29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO 17 B
24-29

 

24. DOMINICOS 2003

Este domingo: 17º del Tiempo Ordinario
Compartir nuestra pobreza
Este domingo la Palabra de Dios nos pone cara a cara con un hermoso recurso de la Providencia para que nadie pase necesidad: ¡nosotros mismos!

A cada uno el Señor nos ha dado algo valioso. Y todos tenemos, seguro, un poquito de algo que podamos compartir. Pero sólo un poquito… y, como el domingo pasado, tenemos frente a nosotros a una multitud, y nos es imposible responder a tamaña necesidad desde nuestra pequeñez.

Pero la invitación que Dios nos hace a compartir lo que tenemos con la multitud de hambrientos, nos la hace "sabiendo bien lo que va a hacer": Jesús nos invita a entregarle a él lo poco que tengamos (¡nuestra vida!), para que él lo pueda multiplicar en pan, en paz, en justicia… para una multitud.

Confiemos, pues, en el Señor, porque él "cumple los deseos de sus fieles, escucha su clamor y les da la salvación" Y, lo poco que tengamos, pongámoslo en sus manos sin dudar.

Comentario bíblico:
Compartir el pan, compartir la vida


Iª Lectura: 2Reyes 4,42-44: El milagro de repartir lo poco que se tiene
I.1. La primera lectura de este domingo forma parte de un ciclo de milagros de Eliseo, el discípulo de Elías, que muy posiblemente se trasmitió entre sus discípulos. Esas tradiciones se transformaron, sin duda, para poner de manifiesto la grandeza de este hombre de Dios. Se ha escogido el final de ese ciclo, en acuerdo para este domingo, con objeto de servir de preparación al relato de la multiplicación de los panes que se ha de leer en el evangelio. Si nos fijamos bien, el relato no describe o especifica ningún gesto extraordinario por el que se lleve a cabo el dar de comer a todos los que siguen al profeta, sino que toda la fuerza de lo que se ha de hacer está en las palabras de Dios, a las que hace referencia el profeta como si se tratara de un dicho popular y sagrado. El mismo salmo interleccional del día (Sal 144) podría ser un apoyo a esta apelación profética. Ellos comieron, se saciaron y sobró, según las palabras del Señor.

I.2. El relato es legendario, sin duda, y probablemente se conservaba como una historia religiosa testimonial y ejemplar en los círculos de profetas, los que en los momentos más difíciles piden al pueblo que confíen en Dios por encima de todas las cosas. De hecho, en la lectura de hoy se describe como situación previa una gran hambre que había en la región. Los primeros frutos de la cosecha sirvieron para que todos, al compartir lo necesario, pudieran subsistir. Porque en estas situaciones límites lo más injusto es que unos pocos acumulen y otros pasen hambre; esta, creemos, es la lección de esta historia religiosa de Eliseo. Confiar y repartir; eso es lo que pide el profeta y por ello acontece lo extraordinario de que haya para todos. Estas historias han sido muy proverbiales en los círculos religiosos y de los santos. Lo importante no es verificar los detalles de su historicidad, sino cómo pueden servir de modelo para ayudar a los necesitados y compartir lo poco que se tiene. El hombre que le trajo al profeta los panes y la harina quería hacerle a él un don personal para que no pasara hambre. Pero el profeta lo repartió entre todos (este es el milagro) y todos se saciaron.



IIª Lectura: Efesion (4,1-6): La unidad de la Iglesia
II.1. La segunda lectura, de la carta a los Efesios, es el comienzo de la sección parenética, es decir, aquella en la que después de una gran reflexión teológica sobre Cristo y la Iglesia, se pide a la comunidad cómo llevar a la práctica toda aquella teología. Es una exhortación a mantener la unidad por encima de todas las cosas, ya que Dios nos ha llamado a una gran esperanza. La exhortación inicial (v.1) apela a la vocación cristiana que todos hemos recibido. Y por lo mismo, en los vv. 2-6 se describe en qué consiste la vida interna de la Iglesia. Se señalan la humildad, la mansedumbre, la magnanimidad y el amor. Son valores de identidad verdadera que introducen los vv.4-6: la unidad de la Iglesia (cuerpo) en el Espíritu.

II.2. Todos hemos escuchado muchas veces ese canto que proclama «un sólo Señor, una sola fe, un sólo bautismo»; es nuestro texto de hoy de la carta a los Efesios. Se afirma que es una cita litúrgica que se cantaba en la liturgia bautismal, y que tiene unas ciertas reminiscencias de la confesión de fe que encontramos en el Shema de Israel (es la oración judía por antonomasia. Está formada por tres pasajes: Dt 6,4-9; 11,13-21; Num 15,37-41): Yahvé es nuestro único Dios y no hay otro fuera de El, que los judíos piadosos repiten dos o tres veces al día. Lo que se quiere poner de manifiesto, pues, con el texto cristiano de la carta a los Efesios es la unidad de la comunidad como cuerpo de Cristo: un sólo Señor, una sola fe y un solo bautismo, que fundamenta su unidad en Dios como Padre de todos.



Evangelio: Juan (6,1-15): Saciar el hambre sin dinero
III.1. El evangelio de hoy está tomado de San Juan. Sabemos que el c. 6 es una de las obras maestras de la teología y la catequesis de San Juan, y por ello se ha escogido este capítulo, que se nos servirá en cinco domingos para que la comunidad pueda enriquecerse con esta alta y hermosa catequesis del pan de vida. Hoy se nos lee el milagro ( el signo, mejor) de la multiplicación, que sirve de introducción a toda la reflexión posterior. Es uno de los signos con los que está elaborada la narrativa del evangelio de Juan y que ha sido muy comentada entre los especialistas. En realidad es el que más semejanzas tiene con los relatos de la multiplicación de los panes de los sinópticos (cf Mc 6,30-44; 8,1-10), aunque nos propone algunos detalles que pueden servir muy bien a la teología propia de este evangelista.

III.2. Estaba cercana la Pascua, la gran fiesta judía, lo que enmarca muy bien las pretensiones teológicas del evangelista. De hecho, hay algunos elementos que nos recuerdan momentos de la vida del pueblo en el desierto: las penurias, el hambre, la intervención de Moisés, el maná… Jesús pregunta a sus discípulos qué pueden hacer con tanta gente como les sigue e inquiere cómo darles de comer. Es como el relato de Eliseo de la primera lectura; y Andrés, uno de los primeros discípulos, señala, no inocentemente, a alguien que tiene como un tesoro en aquella situación: cinco panes y dos peces ¿se los puede guardar para sí? ¡No es posible!. Vemos que la solución del dinero para comprar pan para todos es imposible, porque el dinero muchas veces no es la solución del hambre en el mundo.

III.3. El milagro de Jesús consistirá precisamente en hacer que el pan se comparta y se multiplique sin medida. No se saca de la nada, sino de poco (aunque para aquél joven es mucho). Pero el joven no se lo ha guardado para sí, y Jesús ha hecho posible que el compartir el pan sea compartir la vida. La gente vio a Jesús como un profeta (otra referencia al texto de Eliseo) y considerando que querían hacerlo rey por este gesto extraordinario se marcho a la soledad. Lo que vendrá después será una reflexión de la teología de cómo Dios comparte su vida con nosotros, por medio de Jesucristo. ¿Es posible decir muchas más cosas de este relato o signo milagroso? No es útil hacer grandes alardes de tipo histórico sobre cómo han nacido este tipo de relatos de la multiplicación de los panes y qué hecho concreto y memorable sustenta una narración o una tradición como esta.

III.4. En este caso de Juan sabemos muy bien que a las pretensiones del evangelista, como es su costumbre, este “signo/sêmeion” (él no les llama milagros) le sirve de base y de apoyo para construir el extraordinario discurso del pan de vida, como el maná que viene del cielo, que ha de leerse en domingos sucesivos, y que vine a continuación de nuestro relato. Todas las aportaciones originales o difíciles que se han dado sobre el particular no nos llevaría ni a solucionar la historicidad de este tipo de hechos, ni a remediar el hambre en el mundo. Pero sí hay una cosa clara: sea así o de otra manera lo que sucediera en un hecho memorable de Jesús, entre sus discípulos y las gentes que le seguían, el hambre no se arregla con milagros ni con dinero. El camino es, como el texto lo pone de manifiesto: compartir lo que se tiene en beneficio de todos. ¿Podría ser de otra manera? ¡desde luego que no! La Iglesia y la humanidad entera están llamadas a “reproducir” este milagro, este “signo” del compartir, entre tantos grupos y tantos pueblos que no pueden comer ni pagar la deuda que los empobrece. Otro tipo de lectura e interpretación de nuestro relato no tendría sentido hoy. La “apologética” del poder divino y extraordinario de Jesús o de Dios no daría de comer a tantos que hambrean lo necesario.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía


"¿Dónde compraremos pan para darles de comer?"

