34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVII - CICLO C
25-34

25.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

Los textos litúrgicos de este domingo nos enseñan diversos modo de orar. Abrahán aparece en la primera lectura como modelo de oración de intercesión por los habitantes de Sodoma. En el Evangelio Jesucristo nos enseña con el padrenuestro dos modos de orar: la oración de deseo, en la primera parte, y la oración de súplica en la segunda. El texto de la carta a los colosenses no trata directamente de la oración, pero podríamos decir que ofrece el fundamento de toda oración cristiana, sobre todo de la oración litúrgica, que es el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. O tal vez se pudiera hablar de la oración que se hace vida, entrega por amor.


Mensaje doctrinal

1. La oración de intercesión. Interceder es unirse a Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres, y participar de alguna manera en su mediación salvífica. En la intercesión, en efecto, el orante no busca su propio interés, sino el de los demás, incluso el de los que le hacen mal. Normalmente se intercede por alguien que está en necesidad, en peligro o en dificultad. Así lo hace Abrahán ante la situación de Sodoma y Gomorra, a punto de ser destruidas por su maldad. La de Abrahán es una intercesión llena de atrevimiento y osadía para con Dios, pero al mismo tiempo de grandísima humildad. "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco, ¿destruirías por los cinco a toda la ciudad?". La oración de intercesión complace a Dios, porque es la propia de un corazón conforme a la misericordia del mismo Dios. Pero la eficacia divina, obtenida por el intercesor, puede encontrar acogida o rechazo en la persona por la que se intercede. Ante la intercesión de Abrahán, Dios intercede y salva a Lot y a sus hijas, pero Sodoma y Gomorra son arrasadas por el fuego.

2. La oración de deseo. Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. Por eso, en el padrenuestro que Jesucristo nos enseñó, el corazón del creyente eleva hasta Dios el deseo ardiente, el ansia del hijo por la gloria del Padre, siguiendo las huellas de Jesucristo. ¿Qué es lo que el cristiano más puede desear en este mundo? El Evangelio nos responde: Que sea santificado el nombre de Dios, que venga su Reino. El cristiano desea ardientemente que Dios sea reconocido como santo, como totalmente diferente del mundo, como el totalmente Otro, como el Trascendente que sostiene nuestra libertad y alienta nuestra hambre de trascendencia. El cristiano anhela fuertemente que se establezca el reino y reinado de Dios sobre la tierra, el reino del Mesías que abre las puertas a todos los pueblos y a todas las naciones. ¿Son éstos todos los deseos de los cristianos? Son un compendio, por eso, todos los demás buenos deseos cristianos, para que sean tales, deberán decir relación a uno de ellos dos. Una oración de deseo, al margen de Dios y de su reino, no puede ser cristiana.

3. La oración de súplica o petición. En la segunda parte del padrenuestro, pedimos a Dios por las necesidades fundamentales de la existencia humana. Las pedimos no individual, sino comunitariamente. Es la Iglesia en mí y conmigo la que pide a Dios el pan de cada día, el perdón de los pecados, la fuerza ante la tentación para todos los cristianos, para todos los hombres. Son peticiones que se hacen a Dios como Padre, y por ello con total confianza y seguridad de ser escuchados; pero son también peticiones audaces porque pedimos cosas nada fáciles, sobre todo si tenemos en cuenta el misterio de la libertad de Dios y de la libertad del hombre. Son peticiones que "conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal" (CIC 2857).

4. La oración de la vida entregada por amor. . Nuestra oración es paradójicamente también una respuesta, nos dice bellamente el catecismo. Una respuesta a la queja del Dios vivo: "A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas; respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación, respuesta de amor a la sed del Hijo único" (CIC 2561). Es la oración de la vida, de las obras de la fe y del amor, obras diarias unidas misteriosamente al gran orante con la vida que es Jesucristo. En nosotros, dada nuestra miseria, debilidad y limitación humanas, no pocas veces la oración va por un lado y la vida por otro. En Jesús la oración es vida y la vida es oración. Así es como pudo cancelar la nota de cargo que había contra nosotros y clavarla en la cruz, perdonándonos todos nuestros pecados. Jesucristo oró y murió por nuestros pecados, y con su oración y muerte nos alcanzó la vida.


Sugerencias pastorales

1. Dime cómo oras y te diré quién eres. Hay quienes piensan que el valor del hombre y su identidad se miden por su cuenta bancaria, por su rango social, por su poder sobre los demás, por su saber, por su fama...Más bien habrá que decir que el hombre es lo que ora, vale lo que ora. ¿Oras? ¿Oras de verdad, con todo el alma? ¿Oras mucho, con frecuencia? ¿Oras con oración de deseo, buscando sinceramente a Dios en tu oración? ¿Oras desinteresadamente, por quienes tienen necesidad de Dios, de su misericordia y de su amor? ¿Oras con confianza, con abandono en el poder y en la sabiduría de Dios que conoce lo que es mejor para los hombres? ¿Oras con un corazón eclesial, abierto a todos? ¿Oras, como Jesucristo, con tu vida hecha oblación por la salvación de los hombres? Si oras, y oras así, eres cristiano auténtico. Si no oras, o si tu oración está desprovista de estas cualidades, tu carné de identidad cristiana está muy maltrecho y desfigurado. Por todo esto, conviene recordar que la familia, la escuela, la parroquia deben ser también y -¿por qué no?- principalmente, escuelas de oración. No nos sucede que enseñamos muchas cosas a los niños, y ¿nos olvidamos quizá de enseñarles a orar?

2. El "gusto" de orar. La oración indudablemente no debe ser un capricho, algo que depende del tener o no tener ganas. Pero evidentemente que tampoco debe ser un tormento, algo que hago a disgusto, porque hay una ley de la Iglesia o una costumbre de familia. Orar debe ser algo que me guste, como nos gustan las cosas buenas. Nos gusta hablar con los amigos, ¿hay un mejor amigo que Dios? Nos gusta aprender cosas, ¿hay mejor maestro que el mismo Dios? Nos gusta sentirnos queridos y amados, ¿hay alguien que nos ame y nos quiera más que Dios Nuestro Señor? Este gusto, como muchas veces no es sensible, nos resulta algo más difícil. Como es un gusto espiritual, es un gusto que sólo el Espíritu Santo nos puede regalar. Por tanto, más que esforzarse por gustar la oración, habremos de esforzarnos por pedir al Espíritu el gusto de orar. Él, que conoce el interior de cada hombre, es quien infunde en la intimidad de cada uno este gusto por la oración. ¿Te "gusta" la oración en el recinto secreto de tu corazón, a solas con Dios? ¿Te "gusta" la oración comunitaria, por ejemplo, el rosario en familia o en la Iglesia, y sobre todo la santa misa, oración suprema de la Iglesia al Padre por medio de Jesucristo? Si todavía no lo tienes, descubre el gusto de la oración y pide al Señor que nos lo conceda a todos los cristianos. El gusto de orar es una riqueza para cada cristiano y para toda la Iglesia.


26. DOMINICOS 2004

Hay cosas que no se aprenden en la escuela. Ni necesitamos realizar un cursillo para empezar a ejercitarlas. Hay cosas que aprendemos por nosotros mismos y las ejercitamos al ritmo de la vida. Simplemente se empieza y se va mejorando con la práctica. Una de esas cosas es el hablar. Quizás se acuerden cuando sus hijos comenzaron a hablar. Primero vinieron los balbuceos, después las primeras palabras y finalmente las primeras frases. Las primeras palabras de un niño siempre tienen un aire misterioso. ¿De dónde viene que una buena mañana o una buena tarde comenzaran a articular la primera palabra? Quizás no haya otra explicación que el ser humano es comunicativo. Que necesitamos contar a otros lo que nos ocurre. Que necesitamos llamar a los que nos rodean y relacionarnos con ellos.

 Comentario Bíblico
La oración, intimidad con Dios como Padre entrañable

Iª Lectura: Génesis (18,20-32): Interceder ante Dios en beneficio de los otros
I.1. La primera lectura de este domingo es la continuación del anterior. Se trata del célebre relato de la destrucción de Sodoma y Gomorra, las ciudades con fama de depravadas en el valle del Siddim, en el sur del Mar Muerto. Es un relato que se ha prestado a todo tipo de hipótesis arqueológicas en torno a esa depresión del valle del Jordán, que es uno de los fenómenos más originales de la naturaleza, a 400 metros bajo el nivel del Mediterráneo. La Biblia lo llama el yâm hammélah (mar de la Sal), y popularmente se le conoce por Muerto, desde el tiempo de los griegos, porque no hay vida debido a la gran densidad de sal.

I.2. Todo esto explica la leyenda de este lugar, de la estatua de sal de la mujer de Lot y otros pormenores. Probablemente es una leyenda para explicar lo terrible de la vida allí, aunque la industria de todos los tiempos han logrado del asfalto y otros minerales sus beneficios. Pero la lectura de hoy viene para poner de manifiesto la intercesión de Abrahán a Dios por los justos, por sus familiares. Es una explicación de cómo el hombre de todos los tiempos, y muy especialmente el de la antigüedad recurre a lo divino frente a las leyes de la naturaleza.



IIª Lectura: Colosenses (2,12-14): El bautismo: sumergirse en la vida de Cristo
La carta a los Colosenses prosigue con su mensaje. En este caso es un texto bautismal, una pequeña catequesis sobre el bautismo cristiano, sobre el efecto de este sacramento: nos incorpora al misterio de Cristo, a su muerte y resurrección. Es un mensaje que se parece mucho al de Rom 6. Dios nos da la vida en Cristo y esto se expresa en la mediante el bautismo.


Evangelio: Lucas (11,1-13): Dios como Padre: ¡un misterio de intimidad!
III.1. El evangelio de Lucas nos ofrece hoy uno de los pasajes más bellos y entrañables de ese caminar con Jesús y de la actitud del discipulado cristiano. Cuando Jesús está orando, los discípulos quieren aprender. Sienten que Jesús se transforma. Jesús, en el evangelio de Lucas, ora muy frecuentemente. No se trata simplemente de un arma secreta de Jesús, sino de una necesidad que tiene como hombre de estar en contacto muy personal con Dios, con Dios como Padre. Todos conocemos cuál es la oración de Jesús, y como esa oración no se la guarda para sí, sino que la comunica a los suyos. Por lo mismo, la predicación de Jesús ha de revelar el sentido del Padrenuestro. Este es el primer fundamento en que se basa la explicación que se ha de dar. Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús, quiere decir Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús. Y sólo sabrá rezarlo quien sepa escuchar primeramente la predicación de Jesús.

III.2. Debemos notar que el Padre es "la oración específica del discípulo de Jesús", ya que Lucas nos dice con claridad que los discípulos se lo han pedido y él les ha enseñado. Y los discípulos se lo pidieron para que ellos también tuvieran una oración que los identificara ante los demás grupos religiosos que existían. En consecuencia es una oración destinada para aquellos que "buscaron" el Reino de Dios, con plena entrega de vida; para aquellos que convirtieron el Reino de Dios en el contenido exclusivo de su vida. Pues cuando Jesús nos enseña cómo y qué es lo que hemos de orar, entonces nos está enseñando implícitamente cómo deberíamos ser y vivir, para poder orar de esta manera.

III.3. ¿Qué significa Padre (Abba)? No es un nombre de tantos para designar a Dios, como ocurría en las plegarias judías. Lo de Lucas, pues, no es más que el original arameo de la invocación de Jesús. Y era la expresión de los niños pequeños, con la significación genuina de "Padre querido". Así, pues, Jesús habla con Dios en una atmósfera de intimidad verdaderamente desacostumbrada. Y enseña a sus discípulos a hacer otro tanto. Toda la predicación de Jesús está confirmando esto mismo. Cuando Jesús, con palabras estimulantes, alienta para que los discípulos estén persuadidos previamente en la oración de una confianza sin límites. No se trata, pues, de un título más, frío o calculado, sino de la primera de las actitudes de la oración cristiana.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía

Las acciones más básicas de la vida humana como reír, llorar, hablar o andar no se aprenden en la escuela, ni después de realizar un cursillo. Se adquieren por uno mismo a partir de determinadas circunstancias de la vida. Es verdad que los demás nos han ayudado a ejercitarlas. Pero no se trata de una ayuda especialmente programada. Es una ayuda surgida al ritmo de la vida cotidiana, y que viene después de que nosotros hayamos dado el primer paso.


La oración es una de esas cosas que se aprenden sin cursos especiales. La oración también se ejercita por uno mismo en la medida en que percibimos que Dios nos rodea y toca nuestra vida. En esos momentos nos dirigimos a Él y hablamos con Él. Le contamos nuestras cosas, le decimos gracias y le pedimos su ayuda. Quizás todos podamos acordarnos de nuestros primeros momentos de oración. No hemos necesitado de muchas complicaciones ni de formulas aprendidas de memoria. Simplemente hemos hablado con Dios. Le hemos saludado y le hemos contado como nos encontrábamos. Los mejores momentos de oración son como las mejores conversaciones con nuestros amigos. Simplemente charlamos con tranquilidad contando a Dios nuestras alegrías, nuestras preocupaciones y nuestros temores.


Todos hemos aprendido a hablar sin demasiado esfuerzo. Pero una vez que lo hemos aprendido sabemos que hay situaciones en las que resulta más difícil dirigirnos a otras personas. Hay momentos en los que nos faltan las palabras adecuadas. Hay situaciones en las que el dolor ahoga nuestras frases. O hay alegrías tan grandes que para expresarlas nuestro lenguaje nos parece pequeño y ridículo. En esos momentos tenemos que recurrir a frases hechas. O recurrimos a las palabras que otros nos prestan. Hay ocasiones en las que para expresar el sentido de lo que vivimos acudimos al texto de un poeta, o a las palabras que alguna vez escuchamos a otra persona.


Con la oración ocurre lo mismo. Normalmente oramos a Dios con nuestras palabras y sin mayores complicaciones ni formulas hechas. Pero también hay situaciones en las que queremos hablar con Dios y nos faltan las palabras. Hay momentos en los que Dios no está tan presente en nuestra vida, en los que parece que ha desparecido de nuestra existencia. O simplemente hay ocasiones en las que tengo que rezar con otras personas. En estos momentos para rezar no basta con mi lenguaje. Necesitamos un lenguaje común.


Porque hay veces que necesitamos palabras para rezar, todas las tradiciones religiosas de la humanidad tienen formulas oracionales. A ellas se recurre para expresar lo que uno siente en determinadas circunstancias. Por eso también Jesús enseñó a sus discípulos a orar. Él sabía que para orar no hacen falta muchas palabras. Él sabía que el ser humano habla con Dios a partir de sí mismo. Pero también sabía que hay veces que el lenguaje se paraliza y no sabemos como dirigirnos a Dios. O hay ocasiones en las que tenemos que rezar juntos y no en solitario. Para esas ocasiones Jesús nos enseñó el padrenuestro.


Los poemas hacen presentes aquellas cosas que no vemos y que sin embargo nos tocan muy adentro. Sabemos que hay cosas que nos tocan, aunque no tengan forma visible. La libertad, la amistad, el amor, la fidelidad son algunas de esas cosas. Para hacerlas presentes necesitamos nombrarlas, decirlas. Y necesitamos hacerlo de un modo adecuado. Jesús es un poeta, es el poeta de Dios Padre. Uno de los poemas que nos dejó fue el padrenuestro. En este poema quiere hacer presente a Dios está aunque no le veamos; su reino de felicidad y plenitud aunque el dolor nos rodee; la reconciliación aunque el rencor y el orgullo construyan abismos de distancia. Cuando en nuestra vida se oscurezca Dios, cuando la vida nos resulte más dura que lo acostumbrado, cuando el orgullo nos impida decir perdón… siempre podemos mirar al cielo, unir nuestras manos a otros y decir: Padre nuestro… venga tu reino… perdona nuestras ofensas…


Ricardo de Luis Carballada, OP
ricardodeluis@dominicos.org


27. I.V.E. 2004

Comentarios Generales

GÉNESIS 18, 20-32:

Este hermoso diálogo entre Abraham y el Señor, verdadero diálogo entre dos amigos, o mejor, filial audacia de un hijo que quiere rendir a su padre, nos brinda enseñanzas perennes:

- La oración de la humildad, la mediación de un alma fiel, rinde al Señor: “Mi Señor, aunque yo soy polvo y ceniza... Si se hallaran en Sodoma diez justos, ¿no lo perdonarías?” (18, 32). Lo maravilloso es que en este forcejeo es Dios el débil. Dios se rinde a la oración humilde. Los profetas de Israel, con la oración desarmarán a Dios: “Perdona, Señor, perdona la iniquidad de tu pueblo según la grandeza de tu misericordia... Yahvé respondió: “Le perdono según me pides” (Nm 14, 2).

- Otra enseñanza de este bellísimo diálogo es que los méritos de los justos ahuyentan el castigo de la cabeza de los impíos. Es decir, el principio de “solidaridad” no sólo se aplica en el castigo, sino también en la expiación: La virtud de diez justos habría expiado la maldad de Sodoma: “Haces misericordia hasta la milésima generación de los que te aman” (Ex 20, 5).

- Esta página de la Biblia nos prepara para entender el gran misterio de nuestra “solidaridad” con el único Justo y Mediador y Expiador: Jesucristo. Un día dijo Dios a Jeremías: “Recorred las calles de Jerusalén; investigad, informaos. Buscad por sus plazas; a ver si halláis un justo, uno solo que camine en la verdad. Y yo perdonaré a esa ciudad. Oráculo de Yahvé” (Jer 5, 1). Ahora sabemos que por un solo Justo que Dios ha hallado entre los hombres, todos hemos sido perdonados y salvados: “la misericordia y la gracia de Dios, por los méritos de un solo hombre, Jesucristo, desbordó sobre la muchedumbre. Y todos al recibir el desbordamiento de la gracia, y de los dones, y de la salvación, reinarán en la vida por obra de uno solo: Jesucristo” (Rom 5, 15. 17).

