COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Ef 4, 17. 20-24

 

1.ETICA-CRISTIANA:

Continuando con las exhortaciones éticas de la carta, volvemos a encontrar una nueva recomendación general a una conducta correcta y conforme a la fe que se dice profesar. Siempre sin entrar en muchos particulares. Por un lado, está claro que el cristianismo no es un modo de vida libertino o independiente de la ética y moral. Lo necesidad será averiguar las concretizaciones de esta actitud general. Ciertamente, un creyente se diferencia, aun en lo externo de quien no lo es o como él mismo antes de vivir la fe.

Por otra parte se indican las motivaciones profundas de esta ética. Aunque no encontremos nuevos contenidos morales en la vida cristiana, específicos de ella, contrapuestos a una auténtica ética, hallamos ciertamente un "ethos" nuevo, una raíz profunda, de donde brota ese modo de vivir: la realidad creada por Jesucristo en nosotros es algo que inevitablemente se nota en la vida de todos los días, no solamente en actitudes internas. El hombre viejo es el que no ha aceptado a Jesús y aun cuando pudiera tener una ética, de hecho a menudo no la cumple. Pero el cristiano tiene una nueva y más fuerte motivación para ella.

El cristianismo aparece así, como fuerza transformadora de la realidad en un sentido humano, no descarnado o lejano de los hombres, abierto a la colaboración con otros, aun no creyentes, pero interesado por una conducta ética y justa. Se coincidirá con ellos en contenido, pero con mayor facilidad de compromiso, al conocer el profundo sentido de la vida humana, iluminada por el Señor Jesús.

(FEDERICO PASTOR
DABAR 1988, 41


 

2. J/IMITACION:

En un ambiente invadido por la ciencia y la filosofía griega, como ideal de realización humana, suena una severa y solemne recomendación de Pablo: todo lo que los paganos tienen como ideal es, en realidad, una pura vaciedad. Tal vez en nuestro mundo cosificado por la técnica y el progreso debiera resonar de nuevo la voz de un Pablo, que nos avise y nos prevenga contra tanto ídolo vacío que nos estamos construyendo.

Lo único importante es "aprender a Cristo". Pero este "aprender a Cristo" es mucho más que aprender una lección para volver a repetir su contenido. Pablo habla de un aprender una conducta vital. Con lo cual tampoco se refiere a lo que ordinariamente se entiende por "imitación de Cristo", o sea, mirar la figura de Cristo en los evangelios como un modelo que repetir; no. Aprender a Cristo para llegar a una conducta vital significa para Pablo, ante todo, comprender la obra de Cristo, lo que Dios (el Padre como fuente de su naturaleza divina y como creador de su naturaleza humana) ha hecho por él para nosotros, el plan de Dios que nos prepara para una eternidad "en él" y "por él".

Este motivo, que es ciencia y es vida, para el que el Padre, hacedor de todo, da un especial sentido, es el que Pablo repitió quince veces cuando repite la palabra "Cristo" todas esas veces en los once versículos del himno introductorio de esta carta... Esto es lo que significa "aprender a Cristo".

EUCARISTÍA 1988, 37


 

3.

Hay dos caminos o modos distintos y contradictorios de entender y de hacer la vida. Pablo señala en primer lugar y describe después concisamente el camino que siguen los gentiles. Estos hombres incrédulos y alucinados por cosas vanas, obcecados en su lucha contra la verdad, carentes de todo sentido moral, se entregan con desenfreno a los placeres de la carne (vv. 18 y 19, omitidos en la presente lectura; cfr. Rm 1, 18-32).

Notemos las siguientes expresiones: "habéis aprendido a Cristo", "él es a quien habéis oído" y, más abajo, "Cristo os ha enseñado", ¿Qué significa esto? Pues sabemos que fue Pablo y no Cristo el que evangelizó a los efesios. Con todo, Pablo entiende que el evangelio es palabra de Jesús en la boca de sus apóstoles y no sólo palabras acerca de Jesús. De manera que el que escucha con fe el evangelio recibe la palabra de Jesús y en la que Jesús se expresa; por lo tanto, recibe al mismo Jesús, que es la Verdad en persona.

