontrado con Cristo, que no hemos oído y que no hemos dejado que el Espíritu renueve nuestra mentalidad. Por eso nos tienen que decir -repito que con razón- que somos igual que los demás hombres a los que san Pablo dice que "andan en la vaciedad de sus criterios".
DABAR 1985, 40
4. FE-DIFICIL
Dice Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar que el trabajo que Dios quiere es que creamos en su enviado. Tener fe en Jesús, entendido como un trabajo, como una tarea a realizar; algo que choca abiertamente con esa postura tan extendida de entender la fe como la aceptación teórica de unas proposiciones. Sin embargo, y como nos indica muy acertadamente la exégesis, "cuando se es religioso, creer en Jesús no es un dato tan evidente como suele suponerse. Al menos, para Juan no parece que lo fuera. De ahí su presentación del creer en Jesús como un trabajo. ¿Por qué?: la tradición, la mentalidad heredada, las ideas que se tienen... pueden dificultar mucho la fe en Jesús". No nos queda más remedio que aceptar que, en un alto porcentaje de casos, nuestra fe es más un haber sido cristianos que un serlo actualmente; arrastramos criterios, usos, costumbres e ideas que nacieron del cristianismo, pero nos falta la fe/viva y original que nos haría ser verdaderos cristianos.
A la fe se le han hecho muchas críticas, porque han sido muchas las desviaciones producidas en la manera de entender y vivir la fe, así como las deformaciones, las faltas y los excesos a la hora de presentarla. No podemos negar que la fe ha rozado los límites de querer convertirse en una pseudociencia por la que se sabía aquello que era materialmente inconstatable; y ha rozado los límites del lenguaje vacío; o se ha convertido en un sistema de anestesiar conciencias ante los problemas del hombre, o en una proyección de los traumas y las deficiencias psicológicas de muchas personas. No podemos negar, en definitiva, que ha habido mucha falta de formación, muchas imágenes falsas de Dios y de la fe, muchos "testimonios perjudiciales" de creyentes que, con su vida, han desacreditado la fe que decían profesar. Y aún tendríamos que añadir las muchas dificultades que la fe entraña en sí misma, planteando cuestiones de compleja solución y comprensión: el dolor, el mal en el mundo, la coordinación de la precognición de Dios y la libertad del hombre... la fe, por ser realidad que afecta a las fibras más íntimas e importantes del hombre -la amistad, la confianza, la propia autocomprensión, el sentido de la vida y de la muerte...- se presta a que cada uno ponga en ella algo de su cosecha y acabe confundiendo lo que es la fe con lo que nos parece o suponemos que es la fe.
Un error fundamental y frecuente sobre la comprensión que solemos tener de la fe se pone claramente de manifiesto cuando queremos educar en ella a otros, especialmente a los niños. Lo primero que se les suele "exigir" es que aprendan cosas de memoria; y así vemos a niños muy pequeños que balbucean un santiguarse entre las sonrisas de los familiares que "ríen la gracia del niño"; niños que se preparan, por ejemplo, a la primera comunión a base de aprender de memoria una serie de doctrinas o teorías, de usos y costumbres que, frecuentemente, les dicen muy poco o nada, e incluso llegan a cansarles y aburrirles. Y no es que saber todo esto esté mal; lo que está mal es que con demasiada frecuencia, falta lo importante, lo esencial: hacer descubrir que tener fe es, sobre todo, tener confianza en Jesús y, como consecuencia, pensar como él pensó, amar como él amó, luchar por lo que él luchó, vivir como él vivió.
Y así, faltando la base, todo el edificio construido encima o se hace insoportable -porque no tiene "soporte"- o se viene abajo. Se entiende fácilmente el sentido de las palabras de Jesús antes citadas: el trabajo de creer en el Enviado de Dios; el trabajo de confiar en él; el trabajo de estar cada día más cerca de él, es decir: de sus posturas, de sus planteamientos, de su vida. Esas palabras de Jesús deben ser una llamada a despertar nuestras conciencias, a revisar nuestra forma de entender y vivir la fe. Esas mismas palabras nos indican que la fe es algo activo, vivo, dinámico; el trabajo no se refiere simplemente a una tarea de estudio y memorización: se refiere a algo duradero, vital; a que nos demos cuenta que tener fe en Jesús nos exige una postura de constante tensión ante los problemas y dificultades de los hombres y, en consecuencia, constante trabajo de revisar nuestra vida y nuestras actividades a la luz del Evangelio, a la luz del testimonio de Jesús.