COLOSENSES 2, 12-14:

San pablo nos expone cómo en virtud de nuestra “solidaridad” con Cristo, Este puede ser el intercesor y expiador a favor nuestro. Y nosotros podemos enriquecernos con la gracia de Cristo:

- Las riquezas de Cristo-Redentor que llegan a nosotros por ley de “solidaridad” son: El perdón de todos nuestros pecados y la vivificación por Cristo y en Cristo: “Estabais muertos por vuestros pecados; Dios os convivificó en Cristo y os condonó todos los pecados” (Col 2, 13). Queda expresada en este breve versículo la riqueza de la redención: Perdón de pecados y gracia o vida divina. Y la razón o raíz del misterio: “En Cristo”. Por la Encarnación el Hijo de Dios se hace nuestro hermano. Expía por nosotros. Nos hace partícipes de su vida divina. Ahora en Él somos ya hijos de Dios. En ley de solidaridad Él es nuestro hermano y nosotros hijos de Dios.

- Otro fruto de la Redención es la anulación de la Vieja Alianza. Cristo inaugura, y rige, y preside la Alianza Nueva. Alianza ya de amor. El amor eterno del Padre al Hijo llega también a nosotros en Cristo; pues en Cristo somos hijos de Dios.

- El Bautismo (signo sacramental) y la fe (respuesta personal) son la aportación nuestra a la obra del Redentor (v 12). Tenemos solidaridad con Adán por la ley de naturaleza y en virtud de la generación. Tenemos solidaridad con Cristo por gracia. De esta gracia es signo el Bautismo. Es la gracia de la regeneración que se da a los que creen: “El que no nace del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los cielos” (Jn 3, 5).

LUCAS 11, 1-13:

En este pasaje, verdadero tratado teológico de la oración, hallamos instrucciones relevantes:

- Jesús encarece la fuerza que tiene ante Dios nuestra oración. La parábola de un amigo que no puede resistirse a las demandas reiteradas e importunas del amigo (5-8); y, sobre todo, las expresiones o comparaciones de un hijo que si pide un pan a su padre éste no le dará una piedra, y si le pide al padre un pez, éste no le dará una serpiente, y si le pide un huevo no le dará un escorpión, dan un tono victorioso o inatacable a la formulación final de Jesús: “Si, pues, vosotros, que sois malos, sabéis hacer a vuestros hijos regalos buenos, ¿cuánto más vuestro padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (v 13).

- Ya sabemos, pues, qué es la oración: Es dialogar filialmente, en clima de amor y confianza audaz y filial, con el Padre celeste. Es pedirle regalos buenos con la seguridad de que los obtendremos. En efecto, siempre que oramos, siempre que nos ponemos en relación con el Padre, recibimos de El Espíritu Santo, Vida divina.

- La fórmula de oración enseñada por Jesús se nos da en Lucas más abreviada que en Mateo, pero conserva en sustancia las mismas peticiones: “¡Padre!”: Esta invocación es la síntesis del mensaje de Jesús. Vino a revelarnos y a regalarnos el amor y la vida del Padre. Jesús nos regala su filiación. A nivel del Hijo, con tono filial, íntimo, cordial, hasta candoroso e infantil, le decimos a Dios: ¡Abba! ¡Padre!.

- Y le pedimos que su Nombre sea glorificado; su Reino (su Gracia), establecido y consumado, y su voluntad, su plan de salvación, realizado y plenamente cumplido. Y para nosotros le pedimos al Padre el Pan para la subsistencia diaria. Nosotros, pueblo peregrino, recibiremos, como los judíos en el desierto, el alimento que el Padre celeste nos da. Igualmente le pedimos el perdón de los pecados y culpas; y el no sucumbir a las tentaciones del Maligno. Oración empapada toda ella del espíritu filial que suscita en nosotros el Espíritu Santo (R 8, 15).


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CArd. D. ISIDRO GOMA Y TOMAS

El Padrenuestro

En contraposición a la gárrula palabrería de los gentiles, da Jesús una fórmula brevísima de oración, que Tertuliano ha llamado “el breviario de todo el Evangelio”, y cuya riqueza, según testimonio de un exégeta racionalista, ha demostrado la experiencia de todos los siglos: es el “Padrenuestro”, con el que no se reprueban las demás fórmulas legítimas de plegaria, y que indica lo que hemos de pedir y el afecto con que debemos hacerlo. Consta de una breve invocación y de siete peticiones, las tres primeras relativas a Dios, y las cuatro últimas a nosotros mismos: Vosotros, pues, así habéis de orar, no con la garrulería de los gentiles, sino pidiendo cosas justas y que atañen a la gloria de Dios y a nuestro bien.

Padrenuestro, que estás en los cielos. Es un exordio lleno de suavidad. La paternidad de Dios era conocida en el Antiguo Testamento (Deut. 32,6; Eccli. 23,1; Is. 63,16, etc.); pero no se le invoca a Dios como Padre. En el Nuevo Testamento se ha revelado de una manera especial la paternidad de Dios para con el hombre en los misterios de la Encarnación, Pasión y Muerte de Jesús. Es Padre “nuestro”, para significar la universalidad de este título de Dios y de la hermandad de los hombres. “En los cielos” mora este óptimo Padre, porque los cielos son especialmente su trono (Ioh. 22,12; Ps. 2,4; Is.66, 1). Con esta invocación reconocemos la benignidad, el poder y la majestad de Dios, y con ello nos conciliamos su benevolencia ya al principio de la plegaria.

Santificado sea el tu nombre. El nombre de Dios es representativo de su mismo ser, y el ser de Dios es santidad esencial. Con esta petición queremos significar que es nuestro anhelo sea Dios conocido, amado y glorificado por toda criatura. Santificar equivale aquí a venerar y glorificar. Hacemos con ello cuanto está en nosotros para asemejarnos a los ángeles, que en el cielo cantan el “Santo, Santo, Santo...” (Is. 6, 3). Y entramos en la misma intención de Dios, que ha creado todas las cosas para su propia gloria.

Venga a nos el tu reino. El Reino de Dios es el reino sobrenatural de la gracia y de la gloria, a que Dios plugo llamar al hombre, ya en su creación; del cual cayó Adán y al que fuimos reintegrados por Cristo. Pedimos, pues, aquí, la extensión e intensificación de la doctrina y de la santidad de Cristo en el mundo y el logro de la bienaventuranza del cielo. En ello se comprende la remoción de obstáculos, la derrota de los enemigos, el triunfo y dilatación de la Iglesia, etc. La intensificación y dilatación del reino de Dios es la mejor manera de glorificar su nombre.

Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Cúmplase absolutamente la voluntad de Dios en los cielos (Ps. 102, 21; Hebr. 1, 14).- Expresamos aquí nuestro deseo de que la obediencia de los hombres a los mandatos de Dios sea perfecta, ideal, como la de los ángeles en el cielo. No sólo la voluntad de beneplácito, con la que quiere Dios lo que absolutamente quiere que sea y que nadie puede impedir; sino la voluntad, de signo u optativa, significada en los preceptos de orden moral que nos impone y a la que puede resistir la voluntad del hombre.

Danos hoy nuestro pan sobresubstancial. Nos ha enseñado a pedir lo que es de Dios; ahora baja a socorrer nuestras necesidades. El pan es alimento complejo, representativo de toda suerte de alimentos. “Sobresubstancial”, equivale, en el sentir de la mayor parte de los exégetas, a “necesario para nuestra subsistencia”. En el pasaje paralelo de Lc. (11,3), la misma palabra griega se traduce por “cotidiano”, como tenía también la antigua Itala en este lugar de Mt. San Jerónimo conservó el “cotidiano” en el tercer Evangelio y le substituyó por “sobresubstancial” en el primero: prueba de que en ambos se trata del pan material. Le pedimos para hoy, para significar nuestra perpetua dependencia del Padre. Así, en esta cuarta petición, después de haber pedido para la gloria de Dios, imploramos de su providencia el diario sustento de nuestra vida. Y nada más que el ordinario sustento, con lo que Jesús no quiere que pidamos cosas superfluas de lujo y comodidades. Por una aptísima acomodación, que autoriza el mismo Jesús al llamarse así mismo “pan vivo” (Ioh. 6, 35), entienden muchos intérpretes esta petición de la Santísima Eucaristía.

Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Después de haber pedido para la vida del cuerpo, lo hacemos para la del alma. El espíritu vive por la justificación, y ésta supone la remisión de los pecados, verdaderas deudas que tenemos contraídas ante Dios y que no podemos apagar si él no nos las condona. Alegamos como causa motiva de nuestro perdón el que nosotros condonamos a nuestros prójimos las faltas que contra nosotros hayan cometido. Si no se las perdonamos, restamos razón y eficacia a nuestro ruego. Con lo que significamos que nos llegamos a Dios en la oración sin odios, ni rencores, ni espíritu de venganza contra el prójimo, sino con espíritu de fraternidad, que no en vano se lo pedimos al “Padrenuestro”.

Y no nos dejes caer en la tentación. Pedido perdón de los pecados pasados, rogamos a Dios nos libre de los futuros. Tentación es todo aquello que nos pone en peligro de pecar o es incentivo del pecado. No pedimos a Dios que no seamos tentados, siendo la tentación una condición necesaria de la vida cristiana; sino que no consienta nos veamos expuestos a tales condiciones y circunstancias de vida, ocasiones, cargos, etc., que importen a nuestra debilidad la segura derrota, con lo que reconocemos la providencia paternal de Dios sobre nosotros y su poder en socorrernos con su gracia.

Mas líbranos del mal. En esta última petición se concretan todas las anteriores. En ella pedimos a Dios nos libre de todo mal, físico y moral, pretérito, presente y futuro. Algunos santos Padres, traduciendo el “mal” en sustantivo, traducen: “mas líbranos de lo malo, o demonio”, haciendo de esta petición una continuación de la anterior. Es más propia la primera interpretación.

Amén. Es el resumen de toda oración, fórmula optativa con que pedimos a Dios nos conceda todo lo que le hemos pedido, y que no debe confundirse con los frecuentes “amén”, “amén”, con que Jesús añadía fuerza a sus afirmaciones.

Explica luego Jesús la petición quinta, relativa al perdón de nuestros prójimos, para demostrar que cuantos más fáciles seamos en perdonar los pecados de los demás, más seguro tendremos el perdón de nuestros pecados por parte de Dios: Porque si perdonareis a los hombres sus pecados, os perdonará también vuestro Padre celestial vuestros pecados. Condición que repite, para darle más fuerza, en su forma negativa: Mas si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados. Una venerable tradición dice que Jesús enseñó por segunda vez la oración del “Padrenuestro” en la ladera occidental del monte Olivete, sobre el Huerto de Getsemaní. Levántase allí, edificada sobre las ruinas de una iglesia que se remontaba más allá del siglo VII, un bello templo llamado del Paternoster, en cuyos claustros se halla reproducida la oración dominical, en cuadros simétricos de ladrillo barnizado, en gran número de lenguas de todas las partes del mundo. Es un hermoso homenaje a la sublime plegaria y al Hombre-Dios que nos la enseñó. Los últimos terremotos, año 1927, dejaron la iglesia en estado ruinoso.

(card. Gomá, El Evangelio Explicado, vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., 1966, p. 526-529)


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La ciencia de la Oración

Explicación. – Después que en el capítulo anterior ha dado Jesús, según San Lucas, a sus discípulos las normas para enseñar (10, 1-24) y para vivir (10, 25-42), les enseña ahora a bien orar. Doctrina y vida ajustada se logran por la oración. El fragmento se divide en tres episodios: la oración de Jesús (1-4), la parábola del amigo importuno (5-8) y la aplicación de la misma (9-13); de estos tres, sólo el segundo es nuevo: la oración del Padre Nuestro es en Lc. una abreviación de la de Mt.; y la aplicación de la parábola es una repetición, casi a la letra, de Mt. (7, 7-11). No es improbable, ni de extrañar, que Jesús las repitiera en distintas ocasiones.

Circunstancias: LA ORACIÓN DE JESÚS (1-4).- Y aconteció que estando orando en cierto lugar... Parece ser que tuvo lugar este episodio sobre el tiempo en que ocurrieron hechos anteriormente narrados; intérpretes de gran nota lo colocan inmediatamente después de la parábola del buen pastor. Cuanto al lugar, la tradición no lo ha conservado; creen algunos que ocurrió el hecho en el monte de los Olivos, donde solía Jesús retirarse a orar. En ocasión en que lo había hecho, cuando acabó, movido sin duda por su ejemplo, le dijo uno de sus discípulos, quizás uno recientemente elegido, pues no conoce la oración dominical: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos; por el testimonio que el Precursor había dado de Jesús, era de suponer que éste enseñaría una oración perfectísima.

Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre... La fórmula de Lc. es una abreviación de la análoga de Mt.; de las siete peticiones de ésta, sólo tiene cuatro la de este fragmento. (…) La causa de la diferencia entre ambas fórmulas de la oración dominical se explica de dos maneras: o bien fue el mismo Jesús quien dio las dos fórmulas en distintas ocasiones, enseñando a orar a distintas clases de oyentes, o una misma fórmula hubiese sido abreviada por la tradición oral de los primeros discípulos, recogiéndola así el tercer Evangelista. Ambas opiniones son probables, tanto más cuanto que las peticiones que en esta fórmula faltan pueden comprenderse en las que se consignan.

PARÁBOLA DEL AMIGO IMPORTUNO (5-8).- A la fórmula de la plegaria añade Jesús una parábola para demostrar la eficacia de la oración y la necesidad de perseverar en ella: Les dijo también, sobre el mismo asunto, ¿Quién de vosotros tendrá un amigo, e irá a él a media noche, cuando el sueño es más profundo, y le dirá: Amigo, préstame tres panes, porque acaba de llegar de viaje un amigo mío, y no tengo qué ponerle adelante...? Las condiciones de la petición son para mover a un amigo: el viandante ha llegado a altas horas de la noche, porque el calor del día no le ha consentido viajar; su fatiga es grande y debe recobrar sus fuerzas: el dueño de la casa no tiene qué darle de comer, porque en el oriente se acostumbra cocer pan sólo para el día; el otro amigo, de familia más numerosa, tiene, quizás, algunos panes sobrantes que son pequeños. Pero en la hipótesis de la parábola, el amigo solicitado pone reparos: Y el otro respondiese de dentro, diciendo: No me seas molesto, fórmula expresiva de mal humor, ya está cerrada la puerta, sólidamente, y no puede abrirse sin trabajo y sin ruido, y mis hijos (pueri, mejor que criados, como vierte San Agustín) están conmigo en la cama: están durmiendo en mi misma habitación y no conviene despertarlos: no me puedo levantar a dártelos; es decir, no quiero, para evitar tantas molestias.

Pero en la tenacidad, la insistencia, la despreocupación en los ruegos son capaces de lograr lo que la afección no pudo: Y si el otro perseverare llamando a la puerta, hasta faltando a toda conciencia, os digo, que no se levantase a dárselos por ser su amigo, cierto por su importunidad, casi por su imprudencia, se levantaría, y le daría cuantos panes hubiese menester, con tal dejara de importunarle.

APLICACIÓN DE LA PARÁBOLA (9-13).- Estos versículos (…) son representación casi literal de los de Mt. 7, 7-11. Sólo ofrece el texto de Lc. dos modificaciones con respecto al de Mt. A los dos ejemplos del pan y del pez, añade Lc. un tercero (v. 12): O si le pidiere un huevo, ¿por ventura le alargará un escorpión? Como ciertas piedras se parecen al pan, y ciertos peces afectan la forma de serpiente, así el escorpión de la Palestina, cuando se arrolla sobre sí mismo, puede asemejarse a un huevo, por su color y tamaño. Además, la expresión general de Mt.: < ¿Cuánto más vuestro Padre dará bienes…?>, es substituida en Lc. (v. 13) por la frase más concreta: ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a quienes se lo pidieren? El <espíritu bueno> de la Vulgata es aquí el Espíritu Santo, el máximo de los bienes que recibe el hombre, porque él es quien habita en nosotros con la gracia santificante y nos ayuda poderosamente a toda obra buena: sus dones y sus frutos son espléndida manifestación de la vida divina en nosotros.

Lecciones morales.- A) v. 1.- Señor, enséñanos a orar...- Jesús ora, y enseña el arte de orar. Ora con gran humildad y largo tiempo, con suma reverencia, como lo demuestra el que el discípulo no se atreva a interrumpirle. Ora, porque aunque como Dios goza de la plenitud de toda posesión, y nada le falta, como hombre quiso someterse a la ley de la plegaria, rogando por todos, por todo y para todos. Su oración ha sido la más agradable a Dios y la más eficaz para nosotros. Y enseña a orar, porque una nueva religión y una nueva vida espiritual importan una nueva plegaria, ya que esta es el acto más universal de la religión, y como la síntesis de la vida del alma. Jesús, fundador de la religión cristiana, es el autor de la religión cristiana.

B) v. 2- Cuando orareis, decid: Padre...- Hay dos modos de oración, dice San Basilio: uno de alabanza y de humildad, y otro, más inferior, de petición. Siempre que orares, no empieces por pedir sino por alabar: <Padre…>; olvida un momento a toda criatura visible e invisible, para alabar ante todo al Creador de todas las cosas.

C) v. 5.- Les dijo también...- Porque hubiese podido suceder, dice San Cirilo, que los discípulos hubiesen utilizado en la oración la misma fórmula que les enseñó Jesús, pero con negligencia y debilidad; y que después de haberla proferido una o dos veces, viendo que no alcanzaban lo que querían, hubiesen desistido de la plegaria: lo que hubiese sido su ruina. Por ello propuso la parábola del amigo importuno, para que aprendiéramos que la pusilanimidad en la oración es nociva, y que es utilísimo tener en ella constancia y energía.