No es difícil imaginarnos al Señor contemplando a la multitud hambrienta… ¿No la contemplamos nosotros a diario, en las noticias de la TV, en las calles extendiendo sus manos de mendigos? No es difícil, pues, imaginarnos al Maestro y al Amigo que se inclina hacia nosotros en actitud confidente y nos pregunta lo mismo que preguntó a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para darles de comer? Me pregunto cuál es hoy nuestra respuesta a una pregunta así de provocadora. Los discípulos dieron dos respuestas diferentes. Una es la de Felipe: realista, concluyente, cierta: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pueda comer un pedazo de pan." Felipe sabe que no cuenta ni de lejos con los recursos que hacen falta. Por tanto, llega a la razonable conclusión de que el problema está más allá de sus capacidades. La respuesta de Andrés es bien distinta: parece poco práctica, irrelevante frente a la magnitud del gentío: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. ¿Pero qué es esto para tanta gente?" Tal vez Andrés había entrevisto en la pregunta de Jesús la intención de "ponerlos a prueba" y por eso, como tantos profetas que lo precedieron, se lanzaba a transitar una situación aparentemente irremediable confiando en la palabra de Dios. Tal vez, simplemente, comenzaba a buscar entre la multitud con qué recursos contaba, porque por algo se empieza. Lo maravilloso es su sencilla constatación de que lo que hay es una minucia para satisfacer el hambre tantos… y aún así ponerlo disponible para Jesús.



"Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das la comida a su tiempo."

Una vez leí un cuento que me gustó mucho, y que creo es muy conocido: "Un hombre iba caminando por un bosque y vio a un zorro herido, que evidentemente ya no podría cazar. Un poco más allá, vio a un tigre devorando su presa. Al terminar de comer, el tigre se alejó, dejando atrás las sobras de su festín. El zorro herido se acercó y se alimentó con ellas. El hombre, maravillado de la providencia de Dios hacia todas sus criaturas, decidió experimentarlo en carne propia. Se tendió en su cama y por varios días no fue a trabajar ni se preocupó de sí mismo, confiado en que Dios velaría por él. Pero nada ocurrió. Al cuarto día, el hombre, indignado, increpó al Señor: ¿Cómo es que te ocupas de un zorro del bosque, y a mí me dejas aquí languideciendo? La respuesta de Dios llegó un tiempo después: ¿Por qué te quedas ahí tendido como el pobre zorro?, ¡Insensato! ¡Haz como el tigre!!" El autor del cuento terminaba con una reflexión: un día, por el camino, vio a una niña pobre, harapienta, descalza, sucia, hambrienta. Siguió caminando con el corazón encogido e indignado con Dios… "¿Cómo permites que pasen estas cosas? ¿Cómo no haces nada?" Y Dios le respondió fuerte y claro: "Ya he hecho algo… ¡Te he hecho a ti!" Los ojos de todos esperan en el Señor… y él ha hecho algo, nos ha hecho a nosotros, para poder darles a todos la comida a su tiempo. Como dice un hermoso verso de Mamerto Menapache, un monje benedictino: "No tenemos en nuestras manos la solución a los problemas del mundo. Pero, ante los problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Que la madrugada nos encuentre sembrando."



"Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos."

Jesús, nos relata Juan, "decía esto para ponerlos a prueba, porque sabía muy bien lo que iba a hacer". Es bueno recordar que el Señor ama a sus pequeños y sufre al verlos hambreados de pan, de paz y de justicia mucho más que nosotros. Y es bueno recordar que él tiene previstos recursos que nosotros ni imaginamos… pero que cuenta con nuestros pocos panes para ponerlos en marcha. Un sacerdote amigo solía decir que cada vez que sentimos el impulso de hacer una buena acción es el Espíritu quien está actuando en nosotros: cuando nos dan repentinas ganas de decirle a alguien que lo/la queremos mucho, o cuando nos dan ganas de escribir un manifiesto por la paz, o… mi amigo decía que la mitad o más de las veces por vergüenza o por cualquier otro motivo no realizamos esa acción. Tal vez por creerla irrelevante, ínfima... o para no ponernos en evidencia. ¡Y le cerramos la puerta al Espíritu! Sería bueno este domingo proponernos dejarlo actuar. Y, porque hay un solo Dios que está por sobre todos y sabe bien lo que hace, frente a la magnitud de tanto que nos supera atrevámonos a decirle, con voz tímida pero confiada: "aquí está esta, mi pobreza… ¿pero qué es para tanta gente?" Y él obrará grandezas con nuestra pequeñez, aunque tal vez no lleguemos a percibirlas.

Carola Arrue
carolaarrue@eircom.net


25. Domingo 27 de julio de 2003

2 Re 4, 42-44: Comieron y sobró, como había dicho el Señor
Salmo responsorial: 144, 10-11.15-18
Ef 4, 1-6: Mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz
Jn 6, 1-15: Multiplicación de los panes

2Re 4, 42-44

La actividad profética de Eliseo tuvo lugar en el Reino del Norte. Eliseo es un profeta taumaturgo, a través de sus milagros intentó conducir al pueblo a Dios. En la liturgia de hoy se nos presenta la multiplicación de los panes. Aunque parece que no van a alcanzar para tanta gente, sin embargo, al repartirlos alcanza y sobra. La fuerza de este pan es más de orden espiritual: basta un poco de pan compartido con gusto y con alegría, para sentir su fuerza y su energía.

Ef 4, 1-6

Este texto es una exhortación a la unidad. Pablo desde la prisión suplica a los Efesios que vivan de acuerdo con la vocación a la que han sido llamados y se esfuercen por mantener la unidad, ya que han recibido un mismo bautismo. El reconocimiento de la paternidad de Dios nos lleva a reconocer en los demás a nuestros hermanos.

Una intachable conducta de vida corresponde a la vocación que han recibido los que antes eran gentiles. La vida digna del llamamiento a la esperanza se muestra en el hecho de que los miembros de la Iglesia guarden la unidad obrada por el Espíritu en el único cuerpo.

Se habla de la relación con la Iglesia y en la Iglesia como comunión que los abraza. La desintegración de la unidad es señal de desesperanza de los miembros de la Iglesia. Presupuestos internos para la unidad son: tener en más estima a los otros que a sí mismo, saber apreciar los dones que Dios ha dado a los demás, pensar y sentir unánimemente… Todo esto presupone apartarse de todas las formas de ambición. La humildad y la modestia desempeñan un gran papel donde hay amenaza contra la unidad. La mansedumbre, la apacibilidad, la dulzura son comportamientos con el prójimo que alejan toda clase de riñas, evitan la acritud y el sentimiento de superioridad. La paciencia es un rasgo esencial del amor, hace posible y salvaguarda la unidad de la paz.

El llamamiento que se hace a los que antes eran gentiles es un llamamiento hacia los otros, a respetar el espacio interno y externo, a permitirles que sean ellos mismos y a poderles apreciar en el amor. El Espíritu es el poder que crea y conserva la unidad y esta unidad es la que hay que guardar.

Jn 6, 1-15

Mucha gente acudía a escuchar a Jesús. A veces venían de lejos, y era lógico que vinieran preparados para pasar unos días. Venían atraídos por la fama de los milagros y señales que realizaba. Jesús aprovecha el momento para dar una lección a sus oyentes. Comienza preguntándole a Felipe que con qué comprarían panes para dar de comer a la multitud. Felipe le dice que no bastarían doscientos denarios. Andrés le dice que hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero que eso no es nada para tanta gente. Es la misma pregunta que el criado le hace a Eliseo.

Jesús enseña que la dinámica del Reino es el arte de compartir. Quizá todo el dinero del mundo no fuese suficiente para comprar el alimento necesario para los que pasan hambre… El problema no se soluciona comprando, el problema se soluciona compartiendo.

