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HOMILÍAS
PARA EL DOMINGO 17 B
24-29
24. DOMINICOS 2003
Este domingo: 17º del Tiempo Ordinario
Compartir nuestra pobreza
Este domingo la Palabra de Dios nos pone cara a cara con un hermoso recurso de
la Providencia para que nadie pase necesidad: ¡nosotros mismos!
A cada uno el Señor nos ha dado algo valioso. Y todos tenemos, seguro, un
poquito de algo que podamos compartir. Pero sólo un poquito… y, como el domingo
pasado, tenemos frente a nosotros a una multitud, y nos es imposible responder a
tamaña necesidad desde nuestra pequeñez.
Pero la invitación que Dios nos hace a compartir lo que tenemos con la multitud
de hambrientos, nos la hace "sabiendo bien lo que va a hacer": Jesús nos invita
a entregarle a él lo poco que tengamos (¡nuestra vida!), para que él lo pueda
multiplicar en pan, en paz, en justicia… para una multitud.
Confiemos, pues, en el Señor, porque él "cumple los deseos de sus fieles,
escucha su clamor y les da la salvación" Y, lo poco que tengamos, pongámoslo en
sus manos sin dudar.
Comentario bíblico:
Compartir el pan, compartir la vida
Iª Lectura: 2Reyes 4,42-44: El milagro de repartir lo poco que se tiene
I.1. La primera lectura de este domingo forma parte de un ciclo de milagros de
Eliseo, el discípulo de Elías, que muy posiblemente se trasmitió entre sus
discípulos. Esas tradiciones se transformaron, sin duda, para poner de
manifiesto la grandeza de este hombre de Dios. Se ha escogido el final de ese
ciclo, en acuerdo para este domingo, con objeto de servir de preparación al
relato de la multiplicación de los panes que se ha de leer en el evangelio. Si
nos fijamos bien, el relato no describe o especifica ningún gesto extraordinario
por el que se lleve a cabo el dar de comer a todos los que siguen al profeta,
sino que toda la fuerza de lo que se ha de hacer está en las palabras de Dios, a
las que hace referencia el profeta como si se tratara de un dicho popular y
sagrado. El mismo salmo interleccional del día (Sal 144) podría ser un apoyo a
esta apelación profética. Ellos comieron, se saciaron y sobró, según las
palabras del Señor.
I.2. El relato es legendario, sin duda, y probablemente se conservaba como una
historia religiosa testimonial y ejemplar en los círculos de profetas, los que
en los momentos más difíciles piden al pueblo que confíen en Dios por encima de
todas las cosas. De hecho, en la lectura de hoy se describe como situación
previa una gran hambre que había en la región. Los primeros frutos de la cosecha
sirvieron para que todos, al compartir lo necesario, pudieran subsistir. Porque
en estas situaciones límites lo más injusto es que unos pocos acumulen y otros
pasen hambre; esta, creemos, es la lección de esta historia religiosa de Eliseo.
Confiar y repartir; eso es lo que pide el profeta y por ello acontece lo
extraordinario de que haya para todos. Estas historias han sido muy proverbiales
en los círculos religiosos y de los santos. Lo importante no es verificar los
detalles de su historicidad, sino cómo pueden servir de modelo para ayudar a los
necesitados y compartir lo poco que se tiene. El hombre que le trajo al profeta
los panes y la harina quería hacerle a él un don personal para que no pasara
hambre. Pero el profeta lo repartió entre todos (este es el milagro) y todos se
saciaron.
IIª Lectura: Efesion (4,1-6): La unidad de la Iglesia
II.1. La segunda lectura, de la carta a los Efesios, es el comienzo de la
sección parenética, es decir, aquella en la que después de una gran reflexión
teológica sobre Cristo y la Iglesia, se pide a la comunidad cómo llevar a la
práctica toda aquella teología. Es una exhortación a mantener la unidad por
encima de todas las cosas, ya que Dios nos ha llamado a una gran esperanza. La
exhortación inicial (v.1) apela a la vocación cristiana que todos hemos
recibido. Y por lo mismo, en los vv. 2-6 se describe en qué consiste la vida
interna de la Iglesia. Se señalan la humildad, la mansedumbre, la magnanimidad y
el amor. Son valores de identidad verdadera que introducen los vv.4-6: la unidad
de la Iglesia (cuerpo) en el Espíritu.
II.2. Todos hemos escuchado muchas veces ese canto que proclama «un sólo Señor,
una sola fe, un sólo bautismo»; es nuestro texto de hoy de la carta a los
Efesios. Se afirma que es una cita litúrgica que se cantaba en la liturgia
bautismal, y que tiene unas ciertas reminiscencias de la confesión de fe que
encontramos en el Shema de Israel (es la oración judía por antonomasia. Está
formada por tres pasajes: Dt 6,4-9; 11,13-21; Num 15,37-41): Yahvé es nuestro
único Dios y no hay otro fuera de El, que los judíos piadosos repiten dos o tres
veces al día. Lo que se quiere poner de manifiesto, pues, con el texto cristiano
de la carta a los Efesios es la unidad de la comunidad como cuerpo de Cristo: un
sólo Señor, una sola fe y un solo bautismo, que fundamenta su unidad en Dios
como Padre de todos.
Evangelio: Juan (6,1-15): Saciar el hambre sin dinero
III.1. El evangelio de hoy está tomado de San Juan. Sabemos que el c. 6 es una
de las obras maestras de la teología y la catequesis de San Juan, y por ello se
ha escogido este capítulo, que se nos servirá en cinco domingos para que la
comunidad pueda enriquecerse con esta alta y hermosa catequesis del pan de vida.
Hoy se nos lee el milagro ( el signo, mejor) de la multiplicación, que sirve de
introducción a toda la reflexión posterior. Es uno de los signos con los que
está elaborada la narrativa del evangelio de Juan y que ha sido muy comentada
entre los especialistas. En realidad es el que más semejanzas tiene con los
relatos de la multiplicación de los panes de los sinópticos (cf Mc 6,30-44;
8,1-10), aunque nos propone algunos detalles que pueden servir muy bien a la
teología propia de este evangelista.
III.2. Estaba cercana la Pascua, la gran fiesta judía, lo que enmarca muy bien
las pretensiones teológicas del evangelista. De hecho, hay algunos elementos que
nos recuerdan momentos de la vida del pueblo en el desierto: las penurias, el
hambre, la intervención de Moisés, el maná… Jesús pregunta a sus discípulos qué
pueden hacer con tanta gente como les sigue e inquiere cómo darles de comer. Es
como el relato de Eliseo de la primera lectura; y Andrés, uno de los primeros
discípulos, señala, no inocentemente, a alguien que tiene como un tesoro en
aquella situación: cinco panes y dos peces ¿se los puede guardar para sí? ¡No es
posible!. Vemos que la solución del dinero para comprar pan para todos es
imposible, porque el dinero muchas veces no es la solución del hambre en el
mundo.
III.3. El milagro de Jesús consistirá precisamente en hacer que el pan se
comparta y se multiplique sin medida. No se saca de la nada, sino de poco
(aunque para aquél joven es mucho). Pero el joven no se lo ha guardado para sí,
y Jesús ha hecho posible que el compartir el pan sea compartir la vida. La gente
vio a Jesús como un profeta (otra referencia al texto de Eliseo) y considerando
que querían hacerlo rey por este gesto extraordinario se marcho a la soledad. Lo
que vendrá después será una reflexión de la teología de cómo Dios comparte su
vida con nosotros, por medio de Jesucristo. ¿Es posible decir muchas más cosas
de este relato o signo milagroso? No es útil hacer grandes alardes de tipo
histórico sobre cómo han nacido este tipo de relatos de la multiplicación de los
panes y qué hecho concreto y memorable sustenta una narración o una tradición
como esta.
III.4. En este caso de Juan sabemos muy bien que a las pretensiones del
evangelista, como es su costumbre, este “signo/sêmeion” (él no les llama
milagros) le sirve de base y de apoyo para construir el extraordinario discurso
del pan de vida, como el maná que viene del cielo, que ha de leerse en domingos
sucesivos, y que vine a continuación de nuestro relato. Todas las aportaciones
originales o difíciles que se han dado sobre el particular no nos llevaría ni a
solucionar la historicidad de este tipo de hechos, ni a remediar el hambre en el
mundo. Pero sí hay una cosa clara: sea así o de otra manera lo que sucediera en
un hecho memorable de Jesús, entre sus discípulos y las gentes que le seguían,
el hambre no se arregla con milagros ni con dinero. El camino es, como el texto
lo pone de manifiesto: compartir lo que se tiene en beneficio de todos. ¿Podría
ser de otra manera? ¡desde luego que no! La Iglesia y la humanidad entera están
llamadas a “reproducir” este milagro, este “signo” del compartir, entre tantos
grupos y tantos pueblos que no pueden comer ni pagar la deuda que los empobrece.
Otro tipo de lectura e interpretación de nuestro relato no tendría sentido hoy.
La “apologética” del poder divino y extraordinario de Jesús o de Dios no daría
de comer a tantos que hambrean lo necesario.
Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
"¿Dónde compraremos pan para darles de comer?"
No es difícil imaginarnos al Señor contemplando a la multitud hambrienta… ¿No la
contemplamos nosotros a diario, en las noticias de la TV, en las calles
extendiendo sus manos de mendigos? No es difícil, pues, imaginarnos al Maestro y
al Amigo que se inclina hacia nosotros en actitud confidente y nos pregunta lo
mismo que preguntó a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para darles de comer? Me
pregunto cuál es hoy nuestra respuesta a una pregunta así de provocadora. Los
discípulos dieron dos respuestas diferentes. Una es la de Felipe: realista,
concluyente, cierta: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pueda
comer un pedazo de pan." Felipe sabe que no cuenta ni de lejos con los recursos
que hacen falta. Por tanto, llega a la razonable conclusión de que el problema
está más allá de sus capacidades. La respuesta de Andrés es bien distinta:
parece poco práctica, irrelevante frente a la magnitud del gentío: "Aquí hay un
niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. ¿Pero qué es esto para
tanta gente?" Tal vez Andrés había entrevisto en la pregunta de Jesús la
intención de "ponerlos a prueba" y por eso, como tantos profetas que lo
precedieron, se lanzaba a transitar una situación aparentemente irremediable
confiando en la palabra de Dios. Tal vez, simplemente, comenzaba a buscar entre
la multitud con qué recursos contaba, porque por algo se empieza. Lo maravilloso
es su sencilla constatación de que lo que hay es una minucia para satisfacer el
hambre tantos… y aún así ponerlo disponible para Jesús.
"Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das la comida a su tiempo."
Una vez leí un cuento que me gustó mucho, y que creo es muy conocido: "Un hombre
iba caminando por un bosque y vio a un zorro herido, que evidentemente ya no
podría cazar. Un poco más allá, vio a un tigre devorando su presa. Al terminar
de comer, el tigre se alejó, dejando atrás las sobras de su festín. El zorro
herido se acercó y se alimentó con ellas. El hombre, maravillado de la
providencia de Dios hacia todas sus criaturas, decidió experimentarlo en carne
propia. Se tendió en su cama y por varios días no fue a trabajar ni se preocupó
de sí mismo, confiado en que Dios velaría por él. Pero nada ocurrió. Al cuarto
día, el hombre, indignado, increpó al Señor: ¿Cómo es que te ocupas de un zorro
del bosque, y a mí me dejas aquí languideciendo? La respuesta de Dios llegó un
tiempo después: ¿Por qué te quedas ahí tendido como el pobre zorro?, ¡Insensato!
¡Haz como el tigre!!" El autor del cuento terminaba con una reflexión: un día,
por el camino, vio a una niña pobre, harapienta, descalza, sucia, hambrienta.
Siguió caminando con el corazón encogido e indignado con Dios… "¿Cómo permites
que pasen estas cosas? ¿Cómo no haces nada?" Y Dios le respondió fuerte y claro:
"Ya he hecho algo… ¡Te he hecho a ti!" Los ojos de todos esperan en el Señor… y
él ha hecho algo, nos ha hecho a nosotros, para poder darles a todos la comida a
su tiempo. Como dice un hermoso verso de Mamerto Menapache, un monje
benedictino: "No tenemos en nuestras manos la solución a los problemas del
mundo. Pero, ante los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Que la
madrugada nos encuentre sembrando."
"Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está
en todos."
Jesús, nos relata Juan, "decía esto para ponerlos a prueba, porque sabía muy
bien lo que iba a hacer". Es bueno recordar que el Señor ama a sus pequeños y
sufre al verlos hambreados de pan, de paz y de justicia mucho más que nosotros.
Y es bueno recordar que él tiene previstos recursos que nosotros ni imaginamos…
pero que cuenta con nuestros pocos panes para ponerlos en marcha. Un sacerdote
amigo solía decir que cada vez que sentimos el impulso de hacer una buena acción
es el Espíritu quien está actuando en nosotros: cuando nos dan repentinas ganas
de decirle a alguien que lo/la queremos mucho, o cuando nos dan ganas de
escribir un manifiesto por la paz, o… mi amigo decía que la mitad o más de las
veces por vergüenza o por cualquier otro motivo no realizamos esa acción. Tal
vez por creerla irrelevante, ínfima... o para no ponernos en evidencia. ¡Y le
cerramos la puerta al Espíritu! Sería bueno este domingo proponernos dejarlo
actuar. Y, porque hay un solo Dios que está por sobre todos y sabe bien lo que
hace, frente a la magnitud de tanto que nos supera atrevámonos a decirle, con
voz tímida pero confiada: "aquí está esta, mi pobreza… ¿pero qué es para tanta
gente?" Y él obrará grandezas con nuestra pequeñez, aunque tal vez no lleguemos
a percibirlas.
Carola Arrue
carolaarrue@eircom.net
25. Domingo 27 de julio de 2003
2 Re 4, 42-44: Comieron y sobró, como había dicho el Señor
Salmo responsorial: 144, 10-11.15-18
Ef 4, 1-6: Mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz
Jn 6, 1-15: Multiplicación de los panes
2Re 4, 42-44
La actividad profética de Eliseo tuvo lugar en el Reino del Norte. Eliseo es un
profeta taumaturgo, a través de sus milagros intentó conducir al pueblo a Dios.
En la liturgia de hoy se nos presenta la multiplicación de los panes. Aunque
parece que no van a alcanzar para tanta gente, sin embargo, al repartirlos
alcanza y sobra. La fuerza de este pan es más de orden espiritual: basta un poco
de pan compartido con gusto y con alegría, para sentir su fuerza y su energía.
Ef 4, 1-6
Este texto es una exhortación a la unidad. Pablo desde la prisión suplica a los
Efesios que vivan de acuerdo con la vocación a la que han sido llamados y se
esfuercen por mantener la unidad, ya que han recibido un mismo bautismo. El
reconocimiento de la paternidad de Dios nos lleva a reconocer en los demás a
nuestros hermanos.
Una intachable conducta de vida corresponde a la vocación que han recibido los
que antes eran gentiles. La vida digna del llamamiento a la esperanza se muestra
en el hecho de que los miembros de la Iglesia guarden la unidad obrada por el
Espíritu en el único cuerpo.
Se habla de la relación con la Iglesia y en la Iglesia como comunión que los
abraza. La desintegración de la unidad es señal de desesperanza de los miembros
de la Iglesia. Presupuestos internos para la unidad son: tener en más estima a
los otros que a sí mismo, saber apreciar los dones que Dios ha dado a los demás,
pensar y sentir unánimemente… Todo esto presupone apartarse de todas las formas
de ambición. La humildad y la modestia desempeñan un gran papel donde hay
amenaza contra la unidad. La mansedumbre, la apacibilidad, la dulzura son
comportamientos con el prójimo que alejan toda clase de riñas, evitan la acritud
y el sentimiento de superioridad. La paciencia es un rasgo esencial del amor,
hace posible y salvaguarda la unidad de la paz.
El llamamiento que se hace a los que antes eran gentiles es un llamamiento hacia
los otros, a respetar el espacio interno y externo, a permitirles que sean ellos
mismos y a poderles apreciar en el amor. El Espíritu es el poder que crea y
conserva la unidad y esta unidad es la que hay que guardar.
Jn 6, 1-15
Mucha gente acudía a escuchar a Jesús. A veces venían de lejos, y era lógico que
vinieran preparados para pasar unos días. Venían atraídos por la fama de los
milagros y señales que realizaba. Jesús aprovecha el momento para dar una
lección a sus oyentes. Comienza preguntándole a Felipe que con qué comprarían
panes para dar de comer a la multitud. Felipe le dice que no bastarían
doscientos denarios. Andrés le dice que hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos peces, pero que eso no es nada para tanta gente. Es la misma
pregunta que el criado le hace a Eliseo.