D) v. 5.- Y le dirá: Amigo...- Este amigo es Dios, dice Teofilacto, que a todos ama, y que quiere que todos sean salvos. Y ¿quién más amigo que el que nos dio su propio cuerpo?, dice San Ambrosio. Amigo inmensamente rico, que puede colmar todo vacío de nuestra vida; verdadero amigo, que acaba siempre por darnos lo que legítimamente le pedimos; amigo atentísimo, dispuesto a oírnos día y noche, que no se enoja de que le pidamos, como el de la parábola, sino que nos solicita a que tratemos con él de nuestras miserias. No temamos ser importunos a Aquel para quien siempre la buena oración es esperada y oportuna.

E) v. 12.- O si le pidiere un huevo...- Dios, dice Orígenes, no da cosas nocivas en vez de las útiles y nutritivas, lo que viene representado por el huevo y el escorpión. Siempre mejora Dios nuestra oración en cuanto si le pedimos cosas inconvenientes o nocivas nos las niega, como un buen padre niega al hijo lo que puede dañarle: y en cuanto nos da más y mejor de lo que pedimos si nuestra oración tiene las debidas condiciones. Que el gran Padre de familias tiene siempre insospechados tesoros y abismos insondables de bondad con que regala y hasta sorprende a sus hijos.

(card. Gomá, El Evangelio Explicado, vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., 1967, p. 171-174)



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Santo Tomás de Aquino

EXPOSICIÓN DEL PADRENUESTRO

I.

1. La oración dominical es la principal entre todas las oraciones.

A) Reúne en efecto las cinco cualidades que en la oración se requieren. Porque la oración debe ser confiada, recta, ordenada, devota y humilde.

2. a) La oración debe ser ante todo confiada, de modo que nos acerquemos con confianza al trono de la gracia, como se dice en la epístola a los Hebreos (4, 16). Debe proceder también de una fe sin defecto, como se recomienda en la carta del apóstol Santiago: Si alguno de vosotros carece de sabiduría, pídala a Dios..., pero pídala con fe, sin sombra de duda (1, 6).

Ahora bien, el Padrenuestro es la oración que ofrece el fundamento más seguro a la confianza, porque fue compuesta por Cristo, nuestro abogado, que es el más sabio de los orantes, en quien se encuentran todos los tesoros de la sabiduría (cf. Col. 2, 3), de quien S. Juan ha dicho: Tenemos junto al Padre un abogado, Jesucristo, el justo (1 Jo. 2, 1). Por eso S. Cipriano escribe en su libro “Sobre la oración dominical”: “Teniendo a Cristo como abogado junto al Padre por nuestros pecados, al pedir perdón por nuestros delitos usemos las palabras de nuestro abogado”

El Padrenuestro cimenta también firmemente la confianza de que seremos escuchados por el hecho de que el mismo Cristo, que nos enseñó esta oración, la escucha juntamente con el Padre, según aquello que dice el Señor en la Escritura: Clamará a mí y yo lo escucharé (Ps. 90, 15). POr lo que escribe S. Cipriano: “Rogar a Dios utilizando sus mismas palabras es oración amistosa, familiar y devota”. Nadie dice jamás esta oración sin algún fruto, pues por la misma se perdonan los pecados veniales, según enseña S. Agustín.

3. b) Nuestra oración debe, en segundo lugar, ser recta, de modo que el que ore pida a Dios aquellas cosas que verdaderamente le convienen. “La oración”- dice S. Juan Damasceno- “es la petición a Dios de las cosas que conviene pedir”. Muchas veces la oración no es escuchada porque en ella se piden cosas inconvenientes. Pedís y no recibís, porque pedís mal, escribe Santiago (4, 3). Es muy difícil saber lo que se ha de pedir, por ser muy difícil saber lo que se debe desear. No se puede pedir lícitamente en la oración sino aquello que lícitamente se puede desear. Por eso dice el Apóstol que no sabemos pedir como conviene (Rom 8, 26).

Sin embargo, tenemos un maestro que es el mismo Cristo. Él nos enseñará lo que nos conviene pedir. Los Discípulos le dijeron: Señor, enséñanos a orar (Lc. 11, 1). Por tanto, los bienes que Él nos enseñó a pedir en la oración, se piden con toda rectitud. “Si recta y convenientemente oramos”- comenta S. Agustín- “cualesquiera sean las palabras que utilicemos, no haremos sino repetir lo que ya se encuentra en esta oración dominical”.

4. c) También la oración debe ser ordenada como el deseo, ya que ella es intérprete del deseo.

El orden conveniente consiste en que prefiramos en nuestros deseos y oraciones, los bienes espirituales a los carnales y los celestiales a los terrenos, conforme a la recomendación del Señor: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura (Mt. 6, 33). Es lo que el Señor nos enseñó a guardar en esta oración: en ella se piden primero las cosas celestiales sólo después las terrenas.

5. d) Además la oración debe ser devota, porque la unción de la devoción hace que el sacrificio de la oración sea aceptable a Dios, según aquello del salmo: En tu nombre, Señor, alzaré mis manos, y mi alma se empapará como de untura y de gracia (Ps. 62, 5-6). La devoción se debilita muchas veces por la extensión de la oración. Por ello el Señor nos enseñó a evitar la extensión excesiva en la oración: No habléis mucho al orar, nos recomienda el Evangelio (Mt. 6,7). Y S. Agustín, escribiendo a Proba, le dice también: “Cuida que en tu oración no haya abundancia de palabras; sin embargo, si tu voluntad persevera fervientemente, no dejes de suplicar con intensidad”. Esta es la razón por la que el Señor quiso que el Padrenuestro fuera una oración breve.

6. La devoción nace de la caridad, que es amor a Dios y al prójimo. En la oración dominical se ponen de manifiesto ambos amores. En efecto, para mostrar nuestro amor a Dios, lo llamamos “Padre”, y para significar nuestro amor al prójimo, rezamos por todos en general diciendo: “Padre nuestro...perdónanos nuestras deudas”, porque es el amor al prójimo el que nos incita a expresarnos así.

7. e) Finalmente la oración debe ser humilde. Dios miró la oración de los humildes, leemos en el salterio (Ps. 101, 18); cosa que el Señor confirmó en la parábola del fariseo y el publicano (Cf. Lc. 18, 9-15). Por eso Judit, orando al Señor le decía: Siempre te agradó la súplica de los humildes y de los mansos (Jud 9, 16).

Humildad que se observa por cierto en el Padrenuestro, pues hay humildad verdadera cuando uno nada espera en sus propias fuerzas, sino que espera alcanzarlo todo del poder divino.

II.

8. B) Tres son los beneficios que produce la oración.

a) En primer lugar es un remedio útil y eficaz contra los males.

En efecto, libra ante todo de los pecados cometidos. Tú perdonaste, dice el Salmista, la impiedad de mi pecado; por ello todos los hombres santos elevarán hacia Ti su oración (Ps. 31, 5-6). Así oró el ladrón en la cruz, y obtuvo perdón, como se ve por la respuesta de Cristo: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc. 23, 43).

La oración libra también del temor de los pecados futuros, de las tribulaciones y tristezas. ¿Está triste alguno entre vosotros? , escribe Santiago. Que ore (5, 13) con ánimo sereno.

Asimismo la oración libra de las persecuciones y de los enemigos. Leemos, en efecto, en el salterio: en vez de amarme, me acusaban, pero yo hacía oración (Ps 108, 4).

9. b) En segundo lugar, la oración es un medio útil y eficaz para obtener todo lo que se desee. Todo cuanto pidáis en la oración, dice Jesús, creed que lo recibiréis (Lc. 11, 24). Si no somos escuchados, es que no pedimos con insistencia: Hay que orar siempre, y no desfallecer, dice Jesús (Lc. 18, 1); o porque no pedimos lo que más conviene a nuestra salvación, ya que, como enseña S. Agustín: “Bueno es el Señor, que con frecuencia no nos da lo que pedimos, para darnos los bienes que preferiríamos” (si nuestra voluntad estuviese más conforme con la suya). S. Pablo es un ejemplo de ello ya que habiendo pedido tres veces verse librado de un punzante dolor en su cuerpo, no fue escuchado (Cf. 2 Cor 12, 8).

10. c) En tercer lugar, la oración es útil porque nos familiariza con Dios. Asciende mi oración como incienso en tu presencia, oraba el Salmista (Ps. 140, 2).

(Santo Tomás de Aquino, El Padrenuestro comentado, Athanasius/Scholastica, Bs. As., 1991, p. 23-33)


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catena aurea

(San Cirilo). Jesús encierra en sí la plenitud de todo lo bueno ¿por qué ora si es perfecto y de nada necesita? A esto respondemos, que, conforme a su encarnación, puesto que así lo había querido, debía cumplir en su tiempo conveniente las cosas humanas: si pues comió y bebió, no era impropia de él también la oración, para enseñarnos a que no fuéramos perezosos respecto de ella, sino que la ejercitáramos con toda atención.

(San Gregorio Niceno). Explica a sus discípulos la doctrina de la oración, puesto que ellos le piden con insistencia que se las enseñe, manifestándoles como deben implorar a Dios para ser oídos.

Observa cuánta preparación se necesita para poder decir a Dios: Padre; porque si diriges tu vista a las cosas mundanas, o ambicionas las gloria humana, o sirves el apetito de tus pasiones, pronunciando esta oración, me parece oír decir a Dios: Si llamas Padre al autor de la santidad, cuando tú observas una vida depravada, manchas con tu voz inmunda su nombre incorruptible. Porque el que ha mandado llamarle Padre no consiente la mentira. El principio de todas las buenas obras está, pues, en glorificar el nombre de Dios en esta vida. Por eso añade: “Santificado sea tu nombre”. Porque ¿quién es tan insensato que, viendo una vida pura en los que creen, no glorifica el nombre invocado en esta vida? Por tanto, el que dice en la oración: Sea santificado en mí tu nombre que invoco, ora de esta manera: justifíqueme yo con tu auxilio absteniéndome de todo lo malo.

(San Cirilo). Había enseñado a petición de sus apóstoles cómo conviene orar; pero podía suceder que los que recibían esta saludable enseñanza hiciesen sus preces, según la forma prescrita, mas con negligencia y descuido; y después, si no eran oídos a la primera o segunda oración, dejasen de orar. A fin, pues, de que tal no nos suceda, nos manifiesta en una parábola que la pusilanimidad es perjudicial en las oraciones; siendo muy conveniente esperar con paciencia en ellas; por esto dice: “Les dijo también: Si alguno de vosotros tuviere un amigo”.

(San Agustín). En esto se da a entender el tiempo en que se tiene hambre de la divina palabra, cuando se oscurece la inteligencia, y cuando los que reparten como el pan la sabiduría evangélica, predican por todo el orbe, están ya en reposo misterioso con el Señor.

(Teófilo). O bien, la media noche representa el fin de la vida en el que muchos llegan a Dios; y el ángel es el amigo que recibe el alma. También puede entenderse por media noche lo profundo de las tentaciones, en que se encuentra aquel que pide a Dios tres panes, esto es, la necesidad del cuerpo, del alma y del espíritu, para que no peligremos en las tentaciones. Respecto a lo que dice: “Y está cerrada la puerta”, debe entenderse que nos enseña a estar preparados ante las tentaciones: porque después que caemos en ellas, se cierra la puerta de la preparación; y hallándonos desprevenidos, si Dios no nos ayuda, peligramos.

(San Agustín). Después de esta parábola, el Señor añadió una exhortación y nos estimuló en extremo a buscar, a pedir y a llamar, hasta que recibamos lo que pedimos. Por esto dice: “Así os digo yo: pedid y se os dará”.

(Crisóstomo). Por petición da a entender la oración; por buscar el celo y la solicitud, cuando añade: “Buscad y encontraréis”. Las cosas que se buscan exigen mucho cuidado, principalmente lo que está en Dios, porque son muchas las que embarazan nuestro sentido. Así como buscamos el oro perdido, así debemos buscar a Dios con solicitud. Manifiesta también que aunque no abra la puerta inmediatamente, debe esperarse sin embargo; por esto añade: “Llamad y se os abrirá”. Porque, si continuas pidiendo, recibirás sin duda : por esto está cerrada la puerta, para obligarte a que llames: por tanto, contesta afirmativamente en seguida, para que pidas encarecidamente.


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Juan Pablo II

El Padrenuestro

El Padre, creador del universo, y el Verbo encarnado, redentor de la humanidad, son la fuente de esta apertura universal a los hombres como hermanos y hermanas, e impulsan a abrazar a todos con la oración que comienza con las hermosas palabras: «Padre nuestro».

La oración hace que el Hijo de Dios habite en medio de nosotros: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Esta carta a las familias quiere ser ante todo una súplica a Cristo para que permanezca en cada familia humana; una invitación, a través de la pequeña familia de padres e hijos, para que él esté presente en la gran familia de las naciones, a fin de que todos, junto con él, podamos decir de verdad: «¡Padre nuestro!». Es necesario que la oración sea el elemento predominante del Año de la familia en la Iglesia: oración de la familia, por la familia y con la familia.

Es significativo que, precisamente en la oración y mediante la oración, el hombre descubra de manera sencilla y profunda su propia subjetividad típica: en la oración el «yo» humano percibe más fácilmente la profundidad de su ser como persona. Esto es válido también para la familia, que no es solamente la «célula» fundamental de la sociedad, sino que tiene también su propia subjetividad, la cual encuentra precisamente su primera y fundamental confirmación y se consolida cuando sus miembros invocan juntos: «Padre nuestro». La oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que ella participe de la «fuerza» de Dios. En la solemne «bendición nupcial», durante el rito del matrimonio, el celebrante implora al Señor: «Infunde sobre ellos (los novios) la gracia del Espíritu Santo, a fin de que, en virtud de tu amor derramado en sus corazones, permanezcan fieles a la alianza conyugal»8. Es de esta «efusión del Espíritu Santo» de donde brota el vigor interior de las familias, así como la fuerza capaz de unirlas en el amor y en la verdad.

(Carta a las familias).


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Catecismo de la Iglesia Católica

El Padrenuestro: "RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO"

2761 "La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio". "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: «Pedid y se os dará» (Lc 11,9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental".

I.- CORAZÓN DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, san Agustín concluye:

Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical. [San Agustín]

2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas y los Salmos) se cumple en Cristo. El Evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio está resumido por san Mateo en el Sermón de la Montaña. Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:

La oración dominical es la más perfecta de las Oraciones... En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además  según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. [Santo Tomás de Aquino]

2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la Oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.

II.- "LA ORACIÓN DEL SEÑOR"

2765 La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "Oración del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única; es la oración "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: El es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico. Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6,63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abbá, Padre!»" (Ga 4,6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8,27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

III.- ORACIÓN DE LA IGLESIA

2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor "tres veces al día", en lugar de las "Dieciocho bendiciones" de la piedad judía.

2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente en la oración litúrgica.

El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos.
Porque El no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre
nuestro", a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo
el Cuerpo de la Iglesia.

En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia, sobre todo, en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:

2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la Oración del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 Pe 1,23) aprenden a invocar a su Padre con la única Palabra que El escucha siempre. Y pueden hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el que ora y obtiene misericordia.

2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula, por una parte, todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.

2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos", tiempos de salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.

2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3,2). La Eucaristía y el Padre Nuestro están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co 11,26).

RESUMEN

2773 En respuesta a la petición de sus discípulos ("Señor, enséñanos a orar": Lc 11,1), Jesús les entrega la oración cristiana fundamental, el "Padre Nuestro".

2774 "La Oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio", "la más perfecta de las oraciones ". Es el corazón de las Sagradas Escrituras.

2775 Se llama "Oración dominical" porque nos viene del Señor Jesús, Maestro y modelo de nuestra oración.

2776 La Oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma parte integrante de las principales Horas del Oficio divino y de la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Inserta en la Eucaristía, manifiesta el carácter "escatológico" de sus peticiones, en la esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11,26).


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EJEMPLOS PREDICABLES

“¿Avete pregato?”

Le preguntaron a Don Orione porqué la ayuda de la Providencia se manifiesta en forma menos evidente cuando se trata del sostenimiento del hogar por parte de un padre de familia y si esto se debe a la obra que se cumple en el Cottolengo es superior a la ordinaria carga de una familia.

-No- respondió-. La obra del padre de familia es superior a la del Cottolengo, porque la carga que asume es enviada por Dios mismo, mientras que la del Cottolengo es elegida por los religiosos. Estos obtienen siempre el socorro providencial porque piden con más fe, todo está en eso. La fe con que pedimos es la que nos garantiza la ayuda.

Es curioso- agregó-. A menudo les pregunto a las personas que me viene a pedir oraciones: ¿Avete pregato? La mayoría de las veces responden que no... y se extrañan de no conseguir lo que necesitan.

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¡Ave María y adelante!

En todas sus obras, Don Orione se encomendaba a la protección de la Santísima Virgen María. Además del culto que rendía a Nuestra Señora de la Divina Providencia – patrona de la congregación-, tenía una particular devoción por las advocaciones locales de Luján e Itatí.

En una plática en la Capilla “Regina Apostolorum” de la Obra Cardenal Ferrari, contó la siguiente anécdota:

“La construcción del Santuario de la Virgen de Pompeya que había tomado a su cargo, le ocasionó a un joven abogado napolitano llamado Bartolo Longo innumerables disgustos y preocupaciones. Todas las fuerzas que se oponían a esta devoción parecían haberse unido para evitar que lograra su cometido.

Un día, mientras iba caminando con la cabeza gacha por la antigua calle Toledo de Nápoles, vio venir por la vereda a Fray Ludovico de Casoria, un joven franciscano lleno de fervor y unción, de figura ascética y esbelta, que caminaba con la frente alta y la mirada perdida en el cielo.

Le pareció que era su salvación encontrar a tan santo varón en esos momentos de amargura. Había llegado hasta tal punto su desaliento que, sin fuerza para decir una palabra, en plena calle Toledo (la más concurrida y elegante de Nápoles) se dejó caer de rodillas ante el fraile y, abrazándose a sus piernas, puso la cabeza a los pies de Fray Ludovico.

Cuando el franciscano logró desasirse de los brazos que lo sujetaban vio que era el abogado Longo y, mientras se alejaba con su paso alado y ligero se dio vuelta y le decía:

-Bartolo, ¡Ave María e avanti! Ave María que pasamos horas de desaliento. ¡Ave María y adelante!