La fe es un encuentro personal con Cristo y la predicación apostólica, lo mismo que la predicación de la iglesia, está al servicio de este encuentro. La tradición verdadera no es un conjunto de verdades que vienen del Maestro, sino la Verdad que se entrega a sí misma para todos los creyentes y entra en comunión personal con todos los que reciben el evangelio. Pero no olvidemos que la presencia de Cristo en la predicación de la Iglesia halla su complemento en la otra presencia de Cristo en los pobres y necesitados; escuchamos a Cristo cuando escuchamos el evangelio; amamos a Cristo cuando amamos a los pobres.

Antes de vestirse de la "nueva condición humana", los discípulos de Jesús deben despojarse del hombre viejo. Esto implica una renovación profunda de la mente y del corazón, que no es posible si nos resistimos a la acción del Espíritu. La penitencia (metanoia) es también cambio de mentalidad y no sólo de actitudes: hay que abandonar los viejos prejuicios (las ideologías) y los intereses egoístas de donde aquéllos brotan. Sólo así podremos escuchar a Jesús en el evangelio y amarlo de verdad en los pobres. En esto consiste toda la justicia y santidad, la nueva condición creada a imagen de Dios.

EUCARISTÍA 1982, 36


 

4.APRENDER/X.

La fórmula solemne del comienzo de nuestro fragmento nos ambienta en la importancia que va a dar Pablo a su afirmación: "digo y aseguro en el Señor". El bautismo señala para el cristiano el inicio de un estilo de vida completamente renovado. Los criterios de conducta distinguen al cristiano del gentil. Pablo llega incluso a señalar como "vaciedad" el estilo de vida no inspirado en el Evangelio. La fórmula "aprender a Cristo" es gramaticalmente dura (no se aprende a una persona, sino de una persona) pero teológicamente densa: el ideal cristiano estriba en asimilar profundamente los valores y la persona de Cristo.

VESTIDO/H-NUEVO: El bautismo no es un rito mágico con una eficacia independiente de la voluntad de la persona. Exige un esfuerzo de asimilación de Cristo que Pablo expresa en varias imágenes: "abandonar el anterior modo de vivir", "el hombre viejo corrompido", "renovar la mente y el espíritu", "vestirse de la nueva condición". La imagen del vestido la utiliza Pablo repetidas veces en sus cartas en contextos diversos: morales, escatológicos, sacramentales. Posiblemente está tomada de la costumbre bautismal de cambiarse el vestido al salir del agua.

Si Gen 1, 26-27 presenta al hombre como imagen de Dios en cuanto fecundo y dominador del universo, nuestro texto lo hace en cuanto reproduce los dos atributos con que el Antiguo Testamento califica a Dios: la justicia y la santidad. El texto nos mueve a pensar hasta qué punto nosotros nos asimilamos con los criterios de éxito, dominio, bienestar... que nuestra sociedad nos propone, o bien optamos por el Evangelio.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 23


 

5.

El autor se dirige a los convertidos del paganismo y les pide que se despojen del hombre viejo. Mantener formas de vida pagana, después de haber sido injertados en Cristo, es absurdo. Los creyentes deben llegar a ser hombres totalmente nuevos, renovados en la mente y en el espíritu.

H-NUEVO/H/VIEJO: Empieza la exhortación confrontando la conducta de los gentiles y la de los cristianos. La inmoralidad de los gentiles tiene su razón de ser en la perversión del criterio moral. La pureza del cristiano se funda en la verdad que es Cristo. Existe en cada uno de nosotros el hombre nuevo y el viejo. El hombre viejo es el hombre en cuanto sujeto al pecado. Pablo lo presenta con tres rasgos: su corazón se ha endurecido, su juicio se ha complacido en la vaciedad=ídolos, su pensamiento se ha oscurecido. Presenta la conversión como un despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo. El contenido de esta imagen es el de una renovación interior y conversión moral. Despojarse y revestirse se realiza en el bautismo. El rito de inmersión es despojarse-morir y el de emersión es revestirse-renacer.

Despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo, exige renovarse en la mente. Esto se manifiesta en el abandono del comportamiento pagano. Quien quiere revestirse y ser hombre nuevo ha de alimentarse del manjar nuevo, que es Cristo. La Iglesia, pueblo de creyentes en camino por el desierto, busca su seguridad no en las realidades terrenas ni en las instituciones, sino en el ejemplo y doctrina de Cristo.

PERE  FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 16


 

6. Ef/04/24: VESTIDO/CV 

El vestido distingue a las personas. Muchas profesiones tienen un vestido, un traje, un uniforme adecuado a las exigencias de la profesión; luego el trabajo viene a designar la profesión. Y el vestido distingue también los momentos de la vida: el trabajo, el deporte, la fiesta.