Quien vive aceptando esa postura "trabajosa", que no admite considerar que, en cuestión de fe, ya lo tiene uno todo hecho; quien acepta trabajar -y, a veces, hay que hacerlo muy duramente- para sentir como Jesús sintió, para vivir como Jesús vivió, para ponerse preferentemente de parte de los pobres como Jesús lo hizo, para ver en cada hombre un hermano, un hijo de Dios, para -incluso- enfrentarse con todo aquello que, en nuestro mundo, engendra violencia, opresión, tortura, miedo, esclavitud... Quien acepta así la vida y en la medida en que uno hace las cosas y vive de esa manera, es un verdadero creyente. "Quien ni entiende así la vida, ni la vive al estilo de Jesús, ¿para qué le servirá conocerse todas las teorías?, ¿para qué le servirá darles una incondicional adhesión mental a las mismas?, ¿para qué le servirá hacer muchas "prácticas religiosas"?, ¿para qué le servirá decirse cristiano, si no vive como tal? Hay que trabajar para tener fe, es decir, para vivir como creyente; hay que trabajar día a día para tener a Jesús como el Señor y, por tanto, apuntarse a su causa; hay que trabajar día a día para hacer crecer el Reino de Dios y para eliminar todo aquello que lo oculta, lo retrasa o le impide crecer. Hay que trabajar para que todos los hombres vivamos como los hermanos que somos. Hay que trabajar para hacer real el mundo nuevo con el que todos soñamos. Pues éste es el trabajo que Dios quiere: que creamos en su enviado, que vivamos como él nos enseña.
L.
GRACIETA
DABAR 1985, 40
5. PAN/SIMBOLO
Es uno de los grandes protagonistas en la vida del hombre. El pan. Absolutamente necesario. Un aforismo clásico lo refleja con todo rigor: "primero vivir, después filosofar". Nada se puede hablar al hombre, nada puede pedírsele, nada debe ofrecérsele si no come. Los cristianos, en otras épocas, hemos caído en esta tentación. Quizá con buena voluntad hemos repartido palabras de consuelo entre los que comían poco y hemos intentado que sus ojos se elevaran al cielo en busca de una vida en la que el pan, decíamos, sería inacabable. Quizá por eso nos han acusado de que hemos colaborado o al menos no hemos impedido con energía el hecho de la injusticia en el mundo.
Hoy el pan, en sentido figurado, tiene apetecibles formas: la casa confortable, la casa de verano con espléndida piscina, el chalet en la sierra para los fines de semana blancos, la motora fuera borda, el yate, el club distinguido, el coche potente... Diversas formas de pan que nuestro mundo ofrece al hombre y tras de las cuales el hombre está corriendo con la misma intensidad como si se tratara de alcanzar ese pan necesario, vital y absolutamente deseable. Peligroso. Porque a mí no me parece mal, si la situación de justicia del mundo lo permite, ni el chalet ni la piscina particular ni todos y cada uno de apetecibles "bibelots" indicados. Lo que sí me parece mal es que el hombre los desee y los persiga por encima de todo para encontrarse con la triste realidad de que cuando los tiene sigue con hambre. Y esto, nuestro mundo es también rico en ejemplos.
Vivimos rodeados de hombres ricos, ríquisimos, casi increíblemente ricos cuyos nombres conocemos todos y que acaban viviendo y muriendo en el hastío, solos, aplastados por sus inmensas riquezas que no les dejan ser normales y vivir como seres humanos. Creo que ninguno de nosotros intentaría cambiarse por ellos, aunque hayan tenido islas propias y fabulosos imperios económicos. Quizá los que lo hayan conocido de cerca confesarán que también ellos seguían teniendo hambre.
Buen psicólogo Jesús cuando buscó una definición de sí mismo para dar a los hombres: Yo soy el pan de vida. Conocía perfectamente el interés permanente del hombre por el pan e intentó pararlo en su camino para darle una llamada de atención: ¡Cuidado, que hay otro pan! Un pan que no se compra ni se vende, que no se reduce a peso ni medida, que no se opone al pan que te alimenta, sino que le da a ese pan -tomado en todo su sentido -una visión de trascendencia. Es un pan de vida. Y posiblemente los cristianos tendríamos que examinarnos de una situación distinta a la que anteriormente apuntábamos: angelistas en un momento determinado de la historia, ¿no seremos ahora materialistas?, ¿no estaremos tocados del hambre general por lo que se palpa? Y es importante la pregunta porque si es evidente que hay hambre en el mundo, y me refiero ahora a un vacío interior que no se llena con el confort, ni siquiera con bienes más altos y sutiles como son la cultura -otro interesante pan apetecible para el hombre-, debiéramos ser los cristianos los que diéramos respuesta adecuada a esta honda necesidad del hombre.
Para eso sería necesario que no corriéramos tras de los bienes terrenos como corren los que no tienen fe; para eso sería necesario que usáramos de esos bienes con un sentido de eternidad, sí, de eternidad, colocándolos en su momento y sitio justos, sin considerarlos fin último por cuya consecución estemos dispuestos a vender el alma. Para eso sería necesario que los cristianos pusiésemos en la búsqueda de Jesús: "Yo soy el pan de vida", el mismo interés, por lo menos, que ponemos en buscar el otro pan. Podríamos así gritarles a los hombres que hay un vacío en el alma que no llena el chalet ni el capricho, ni la investigación y la cultura, que hay un vacío en el alma del ser humano que sólo lo llena Dios. Está haciendo mucha falta gritar esta verdad, con la vida, en un mundo tan lleno de apetecibles trozos de pan.