El abogado Longo tuvo confianza en la Santísima Virgen y la obra se realizó. Hoy el soberbio santuario de Pompeya es uno de los santuarios marianos más importantes del mundo.

(Bernardo Milhas, Historias de Don Orione, Ed. San Pablo, Bs. As., 1997, nn. 85-87)



28. I.V.E. 2007

Comentarios Generales

Génesis 18, 20-32:

Este hermoso diálogo entre Abraham y el Señor, verdadero diálogo entre dos amigos, o mejor, filial audacia de un hijo que quiere rendir a su padre, nos brinda enseñanzas perennes:

* La oración de la humildad, la mediación de un alma fiel, rinde al Señor: “Mi Señor, aunque yo soy polvo y ceniza... Si se hallaran en Sodoma diez justos, ¿no lo perdonarías?” (18, 32). Lo maravilloso es que en este forcejeo es Dios el débil. Dios se rinde a la oración humilde. Los profetas de Israel, con la oración desarmarán a Dios: “Perdona, Señor, perdona la iniquidad de tu pueblo según la grandeza de tu misericordia... Yahvé respondió: “Le perdono según me pides” (Nm 14, 2).

* Otra enseñanza de este bellísimo diálogo es que los méritos de los justos ahuyentan el castigo de la cabeza de los impíos. Es decir, el principio de “solidaridad” no sólo se aplica en el castigo, sino también en la expiación: La virtud de diez justos habría expiado la maldad de Sodoma: “Haces misericordia hasta la milésima generación de los que te aman” (Ex 20, 5).

* Esta página de la Biblia nos prepara para entender el gran misterio de nuestra “solidaridad” con el único Justo y Mediador y Expiador: Jesucristo. Un día dijo Dios a Jeremías: “Recorred las calles de Jerusalén; investigad, informaos. Buscad por sus plazas; a ver si halláis un justo, uno solo que camine en la verdad. Y yo perdonaré a esa ciudad. Oráculo de Yahvé” (Jer 5, 1). Ahora sabemos que por un solo Justo que Dios ha hallado entre los hombres, todos hemos sido perdonados y salvados: “la misericordia y la gracia de Dios, por los méritos de un solo hombre, Jesucristo, desbordó sobre la muchedumbre. Y todos al recibir el desbordamiento de la gracia, y de los dones, y de la salvación, reinarán en la vida por obra de uno solo: Jesucristo” (Rom 5, 15. 17).



Colosenses 2, 12-14:

San pablo nos expone cómo en virtud de nuestra “solidaridad” con Cristo, Este puede ser el intercesor y expiador a favor nuestro. Y nosotros podemos enriquecernos con la gracia de Cristo:

* Las riquezas de Cristo-Redentor que llegan a nosotros por ley de “solidaridad” son: El perdón de todos nuestros pecados y la vivificación por Cristo y en Cristo: “Estabais muertos por vuestros pecados; Dios os convivificó en Cristo y os condonó todos los pecados” (Col 2, 13). Queda expresada en este breve versículo la riqueza de la redención: Perdón de pecados y gracia o vida divina. Y la razón o raíz del misterio: “En Cristo”. Por la Encarnación el Hijo de Dios se hace nuestro hermano. Expía por nosotros. Nos hace partícipes de su vida divina. Ahora en Él somos ya hijos de Dios. En ley de solidaridad Él es nuestro hermano y nosotros hijos de Dios.

* Otro fruto de la Redención es la anulación de la Vieja Alianza. Cristo inaugura, y rige, y preside la Alianza Nueva. Alianza ya de amor. El amor eterno del Padre al Hijo llega también a nosotros en Cristo; pues en Cristo somos hijos de Dios.

* El Bautismo (signo sacramental) y la fe (respuesta personal) son la aportación nuestra a la obra del Redentor (v 12). Tenemos solidaridad con Adán por la ley de naturaleza y en virtud de la generación. Tenemos solidaridad con Cristo por gracia. De esta gracia es signo el Bautismo. Es la gracia de la regeneración que se da a los que creen: “El que no nace del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los cielos” (Jn 3, 5).



Lucas 11, 1-13:

En este pasaje, verdadero tratado teológico de la oración, hallamos instrucciones relevantes:

* Jesús encarece la fuerza que tiene ante Dios nuestra oración. La parábola de un amigo que no puede resistirse a las demandas reiteradas e importunas del amigo (5-8); y, sobre todo, las expresiones o comparaciones de un hijo que si pide un pan a su padre éste no le dará una piedra, y si le pide al padre un pez, éste no le dará una serpiente, y si le pide un huevo no le dará un escorpión, dan un tono victorioso o inatacable a la formulación final de Jesús: “Si, pues, vosotros, que sois malos, sabéis hacer a vuestros hijos regalos buenos, ¿cuánto más vuestro padre celestial dará Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (v 13).

* Ya sabemos, pues, qué es la oración: Es dialogar filialmente, en clima de amor y confianza audaz y filial, con el Padre celeste. Es pedirle regalos buenos con la seguridad de que los obtendremos. En efecto, siempre que oramos, siempre que nos ponemos en relación con el Padre, recibimos de El Espíritu Santo, Vida divina.

* La fórmula de oración enseñada por Jesús se nos da en Lucas más abreviada que en Mateo, pero conserva en sustancia las mismas peticiones: “¡Padre!”: Esta invocación es la síntesis del mensaje de Jesús. Vino a revelarnos y a regalarnos el amor y la vida del Padre. Jesús nos regala su filiación. A nivel del Hijo, con tono filial, íntimo, cordial, hasta candoroso e infantil, le decimos a Dios: ¡Abba! ¡Padre!.

* Y le pedimos que su Nombre sea glorificado; su Reino (su Gracia), establecido y consumado, y su voluntad, su plan de salvación, realizado y plenamente cumplido. Y para nosotros le pedimos al Padre el Pan para la subsistencia diaria. Nosotros, pueblo peregrino, recibiremos, como los judíos en el desierto, el alimento que el Padre celeste nos da. Igualmente le pedimos el perdón de los pecados y culpas; y el no sucumbir a las tentaciones del Maligno. Oración empapada toda ella del espíritu filial que suscita en nosotros el Espíritu Santo (R 8, 15).

(José Ma. Solé Roma O.M.F., "Ministros de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona, 1979, p. 188-191)




San Ambrosio



El amigo importuno

Si alguno de vosotros tiene un amigo y viniere a él media noche y le dijere: Amigo, préstame tres panes… Este es un Pasaje del que se desprende el precepto de que hemos de orar en cada momento no sólo de día, sino también de noche; en efecto, ves que este que a media noche va a pedir tres panes a su amigo y persevera en esa demanda instantemente, no es defraudado en lo que pide. Pero ¿qué significan estos tres panes? ¿Acaso no son una figura del alimento celestial?; y es que, si amas al Señor tu Dios, conseguirás sin duda, lo que pides no sólo en provecho tuyo, sino también en favor de los otros. Pues ¿quién puede ser más amigo nuestro que Aquel que entregó su cuerpo por nosotros? David le pidió a media noche panes y los consiguió; porque en verdad lo pidió cuando decía: Me levantaba a media noche para alabarte (Sal 118,62); por eso mereció esos panes que después nos preparó a nosotros para que los comiéramos. También los pidió cuando dijo: Lavaré mi lecho cada noche (Sal 6,7); y no temió despertar de su sueño a quien sabe que siempre vive vigilando.

Haciendo caso, pues, a las Escrituras, pidamos el perdón de nuestros pecados con instantes oraciones, día y noche; pues si hombre tan santo y que estaba tan ocupado en el gobierno del reino alababa al Señor siete veces al día (Sal 118,164), pronto siempre a ofrecer sacrificios matutinos y vespertinos, ¿qué hemos de hacer nosotros, que debemos rezar más que él, puesto que, por la fragilidad de nuestra carne y espíritu, pecamos con más frecuencia, para que no falte a nuestro ser, para su alimento, el pan que robustece el corazón del hombre (Sal 103,1), a nosotros que estamos ya cansados del camino, muy fatigados del transcurrir de este mundo y hastiados de las cosas de esta vida?

No quiere decir el Señor que haya que vigilar solamente a media noche, sino en todos los momentos; pues El puede llamar por la tarde, o a la segunda o tercera vigilia. Bienaventurados, pues, aquellos siervos a los que encuentre el Señor vigilantes cuando venga. Por tanto, si tú quieres que el poder de Dios te defienda y teguarde (Lc 12,37), debes estar siempre vigilando; pues nos cercan muchas insidias, y el sueño del cuerpo frecuentemente resulta peligroso para aquel que, durmiéndose, perderá de seguro el vigor de su virtud. Sacude, pues, tu sueño, para que puedas llamara la puerta de Cristo, esa puerta que pide también Pablo se le abra para él, pidiendo para tal finlas plegarias del pueblo, no confiándose sóloen lassuyas; y así pueda tener la puerta abierta y pueda hablar del misterio de Cristo (Col 4,3).

Quizás sea ésta la puerta que vio abierta Juan; pues, al verla dijo: Después de estas cosas tuve una visión y vi una puerta abierta en el cielo, y la voz aquella primera que había oído como de trompeta me hablaba y decía: Sube acá y te mostraré las cosas que han de acaecer (Ap 4,1). En verdad, la puerta ha estado abierta para Juan, y abierta también para Pablo, con el fin de que recibiesen los panes que nosotros comeremos. Y, en efecto, este ha perseverado llamando a la puerta oportuna e importunamente (2 Tim 4,2) para dar nueva vida, por medio de la abundancia del alimento espiritual, a los gentiles que estaban cansados del camino de este mundo.

Este pasaje, primero por medio de un mandato, y después a través del ejemplo, nos prescribe la oración frecuente, la esperanza de conseguir lo pedido y una especie de arte para persuadir a Dios. En verdad, cuando se promete una cosa se debe tener esperanza en lo prometido, de suerte que se preste obediencia a los avisos y fe a las promesas, esa fe, que mediante la consideración de la piedad humana, logra enraizar en si misma una esperanza mayor en la bondad eterna, aunque todo con tal que se pidan cosas justas y la oración no se convierta en pecado (Sal 108,7). Tampoco Pablo tuvo vergüenza en pedir el mismo favor repetidas veces, y eso con objeto de que no pareciera que desconfiaba de la misericordia del Señor, o que se quejaba con arrogancia de que no había obtenido lo que pedía con su primera oración; por lo cual —dijo— he rogado tres veces al Señor (2 Cor 12,8); con eso nos enseñó que, con frecuencia, Dios no concede lo que se le pide por la razón de que sabe que, lo que creemos que nos va a ser bueno, nos va a resultar perjudicial.

(San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, Obras de San Ambrosio, t. I, BAC, 1966, p. 386-388)




Cardenal Gomá



La ciencia de la oración

Explicación

Después que en el capítulo anterior ha dado Jesús, según San Lucas, a sus discípulos las normas para enseñar (10, 1-24) y para vivir (10, 25-42), les enseña ahora a bien orar. Doctrina y vida ajustada se logran por la oración. El fragmento se divide en tres episodios: la oración de Jesús (1-4), la parábola del amigo importuno (5-8) y la aplicación de la misma (9-13); de estos tres, sólo el segundo es nuevo: la oración del Padrenuestro es en Lc. una abreviación de la de Mt.; y la aplicación de la parábola es una repetición, casi a la letra, de Mt. (7, 7-11). No es improbable, ni de extrañar, que Jesús las repitiera en distintas ocasiones.

Circunstancias: la oración de Jesús (1-4).

Y aconteció que estando orando en cierto lugar... Parece ser que tuvo lugar este episodio sobre el tiempo en que ocurrieron los hechos anteriormente narrados; intérpretes de gran nota lo colocan inmediatamente después de la parábola del buen pastor. Cuanto al lugar, la tradición no lo ha conservado; creen algunos que ocurrió el hecho en el monte de los Olivos, donde solía Jesús retirarse a orar. En ocasión en que lo había hecho, cuando acabó, movido sin duda por su ejemplo, le dijo uno de sus discípulos, quizás uno recientemente elegido, pues no conoce la oración dominical: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos; por el testimonio que el Precursor había dado de Jesús, era de suponer que éste enseñaría una oración perfectísima.

Y les dijo: Cuando orareis, decid: Padre... La fórmula de Lc. es una abreviación de la análoga de Mt.; de las siete peticiones de ésta, sólo tiene cuatro la de este fragmento. La causa de la diferencia entre ambas fórmulas de la oración dominical se explica de dos maneras: o bien fue el mismo Jesús quien dio las dos fórmulas en distintas ocasiones, enseñando a orar a distintas clases de oyentes, o una misma fórmula hubiese sido abreviada por la tradición oral de los primeros discípulos, recogiéndola así el tercer evangelista. Ambas opiniones son probables, tanto más cuanto que las peticiones que en esta fórmula faltan pueden comprenderse en las que se consignan.

Parábola del amigo importuno (5-8)

A la fórmula de la plegaria añade Jesús una parábola para demostrar la eficacia de la oración y la necesidad de perseverar en ella: Les dijo también, sobre el mismo asunto: ¿Quién de vosotros tendrá un amigo, e irá a él a media noche, cuando el sueño es más profundo, y le dirá: Amigo, préstame tres panes, porque acaba de llegar de viaje un amigo mío, y no tengo qué ponerle delante... Las condiciones de la petición son para mover a un amigo: el viandante ha llegado a altas horas de la noche, porque el calor del día no le ha consentido viajar; su fatiga es grande y debe recobrar sus fuerzas: el dueño de la casa no tiene nada que darle de comer, porque en el oriente se acostumbra cocer pan sólo para el día; el otro amigo, de familia más numerosa, tiene, quizás, algunos panes sobrantes que son pequeños. Pero en la hipótesis de la parábola, el amigo solicitado pone reparos: Y el otro respondiese de dentro, diciendo: No me seas molesto, fórmula expresiva del mal humor, ya está cerrada la puerta, sólidamente, y no puede abrirse sin trabajo y sin ruido, y mis hijos (pueri, mejor que criados, como vierte San Agustín) están conmigo en la cama: están durmiendo en mi misma habitación y no conviene despertarlos: no me puedo levantar a dártelos; es decir, no quiero, para evitar tantas molestias.

Pero en la tenacidad, la insistencia, la despreocupación en los ruegos son capaces de lograr lo que la afección no pudo: Y si el otro perseverare llamando a la puerta, hasta faltando a toda conveniencia, os digo, que yo que no se levantase a dárselos por ser su amigo, cierto por su importunidad, casi por su imprudencia, se levantaría, y le daría cuantos panes hubiese menester, con tal dejara de importunarle.

Aplicación de la parábola (9-13)

Como ciertas piedras se parecen al pan, y ciertos peces afectan la forma de serpiente, así el escorpión de la Palestina, cuando se arrolla sobre sí mismo, puede asemejarse a un huevo, por su color y tamaño. Además, la expresión general de Mt.: « ¿Cuánto más vuestro Padre dará bienes...?», es substituida en Lc. (v. 13) por la frase más concreta: ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a quienes se lo pidieren? El «espíritu bueno» de la Vulgata es aquí el Espíritu Santo, el máximo de los bienes que recibe el hombre, porque él es quien habita en nosotros con la gracia santificante y nos ayuda poderosamente a toda obra buena: sus dones y sus frutos son espléndida manifestación de la vida divina en nosotros.

Lecciones morales

A) v. 1. — Señor, enséñanos a orar... — Jesús ora, y enseña el arte de orar. Ora con gran humildad y largo tiempo, con suma reverencia, como lo demuestra el que el discípulo no se atreva a interrumpirle. Ora, porque aunque como Dios goza de la plenitud de toda posesión y nada le falta, como hombre quiso someterse a la ley de la plegaria, rogando por todos, por todo y para todos. Su oración ha sido la más agradable a Dios y la más eficaz para nosotros. Y enseña a orar, porque una nueva religión y una nueva vida espiritual importan una nueva plegaria, ya que ésta es el acto más universal de la religión, y como la síntesis de la vida del alma. Jesús, fundador de la religión cristiana, es el autor de la oración cristiana.

B) v. 2. —Cuando orareis, decid: Padre... — Hay dos modos de oración, dice San Basilio: uno de alabanza con humildad, y otro, más inferior, de petición. Siempre que orares, no empieces por pedir, sino por alabar: «Padre...»; olvida un momento a toda criatura visible e invisible, para alabar ante todo al Creador de todas las cosas.

C) v. 5. — Les dijo también... — Porque hubiese podido suceder, dice San Cirilo, que los discípulos hubiesen utilizado en la oración la misma fórmula que les enseñó Jesús, pero con negligencia y debilidad; y que después de haberla proferido una o dos veces, viendo que no alcanzaban lo que querían, hubiesen desistido de la plegaria: lo que hubiese sido su ruina. Por ello propuso la parábola del amigo importuno, para que aprendiéramos que la pusilanimidad en la oración es nociva, y que es utilísimo tener en ella constancia y energía.

D) v. 5. —Y le dirá: Amigo... — Este amigo es Dios, dice Teofilacto, que a todos ama, y que quiere que todos sean salvos. Y ¿quién más amigo que el que nos dio su propio cuerpo?, dice San Ambrosio. Amigo inmensamente rico, que puede colmar todo vacío de nuestra vida; verdadero amigo, que acaba siempre por darnos lo que legítimamente le pedimos; amigo atentísimo, dispuesto a oírnos día y noche, que no se enoja de que le pidamos, como el de la parábola, sino que nos solicita a que tratemos con él de nuestras miserias. No temamos ser importunos a Aquel para quien siempre la buena oración es esperada y oportuna.