Todo esto quiere decir que el vestido expresa los sentimientos de luto, de fiesta, de trabajo, los estados de ánimo, lo que se vive, la vida misma. Esta fuerza simbólica del vestido ha tenido siempre su trasposición al plano religioso: vestidos sagrados para expresar el contacto con la divinidad. Misas de paisano. Como la vida de Cristo se nos comunica por los sacramentos, el símbolo del "vestido" toma cuerpo en la liturgia. El bautismo es un "despojarse" del pecado y del mal, y ser revestido de Cristo; esto se expresa en el bautismo de adultos con un quitarse la ropa y vestirse el alba blanca. En el bautismo de niños el símbolo queda, pero reducido al mínimo: el capillo o velo blanco.

La confirmación, la primera comunión, el matrimonio, la ordenación sacerdotal, son momentos nuevos del vestido blanco, porque son momentos nuevos del progresivo "revestirse" de Cristo. La salvación de Dios se nos da como un vestido que nos distingue y expresa la realidad interior se nuestra vida: la vida de Dios que se nos comunica en J.C. Por esto, S. Pablo dice que "bautizados en Cristo, nos hemos revestido de Cristo" (Ga/03/27). Y concibe la conversión como un cambio de vestido, un "despojarse" del hombre viejo y vestirse del Hombre nuevo, revestirse de Cristo, adoptar sus criterios, tener sus sentimientos, vivir su vida. Dejar un vestido sucio, para vestirse de limpio.

El vestido, signo de lo que la persona es, o también, de lo que quiere aparecer sin ser. Carnaval. Pensemos en la tentación de los cristianos de salvar las apariencias a toda costa, esto es, el vestido.

De contentarnos con "cumplir" sin la preocupación de la necesaria actitud de fe, de conversión, de cambio de mentalidad. Por eso pide S. Pablo... (ver lectura). Como se ve, el vestido que nos exige Cristo, no es del orden del tener", ni del orden del "parecer", sino del orden del "ser"... Por eso no sirve blanquearse por fuera como los sepulcros, ni vestirse con piel de oveja.


 

7.

-Conducirse como hombres nuevos (Ef 4, 17-24)

Continuamos la lectura del estatuto de vida cristiana que se describe en la carta a los Efesios, que estamos proclamando desde hace algunos domingos. El cap. 3 de la carta a los Colosenses (13, 5-15) tiene un fondo muy cercano a este cap. 4 de la carta a los Efesios. Se trata de la unidad entre los bautizados. Estamos en un contexto nuevo de vida. Ya no debemos comportarnos como paganos. S. Pablo enumera, entonces, una serie de actitudes que se omiten en la proclamación litúrgica y que caracterizan la vida del hombre viejo, como la dureza de corazón, la ignorancia religiosa, etcetera... A todo esto S. Pablo lo llama la nada: no hay que dejarse conducir por la nada. Hay que despojarse del hombre que vive en nosotros y dejarse conducir por un nuevo espíritu. Se trata, evidentemente, de una alusión al bautismo que transforma por completo la vida del que lo ha recibido, haciéndole hombre nuevo, nacido del agua y del Espíritu. La carta a los Colosenses retoma casi exactamente el mismo tema: "Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador" (Col 3, 9-10). El cristiano ha sido creado como un ser santo y justo, a imagen de Dios. Hay que dejarse guiar por este Espíritu de renovación.

Todo esto es evidente; pero pensamos con tristeza en lo que podría ser el mundo si los cristianos se acordaran, no sólo con la cabeza, sino con sus comportamientos, de lo que son, y en la fuerza que podrían desplegar en las actuales circunstancias para acabar con las duras cargas de las nuevas esclavitudes en que continuamente nos dejamos encerrar. Ninguna civilización, realmente buena y viable, puede construirse al margen de la renovación de mentalidad que para el cristiano debe ser algo propio y ordinario.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 157


 

8. Ef/04/01-24

El texto de la carta a los Efesios ha sido escogido para la fiesta de la Ascensión debido, seguramente, a la referencia que hace a la ascensión de Cristo. Con todo, no es fácil comprender qué quiere decir Pablo precisamente cuando habla de la subida y bajada del Señor. Sea como sea, es evidente que el Apóstol alude a Cristo, que ya no se encuentra de forma visible -como un hombre entre los hombres-, pero a quien cree vivo como resucitado y glorificado en el cielo. Pero para Pablo, Cristo -si bien no lo ven los ojos humanos aquí abajo- sigue entre nosotros, aunque de forma invisible. A pesar de haber abandonado el mundo, permanece presente por medio de su cuerpo, constituido por los santos. Un cuerpo vivo, ciertamente, cuya vida asciende en dirección a su cabeza en una auténtica ascensión, no teniendo otro norte sino «el pleno conocimiento del Hijo de Dios» (v 13).