Jesús enseña que la dinámica del Reino es el arte de compartir. Quizá todo el
dinero del mundo no fuese suficiente para comprar el alimento necesario para los
que pasan hambre… El problema no se soluciona comprando, el problema se
soluciona compartiendo.
La dinámica del mundo capitalista es precisamente el dinero. Creemos que sin
dinero nada se puede hacer y tratamos de convertirlo todo en papel moneda, no
sólo los recursos naturales sino también los recursos humanos y los valores: el
amor, la amistad, el servicio, la justicia, la fraternidad, la fe, etc. En el
mundo capitalista nada se nos da gratuitamente, todo tiene su precio. Se nos ha
olvidado que la vida acontece por pura gratuidad, por puro don de Dios.
Jesús en esta multiplicación de los panes y de los peces parte de lo que la
gente tiene en el momento. El milagro no es tanto la multiplicación del
alimento, sino lo que ocurre en el interior de sus oyentes: se sintieron
interpelados por la palabra de Jesús y, dejando a un lado el egoísmo, cada cual
colocó lo poco que aún le quedaba, y se maravillaron después de que vieron que
al alimento se multiplicó y sobró. Comprendieron entonces que si el pueblo
pasaba hambre y necesidad, no era tanto por la situación de pobreza, sino por el
egoísmo de los hombres y mujeres que conformados con lo que tenían, no les
importaba que los demás pasaran necesidad. El gesto de compartir marca
profundamente la vida de la primeras comunidades que siguieron a Jesús.
Compartir el pan se convierte en un gesto que prolonga y mantiene la vida, un
gesto de pascua y de resurrección. Al partir el pan se descubre la presencia
nueva del resucitado.
Si somos hijos de un mismo Padre como reconoce Pablo en la lectura que hemos
hecho, no se entiende por qué tantos hombres y mujeres viven en extrema pobreza
mientras unos cuantos viven en abundancia y no saben qué hacer con lo que
tienen. En el mundo actual es mucho el dinero que se invierte en guerra, en
viajes extraterrestres, en tratamientos para adelgazar. Los que tienen el
capital crean condiciones cada vez más injustas y pretenden hacer más dinero,
explotando los recursos que quedan, aunque destruyan todo y acaben con las
condiciones de vida sobre la tierra. Ningún ser humano debiera morir de hambre,
pues la tierra tiene suficiente para albergarnos a todos. Los cristianos no
debemos olvidar el compartir: ésta es la clave para hacer realidad la
fraternidad, para reconocernos hijos de un mismo Padre. Cuando se comparte con
gusto y con alegría el alimento se multiplica y sobra. La multitud, al ver lo
que Jesús ha hecho, intenta llevárselo para proclamarlo rey pero Jesús huye solo
a la montaña.
Para la revisión de vida
- Dios está por encima de todas nuestras divisiones; nosotros estamos guiados,
movidos y animados por un mismo y único Espíritu. ¿Veo las diferencias que pueda
haber entre nosotros como las riquezas que el Espíritu nos da para que
construyamos juntos la unidad, o prefiero la uniformidad que mata la pluralidad
de carismas?
- Moisés, en el desierto, fue incapaz de alimentar al pueblo y tuvo que recurrir
a Yahvé. Jesús, él solo es capaz de alimentar a la multitud, a cuantos tienen
hambre, de modo que “todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga una
vida imperecedera”. ¿Con qué “pan” alimento yo mi vida: el del afán de dinero, o
de fama, o de comodidad… o con el pan del servicio?
Para la reunión de grupo
- Eliseo, siervo del Señor, aprovecha el pan que le es ofrecido para que haga un
sacrificio al Señor y lo emplea para dar de comer, en época de carestía, a la
gente que busca al Señor pero que no tiene con qué alimentarse. Y es que el
profeta de Dios tiene que llevar la palabra a las gentes, pero lo primero de
todo es que las gentes tengan qué comer para estar vivas. ¿Qué es más importante
que demos a los demás: el pan de la palabra o la palabra del pan? Profundizar en
es dialéctica entre el hambre material y el hambre espiritual... ¿Se puede
establecer divisiones y contraposiciones? ¿Qué pensar, en ese sentido, del
"materialismo" de Mt 25, 31ss?
Para la oración de los fieles
- Por toda la Iglesia, para que seamos capaces de alimentar a cuantos tienen
hambre y sed de justicia. Oremos.
- Por todos los gobernantes del mundo, para que en sus gestiones sea cuestión
primordial la atención a los indigentes. Oremos.
- Por todos los niños que siguen muriendo de hambre, para que su sacrificio sea
estímulo que nos una a todos en la lucha contra el hambre. Oremos.
- Por todos los cristianos, para que nunca olvidemos nuestra vocación de
animadores y propagadores de la vida, el amor, la justicia y la esperanza.
Oremos.
- Por nuestra comunidad, para que se mantenga siempre fiel al ejemplo de Jesús a
la hora de comprometerse en la lucha por resolver las necesidades de las
personas. Oremos.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, protector de todos los que en ti confían; danos el pan de
cada día, que alimenta nuestro cuerpo para seguir esforzándonos en la
construcción de tu Reino; y danos el pan de tu palabra, que nos da luz y sentido
para nuestras vidas. Te lo pedimos por Jesucristo N.S.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
26. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente:
www.scalando.com
COMO OVEJAS SIN PASTOR
El gesto del compartir
Podríamos Empezar esta reflexión con la segunda lectura, de la carta de Pablo a
la comunidad de Éfeso. Para ese momento el viejo Pablo estaba al final de su
vida y en la prisión. Había pasado mucho tiempo anunciando la Buena Noticia del
Reino. El abandono de una vida meramente instintiva dominada por el egoísmo y la
posibilidad de ascender a una humanidad libre de cara a los demás seres humanos
y al Dios de la vida.
Humanidad a la que se llega por medio de una vida comunitaria. Vida comunitaria
fundamentada en la hermandad por ser hijos de un mismo Padre, salvados por un
mismo Cristo y animados por un mismo Espíritu. Unidad que no debe ser utilizada
como instrumento para manejar y uniformar las masas según la voluntad de una
sola persona o institución, que se autoproclama poseedora de la verdad.[1] No es
para manejar los hilos del poder, es para sentirnos corresponsables los unos con
los otros.
Por supuesto que al buscar la unidad tenemos que renunciar a intereses egoístas,
inclusive a algunos gustos personales que afectan al colectivo. Estas exigencias
se hacen más fuertes cuando se trata de uniones más cercanas e íntimas como la
unidad familiar. Es necesario llenarse de humildad, mansedumbre y paciencia. No
se trata someterse totalmente a la voluntad del otro porque, como dice la
canción: “aquí el que manda soy yo y no te gusta vete”. “Sopórtense mutuamente
por amor”, dice Pablo. Aquí nos corresponde ceder de parte y parte, aceptar mi
verdad y mis equivocaciones, así como la verdad y las equivocaciones de la otra
persona para convivir corresponsablemente y para apoyarnos en la mutua
edificación.
****
A partir de la corresponsabilidad comunitaria y
del compartir fraterno y solidario con los hermanos, podemos entender mejor el
texto evangélico de hoy.
Este evangelio es más conocido como el milagro de la multiplicación de los
panes. Posiblemente los amantes del “abra cadabra, pata de cabra” interpreten
literalmente el texto e imaginen una gran masa de personas hambrientas en un
descampado con ninguna posibilidad para adquirir alimento. Y como por lo general
nos gustan los “supermanes” y los líderes mediáticos, nos imaginamos a Jesús
repartiendo panes a diestra y siniestra. Lo vemos sacando panes y peces que
nunca se acaban, de una sola canasta. Dicen que la inocencia es una virtud, pero
en los niños; en los adultos se convierte en tontería.
El evangelio de hoy (Jn 6,1-15), sigue la línea de la primera lectura (2Re
4,42-44). Es un paralelo que muestra la continuidad en Jesús del Proyecto de
Dios para su pueblo y la superioridad del hombre de Nazaret sobre todos los
personajes del Primer Testamento (Moisés, Eliseo, Jonás, etc.).
Jesús nos presenta la alternativa del trabajo y el compartir en comunidad como
fuerza que hace posible la satisfacción de la necesidad humana de comer. En
tiempos de Eliseo, en tiempos de Jesús y en nuestro tiempo, existe mucha gente
con hambre. Muchos seres humanos dejan de existir porque no tienen
disponibilidad de alimento, no precisamente porque no haya qué comer, pues cada
año las trasnacionales de alimentos destruyen toneladas de sus productos con el
objetivo de hacer subir los precios. Nuestro planeta tiene capacidad para
alimentar al triple de la población actual; pero cuando el lucro se pone como
valor supremo y se deifica, ese dios exige a sus adeptos, el sacrificio de
millones de vidas humanas, para satisfacer su “ira”.
¿Qué hacemos frente al problema del hambre? No basta con dedicar unas cuantas
monedas del presupuesto para comprar comida para los pobres y llevarles algún
mercado. Esto se convierte muchas veces en una píldora para tranquilizar las
conciencias. Se trata sobre todo de comprometer nuestra vida en la búsqueda de
condiciones que brinden mejor calidad de vida para todas las personas.
Todos los imperios han tenido y tienen la necesidad de explotar a grandes masas
y de privilegiar a unos cuantos para mantener el sistema. Como un instrumento
del mismo sistema, para remediar los males que vejan a los empobrecidos y
garantizar la continuidad de las estructuras, se propone la caridad. Los pobres
deben hacer bien su trabajo como obreros y los ricos deben ser caritativos con
los pobres. Aquí el buen cristiano es el que no se mete en los problemas
mundanos y deja que la historia siga su curso. El que se porta como un papá
bueno con los pobres y les da limosnas: ropa (usada) y juguetes (viejos que han
dejado sus hijos). El que compra mercados y les regala. Es una persona generosa
y buena a quien le duele el dolor humano y trata de remediarlo, pero deja
intacto el foco que produce ese dolor.
La propuesta de Jesús fue distinta. Según el texto Jesús preguntó a Felipe:
“¿dónde compraremos pan?” (v5); pero dice el evangelista que era para probarlo
porque “él sabía lo que iba a hacer” (v6). Es decir, que no se trata de
comprarlo y dárselo; no se invita a dar limosnas a los pobres ni a repartir
mercados. Esto no se descarta en casos extremos de hambre, producto de alguna
calamidad natural o provocada. Mucha gente ha encontrado en estas prácticas,
verdadero alivio para sus necesidades. Pero no podemos limitar nuestra dimensión
social cristiana a dar limosnas a los pobres y a repartir mercados, sin atacar
el origen de la miseria.
Según el texto, el pan debe salir de la misma comunidad. “Aquí hay un muchacho
que tiene cinco panes de cebada y dos peces; ¿pero qué es esto para tanta
gente?” (v9). Jesús actuó a partir de lo que había en el medio y de lo que pudo
dar la gente. Escaseaba no solo el pan material. Tenían además una gran falta de
confianza en sí mismos y en Dios, que sólo puede actuar si encuentra personas
dispuestas a ofrecer sus brazos para transformar la realidad. Tenían la
necesidad de hacerse protagonistas de su propia historia y de dejar se esperar
mesías fantásticos que vinieran con su “abra cadabra”, a solucionar todos los
problemas. ¿El sistema les estaba haciendo daño? ¡Claro que sí! Pero no
únicamente el sistema sociopolítico. Era sobre todo el sistema interno: su
miedo, su egoísmo, su baja autoestima, su desesperanza y su conformismo.
Tenían la necesidad de recostarse en el suelo, pues recostados comían los
hombres libres, ya que los esclavos debían hacerlo siempre de pies, dispuestos a
servir a sus amos. Es decir, tenían la necesidad de valorarse, de luchar por sus
derechos y de crear condiciones de trabajo digno y libre en el cual sirvieran no
tanto a un amo y señor que se había apropiado de los medios de producción y del
comercio. Necesitaban arriesgarse a compartir en fraternidad y solidaridad.
Necesitaban dar cada uno su aporte y hacerse corresponsables de los problemas y
de las soluciones de todos.
Ahí ocurrió el “milagro”. Cuando lo poco que se tiene, pasa por las manos de
Jesús, es decir, cuando, nuestras manos son la extensión de las manos de Jesús,
alcanza para todos y sobra (doce canastos, perfección).
¡Ojo con no desperdiciar! Es distingo acumular los frutos de la explotación de
los demás por avaricia y deseos de superioridad, que guardar por prudencia y con
visión de futuro. Necesitamos ser generosos, pero no irresponsables con nuestros
mismos. Con las facilidades que dan las tarjetas de crédito, con mucha
frecuencia gastamos más de lo que podemos pagar y nos convertimos en esclavos de
nuestra insaciable sed de consumo. “recojan las sobras; que no se desperdicie
nada.” Les dijo Jesús.
Esta propuesta nos invita a evaluar las estructuras mercantilistas,
individualistas y egoístas que ha impuesto el sistema actual. La propuesta de
Jesús no se queda sólo en el plano físico sino que invita sobre todo a la
comunión plena en el amor. No basta con llenar los estómagos. Necesitamos vivir
los valores que nos hacen más humanos y felices: trabajo digno y organizado,
vida comunitaria, misericordia, solidaridad, compartir fraterno…
27. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
COMENTARIOS GENERALES
La Eucaristía entre naturaleza y gracia
Con este domingo, la liturgia interrumpe la lectura del Evangelio de Marcos e
inserta un largo pasaje del Evangelio de Juan, precisamente el famoso capítulo
6, que contiene el relato de la multiplicación de los panes y el discurso
eucarístico de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Todo esto tiene un motivo
práctico: el Evangelio de Marcos, por ser el más breve de todos, no alcanza a
cubrir todo el año litúrgico y debido a ello es integrado con el cuarto
Evangelio, que no se lee en un año en particular. Lo importante de todo esto es
que durante cuatro domingos podremos desarrollar una catequesis sistemática
sobre la Eucaristía.
Aparentemente, el Evangelio de hoy de la multiplicación de los panes no dice
nada acerca de la Eucaristía; sin embargo, constituye la premisa para entender
todo el resto. Es bien sabido: Juan vincula la Eucaristía con el episodio de la
multiplicación de los panes, como los otros evangelistas la vinculan con la
última Cena y la muerte de Jesús. Y no hay contradicción entre ellos;
simplemente, uno ve la Eucaristía a partir del signo (el pan), los otros, a
partir del hecho significado. Sin embargo, todos se basan en la historia, porque
es siempre el mismo Jesús quien prometió, o mejor explicó, la Eucaristía en
Cafarnaúm, y la instituyó en la última Cena. Por otra parte, estas diversas
teologías eucarísticas de Juan y de los Sinópticos terminan por encontrarse en
la contemplación del Cordero inmolado en la cruz, que constituye la realidad
última de todos los signos, incluido el de la última cena.
¿Qué quiere decirnos el Evangelio cuando nos introduce en la comprensión de la
Eucaristía mediante el episodio de la multiplicación de los panes? Que la gracia
supone la naturaleza, que la redención no anula la creación, sino que construye
sobre ella. En otras palabras, quiere decirnos que en la Eucaristía hay una
continuidad y una armonía maravillosa entre la realidad material y la gracia
espiritual (...)
Hemos sido acostumbrados a explicar la Eucaristía con la palabra
transubstanciación. ¿Pero qué significa transubstanciación? Por cierto, no que
el signo del pan y del vino desaparecen del todo, que terminan para dar lugar al
cuerpo y a la sangre de Cristo. Los sacramentos -se dice-obran en cuanto
significan ( significando causant ); por eso, si el signo se anula del todo, se
anula también el sacramento; si el signo es sólo ficticio (un accidente), el
sacramento corre peligro de basarse en una ficción (docetismo eucarístico), lo
cual es contrario al estilo realista de Dios, expresado por la Encarnación.
Por lo tanto, el signo permanece; (...) Permanece, pero es elevado (como siempre
la gracia eleva a la naturaleza); en cierto sentido, puede decirse que es
transformado, ¿De qué es signo el pan (así puede hablarse también del vino)
antes de la consagración? Es signo de la fecundidad de la tierra, del trabajo
del hombre, de los cuidados a cargo del padre de familia, de la alimentación, de
la unidad entre quienes lo comen juntos. ¿De qué es signo el pan después de la
consagración ? Del sacrificio de Jesús, de su ilimitado amor por el hombre
alimento espiritual, de la unidad del cuerpo de Cristo.
Estos significados constituyen, respectivamente, la “realidad” del pan y de la
Eucaristía (...).
Los significados espirituales (amor de Cristo, participación en su muerte unidad
de la Iglesia) forman parte, por lo tanto, de la “realidad” de la Eucaristía.