DABAR 1976, 45
El tema de la homilía de hoy puede girar, según indican los textos, en torno a esta alternativa: hambre de pan y/o de Dios. El hombre es hambre. Porque no está hecho de una vez para siempre, sino que se hace. Nuestra vida no está ahí, dada, sino que hay que hacerla, día a día. Nuestro ser más íntimo registra un deseo íntimo de realización, de superación. Como decía ·Pascal-B, el hombre supera infinitamente al hombre. El hombre es un insatisfecho, un inconformista, si no ha acallado ni domesticado lo más original de su humanidad. En muchos planos -material, económico, afectivo, sicológico, espiritual...- el hombre quiere más, quiere vivir y desarrollarse. Por eso es naturalmente indigente, necesitado. Tiene hambre. Casi debemos decir que el hombre, constitutivamente, es hambre.
Materialismo/Exupery. Pero no sólo de pan vive el hombre. Porque su hambre no sólo es de pan material. Cierto que con el estómago vacío el hombre no puede funcionar mucho tiempo. Pero cierto también que el hombre no es sólo estómago. Puede el hombre nadar en la abundancia y estar, sin embargo, verdaderamente insatisfecho, positivamente hambriento o sediento. "Odio a mi época con todas mis fuerzas -ha escrito ·Saint-Exupery-A -. En ella el hombre muere de sed. Y no hay más que un problema para el mundo: dar a los hombres un sentido espiritual, una inquietud espiritual. No se puede vivir de frigoríficos, de balances, de política. No se puede. No se puede vivir sin poesía, sin color, sin amor. Trabajando únicamente para el logro de bienes materiales, estamos construyendo nuestra propia prisión". Es un eco moderno de aquellas viejas palabras de Jesús: no sólo de pan vive el hombre.
A lo largo de toda la historia, sobre todo en los períodos de prosperidad, el hombre ha sufrido la tentación del reduccionismo, la tentación de reducir su ser -y su hambre- a una parte de sí mismo, acallando todas las demás instancias de su ser, queriendo saciar con pan -y coches, frigoríficos, televisión, diversión, dinero, acciones, etc.- otras hambres de su ser que no se satisfacen con esa clase de pan. Hoy contemplamos el triunfo de esta tentación en una sociedad de consumo que guarda cierto paralelismo con aquella otra que hizo del "panem at circenses" la divisa de su emperador. Pero quizá hoy quedan más al descubierto los síntomas de que por encima de la saturación de los mercados y de la inflación, o por debajo incluso de las reivindicaciones económicas y salariales, el hombre no está satisfecho, las grandes cavernas del corazón humano quedan vacías. No hay espacios libres para la alegría, para la libertad, para la fantasía, para la felicidad. El dinero no es la felicidad. En el hombre hay un deseo natural de algo más. Hay un hambre en el hombre que sólo se satisface con amor, con bondad, con fe, con sentido de la vida, con ideal, con ilusión, con esperanza, con trascendencia. Los que creemos, afirmamos que ese hombre sólo puede acallar su hambre con Dios. Santo Tomás afirmaba que en todas esas apetencias afloraba lo que él llamaba el "deseo natural de ver a Dios", aunque entendía que se trataba de un deseo como somnoliento, que no sabe explícitamente lo que quiere, aunque distingue bien qué es lo que no le satisface. San Agustín había pensado en ello también antes: "Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti".
Hambre de pan y o de Dios. Dios quiere que no reduzcamos al hambre material todas las demás apetencias de nuestro ser. Y quiere igualmente que no separemos indebidamente un hambre y otra. No entra en el plan de Dios que el hombre y la sociedad busque reduccionísticamente el pan material y quede con él harta, satisfecha y embotada. En una sociedad consumista, materialista, hedonista, donde todo se compra y se vende y se somete a los cálculos de los balances, los seguidores de Jesús hemos de manifestar y proclamar con nuestra propia vida que no sólo de pan vive el hombre, que hay que luchar no sólo por el pan que se corrompe, sino también por el pan que da la vida eterna. Tampoco entra en el plan de Dios que el cristiano busque evasivamente satisfacer su hambre en alimento espiritual que conforta su alma pero le hace insensible a las necesidades materiales de sus hermanos. El hambre de Dios está conectada en el Evangelio con el hambre y sed de justicia, hambre y sed de un mundo nuevo más justo y fraterno, del Reino de Dios.