La dinámica del mundo capitalista es precisamente el dinero. Creemos que sin dinero nada se puede hacer y tratamos de convertirlo todo en papel moneda, no sólo los recursos naturales sino también los recursos humanos y los valores: el amor, la amistad, el servicio, la justicia, la fraternidad, la fe, etc. En el mundo capitalista nada se nos da gratuitamente, todo tiene su precio. Se nos ha olvidado que la vida acontece por pura gratuidad, por puro don de Dios.

Jesús en esta multiplicación de los panes y de los peces parte de lo que la gente tiene en el momento. El milagro no es tanto la multiplicación del alimento, sino lo que ocurre en el interior de sus oyentes: se sintieron interpelados por la palabra de Jesús y, dejando a un lado el egoísmo, cada cual colocó lo poco que aún le quedaba, y se maravillaron después de que vieron que al alimento se multiplicó y sobró. Comprendieron entonces que si el pueblo pasaba hambre y necesidad, no era tanto por la situación de pobreza, sino por el egoísmo de los hombres y mujeres que conformados con lo que tenían, no les importaba que los demás pasaran necesidad. El gesto de compartir marca profundamente la vida de la primeras comunidades que siguieron a Jesús. Compartir el pan se convierte en un gesto que prolonga y mantiene la vida, un gesto de pascua y de resurrección. Al partir el pan se descubre la presencia nueva del resucitado.

Si somos hijos de un mismo Padre como reconoce Pablo en la lectura que hemos hecho, no se entiende por qué tantos hombres y mujeres viven en extrema pobreza mientras unos cuantos viven en abundancia y no saben qué hacer con lo que tienen. En el mundo actual es mucho el dinero que se invierte en guerra, en viajes extraterrestres, en tratamientos para adelgazar. Los que tienen el capital crean condiciones cada vez más injustas y pretenden hacer más dinero, explotando los recursos que quedan, aunque destruyan todo y acaben con las condiciones de vida sobre la tierra. Ningún ser humano debiera morir de hambre, pues la tierra tiene suficiente para albergarnos a todos. Los cristianos no debemos olvidar el compartir: ésta es la clave para hacer realidad la fraternidad, para reconocernos hijos de un mismo Padre. Cuando se comparte con gusto y con alegría el alimento se multiplica y sobra. La multitud, al ver lo que Jesús ha hecho, intenta llevárselo para proclamarlo rey pero Jesús huye solo a la montaña.


Para la revisión de vida
- Dios está por encima de todas nuestras divisiones; nosotros estamos guiados, movidos y animados por un mismo y único Espíritu. ¿Veo las diferencias que pueda haber entre nosotros como las riquezas que el Espíritu nos da para que construyamos juntos la unidad, o prefiero la uniformidad que mata la pluralidad de carismas?
- Moisés, en el desierto, fue incapaz de alimentar al pueblo y tuvo que recurrir a Yahvé. Jesús, él solo es capaz de alimentar a la multitud, a cuantos tienen hambre, de modo que “todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga una vida imperecedera”. ¿Con qué “pan” alimento yo mi vida: el del afán de dinero, o de fama, o de comodidad… o con el pan del servicio?


Para la reunión de grupo
- Eliseo, siervo del Señor, aprovecha el pan que le es ofrecido para que haga un sacrificio al Señor y lo emplea para dar de comer, en época de carestía, a la gente que busca al Señor pero que no tiene con qué alimentarse. Y es que el profeta de Dios tiene que llevar la palabra a las gentes, pero lo primero de todo es que las gentes tengan qué comer para estar vivas. ¿Qué es más importante que demos a los demás: el pan de la palabra o la palabra del pan? Profundizar en es dialéctica entre el hambre material y el hambre espiritual... ¿Se puede establecer divisiones y contraposiciones? ¿Qué pensar, en ese sentido, del "materialismo" de Mt 25, 31ss?

Para la oración de los fieles
- Por toda la Iglesia, para que seamos capaces de alimentar a cuantos tienen hambre y sed de justicia. Oremos.
- Por todos los gobernantes del mundo, para que en sus gestiones sea cuestión primordial la atención a los indigentes. Oremos.
- Por todos los niños que siguen muriendo de hambre, para que su sacrificio sea estímulo que nos una a todos en la lucha contra el hambre. Oremos.
- Por todos los cristianos, para que nunca olvidemos nuestra vocación de animadores y propagadores de la vida, el amor, la justicia y la esperanza. Oremos.
- Por nuestra comunidad, para que se mantenga siempre fiel al ejemplo de Jesús a la hora de comprometerse en la lucha por resolver las necesidades de las personas. Oremos.


Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, protector de todos los que en ti confían; danos el pan de cada día, que alimenta nuestro cuerpo para seguir esforzándonos en la construcción de tu Reino; y danos el pan de tu palabra, que nos da luz y sentido para nuestras vidas. Te lo pedimos por Jesucristo N.S.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


26. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

COMO OVEJAS SIN PASTOR

El gesto del compartir

Podríamos Empezar esta reflexión con la segunda lectura, de la carta de Pablo a la comunidad de Éfeso. Para ese momento el viejo Pablo estaba al final de su vida y en la prisión. Había pasado mucho tiempo anunciando la Buena Noticia del Reino. El abandono de una vida meramente instintiva dominada por el egoísmo y la posibilidad de ascender a una humanidad libre de cara a los demás seres humanos y al Dios de la vida.

Humanidad a la que se llega por medio de una vida comunitaria. Vida comunitaria fundamentada en la hermandad por ser hijos de un mismo Padre, salvados por un mismo Cristo y animados por un mismo Espíritu. Unidad que no debe ser utilizada como instrumento para manejar y uniformar las masas según la voluntad de una sola persona o institución, que se autoproclama poseedora de la verdad.[1] No es para manejar los hilos del poder, es para sentirnos corresponsables los unos con los otros.

Por supuesto que al buscar la unidad tenemos que renunciar a intereses egoístas, inclusive a algunos gustos personales que afectan al colectivo. Estas exigencias se hacen más fuertes cuando se trata de uniones más cercanas e íntimas como la unidad familiar. Es necesario llenarse de humildad, mansedumbre y paciencia. No se trata someterse totalmente a la voluntad del otro porque, como dice la canción: “aquí el que manda soy yo y no te gusta vete”. “Sopórtense mutuamente por amor”, dice Pablo. Aquí nos corresponde ceder de parte y parte, aceptar mi verdad y mis equivocaciones, así como la verdad y las equivocaciones de la otra persona para convivir corresponsablemente y para apoyarnos en la mutua edificación.

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A partir de la corresponsabilidad comunitaria y del compartir fraterno y solidario con los hermanos, podemos entender mejor el texto evangélico de hoy.

Este evangelio es más conocido como el milagro de la multiplicación de los panes. Posiblemente los amantes del “abra cadabra, pata de cabra” interpreten literalmente el texto e imaginen una gran masa de personas hambrientas en un descampado con ninguna posibilidad para adquirir alimento. Y como por lo general nos gustan los “supermanes” y los líderes mediáticos, nos imaginamos a Jesús repartiendo panes a diestra y siniestra. Lo vemos sacando panes y peces que nunca se acaban, de una sola canasta. Dicen que la inocencia es una virtud, pero en los niños; en los adultos se convierte en tontería.

El evangelio de hoy (Jn 6,1-15), sigue la línea de la primera lectura (2Re 4,42-44). Es un paralelo que muestra la continuidad en Jesús del Proyecto de Dios para su pueblo y la superioridad del hombre de Nazaret sobre todos los personajes del Primer Testamento (Moisés, Eliseo, Jonás, etc.).

Jesús nos presenta la alternativa del trabajo y el compartir en comunidad como fuerza que hace posible la satisfacción de la necesidad humana de comer. En tiempos de Eliseo, en tiempos de Jesús y en nuestro tiempo, existe mucha gente con hambre. Muchos seres humanos dejan de existir porque no tienen disponibilidad de alimento, no precisamente porque no haya qué comer, pues cada año las trasnacionales de alimentos destruyen toneladas de sus productos con el objetivo de hacer subir los precios. Nuestro planeta tiene capacidad para alimentar al triple de la población actual; pero cuando el lucro se pone como valor supremo y se deifica, ese dios exige a sus adeptos, el sacrificio de millones de vidas humanas, para satisfacer su “ira”.

¿Qué hacemos frente al problema del hambre? No basta con dedicar unas cuantas monedas del presupuesto para comprar comida para los pobres y llevarles algún mercado. Esto se convierte muchas veces en una píldora para tranquilizar las conciencias. Se trata sobre todo de comprometer nuestra vida en la búsqueda de condiciones que brinden mejor calidad de vida para todas las personas.