¡Forman parte, pero no la agotan! En el misterio eucarístico tiene lugar algo
más profundo e insondable que sólo la fe puede captar. En él, por las palabras
de la institución y el poder del Espíritu Santo, es el mismo hecho originario de
la muerte-resurrección de Cristo el que se hace presente “personalmente” es
decir, en la persona de quien realizó este hecho: Jesucristo, el Hijo de Dios
hecho hombre. En otras palabras, aquí la naturaleza no recibe solamente a la
gracia (como hace el agua del Bautismo), sino al Autor mismo de la gracia. Todo
el significado simbólico y espiritual de la eucaristía se apoya en esta base
segura; aún más, se desprende de ella como de su fuego.
(...)
El encuentro entre Eucaristía y vida debe ser vuelto a buscar en ambas
direcciones. Si por un lado la Eucaristía debe acercarse a la vida, por el otro,
la vida debe tender hacia la Eucaristía; en otras palabras, la comida cotidiana
que hacemos cotidianamente en familia o en comunidad, debe ser de alguna manera
un gesto religioso que prepara para la Eucaristía.
Por supuesto, no prepara para la Eucaristía la costumbre -cada vez más difundida
en las casas de hoy- de comer cada uno en un horario distinto, sacando de la
heladera lo que se necesita e ignorando a los demás; de comer en “mesas
separadas” o con los ojos pegados todo el tiempo al televisor. A veces, la vida
moderna hace inevitable todo esto; sería necesario, sin embargo, no dejarse
arrastrar y actuar en forma tal que, al menos una vez al día, toda la familia se
encontrara alrededor de la misma mesa para comer algo común, enriqueciéndolo con
algún gesto cristiano de bendición y oración. Aquel día, Jesús tomó los panes,
dio gracias y los distribuyó: ¿qué impide que se haga lo mismo en una familia
cristiana? Lo hacen muchas familias y descubren que ayuda muchísimo a quererse,
a perdonarse y a permanecer unidos.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a los discípulos: “Recojan los
pedazos que sobran, para que no se pierda nada”. A la luz de aquello que la
palabra de Dios nos ha venido diciendo hasta aquí, es posible comprender de
manera nueva incluso este importante detalle del relato.
¿Qué significa el colligite fragmenta? El pensamiento vuela espontáneamente a la
recomendación evangélica de dar lo que sobra a los pobres (cfr. Lc. 11, 41), a
la urgencia de poner fin al terrible desperdicio de recursos que se hace en
algunas sociedades opulentas y consumistas -comprendida la nuestra- para que no
existan después quienes carezcan de todo. Todo esto es verdad y lo hablamos al
comentar el mismo episodio en otra ocasión, pero no es suficiente. Queda del
lado de la carne, que por sí sola -como dice Jesús- resulta inútil y no capta el
verdadero significado del gesto ordenado por Jesús el cual, como todo el resto,
es espiritual (cfr. Jn. 6, 63).
Si entre la naturaleza (la multiplicación del pan natural) y la gracia ( la
Eucaristía ) existe esa continuidad que hemos visto, entonces incluso el gesto
de recoger las sobras no tiene solamente un sentido material y sociológico, sino
también un profundo significado espiritual. Eso quiere decir que la Eucaristía
no es sólo para quien la recibe; debe sobrar algo también para los ausentes, los
que están lejos, para todo el pueblo (¡doce cestas, como las doce tribus de
Israel, como las doce tribus de la Jerusalén celeste!). Ya no es como lo del
maná celestial, del cual cada uno recoge los que le alcanza para un día (cfr.
Ex. 16, 4); aquí es necesario recoger también para los hermanos y para el
mañana. Quien está presente en la multiplicación debe compartir después con los
hermanos la fuerza y la luz que ha recibido de ella; debe hacerse él mismo pan
para ser desmenuzado, es decir, eucaristía. ¡Nada debe desperdiciarse! Resulta
condenada esa forma de desperdicio espiritual que es el egoísmo y el
individualismo, causas que se cuentan entre las principales de la ineficacias de
tantas eucaristías. La Eucaristía de Jesús tiene la misma ley del ágape; está
hecha para ser compartida, para fluir de uno a otro; quien la recibe debe
asemejarse a Jesús, convirtiéndose, como él, en una dádiva para los de más.
Esa es la luz que el Señor nos dio para este domingo sobre la Eucaristía. La
Misa nos ofrece ahora la maravillosa posibilidad de experimentar ya mismo esa
luz. Experimentarla, viviendo esta nuestra Eucaristía en toda la verdad de sus
signos (ofrecimiento, consagración, división del pan, gesto de paz, comunión), y
abriéndonos a todos aquellos hermanos que, fuera de aquí, esperan de nosotros
los pedazos sobrantes.
(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As.,
1994, pp. 219-223)
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SAN JUAN CRISÓSTOMO
HOMILIA XLII
Exposición Homilética
I. Ceder, cuando se pueda, a ejemplo de Cristo (v. 1). Circunstancias contenidas
en los vv. 2.3 y 4.
II. El Señor hace confesar a Felipe la necesidad de pan, para hacer más evidente
el milagro (vv. 5-7).
III. Expónese los vv. 8 y 9 Jesucristo ruega al Padre en las obras menos
importantes; las más difíciles las hace por propia autoridad, para manifestar
que, cuando ruega, no lo hace por necesidad sino en cuanto a su Humanidad
santísima.
IV. Explicación de los vv. 11-13. Por qué Cristo quiso que los discípulos
recogiesen las sobras: cómo los iba instruyendo.
V. Las turbas lo reconocen por el Profeta anunciado (v. 14). El Señor nos da
ejemplo de huir de las dignidades terrenas (v. 15).
VI. Amenos, no la gloria caduca, sino la inmortal. Perora contra los
espectáculos. No se debe dar dinero a los farsantes, sino a los pobres.
I
“Después de esto, pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea a la parte de
Tiberíades, y le seguía gran multitud, porque veían los milagros que hacía en
los enfermos. Y subió Jesús a un monte, y allí se sentó con sus discípulos. Y
estaba cerca la Pascua de los judíos”.
No nos juntemos con los hombres perversos, amados (hijos): antes bien siempre
que nos puedan dañar nuestra virtud, aprendamos a [ceder y] dejar libre el lugar
a sus perversas asechanzas. Porque de este modo toda su fiereza queda enervada.
Y así como cuando los proyectiles caen sobre una superficie tensa, dura y
resistente, con grande ímpetu vuelven de rechazo a los que los dispararon; pero
cuando la violencia del disparo no halla resistencia, al punto pierden su fuerza
y cesan; de la misma manera cuando a los hombres fieros os tratamos del mismo
modo, se enfurecen más; pero si cedemos y otorgamos, fácilmente enfrenamos toda
su furia. Por esta razón también Jesucristo, cuando oyó que había llegado a
oídos de los fariseos que El hacía más discípulos y bautizaba más que Juan, se
fue a Galilea extinguiendo así su envidia, y calmando con su retirada el furor,
que era probable se había excitado en ellos con tales rumores. Por lo demás, al
ir otra vez a Galilea no se dirigió a los mismos lugares que antes; pues no fue
a Caná, sino al otro lado del mar. Y le seguían también grandes muchedumbres,
porque veían los milagros que hacía.
¿Qué milagros? ¿Por qué no los especifica? Porque este Evangelista quiso gastar
la mayor parte del libro en sus discursos y explicaciones populares. Y así mira
cómo durante un año entero, y lo que es más, como aun ahora en la fiesta de la
Pascua no nos dice más a propósito de milagros sino que curó al paralítico y al
hijo del régulo. Y era que lo trataba de enumerarlos todos, pues ni aun posible
le hubiera sido, sino, entre otros muchos y grandes, sólo algunos.
“Y le seguía”, dice, “gran multitud, porque veían los milagros que hacía”. No
procedía de firme convicción tal seguimiento. Ya que, gozando de tal doctrina,
se dejaban arrastrar más por los milagros, cosa propia de ánimos muy crasos.
Pues “los milagros” dice (San Pablo), “son para los incrédulos, no para los
creyentes” (1 Cor., XIV, 22). No así el pueblo aquel que describe San Mateo,
antes bien oye cómo se había: “Estaban todos atónitos por su doctrina, porque
los enseñaba como quien tenía potestad (Matth., VII, 28, 29).
Y ¿por qué razón ahora sube al monte, y allí se sienta con los discípulos? Por
el milagro que iba a suceder. Y si sólo subieron los discípulos, es culpa de la
multitud que no le siguió. Ni es sólo esta la razón de subir al monte, sino
también el enseñarnos a descansar siempre del alboroto y barullo de las cosas
exteriores; porque para la virtud es conveniente la soledad. Y muchas veces sube
Él solo al monte y pasa la noche velando en oración, enseñándonos que sobre todo
quien se acerca a Dios conviene que se libre de toda turbación y busque tiempo y
lugar exento de tumulto.
“Y estaba cerca la Pascua, fiesta de los judíos”. ¿Cómo es pues, dirás, que Él
no va a la fiesta, sino que mientras todos se dan prisa por ir a Jerusalén, Él
va a Galilea y no a solas, sino llevando consigo a los discípulos, y de allí se
va luego a Cafarnaúm? Iba poco a poco quitando fuerza a la ley, tomando ocasión
de la maldad de los judíos.
II
“Y habiendo alzado los ojos, ve una gran muchedumbre”. Aquí da a entender que
nunca se sentaba sin razón especial con los discípulos, sino acaso para
explicarles las cosas con más cuidado y enseñarlos, y volverlos más hacía sí;
donde también se echa de ver sobre todo el cuidado que de ellos tenía y lo
humilde y condescendiente de su trato con ellos. Pues estaban sentados con Él,
quizá mirándose mutuamente. Y luego habiendo alzado los ojos, ve una gran
multitud, que se acercaba a Él.
Los demás Evangelistas dicen que los discípulos se le acercaron y le rogaron y
suplicaron que no los dejara ir en ayunas; este Evangelista (San Juan) nos pone
delante a Felipe, a quien Cristo dirige una pregunta. Ambas cosas parecen haber
sucedido, mas no al mismo tiempo, sino que aquel hecho es anterior a éste; de
suerte que aquel es un suceso, y éste es otro diferente. Y ¿por qué pregunta a
Felipe? Sabía bien quiénes de los discípulos necesitaban más doctrina. Y, en
efecto, esto es el discípulo que después dice (en el cap. XIV, y. 4):
“Muéstranos al Padre y nos basta”. Por eso le iba instruyendo desde atrás. Y,
realmente, si hubiera hecho el milagro sin más, no hubiera aparecido tan grande;
mas ahora primero le obliga a confesar la necesidad que había, para que,
reconociendo en qué estado se hallaba, entendiera así con más perfección la
grandeza del milagro que iba a tener lugar. Y así mira lo que le dice (Jesús):
“¿De dónde sacaremos tantos panes, que puedan comer éstos?”. Lo mismo habló
también a Moisés en la ley antigua; pues no hizo el milagro hasta haberle
preguntado: “¿Qué es lo que tienes en tu mano?” (Exod. IV, 2). Y es que como las
cosas extraordinarias y repentinas nos suelen infundir olvido de la situación de
antes, primero le sujetó a confesar el estado presente, para que, cuando
sobreviniera el asombro, ya no pudiera echar de sí la memoria de lo que había
confesado; y así por comparación comprendiera la grandeza del prodigio. Lo cual
ni más ni menos tuvo aquí lugar. Y así, preguntado, responde: “Doscientos
denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.”
“Y esto decía (Jesús) por tentarle: porque El sabía lo que iba a hacer.” ¿Qué
quiere decir por tentarle? ¿No sabía acaso lo que le había de contestar? Eso no
se puede decir. ¿Cuál es, pues, el sentido de la frase? Por el Antiguo
Testamento la podemos entender. Ya que también allí se dice: “Y sucedió que
después de estas palabras tentó Dios a Abraham, y dijo: “Toma a tu hijo
predilecto a quien amas, a Isaac” (Gen., XXII, 1, 2). Claro está que esto no lo
dice porque estuviera esperando a que por la experiencia se viera el resultado,
si obedecería o no (¿cómo lo había de hacer así quien antes de ser las cosas las
conoce todas?) sino que ambas frases están dichas a lo humano. Porque así como
cuando dice: “Escudriña los corazones de los hombres” (Rom., VIII, 27), no da a
entender un examen que proceda de ignorancia sino al revés conocimiento exacto
así también cuando dice tentó no quiere decir sino que lo conocía muy bien. Y
aun otra cosa se puede decir, y es, que le hacían manifestarse mejor probado,
llevándole, así como a Abraham en otro tiempo, por medio de aquella pregunta al
conocimiento perfecto del milagro. Y es efectivamente la razón por la cual el
Evangelista, para que no sospechara algo inconveniente, por fijarte en la
pobreza que indica la frase añadió: “porque El bien sabía lo que iba a hacer”.
Por lo demás, se debe observar, cómo, cuando hay lugar a una mala sospecha, al
punto la corrige el Evangelista con todo empeño. Y por eso, así como aquí, para
que nada semejante sospecharan los oyentes, añadió la corrección, diciendo:
“porque El bien sabía lo que iba a hacer”, así también allí donde dice que los
judíos le perseguían, “no sólo porque violaba el sábado, sino también, porque
decía que su Padre era Dios, haciéndose igual a Dios”, el hubiera añadido el
correctivo, si no fuese porque esta era una sentencia del mismo Cristo,
confirmada con las obras.
Porque si en sus propias palabras teme el Evangelista que alguno sospeche, mucho
más lo hubiera temido en lo que otros decían de El, si hubiera visto prevalecer
alguna opinión inconveniente acerca de Cristo. Mas no lo hizo, porque vio que
esta era la mente y decreto de Cristo inconmovible. Por eso después de las
palabras “haciéndose igual a Dios”, no usó de ninguna enmienda, por no ser esta
una opinión torcida de ellos, sino verdad ratificada por las obras.
III
Después que Felipe fue preguntado, “Andrés, el hermano de Simón Pedro, dijo:
<Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; mas esto ¿qué
es para tanta gente?>” De modo más elevado que Felipe piensa Andrés, pero no
llegó a entenderlo todo. Soy de parecer que aquello no lo dijo sin más, sino por
haber oído los milagros de los profetas y el prodigio que hizo Eliseo con los
panes. Con esto se elevó ciertamente a alguna altura, mas no subió hasta la
cumbre.
Aprendamos de aquí nosotros, tan dados al placer, cuál era la comida de aquellos
varones admirables y grandes, y veamos lo pobre de su mesa, tanto en la cantidad
como en la calidad, e imitémoslos.
Las palabras siguientes indican bajeza de pensamiento. Después de haber dicho:
“Tiene cinco panes de cebada, añadió: mas esto ¿qué es para tantos?”. Porque
juzgaba que con poco haría poco y con más haría más el obrador de milagros: lo
cual era falso. Pues tan fácil le era a Él con poco que con mucho hacer brotar
los panes como de una fuente; pues no necesitaba de materia: tan sólo, para que
no se creyera que las criaturas eran ajenas a su sabiduría, como calumniosamente
decían después los pobres marcionitas, se valió de las criaturas mismas para
objeto de sus milagros.
Cuando, pues, los dos discípulos estaban sin esperanza, entonces es cuando obra
el milagro: y así sacaron ellos más provecho, habiendo primero confesado la
dificultad de la obra, para que, al verla hecha, reconocieran el poder de Dios.
Porque como había de hacer un milagro obrado también por los profetas, aunque no
del mismo modo, y lo había de hacer después de dar primero las gracias; mira
cómo, tratando de evitar que cayeran en alguna opinión poco digna de Él aun con
el modo de obrarlo levanta su mente y hace ver la diferencia. Y así, ya antes de
aparecer allí los panes hace el milagro, para que reconozcas que lo que no es le
está sujeto lo mismo que lo que es, según lo dice San Pablo: “El que llama a lo
que no es, como a lo que es” (Rom., IV, 17). Pues al punto los mandó recostarse,
como si ya estuviera la mesa dispuesta y preparada. De esta manera elevó aun por
este medio la mente de los discípulos. Y porque de la pregunta habían sacado
fruto, al punto obedecieron, y no se turbaron, ni dijeron: “¿Qué es esto? ¿Cómo
mandas recostarse la gente, si no aparece nadie en medio?” Y así, antes de ver
el milagro, comenzaron a creerlo los mismos que al principio desconfiaron tanto,
que decían: “¿Dónde compraremos panes?”. Y aun con toda resolución hicieron que
se recostasen las turbas.
Pero bien, y ¿por qué al sanar al paralítico no ruega, ni tampoco al resucitar a
un muerto, ni al poner freno a la mar; y lo hace aquí en el milagro de los
panes? Para hacer ver que al comenzar a comer se deben dar gracias a Dios. Y
además hace esto en las obras de menos importancia, para que entiendas que no lo
hace por necesidad. Que si por necesidad lo hiciera, con más razón lo debiera
haber hecho en las obras mayores. Pero quien éstas las hacía con autoridad,
claro está que en las otras obraba humanándose. Además de que, como había gran
muchedumbre, convenía que quedara persuadida de que Él había venido conforme a
la voluntad de Dios. Y por esta razón, cuando Él obra a solas algún milagro, no
hace ninguna demostración semejante; pero cuando lo hace ante muchos, para que
crean que no es contrario a Dios ni opuesto a quien le engendró, quita toda
sospecha con la acción de gracias.