E) v. 12. —O si le pidiere un huevo... — Dios, dice Orígenes, no da cosas nocivas en vez de la útiles y nutritivas, lo que viene representado por el huevo y el escorpión. Siempre mejora Dios nuestra oración en cuanto si le pedimos cosas inconvenientes o nocivas nos las niega, como un buen padre niega al hijo lo que puede dañarle: y en cuanto nos da más y mejor de lo que pedimos si nuestra oración tiene las debidas condiciones. Que el gran Padre de familias tiene siempre insospechados tesoros y abismos insondables de bondad con que regale y hasta sorprenda a sus hijos.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 71-74)




Manuel de Tuya



El Padrenuestro

Mientras Mt incrusta el Padrenuestro en un contexto literario que no es el suyo, y adelanta cronológicamente la situación del mismo, Lc, sin precisar la topografía, da la razón de por qué Cristo les enseña esta oración. Al terminar un día su oración, uno de sus discípulos le pidió que les enseñase a orar, como el Bautista hacía con sus discípulos.

La recensión de esta oración en Lc es mucho más breve que en Mt. Diversos problemas planteados a propósito de esta diferencia de recensiones se expresan en el comentario correspondiente a Mt.

Lc omite, después de Padre, «nuestro», posiblemente para evitar en sus lectores de la gentilidad la impresión de una oración estrechada a un círculo judío, lo mismo que «estás en los cielos», de formulación judío-rabínica.

La primera y segunda petición —«santificado sea tu nombre» y el «venga tu reino»—conceptualmente vienen a ser la misma. El pensamiento de ambas, conforme a las ideas del Antiguo Testamento (Ez 36,20 ss), es la gran renovación del pueblo y el establecimiento de «su reinado». Los judíos postexílicos, viendo que las profecías alusivas a estos dos temas no iban a tener realización inmediata, ven que su cumplimiento afecta a los días mesiánicos, y precisamente por obra del Mesías. Es lo que se suele pedir en muchas de las fórmulas de la piedad judía rabínica.

La tercera petición pide la concesión del «pan», pero pone una palabra (epioúsios) para cuyo sentido se dan tres etimologías, El sentido aceptable es o el «pan» material de «cada día» o el pan para nuestra «subsistencia».

En la petición del perdón, Lc pone que se perdonen «nuestros pecados» (hamartías), mientras que Mt y Lc en la segunda vez ponen «deudor» (opheilónti). Se pensó si Lc utilizaría este término para evitar a sus lectores un sentido de deuda pecuniaria. Sin embargo, son sinónimos, pues Lc sólo la modifica la primera vez, seguramente por variación literaria, y destaca que debemos perdonar a «todo» deudor.

La última petición, por su construcción aramaica, desorienta en la lectura. Literalmente sería: «Y no nos introduzcas (eisenégkes) en tentación». No es más que un semitismo que no distingue causa o permisión, como se ve en tantos pasajes de la Escritura.

Parábola del amigo importuno

Evocada por la oración del Padrenuestro, Lc es el único que narra una parábola con un gran colorido oriental, para enseñar la perseverancia en la oración. Inesperadamente llega uno de viaje en la noche. No hay nada preparado (rasgo algún tanto irreal), por lo que va a casa de un amigo a pedir «tres panes» (otro rasgo chocante). Las casas pobres de Palestina sólo tenían una estancia donde, a la noche, echadas unas esteras, todos dormían. Este llamar e insistir no le trae más que complicaciones; los niños se van a despertar sobresaltados y luego no podrán dormir. Como puede, abre la puerta para resolver aquella situación enojosa. Y Cristo añade que, si no le da lo que pide por ser amigo, al menos se lo dará por importuno.

La finalidad de esta parábola, como se ve por la insistencia en llamar, es la perseverancia en la oración. Sin embargo, Lc pone a continuación, como una conclusión enfática, el «pedid y se os dará...». Y luego se describe la seguridad de la concesión por Dios de los bienes pedidos. Mt, en cambio, trae todas estas adiciones a la parábola en otro contexto, como pieza aislada (Mt 7,7-II). ¿Es que Lc, con esta inserción, pretende precisar el sentido de la parábola? No es éste el sentido de este pasaje. La parábola tiene una estructura y finalidad bien definidas. Si Lc le yuxtapone este otro pasaje, con valoración independiente, lo une, sin duda, por razón de una afinidad lógica, por tratarse de temas de oración: primero pone la oración, luego la perseverancia para obtener sus fines, y, por último, la seguridad de la bondad de Dios en la concesión de los bienes pedidos.

En Mt, Dios dará «cosas buenas a quien se las pide»; Lc lo formula de otra manera: «dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden». La redacción de Lc explicita el sentido primitivo de Mt. Como las «cosas buenas», en esta perspectiva religiosa, son los bienes espirituales mesiánicos, Lc las ha sintetizado en lo que es el gran don mesiánico: la efusión del Espíritu Santo, dispensador de todo bien.

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 840-842)




Juan Pablo II



MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA
XXXVI JORNADA MUNDIAL DE ORACION POR LAS VOCACIONES

(...)

En este 1999 dedicado al Padre celestial, quisiera invitar a todos los fieles a reflexionar sobre las vocaciones al ministerio ordenado y a la vida consagrada, siguiendo los pasos de la oración que Jesús mismo nos enseñó, el "Padre nuestro".

1. "Padre nuestro, que estás en el cielo"

Invocar a Dios como Padre significa reconocer que su amor es el manantial de la vida. En el Padre celestial el hombre, llamado a ser su hijo descubre «haber sido elegido antes de la constitución del mundo, para ser santo e irreprensible en su presencia por la caridad» (Ef,1,4). El Concilio Vaticano II recuerda que «Cristo... en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Gaudium et spes, 22). Para la persona humana la fidelidad a Dios es garantía de fidelidad a sí mismo y, de esta manera, de plena realización del propio proyecto de vida.

Toda vocación tiene su raíz en el Bautismo, cuando el cristiano, "renacido por el agua y por el Espíritu" (Jn 3,5) participa del acontecimiento de gracia que a las orillas del río Jordán manifestó a Jesús como "hijo predilecto" en el que el Padre se había complacido (Lc 3,22). En el Bautismo radica, para toda vocación, el manantial de la verdadera fecundidad. Es necesario, por tanto, que se preste especial atención para iniciar a los catecúmenos y a los pequeños en el redescubrimiento del Bautismo, y conseguir establecer una auténtica relación filial con Dios.

2. "Santificado sea tu nombre"

La vocación a ser "santos, porque él es santo" (Lv 11,44) se lleva a cabo cuando se reconoce a Dios el puesto que le corresponde. En nuestro tiempo, secularizado y también fascinado por la búsqueda de lo sagrado, hay especial necesidad de santos que, viviendo intensamente el primado de Dios en su vida, hagan perceptible su presencia amorosa y providente.

La santidad, don que se debe pedir continuamente, constituye la respuesta más preciosa y eficaz al hambre de esperanza y de vida del mundo contemporáneo. La humanidad necesita presbíteros santos y almas consagradas que vivan diariamente la entrega total de sí a Dios y al prójimo; padres y madres capaces de testimoniar dentro de los muros domésticos la gracia del sacramento del matrimonio, despertando en cuantos se les aproximan el deseo de realizar el proyecto del Creador sobre la familia; jóvenes que hayan descubierto personalmente a Cristo y quedado tan fascinados por él como para apasionar a sus coetáneos por la causa del Evangelio.

3. "Venga a nosotros tu Reino"

La santidad remite al "Reino de Dios", que Jesús representó simbólicamente en el grande y gozoso banquete propuesto a todos, pero destinado sólo a quien acepta llevar la "vestidura nupcial" de la gracia.

La invocación "venga tu Reino" llama a la conversión y recuerda que la jornada terrena del hombre debe estar marcada por la diuturna búsqueda del reino de Dios antes y por encima de cualquier otra cosa. Es una invocación que invita a dejar el mundo de las palabras que se esfuman para asumir generosamente, a pesar de cualquier dificultad y oposición, los compromisos a los que el Señor llama.

Pedir al Señor "venga tu Reino" conlleva, además, considerar la casa del Padre como propia morada, viviendo y actuando según el estilo del Evangelio y amando en el Espíritu de Jesús; significa, al mismo tiempo, descubrir que el Reino es una "semilla pequeña" dotada de una insospechable plenitud de vida, pero expuesta continuamente al riesgo de ser rechazada y pisoteada.

Que cuantos son llamados al sacerdocio o a la vida consagrada acojan con generosa disponibilidad la semilla de la vocación que Dios ha depositado en su corazón. Atrayéndoles a seguir a Cristo con corazón indiviso, el Padre les invita a ser apóstoles alegres y libres del Reino. En la respuesta generosa a la invitación, ellos encontrarán aquella felicidad verdadera a la que aspira su corazón.

4. "Hágase tu voluntad"

Jesús dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn, 4,34). Con estas palabras, él revela que el proyecto personal de la vida está escrito por un benévolo designio del Padre. Para descubrirlo es necesario renunciar a una interpretación demasiado terrena de la vida, y poner en Dios el fundamento y el sentido de la propia existencia. La vocación es ante todo don de Dios: no es escoger, sino ser escogido; es respuesta a un amor que precede y acompaña. Para quien se hace dócil a la voluntad del Señor la vida llega a ser un bien recibido, que tiende por su naturaleza a transformarse en ofrenda y don.

5. "Danos hoy nuestro pan de cada día"

Jesús hizo de la voluntad del Padre su alimento diario (cfr Jn, 4,34), e invitó a los suyos a gustar aquel pan que sacia el hambre del espíritu: el pan de la Palabra y de la Eucaristía.

A ejemplo de María, es preciso aprender a educar el corazón a la esperanza, abriéndolo a aquel "imposible" de Dios, que hace exultar de gozo y de agradecimiento. Para aquellos que responden generosamente a la invitación del Señor, los acontecimientos agradables y dolorosos de la vida llegan a ser, de esta manera, motivo de coloquio confiado con el Padre, y ocasión de continuo descubrimiento de la propia identidad de hijos predilectos llamados a participar con un papel propio y específico en la gran obra de salvación del mundo, comenzada por Cristo y confiada ahora a su Iglesia.

6. "Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden"

El perdón y la reconciliación son el gran don que ha hecho irrupción en el mundo desde el momento en que Jesús, enviado por el Padre, declaró abierto "el año de gracia del Señor" (Lc 4,19). El se hizo "amigo de los pecadores" (Mt 11,19), dio su vida "para la remisión de los pecados" (Mt 26,28) y, por fin, envió a sus discípulos al último confín de la tierra para anunciar la penitencia y el perdón.

Conociendo la fragilidad humana, Dios preparó para el hombre el camino de la misericordia y del perdón como experiencia que compartir -se es perdonado si se perdona- para que aparezcan en la vida renovada por la gracia los rasgos auténticos de los verdaderos hijos del único Padre celestial.

7. "No nos dejes en la tentación, y líbranos del mal"

La vida cristiana es un proceso constante de liberación del mal y del pecado. Por el sacramento de la Reconciliación el poder de Dios y su santidad se comunican como fuerza nueva que conduce a la libertad de amar, haciendo triunfar el bien.

La lucha contra el mal, que Cristo libró decididamente, está hoy confiada a la Iglesia y a cada cristiano, según la vocación, el carisma y el ministerio de cada uno. Un rol fundamental está reservado a cuantos han sido elegidos al ministerio ordenado: obispos, presbíteros y diáconos. Pero un insustituible y específico aporte es ofrecido también por los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros «hacen visible, en su consagración y total entrega, la presencia amorosa y salvadora de Cristo, el consagrado del Padre, enviado en misión» (Vita consecrata, 76).

¿Cómo no subrayar que la promoción de las vocaciones al ministerio ordenado y a la vida consagrada debe llegar a ser compromiso armónico de toda la Iglesia y de cada uno de los creyentes? A éstos manda el Señor: «Rogad al Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies» (Lc, 10,2).

(...)

(Texto extraído de: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/messages/vocations/documents/hf_jp-ii_mes_28111998_xxxvi-voc-1999_sp.html)




San Pedro Julián Eymard



El espíritu de oración

Dios, al prometer el mesías al pueblo judío, caracteriza su misión con estas palabras: “Derramaré sobre la casa de David y sobre todos los moradores de Jerusalén el espíritu de gracia y de oración.” Aunque antes de la venida de Jesucristo se oraba y Dios daba la gracia, sin la cual nunca hubiesen podido santificarse los justos; pero esta gracia de oración no era buscada con ardor, ni debidamente estimada. Jesucristo vino como rocío de gracia que cubre toda la tierra, y derramó por doquier el espíritu de oración.

La oración es la característica de la religión católica y la señal de la santidad de un alma y aun la santidad misma; ella hace los santos y es la primera señal de su santidad. Cuando veáis que alguno vive de oración, decid: veo un santo.

Siente san Pablo el llamamiento de Dios, y al punto se pone en oración. ¿Qué hace en Damasco durante tres días? Ora. Es enviado Ananías por el Señor para bautizarle. Iba a resistir un instante a la orden de Dios, temiendo al perseguidor de los cristianos, cuando “vete, le dice el Señor, pues le encontrarás en oración: Ecce enim orat”. Ya es un santo, puesto que ora. No dice el Señor: Se mortifica o ayuna, sino ora. Quienquiera ore, llegará a hacerse santo.

La oración es luz y poder; es la acción misma de Dios, de cuyo poder dispone el que ora.

Nunca veréis que se hace Santo uno que no ora. No os dejéis engañar por hermosas palabras o por apariencias que también el demonio puede mucho y es muy sabio: a lo mejor se cambia en ángel de luz. No os fiéis de la ciencia, que no es ella la que hace santo. El conocimiento sólo de la verdad es ineficaz para santificar; es menester que se le junte el amor. Pero ¡qué digo! ¡Si entre ver la verdad y la santidad media un abismo! ¡Cuántos genios se han Condenado!

Voy aún más lejos, y digo que las buenas obras de celo no santifican tampoco por sí solas No es éste el carácter que Dios ha dado a la santidad. Aunque los fariseos observaban la ley, hacían limosna y consagraban los diezmos al Señor, el Salvador los llama “sepulcros blanqueados”. El evangelio nos muestra que la prudencia, la templanza y la abnegación pueden juntarse con una conciencia viciosa; así lo atestiguan los fariseos, cuyas obras no oraban nunca, por más que trabajaran mucho.

Las buenas obras exteriores no constituyen, por consiguiente, la santidad de un alma, así como tampoco la penitencia y la mortificación. ¡Qué hipocresía y orgullo no encubren a veces un hábito pobre y una cara extenuada por las privaciones!

Si, al contrario, un alma ora, posee un carácter que nunca engaña. Cuando se ora se tienen todas las demás virtudes y se es santo. ¿Qué otra cosa es la oración sino la santidad practicada? En ella encuentran ejercicio todas las demás virtudes, como la humildad, que hace que confeséis ante Dios que os falta todo, que nada poseéis; que os hace confesar vuestros pecados; levantar los ojos a Dios y proclamar que sólo El es santo y bueno.

En la oración se ejercitan también la fe, la esperanza y la caridad. ¿Qué más? Orando ejercitamos todas las virtudes morales y evangélicas.

Cuando oramos hacemos penitencia, nos mortificamos; la imaginación queda sojuzgada, se clava la voluntad, encadénase el corazón, se practica la humildad. La oración es la mismísima santidad, pues que encierra el ejercicio de todas las demás virtudes.

Hay quienes dicen: ¡Si la oración no es más que pereza! ¿Sí? Vengan los mayores trabajadores, los que se dan febrilmente a las obras, que pronto sentirán harto mayor dificultad en orar que en entregarse a sacrificarse por cualesquiera obras de celo. ¡Ah! ¡Es más dulce, más consolador para la naturaleza y más fácil el dar que el pedir a Dios!

Sí; la oración por sí sola vale por todas las virtudes, y sin ella nada hay que valga ni dure. La misma caridad se seca como planta sin raíz cuando falta la oración que la fecunde y la refresque.

Porque en el plan divino la oración no es otra cosa que la misma gracia. ¿No habéis parado mientes en que las tentaciones más violentas son las que se desencadenan contra la oración? Tanto teme el demonio o la oración que nos dejaría hacer todas las buenas obras posibles limitando su actividad a impedir que oremos o a viciar nuestra oración. Por lo que debemos estar de continuo sobre aviso, alimentar incesantemente de oración nuestro espíritu, hacer de la oración el primero de nuestros deberes. No se dice en el evangelio que haya de preferirse la salvación del prójimo a la propia, sino todo lo contrario: “¿Qué servirá al hombre convertir al universo mundo, si perdiera su alma?” La primera ley es salvarse a si mismo y no se salva sino orando. Es esta, ¡ay!, una ley que se viola todos los días. Fácilmente se descuida uno por, favorecer a los otros y se entrega a las obras de caridad. Claro, la caridad es fácil y consoladora, nos eleva y honra, en tanto que la oración... huímos de ella por ser perezosos. No nos atrevemos a entregarnos a esta práctica de la oración, porque es cosa que no mete ruido y resulta humillante para la naturaleza.

Si para vivir naturalmente hace falta alimentarse, la condición ineludible para vivir sobrenaturalmente es orar. Nunca abandonéis la oración, aun cuando fuera preciso abandonar para ello la penitencia, las obras de celo y hasta la misma Comunión. La oración es propia de todos los estados y todos los santifica. — ¡Cómo! ¿Dejar la Comunión, que nos da a Jesús, antes que la oración?—Sí; porque sin la oración ese Jesús que recibís es como un remedio cuya envoltura os impide recibir sus saludables efectos. Nada grande se hace por Jesucristo sin la oración; la oración os reviste de sus virtudes, y si no oráis, ni los santos ni el mismísimo Dios os harán adelantar un paso en el camino de la perfección.

Hasta tal punto es la oración ley de la santidad, que cuando Dios quiere elevar a un alma no aumenta sus virtudes, sino su espíritu de oración, o sea su potencialidad. La aproxima más a sí mismo, y en eso está todo el secreto de la santidad. Consultad vuestra propia experiencia. Cuantas veces os habéis sentido inclinados hacia Dios, otras tantas habéis recurrido a la oración y al retiro. Y los santos, que sabían la importancia de la oración, la estimaban más que todo lo demás; suspiraban de continuo por el momento en que quedasen libres para darse a la oración, la cual les atraía como el imán al hierro. Por eso su recompensa ha sido la oración y en el cielo están orando continuamente.