Todos los imperios han tenido y tienen la necesidad de explotar a grandes masas y de privilegiar a unos cuantos para mantener el sistema. Como un instrumento del mismo sistema, para remediar los males que vejan a los empobrecidos y garantizar la continuidad de las estructuras, se propone la caridad. Los pobres deben hacer bien su trabajo como obreros y los ricos deben ser caritativos con los pobres. Aquí el buen cristiano es el que no se mete en los problemas mundanos y deja que la historia siga su curso. El que se porta como un papá bueno con los pobres y les da limosnas: ropa (usada) y juguetes (viejos que han dejado sus hijos). El que compra mercados y les regala. Es una persona generosa y buena a quien le duele el dolor humano y trata de remediarlo, pero deja intacto el foco que produce ese dolor.

La propuesta de Jesús fue distinta. Según el texto Jesús preguntó a Felipe: “¿dónde compraremos pan?” (v5); pero dice el evangelista que era para probarlo porque “él sabía lo que iba a hacer” (v6). Es decir, que no se trata de comprarlo y dárselo; no se invita a dar limosnas a los pobres ni a repartir mercados. Esto no se descarta en casos extremos de hambre, producto de alguna calamidad natural o provocada. Mucha gente ha encontrado en estas prácticas, verdadero alivio para sus necesidades. Pero no podemos limitar nuestra dimensión social cristiana a dar limosnas a los pobres y a repartir mercados, sin atacar el origen de la miseria.

Según el texto, el pan debe salir de la misma comunidad. “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; ¿pero qué es esto para tanta gente?” (v9). Jesús actuó a partir de lo que había en el medio y de lo que pudo dar la gente. Escaseaba no solo el pan material. Tenían además una gran falta de confianza en sí mismos y en Dios, que sólo puede actuar si encuentra personas dispuestas a ofrecer sus brazos para transformar la realidad. Tenían la necesidad de hacerse protagonistas de su propia historia y de dejar se esperar mesías fantásticos que vinieran con su “abra cadabra”, a solucionar todos los problemas. ¿El sistema les estaba haciendo daño? ¡Claro que sí! Pero no únicamente el sistema sociopolítico. Era sobre todo el sistema interno: su miedo, su egoísmo, su baja autoestima, su desesperanza y su conformismo.

Tenían la necesidad de recostarse en el suelo, pues recostados comían los hombres libres, ya que los esclavos debían hacerlo siempre de pies, dispuestos a servir a sus amos. Es decir, tenían la necesidad de valorarse, de luchar por sus derechos y de crear condiciones de trabajo digno y libre en el cual sirvieran no tanto a un amo y señor que se había apropiado de los medios de producción y del comercio. Necesitaban arriesgarse a compartir en fraternidad y solidaridad. Necesitaban dar cada uno su aporte y hacerse corresponsables de los problemas y de las soluciones de todos.

Ahí ocurrió el “milagro”. Cuando lo poco que se tiene, pasa por las manos de Jesús, es decir, cuando, nuestras manos son la extensión de las manos de Jesús, alcanza para todos y sobra (doce canastos, perfección).

¡Ojo con no desperdiciar! Es distingo acumular los frutos de la explotación de los demás por avaricia y deseos de superioridad, que guardar por prudencia y con visión de futuro. Necesitamos ser generosos, pero no irresponsables con nuestros mismos. Con las facilidades que dan las tarjetas de crédito, con mucha frecuencia gastamos más de lo que podemos pagar y nos convertimos en esclavos de nuestra insaciable sed de consumo. “recojan las sobras; que no se desperdicie nada.” Les dijo Jesús.

Esta propuesta nos invita a evaluar las estructuras mercantilistas, individualistas y egoístas que ha impuesto el sistema actual. La propuesta de Jesús no se queda sólo en el plano físico sino que invita sobre todo a la comunión plena en el amor. No basta con llenar los estómagos. Necesitamos vivir los valores que nos hacen más humanos y felices: trabajo digno y organizado, vida comunitaria, misericordia, solidaridad, compartir fraterno…


27. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES

La Eucaristía entre naturaleza y gracia

Con este domingo, la liturgia interrumpe la lectura del Evangelio de Marcos e inserta un largo pasaje del Evangelio de Juan, precisamente el famoso capítulo 6, que contiene el relato de la multiplicación de los panes y el discurso eucarístico de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Todo esto tiene un motivo práctico: el Evangelio de Marcos, por ser el más breve de todos, no alcanza a cubrir todo el año litúrgico y debido a ello es integrado con el cuarto Evangelio, que no se lee en un año en particular. Lo importante de todo esto es que durante cuatro domingos podremos desarrollar una catequesis sistemática sobre la Eucaristía.

Aparentemente, el Evangelio de hoy de la multiplicación de los panes no dice nada acerca de la Eucaristía; sin embargo, constituye la premisa para entender todo el resto. Es bien sabido: Juan vincula la Eucaristía con el episodio de la multiplicación de los panes, como los otros evangelistas la vinculan con la última Cena y la muerte de Jesús. Y no hay contradicción entre ellos; simplemente, uno ve la Eucaristía a partir del signo (el pan), los otros, a partir del hecho significado. Sin embargo, todos se basan en la historia, porque es siempre el mismo Jesús quien prometió, o mejor explicó, la Eucaristía en Cafarnaúm, y la instituyó en la última Cena. Por otra parte, estas diversas teologías eucarísticas de Juan y de los Sinópticos terminan por encontrarse en la contemplación del Cordero inmolado en la cruz, que constituye la realidad última de todos los signos, incluido el de la última cena.

¿Qué quiere decirnos el Evangelio cuando nos introduce en la comprensión de la Eucaristía mediante el episodio de la multiplicación de los panes? Que la gracia supone la naturaleza, que la redención no anula la creación, sino que construye sobre ella. En otras palabras, quiere decirnos que en la Eucaristía hay una continuidad y una armonía maravillosa entre la realidad material y la gracia espiritual (...)

Hemos sido acostumbrados a explicar la Eucaristía con la palabra transubstanciación. ¿Pero qué significa transubstanciación? Por cierto, no que el signo del pan y del vino desaparecen del todo, que terminan para dar lugar al cuerpo y a la sangre de Cristo. Los sacramentos -se dice-obran en cuanto significan ( significando causant ); por eso, si el signo se anula del todo, se anula también el sacramento; si el signo es sólo ficticio (un accidente), el sacramento corre peligro de basarse en una ficción (docetismo eucarístico), lo cual es contrario al estilo realista de Dios, expresado por la Encarnación.

Por lo tanto, el signo permanece; (...) Permanece, pero es elevado (como siempre la gracia eleva a la naturaleza); en cierto sentido, puede decirse que es transformado, ¿De qué es signo el pan (así puede hablarse también del vino) antes de la consagración? Es signo de la fecundidad de la tierra, del trabajo del hombre, de los cuidados a cargo del padre de familia, de la alimentación, de la unidad entre quienes lo comen juntos. ¿De qué es signo el pan después de la consagración ? Del sacrificio de Jesús, de su ilimitado amor por el hombre alimento espiritual, de la unidad del cuerpo de Cristo.

Estos significados constituyen, respectivamente, la “realidad” del pan y de la Eucaristía (...).
Los significados espirituales (amor de Cristo, participación en su muerte unidad de la Iglesia) forman parte, por lo tanto, de la “realidad” de la Eucaristía. ¡Forman parte, pero no la agotan! En el misterio eucarístico tiene lugar algo más profundo e insondable que sólo la fe puede captar. En él, por las palabras de la institución y el poder del Espíritu Santo, es el mismo hecho originario de la muerte-resurrección de Cristo el que se hace presente “personalmente” es decir, en la persona de quien realizó este hecho: Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. En otras palabras, aquí la naturaleza no recibe solamente a la gracia (como hace el agua del Bautismo), sino al Autor mismo de la gracia. Todo el significado simbólico y espiritual de la eucaristía se apoya en esta base segura; aún más, se desprende de ella como de su fuego.

(...)
El encuentro entre Eucaristía y vida debe ser vuelto a buscar en ambas direcciones. Si por un lado la Eucaristía debe acercarse a la vida, por el otro, la vida debe tender hacia la Eucaristía; en otras palabras, la comida cotidiana que hacemos cotidianamente en familia o en comunidad, debe ser de alguna manera un gesto religioso que prepara para la Eucaristía.

Por supuesto, no prepara para la Eucaristía la costumbre -cada vez más difundida en las casas de hoy- de comer cada uno en un horario distinto, sacando de la heladera lo que se necesita e ignorando a los demás; de comer en “mesas separadas” o con los ojos pegados todo el tiempo al televisor. A veces, la vida moderna hace inevitable todo esto; sería necesario, sin embargo, no dejarse arrastrar y actuar en forma tal que, al menos una vez al día, toda la familia se encontrara alrededor de la misma mesa para comer algo común, enriqueciéndolo con algún gesto cristiano de bendición y oración. Aquel día, Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó: ¿qué impide que se haga lo mismo en una familia cristiana? Lo hacen muchas familias y descubren que ayuda muchísimo a quererse, a perdonarse y a permanecer unidos.

Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a los discípulos: “Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada”. A la luz de aquello que la palabra de Dios nos ha venido diciendo hasta aquí, es posible comprender de manera nueva incluso este importante detalle del relato.

¿Qué significa el colligite fragmenta? El pensamiento vuela espontáneamente a la recomendación evangélica de dar lo que sobra a los pobres (cfr. Lc. 11, 41), a la urgencia de poner fin al terrible desperdicio de recursos que se hace en algunas sociedades opulentas y consumistas -comprendida la nuestra- para que no existan después quienes carezcan de todo. Todo esto es verdad y lo hablamos al comentar el mismo episodio en otra ocasión, pero no es suficiente. Queda del lado de la carne, que por sí sola -como dice Jesús- resulta inútil y no capta el verdadero significado del gesto ordenado por Jesús el cual, como todo el resto, es espiritual (cfr. Jn. 6, 63).

Si entre la naturaleza (la multiplicación del pan natural) y la gracia ( la Eucaristía ) existe esa continuidad que hemos visto, entonces incluso el gesto de recoger las sobras no tiene solamente un sentido material y sociológico, sino también un profundo significado espiritual. Eso quiere decir que la Eucaristía no es sólo para quien la recibe; debe sobrar algo también para los ausentes, los que están lejos, para todo el pueblo (¡doce cestas, como las doce tribus de Israel, como las doce tribus de la Jerusalén celeste!). Ya no es como lo del maná celestial, del cual cada uno recoge los que le alcanza para un día (cfr. Ex. 16, 4); aquí es necesario recoger también para los hermanos y para el mañana. Quien está presente en la multiplicación debe compartir después con los hermanos la fuerza y la luz que ha recibido de ella; debe hacerse él mismo pan para ser desmenuzado, es decir, eucaristía. ¡Nada debe desperdiciarse! Resulta condenada esa forma de desperdicio espiritual que es el egoísmo y el individualismo, causas que se cuentan entre las principales de la ineficacias de tantas eucaristías. La Eucaristía de Jesús tiene la misma ley del ágape; está hecha para ser compartida, para fluir de uno a otro; quien la recibe debe asemejarse a Jesús, convirtiéndose, como él, en una dádiva para los de más.
Esa es la luz que el Señor nos dio para este domingo sobre la Eucaristía. La Misa nos ofrece ahora la maravillosa posibilidad de experimentar ya mismo esa luz. Experimentarla, viviendo esta nuestra Eucaristía en toda la verdad de sus signos (ofrecimiento, consagración, división del pan, gesto de paz, comunión), y abriéndonos a todos aquellos hermanos que, fuera de aquí, esperan de nosotros los pedazos sobrantes.

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 219-223)

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SAN JUAN CRISÓSTOMO


HOMILIA XLII

Exposición Homilética


I. Ceder, cuando se pueda, a ejemplo de Cristo (v. 1). Circunstancias contenidas en los vv. 2.3 y 4.

II. El Señor hace confesar a Felipe la necesidad de pan, para hacer más evidente el milagro (vv. 5-7).

III. Expónese los vv. 8 y 9 Jesucristo ruega al Padre en las obras menos importantes; las más difíciles las hace por propia autoridad, para manifestar que, cuando ruega, no lo hace por necesidad sino en cuanto a su Humanidad santísima.

IV. Explicación de los vv. 11-13. Por qué Cristo quiso que los discípulos recogiesen las sobras: cómo los iba instruyendo.

V. Las turbas lo reconocen por el Profeta anunciado (v. 14). El Señor nos da ejemplo de huir de las dignidades terrenas (v. 15).

VI. Amenos, no la gloria caduca, sino la inmortal. Perora contra los espectáculos. No se debe dar dinero a los farsantes, sino a los pobres.



I

“Después de esto, pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea a la parte de Tiberíades, y le seguía gran multitud, porque veían los milagros que hacía en los enfermos. Y subió Jesús a un monte, y allí se sentó con sus discípulos. Y estaba cerca la Pascua de los judíos”.

No nos juntemos con los hombres perversos, amados (hijos): antes bien siempre que nos puedan dañar nuestra virtud, aprendamos a [ceder y] dejar libre el lugar a sus perversas asechanzas. Porque de este modo toda su fiereza queda enervada. Y así como cuando los proyectiles caen sobre una superficie tensa, dura y resistente, con grande ímpetu vuelven de rechazo a los que los dispararon; pero cuando la violencia del disparo no halla resistencia, al punto pierden su fuerza y cesan; de la misma manera cuando a los hombres fieros os tratamos del mismo modo, se enfurecen más; pero si cedemos y otorgamos, fácilmente enfrenamos toda su furia. Por esta razón también Jesucristo, cuando oyó que había llegado a oídos de los fariseos que El hacía más discípulos y bautizaba más que Juan, se fue a Galilea extinguiendo así su envidia, y calmando con su retirada el furor, que era probable se había excitado en ellos con tales rumores. Por lo demás, al ir otra vez a Galilea no se dirigió a los mismos lugares que antes; pues no fue a Caná, sino al otro lado del mar. Y le seguían también grandes muchedumbres, porque veían los milagros que hacía.

¿Qué milagros? ¿Por qué no los especifica? Porque este Evangelista quiso gastar la mayor parte del libro en sus discursos y explicaciones populares. Y así mira cómo durante un año entero, y lo que es más, como aun ahora en la fiesta de la Pascua no nos dice más a propósito de milagros sino que curó al paralítico y al hijo del régulo. Y era que lo trataba de enumerarlos todos, pues ni aun posible le hubiera sido, sino, entre otros muchos y grandes, sólo algunos.

“Y le seguía”, dice, “gran multitud, porque veían los milagros que hacía”. No procedía de firme convicción tal seguimiento. Ya que, gozando de tal doctrina, se dejaban arrastrar más por los milagros, cosa propia de ánimos muy crasos. Pues “los milagros” dice (San Pablo), “son para los incrédulos, no para los creyentes” (1 Cor., XIV, 22). No así el pueblo aquel que describe San Mateo, antes bien oye cómo se había: “Estaban todos atónitos por su doctrina, porque los enseñaba como quien tenía potestad (Matth., VII, 28, 29).

Y ¿por qué razón ahora sube al monte, y allí se sienta con los discípulos? Por el milagro que iba a suceder. Y si sólo subieron los discípulos, es culpa de la multitud que no le siguió. Ni es sólo esta la razón de subir al monte, sino también el enseñarnos a descansar siempre del alboroto y barullo de las cosas exteriores; porque para la virtud es conveniente la soledad. Y muchas veces sube Él solo al monte y pasa la noche velando en oración, enseñándonos que sobre todo quien se acerca a Dios conviene que se libre de toda turbación y busque tiempo y lugar exento de tumulto.

“Y estaba cerca la Pascua, fiesta de los judíos”. ¿Cómo es pues, dirás, que Él no va a la fiesta, sino que mientras todos se dan prisa por ir a Jerusalén, Él va a Galilea y no a solas, sino llevando consigo a los discípulos, y de allí se va luego a Cafarnaúm? Iba poco a poco quitando fuerza a la ley, tomando ocasión de la maldad de los judíos.



II

“Y habiendo alzado los ojos, ve una gran muchedumbre”. Aquí da a entender que nunca se sentaba sin razón especial con los discípulos, sino acaso para explicarles las cosas con más cuidado y enseñarlos, y volverlos más hacía sí; donde también se echa de ver sobre todo el cuidado que de ellos tenía y lo humilde y condescendiente de su trato con ellos. Pues estaban sentados con Él, quizá mirándose mutuamente. Y luego habiendo alzado los ojos, ve una gran multitud, que se acercaba a Él.

Los demás Evangelistas dicen que los discípulos se le acercaron y le rogaron y suplicaron que no los dejara ir en ayunas; este Evangelista (San Juan) nos pone delante a Felipe, a quien Cristo dirige una pregunta. Ambas cosas parecen haber sucedido, mas no al mismo tiempo, sino que aquel hecho es anterior a éste; de suerte que aquel es un suceso, y éste es otro diferente. Y ¿por qué pregunta a Felipe? Sabía bien quiénes de los discípulos necesitaban más doctrina. Y, en efecto, esto es el discípulo que después dice (en el cap. XIV, y. 4): “Muéstranos al Padre y nos basta”. Por eso le iba instruyendo desde atrás. Y, realmente, si hubiera hecho el milagro sin más, no hubiera aparecido tan grande; mas ahora primero le obliga a confesar la necesidad que había, para que, reconociendo en qué estado se hallaba, entendiera así con más perfección la grandeza del milagro que iba a tener lugar. Y así mira lo que le dice (Jesús): “¿De dónde sacaremos tantos panes, que puedan comer éstos?”. Lo mismo habló también a Moisés en la ley antigua; pues no hizo el milagro hasta haberle preguntado: “¿Qué es lo que tienes en tu mano?” (Exod. IV, 2). Y es que como las cosas extraordinarias y repentinas nos suelen infundir olvido de la situación de antes, primero le sujetó a confesar el estado presente, para que, cuando sobreviniera el asombro, ya no pudiera echar de sí la memoria de lo que había confesado; y así por comparación comprendiera la grandeza del prodigio. Lo cual ni más ni menos tuvo aquí lugar. Y así, preguntado, responde: “Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.”

“Y esto decía (Jesús) por tentarle: porque El sabía lo que iba a hacer.” ¿Qué quiere decir por tentarle? ¿No sabía acaso lo que le había de contestar? Eso no se puede decir. ¿Cuál es, pues, el sentido de la frase? Por el Antiguo Testamento la podemos entender. Ya que también allí se dice: “Y sucedió que después de estas palabras tentó Dios a Abraham, y dijo: “Toma a tu hijo predilecto a quien amas, a Isaac” (Gen., XXII, 1, 2). Claro está que esto no lo dice porque estuviera esperando a que por la experiencia se viera el resultado, si obedecería o no (¿cómo lo había de hacer así quien antes de ser las cosas las conoce todas?) sino que ambas frases están dichas a lo humano. Porque así como cuando dice: “Escudriña los corazones de los hombres” (Rom., VIII, 27), no da a entender un examen que proceda de ignorancia sino al revés conocimiento exacto así también cuando dice tentó no quiere decir sino que lo conocía muy bien. Y aun otra cosa se puede decir, y es, que le hacían manifestarse mejor probado, llevándole, así como a Abraham en otro tiempo, por medio de aquella pregunta al conocimiento perfecto del milagro. Y es efectivamente la razón por la cual el Evangelista, para que no sospechara algo inconveniente, por fijarte en la pobreza que indica la frase añadió: “porque El bien sabía lo que iba a hacer”. Por lo demás, se debe observar, cómo, cuando hay lugar a una mala sospecha, al punto la corrige el Evangelista con todo empeño. Y por eso, así como aquí, para que nada semejante sospecharan los oyentes, añadió la corrección, diciendo: “porque El bien sabía lo que iba a hacer”, así también allí donde dice que los judíos le perseguían, “no sólo porque violaba el sábado, sino también, porque decía que su Padre era Dios, haciéndose igual a Dios”, el hubiera añadido el correctivo, si no fuese porque esta era una sentencia del mismo Cristo, confirmada con las obras.

Porque si en sus propias palabras teme el Evangelista que alguno sospeche, mucho más lo hubiera temido en lo que otros decían de El, si hubiera visto prevalecer alguna opinión inconveniente acerca de Cristo. Mas no lo hizo, porque vio que esta era la mente y decreto de Cristo inconmovible. Por eso después de las palabras “haciéndose igual a Dios”, no usó de ninguna enmienda, por no ser esta una opinión torcida de ellos, sino verdad ratificada por las obras.



III

Después que Felipe fue preguntado, “Andrés, el hermano de Simón Pedro, dijo: <Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; mas esto ¿qué es para tanta gente?>” De modo más elevado que Felipe piensa Andrés, pero no llegó a entenderlo todo. Soy de parecer que aquello no lo dijo sin más, sino por haber oído los milagros de los profetas y el prodigio que hizo Eliseo con los panes. Con esto se elevó ciertamente a alguna altura, mas no subió hasta la cumbre.

Aprendamos de aquí nosotros, tan dados al placer, cuál era la comida de aquellos varones admirables y grandes, y veamos lo pobre de su mesa, tanto en la cantidad como en la calidad, e imitémoslos.

Las palabras siguientes indican bajeza de pensamiento. Después de haber dicho: “Tiene cinco panes de cebada, añadió: mas esto ¿qué es para tantos?”. Porque juzgaba que con poco haría poco y con más haría más el obrador de milagros: lo cual era falso. Pues tan fácil le era a Él con poco que con mucho hacer brotar los panes como de una fuente; pues no necesitaba de materia: tan sólo, para que no se creyera que las criaturas eran ajenas a su sabiduría, como calumniosamente decían después los pobres marcionitas, se valió de las criaturas mismas para objeto de sus milagros.

Cuando, pues, los dos discípulos estaban sin esperanza, entonces es cuando obra el milagro: y así sacaron ellos más provecho, habiendo primero confesado la dificultad de la obra, para que, al verla hecha, reconocieran el poder de Dios.

Porque como había de hacer un milagro obrado también por los profetas, aunque no del mismo modo, y lo había de hacer después de dar primero las gracias; mira cómo, tratando de evitar que cayeran en alguna opinión poco digna de Él aun con el modo de obrarlo levanta su mente y hace ver la diferencia. Y así, ya antes de aparecer allí los panes hace el milagro, para que reconozcas que lo que no es le está sujeto lo mismo que lo que es, según lo dice San Pablo: “El que llama a lo que no es, como a lo que es” (Rom., IV, 17). Pues al punto los mandó recostarse, como si ya estuviera la mesa dispuesta y preparada. De esta manera elevó aun por este medio la mente de los discípulos. Y porque de la pregunta habían sacado fruto, al punto obedecieron, y no se turbaron, ni dijeron: “¿Qué es esto? ¿Cómo mandas recostarse la gente, si no aparece nadie en medio?” Y así, antes de ver el milagro, comenzaron a creerlo los mismos que al principio desconfiaron tanto, que decían: “¿Dónde compraremos panes?”. Y aun con toda resolución hicieron que se recostasen las turbas.

Pero bien, y ¿por qué al sanar al paralítico no ruega, ni tampoco al resucitar a un muerto, ni al poner freno a la mar; y lo hace aquí en el milagro de los panes? Para hacer ver que al comenzar a comer se deben dar gracias a Dios. Y además hace esto en las obras de menos importancia, para que entiendas que no lo hace por necesidad. Que si por necesidad lo hiciera, con más razón lo debiera haber hecho en las obras mayores. Pero quien éstas las hacía con autoridad, claro está que en las otras obraba humanándose. Además de que, como había gran muchedumbre, convenía que quedara persuadida de que Él había venido conforme a la voluntad de Dios. Y por esta razón, cuando Él obra a solas algún milagro, no hace ninguna demostración semejante; pero cuando lo hace ante muchos, para que crean que no es contrario a Dios ni opuesto a quien le engendró, quita toda sospecha con la acción de gracias.



IV

“Y dio a los que estaban sentados, y quedaron hartos”. ¿Ves aquí cuánta es la diferencia entre los siervos y el Señor? Ellos, como tenían la gracia con medida, obraban los milagros conforme a ella; pero Dios, como quien obraba con potestad absoluta, todo lo llevara a cabo con autoridad. “Y dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado”. Y ellos los recogieron, y llenaron doce canastos”. No era esto una ostentación superflua, sino para que no se tuviera el hecho por pura imaginación: y por este motivo hace también el milagro valiéndose de materia preexistente.

Y qué razón no se los da a las turbas para que los lleven, sino a los discípulos? Porque a ellos era a quienes principalmente quería instruir, como a maestros que habían de ser de todo el mundo. Pues la multitud no había de sacar gran fruto de los milagros por entonces, y así, en efecto, en seguida se olvidaron y pedían otro milagro; pero ellos habían de sacar provechos nada vulgares. Y era al mismo tiempo para Judas condenación no ordinaria el llevar el canasto.— Y que esto se hiciera puesta la mira en instruirlos, se descubre por lo que más tarde se dijo cuando (Cristo) les trajo a la memoria el suceso, diciéndoles: “¿Aun no paráis mientras en cuántos canastos alzasteis?” (Matth., XVI, 9). Y el ser precisamente los canastos de fragmentos del mismo número que los discípulos obedecía también a la misma causa. Pero más tarde, cuando ya estaban instruidos, ya no sobraron en tanto número, sino siete espuertas (Id., XV, 37). Mas yo no me admiro tan solo de la muchedumbre de los panes; sino también, junto con esto, de la exactitud de las sobras, de suerte que no hizo que sobrara ni más ni menos, sino justamente cuanto quería, previendo cuánto habían de consumir; lo cual era efecto de inefable poder. Confirmaron, pues, el milagro, los fragmentos, haciendo ver dos cosas: que el hecho no era imaginario, y que había sobrado los panes que se habían comido. El milagro de los peces se hizo, valiéndose de los que ya había; pero después de la resurrección se obró sin materia preexistente. ¿Por qué razón? Para que entendieras que también ahora usaba de la materia, no por indigencia ni porque necesitara de ella como base, sino para tapar la boca a los herejes.



V

Y las turbas decían: “Este es verdaderamente el Profeta”. ¡Oh fuerza excesiva de la gula! Innumerables milagros había hecho más maravillosos, y jamás confesaron esto, sino sólo cuando estuvieron hartos. Por aquí parece claro que esperaban a un Profeta eximio. Porque aquellos decían: “¿Eres tú el Profeta?” Y éstos: “Este es el Profeta”.

“Y Jesús, conociendo que había de venir para arrebatarle y hacerle Rey, se retiró al monte”. ¡Cielos, qué tiranía la de la gula! ¡Qué volubilidad de ánimo! Ya no les da cuidado la trasgresión del sábado; ya no celan por la honra de Dios, sino que todo lo echaron a un lado, una vez lleno su vientre.

Era, pues, tenido de ellos por Profeta, y le iban a elegir por Rey; pero Cristo huye. ¿Cómo así? Para enseñamos a despreciar las dignidades del mundo y hacemos ver que no le hace falta cosa alguna de la tierra. Porque quien todo lo escogió humilde, madre, casa, ciudad educación, vestidos, no había de querer luego brillar en la tierra. Lo celestial, todo en Él era espléndido y grande: los ángeles y la estrella, el Padre aclamándole, el Espíritu Santo dando testimonio de El, los profetas anunciándole de muy atrás; pero lo de la tierra todo humilde, para que así aparezca mejor su poder. Y era que vino para enseñarnos a despreciar lo de aquí y a no admirar ni atender con pasmo a lo que brilla en esta vida, sino burlarnos de todo ello y amar lo venidero. Que quien admira lo de aquí, no admirará lo del cielo. Por este motivo dijo también a Pilatos: “Mi reino no es de aquí” (Joann., XVIII, 36), para que no creyera que Él usaba de temor y poder humanos para persuadir. ¿Cómo es, pues, que el Profeta dijo: “He aquí que tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre un jumento”? (Zachh., IX, 9). Porque se refiere al reino de los cielos, no a éste. Y por lo mismo otra vez dice: “No recibo gloria de parte de los hombres”.



VI

Aprendamos, pues, amados (hijos) a despreciar y no desear el honor de los hombres. Hemos sido honrados con una honra tan gran de, que, comparada con ella, la humana es verdaderamente afrenta, risa y comedia. Así como la riqueza de aquí enfrente de aquella es pobreza, y esta vida sin aquella es muerte (Deja, dice, a los muertos sepultar a sus muertos [Matth. VIII, 22]), pues lo mismo esta gloria ante aquella es vergüenza y ridiculez. No vayamos, pues, en pos de ella. Porque si los mismos que la dan son más despreciables que sombra y sueño, mucho más lo será la gloria misma; como que “la gloria del hombre es como flor de heno” (Is., XL, 6); y ¿qué hay más vil que la flor del heno? Pero aunque fuera algo sólido, ¿qué podría aprovechar al alma? Nada; antes infiere gravísimo daño haciendo esclavos, esclavos peores que los venales, esclavos no sólo de un señor, sino obedientes a dos y tres e infinitos que mandan cosas diferentes. ¿Cuánto mejor no es ser libre que siervo, libre, digo, de humana servidumbre, pero siervo del imperio de Dios? Mas al cabo, si quieres amar la gloria , ama la gloria , pero la inmortal. Porque más glorioso es el teatro de ella y mayor la ganancia. Estos de aquí te mandan agradarles a costa tuya; pero Cristo, todo lo contrario. Él te da, en efecto, cien veces más de lo que le das tú, y a todo ello añade la vida eterna. ¿Qué es, pues, mejor: ser admirado en la tierra, o en los cielos? ¿Por los hombres o por Dios? ¿Con daño, o con provecho? ¿Ser coronado para un día, o serlo para siglos infinitos?

Da al necesitado y no des al comediante, no sea que con tu dinero pierdas también su alma, pues tú eres causa de su ruina por el intempestivo aprecio que hace de él. Si supieran los que salen a la escena, que de su arte no habían de sacar ganancia, tiempo ha que hubiera cesado de ejercitarlo; pero como te ven aplaudir, concurrir, gastar, agotar todos tus recursos, aunque no quisieran ocuparse en ello, se ven detenidos por la codicia de la ganancia. Si conocieran que nadie había de alabar sus cosas, pronto desistirían de su trabajo por la falta del lucro; mas como ven que lo hacen es objeto de la admiración de muchos, la alabanza se les convierte en cebo. Desistamos, pues, de gastar inútilmente, y aprendamos en qué cosas y cuándo conviene gastar. No vayamos a provocar la ira de Dios por entrambos lados, por acaparar de donde no conviene, y por desparramar en lo que no se debe. ¿Qué ira no merece el que da a la mujer perdida y pasa por alto al pobre? Pues, aún dado caso que lo dieras de tu justo trabajo, ¿no sería culpable dar retribución a la maldad y honrar aquello que se debiera castigar? Pues si despojando a los huérfanos y haciendo injusticia a las viudas fomentadas la lascivia, considera qué fuego estará preparado para los que tales desmanes se atreven a cometer. Oye lo que dice Pablo: “No sólo hacen ellos estas cosas sino que aprueban a los que las hacen” (Rom. 1, 32).

Tal vez os he herido en lo vivo; pero si yo no os hiriera, aguarda el suplicio real y verdadero a los que pecan sin enmendarse. ¿Qué aprovechará el agradar de palabra a los que han de ser atormentados de hecho?

¿Apruebas al bailarín, le alabas, le admiras? Pues has llegado a ser peor que él. Porque a él la pobreza le es alguna excusa, aunque no razonable; pero tú ni aun esa defensa tienes. Si le pregunto a él: “¿Por qué, dejadas las otras artes, escogiste esa, perversa y execrable?”, responderá: “Porque puedo con poco trabajo ganar mucho”. Pero si te pregunto a ti por qué admiras al que vive en la lascivia y corrompiendo a muchos, no puedes acogerte a la misma excusa, sino que te ves precisado a bajar la cabeza y cubrirte de vergüenza y de rubor. Y si nada podrías decir pidiéndote cuentas yo mismo, dime: cuando delante aquel terrible e inexorable tribunal donde hemos de dar o de los pensamientos y de las obras y de todo, ¿cómo estaremos? ¿Con qué ojos miraremos al Juez? ¿Qué diremos? ¿Cómo nos defenderemos? ¿Qué excusa alegaremos, razonable o no razonable? ¿La del gasto? ¿La del deleite? ¿La de la ruina de los demás, a quienes perdemos por medio de aquel arte? Nada de esto se puede decir: antes fuerza (ser castigados con suplico que no tiene fin, que no reconoce límite. Pues para que tal no suceda, ya desde ahora seamos cautos en todo para que, saliendo de aquí con buenas esperanzas, logremos los bienes eternos, que ojalá todos alcancemos por gracia y benignidad de Nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.