IV
“Y dio a los que estaban sentados, y quedaron hartos”. ¿Ves aquí cuánta es la
diferencia entre los siervos y el Señor? Ellos, como tenían la gracia con
medida, obraban los milagros conforme a ella; pero Dios, como quien obraba con
potestad absoluta, todo lo llevara a cabo con autoridad. “Y dijo a sus
discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado”. Y ellos los recogieron, y
llenaron doce canastos”. No era esto una ostentación superflua, sino para que no
se tuviera el hecho por pura imaginación: y por este motivo hace también el
milagro valiéndose de materia preexistente.
Y qué razón no se los da a las turbas para que los lleven, sino a los
discípulos? Porque a ellos era a quienes principalmente quería instruir, como a
maestros que habían de ser de todo el mundo. Pues la multitud no había de sacar
gran fruto de los milagros por entonces, y así, en efecto, en seguida se
olvidaron y pedían otro milagro; pero ellos habían de sacar provechos nada
vulgares. Y era al mismo tiempo para Judas condenación no ordinaria el llevar el
canasto.— Y que esto se hiciera puesta la mira en instruirlos, se descubre por
lo que más tarde se dijo cuando (Cristo) les trajo a la memoria el suceso,
diciéndoles: “¿Aun no paráis mientras en cuántos canastos alzasteis?” (Matth.,
XVI, 9). Y el ser precisamente los canastos de fragmentos del mismo número que
los discípulos obedecía también a la misma causa. Pero más tarde, cuando ya
estaban instruidos, ya no sobraron en tanto número, sino siete espuertas (Id.,
XV, 37). Mas yo no me admiro tan solo de la muchedumbre de los panes; sino
también, junto con esto, de la exactitud de las sobras, de suerte que no hizo
que sobrara ni más ni menos, sino justamente cuanto quería, previendo cuánto
habían de consumir; lo cual era efecto de inefable poder. Confirmaron, pues, el
milagro, los fragmentos, haciendo ver dos cosas: que el hecho no era imaginario,
y que había sobrado los panes que se habían comido. El milagro de los peces se
hizo, valiéndose de los que ya había; pero después de la resurrección se obró
sin materia preexistente. ¿Por qué razón? Para que entendieras que también ahora
usaba de la materia, no por indigencia ni porque necesitara de ella como base,
sino para tapar la boca a los herejes.
V
Y las turbas decían: “Este es verdaderamente el Profeta”. ¡Oh fuerza excesiva de
la gula! Innumerables milagros había hecho más maravillosos, y jamás confesaron
esto, sino sólo cuando estuvieron hartos. Por aquí parece claro que esperaban a
un Profeta eximio. Porque aquellos decían: “¿Eres tú el Profeta?” Y éstos: “Este
es el Profeta”.
“Y Jesús, conociendo que había de venir para arrebatarle y hacerle Rey, se
retiró al monte”. ¡Cielos, qué tiranía la de la gula! ¡Qué volubilidad de ánimo!
Ya no les da cuidado la trasgresión del sábado; ya no celan por la honra de
Dios, sino que todo lo echaron a un lado, una vez lleno su vientre.
Era, pues, tenido de ellos por Profeta, y le iban a elegir por Rey; pero Cristo
huye. ¿Cómo así? Para enseñamos a despreciar las dignidades del mundo y hacemos
ver que no le hace falta cosa alguna de la tierra. Porque quien todo lo escogió
humilde, madre, casa, ciudad educación, vestidos, no había de querer luego
brillar en la tierra. Lo celestial, todo en Él era espléndido y grande: los
ángeles y la estrella, el Padre aclamándole, el Espíritu Santo dando testimonio
de El, los profetas anunciándole de muy atrás; pero lo de la tierra todo
humilde, para que así aparezca mejor su poder. Y era que vino para enseñarnos a
despreciar lo de aquí y a no admirar ni atender con pasmo a lo que brilla en
esta vida, sino burlarnos de todo ello y amar lo venidero. Que quien admira lo
de aquí, no admirará lo del cielo. Por este motivo dijo también a Pilatos: “Mi
reino no es de aquí” (Joann., XVIII, 36), para que no creyera que Él usaba de
temor y poder humanos para persuadir. ¿Cómo es, pues, que el Profeta dijo: “He
aquí que tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre un jumento”? (Zachh., IX, 9).
Porque se refiere al reino de los cielos, no a éste. Y por lo mismo otra vez
dice: “No recibo gloria de parte de los hombres”.
VI
Aprendamos, pues, amados (hijos) a despreciar y no desear el honor de los
hombres. Hemos sido honrados con una honra tan gran de, que, comparada con ella,
la humana es verdaderamente afrenta, risa y comedia. Así como la riqueza de aquí
enfrente de aquella es pobreza, y esta vida sin aquella es muerte (Deja, dice, a
los muertos sepultar a sus muertos [Matth. VIII, 22]), pues lo mismo esta gloria
ante aquella es vergüenza y ridiculez. No vayamos, pues, en pos de ella. Porque
si los mismos que la dan son más despreciables que sombra y sueño, mucho más lo
será la gloria misma; como que “la gloria del hombre es como flor de heno” (Is.,
XL, 6); y ¿qué hay más vil que la flor del heno? Pero aunque fuera algo sólido,
¿qué podría aprovechar al alma? Nada; antes infiere gravísimo daño haciendo
esclavos, esclavos peores que los venales, esclavos no sólo de un señor, sino
obedientes a dos y tres e infinitos que mandan cosas diferentes. ¿Cuánto mejor
no es ser libre que siervo, libre, digo, de humana servidumbre, pero siervo del
imperio de Dios? Mas al cabo, si quieres amar la gloria , ama la gloria , pero
la inmortal. Porque más glorioso es el teatro de ella y mayor la ganancia. Estos
de aquí te mandan agradarles a costa tuya; pero Cristo, todo lo contrario. Él te
da, en efecto, cien veces más de lo que le das tú, y a todo ello añade la vida
eterna. ¿Qué es, pues, mejor: ser admirado en la tierra, o en los cielos? ¿Por
los hombres o por Dios? ¿Con daño, o con provecho? ¿Ser coronado para un día, o
serlo para siglos infinitos?
Da al necesitado y no des al comediante, no sea que con tu dinero pierdas
también su alma, pues tú eres causa de su ruina por el intempestivo aprecio que
hace de él. Si supieran los que salen a la escena, que de su arte no habían de
sacar ganancia, tiempo ha que hubiera cesado de ejercitarlo; pero como te ven
aplaudir, concurrir, gastar, agotar todos tus recursos, aunque no quisieran
ocuparse en ello, se ven detenidos por la codicia de la ganancia. Si conocieran
que nadie había de alabar sus cosas, pronto desistirían de su trabajo por la
falta del lucro; mas como ven que lo hacen es objeto de la admiración de muchos,
la alabanza se les convierte en cebo. Desistamos, pues, de gastar inútilmente, y
aprendamos en qué cosas y cuándo conviene gastar. No vayamos a provocar la ira
de Dios por entrambos lados, por acaparar de donde no conviene, y por
desparramar en lo que no se debe. ¿Qué ira no merece el que da a la mujer
perdida y pasa por alto al pobre? Pues, aún dado caso que lo dieras de tu justo
trabajo, ¿no sería culpable dar retribución a la maldad y honrar aquello que se
debiera castigar? Pues si despojando a los huérfanos y haciendo injusticia a las
viudas fomentadas la lascivia, considera qué fuego estará preparado para los que
tales desmanes se atreven a cometer. Oye lo que dice Pablo: “No sólo hacen ellos
estas cosas sino que aprueban a los que las hacen” (Rom. 1, 32).
Tal vez os he herido en lo vivo; pero si yo no os hiriera, aguarda el suplicio
real y verdadero a los que pecan sin enmendarse. ¿Qué aprovechará el agradar de
palabra a los que han de ser atormentados de hecho?
¿Apruebas al bailarín, le alabas, le admiras? Pues has llegado a ser peor que
él. Porque a él la pobreza le es alguna excusa, aunque no razonable; pero tú ni
aun esa defensa tienes. Si le pregunto a él: “¿Por qué, dejadas las otras artes,
escogiste esa, perversa y execrable?”, responderá: “Porque puedo con poco
trabajo ganar mucho”. Pero si te pregunto a ti por qué admiras al que vive en la
lascivia y corrompiendo a muchos, no puedes acogerte a la misma excusa, sino que
te ves precisado a bajar la cabeza y cubrirte de vergüenza y de rubor. Y si nada
podrías decir pidiéndote cuentas yo mismo, dime: cuando delante aquel terrible e
inexorable tribunal donde hemos de dar o de los pensamientos y de las obras y de
todo, ¿cómo estaremos? ¿Con qué ojos miraremos al Juez? ¿Qué diremos? ¿Cómo nos
defenderemos? ¿Qué excusa alegaremos, razonable o no razonable? ¿La del gasto?
¿La del deleite? ¿La de la ruina de los demás, a quienes perdemos por medio de
aquel arte? Nada de esto se puede decir: antes fuerza (ser castigados con
suplico que no tiene fin, que no reconoce límite. Pues para que tal no suceda,
ya desde ahora seamos cautos en todo para que, saliendo de aquí con buenas
esperanzas, logremos los bienes eternos, que ojalá todos alcancemos por gracia y
benignidad de Nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria
al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos. Amén.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Juan ,
Ed. Apostolado Mariano, Sevilla, nº 28, 1991, Pág. 57-66)
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JUAN PABLO II
Carta de Juan Pablo II a la Juventud de Roma
con ocasión de la Misión Ciudadana del Jubileo de los Jóvenes en el año 2000
Amadísimos jóvenes de Roma:
1. Recuerdo con alegría la XII Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar en
París el pasado mes de agosto. Fue una experiencia espiritual extraordinaria,
por la cual doy gracias al Señor. Al final de la celebración eucarística en el
hipódromo de Longchamp, que clausuró ese inolvidable encuentro, cité a los
jóvenes del mundo entero a Roma, en el verano del año 2000, para el jubileo de
los jóvenes.
Vosotros, jóvenes de Roma, ya estáis interesados desde ahora en ese
acontecimiento tan importante, que exige una intensa preparación organizativa,
pero antes aún, y sobre todo, espiritual. Desea contribuir a este objetivo la
Misión ciudadana, que se dirige ahora de manera especial al mundo juvenil. Su
título es «Abre la puerta a Cristo, tu Salvador». Pero para poder anunciar y
testimoniar a Cristo, es preciso conocerlo y encontrarse personalmente con El.
Sólo quien hace una experiencia intensa y profunda de Cristo puede hablar
eficazmente de El a los demás. Sólo quien cultiva una relación asidua con este
divino Maestro puede llevar hasta El a sus hermanos. El es la única persona
capaz de responder plenamente a las expectativas de todo ser humano.
Seguramente habéis escuchado hablar de El ya desde vuestra niñez. Pero
permitidme haceros una pregunta: ¿Os habéis encontrado verdaderamente con El?
¿Habéis hecho, en la fe, experiencia viva de El como un amigo leal y fiel, o su
figura os resulta demasiado ajena a vuestros problemas reales como para suscitar
aún interés?
Jesús no es solamente un gran personaje del pasado, un maestro de vida y de
moral. Es el Señor resucitado, el Dios cercano a todo hombre, con quien se puede
dialogar, experimentando la alegría de la amistad, la esperanza en las pruebas,
la certeza de un futuro mejor. El siente estima por cada uno de vosotros y está
dispuesto a revelaros el secreto de una vida plenamente realizada y a ponerse a
vuestro lado para ayudaros a hacer que vuestra ciudad sea más humana y
solidaria.
2. Queridos jóvenes, ¡confiad en Jesucristo! Confiad en El, como aquel muchacho
del que nos habla el episodio evangélico de la multiplicación de los panes y de
los peces (cf. Jn, 6, 1-13). Narra el evangelista Juan que una gran muchedumbre
seguía a Jesús. Al ver a toda esa gente, Cristo preguntó al apóstol Felipe: «
¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Esa pregunta planteaba un
desafío: en esa circunstancia resultaba muy difícil conseguir pan para dar de
comer a tantas personas. Con plena razón dijeron los discípulos: «Doscientos
denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». En realidad, Jesús
quería poner a prueba su fe: El no contaba con una cantidad suficiente de bienes
materiales, sino con su generosidad al ofrecer lo poco que poseían.
Generosidad: este sentimiento afloró en el corazón de un muchacho, que se acercó
y ofreció cinco panes de cebada y dos peces. Demasiado poco, pensaban los
discípulos: « ¿qué es eso para tanta gente?». Jesús apreció el gesto de ese
joven como vosotros y, después de tomar los panes y dar gracias los repartió a
la gente y lo mismo hizo con los peces. Lo que la razón humana no se atrevía a
esperar, con Jesús se hizo realidad gracias al corazón generoso de un muchacho.
3. Esta es, queridos jóvenes de Roma, la importante tarea que se os ha confiado:
llegar a ser, como el muchacho del Evangelio, protagonistas generosos de un
cambio que marque vuestro futuro, así como el de la Iglesia que está en Roma y
el de la ciudad entera. La oración y la contemplación, el silencio y la ascesis
personal os ayudarán a madurar en la fe y en la conciencia de vuestra misión
apostólica. Para hacer esto es necesario que toméis conciencia de lo que
poseéis, de vuestros cinco panes y dos peces; es decir, de los recursos de
entusiasmo, valentía y amor que Dios ha puesto en vuestro corazón y en vuestras
manos, talentos preciosos que es preciso explotar en bien de los demás.
Redescubrid el valor de vuestra persona, donde el Espíritu de Dios habita como
en un templo; aprended a escuchar la voz de Aquel que vino a habitar en vosotros
mediante los sacramentos del bautismo y la confirmación, la voz del Paráclito,
como lo llama Jesús (Cf Jn. 14, 16- 26), de Aquel que enseña y sostiene,
defiende y consuela, del dulce Huésped del alma.
Gracias al Espíritu Santo, que expulsa del corazón todo temor y hace
interiormente libres, podréis imprimir a la ciudad, especialmente durante el
desarrollo de la Misión ciudadana, aquel «suplemento de alma» del que hablaba mi
venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, dando vuestra contribución para
valorizar plenamente sus potencialidades.
4. El Espíritu suscita en el corazón de todo hombre el deseo de la verdad. La
verdad que nos hace libres es Cristo, el único que puede decir: «Yo soy la
verdad» (Jn 14, 6) y añadir: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres» (Jn 8, 31-32).
Muchos de vosotros estudian; otros ya trabajan o están a la espera de un empleo.
Es importante que todos lleguéis a ser buscadores apasionados de la verdad y sus
testigos intrépidos. Nunca debéis resignaros a la mentira, a la falsedad y a las
componendas. Reaccionad con energía ante quien intente apoderarse de vuestra
inteligencia y enredar vuestro corazón con mensajes y propuestas que hacen
esclavos del consumismo, del sexo desordenado, de la violencia, hasta llevar al
vacío de la soledad y a las senda sinuosas de la cultura de la muerte. Desligada
de la verdad, toda libertad se convierte en una nueva esclavitud mucho más
pesada.
5. ¡Libres para amar! Queridos jóvenes, ¿quién no desea amar y ser amado? Pero
para experimentar amor sincero es preciso abrir la puerta del corazón a Jesús y
recorrer la senda que El ha trazado con su vida misma: es la senda de la entrega
de sí mismo. Aquí radica el secreto del éxito de toda verdadera llamada al amor,
en particular de la llamada que nace de modo sorprendente en el corazón del
adolescente y lleva al matrimonio, al sacerdocio, o a la vida consagrada.
Cuando un chico o una chica reconocen que el amor auténtico es un tesoro
precioso, son capaces de vivir también su sexualidad según el proyecto divino,
evitando seguir falsos modelos, lamentablemente con frecuencia promovidos y
ampliamente difundidos.
Desde luego, se trata de una opción exigente, pero es la única que hace
realmente libres y felices, porque realiza el deseo profundo que el Señor ha
puesto en lo más íntimo de todo hombre y de toda mujer. Hay libertad verdadera
donde habita el Espíritu de Cristo (cf. 2 Co 3, 17): ésta es la perenne juventud
del Evangelio, que renueva a las personas, a las culturas y al mundo.
6. ¡Libres para servir! Entre las vocaciones que más atraen a vuestro corazón se
encuentra la del servicio, especialmente el servicio a los más pobres y
marginados.