¡Ah, sí, los santos oraban siempre y dondequiera! Esta era la gracia de su santidad, y es también la de cuantos quieren santificarse. Y, lo que vale más, sabían hacer orar a cuanto les rodeaba. Escuchad a David: Benedicite, omnia opera Domini, Domino, Omnia, todas las cosas. David presta a todos los seres, aun inanimados, un canto de amor a Dios. ¿Qué quiere decir esto? ¡Ah, que las criaturas alaban a Dios si nosotros sabemos ser su voz; nosotros debemos alabar por ellas! Podemos animar toda la naturaleza con este divino soplo de la oración y formar con todos los seres creados un magnífico concierto de oraciones a Dios.

Oremos, por tanto, gustemos de orar, aumentemos de día en día nuestro espíritu de oración. Si no oráis, os perderéis; y si Dios os abandona, tened entendido que es porque no oráis. Os parecéis al desdichado que con estar ahogándose rehusa la cuerda que se le tiende para arrancarle a la muerte. ¿Qué hacer en este caso? ¡Está irremediablemente perdido!

¡Oh, os lo vuelvo a repetir, dejadlo todo, pero nunca la oración; ella os volverá al buen camino, por lejos que estéis de Dios, pero sólo ella!

Si os aficionáis a ella en la vida cristiana, os conducirá a la santidad y a la felicidad en este mundo y en el otro.

(San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, Ed. Eucaristía, 4ª Ed., Madrid, 1963, Pág. 374-377)




Fray Justo Perez de Urbel

La oración perfecta

Jesús no les declaró lo que El decía a su Padre, pero les reveló una fórmula maravillosa en que estaba condensado todo lo que El acababa de decir. “Cuando queráis orar, decid: Padrenuestro, que estás en los cielos...” Son sólo unas líneas. Todos los espíritus pueden comprenderlas, todas las memorias retenerlas con facilidad; pero es difícil encontrar palabras que, en medio de tanta sencillez, encierren tanta grandeza y fecundidad. Tres cláusulas, que tienen por objeto la gloria de Dios; otras tres encaminadas a procurar el bienestar del hombre. No falta nada ni sobra nada; no hay una palabra de más; es la plegaria perfecta; es, además, la plegaria amada y familiar de Dios, la que repite sus palabras, la que hace subir a sus oídos la súplica de Cristo. Todo es nuevo en ella desde la primera palabra. El rey de los gentiles, el Zeus de los rayos, el Adonai terrible, cuyo nombre no era lícito pronunciar, el autor y dominador de nuestra vida, se convierte en el Padre, ante el cual podemos derramar con filial confianza nuestros deseos y exponer nuestras necesidades. Es nuestro Padre; no podemos presentarnos ante El en el aislamiento de nuestro egoísmo, sino animados por la idea de que ese Padre tiene otros muchos hijos, que son nuestros hermanos, y cuyo bienestar no puede ser una cosa indiferente para nosotros. El Doctor de la paz, el Maestro de la unidad no quiere que nuestra oración sea solitaria. Pedimos nuestro pan, nuestro perdón, nuestra victoria y nuestra liberación del mal. Es una oración pública y común, la oración de todo el pueblo cristiano, integrado por todos los discípulos de Jesús. ¡Qué lejos están ya aquellas peticiones frías, protocolarias, egoístas e interesadas, que arrojaban los paganos ante las estatuas de sus dioses! “Demanda de Stotoetis, hijo de Apinguis, hijo de Tesenuphis: Espero quedar libre de mi enfermedad. Concédemelo.” Ahora no; cuando decimos la oración dominical, con nosotros ruegan todos nuestros hermanos, todos los que han repetido esas mismas palabras desde los albores de la Iglesia, los miles y miles de santos que han santificado la tierra, y el mismo Cristo, que, según la expresión de Clemente de Alejandría, dirige este coro de la oración.

El Padrenuestro debió parecer demasiado breve a los discípulos de Jesús cuando le oyeron por primera vez. Al ver El sus miradas llenas de asombro y de interrogación, siente la necesidad de tranquilizarlos, y les dice: “Cuando oréis, no habléis mucho, como los gentiles y todos los que creen que no van a ser oídos, si no emplean muchas palabras.” No menos extraña era aquella libertad con que uno podía presentarse delante de la majestad divina. Jesús “sabe lo que hay en el interior del hombre”; conoce sus recelos más íntimos, su incurable desconfianza, su tendencia a considerar a Dios como un enemigo de quien hay que defenderse con un arte especial, a quien hay que desarmar con fórmulas mágicas, con cultos sangrientos, con ritos fríos y matemáticos. Por eso, con la fórmula nueva quiere inculcar una actitud nueva del espíritu. Si llamamos a Dios nuestro Padre, podemos acudir a El con la confianza de hijos, y hasta con la importunidad que tiene un niño pequeño con su padre, cuando le pide, tal vez, algo que es un puro capricho. Se acabaron los tiempos de la ignorancia y del terror, y han llegado los del amor y la gracia; y el amor y la gracia dan derecho a pedir con confianza y hasta con obstinación. Jesús enseñó esta doctrina con varios ejemplos de un tono jovial y lleno de buen humor, que debió plegar sus labios en una sonrisa bondadosa.

Cómo se ha de orar

Un ejemplo es el del hombre despertado a medianoche. “Amigo—le gritan desde la puerta—, préstame tres panes. Acaba de llegar a mi casa un conocido, y no tengo nada que ofrecerle.” Es la voz de un vecino, pero ya pudiera haber venido en hora más oportuna. Le ha cortado el primer sueño, y al día siguiente tiene que levantarse temprano. “Déjame en paz!”, contesta de mal humor, da dos razones que parecen de peso: la puerta está cerrada y los niños están con él en la cama. El de afuera insiste y sigue golpeando a la puerta, y el amo de la casa no tiene más remedio que levantarse, si no por amor al vecino, por lo menos para reanudar cuanto antes el sueño. “Yo os digo—añade Jesús—: pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; llamad y os abrirán. Porque todo el que pide, alcanza; el que busca, encuentra, y al que llama, se le abrirá.” Los hombres son avaros y perversos, y, sin embargo, no hay un padre que se burle de su hijo dándole un objeto inútil o perjudicial en lugar del que pide. ¿“Quién de entre vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra; si le pide un pez, le dará en su lugar una serpiente? Y si le pide un huevo, ¿sería capaz de ofrecerle un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará espíritu bueno a los que se lo pidan?” La tenacidad estaba bien justificada. Su fundamento es la bondad de padre que tiene Dios con sus criaturas. Ningún padre sería capaz de dar a su hijo un escorpión, uno de aquellos gruesos escorpiones de Palestina de vientre abultado y blancuzco, que, encogidos, se parecen tanto a un huevo, en lugar de un huevo auténtico.
Y lo que sucede a los que piden el pan de cada día les sucederá también a los que piden justicia contra la violencia y la agresión. “Había un juez lleno de vicios, que no temía a Dios ni a los hombres. Y había también una viuda, que se acercó a él, diciéndole:

“Defiéndeme de mi adversario.” Pero como no tenía dinero ni valedores, sólo recibía desprecios. Y venía todos los días, llorando, gritando, braceando; unas veces, humilde; otras, arrogante y amenazadora. Hasta que el terrible bajá no tuvo más remedio que decirse: “Si no arreglo las cosas de esta mujer, acabará por sacarme los ojos.” La conclusión es bien clara: si una súplica perseverante llega a triunfar de la iniquidad de un juez perverso, ¿qué poder no tendrá sobre el corazón del más amante de los padres? ¿“No hará Dios justicia a sus escogidos, que claman a El día y noche? ¿No se compadecerá de ellos? Yo os digo que les hará justicia muy pronto.” Y añadió esta frase que parece hacer alusión a la justicia del último día:
¿“Creéis que el Hijo del hombre, cuando venga, ha de encontrar fe sobre la tierra?”

(Fray Justo Perez de Urbel, Vida de Cristo, Ed.Rialp 1987, p. 428-431)



Ejemplos predicables


Las vestiduras del amigo

Tiridates, el mejor amigo del rey Artajerjes, de Persia, había muerto súbitamente. En su extremada aflicción, rogó el rey a su esposa, la reina Aspasia, que se engalanase a menudo con las púrpuras vestiduras del difunto, pues creía al ver sobre una persona viviente las ropas del amigo, amortiguaríase un tanto su pena, suponiéndole realmente ante sus ojos. Y para que la reina consintiese a ponerse las queridas vestiduras, le prometió acceder a todas las peticiones que le hiciese ataviada de aquella manera. Como este monarca, también el Rey de los Cielos atenderá más solícito nuestras súplicas, si nos aparecemos ante Él con las propias palabras del Hijo. ¿Qué mayor excelencia pueden tener las palabras de los hombres que haber sido las que un día partieron de los labios del Hijo de Dios?

(Spirago, Catecismo en ejemplos, t. IV, Ed. Políglota, 2ª Ed., Barcelona, 1940, pp. 341-342)



Santa Isabel camino de la fuente

Santa Isabel de Turingia (m. 1231) solazábase a menudo yendo a una fuente, que se encontraba al oeste de la ciudad de Marburg, a la vera de un ameno bosquecillo, para entregarse a sus oraciones en el apacible reposo de la quietud campestre. Todo aquel camino, bastante largo, porque estaba la fuente, que luego se llamó de Santa Isabel, distante más de una hora de la ciudad, a la piadosa doncella sólo le alcanzaba para rezar un Padrenuestro; tal era la prolijidad y atención con que lo hacía y tales eran los motivos de meditación y maravilla que en aquellas divinas palabras encontraba. El Padrenuestro esconde en su simplicidad un riquísimo contenido de profundos pensamientos. Nadie logró aún agotar y aprehender por entero los tesoros que en él se encierran.

(Spirago, Catecismo en ejemplos, t. IV, Ed. Políglota, 2ª Ed., Barcelona, 1940, pp. 342)



El campesino ante el príncipe

Un labriego perdió en un incendio cuanto poseía. Como no tuviera la previsión de asegurar sus bienes, hallóse reducido a la más extremada miseria y fuéle forzoso andar mendigando de casa en casa. Acuciado por su mujer, decidió un día el pobre hombre presentarse a un príncipe, que moraba en un castillo de aquellos contornos y era señalado por todos como extremadamente liberal y dadivoso, con la esperanza de que tal vez le socorriese. Púsose en camino, y cuando no le faltaba mucho trecho para alcanzar la suntuosa morada del noble, sobrecogió al buen labriego una duda que le angustiaba sobremanera. No acertaba qué título sería más agradable al príncipe y más oportuno. Le caían en las mientes todo linaje de tratamientos, pero ninguno le pareció adecuado: “Ilustre Señor”, “Vuestra Excelencia”, “Vuestra Alteza”, etc. Confuso el buen hombre, no sabía qué partido tomar. En su zozobra, medroso de descomponer la diligencia, para él tan importante, dando al noble caballero un título que no le correspondiese, volvióse a casa por el mismo camino que viniera. Al pasar junto la Iglesia parroquial, se le ocurrió entrar y rezar un Padrenuestro pidiendo a Dios que le valiese en sus miserias. Y luego de haberlo hecho, iba pensando para sus adentros: “¡Qué sencillo y natural es el título que se da a Dios! Cuando a Él nos dirigimos, no nos acosan las angustias que pasamos las gentes sencillas para hablar con un príncipe de la tierra.” Y emprendió de nuevo el regreso musitando en voz baja el Padrenuestro. Llegado a su hogar, hallóse con que, en tanto, Dios le había enviado auxilio. Entrególe la esposa una respetable cantidad que, recogida en una colecta benéfica, la parte más crecida de ella era donación del príncipe. Todos tenemos razones sobradas para llamar “Padre” a Dios.

(Spirago, Catecismo en ejemplos, t. IV, Ed. Políglota, 2ª Ed., Barcelona, 1940, pp. 342-343)

 


29.

 DOMINGO 17
29 de julio de 2001
LA FUERZA DEL HOMBRE Y LA DEBILIDAD DE DIOS
1. Camino de Sodoma partieron los ángeles para examinar con justicia a la ciudad. El Señor seguía en compañía de Abraham, con la intención de que Abraham ejerciera su carisma de instrumento de intercesión, como padre del Pueblo de Dios y así comienza el Patriarca a interceder por Sodoma: “El juez de toda la tierra ¿no hará justicia? Su confianza en el Señor había crecido, y apela a la justicia de Dios que no puede consentir la destrucción de los inocentes por causa de los culpables: "Si hubiera cincuenta inocentes en la ciudad, ¿no la perdonarás en atención a los cincuenta?" Génesis 18, 20. Abraham retuerce el argumento. En vez de castigar a los justos por causa de los culpables, ¿por qué no salvar a los culpables por causa de los justos? De la confianza en la justicia, pasa la audacia de Abraham a invocar la justicia en servicio de la misericordia, para que una ciudad pecadora acarree el castigo sobre cincuenta inocentes, sino que cincuenta, cuarenta, treinta, veinte, diez inocentes salven a una ciudad entera. ¿No puede el amor de Dios, cuya gloria es el hombre viviente, hacer que su justicia de justificación del mal se convierta en justificativa de los malos haciéndolos justos?

2. Accede el Señor a la intercesión y se presta al regateo. Lleno de osadía, a la vez que de humildad, sigue Abraham rebajando el número de los inocentes hasta diez. El pensaría en Lot y en su familia, que siguen vinculados a él y a la promesa: - "En atención a los diez no destruiré la ciudad". Abraham ha invertido los factores de la solidaridad. De una ciudad malvada que arrastra al castigo a unos inocentes, pasa a diez inocentes que pueden conseguir el perdón de la ciudad. La justicia que va a ejercer sobre Sodoma servirá para que la descendencia de Abraham se enderece por buenos caminos “y hagan justicia y juicio para que cumpla Yavé a Abraham cuanto le ha dicho”.

3. En ese camino está cercano ya al Siervo de Yavé de Isaías, quien, uno solo, con su justicia salvará y justificará a muchos (Is 53,11). Ya estamos en plena profecía del plan salvador realizado en la cruz por un solo justo, Jesucristo.

4. La misión de Abraham y de su pueblo aparece clara a esa luz: la misión de la intercesión no sólo por su pueblo, pues Sodoma no lo es, sino por toda la humanidad, representada aquí en Sodoma, que resume la maldad de los hombres. La revelación de Dios a Abraham de su plan sobre Sodoma, el mundo, constituye al confidente, en mediador, como Moisés. Dios habla y actúa, haciendo ejercitar de inmediato la intercesión de Abraham. Y con ello manifiesta que su amor que quiere prender fuego a la tierra, va a contar con el hombre, a cuya petición y oración no sólo está siempre plenamente abierto, sino que la propicia y estimula.

5. El salmista confiesa su experiencia de oración favorecida: "Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste" Salmo 137.

6. Abraham suplicando nos ha abierto el camino hacia la enseñanza de Jesús. El era un hombre de oración. En sus años de Nazaret, oraría en la sinagoga, con su familia santa, y también a solas. Tardes y noches del sabat, cuando ya mayorcito, se ha ido a la soledad del campo o de la montaña para hablar con su Padre, lleno de su Espíritu Santo. Poco a poco, a medida que iba creciendo en edad y en gracia, ha ido descubriendo el inmenso amor que el Padre le tiene, al que él va correspondiendo y va comprendiendo que la única comparación que se aproxima a su ternura, es la del amor que él ha ido recibiendo de san José y de su madre María, que son sus papaítos.

7. Cuando los discípulos le vieron una vez orar, quisieron orar como él. Se le veía tan lleno de luz y de paz, de cariño y de suavidad, e irradiaba tanto candor y tanta belleza, que les fascinó. "Y uno de ellos le dijo: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11,1). Y les enseñó la primera oración cristiana, muy distante de las rituales impersonales de la sinagoga, que ellos conocían.

8. Comenzó a invocar justamente al "Papá" de su experiencia personal, en la que predomina el deseo de la llegada del reino y su santidad, el cumplimiento de la voluntad del Padre, y sigue la petición del pan de cada día y el perdón fraterno, en resumen del amor, y la fuerza para no caer en la tentación del antirreino, que arrastra consigo todo el mal. La invasión del amor.

9. A la vista de le petición de Abraham de salvar a Sodoma, de la cual el Señor va aceptando las rebajas de su justicia que, al menos logra salvar la vida de Lot y de su familia, Jesús ilustra el poder de la oración en el reino con dos parábolas: el amigo que pide prestados tres panes, de noche, cuando la puerta del amigo está cerrada, y que los consigue, si no por la amistad, por la importunidad (Lc 11,5); y el hijo que pide pan, o pescado o un huevo a su padre, y el padre no le da una piedra que le rompa los dientes, ni una serpiente venenosa que le muerda y le inocule su veneno, ni un escorpión para que le pique y lo mate. Y esto lo hacéis vosotros, que sois malos, ¿qué no hará el Padre, de quien vuestros padres han recibido el amor que os tienen, que no es más que una pequeña chispa del suyo que él ha creado en ellos? (Lc 11,11). “Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. Y si nos da el Espíritu Santo que es el don máximo, ¿cómo no nos dará el pan de cada día, y el trabajo, y el vino en la boda, es decir, todas aquellas cosas que necesitamos para vivir, sin las cuales el mismo Padre no encontraría sujeto para derramar ese Espíritu Santo, ni tendríamos capacidad ni posibilidad de extenderlo sobre la tierra, que él quiere que arda con su fuego?.