Superando ambos extremos quiere Dios que lleguemos hasta él. Y Jesús se promete como el pan de Vida que da la Vida eterna, la plenitud de la realización del hombre, la satisfacción de su hambre infinita, la salvación del hombre. Porque, la salvación que Jesús promete al hombre no es precisamente un pan material y corrompible, sino un pan integral para la totalidad del hombre. Es una salvación que libera al hombre del pecado y sus consecuencias sociales, con lo cual puede nacer un mundo nuevo más justo donde hay pan para todos, donde los pobres quedarán satisfechos. Pero es una salvación también que satisface el corazón humano dándole un sentido, una luz, una trascendencia. La fe no es una renuncia, ni una moral, ni una costumbre. Es el descubrimiento de unos valores tales que sólo ellos pueden satisfacer el hambre total del hombre.
DABAR 1976, 45
7.
-La plenitud de vida. Después de la narración que escuchamos el domingo pasado de la multiplicación de los panes y los peces, el evangelio de Juan dedica un capítulo entero -que iremos leyendo a lo largo de cuatro domingos- a profundizar en el significado de aquel "signo prodigioso".
La muchedumbre ha saciado su apetito, y por eso buscan a Jesús. No hay como encontrar a alguien que nos ahorre el trabajo. Y si ese alguien es un enviado de Dios -que lo puede todo-, ¿qué más queremos? Pero si pensamos un poco, nos daremos cuenta de que un Dios milagrero, que soluciona nuestros problemas, es ideal para mantener en la miseria y en la ignorancia a tantos cuantos sea conveniente para que, mientras tanto, unos pocos puedan tenerlo y dominarlo todo. Un Dios así no es en absoluto el Padre del que nos habla (y que nos muestra) Jesús. La gente está contenta porque ha comido pan. Jesús les habla del "pan de Dios que baja del cielo y da vida al mundo". No es que Jesús se desentienda de todo lo que se refiere a la vida material, al contrario. Pero está preocupado por la vida entera de la persona. El no quiere ser el líder de un pueblo que tanto le da vivir en la esclavitud mientras pueda sentarse alrededor de las ollas de carne y comer tanto pan como quiera.
Jesús quiere para cada persona la plenitud de vida, esta Vida que el Padre da gratuitamente, esta Vida que nos es ofrecida para ser acogida, vivida... y dada.
-"Yo soy el pan de vida". Jesús habla de un pan que viene de Dios para dar vida al mundo. Y, cuando le piden que les dé siempre este pan, les dice que este pan es él mismo. A nosotros, que formamos parte, participamos, de un mundo que tiene la panza bien llena, que no comemos pan para no engordar, este lenguaje nos puede resultar incomprensible o, en todo caso, dejarnos indiferentes; en el peor de los casos, lo podemos tergiversar con elucubraciones espiritualistas para no tener que cambiar nuestro ritmo de vida... No sé si nos vemos en la necesidad de pedir: "Señor, danos siempre de este pan". Y, en caso que lo pidamos, ¿qué significa para nosotros que sea Jesús este pan que da la vida al mundo? Dejémonos de historias y volvamos a Jesús, si es que de verdad no queremos pasar hambre ni tener nunca sed. De otro modo, nos podremos sentir muy satisfechos porque podemos hacer grandes comilonas, pero nos faltará el único alimento que nos puede satisfacer.
Lo que ocurre es que comer este pan, comulgar con Jesús, es peligroso. Debe ser por eso que buscamos sucedáneos. En el fondo, tenemos miedo de acabar como él. Ya se sabe: el que se da como alimento para los demás, acaba desapareciendo... ¡Pero la única manera de dar vida y de tener vida por siempre!
-Vestíos de la nueva condición humana. Tenemos un consuelo: no somos peores que algunos cristianos de las primeras comunidades. Hemos podido escuchar como San Pablo tiene que advertir a los efesios que abandonen el anterior modo de vivir, que dejen el hombre viejo corrompido por deseos seductores y se revistan de la nueva condición humana, que no vivan ya más como paganos, sino como Jesús vivió. Es tan difícil vivir contra corriente... Es tan fácil dejarse llevar por los criterios dominantes... Tener imagen, mantener el poder, que unos cuantos piensen y decidan por todos... "Vosotros no es así como habéis aprendido a Cristo". No echemos de menos las ollas de carne y el pan de Egipto. Estaríamos hartos pero continuaríamos esclavos. Decidámonos a acoger este pan que da vida al mundo. Comulguemos con Jesús: dejemos que su vida forme parte de la nuestra. Así seremos portadores también, como él, de la vida de Dios al mundo. Al participar hoy de la Eucaristía, pidámosle: "Señor, danos siempre de este pan", ¡danos esta Vida que nos convertirá en personas que contagian vida, ganas de vivir!
J.
M. GRANE
MISA DOMINICAL 1991, 11
8.