El pasaje evangélico que constituye la base de nuestra reflexión, nos habla de
una muchedumbre que tiene hambre: Jesús se interesa por ella. También en nuestra
ciudad hay gente que tiene hambre de pan material y, tal vez más aún, de pan
espiritual. Durante las visitas pastorales a las parroquias, jóvenes y ancianos,
familias e inmigrantes me señalan a menudo situaciones de malestar social, de
soledad y abandono. Hay mucha pobreza material y espiritual. Dificultades y
problemas afectan de manera sensible también al mundo juvenil.
Jesús nos pide que no perdamos la esperanza y que luchemos contra cualquier
forma de degradación; nos invita a comprometernos a fondo para realizar una
civilización a la altura del hombre. Como lo demuestran los ejemplos de muchas
personas santas del pasado y del presente, se puede construir desde ahora un
entramado de relaciones auténticas entre la gente amando y promoviendo la vida,
esforzándose continuamente para que a toda persona se le reconozca su condición
de hija de Dios, se la acoja con amor, se la apoye en su crecimiento, y se
defiendan sus derechos.
7. La vida plantea muchos interrogantes, pero hay uno sobre todo al que es
necesario dar respuesta: ¿Qué sentido tiene vivir y qué nos espera después de la
muerte? Es una pregunta que da sentido a toda la existencia. Algunos de vuestros
coetáneos tal vez ya no se la plantean: viven el presente como si fuera todo en
la vida. Se abandonan de forma pasiva a la realidad como si fuera un sueño
destinado a desvanecerse, en vez de esforzarse para que los valores y los
grandes ideales se conviertan cada vez más en una realidad.
Abrir la puerta a Cristo salvador significa volver a proyectar la vida hacia las
alturas. No os contentéis con experiencias banales, no os fiéis de quien os las
propone. Tened confianza en la vida y abrid vuestro corazón a Cristo, vida que
vence a la muerte.
En la Eucaristía Jesús resucitado se convierte en nuestro alimento y nos
introduce ya desde ahora en la vida inmortal, dándonos la garantía de que un día
podremos realizarla en plenitud y para siempre. De esa certeza brota la valentía
para afrontar cualquier dificultad y hacer de la existencia un don sin reservas
para Dios y para el prójimo. Se trata de una aventura extraordinaria, pero no
podemos llevarla a término nosotros solos. Para eso Jesús quiso la Iglesia, su
Cuerpo Místico y pueblo de la nueva alianza.
8. Jóvenes de Roma, sabed reconocer a Cristo presente en la Iglesia y poned a su
disposición los simbólicos panes de cebada y los peces de vuestras cualidades y
capacidades. Muchos de vosotros han realizado un encuentro constructivo con la
Iglesia en las parroquias, en los grupos o en los movimientos; otros, desde la
primera comunión o desde la confirmación, no tienen con ella una relación vital.
Algunos la sienten lejana o ajena a sus problemas; otros, la juzgan severamente
y rechazan sus enseñanzas.
Sin embargo, puedo asegurar que ninguno es extranjero en la Iglesia. Más aún,
sin vosotros se siente como una familia sin hijos. Tiene necesidad de todos
vosotros, de vuestra presencia, incluso de vuestras críticas constructivas.
Necesita sobre todo vuestra activa participación en el anuncio del Evangelio,
con el estilo y la vivacidad típicos de vuestra edad.
Jóvenes de Roma, amad a la Iglesia, aceptando los límites de las personas que la
componen: descubrid su corazón y ayudadle a estar cercana a vosotros. Digo esto
a todos los que ya forman parte de una comunidad, de una asociación, de un
movimiento o de un grupo eclesial; y lo digo también a quienes no la frecuentan.
En la Iglesia hay sitio para todos.
9. Me dirijo de modo muy especial a vosotros, jóvenes creyentes. Sed testigos de
Cristo ante todo entre vuestros coetáneos. El Resucitado os llama a entablar con
El y entre vosotros una alianza para hacer que la ciudad se más justa, libre y
cristiana.
Sed protagonistas de esta alianza en vuestras relaciones con los demás jóvenes,
en la familia, en los barrios, en la escuela y en la universidad, en los
ambientes de trabajo y en los lugares de deporte y de sana diversión. Llevad
esperanza y consuelo a donde haya desaliento y sufrimiento. Cada uno de vosotros
dispóngase a acoger y ayudar a quienes quieran acercarse a la fe y a la Iglesia.
Que no se pierda ninguno de los que el Padre pone en nuestro camino.
La Misión en la ciudad tiene precisamente como finalidad fortalecer en los
bautizados el espíritu de acogida y el celo de la nueva evangelización, para que
Roma, animada más profundamente por valores evangélicos, se abra al mundo
entero. Este importante acontecimiento eclesial os ayudará a encontrar nuevas
formas de diálogo con cuantos se interrogan sobre el sentido de la vida y de su
futuro. Aseguradles que Jesús no dice nunca "no" a las exigencias auténticas del
corazón; dice sólo, de forma fuerte y clara, "sí a la vida, al amor, a la
libertad, a la paz y a la esperanza". Con El ninguna meta es imposible, e
incluso un pequeño gesto de generosidad se multiplica y puede ser el inicio de
un gran cambio.
Como miembros de un singular "voluntariado del espíritu", proponed a las
personas con quienes os encontréis la experiencia personal de Jesús por la
escucha de su palabra, el silencio y la oración; promoved iniciativas
religiosas, incluso en el ámbito ecuménico, con el lenguaje juvenil de la música
y del arte. Ensanchad el horizonte de vuestro apostolado a las exigencias de la
misión universal de la Iglesia, teniendo presente el papel espiritual y civil
particular de Roma, sede del Sucesor de Pedro.
10. Sed misioneros de esperanza. Gracias a la disponibilidad del joven del que
habla el pasaje evangélico, Jesús pudo dar de comer a una muchedumbre inmensa. Y
también gracias a vuestros dones y talentos puestos totalmente a su disposición,
El llevará a término la obra de la salvación en nuestra ciudad.
«Abre la puerta a Cristo, tu Salvador».
Queridos jóvenes, ojalá que el título de la Misión ciudadana se convierta en
programa y estímulo de toda vuestra jornada. Dirigid vuestra mirada a María,
Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización. Toda su vida os muestra que
nada es imposible para Dios. Imitándola e invocándola constantemente, podréis
llegar a ser como Ella, portadores de alegría y amor. Junto a Ella, joven Virgen
de Nazaret, aprenderéis a mirar vuestra vida diaria como un crisol donde el
Señor os llama a realizar su proyecto de salvación. Gracias a su protección
maternal, no os faltará nunca el vigor apostólico y misionero.
¡Que Dios os ayude y proteja! Os acompaño con mi afecto y mi oración, mientras
de corazón imparto a cada uno de vosotros y a vuestras familias, al igual que a
vuestros proyectos y deseos de bien, una especial bendición apostólica.
Vaticano, 8 de septiembre de 1997, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen
Maria.
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DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS
Primera Multiplicación de los Panes
Explicación. - El cuarto Evangelista ha omitido la mayor parte de los hechos
ocurridos en el segundo año de la vida pública de Jesús: su objeto es llenar las
lagunas de los sinópticos. Deja, por lo mismo, la historia de Jesús con la
narración del discurso apologético pronunciado por el Señor en Jerusalén casi un
año antes, cuando la curación del paralítico de la piscina, para reanudarla con
la descripción del milagro de la multiplicación de los panes. Para este largo
lapso de tiempo, en que tantas maravillas obró Jesús como hemos visto, no tiene
San Juan más que esas simples palabras de transición: “Después de esto...” (v.
1), para entrar luego en la descripción del milagro de la multiplicación de lo
panes.
Los demás evangelistas nos dan una serie de detalles preciosos que sirven para
relacionar los hechos siguientes con lo ocurrido en los últimos días de la
evangelización de la Galilea por Jesús, después de la muerte del Bautista.
Pero los cuatro evangelios narran el hecho maravilloso de la multiplicación de
los panes en el desierto de Betsaida. Las narraciones más detalladas y completas
son las de Mc. y Ioh. Se comprende que los tres sinópticos coincidieran en la
narración del estupendo prodigio, que marca uno de los puntos culminantes de la
vida de Jesús. Cuanto a Juan, como a este prodigio está vinculado uno de los más
profundos discursos de Jesús, el Pan de la Vida, toma el hecho milagroso como la
base de la disquisición teológica que le sigue, pronunciada por el Señor
probablemente dos días más tarde, en sábado, en la Sinagoga de Cafarnaúm. Si
realmente fue así la multiplicación de los panes hubiese tenido lugar en lo que
podríamos llamar jueves santo del año anterior al de la muerte de Jesús, al
atardecer. Así Jesús, que no subió este año a Jerusalén para la Pascua, hubiese
dado un avance de la institución de la Eucaristía en la Multiplicación de los
panes y en el admirable discurso que le siguió, un año cabal antes de la
realidad.
(...)
El Milagro. (11-15) - Distribuida la multitud en grupos, adoptó Jesús actitud
solemne: “Tomó pues Jesús los cinco panes y los dos peces, miró al cielo”, con
lo que demuestra referir al Padre lo que va a hacer, “y los bendijo”. Era esta
bendición una impartición de la divina gracia, que en este caso producía la
multiplicación de los panes benditos, como en la Última Cena produciría la
transubstanciación del pan en el cuerpo del Señor. “Y habiendo dado gracias”, en
cuanto hombre, por haberse dignado Dios hacer tal milagro para bien corporal y
espiritual de su pueblo, “rompió los panes y los dio a sus discípulos, y los
discípulos los dieron a las turbas, y los repartió entre los que estaban
sentados: y asimismo de los peces, cuanto querían”. Multiplicábase el pan en
manos de Jesús y de los Apóstoles por una maravillosa adición de materia que no
se concibe sino por creación o conversión de otra en ella: y como no se agotó la
vasija de harina, ni la alcuza de aceite en casa de la viuda de Sarepta por la
oración de Eliseo (3 Reg 17, 14), así brotaban copiosamente los panes y peces de
las manos de Jesús y de sus Apóstoles.
Fue estupendo el milagro: “Y comieron todos, y se hartaron”. Y para que
apareciera más patente a los ojos de sus discípulos el milagro, cada uno de
ellos pudo recoger una canasta de pan sobrante, al mandato de Jesús, incluso
Judas, que había ya perdido la fe (Ioh. 6, 71.72), de donde le vino mayor
condenación: “Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los
pedazos que han sobrado, para que no se pierdan”: ¡Bella y ejemplar lección e
previsión, seguramente a beneficio de los pobres! “Y así recogieron, y llenaron
doce canastos de pedazos de los cinco panes de cebada y de los peces que
sobraron a los que habían comido. El número de los que comieron fue de cinco mil
hombres, sin contar...”. Atendidas las diversas circunstancias de los quehaceres
domésticos de las mujeres y del cuidado de los hijos pequeños, y que los que
saldrían al desierto serían ya de doce años para arriba, que eran los que
acompañaban las caravanas que iban a la Pascua, Curci cuenta como unos 3000,
entre mujeres y niños, que deberían añadirse a los cinco mil hombres adultos.
Aquella multitud de hombres, imbuida de las ideas de un Mesías glorioso en el
orden temporal, quiso llevar consigo a Jesús a Jerusalén, centro de la teocracia
de Israel, adonde se dirigía para la celebración de la Pascua, fiesta instituida
en memoria de la liberación de Egipto: allí le plocamarían rey y sacudirían el
yugo de los romanos. El milagro que acaba de realizar es tan estupendo que basta
para acreditarle de Mesías, el Profeta prometido de Moisés: “Aquellos hombres,
pues, cuando vieron el milagro que Jesús había obrado decían: este es
verdaderamente el Profeta que debe venir al mundo”. Corrió entre aquella
multitud de hombres la voz y el propósito de llevarlo consigo para proclamarle
rey: “Y Jesús, cuando entendió que habían de venir a arrebatarlo para hacerlo
rey...”
Quizás los mismos discípulos, que participaban de las ideas del pueblo en ese
punto (Mt. 20, 21; Act. 1, 6), entraron en los sentimientos de la multitud.
Humanamente, el entusiasmo irreflexivo de aquella muchedumbre podía comprometer
la obra de Jesús; por ello separa, no sin violencia, a sus Apóstoles de la
turba: “Luego obligó a sus discípulos a que entrasen en la barca para que fuesen
antes que él a la otra orilla, a Betsaida, mientras él despedía al pueblo”.
Mientras los discípulos, con la pena de separarse del Maestro, se hacían a la
mar, donde de nuevo habían de ser testigos de su omnipotencia, Jesús, con suaves
palabras, despidió al pueblo: “Y cuando lo hubo despedido, huyó otra vez al
monte, él solo, a orar. Y cuando vino la noche, dice lacónicamente Mt., estaba
allí solo”.
La escena es sublime. Cuando la oscuridad cierra el día, el rumor de la multitud
que se aleja se extingue en la llanura; cruza el mar, rumbo a poniente, la
barquilla de los Apóstoles; entretanto Jesús, solo en el desierto promontorio,
dominando la multitud y sus queridos discípulos, que bogan mar adentro, entra en
altísima oración con el Padre.
Lecciones Morales. (...)
- v. 3- “Subió Jesús al monte, y sentóse allí con sus discípulos”. - Plácenos
considerar a Jesús como amador de la naturaleza: es su obra, porque es la obra
del Verbo de Dios, y Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre. Fatigado como se
hallaba, él y sus discípulos, pudo retirarse a descansar con ellos en la
tranquilidad de un hogar, en la placidez de la vida doméstica. No quiere, y va
por mar a un monte solitario, desde el que domina el pintoresco lago, con las
ciudades marítimas allá en la lejanía... Y se sienta sobre la muelle y fresca
hierba, en aquella tarde plácida de primavera. Se sienta, dice el Crisóstomo, no
simplemente para no hacer nada, sino hablando con diligencia a sus Apóstoles, y
aunándoles cada vez más consigo. Es un momento en que el Pedagogo divino nos
enseña a utilizar los recursos de la naturaleza y gracia en provecho de nuestros
prójimos. El espectáculo de la plena naturaleza templa y ensancha nuestro
espíritu, le aleja de las mezquindades de los hombres, le prepara a las nobles
empresas.
- v. 11 - “Tomó Jesús los cinco panes... y habiendo dado gracias... “ - ¿Por
qué, dice el Crisóstomo, cuando cura al paralítico no ora, ni cuando resucita
muertos, ni cuando calma las tempestades? Para enseñarnos que cuando empezamos a
comer debemos dar gracias a Dios. Además, ora en las cosas pequeñas y no en las
grandes, para que sepamos que no ora por necesidad, sino para darnos ejemplo,
mayormente en esta ocasión, cuando tenía ante sí millares de espectadores a
quienes darlo.
- v. 12 - “Recoged los pedazos que han sobrado” - Jesús quiere que seamos buenos
administradores. Fue generoso en la multiplicación de los panes: es cuidadoso en
recoger sus fragmentos. Saca panes de la nada, y manda guardar en espuertas lo
que sobra de la multitud. Para enseñarnos que, por abundantes que sean los
bienes que la Divina Providencia nos conceda, por simple herencia o donación o
por el esfuerzo de nuestro trabajo, no podemos desperdiciarlos sin malbaratar la
gracia de Dios. Nos atiende mil necesidades, presentes u futuras, a las que no
sabremos si podemos, porque cambian con facilidad las fortunas con el correr de
los tiempos. Y a más de nuestras necesidades de todo género, de cuyo socorro no
podemos substraernos: los pobres, la prensa, el culto, las obras sociales de
caridad, de beneficiencia, de fomento de organizaciones católicas, según las
exigencias de lugares y tiempos. Guardemos los fragmentos para que no se
pierdan...
- v. 15 - “Y Jesús cuando entendió que habían de venir... para hacerle rey...” -
Era un rey, dice San Agustín, que temía le hiciesen rey. Ni era tal rey que le
hiciesen los hombres, sino un rey que hace reyes a los hombres, porque reina
siempre con el Padre, en cuanto es el Hijo de Dios. Ya los profetas habían
vaticinado su reino en cuanto, según era hombre, fue hecho el Ungido o Cristo de
Dios, y a sus fieles les hizo “cristianos”, porque son su reino, congregado y
comprado con la sangre de Cristo. Su reino se hará manifiesto cuando brille la
caridad de sus santos después del juicio. Mas los discípulos y las turbas
creyeron que había venido para reinar ya en este mundo: con lo cual quisieron
que se anticipara a su tiempo. Pero ahora el tiempo de la plena realeza de Jesús
ha llegado ya para nosotros: reconozcámosle como a nuestro rey, y seamos
perfectos súbdito suyos.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed.,
Barcelona, 1966, p. 661-670)
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p. LEONARDO CASTELLANI
La primera multiplicación de los panes
Este milagro se llevó a cabo más o menos en la mitad de la predicación de
Cristo, segundo año de vida pública, antes del penúltimo viaje a Jerusalén,
después de la fuga de Judea a causa de la degollación del Bautista y después del
retorno de los Discípulos de la misión, (en primavera, cerca de la fiesta
religiosa hebrea “de las Tiendas» o “Toldos”).