10. Pero ¿cómo personalizar y vitalizar la oración de petición, para que no decaiga en la rutina?. Tenemos necesidad de la oración personal, meditativa o contemplativa. No es suficiente la oración vocal obligatoria. ¿No es suficiente la celebración eucarística y la Liturgia de las horas?- se pregunta el cardenal Martini. El interrogante que se nos plantea cuando debemos luchar por esta oración es si vale la pena luchar, hacer tantos sacrificios por algo que no sabemos muy bien si es necesario. ¿Se puede saber si la oración es fructuosa o si he dado golpes de ciego y he perdido el tiempo? ¿Existe el riesgo de que se convierta incluso en desorientadora, engañosa o falsa? Podemos pensar que es una ilusión y, que no somos capaces de hacerla, que es una idea de los padres espirituales, de santa Teresa, de los santos: una realidad justa y bella, pero no para nosotros. Y llegamos a creer que se podría prescindir de ella, que ya tenemos la misa, el breviario y la preparación de la homilía. Y comienza un proceso un poco ambiguo de auto-justificación: no tengo tiempo y, si acaso, la haré mañana. Poco a poco, la oración mental, o personal, va quedando marginada. Sin embargo, advertimos pronto los efectos dolorosos que esto tiene: la Liturgia de las horas se hace también costosa, y a veces la misma celebración eucarística resulta pesada, rutinaria, formal. Ese estado de cansancio, que tiene su origen precisamente en el abandono de la oración personal, se va extendiendo gradualmente a la vida, dificultando el ordenamiento de los pesos cotidianos con que se debe cargar. El problema de la oración mental no se plantea, pues, en sí mismo, sino en sus consecuencias: existe en la Iglesia como crisis, como carencia, porque, cuando llega a faltar la oración personal, todas las demás formas de oración acaban también por reducirse a gestos exteriores, a ejecuciones, a cumplimientos externos, que duran poco o se arrastran con suma dificultad. Creo que esta grave crisis en la Iglesia actual no sólo afecta a la vida sacerdotal, sino a la misma vida consagrada, en particular a la de tipo apostólico.

11. Ahora estamos escuchando a Jesús, que nos dice: “Velad y orad, para no caer en la tentación”. Sus palabras son tan actuales y más que la sangre que corre por nuestras venas y que los latidos del corazón que estamos sintiendo. Su amor sigue tan real y actual, que en seguida va a estar vivo y resucitado sobre el altar. Viene con el Corazón lleno de su Espíritu para derramarlo sobre toda la comunidad y sobre cada uno. Cuando a continuación recemos el Padre nuestro, recordemos que él nos lo ha enseñado y que nos quiere a todos salvados por su Sangre. A él gloria por los siglos. Amen.

JESÚS MARÍ BALLESTER


30. 2004.
Comentarios
Servicio Bíblico Latinoamericano


Primera lectura

Este texto, continuación del que se leía el domingo pasado, nos muestra a Abraham, padre de la fe y antepasado de Israel, como gran intercesor antes los habitantes de estas ciudades. Muestra una actitud a imitar: apertura y ayuda a los demás. La negociación entre el intercesor y Dios, recuerda el estilo oriental (y muy latinoamericano, también) del regatear. Lo que se busca es acentuar la insistencia intercesora de Abraham y la magnitud del pecado de Sodoma y Gomorra. El texto es el mejor ejemplo de oración como diálogo audaz y comprometido con Dios, en el que vemos a Abraham hablar con el Señor y tratar de convencerlo a partir de su bondad y justicia, pero , al parecer, abusando de su confianza. El estilo y modo de proceder es, obvio, de una mentalidad semítica: poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia pero que muestran la confianza en Dios y la proximidad de los hombres a El. Por otra parte , este texto, puede ser modelo para el tema de la hospitalidad: Al narrar como estos “tres seres” escuchan a Abraham atentamente. Esta “atención” le permite entrar en el misterio. Uno se revela como el Señor (18,10.13.20) y los otros dos como sus ángeles (19,1). La narración, que al principio hablaba tres hombres, adquiere aquí un carácter teofánico y manifiesta el sentido profundo de la hospitalidad.

Segunda lectura

A partir de este texto los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; por otra parte, es también como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y esta resurrección sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos. Esta expresa, pues, la vinculación entre bautismo y fe. Pecado y muerte, fe y bautismo son correlativos. La inserción al misterio de Cristo acontece en el bautismo, pero se funda en la fe. Haber resucitado significa en realidad vivir en Cristo, como consecuencia de haber obtenido el perdón de los pecados como resultado de la muerte del Señor. Siendo coherente, Pablo dice que “el perdón del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado (cf. Rom.7,7-9). La mejor expresión paulina al respecto se encuentra aquí como imagen. La Ley ha sido clavada en la cruz.


Evangelio

La oración forma parte de la vida del pueblo judío. Los piadosos volvían su espíritu a Dios varias veces al día. Jesús aprende, desde el pueblo y su tradición a orar. Como buen judío, aprendió a rezar en la familia y en la sinagoga. En su ministerio, su oración toma adquiere una particularidad: su acercamiento a Dios, “su Abbá”. Lucas lo describe en oración varias ocasiones (3,21; 5,16; 6,12; 9,29). Los exegetas reconocen en Lucas, la transmisión más fiel de la oración del Padrenuestro y que es la más breve. Del arameo pasó al griego y así la incluyó Lucas en su narración.

La expresión PADRE, ya la hemos comentado en la parte del diario bíblico “en papel”. Aquí continuamos el resto: PATER

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: o sea que Dios sea conocido, dado a conocer, alabado, amado, bendecido, glorificado y agradecido por todas las gentes del mundo. Que el nombre del Señor, o sea el mismo Dios, reciba estimación, amor veneración, y piadosa adoración por todos y cada vez más. Hay que volver a notar el orden de la oración en el Padrenuestro. Primero que Dios sea reverenciado y amado.

VENGA TU REINO: es una oración misionera. Lo que buscan los misioneros es hacer que Dios reine en las gentes de las tierras que ellos están misionando desde sus culturas e ideosincracia. Y es lo que debemos desear y pedir y buscar todos en todos los tiempos: que reine Dios. Que venga su Reino. Si primero buscamos el Reino de Dios, todo lo demás vendrá por añadidura. Es un deseo de que Dios reine en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro hogar, en la sociedad, en la nación y en el mundo entero. Y en cuantas naciones y personas todavía no reina!

DANOS EL PAN DE CADA DIA. Pedimos para cada día el pan, sin afanarnos por el futuro, porque Dios estará también en el futuro y El proveerá. Como el Maná del desierto, el pan de cada día es un don maravilloso de la bondad del Señor. Con esta petición del pan diario le estamos queriendo pedir que nos libre del desempleo o de la demasiada carestía, y de las inundaciones y sequías que acaban con los cultivos, y de las guerrillas que impiden a los campesinos recoger sus cosechas, empleo para el esposo que tiene que mantener una familia, ayudas económicas para esa madre abandonada; protección para el anciano echando a un lado por la sociedad. El corporal y el espiritual. Todos los días los necesitamos, por eso tenemos que pedirlo todos los días.

PERDONANOS NUESTROS PECADOS, COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN. El perdón es un arte que se consigue con infinitos ejercicios. San Agustín enseña que a algunos no les escucha Dios la oración que le hacen, porque antes no han perdonado a los que los han ofendido, o no le han pedido perdón al Señor por sus pecados. Sin pedirle excusas por los disgustos que le hemos proporcionado, ¿cómo queremos que nos conceda las gracias que le estamos suplicando?. Es un recuerdo muy oportuno para que no se nos vaya a ocurrir nunca la mentirosa idea de creernos buenos. Dios pone una condición para perdonarnos: no podemos obtener perdón del cielo, si no perdonamos en la tierra. El día del Juicio no tendrás disculpas: te juzgarán como hayas juzgado. Te condenarán si no quisiste perdonar a los demás, y te absolverán si supiste perdonar siempre (S. Cripriano):El Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

EL LES DARA EL ESPIRITU SANTO. El objetivo final y el contenido de la oración cristiana es llegar a recibir el Espíritu que es capaz de renovar la faz de la tierra, incluidos nosotros. El Espíritu Santo es la fuerza que viene de lo alto con poder avasallador y aleja los vicios y nos trae muchos buenos pensamientos y deseos. El Espíritu Santo quiere ser nuestro Huésped, y es enviado por el Padre Celestial si se lo pedimos con fe y perseverancia. El Espíritu Santo es el que nos hace comprender las Sagrada Escrituras. El Espíritu Santo cuando viene nos ofrece: orar mejor, arrepentirnos de nuestros pecados y tener deseo de dedicarnos a agradar a Dios.

La gente veía a Jesús orar con tanta devoción y notaba que el Padre Dios le escuchaba de manera tan admirable su oraciones, que sentía el vivo deseo de aprender de El, cómo es que se debe orar para ser mejor escuchando por el Altísimo. Y había la tradición o costumbre de que los mas afamados maestros de espíritus les enseñaran a sus discípulos métodos fáciles y prácticos de orar, pues la oración, como todo buen arte, necesita de un maestro que guíe al principiante. Juan el Bautista había enseñado a sus seguidores algunos métodos prácticos de hacer oración y ahora a Jesús se le pedía también este gran favor. Es que un arte no se aprende sin un buen maestro. Y orar es un arte.

Esta debería ser una de nuestras más frecuentes y fervorosas peticiones a Jesús: ¡Señor: enséñanos a orar! Si Jesús no nos enseña el arte de orar, siempre estaremos perdidos en esta labor tan noble y difícil. Debemos aprender a “orar”, es decir, a hablar con Jesús y con su Padre y nuestro Padre, y con el Santo Espíritu, con el amor y la confianza de hijos muy amados. Aprender a orar de tal manera que nuestra oración siempre sea escuchada. Que nuestro orar no sea solamente pedir , sino también adorar, agradecer y amar.

Digámosle a Jesús: “Enséñanos a orar”, no sólo con nuestros labios, sino desde nuestro corazón y con toda la atención para que sea como decía Santa Teresa: “Un hablar con un Dios que sabemos nos ama inmensamente”. Señor: enséñanos a orar!.

Las cuatro condiciones de la oración son:

ATENCIÓN: porque si no ponemos atención a lo que le decimos a Dios, ¿cómo podemos pretender que El le ponga atención a eso que le pedimos?

HUMILDAD: reconocer que no tenemos nada que no hayamos recibido y por lo mismo pedimos ser escuchados.

CONFIANZA: recordando que el Señor Dios nos ama mucho más que la más buena de las madres al más amado de los hijos.

INSISTENCIA: como Abraham, cuando intercede por Sodoma: sin cansarse de pedir.

La oración es una página en blanco. Arriba dice “Les daré todo lo que necesiten y me pidan con fe”. Abajo está la firma: “Dios “. ¿Qué escribimos en todo ese espacio blanco? O seremos tan locos que no escribimos nada?

Con la ayuda de El Espíritu Santo el gran maestro y guía que nos hace comprender debidamente la Sagrada Escritura, meditemos unos minutos acerca de esta, la más bella oración del mundo, el Padrenuestro, la oración en la que empleamos las mismas palabras de Jesús y que le debe ser muy grato al Señor. El Padrenuestro se compone de dos series de peticiones: las primeras se refieren a Dios, y las segundas, mas numerosas, se refieren a nosotros. Solamente después de haber pedido que Dios sea glorificado, debemos atrevernos a pedir que nosotros seamos socorridos. Tertuliano decía que el Padrenuestro es el resumen de todo el evangelio. Y San Cipriano afirma que el Padrenuestro no le falta nada para ser una oración completa. Quedémonos en nuestro diario bíblico de papel con la primera palabra: PADRE: es la palabra con la cual Jesús nos enseñó a llamar a Dios. Dicen ciertos autores que la noticia más bella que nos trajo Cristo es que Dios es nuestro Padre y que le agrada que lo tratemos como a un papá muy amado. San Pablo dirá: “no hemos recibido un espíritu de temor si no un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: Abbá, Padre! (Rom.8,15). No tenemos a un Dios lejano, es un papá cercano. Ninguno de nosotros es un huérfano. Ninguno de nosotros se sienta desamparado; todos somos hijos del Padre más amable que existe. Y si tenemos un mismo padre, somos todos hijos de El, por lo tanto debemos reconocernos y amarnos como hermanos. Si lo llamamos “Padre” amémoslo como a un buen padre y no seamos faltos de cariño para con El (Orígenes). Dios, pues, es un padre que conoce muy bien todo lo que necesitan sus hijos y se deleita en ayudarlos y siente enorme satisfacción cada vez que puede socorrerlos. El nos ayuda no porque nosotros somos buenos, sino porque El es bueno y tiene generosos sentimientos. Quizás no nos habríamos atrevido a llamar a Dios, nuestro Padre, si Jesús no nos hubiera enseñado a llamarlo así. No lo olvidemos, la oración es el medio más seguro para obtener de Dios las gracias que necesitamos para nuestra salvación. (San Alfonso)


Para la revisión de vida

Nuestra oración está plena de confianza en Dios y su Providencia, o sólo busca sacar algo que deseamos, aún sabiendo que El no querría darnos?

Oramos al Padre pidiendo que intervenga en la vida sin respetar la autonomía del mundo y de las libertades?

Cuando oramos deseamos que el Espíritu disponga nuestras perspectivas, deseos y capacidades de actuación para que sintonicen con las del Padre?


Para la reunión de grupo

Comparar entre los sinópticos, teniendo a Lucas como base, los momentos de oración en Jesús.

Hay fundamentos y/o motivos para deducir que en verdad el pecado de Sodoma fue la falta de hospitalidad, o se puede deducir otra falta que ocasionó su destrucción?


Reflexionar como grupo ¿cuáles son las tentaciones que hoy pedimos al Padre que aleje?.


Para la oración de los fieles

Escucha, Padre, el clamor de tus hijos

Por la Iglesia que comparte y te eleva el grito de la humanidad. Oremos.

Para que haya más justicia y paz.

Por las órdenes contemplativas, llamadas a servir al mundo por la oración.

Por los que no tienen el pan de cada día.

Oración comunitaria

Padre, que a través de tu Hijo nos enseñaste a pedir, buscar y llamar con insistencia, escucha nuestra oración y concédenos la alegría de sabernos escuchados. Por nuestro Señor Jesucristo


31.Predicador del Papa: Imposible conocer a Jesús prescindiendo de la fe en Dios
Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo

ROMA, viernes, 27 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap, predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del próximo domingo.

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XVII Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Génesis 18, 20-21.23-32; Colosenses 2, 12-14; Lucas 11, 1-13

Jesús orando

El evangelio del domingo, XVII del Tiempo Ordinario, empieza con estas palabras: «Un día Jesús estaba orando en cierto lugar; cuanto terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos". Él les dijo: "Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino"».

Cómo sería el rostro y toda la persona de Jesús cuando estaba inmerso en oración, lo podemos imaginar por el hecho de que sus discípulos, sólo con verle orar, se enamoran de la oración y piden al Maestro que les enseñe también a ellos a orar. Y Jesús les contenta, como hemos oído, enseñándoles la oración del Padre Nuestro.

También esta vez queremos reflexionar sobre el evangelio inspirándonos en el libro del Papa Benedicto XVI sobre Jesús: «Sin el arraigo en Dios –escribe el Papa-, la persona de Jesús es fugaz, irreal e inexplicable. Éste es el punto de apoyo sobre el que se basa este libro mío: considera a Jesús a partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su personalidad».

Los evangelios justifican ampliamente estas afirmaciones. Por lo tanto nadie puede contestar históricamente que el Jesús de los evangelios vive y actúa en continua referencia al Padre celestial, que ora y enseña a orar, que funda todo sobre la fe en Dios. Si se elimina esta dimensión del Jesús de los evangelios no queda de Él absolutamente nada.

De este dato histórico se deriva una consecuencia fundamental, esto es, que no es posible conocer al verdadero Jesús si se prescinde de la fe, si se realiza un acercamiento a Él como no creyentes o ateos declarados. No hablo en este momento de la fe en Cristo, en su divinidad (que viene después), sino de fe en Dios, en la acepción más común del término. Muchos no creyentes escriben hoy sobre Jesús, convencidos de que son ellos los que conocen al verdadero Jesús, no la Iglesia, no los creyentes. Lejos de mí (y creo que también del Papa) la idea de que los no creyentes no tengan derecho a ocuparse de Jesús. Jesús es «patrimonio de la humanidad» y nadie, ni siquiera la Iglesia, tienen el monopolio sobre Él. El hecho de que también los no creyentes escriban sobre Jesús y se apasionen con Él no puede sino agradarnos.

Lo que desearía mostrar son las consecuencias que se derivan de un punto de partida tal. Si se niega la fe en Dios o se prescinde de ella, no se elimina sólo la divinidad, o el llamado Cristo de la fe, sino también al Jesús histórico tout court; no se salva ni siquiera el hombre Jesús. Si Dios no existe, Jesús no es más que uno de los muchos ilusos que oró, adoró, habló con su sombra o con la proyección de su propia presencia, por decirlo al modo de Feuerbach. Pero ¿cómo se explica entonces que la vida de este hombre «haya cambiado el mundo»? Sería como decir que no la verdad y la razón han cambiado el mundo, sino la ilusión y la irracionalidad. ¿Cómo se explica que este hombre siga, a dos mil años de distancia, interpelando a los espíritus como ningún otro? ¿Puede todo ello ser fruto de un equívoco, de una ilusión?

No hay más que una vía de salida a este dilema, y hay que reconocer la coherencia de los que (especialmente en el ámbito del californiano «Jesus Seminar») la han tomado. Según aquellos, Jesús no era un creyente hebreo; era en el fondo un filósofo al estilo de los cínicos; no predicó un reino de Dios, ni un próximo final del mundo; sólo pronunció máximas sapienciales al estilo de un maestro Zen. Su objetivo era despertar en los hombres la conciencia de sí, convencerles de que no tenían necesidad ni de Él ni de otro Dios, porque ellos mismos llevaban en sí una chispa divina. Pero éstas son -mira por dónde- ¡las cosas que lleva décadas predicando la Nueva Era!