-"JUNTO A LA OLLA DE CARNE"
La primera lectura empieza con una de las grandes escenas paradigmáticas que de tanto en cuanto encontramos en la Biblia y que convierten la Palabra de Dios en un espejo de la historia y de la vida de la humanidad. El miedo del riesgo, el convencimiento de que no es posible luchar por una vida más digna, el "no te metas en líos" como criterio básico de los que se consideran personas de juicio, la búsqueda de la tranquilidad y la seguridad al precio que sea, forman parte de las más secretas profundidades del ser humano y destrozan muchos proyectos de mejora. Por ejemplo, estuvieron a punto de echar por tierra el proyecto de Dios que quería liberar a su pueblo de Egipto. Los israelitas preferían la tranquilidad de la esclavitud antes que el riesgo de la lucha por la libertad. Exactamente lo contrario de lo que Dios quería. En nuestro todavía reciente franquismo encontraríamos también muchos ejemplos de eso (cuántas críticas a los sacerdotes -cardenal Tarancón incluido- porque "se metían en política", ¡críticas dichas supuestamente en nombre del cristianismo!). Dios, responde a esta situación dando el maná. Es decir, dando garantías de que él se apunta al camino de la liberación. Y la garantía definitiva será Jesucristo, arriesgando hasta la muerte, que se convierte en "el pan que da la vida". La garantía última es la promesa de la vida eterna que ya ahora empieza.
-"TRABAJADOR POR EL ALIMENTO QUE PERDURA PARA LA VIDA ETERNA" La gente que ha vivido la multiplicación de los panes va a la búsqueda de Jesús. Les interesa Jesús. Son capaces de moverse, aunque sea sólo por el alimento que les ha dado. Pero Jesús les deja bien claro en seguida que él quiere que no se queden únicamente con esto, y los invita a ir más allá.
Jesús los invita a "trabajar". Esta es una palabra clave, que podría ser el centro de la homilía de hoy. ¿Por qué cosas trabajamos nosotros? ¿Sólo por "el alimento que perece"? ¿O queremos trabajar realmente por el alimento que da una vida capaz de llenar del todo? Cuando aquella gente le pregunta en qué consiste este trabajo, la respuesta puede resultar realmente sorprendente: este trabajo es "creer". Creer en Jesús, en el enviado de Dios.
(FE/TRABAJO FE/QUÉ-ES)Y uno podría pensar que creer no es ningún trabajo. Pero Jesús dice que sí lo es: la fe, el creer, no es sólo una operación del cerebro, sino que es un cambio en toda la vida: es hacer vida propia la vida de Jesús, es estar dispuesto a seguir su camino, a tener sus criterios, a luchar por todo lo que el luchó. Aquella gente, no obstante, quería garantías claras. ¿Quién les asegura que aquello que Jesús propone vale realmente la pena? Cuando los israelitas no se fiaban de lo que Dios les proponía, Dios mismo les dio el maná; ¿y ahora? Los oyentes de Jesús son como los israelitas en el desierto.
Tienen ganas de comer y de no plantearse nada más. No quieren líos. Si fuera fácil y seguro, aún. Pero lo que Jesús propone es muy complicado. ¡Nosotros quizá somos muy semejantes a los israelitas del desierto y a los oyentes de Jesús! Y ante esto, Jesús sólo tiene una respuesta: fiarse de él, creer que quien viene a él no pasará hambre y quien cree en él no tendrá nunca sed. Se trata de creérselo o no, se trata de sentir o no sentir por dentro que su camino es el que vale. Y como diría una novela por entregas: continuará la semana que viene.
-"ABANDONAD EL ANTERIOR MODO DE VIVIR" La segunda lectura, como es sabido, no está acogida en función del evangelio. Pero hoy es una buena meditación complementaria al mismo. Releámosla y proclamemos (y proclamémonos): "Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana".
JOSEP
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 11
Con la lectura de aquel signo admirable de JC alimentando a la multitud que le seguía, iniciamos el domingo pasado la lectura del capítulo sexto del evangelio de Juan. Hoy y en los domingos próximos leemos la palabra de JC que aquel signo anunciaba.
-Alimento para caminar
Pero antes de examinar lo que nos dice JC, recordemos un momento la 1. lectura: la narración de aquel hecho profundamente enraizado en la historia del pueblo judío, el recuerdo de COMO DIOS ALIMENTO AL PUEBLO QUE AVANZABA por el desierto, después de su liberación de Egipto y en camino hacia la tierra prometida. No se trata ahora de averiguar qué fue exactamente el maná. Probablemente era la resina de un árbol que fluía durante la noche y que Moisés presentó al pueblo como un don de Dios. Lo que nos interesa es el sentido simbólico del hecho. Es decir, LA VISIÓN DE LA VIDA DEL HOMBRE COMO UN CAMINO DE LIBERACIÓN, como un camino difícil pero que conduce a la vida. Y LA NECESIDAD DE RECIBIR LA FUERZA, el alimento de Dios para realizar este camino.
-El alimento es JC
Este sentido es el que nos permite entender la importancia de la afirmación central en el evangelio de hoy: "YO SOY EL PAN DE VIDA". Anticipemos por un momento el final de este capítulo de Juan: según el evangelista "desde entonces muchos discípulos de Jesús se echaron atrás y no volvieron a ir con él". Y no podemos extrañarnos porque realmente las palabras de JC son escandalosas, si uno se las toma seriamente. Quizá si a veces no lo son para nosotros, es porque no nos la tomamos con seriedad.