Otra multiplicación menor cuentan Mateo y Marcos un poco después, que sería
tentador identificar con ésta reduciéndolas a una; como han hecho algunos
Doctores; pero no se puede, porque lo probabilísimo es que fueron realmente dos.
Si hubiese sido una sola, la gente de Jerusalén hubiese dicho: “¡cuentos de
estos provincianos!”. Si hubiesen sido tres, se levanta el Sindicato de
Panaderos Metropolitanos.
Los cuatro Evangelistas cuentan el milagro con diferentes pormenores. San Juan
le da su sentido pleno, insertándolo en su capítulo VI que trata del “Pan de
Vida» y añadiendo la Promesa de la Eucaristía, y el diálogo dramático en la
Sinagoga de Cafarnaúm, que es uno de los relatos más sublimes que han salido de
péñola humana.
Este milagro es muy popular; excepto, como dije, entre los panaderos. Cuentan
que el cura Brochero estaba explicándolo, y se trabucó en los números -porque
efectivamente hay dos multiplicaciones que difieren solamente en los números- y
pegó un grito diciendo: “Mirad el poder de Cristo, que con cinco mil panes y dos
mil pescados dio de comer a cinco hombres”, a lo cual el sacristán que estaba
sentado bajo el púlpito comentó en voz alta: “¡lo hago yo también!”, con lo cual
se rieron algunos y el cura se abatató del todo y dejó la prédica, para seguirla
otro día. El domingo siguiente subió muy alerto y gritó: “Como les iba diciendo,
Jesucristo con 5 panes y 2 peces dio de comer a 5.000 varones”, a lo cual el
sacristán gritó de nuevo: “¡lo hago yo también!”.
“- ¿Cómo sacristán sacrílego?” -gritó el canónigo.
“- ¡Con lo que sobró el domingo pasado!” -ripostó el sacristán, que era un
negrito ladino.
Y tenía razón, porque lo que sobró es lo que más llama la atención en este
evangelio: 12 canastas de cachos, que todos los Evangelistas notan
cuidadosamente, Cristo “mandó rejuntar”. ¿Por qué? El hombre que tenía en sus
manos poder creador hizo con ellas un gesto de pobre: después de un milagro tan
grande, acordarse de las curubicas. “Comieron todo lo que cada uno quiso”, dice
San Juan. Y sobró. Sobró bastante. Era pan de centeno y eran una especie de
sábalos o patíes, pescado de río. Cristo quiso mostrarse Dios, pero también
mostrarse hombre: hombre pobre y palestino.
Es que los milagros de Dios se insertan en el curso de la vida humana sin
perturbarla; cosa que ignoraban los panaderos de Jerusalén. Los milagros del
diablo en cambio hacen alboroto y despatarro. Porque sabrán que el diablo puede
hacer milagros, aunque falsos: prodigios (...).
Cristo hizo cooperar a los hombres en este milagro: primero, les llamó la
atención sobre la dificultad, y los dejó proponer remedios, que incluso San
Felipe se mandó un chiste malo -hay tres chistes de San Felipe en el Evangelio-;
después les dijo: “Dadles vosotros de comer”, que fue cuando Felipe agarró la
bolsa de Judas, la sacudió en el aire y dijo: “Pasen 200 dólares y les doy a
comer, un bocadillo a la cuarta parte de éstos”; pues 200 dólares (denarios) era
la suma de plata más grande que Felipe había visto en su vida; tercero, hizo que
San Andrés recogiese los víveres que había, que eran como para comida de cinco,
y es de notar el desinterés conmovedor de esos cinco prevenidos: era el
atardecer, y lo habían seguido a Cristo a pie todo el día y el Cristo se había
cortado en un bote, buscando un lugar solitario para descansar, los pobres cinco
estarían hambrientísimos; lo cuarto, mandó que los Apóstoles hiciesen “anapéssein”,
o sea formación de 50 en fondo, varones -a las mujeres, los antiguos no las
ordenaban porque sabían que es imposible, cuando andan dan muchas juntas-;
finalmente, apenas terminó la cena en el valle, que Jesús contempló conmovido
desde la loma, mandó recoger los fragmentos; gesto ritual en las cenas
palestinas en que se guardan cuidadosamente las reliquias para darlas a algún
pobre -gesto aquí inútil aparentemente, que tanto extrañó a los Evangelistas-;
pero resulta que San Pedro se había quedado sin ración, con el entusiasmo de
empadronar y contar a la gente, según la leyenda. Y de no ser por una de las
canastas de sobras, San Pedro ayuna fuera de tiempo.
Según la misma leyenda, los curas y seminaristas (quiero decir, los Discípulos)
comieron al final, y de las sobras; que es una costumbre que se ha perdido, como
explicaré otro día.
Fuera de bromas, Andrés y Pedro lloraron de alegría, sobre todo cuando vieron
que la gente quería hacerlo rey a Cristo ahí mismo; y Cristo lloró de ternura,
porque con este milagro se inicia realmente la institución de la Eucaristía.
Cuando en la Última Cena Cristo tomó el pan, levantó los ojos al cielo, dio
gracias, lo bendijo, y lo partió, los Discípulos recordaron de inmediato que
habían visto ya ese gesto dos veces antes; y por eso San Juan lo nota tan
cuidadosamente en estas apretadas 30 líneas.
Lo que pasó después es conocido: los galileos, que eran gente parecida a los
irlandeses, quisieron proclamarlo Presidente y Home-Rule a Cristo ahí mismo; y
Cristo tomó el bote de Pedro y cruzó el lago, aportando en Cafarnaúm: segunda
huida; Cristo disparaba de la política. La muchedumbre lo buscó a pie segunda
vez y al encontrarlo en la Sinagoga le reprocharon la huida... Cristo dijo:
“¿Por qué me seguís? Porque os he dado pan de la tierra. Yo os daré el pan del
cielo.”
Así comenzó el diálogo-sermón-promesa-profecía que es el Corazón de la
Revelación Cristiana , así como el Sermón de la Montaña es su Carta, las Siete
Palabras son su Sello y Testamento. Para explicarlo no bastan dos columnas más,
ni siquiera un libro; ni siquiera -si vamos a hablar en serio- todos los libros
del mundo. Feliz aquel a quien se lo explique su corazón.
Una posdata sobre un punto curioso, sobre el “anapéssein”; o sea la rápida
formación de los hebreos varones de 50 en grupo -que dio 5.000 hombres, 100
grupos- lo cual quiere decir que había quizá 6.000 mujeres -sin contar las
beatas unas 10.000 criaturas chicas... ¿Cómo se explica que Cristo hablara a
grandes muchedumbres desde una loma o un bote? ¿Tenía por ventura altoparlantes
o televisión? Eso preguntan muchos; y eso creyeron algunos Santos Padres,
suponiendo que milagrosamente Cristo agigantaba su voz como la del homérico
Sténtor: hacía su garganta estentórea y predicaba a los gritos. No fue así.
Hoy sabemos cómo fue: “multiplicaba” su voz lo mismo que los panes, con la ayuda
de los Apóstoles: eso no es problema para las gentes llamadas de “estilo oral”.
Tienen a modo de unos altavoces naturales. Pasaba esto: Cristo recitaba
lentamente su recitado rítmico-mnemónico delante del grupo de discípulos, que lo
repetía; y -créase o no- lo retenía de memoria, e inmediatamente los “matethoi”
repetían las palabras del Maestro a las cabezas de cada grupo; los cuales hacían
la misma operación: repetían y retenían. Así se multiplicaba el pan de la
Palabra. Y el que no quiere creer que esto sea posible, que lea las notas
científicas que pondré a estos evangelios cuando, Dios mediante, los publique en
libro.
Y esto responde también a una pregunta que me hizo en San Juan, un ingeniero:
“¿Por qué el Papa no predica cada domingo por televisión al mundo entero?”. No.
Esa no fue la manera de predicar de Cristo; será la manera de predicar del
Anticristo. Cristo quiere predicar por medio de otros, por medio de todos
nosotros. San Pablo mandó que los maridos repitan a las mujeres en su casa el
sermón del cura (1 Tim II, 11; 1 Cor XIV, 34). Hoy día las mujeres son las que
sermonean; mal casi siempre.
Porque no hay que olvidar el motivo de este milagro: Cristo lo hizo porque
“querían oírlo y El quería hablarles” -mucho más aún de lo que ellos oír-. Había
“curado a sus enfermos” y no se iban: querían oír, de tal modo que “se olvidaron
de comer”, dice el hagiógrafo. El remedio de esta dificultad era sencillo y los
Apóstoles lo vieron: “Señor, manda que se dispersen y vayan a las alquerías y
aldeas vecinas a comer”. Tarde piaste: antes había que haberse acordado de eso;
la prudencia lo mandaba.
Pero ni Cristo ni el pueblo fueron prudentes en esta ocasión.
El amor suele atropellar la prudencia; pero él es una más alta prudencia. Es la
prudencia del milagro.
(P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo , Ed. Vórtice, Bs. As.,
1957, Pág. 148-151)
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Mons. FULTON J. SHEEN
Pan y Reyes
La gente habla más de su salud cuando se siente enferma y más de la libertad
cuando está en peligro de perderla. Sin embargo de cuanto digamos en pro de la
libertad, ha de recordarse que al rehuir nuestra responsabilidad huimos de la
libertad, como toda negación de nuestras culpas personales es también una
negación de otra clase de libertad. Las coles no pueden cometer males, aunque
digamos que tienen cogollos o cabezas; y las máquinas calculadoras no cometen
pecados, aunque sumen o resten. Acaso el pensar lo que significa la carga de la
responsabilidad nacida del libre albedrío sea el motivo de que haya tantos
hombres dispuestos a renunciar al gran don de la libertad.
Eso explica porqué se busca alguien a quien entregar la tarea de disponer, de
pensar por los demás y de librarlos de la pesada carga de las consecuencias de
las libres decisiones de cada uno. En las democracias es el comunismo más
popular entre los intelectuales que entre los trabajadores o la gente inculta,
por la sencilla razón de que todo intelectual está más gastado y deprimido. El
que busca un alivio a sus ansiedades y a las tristes consecuencias de sus actos,
se convierte en fácil presa del comunismo, que le da un objetivo en el que el
mito y la esclavitud mental se entretejen como dos malos genios. Esta búsqueda
de alguien a quien las mentes neuróticas puedan entregarse, explica la fácil
rendición de los ánimos a las ideas totalitarias.
Dos escritores del siglo XIX previeron que ese estado de cosas se produciría en
el siglo XX, y uno de ellos predijo que los jefes a quienes las mentalidades
libres se entregarían, procederían de Rusia. Solovief aseguró que el dirigente
que dominase a las almas en nuestra generación sería el autor de un libro que
tratase de la paz y seguridad para el mundo. Millones de hombres se someterían a
él considerándole suprema autoridad en la esfera política y económica sin otra
razón que la de prometer pan. Dostoievski también pensaba que Rusia y el mundo
cederían a la “tentación del pan y del poder”.
Es imposible dejar de contrastar esa búsqueda de un dictador y rey económico con
el caso de Nuestro Bienaventurado Señor cuando dio pan a las multitudes en el
desierto. Después de alimentar a las masas hambrientas, ellas “quisieron hacerle
rey”. Está en el corazón humano, cuando pierde el amor de lo espiritual, adorar
a quienes le prometen el poder económico o al menos le ofrecen llenarle el
estómago. El pueblo quería hacerle rey, en oposición a todos los reyes de la
tierra, o sea que en lugar de entregarse a Él y a su sublime doctrina pensando
en el pecado y en la redención, querían que Él se sometiera a ellos. No deseaban
seguirle, sino que Él los siguiera. Por sinceros y entusiastas que fuesen,
querían poner la divinidad al nivel de lo humano.
Él era rico y se hizo pobre por nuestro amor, mas no quería ser rey terreno por
la fuerza. Un pobre ciego le paró en el camino para pedirle que le curara su
ceguera, pero, si esto lo aceptaba, no bastaba la universal aclamación y
sufragio de las masas para hacerle rey. Y supo poner el dedo sobre el error de
todos: “Me buscáis por que habéis comido y estáis ahítos”. No le buscaban con la
parte superior de su ser, sino con sus estómagos; no por su moralidad, sino por
razones económicas; no por su salvadora gracia, sino porque lo espiritual
dormitaba en sus almas.
Cuando se aprecian más los panes que el poder divino que los multiplica; cuando
se admiran más los ríos que sus fuentes, la Humanidad aceptará cualquier rey si
promete pan y prosperidad. No olvidemos que quien prometió lo espiritual no negó
el pan a los pobres. Nuestras esperanzas y nuestras libertades se venden
demasiado baratas cuando se entregan al que, alimentando el cuerpo, deja desnuda
el alma. El problema es éste: todo el mundo se muere de hambre, porque el mundo
oriental muere de hambre corporal y el occidental perece de hambre del alma. Al
primero hay que alimentarlo, pero no han de hacerlo los que niegan la libertad
cuando dan harina. El mundo occidental se salvará alimentando a Oriente a la vez
que reconoce su hambre de espíritu y busca al verdadero rey de corazones: el que
nos brinda el pan de vida.
(Fulton J. Shenn, Paz Interior , Ed. Planeta, Barcelona, 1966, Pág. 80- 82)
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GIOVANNI PAPINI
PANES Y PECES
Dos son las multiplicaciones de los panes y se parecen en todo, excepto en las
proporciones de la cantidad - es decir precisamente en aquello donde reside el
sentido espiritual que se puede sacar de las mismas.
Millares de pobres han seguido a Jesús a un sitio desierto, apartado de las
poblaciones. Va para tres días que no comen, tal es el hambre del pan de vida
que es su palabra. Pero el tercer día, Jesús se compadece de ellos - hay allí
mujeres y niños - y ordena a sus discípulos que den de comer a esa muchedumbre
Mas no tienen sino pocos panes y pocos peces y las bocas se cuentan por
millares. Entonces Jesús los hace sentar a todos, sobre la verde hierba, en
grupos de cincuenta y de ciento: bendice el poco alimento que hay y todos se
hartan y sobran canastos llenos.
Si comparamos las dos multiplicaciones advertimos un hecho singular. La primera
vez los panes eran cinco y cinco mil las personas y quedaron doce canastos de
sobras. La segunda vez los panes eran siete dos de más - las personas cuatro mil
- mil menos - y al final quedaron sólo siete espuertas. Con menos panes se sacia
el hambre de más personas y sobra más; cuando los panes son más, menos son las
personas saciadas y sobra menos pan. ¿Cuál es el significado moral de esta
proporción inversa? Menos alimento tenemos y más podemos distribuir. Lo menos da
lo más. Si los panes hubieran sido aún menos, doble cantidad de gente hubiera
sido saciada y más también fueran las sobras. Si con cinco panes se satisfizo a
cinco mil personas, con un pan solo se saciaban cinco veces más. El pan
verdadero, el pan de la verdad satisface tanto más cuanto menos es. La ley Vieja
es abundante, copiosa, dividida en innumerables porciones. La forman centenares
de preceptos escritos y otros millares inventados por los Escribas y Fariseos. A
primera vista parece una mesa gigantesca a la cual puede saciarse todo el
pueblo. Pero todos esos preceptos, esas reglas, esas fórmulas no son más que
hojas secas, ligeras virutas, jemas, trapos. Nadie puede vivir con esta clase de
alimentos: cuanto más son menos sacian. El pueblo de los humildes y de los
simples no logra quitarse el hambre de justicia con esas viandas innumerables
pero imposibles de comer. Bástale en cambio una sola palabra que resuma todas
las palabras y aventaje las beaterías petrificadas de los repletos y hartos; una
palabra que llene el alma, que reconcilie el corazón, que calme el hambre de
justicia y las muchedumbres serán hartas y sobrará comida aun para aquellos que
no estaban presentes ese día.
El pan espiritual es de suyo milagroso. Un pan de trigo hasta para pocos; una
vez consumido, no queda más para nadie. Pero el pan de la verdad, el pan de la
alegría, el pan místico no se consume, no puede consumirse nunca, Partidlo entre
millares de personas y siempre hay; distribuidlo entre millones y queda siempre
intacto. Cada cual ha tomado su parte como los hombres y las mujeres que tenían
hambre en el desierto, y cuanto más queda para los que vendrán más tarde.