La mirada del Papa ha sido adecuada: sin el arraigo en Dios, la figura de Jesús es fugaz, irreal; yo añadiría contradictoria. No creo que esto deba entenderse en el sentido de que sólo quien se adhiere interiormente al cristianismo puede entender algo de él, pero ciertamente debería alertar respecto a creer que sólo situándose fuera de éste, fuera de los dogmas de la Iglesia, se pueda decir algo objetivo sobre él.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]


32.  Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net


Nexo entre las lecturas

Los textos litúrgicos de este domingo nos enseñan diversos modo de orar. Abrahán aparece en la primera lectura como modelo de oración de intercesión por los habitantes de Sodoma. En el Evangelio Jesucristo nos enseña con el padrenuestro dos modos de orar: la oración de deseo, en la primera parte, y la oración de súplica en la segunda. El texto de la carta a los colosenses no trata directamente de la oración, pero podríamos decir que ofrece el fundamento de toda oración cristiana, sobre todo de la oración litúrgica, que es el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. O tal vez se pudiera hablar de la oración que se hace vida, entrega por amor.


Mensaje doctrinal

1. La oración de intercesión. Interceder es unirse a Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres, y participar de alguna manera en su mediación salvífica. En la intercesión, en efecto, el orante no busca su propio interés, sino el de los demás, incluso el de los que le hacen mal. Normalmente se intercede por alguien que está en necesidad, en peligro o en dificultad. Así lo hace Abrahán ante la situación de Sodoma y Gomorra, a punto de ser destruidas por su maldad. La de Abrahán es una intercesión llena de atrevimiento y osadía para con Dios, pero al mismo tiempo de grandísima humildad. "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco, ¿destruirías por los cinco a toda la ciudad?". La oración de intercesión complace a Dios, porque es la propia de un corazón conforme a la misericordia del mismo Dios. Pero la eficacia divina, obtenida por el intercesor, puede encontrar acogida o rechazo en la persona por la que se intercede. Ante la intercesión de Abrahán, Dios intercede y salva a Lot y a sus hijas, pero Sodoma y Gomorra son arrasadas por el fuego.

2. La oración de deseo. Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. Por eso, en el padrenuestro que Jesucristo nos enseñó, el corazón del creyente eleva hasta Dios el deseo ardiente, el ansia del hijo por la gloria del Padre, siguiendo las huellas de Jesucristo. ¿Qué es lo que el cristiano más puede desear en este mundo? El Evangelio nos responde: Que sea santificado el nombre de Dios, que venga su Reino. El cristiano desea ardientemente que Dios sea reconocido como santo, como totalmente diferente del mundo, como el totalmente Otro, como el Trascendente que sostiene nuestra libertad y alienta nuestra hambre de trascendencia. El cristiano anhela fuertemente que se establezca el reino y reinado de Dios sobre la tierra, el reino del Mesías que abre las puertas a todos los pueblos y a todas las naciones. ¿Son éstos todos los deseos de los cristianos? Son un compendio, por eso, todos los demás buenos deseos cristianos, para que sean tales, deberán decir relación a uno de ellos dos. Una oración de deseo, al margen de Dios y de su reino, no puede ser cristiana.

3. La oración de súplica o petición. En la segunda parte del padrenuestro, pedimos a Dios por las necesidades fundamentales de la existencia humana. Las pedimos no individual, sino comunitariamente. Es la Iglesia en mí y conmigo la que pide a Dios el pan de cada día, el perdón de los pecados, la fuerza ante la tentación para todos los cristianos, para todos los hombres. Son peticiones que se hacen a Dios como Padre, y por ello con total confianza y seguridad de ser escuchados; pero son también peticiones audaces porque pedimos cosas nada fáciles, sobre todo si tenemos en cuenta el misterio de la libertad de Dios y de la libertad del hombre. Son peticiones que "conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal" (CIC 2857).

4. La oración de la vida entregada por amor. . Nuestra oración es paradójicamente también una respuesta, nos dice bellamente el catecismo. Una respuesta a la queja del Dios vivo: "A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas; respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación, respuesta de amor a la sed del Hijo único" (CIC 2561). Es la oración de la vida, de las obras de la fe y del amor, obras diarias unidas misteriosamente al gran orante con la vida que es Jesucristo. En nosotros, dada nuestra miseria, debilidad y limitación humanas, no pocas veces la oración va por un lado y la vida por otro. En Jesús la oración es vida y la vida es oración. Así es como pudo cancelar la nota de cargo que había contra nosotros y clavarla en la cruz, perdonándonos todos nuestros pecados. Jesucristo oró y murió por nuestros pecados, y con su oración y muerte nos alcanzó la vida.


Sugerencias pastorales

1. Dime cómo oras y te diré quién eres. Hay quienes piensan que el valor del hombre y su identidad se miden por su cuenta bancaria, por su rango social, por su poder sobre los demás, por su saber, por su fama...Más bien habrá que decir que el hombre es lo que ora, vale lo que ora. ¿Oras? ¿Oras de verdad, con todo el alma? ¿Oras mucho, con frecuencia? ¿Oras con oración de deseo, buscando sinceramente a Dios en tu oración? ¿Oras desinteresadamente, por quienes tienen necesidad de Dios, de su misericordia y de su amor? ¿Oras con confianza, con abandono en el poder y en la sabiduría de Dios que conoce lo que es mejor para los hombres? ¿Oras con un corazón eclesial, abierto a todos? ¿Oras, como Jesucristo, con tu vida hecha oblación por la salvación de los hombres? Si oras, y oras así, eres cristiano auténtico. Si no oras, o si tu oración está desprovista de estas cualidades, tu carné de identidad cristiana está muy maltrecho y desfigurado. Por todo esto, conviene recordar que la familia, la escuela, la parroquia deben ser también y -¿por qué no?- principalmente, escuelas de oración. No nos sucede que enseñamos muchas cosas a los niños, y ¿nos olvidamos quizá de enseñarles a orar?

2. El "gusto" de orar. La oración indudablemente no debe ser un capricho, algo que depende del tener o no tener ganas. Pero evidentemente que tampoco debe ser un tormento, algo que hago a disgusto, porque hay una ley de la Iglesia o una costumbre de familia. Orar debe ser algo que me guste, como nos gustan las cosas buenas. Nos gusta hablar con los amigos, ¿hay un mejor amigo que Dios? Nos gusta aprender cosas, ¿hay mejor maestro que el mismo Dios? Nos gusta sentirnos queridos y amados, ¿hay alguien que nos ame y nos quiera más que Dios Nuestro Señor? Este gusto, como muchas veces no es sensible, nos resulta algo más difícil. Como es un gusto espiritual, es un gusto que sólo el Espíritu Santo nos puede regalar. Por tanto, más que esforzarse por gustar la oración, habremos de esforzarnos por pedir al Espíritu el gusto de orar. Él, que conoce el interior de cada hombre, es quien infunde en la intimidad de cada uno este gusto por la oración. ¿Te "gusta" la oración en el recinto secreto de tu corazón, a solas con Dios? ¿Te "gusta" la oración comunitaria, por ejemplo, el rosario en familia o en la Iglesia, y sobre todo la santa misa, oración suprema de la Iglesia al Padre por medio de Jesucristo? Si todavía no lo tienes, descubre el gusto de la oración y pide al Señor que nos lo conceda a todos los cristianos. El gusto de orar es una riqueza para cada cristiano y para toda la Iglesia.


33.

Ciclo C – Textos: Gn 18, 20-21.23-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: Nuestra línea telefónica y nuestro whatsapp con Dios es la oración, que debe ser confiada, perseverante, humilde e intercesora. El Wi-Fi de Dios está siempre conectado.

Síntesis del mensaje: Lucas, que nos acompaña en este ciclo C, es el evangelista que más veces hace alusión a Jesús orante, tanto en comunidad como en solitario, en momentos de alegría o de crisis. El domingo pasado nos invitaba Jesús, en la casa de Marta y María, a escuchar la Palabra y a dar prioridad a la oración antes que a la acción. Hoy nos ayuda a entender la importancia de la oración en nuestra vida, enseñándonos el Padrenuestro y también indicándonos las cualidades que debe tener nuestra oración. La oración no es una cuestión de técnicas; una oración buena es la que nos hace encontrar a Dios y poco a poco nos transforma interiormente.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos la oración de Abrahán. Es una oración porfiada de intercesión, a favor de los habitantes de Sodoma y Gomorra, a pesar de su gran pecado. Es entrañable –y típico oriental- el “regateo” de Abrahán ante Dios. Le pide con confianza “rebajas”, aunque conocía el gran pecado de aquella ciudad. Y Dios le escucha, aunque no haya encontrado ni siquiera esos diez justos que le sugería Abrahán. Aprendamos de Abrahán a pedir por nuestras naciones, por los enfermos, por los jóvenes, por los que sufren, por los pecadores, por las familias, por la paz del mundo, por los gobernantes. Oración de intercesión.

En segundo lugar, veamos la oración de Jesús. Jesús ora con frecuencia y largamente; algunas veces, como nos recuerdan los evangelistas, pasa incluso toda la noche en oración (cf. Lc 6, 12). Jesús ora antes de tomar cualquier decisión importante: por ejemplo, antes de escoger a sus apóstoles; antes de salir para Jerusalén; antes de enviar a los discípulos en misión. Jesús ora en la soledad. A veces se levanta muy pronto por la mañana, para poder orar tranquilamente, aunque el día anterior haya tenido que ocuparse durante mucho tiempo de los enfermos (cf. Mc 1, 32.35). ¿Por qué ora? Porque siente un intenso deseo de vivir en unión con su Padre del cielo. Su ejemplo suscita en los discípulos el deseo de ser instruidos en la oración. Por eso le piden: “Señor, enséñanos a orar”. Y nos enseña la más sublime oración, el Padrenuestro: la primera parte dirigida a Dios (sea alabado y santificado su Nombre, implorado su Reino, cumplida su Voluntad). La segunda es para nosotros: le pedimos el pan material y espiritual; perdón de nuestras ofensas, nos aparte de la tentación y nos libre del mal.

Finalmente, analicemos nuestra oración. Tengamos nuestro whatsapp con Dios actualizado. ¿Qué es la oración? “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r). “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68). Y para san Agustín, la oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. Y el Catecismo dice en el número 2564: “La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”. ¿A qué vamos a la oración? A alabar y adorar a Dios, a darle gracias, a pedirle perdón e implorarle por nuestras necesidades. ¿Cómo debemos rezar? Con sencillez y humildad, con atención y confianza, con perseverancia. ¿Qué obstáculos encontramos en nuestro día a día para rezar bien? El miedo al silencio, a la soledad y a encontrarnos con nosotros mismos, las distracciones, el pensar sólo en las cosas materiales, el peso de nuestros pecados, la tibieza y la mundanidad, de la que tanto habla el papa Francisco. ¿Y los frutos de la oración? Frutos tanto individuales como para la comunidad. Estos frutos son lo que nos permiten decir que la oración no es algo puramente psicológico, porque tiene consecuencias. Si permanecemos fieles a la oración, poco a poco nos volvemos más apacibles, más delicados, más atentos a los demás: comunicamos la paz de Dios. Luego están los santos, que gracias a la oración han logrado hacer grandes obras de amor impensables en un principio. Gracias a la oración uno puede llegar a sentir –a percibir sensiblemente- la presencia de Dios, su ternura y su alegría. De lo que se trata es que cada vez sea menos una oración de pensamiento, de cabeza, y cada vez más una oración de corazón, que se abra a Dios, en una apertura y abandono que hace que la oración sea profunda.

Para reflexionar: ¿Reservo unos diez o quince minutos diariamente en mi whatsapp espiritual para encontrarme con Dios y consagrar ese momento a Él? ¿Estoy conectado al Wi-Fi de Dios todo el día? ¿He reflexionado que las actitudes esenciales para orar y relacionarnos con Dios son tres: un acto de fe, de esperanza y de amor, y no tanto, la sensibilidad ni la inteligencia? ¿Todo lo espero de Dios o también pongo mi parte? ¿Grito al Señor día y noche? ¿Rezo por los demás como Abraham por Sodoma y Gomorra?

Para rezar: “Señor, estoy ante ti como un pobre, veo todos mis pecados y mi fragilidad, pero no es un problema porque Tú eres mi esperanza. Es de ti que espero mi salvación, Señor; es de ti que espero la gracia que podrá curarme, purificarme y transformarme…Señor, no siento gran cosa y me gustaría comprenderlo todo, pero creo aún así con todo mi corazón que estás aquí”.


34. -

Hoy como ayer hay que seguir haciendo a Jesús la misma petición: enséñanos a orar. Porque hoy como ayer no sabemos probablemente hacerlo. Y no porque desconozcamos el modelo de oración, siempre nuevo y fascinante, sino porque somos indómitamente interesados en nuestra oración. Se impone un cambio de talante y pedir al Padre que nos conceda siquiera algo de su espíritu, a fin de ser unas personas nuevas, capaces de algo más que de estar preocupados de nuestros propios problemas. Cuando el espíritu del Padre entra en una persona, deja de ser problema en ella lo que hasta entonces era un mundo que se le echaba encima.

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El libro del Génesis nos ha presentado a Abrahán en diálogo de amistad con Dios. Como aquel que regatea ante quien tiene más poder que él, intentando beneficiar a un tercero. Aunque parecería que a él ni le va ni le viene, se muestra solidario con los pecadores intercediendo por ellos ante Dios. Y se vale de la bondad de los justos, que aunque pocos, podrán salvar a los injustos, aunque sean muchos. Y con la tenacidad del comerciante oriental que regatea, intentando bajar más y más el precio a pagar, Abrahán presenta a los buenos ante su amigo Dios para que éste olvide la culpa de los malos y los perdone.

Ese regateo ha llegado a su culminación cuando uno solo, Jesucristo, se ha puesto para compensar la balanza de todos los demás, de la humanidad entera pecadora. Uno, el justo, clavado en la cruz, perdonó los pecados de todos. Así lo expresaba san Pablo en la segunda lectura. He ahí dos características propias de la oración cristiana: la intercesión desinteresada, que busca más el bien ajeno que el propio, y la insistencia de quien confía en la bondad del amigo, y no se cansa de aburrirle con su petición. Los que queramos aprender a orar, hemos de imitar el desinterés de Abrahán que intercedía en favor de los habitantes de Sodoma y de Gomorra, a pesar de que nada tenía que perder él. Y su insistencia que no le dejaba rendirse en su petición machacona, confiando en la bondad de su interlocutor, el Señor.

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El amigo acude a su amigo en favor de un tercero. Este dato es importante a la hora de interpretar esa frase: Pedid y se os dará: la insistencia en acudir al Padre deberá tener en cuenta el beneficio de los demás. ..................................

En este contexto, el mensaje de Jesús se expresa con gran claridad y belleza: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide, recibe; quien busca, llama; y al que llama, se le abre».

Y, sin embargo, todos somos conscientes de que las cosas no son tan claras, como parece indicar el relato del evangelio. Todos tenemos la experiencia de que hemos pedido, incluso con insistencia, algún favor de Dios..., y nos hemos quedado con las manos vacías; hemos buscado y no hemos encontrado; hemos llamado a la puerta de Dios y nos parece que nos ha respondido el más absoluto silencio.

El mismo Jesús tuvo esa misma experiencia en su agonía de Getsemaní, cuando pedía con insistencia que pasase de él el cáliz de su pasión y, sin embargo, pocas horas después tenía que beber ese cáliz hasta el final.

La oración de petición no es una especie de recurso mágico a través del cual podemos ver cumplidos nuestros deseos del tipo que sean. Lo expresaba gráficamente san Agustín, cuando afirmaba que «Dios llena los corazones, no los bolsillos».

En este contexto es interesante leer con atención las comparaciones utilizadas por Jesús. Jesús no dice que si le pedimos un pan, se nos va a conceder el pan deseado; lo que nos dice es que no vamos a recibir una piedra. Tampoco dice que el que pide un pescado o un huevo, lo que va a recibir sea lo solicitado, pero afirma claramente que no va a recibir una serpiente o un escorpión. Y su mensaje queda claro en sus últimas palabras: «¡Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!». La oración de petición no tiene nada que ver con el regateo comercial, insinuado por el texto de Abrahán, sino que debe situarse en un nivel distinto. Lo expresaba espléndidamente el mismo san Agustín: «El hombre no ora para orientar a Dios, sino para orientarse a sí mismo». El fin de la oración no es el de Abrahán: decirle a Dios qué es lo que tiene que hacer, sino el conocer qué es lo que nosotros debemos realizar.

¿No le acontece a nuestra oración que intentamos aturdir a Dios con nuestras palabras y nos falta aquello que decía el mismo Jesús: «No utilicéis muchas palabras, como los paganos que piensan que así serán escuchados..., pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis, incluso antes de que comencéis a pedir»? Precisamente en este contexto, Mateo presenta la oración de Jesús, el padrenuestro. Porque, en el fondo, las dos comparaciones de Jesús en el relato del evangelio de hoy no son sino una explicitación del padrenuestro, que es la quintaesencia de la oración cristiana.

Dios ya no es el que discute con Abrahán; es el Padre que Jesús nos ha revelado. Y a ese Padre le pedimos el pan de cada día -el pan que sacia el hambre física y el hambre espiritual de nuestro corazón-; que su nombre sea santificado y su reinado venga sobre nosotros. Y también que nos dé capacidad para perdonar, así como nosotros somos perdonados, para, finalmente, pedirle que «no nos meta en la tentación», que no haga de nuestra vida una prueba intolerable. Esa fue la oración de Jesús que fue escuchada en su agonía de Getsemaní.

Esa gracia de la oración es el don del Espíritu Santo que el Padre bueno no puede negar a aquellos que se lo piden. A nosotros nos gustaría que la oración fuese más eficaz y que respondiese tangiblemente a nuestros deseos, pero, ¿nos parece poco que esta oración nos ayude a asumir la vida y ser capaces de encontrar un gozo que nadie nos podrá quitar?

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Hoy es buen día para aprender a orar. Quizá podríamos hacer una experiencia interesante. Esta: haciendo un alto en nuestra costumbre, decir pausadamente el Padrenuestro, pensar en lo que decimos, detenernos en cada una de sus peticiones, saborear sus frases e intentar que esta experiencia nos impida, en lo sucesivo, repetirlo como si fuéramos cotorras.