Son escandalosas, porque JC se define como el VERDADERO ALIMENTO, la auténtica fuerza que hace posible caminar, que hace posible ser libre, que hace posible CONSEGUIR LA VIDA PARA SIEMPRE. Esto significa que él es "el pan de vida". ¿Quién puede afirmar -sin provocar escándalo- que "el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed"?.
LA PRETENSIÓN DE JC es absoluta y por ello es muy natural que provoque una reacción radical: UNA MAYORÍA que le admiraba y le veneraba se niega a seguir con él porque encuentran desorbitada su pretensión; sólo le queda LA MINORÍA que (sin entenderle demasiado) continúa con él porque -como dice Pedro- "nosotros creemos".
-Esto es la fe cristiana
ESTO ES LA FE: Creer en JC PAN QUE DA VIDA para recorrer el camino, JC no es nuestra respuesta a cada problema sobre el sentido del mundo; no es un consuelo para los momentos de desgracia; no es un mero intercesor para conseguir esto o aquello; no es un lejano personaje ejemplar para admirar ... Es (¡para los creyentes!) mucho más que esto, aunque a la vez sea también mucho menos. Es mucho MAS porque es DIOS PRESENTE en nuestra vida, en nuestro camino. Es mucho MENOS porque está en ella con LA SENCILLA HUMANIDAD DEL PAN de cada día.
Preguntémonos hoy SI NOSOTROS ENTENDEMOS ASÍ la fe cristiana: una posibilidad de libertad, de vida, que exige avanzar por un camino que no es fácil, pero que es posible si vivimos del Pan de Dios que es JC, que es su palabra, su ejemplo, su esperanza, su lucha, su comunidad de los que viven de su Pan.
-No una "cosa" sino una "persona"
El domingo próximo continuaremos la lectura de estas palabras del Señor. Pero hoy, antes de finalizar este comentario, quisiera añadir que toda comparación, todo símbolo, es siempre imperfecto, siempre debe completarse. JC se define como el Pan de vida y ello es evidentemente un símbolo. Que tiene sin embargo el peligro de ser mal comprendido, si imaginamos a JC COMO SI FUERA UNA "COSA", como el pan es una cosa. Por eso debemos precisar que este pan de vida ES UNA "PERSONA", es un hombre, es el Hijo de Dios. Y que, por tanto, la fe en JC es sobre todo EL ENCUENTRO CON UNA PERSONA, con la persona de JC.
Esto significaba para los apóstoles y significa para nosotros la fe: encontrar a Jesús de Nazaret, seguirlo, y que él sea el Pan que alimenta nuestro camino, nuestra vida. Es lo que expresamos ahora en la eucaristía. No participaremos en una "cosa" sino en una "vida", en la vida que es para nosotros el evangelio de JC. Y esta vida queremos que sea el Pan que alimenta nuestro camino cada día, con sencillez pero también con fuerza.
JOAQUÍN
GOMIS
MIsa dominical 1979, 16
10.
-El pan multiplicado, signo de todo lo que Jesús ofrece
No sé si os acordaréis de lo que leimos el pasado domingo y de lo que dijimos en este comentario, la reflexión que hicimos sobre el evangelio. Se trataba del evangelio de la multiplicación de los panes, y veíamos como Jesús se preocupa de que la multitud que le sigue tenga para comer, y quiere al mismo tiempo que aquella comida abundante sea para ellos un signo de todo lo que los hombres necesitamos y que él, Jesús, nos quiere ofrecer. Y veíamos también la incomprensión de la multitud: les bastaba con recibir comida suficiente, y no esperaban nada más de Jesús. Y NOS PREGUNTÁBAMOS: ¿QUE ESPERAMOS NOSOTROS, DE JESÚS? No sé si durante esta semana habéis tenido algún rato para pensarlo. ¿Qué esperamos, de Jesús? ¿qué buscamos en él? ¿qué venimos a buscar, por ejemplo, aquí en la misa de los domingos? El evangelio de hoy quiere responder un poco a estas preguntas.
Quiere empezar a responderlas. EN LOS DOMINGOS QUE SEGUIRÁN DURANTE ESTE MES DE AGOSTO, Jesús irá desarrollando, en conversación con la gente que le escucha, la respuesta a esta pregunta: ¿qué ofrece Jesús a los hombres? ¿qué alimento nos da, qué alimento capaz de saciarnos? Hoy, Jesús comienza criticando a los que SOLO ESPERABAN DE EL UNA COMIDA OBTENIDA SIN PROBLEMAS Y NADA MAS. Jesús los ha alimentado, y lo ha hecho con toda conciencia, convencido de que eso era algo muy importante. Pero hubiese querido que no todo quedará ahí. Y se lo dice. Y ellos, algo avergonzados o quizás, desafiándolo, le preguntan: "¿COMO PODREMOS OCUPARNOS DE LOS TRABAJOS QUE DIOS QUIERE?" Aquella gente debían ser más o menos como nosotros. Si preguntan esto, si preguntan qué deben hacer para actuar como Dios quiere, significa que sí saben que no basta con esperar de Jesús la tranquilidad de la comida asegurada; saben que en Jesús hay que buscar algo más hondo, algo que llegue hasta donde Dios entra en el interior de la vida de los hombres y la cambia. Y digo que debían ser más o menos como nosotros porque nosotros también sabemos que EN JESÚS HAY QUE BUSCAR ALGO CAPAZ DE CAMBIAR NUESTRA VIDA; LO QUE OCURRE ES QUE NO LO BUSCAMOS PORQUE NOS DA PEREZA.