Otro día en que los discípulos se encontraron sin pan, Jesús los amonestó que se
guardaran de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos. Y los discípulos,
casi siempre tardos en comprenderlo, se decían en su interior: Habla así,
“porque no hemos tomado panes”. “Pero Jesús conociéndolo, les dijo: “¡Hombres de
poca fe! ¿Por qué estáis pensando dentro de vosotros que no tenéis panes? ¿No
comprendéis aún ni os acordáis de los cinco panes, de los cinco mil hombres y de
cuántas cestas alzasteis? ¿Cómo no comprendéis que no por el pan os dije:
Guardaos de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos?”. Es decir, de los
ciegos guardianes de la Ley decaída.
Son los Doce, los escogidos y sin embargo no son rápidos en comprender y no
creen como debe creerse.
También en la barca, la noche de la tempestad Jesús tuvo que reprenderlos.
Dormía Jesús a popa, apoyada la cabeza en el cabezal de mi remero.
Repentinamente se levanta recio el viento; y un turbión échase sobre el lago.
Las olas se precipitan sobre la barca y parecía que de un momento a otro debían
tragarla. Los discípulos, amedrentados, despiertan a Jesús: “¡Sálvanos! que
perecemos!”. “¿A ti no te importa que nos hundamos?”.
Y levantándose Jesús, dijo al viento: Cállate, y al mar: Cálmate, y calló el
viento, y sobrevino una grande bonanza.
Entonces gritó a los discípulos: “¿Por qué habéis tenido miedo, hombres de poca
fe?”. ¿Por qué no tenéis fe? ¿Dónde, pues, está vuestra fe?
Y los salvados, avergonzados, decían: “Quién es éste que aun el viento y el mar
le obedecen?”.
Es uno, ¡oh! Simón Pedro, que no tiene miedo. No solamente su naturaleza supera
a la humana sino que tiene grande la fe, grande el amor, grande la voluntad.
Nada animado o inanimado resiste a estas tres grandezas. Ha renunciado a todo lo
que es temporal, y tiene la victoria sobre el tiempo; ha renunciado a los bienes
de la carne y, por lo mismo, puede salvar la carne; ha renunciado a lo que viene
de la materia y, por lo mismo, es Señor de la materia. Cada cual puede ser
partícipe de esa dominación. La fe basta, con tal que no sea solamente fe en sí
mismo.
Antes de Cristo, pocos años antes de Cristo, un gran hombre de Italia, capitán
de muchas guerras, corrompido pero digno de mandar la putrefacción de la
república, se encontró en el mar, en el verdadero mar, a bordo de un barquito de
pocos remos, en busca de un ejército que no llegaba con la urgencia suficiente
para darle la victoria. Y se levantó viento y estalló la tormenta y el piloto
quería volver al puerto. Pero César, aferrada la mano del piloto, le dijo: Sigue
y no temas. Llevas a César y su fortuna navega con vosotros.
Esas palabras de fe soberbia reanimaron a la chusma y, cada cual, como si un
poco de la energía de César hubiera penetrado en esas almas, hizo cuanto estuvo
de su parte por vencer la tempestad. Pero, a pesar de los esfuerzos de los
marineros, la nave estuvo en un tris de zozobrar y tuvo que virar y regresar al
puerto. La fe de César no era sino orgullo y ambición: fe en sí mismo. La fe de
Jesús era todo amor: amor al Padre, amor a los hombres.
Con esta fe pudo ir caminando sobre las aguas como sobre la mullida hierba de un
prado, al encuentro de la barca de los discípulos que bogaban afanosamente
contra el huracán. En la oscuridad creyeron ellos que fuera un fantasma; y
también esa vez, tuvo que confortarlos: “No temáis, soy yo”. Apenas a bordo,
calmó el viento, y en pocos instantes más estuvieron en la orilla. Y esta vez
también los discípulos se “asombraron; porque, - añade, el honrado Marcos -
todavía no habían entendido lo de los panes, por cuanto su corazón estaba
ofuscado”.
El recuerdo puede parecer ingenuo y es revelador. Porque el milagro de los panes
es el fundamento de todos los demás. Cada parábola, dicha con palabras de poesía
o representada con prodigios visibles, no es más que un pan elaborado de diversa
manera para que los suyos - al menos lo suyos - comprendan la sola verdad
necesaria: el espíritu es el único alimento digno del hombre y el hombre que se
nutre con ese alimento es dueño del mundo
(Giovanni Papini, Historia de Cristo , Ed. Lux, Santiago de Chile, 1923, Pág.
158-162)
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p. ALFONSO TORRES, S.I.
LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES
(...) La parte principal de esta narración, o sea, el gran milagro de
Jesucristo, que cuentan aquí los cuatro evangelistas, la dejamos para la lección
sacra de hoy. Y hoy, Dios mediante, la vamos a comentar.
En este milagro, sin más que leer el evangelio de San Juan, encontramos nosotros
todo esto que vais a oír. Lo primero, un diálogo entre el Señor y los suyos;
inmediatamente después, la narración del mismo milagro, que abarca desde el
momento en que se ofrecen al Señor los panes de cebada y los pececillos hasta el
momento en que recogen lo que había sobrado en doce canastos; y, por último,
encontramos un cierto entusiasmo y un cierto designio de glorificación que había
surgido en la muchedumbre testigo del milagro, designio del cual huyó nuestro
Señor retirándose a un monte a orar. Por su orden iremos explicando todas estas
cosas que narran los sagrados evangelistas.
Si habéis tenido la curiosidad de leer, antes de venir aquí, el evangelio de San
Juan y las narraciones de los otros tres evangelistas, habréis podido ver que
hay entre ellos una cierta divergencia por lo que toca al diálogo que tuvo el
Señor con los discípulos antes de realizar el milagro que comentamos. Los
evangelistas sinópticos hablan como de una conversación sostenida por el Señor
con los Doce, de ciertas impresione que los Doce manifestaron, mientras que el
evangelista San Juan se limita a contar unas palabras que se cruzaron también
entre el Señor y el apóstol San Andrés. Esta divergencia seguramente habréis
notado si, como digo, habéis tenido la curiosidad de leer los cuatro
evangelistas antes de venir a la lección sacra, se explica perfectamente cuando
se sabe el modo de proceder que tuvo San Juan al escribir su evangelio. Cuando
San Juan escribió su evangelio, ya circulaban los otros tres por la Iglesia
cristiana. Al escribir el suyo, el discípulo ama tuvo interés particular en ir
precisando las cosas que los evangelistas dejaban imprecisas, en ir completando
las cosas que los otros evangelistas dejaban incompletas, y en poner en la
narración aquellos pormenores y aquellas descripciones que conservaba
fidelísimamente en la memoria a pesar de los muchos años transcurridos cuando
estas cosas escribía.
Para San Juan debía de ser este escribir el Evangelio, en cierto sentido, una
labor de rectificación, no porque hubiese yerros que corregir en los otros
evangelistas, sino porque había imprecisiones que precisar y cosas incompletas
que completar; pero al mismo tiempo debía de ser una labor dulcísima, porque era
revivir las cosas que él mismo había visto que había como tocado con sus manos,
y la misma precisión que él pone en sus narraciones y descripciones dan a
entender este amor de su corazón, conque revivía los tiempos en que él había
tenido la dicha de vivir con su Maestro.
Teniendo en cuenta esta manera especial de proceder, propia del evangelista San
Juan, se entiende cómo debe componerse esta divergencia aparente que hay entre
todos los evangelistas. En realidad, lo que acontece es esto que vais a oír.
Vienen las muchedumbres a Jesús; el Señor las mira con gran misericordia; se
entrega al trabajo de predicarles y sanar a los enfermos, y en aquel trabajo
pasan rápidamente las horas para las muchedumbres y para Jesús, hasta el punto
de que todos parecen que se olvidan de sí mismos. Los apóstoles, que
presenciaban aquel espectáculo, no parece que estaban tan absortos en lo que
contemplaban, y no parecía que podían apartar del todo su corazón de las cosas
temporales; y, cuando ya hubo avanzado bastante el día, cuando ya el día
declinaba, comenzaron a insinuar al Señor que aquellas muchedumbres no habían
comido, que estaban en un lugar desierto, que allí no podían encontrar el
alimento necesario, y que tal vez sería mejor mandarlas a los pueblos más
cercanos para que buscasen el necesario sustento. Preocupados de las cosas
temporales, faltos de abandono en Jesús, creyeron hacer un acto de caridad y
proceder con una gran previsión advirtiendo al Señor que declinaba el día y que
aquellas gentes necesitaban encontrar el alimento.
Oyó el Señor esas insinuaciones de los suyos; no respondió a ellas con palabras
de reprensión. El Señor debía de compadecer mucho las flaquezas de los
apóstoles; más bien que de maldad, procedía de flaqueza la ignorancia de
aquellos hombres. Entonces parece que les dijo - cuentan los evangelistas que
dijo - que les dieran ellos de comer.
La palabra de Jesús respondiendo así a los discípulos era una palabra plenamente
justificada y plenamente inteligible. Venían los apóstoles de predicar y de
hacer milagros en virtud del poder que Cristo les había comunicado cuando les
envió a evangelizar. Con ese poder de hacer milagros, ¿no podían ellos sustentar
a las muchedumbres que estaban escuchando al divino Maestro? Ellos, sin embargo,
no lo entendieron así. Y, siguiendo la conversación, hablando el Señor
particularmente con Felipe y preguntándole dónde encontrarían pan para repartir
a toda aquella muchedumbre, Felipe y los demás respondieron que aquello era
imposible; doscientos denarios no bastarían para dar de comer a tanta gente
(doscientos denarios son unas doscientas pesetas; imaginaos qué eran doscientas
pesetas para dar de comer a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y niños
que también se encontraban entre la muchedumbre). Y, sin embargo, doscientos
denarios eran una cantidad enorme para la pobreza de los apóstoles. De modo que
ellos, calculando humanamente, encontraban que, aunque era imposible que
hubieran reunido esa enorme cantidad de doscientos denarios, la cantidad no
sería suficiente para sustentar a aquellas gentes. Con eso seguían arguyendo al
Señor para que despidiera a la muchedumbre y para que cada uno se fuese a buscar
por los pueblos vecinos el sustento necesario.
Siguió el Señor compadeciéndose de los suyos. En conversación había aparecido la
poca fe que aquellos hombres tenían en el alma, el poco abandono en el poder y
en la misericordia de su Maestro divino; y, repito, sin reprenderles el Señor,
les manda que averigüen si hay algo que comer allí, averiguan que hay unos panes
de cebada, es decir, unos pan de los que comían los pobres, y unos pescadillos
de los que solían encontrarse en el lago de Genezaret y conservarse después
salados. Y no había más.
Aquí comienza propiamente la narración del milagro; pero antes de pasar
adelante, antes de explicar el milagro mismo quisiera yo que os detuvierais un
momento y mirarais a este diálogo del Señor. Hay ahí algo que es dificilísimo
para corazón humano, y que, sin embargo, es una de las cosas más sólidamente
fundadas y más amorosas que podemos ofrecer a nuestro Señor. En todo este
diálogo, como ya os he hecho notar dos veces, falta el abandono en la
misericordia del Señor. Los apóstoles están más bien como conturbados, tristes,
por la dificultad de dar de comer a tanta gente, y eso revela que no tienen fe
viva, gran confianza, y, sobre todo, no tienen completo abandono en las manos de
Jesucristo.
Si aquellos hombres hubieran realizado lo que el Señor les había predicado,
buscando primero “el reino de Dios y su justicia”; si hubieran estado encendidos
en el mismo celo que había en el Corazón divino de Jesús en el mismo amor bien
espiritual de aquellas gentes, hubieran sentido lo que sentía el Señor: que no
había por qué preocuparse de las cosas temporales; había que hacer bien a las
almas, había que ejercitar la caridad, y lo demás dejarlo en manos del Señor. Y
lo curioso es-por aquí se entiende la dificultad que hay en abandonarse así-, lo
curioso es que aquellos hombres estaban contemplando muchedumbre de milagros en
aquella hora. El Señor había pasado el tiempo no sólo predicando, sino
multiplicando los milagros, y, a pesar de tener ante sus ojos esas
manifestaciones del poder de Jesucristo, no acaban de abandonarse en ese poder y
en el amor que había en el Corazón Se ve muy claro la ceguera de esos hombres;
se ve muy claro la imperfección de su conducta, y mirarlo así es un gran bien
para nosotros, porque esa ceguera es con frecuencia la ceguera del propio
corazón, esa imperfección es con frecuencia nuestra propia imperfección. Dejamos
que entre en el alma la solicitud por nuestras cosas, y esta solicitud nos
acapara, nos envuelve, nos domina, nos angustia, nos quita algo de nuestra viva
fe, porque no sabemos abandonarnos en las manos del Señor. Lo mismo que se ve
claro esto en los demás, se ve oscuro cuando toca a nuestra conducta, y, sin
embargo, entonces Jesús era lo mismo que es ahora, y tenía los mismos
sentimientos de misericordia que tiene ahora, y el mismo celo por el bien
espiritual de las almas que tiene ahora, y buscaba nuestro provecho, nuestra
santificación y nuestro premio con la misma generosidad con que la busca ahora
en cada momento de nuestra vida.
Imaginaos cómo se habría transformado esta escena si los apóstoles, en vez de
andar calculando los denarios que se necesitaban para dar de comer a aquellas
gentes, hubieran pensado que nada había imposible para la omnipotencia divina,
y, en vez de poner el corazón en esas preocupaciones y solicitud, lo hubieran
puesto en el amor y en la confianza de Jesucristo. Hubieran dado a Jesús un
placer inmenso; se hubieran ahorrado asimismo esas preocupaciones angustiosas y
hubieran ejercitado al mismo tiempo la caridad para con el prójimo. Pues así se
transformaría nuestra vida si, en vez de vivir con vanas solicitudes acerca de
lo nuestro, de nuestros intereses, de lo que llamamos nosotros nuestro bien,
supiéramos abandonarnos generosa y amorosamente en las manos de la providencia
del Señor.
En ese ambiente de desconfianza, de demasiada solicitud, brilla el gran milagro;
traen al Señor los cinco panes de cebada y los dos pececillos. Manda el Señor
que las muchedumbres se sienten en el campo ordenadamente. El término que emplea
el evangelista San Juan, “se recuesten”, es el término que solía emplearse para
decir lo que expresamos nosotros ahora con la frase «sentarse a la mesa». Como
si fuera a ofrecer un banquete, manda el Señor que se sienten en el campo todas
aquellas gentes; se sienten con orden. Los distribuyeron, según dicen los
evangelistas, en grupos de cincuenta, y, a veces, dos de estos grupos, por estar
cercanos, ofrecían el aspecto de un grupo de un centenar de personas. Puso orden
el Señor; de modo que el milagro no fue simplemente salir entre la muchedumbre
desordenada y repartir los panes y los peces. Primero ordenó la muchedumbre; el
espectáculo debía de ser hermosísimo, y todos los comentadores del evangelio lo
hacen notar. Imaginaos al Señor, en la ladera de una cordillera qué sube
suavemente dominando aquella muchedumbre, rodeado de los Doce; imaginaos un
campo cubierto de verdura y de flores silvestres en plena primavera, y colocad
en ese campo muchos grupos de cincuenta personas con los trajes abigarrados de
los orientales; esto al caer la tarde y esto a las orillas del lago de Genezaret.
El Señor, que domina aquella muchedumbre ordenada, cuando ve a cada uno en su
puesto, toma en las manos los cinco panes, levanta los ojos al cielo, bendice o
da gracias, parte los panes y los va entregando a los apóstoles para que los
distribuyan a la muchedumbre, dando a cada uno cuanto quisiera.
Si habéis penetrado un poco en la escena evangélica y os habéis dado cuenta del
estado de ánimo de aquellas gentes en pleno entusiasmo, en plena gratitud, en
pleno amor, clavados los ojos en Jesús, de donde esperan algo muy grande; si
miráis en ese momento al Señor con el corazón rebosando caridad infinita, lleno
de compasión y de benignidad mirando al cielo para bendecir o para dar gracia -
porque la palabra, de hecho, significa lo mismo; eran las palabras que
pronunciaba el padre de familia antes de repartir el sustento cotidiano, palabra
de bendición a Dios, que había dado el pan de cada día, y palabra, por
consiguiente, de gratitud por la gratitud de todos aquellos corazones por los
beneficios recibidos, y luego partiendo el pan, veréis que, si para aquellas
gentes ese partir el pan decía muy poco, para nosotros es un símbolo santísimo.
Cuando después el Señor haya establecido la sagrada Eucaristía, el nombre del
misterio eucarístico será éste: la “fracción del pan”. Y, cuando se hable en los
Hechos de los Apóstoles de la Eucaristía, se hablará así, se dirá que estaban
los discípulos, reunidos, partiendo el pan en distintos sitios de Jerusalén, por
las casas de los cristianos; es decir, celebrando el misterio eucarístico.