La dinámica de la vida de Cristo, en el pensamiento de Pablo, lleva al creyente a descubrir un final y término de plenitud de sí mismo más allá y por encima de la muerte, la cual pierde todo sentido como final infranqueable de la vida. En efecto, el punto de llegada del vivir cristiano significa convertirse en «hombre perfecto», crecer hasta la «talla que corresponde a la plenitud de Cristo». Aunque no conseguimos conocer la realidad misma señalada en el texto, éste, en cambio, sí es lo bastante claro para hacer comprender -por lo menos- que la vida cristiana que llamaríamos normal nace, en este mundo, del secreto misterioso del creyente, como exigencia de vivir según lo que ya es. Busca la perfección, que comporta a la vez la edificación del cuerpo de Cristo. De hecho, para ayudarlo a subir esta pendiente, dentro de la comunidad de la que es miembro, todo está puesto a su servicio: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.

Por otra parte, en la lectura del texto paulino queda claro que todo eso es puro don y gracia que vienen de Cristo. Ciertamente, nadie se da la vida a sí mismo. No obstante, vivir la propia fe tal como debe ser vivida, con sentido de continua ascensión, sí que es un camino al alcance del creyente, aunque cada uno tiene recibida su propia medida.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 218 s.


 

9. Ef/04/01-24

En el texto de hoy trata Pablo de explicar a los cristianos qué son y qué se espera de ellos y, al mismo tiempo, hacerlos conscientes de que en la Iglesia todo está a su servicio. Al indicarles lo que son, resalta su unidad: un solo cuerpo, un solo Espíritu, una sola esperanza, una sola fe, un solo Dios, Padre de todos (vv 4s). Pero todo eso no lo son porque ellos se hayan hecho así. Pues no se trata aquí de una unidad pactada o convencional de los que se avienen a formar una sociedad, sino precisamente de la unidad que proviene de su vocación cristiana. Es el mismo único Dios, Padre de todos, el que -al llamarlos- hace de ellos una sola cosa. Pero tampoco se quiere presentar a los creyentes como productos de una monótona uniformidad: uno idéntico a otro. No. Aunque se llaman igualmente cristianos y forman un solo cuerpo, dentro de ese cuerpo cada uno es él mismo y diverso de todos los demás, como lo son entre sí hasta las partes más pequeñas del propio cuerpo. Cada uno crece y se desarrolla a su modo, en la caridad. La vocación es una sola, pero respeta la originalidad personal. La unidad de los creyentes encuentra su sentido y su comprensión precisamente en la diversidad, pero es un don del Espíritu, que es el único que puede actuar dentro de la Iglesia, ya que Cristo acabó su función a través del misterio de la Ascensión.

Ahora bien: la unidad que forman los creyentes, aunque es presentada como don actual de Dios, en la vida corriente -en lugar de aparecer como un bien del que se goza al instante- se convierte, para los que quieren disfrutar de ella, en una tarea a emprender. O sea, una cosa es ser uno y otra vivir la unidad. La unidad vivida se llama paz. De este modo, para los cristianos, vivir en paz unos con otros significa mantener la unidad. Y esta paz hay que conquistarla. Aunque no por la fuerza, sino más bien mediante el esfuerzo personal en la humildad y mansedumbre, en la longanimidad y paciencia, soportándose mutuamente con caridad (2).

Sin embargo, para esta tarea vital, el cristiano no se encuentra solo. En este sentido, el Apóstol aprovecha la ocasión de la carta para resaltar la importancia del hecho de que el creyente haya llegado a serlo en el seno de una comunidad, la Iglesia. Es en ella donde se le ha dicho qué es y donde ha aprendido a vivir como cristiano. En ella, todo y todos están al servicio de su vida cristiana: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros; todos están ahí "para equipar a los consagrados para la tarea del servicio, para construir el cuerpo de Cristo" (12).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 620 s.


 

10. Ef/04/17-24

En el texto de hoy traza Pablo de forma esquemática y sintética las líneas maestras del vivir cristiano, en contraposición con la manera de vivir de los paganos. El cuadro que dibuja de la vida de éstos le sirve de trasfondo, que por contraste hace resaltar los rasgos y la novedad de la vida cristiana. Lo que intentaba, como es lógico, era que ésta apareciese con la máxima claridad, sin que le importase tanto, por supuesto, los trazos de la vida de los paganos, que desde luego resultaría de una generalización injusta si se aplicase a casos concretos. Por otra parte, hay que tener en cuenta también el proceso del pensamiento, puesto de manifiesto en el texto: la incompatibilidad del comportamiento de los paganos con la vida del creyente se hace manifiesta precisamente desde la forma cristiana de vivir, y no al revés. Es el convertido-cristiano el que, desde su nueva manera de vivir, descubre qué equivocada era su vida anterior.

Esta nueva manera de actuar, contraria a la pagana, y expresada en el texto mediante la antítesis entre «el hombre viejo» y «el hombre nuevo», la ha conocido el cristiano al conocer a Cristo (v 20). Es decir, aprender de Cristo no se reduce al simple conocerlo y saber que existe, sino que incluye el descubrimiento y el conocimiento de esta nueva y diversa manera de vivir. Esta comporta, por un lado, liberarse del hombre viejo en camino de corrupción, arrastrado por deseos seductores (22), y, por otro, renovar la propia mente y revestirse del hombre nuevo, creado por Dios en rectitud y santidad verdaderas (23).

Pablo no examina en detalle los aspectos de la vida cristiana. Tampoco podemos decir que la presente como un puro ideal. Más bien, consciente de la situación real de los creyentes, que no son lo que tendrían que ser, pero que se han puesto en camino de serlo, el Apóstol les comprende y les anima a mantenerse consecuentes consigo mismos en todo tiempo, prosiguiendo en la empresa de renovación de su vida. En este sentido no es ningún problema el hecho de que pueda quedar en ellos todavía mucho del hombre viejo. La conversión se presenta como el paso de un vivir en la mentira a un vivir en la verdad y a la vez, como un camino a recorrer durante toda la vida.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 722 s.


 

11. Ef/04/01-24

Este fragmento de la carta de los Efesios recuerda a los creyentes la santidad de vida a que han sido llamados: «Os pido que viváis a la altura del llamamiento que habéis recibido» (v 1). Esta vocación es, en primer lugar, a la unidad, que lleva a evitar todo aquello que puede ser motivo de división o dispersión de los creyentes. Las relaciones entre los hombres no son siempre fáciles ni llanas, y todo el mundo sabe la necesidad que tenemos de humildad, mansedumbre, paciencia y capacidad de soportarnos mutuamente para mantener vivas estas relaciones pacíficas con los otros. Es verdad que la unidad y la paz son un don de Dios, pero es necesario que cada uno la cultive en sí mismo para que así se implanten y florezcan en la sociedad.

La búsqueda de la unidad, que es un bien social, aparece, además, entre los creyentes como una exigencia lógica dimanante de las enseñanzas recibidas. En efecto, se les dice que solamente hay un cuerpo y un Espíritu, una sola esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos. Así, pues, las divisiones entre ellos no tienen ningún sentido. Por otro lado, las diferencias existentes entre los miembros del cuerpo por haber recibido dones diversos no son para el provecho personal de los favorecidos sino una ayuda en las tareas de servicio que les han sido encomendadas. Porque, de hecho, cuanto se realiza en la comunidad sólo tiene un fin: el perfeccionamiento de los consagrados para la edificación del cuerpo de Cristo. Todos ellos han sido como absorbidos por una corriente caudalosa de vida que los dirige hacia la misma meta: la unidad de fe en el pleno conocimiento del Hijo de Dios, el hombre acabado. Llevados por semejante corriente de vida, todo lo otro que los hombres les puedan ofrecer o prometer suena a sus oídos como vendavales huecos que no se sabe ni de dónde vienen ni adónde van.

Podemos afirmar como resumen que el texto de hoy no hace otra cosa que invitarnos a reflexionar sobre la seriedad y solidez de la vocación cristiana, sobre la unidad del amor comparándola con la inconsistencia de cualquier otro ideal que los hombres puedan ofrecer a los creyentes.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 876 s.