-El alimento que alimenta plenamente es Jesús, su persona entera ¿Y qué responde Jesús, a aquella pregunta? Responde algo que no dice casi nada, pero que lo dice todo: lo que Dios quiere es "que creáis en el que él ha enviado". Y luego repite, con mayor énfasis y solemnidad: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed".
¿QUE DEBEMOS BUSCAR, POR TANTO, EN JESÚS? ¿Qué tenemos que esperar de él? De una forma muy sencilla, pero al mismo tiempo muy exigente, Jesús nos está respondiendo: "En mí no debéis buscar esto o aquello, no tenéis que esperar la solución de este problema o de aquella cuestión; DEBÉIS BUSCARME A MI ÍNTEGRAMENTE, TODA MI PERSONA, TODO LO QUE DIGO Y HAGO, EL CAMINO QUE YO HE ABIERTO, EL MODO DE SER HOMBRE QUE YO HE MOSTRADO Y VIVIDO. El pan que yo doy, el alimento que yo doy y que alimenta verdaderamente, soy yo mismo, toda mi vida, todo lo que habéis visto que yo vivía y que sigo viviendo. Ocuparse en los trabajos que Dios quiere es creer en mí; el pan que alimenta de verdad es venir hacia mí, andar por donde yo ando".
-Que nuestro modo de vivir esté totalmente marcado por Jesús
Si queremos recibir todo lo que Jesús es capaz de darnos, si queremos entrar en el camino de Dios, si queremos llegar hasta el fondo de lo que significa ser personas y serlo auténticamente, tenemos que empezar por ahí: EMPAPARNOS DE JESÚS, HACER QUE SEA EL QUIEN MARQUE NUESTRO MODO DE VIVIR.
Nosotros hace mucho tiempo que somos cristianos, estamos muy -demasiado- acostumbrados a serlo. Pero, ¿nos hemos parado nunca a pensar si las cosas que hacemos son realmente como Jesús las hacía? ¿nos hemos parado nunca a escuchar o a leer el Evangelio, para ver si lo que en él se dice es lo que nosotros hacemos? Yo os quisiera hacer hoy, para terminar este comentario y para ayudarnos a que el estilo de Jesús marque más nuestra vida, una sencilla propuesta: QUE CADA UNO REPASE, DETALLE A DETALLE, LO QUE HA HECHO A LO LARGO DE UN DÍA COMPLETO, Y QUE LO HAGA ACOMPAÑADO POR JESÚS. Imaginemos que Jesús nos acompaña a lo largo de ese día que repasamos. ¿QUE DIRÍA, ANTE CADA UNA DE LAS COSAS QUE HACEMOS? ¿le gustaría? ¿no le gustaría? Cuando nos hemos levantado y hemos visto por primera vez a los de casa, cuando hemos ido al trabajo, cuando estábamos hablando en la tienda o en la playa, cuando nos hemos encontrado con aquel desconocido que nos pedía un favor, cuando por la noche estábamos todos en casa... cuando nos hemos encontrado en aquella situación que no nos atrevemos a explicar a nadie... ¿Qué nos diría Jesús? Realmente, ¿podemos decir que el modo de actuar de Jesús marca nuestra vida?
JOSEP
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 16
11. D/BUSQUEDA
"Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". El verbo "buscar" es un verbo característico, un verbo-clave del evangelio de Juan. Está el Padre que busca los verdaderos adoradores en espíritu y en verdad. Está Jesús que busca no la propia gloria ni la propia voluntad, sino la gloria y la voluntad de aquel que le ha enviado.
Están los judíos que buscan a Jesús para matarlo. Y están los discípulos que buscan a Jesús para estar con él. "Jesús se volvió, y al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?" (/Jn/01/38). Hay que advertir que estas son las primeras palabras de Jesús recogidas por el evangelio de Juan. Y es la primera y fundamental pregunta que se plantea a quien pretende seguirlo.
Una pregunta que volveremos a encontrar al final de la narración, cuando el resucitado se dirige a María Magdalena: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (Jn 20, 15). Así pues, el Maestro "obliga a quien se ha puesto en camino hacia él a preguntarse: ¿qué es lo que espera de Jesús? ¿Por qué lo busca? Y, en realidad, ¿qué busca?" (B. Maggioni).
No basta buscar. Es necesario verificar, lúcidamente, la autenticidad de la propia búsqueda.
Jesús plantea a todos la pregunta provocadora: ¿qué esperáis obtener? ¿Qué esperáis de mí? Pregunta, es claro, no porque tenga necesidad de documentarse, sino para obligarnos a tomar conciencia de las verdaderas motivaciones y de los verdaderos objetivos de la búsqueda.
Existe, en efecto, búsqueda y búsqueda. Quien busca a Jesús y quien se busca a sí mismo. Quien lo busca por motivos utilitaristas y quien, por el contrario, quiere hacerle el centro de la propia vida. Quien lo busca en clave intelectual y quien lo busca en clave existencial (unos para "saber", otros porque no podrían vivir sin él). Hay quien busca a Cristo para "quedarse" con él, y quien lo busca para anexionárselo, para instrumentalizarlo. Existe una búsqueda que desemboca inevitablemente en el fracaso. Y la búsqueda que lleva a "encontrar".
La multitud, aquí, va a Jesús, no por sí mismo, sino por la ventaja material que espera conseguir de él. Su búsqueda es muy interesada, reductiva. El maestro, entonces, acusa a sus "buscadores" de que no saben leer los signos. Según Juan - como afirma J. Perron - se pueden encontrar tres reacciones diversas ante los signos realizados por Jesús:Fe/signo/reacciones
- Ceguera voluntaria. Es la postura de quien rechaza verlo, levantar acta de ello, sacar las consecuencias. Por ejemplo, los fariseos a propósito de la curación del ciego de nacimiento, o de la resurrección de Lázaro.
- Miopía. Consiste en pararse ante la materialidad del signo. Es la enfermedad que padece la multitud, que se para ante el signo en sí mismo y no sabe mirar en la dirección sugerida por la señal. "Si tú señalas con un dedo el cielo a un estúpido, el estúpido mira tu dedo" (proverbio chino).
- Penetración. Se trata del dinamismo propio del creyente que, estimulado por el signo, va más allá del signo para captar en él el significado profundo, el secreto escondido, que es además el secreto de la identidad personal de Jesús. Un ejemplo típico es el final del milagro de Caná: "...Manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él" (Jn 2, 11). "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed". La multitud acudía porque tenía hambre. Y de Jesús pretendía el pan. Hoy la perspectiva ha cambiado radicalmente. Nos permitimos el lujo de desperdiciar el pan. Cada mañana, en las bolsas de basura de una gran ciudad se pueden encontrar decenas de quintales. Nos invita a ir con él para no tener más hambre ni sed. Pero nosotros, ahora, ya no tenemos ni hambre ni sed. Y, por tanto, ¿para qué moverse? No nos movemos precisamente porque estamos saciados, satisfechos. Nos hemos provisto de pan y de bebida, sin recurrir a Cristo. Este es precisamente nuestro drama. Ya no tenemos hambre.
Si es verdad que "el estómago vacío no tiene orejas" (como decía santo Tomás), es también verdad que un vientre atiborrado nos hace obtusos, somnolientos. Tenemos necesidad de que Cristo nos convenza de que el sustento no basta. Que hay en nosotros un hambre y una sed "distintos", que han de ser respetados, aunque no advirtamos sus estímulos (el espíritu es discreto, silencioso, no grita, no reivindica los propios derechos de una manera ruidosa...).
La paradoja para nosotros es que morimos de hambre porque tenemos la tripa llena. Estamos en peligro precisamente porque tenemos hambre y sed de otra cosa, que no entra en el menú habitual, y no caemos en la cuenta de ello.
Señor, haz que caigamos en la cuenta de que nuestro alimento de cada día, aunque sea (demasiado) abundante, resulta insuficiente. Es indigno de nuestro hambre. Concédenos caer en la cuenta de que nuestro comer es un "comer para morir".
Haz que redescubramos el sentido del "alimento para vivir".
Danos de nuevo el gusto del pan que es vida. Pan que es gratuidad, dignidad, libertad, valores del espíritu. Palabra, conciencia. Haznos reconocer que sólo gracias al pan que tú nos das, es más, que eres tú, nuestra vida se puede llamar vida.
Quién sabe si, digeridas borracheras e indigestiones, no vendremos finalmente a buscarte. Y esta vez será por el motivo justo.
Ten compasión de nosotros, de nuestra preocupante no-hambre. Ayúdanos, porque ya no tenemos hambre.
Haz el milagro del pan, aunque veas que tenemos demasiadas cosas que llevarnos a la boca.
Ha durado demasiado tiempo nuestro ayuno a pesar de la apariencia de las acostumbradas "comilonas".
Quizás ha llegado el momento de decirte, bajando los ojos: "Señor, danos siempre de este pan".
ALESSANDRO
PRONZATO
PAN-DOMINGO/B.Pág. 198 ss