Aquellas gentes no conocían todavía esos misterios adorables; si los hubieran
conocido, al ver a Jesús partiendo el pan, hubieran sentido sus almas inflamadas
de doble gratitud y de doble amor por el sustento cotidiano y por el sustento de
las almas, que es la sagrada Eucaristía.
Partió Jesús el pan, y los apóstoles fueron repartiéndolo entre la gente.
Ignoramos nosotros la manera concreta como se hizo el milagro; ignoramos si el
pan se multiplicó en las mismas manos de Jesús, si se multiplicó en el momento
de recibirlo los apóstoles o si se multiplicó cuando los apóstoles lo iban
distribuyendo, haciendo el Señor que no se agotara; pero es lo cierto que
repartieron a toda la muchedumbre, en la cual, como sabemos, había, cinco mil
hombres, sin contar las mujeres y los niños; y cuando todos hubieron comido
hasta saciarse, mandó el Señor que recogieran lo que había sobrado, para que no
pereciera.
Recogieron los canastos de pan que nos dicen los sagrados evangelistas.
Las gentes, mientras estuvieron tomando el alimento, seguramente agradecieron al
Señor el beneficio que les otorgaba; pero quizá no se dieron cuenta del milagro
que se había operado hasta que vieron que allí donde no se habían encontrado más
que cinco panes de cebada y dos pececillos, se recogían aquellos abundantes
canastos de pan; aquello era el milagro patente delante de todos los ojos. Y la
misma situación en que estaba el Señor, la misma situación en que estaban las
muchedumbres, hacía ostensible este prodigio de su misericordia y de su amor, y
nada tiene de extraño que el entusiasmo que había ido anidando en los corazones
durante todo el día mientras predicaba Jesús y mientras multiplicaba los
milagros, ahora subiera a lo más alto, y aquellas gentes se sintieran como
arrebatadas y se dijeran entre sí: ¿Pero no es éste el que había de venir? ¿No
es éste el que esperamos nosotros? Cuando venga el Mesías, ¿qué más podrá hacer?
Si este milagro parece uno de aquellos milagros que hacía el Señor con nuestros
padres cuando venían de Egipto a conquistar la tierra que ahora poseemos
nosotros, la tierra de bendición, la tierra de Yahvé!
Y en medio de estos comentarios se enardecieron, y comenzaron a pensar y a
comunicarse la idea de aclamar a Jesús rey, y parece ser que los mismos
apóstoles se contagiaron de esa idea. A pesar de que el Señor les había dicho
tantas veces que El buscaba otra cosa, que El se iba a inmolar y a sacrificar,
aquellos hombres soñaban siempre con las grandezas humanas.
Advirtió el Señor el entusiasmo de la gente, advirtió que se contagiaban los
suyos, y con rapidez obligó a los Doce a que entraran en una barca y pasaran a
la otra orilla del lago, y huyó de la muchedumbre, se internó en los montes para
orar al Padre celestial con santa humildad por la gloría de aquel día
espléndido, precursor del anuncio eucarístico.
Esta es la narración del milagro, y en esa narración nosotros podríamos recoger
frutos abundantes en cada versículo; frutos de enseñanza, frutos de desengaño,
frutos de conocimiento de Cristo, frutos de confianza en las manos del Señor,
frutos de abandono y frutos de gratitud; mas por encima de todos esos frutos hay
uno que conviene notar hoy, porque es el fruto que ya os insinué en la lección
sacra anterior y nos va a servir de preparación para las siguientes.
Los Padres, cuantos han estudiado este evangelio, han notado siempre que aquí
hay como un símbolo de la Eucaristía; de todo cuanto con la Eucaristía se
relaciona; los fundamentos, diríamos nosotros, del misterio eucarístico son el
poder infinito de Jesús y el amor infinito de Jesús. El poder y el amor
resplandecen aquí: el poder, en el milagro de la multiplicación de los panes; el
amor, en la benignidad con que da de comer a aquellas gentes y en el sentimiento
de misericordia que El llevaba en su corazón, y que nos manifiestan los sagrados
evangelistas. En el milagro logrado sobre el mismo pan se nos da como una figura
de ese otro milagro de la Eucaristía. Allí se multiplicaron los panes y los
peces; aquí se convierte la sustancia del pan en el cuerpo santísimo de Cristo,
y la sustancia del vino en su sangre, y este último milagro parece como una
sombra, y como una preparación, y como una figura del otro milagro. En aquel
milagro de la multiplicación de los panes y de los peces se ven anunciados ya
los efectos de la Eucaristía. Decimos que la Eucaristía es el sacramento del
amor, que ahí es donde se enardecen las almas y donde se entregan sin reserva a
Jesucristo, y en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces
vemos crecer el amor y el entusiasmo de las turbas hasta arrostrarlo todo y
hasta disponerse a todo para la gloria de Jesucristo, incluso a batallar por El
para proclamarle rey de la tierra santa contra todos los poderes del mundo.
De modo que todo cuanto hay en la Eucaristía, efectos de la Eucaristía,
transustanciación, todo se encuentra como predispuesto, como preparado, como
prejuzgado en la multiplicación de los panes y de los peces. Sin duda, el Señor
eligió este milagro para disponer a las almas a oír hablar del sacramento,
porque poco después, cuando vuelvan a reunirse en Cafarnaúm, pronunciará el
Señor aquel sermón eucarístico hermosísimo que nos ha conservado el evangelista
San Juan; y aquellas gentes, sin hacer otra cosa que recordar lo que acababan de
ver en la orilla oriental del lago de Genezaret, podían muy bien recibir
aquellas palabras con el corazón abierto, entender aquellos misterios y aceptar
el gran anuncio del amor de Jesucristo.
Pero hay algo aquí que es tan hermoso, tan tierno, que no podemos dejar de
decir. Mirad al Señor como trabajando porque las almas le crean cuando habla del
misterio de su amor; mirad a Jesús preparando los corazones para que se dignen
recibir el beneficio de la Eucaristía. Como si fuera El quien tuviera que
agradecernos el que recibiéramos ese beneficio, como si a El fuera al que
principalmente le interesara que los hombres participaran de esta bendición y de
este pan del cielo, se esfuerza, se afana para preparar los espíritus a que
reciban la Eucaristía. ¡Si debía ser de tal manera la disposición espiritual
nuestra, que con sólo conocer ese misterio adorable más bien necesitáramos freno
que contuviera nuestros entusiasmos y nuestro amor que no que nos espolearan a
acercarnos a la Eucaristía y nos dispusieran para ello! Pero la benignidad de
Jesús llega hasta ese punto. Reparte misericordias infinitas, derrama el amor de
su Corazón sobre los hombres, y todavía parece como que El está rogando,
esforzándose para que se dignen admitir esas misericordias suyas. Si esto revela
de algún modo la miseria del corazón humano y hace entender lo tardos que somos
para aceptar las gracias del Señor, también manifiesta hasta qué punto contamos
con la benignidad, con el amor, con la caridad infinita de Jesús; y eso alienta
nuestra alma, ensancha nuestro corazón, hace crecer nuestra generosidad, asienta
en sólida base nuestra esperanza y además nos lleva a la entrega completa a
Jesucristo, al abandono en sus manos divinas, porque en esas manos está nuestra
esperanza y nuestro premio.
Sea éste el fruto de la lección sacra, sea este amor el que brote en nuestros
corazones. Cierto que hay en nosotros entusiasmo para proclamar rey a
Jesucristo; no rey temporal, sino rey eterno; no rey por la violencia, sino rey
por el amor; que haya en nosotros entusiasmo para rogarle y forzarle que reine
en nuestras almas; pero que haya al mismo tiempo esa entrega completa a su amor
para vivir en adelante amándole y para no tener más pensamiento ni más anhelo en
nuestra vida que llegar a amarle como El quiere ser amado en la patria del amor,
que es cielo.
(Alfonso Torres S.I., Lecciones Sacras sobre los Santos Evangelios , vol. 3º,
BAC, Madrid, 1968, Pág. 222-232)
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EJEMPLOS PREDICABLES
I. Elías y la viuda de Sarepta
“Entonces le dirigió Yahvé su palabra diciendo: Levántate y vete a Sarepta de
Sidón y mora allí. Yo he dado orden a una mujer viuda para que te mantenga.
Levantóse y fuése a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una
mujer viuda que recogía serojos; la llamó y le dijo: Vete a buscarme, por favor,
un poco de agua en un vaso para que beba; y ella fue a buscarle. Llamóla de
nuevo cuando iba a traérselo, y le dijo: Tráeme, por favor, también un bocado de
pan; pero ella le contestó: Vive Yahvé, tu Dios, que no tengo nada de pan cocido
y que no me queda más que un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite
en la vasija; precisamente estaba cogiendo unos serojos para ir a preparar esto
para mí y para mí hijo; lo comeremos y nos dejaremos morir. El le dijo: No
temas, ve y haz lo que has dicho, pero prepárame para mí antes una tortita
cocida en el rescoldo y tráemela, y luego ya harás para ti y para tu hijo; pues
he aquí lo que dice Yahvé: No faltará la harina que tienes en la tinaja ni
disminuirá el aceite en la vasija hasta el día en que Yahvé haga caer la lluvia
sobre la haz de la tierra. Fue ella e hizo lo que le había dicho Elías, y
durante mucho tiempo tuvieron qué comer ella y su familia y Elías, sin que
faltase la harina de la tinaja ni disminuyese el aceite de la vasija, según lo
que había dicho Yahvé por Elías (3 Re 17,8 - 16)”.
II. La vasija de aceite de Eliseo
“Una mujer de las de los hijos de los profetas clamó a Eliseo diciendo: Tu
siervo, mi marido, ha muerto, y bien sabes tú que mi marido era temeroso de
Yahvé; ahora un acreedor ha venido para cogerme a mis dos hijos y hacerlos
esclavos. Eliseo le dijo: ¿Qué puedo yo hacer por ti? Dime: ¿qué tienes en tu
casa? Ella le respondió: Tu sierva no tiene en casa absolutamente nada más que
una vasija de aceite. El le dijo: Vete a pedir fuera a todos los vecinos vasijas
vacías, y no pidas pocas. Cuando vuelvas a casa, cierra la puerta tras de ti y
tras de tus hijos y echa en todas esas vasijas el aceite, poniéndolas aparte,
conforme vayan llenándose. Entonces ella se alejó, cerró la puerta tras de sí y
de sus hijos; y éstos fueron presentándole las vasijas, y ella las llenaba.
Cuando estuvieron llenas todas las vasijas, dijo a su hijo: Dame otra vasija;
pero él le respondió: Ya no hay más. Estacionóse entonces el aceite, y ella fue
a dar cuenta al hombre de Dios, que le dijo: Vete a vender el aceite y paga la
deuda, y de lo que te quede, vive tú y tus hijos (4 Re 4,1 - 7)”.
III. La casa de la providencia en Turín
Tomamos una entre las mil anécdotas que pudieran incluirse de esta famosa
institución, fundada por San José Benito Cottolengo, quien cobijó en ella a
todos los infortunados de la capital del Piamonte y formó una legión de
religiosas al servicio de la caridad (cf. San José Benito Cottolengo, fundador
de la Pequeña Casa de la Divina Providencia, en Turín, 2º ed. Ed.Paulinas C. II
P - 122 - I23).
“En medio de tanta solicitud por cuantos habitaban la Pequeña Casa, que cada día
más rebosaba de gente, Cottolengo no olvidaba a los pobres de las buhardillas
que lloraban de hambre y miseria. Los visitaba personalmente, y a veces enviaba
a su fiel Rolando y a las Hermanas Vicentinas, entre las cuales muy a menudo a
sor Caridad. Todos ejecutaban puntualmente sus mandatos. Quería que a todos
llevasen un poco de “bien de Dios”, como él decía: ropa blanca, vestidos, caldo,
carne, sopa, etc., según las necesidades de cada uno. “Esta tarde - decía un día
a Rolando - quiero pagarte una buena merienda, pero no en la Pequeña Casa - aquí
hay demasiada gente - , sino en Po, donde, como sabes, hace un fresco que
enamora”. Salieron de la Pequeña Casa, entraron en una tienda, después en otra,
más allá en una tercera; había que proveerse de todo un poco... “para la
merienda”. Llegaron al puente de María Teresa. ¡Nada de merienda ni aire fresco!
Subieron juntos hasta el último piso, donde una familia - padre, madre y cuatro
pequeños - moría de miseria y de hambre. “Tomad - dijo Cottolengo - , la divina
Providencia os envía este poco de bien de Dios; os ruego que lo aceptéis”.
Ayudado por Rolando, encendió el fuego, preparó un poco de comida, y todos se
refocilaron, no acertándo, a comprender quién podía haber revelado al Santo la
miseria de aquella casa, puesto que la ocultaban a todos, y no cesaban de
repetir: “¡Cómo nos ama el Señor! ¡Cómo nos protege la Consolata! No osábamos
pedir limosna, y sin Cottolengo habríamos muerto de hambre”.
28. NUESTRO GRAN PECADO
JOSÉ ANTONIO PAGOLA SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 22/07/09.- El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran
popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan.
Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado de
alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer.
Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que
ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo
por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser
humano.
Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos, todos son pobres:
no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no
resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que
dinero.
Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es
necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre.
Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo
que tengan, aunque sólo sea «cinco panes de cebada y un par de peces».
La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero,
¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿quién
nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿hay
algo que nos pueda hacer más humanos? ¿se producirá algún día ese "milagro" de
la solidaridad real entre todos?
Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir
dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que
han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de
gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es
regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a
otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran
pecado aunque casi nunca lo confesemos.
Al compartir el pan de la eucaristía, los primeros cristianos se sentían
alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de
Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No
habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús. (Eclesalia Informativo autoriza y
recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
29.
El
reparto del pan, signo de la misión
En el episodio evangélico del reparto de pan entre la multitud (Jn 6,1-15) hay
una gran influencia del relato de milagro del profeta Eliseo (2 Re 4,42-44), de
las referencias de las acciones de Jesús sobre el pan y el vino en la última
cena, y de la repetición regular de las palabras y acciones eucarísticas de
Jesús en el culto cristiano primitivo. Con ello el evangelio expresa el
dinamismo misionero que la presencia del Señor Jesús imprime en sus discípulos
al implicarlos directamente en el partir el pan y repartirlo entre las
multitudes hambrientas. Hoy podemos decir que el pan partido y compartido es un
milagro al alcance de la humanidad y se convierte en un signo que nos da la
vida, que refuerza la fraternidad y la solidaridad entre los cristianos y nos
interpela sobre el hambre y la miseria que sufren grandes masas de la humanidad.
Pero trascendiendo el género literario de milagro y la historicidad de los
hechos narrados en los evangelios acerca del reparto organizado y solidario del
pan como don y signo del Reino de Dios lo esencial es la manifestación del
Mesías Jesús a través de un signo y una enseñanza que hoy constituyen una
auténtica alternativa al sistema social del mundo globalizado. Lo admirable no
es la “multiplicación” de panes, sino su “reparto” entre los necesitados. El
milagro no consiste en multiplicar sino en dividir. Lo que es digno de
admiración y rompe la lógica matemática es el pan compartido y repartido. Y este
pan compartido sacia a todos. Éste es el gran milagro que la Iglesia proclama
desde el Evangelio y desde la Eucaristía. Frente al milagro diabólico del
enriquecimiento capitalista que consiste en multiplicar y superproducir,
manteniendo el crecimiento económico como objetivo prioritario del sistema, a
costa de los empobrecidos, el milagro evangélico del reparto del pan, en su
realidad histórica y simbólica, consiste en dividir y compartir. La Eucaristía
es sacramento que anuncia y anticipa una nueva realidad mesiánica, proclamando
la muerte de Jesús, un cuerpo roto, como dinamismo liberador en una humanidad
injusta y en una sociedad consumista.
En descampado y abatida está también hoy la mayor parte de la humanidad, carente
de las necesidades más vitales, sin pan, sin casa, sin trabajo o con escasez de
recursos. Benedicto XVI acaba de decir en Caritas in Veritate, 27: “En la era de
la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una
meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta.
El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de
recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es
decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar
que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el
punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las
necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales,
provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e
internacional”.
Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: «Dadles vosotros de comer».
Probablemente ellos pensarían que el milagro consiste en multiplicar los
alimentos, y creerían que el problema es comprar. En cambio Jesús no compra ni
multiplica, sino que parte y reparte. Jesús les muestra que, más que “comprar”,
el camino a seguir es “organizarse” “partir” y compartir. Jesús da una lección
excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa
cuestión que la humanidad tiene pendiente: el hambre. Bendecir el pan significa
comprender que los bienes que da la tierra, en especial los que son necesarios
para vivir con dignidad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda
la humanidad, y si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si
organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si
superamos así la injusticia que estructura nuestro planeta, habrá pan para todos
y sobrará. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el
reparto del pan eucarístico.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura