SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA


Rom 8,35.37-39: Ellos sufren todo eso por el oro, nosotros por ti

Tratándose de la fiesta de los santos mártires, ¿de qué podemos hablar mejor que de la gloria de los mismos? Ayúdenos el Señor de los mártires, puesto que él es su corona. Hace poco escuchamos al bienaventurado apóstol Pablo que pregonaba el grito de los mismos mártires: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Tal es su grito. ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿Los peligros? ¿La espada? Porque está escrito: «Por ti somos mortificados todo el día y considerados como ovejas de matadero». Pero en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó (Rom 8,35-38). Éste es el grito de los mártires: soportarlo todo, no presumir de si mismos y amar a quien es glorificado en los suyos, para que quien se gloríe, se gloríe en el Señor (1 Cor 1,31). Ellos conocían también lo que hemos cantado hace poco: Alegraos en el Señor y exultad, justos (Sal 31,11). Si los justos se alegran en el Señor, los injustos no saben alegrarse más que en el mundo.

Pero éste es el primer ejército que hay que vencer: primero hay que vencer al placer y luego al dolor. ¿Cómo puede vencer la crueldad del mundo quien es incapaz de superar sus halagos? Este mundo halaga prometiendo honores, riquezas, placer; este mundo amenaza sirviéndose del dolor, la pobreza y la humillación. Quien no desprecia lo que él promete, ¿cómo puede vencer sus amenazas? Las riquezas procuran su propio deleite, ¿quién lo ignora? Pero la justicia lo tiene aún mayor. Halla tu deleite en las riquezas, pero acompañadas de la justicia. Cuando se te presenta una tentación de este género, es decir, cuando se te junten ambas cosas, la riqueza y la justicia, y no puedas quedarte con ambas, de forma que si echas mano de las riquezas, pierdes la justicia, y si te quedas con la justicia, pierdes las riquezas, elige y lucha; es el momento de ver si no escuchaste en vano: Alegraos en el Señor y exultad, justos. Es el momento de ver si no escuchaste en vano: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? El Apóstol pasó ciertamente por alto todos los halagos del mundo, y quiso que los recordases tú el halagado por el mundo. ¿Por qué?, porque anunciaba de antemano los combates de los mártires; aquellos combates en que vencieron la persecución, el hambre, la sed, la penuria, la deshonra y, por último, el temor de la muerte y al más cruel de los enemigos.

Mas considerad, hermanos, que todo es obra del arte de Cristo. El Apóstol nos invita a preferir el amor de Cristo al del mundo. ¿Cuántas estrecheces han de pasar quienes quieren robar cosas ajenas? ¿La persecución? Ni la persecución los quiebra. Se siente aterrorizado por la avaricia; el avaro roba y teme el castigo; arde en deseos de robar. Muchos sufren también el hambre con tal de adquirir y acumular ganancias. A los tales les mandamos ayunar y se excusan con el estómago. Emplean todo el día en contar sus riquezas, y se van a dormir en ayunas.

¿La desnudez? ¿Qué puedo decir yo de la desnudez? A diario vemos a navegantes salir desnudos del naufragio y volver a navegar en medio de peligros. ¿Por qué los hombres se arriesgan a diario, sino para adquirir riquezas? Ni siquiera la espada se lo impide. La falsedad es un crimen capital y, no obstante, se manipulan las herencias. Así, pues, si todo esto merece la ambición temporal, ¿cómo no lo va a merecer la herencia que es Cristo? El avaro dice en su corazón lo que quizá no se atreve a decir con su lengua: «¿Quién me separará de la ambición del oro? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución?». Todos los avaros pueden decir al oro: «Por ti somos llevados a la muerte día a día».