(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Juan ,

Ed. Apostolado Mariano, Sevilla, nº 28, 1991, Pág. 57-66)

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JUAN PABLO II


Carta de Juan Pablo II a la Juventud de Roma

con ocasión de la Misión Ciudadana del Jubileo de los Jóvenes en el año 2000



Amadísimos jóvenes de Roma:
1. Recuerdo con alegría la XII Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar en París el pasado mes de agosto. Fue una experiencia espiritual extraordinaria, por la cual doy gracias al Señor. Al final de la celebración eucarística en el hipódromo de Longchamp, que clausuró ese inolvidable encuentro, cité a los jóvenes del mundo entero a Roma, en el verano del año 2000, para el jubileo de los jóvenes.

Vosotros, jóvenes de Roma, ya estáis interesados desde ahora en ese acontecimiento tan importante, que exige una intensa preparación organizativa, pero antes aún, y sobre todo, espiritual. Desea contribuir a este objetivo la Misión ciudadana, que se dirige ahora de manera especial al mundo juvenil. Su título es «Abre la puerta a Cristo, tu Salvador». Pero para poder anunciar y testimoniar a Cristo, es preciso conocerlo y encontrarse personalmente con El.

Sólo quien hace una experiencia intensa y profunda de Cristo puede hablar eficazmente de El a los demás. Sólo quien cultiva una relación asidua con este divino Maestro puede llevar hasta El a sus hermanos. El es la única persona capaz de responder plenamente a las expectativas de todo ser humano.

Seguramente habéis escuchado hablar de El ya desde vuestra niñez. Pero permitidme haceros una pregunta: ¿Os habéis encontrado verdaderamente con El? ¿Habéis hecho, en la fe, experiencia viva de El como un amigo leal y fiel, o su figura os resulta demasiado ajena a vuestros problemas reales como para suscitar aún interés?

Jesús no es solamente un gran personaje del pasado, un maestro de vida y de moral. Es el Señor resucitado, el Dios cercano a todo hombre, con quien se puede dialogar, experimentando la alegría de la amistad, la esperanza en las pruebas, la certeza de un futuro mejor. El siente estima por cada uno de vosotros y está dispuesto a revelaros el secreto de una vida plenamente realizada y a ponerse a vuestro lado para ayudaros a hacer que vuestra ciudad sea más humana y solidaria.

2. Queridos jóvenes, ¡confiad en Jesucristo! Confiad en El, como aquel muchacho del que nos habla el episodio evangélico de la multiplicación de los panes y de los peces (cf. Jn, 6, 1-13). Narra el evangelista Juan que una gran muchedumbre seguía a Jesús. Al ver a toda esa gente, Cristo preguntó al apóstol Felipe: « ¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Esa pregunta planteaba un desafío: en esa circunstancia resultaba muy difícil conseguir pan para dar de comer a tantas personas. Con plena razón dijeron los discípulos: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». En realidad, Jesús quería poner a prueba su fe: El no contaba con una cantidad suficiente de bienes materiales, sino con su generosidad al ofrecer lo poco que poseían.

Generosidad: este sentimiento afloró en el corazón de un muchacho, que se acercó y ofreció cinco panes de cebada y dos peces. Demasiado poco, pensaban los discípulos: « ¿qué es eso para tanta gente?». Jesús apreció el gesto de ese joven como vosotros y, después de tomar los panes y dar gracias los repartió a la gente y lo mismo hizo con los peces. Lo que la razón humana no se atrevía a esperar, con Jesús se hizo realidad gracias al corazón generoso de un muchacho.

3. Esta es, queridos jóvenes de Roma, la importante tarea que se os ha confiado: llegar a ser, como el muchacho del Evangelio, protagonistas generosos de un cambio que marque vuestro futuro, así como el de la Iglesia que está en Roma y el de la ciudad entera. La oración y la contemplación, el silencio y la ascesis personal os ayudarán a madurar en la fe y en la conciencia de vuestra misión apostólica. Para hacer esto es necesario que toméis conciencia de lo que poseéis, de vuestros cinco panes y dos peces; es decir, de los recursos de entusiasmo, valentía y amor que Dios ha puesto en vuestro corazón y en vuestras manos, talentos preciosos que es preciso explotar en bien de los demás.

Redescubrid el valor de vuestra persona, donde el Espíritu de Dios habita como en un templo; aprended a escuchar la voz de Aquel que vino a habitar en vosotros mediante los sacramentos del bautismo y la confirmación, la voz del Paráclito, como lo llama Jesús (Cf Jn. 14, 16- 26), de Aquel que enseña y sostiene, defiende y consuela, del dulce Huésped del alma.

Gracias al Espíritu Santo, que expulsa del corazón todo temor y hace interiormente libres, podréis imprimir a la ciudad, especialmente durante el desarrollo de la Misión ciudadana, aquel «suplemento de alma» del que hablaba mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, dando vuestra contribución para valorizar plenamente sus potencialidades.

4. El Espíritu suscita en el corazón de todo hombre el deseo de la verdad. La verdad que nos hace libres es Cristo, el único que puede decir: «Yo soy la verdad» (Jn 14, 6) y añadir: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8, 31-32).

Muchos de vosotros estudian; otros ya trabajan o están a la espera de un empleo. Es importante que todos lleguéis a ser buscadores apasionados de la verdad y sus testigos intrépidos. Nunca debéis resignaros a la mentira, a la falsedad y a las componendas. Reaccionad con energía ante quien intente apoderarse de vuestra inteligencia y enredar vuestro corazón con mensajes y propuestas que hacen esclavos del consumismo, del sexo desordenado, de la violencia, hasta llevar al vacío de la soledad y a las senda sinuosas de la cultura de la muerte. Desligada de la verdad, toda libertad se convierte en una nueva esclavitud mucho más pesada.

5. ¡Libres para amar! Queridos jóvenes, ¿quién no desea amar y ser amado? Pero para experimentar amor sincero es preciso abrir la puerta del corazón a Jesús y recorrer la senda que El ha trazado con su vida misma: es la senda de la entrega de sí mismo. Aquí radica el secreto del éxito de toda verdadera llamada al amor, en particular de la llamada que nace de modo sorprendente en el corazón del adolescente y lleva al matrimonio, al sacerdocio, o a la vida consagrada.

Cuando un chico o una chica reconocen que el amor auténtico es un tesoro precioso, son capaces de vivir también su sexualidad según el proyecto divino, evitando seguir falsos modelos, lamentablemente con frecuencia promovidos y ampliamente difundidos.

Desde luego, se trata de una opción exigente, pero es la única que hace realmente libres y felices, porque realiza el deseo profundo que el Señor ha puesto en lo más íntimo de todo hombre y de toda mujer. Hay libertad verdadera donde habita el Espíritu de Cristo (cf. 2 Co 3, 17): ésta es la perenne juventud del Evangelio, que renueva a las personas, a las culturas y al mundo.

6. ¡Libres para servir! Entre las vocaciones que más atraen a vuestro corazón se encuentra la del servicio, especialmente el servicio a los más pobres y marginados.

El pasaje evangélico que constituye la base de nuestra reflexión, nos habla de una muchedumbre que tiene hambre: Jesús se interesa por ella. También en nuestra ciudad hay gente que tiene hambre de pan material y, tal vez más aún, de pan espiritual. Durante las visitas pastorales a las parroquias, jóvenes y ancianos, familias e inmigrantes me señalan a menudo situaciones de malestar social, de soledad y abandono. Hay mucha pobreza material y espiritual. Dificultades y problemas afectan de manera sensible también al mundo juvenil.

Jesús nos pide que no perdamos la esperanza y que luchemos contra cualquier forma de degradación; nos invita a comprometernos a fondo para realizar una civilización a la altura del hombre. Como lo demuestran los ejemplos de muchas personas santas del pasado y del presente, se puede construir desde ahora un entramado de relaciones auténticas entre la gente amando y promoviendo la vida, esforzándose continuamente para que a toda persona se le reconozca su condición de hija de Dios, se la acoja con amor, se la apoye en su crecimiento, y se defiendan sus derechos.

7. La vida plantea muchos interrogantes, pero hay uno sobre todo al que es necesario dar respuesta: ¿Qué sentido tiene vivir y qué nos espera después de la muerte? Es una pregunta que da sentido a toda la existencia. Algunos de vuestros coetáneos tal vez ya no se la plantean: viven el presente como si fuera todo en la vida. Se abandonan de forma pasiva a la realidad como si fuera un sueño destinado a desvanecerse, en vez de esforzarse para que los valores y los grandes ideales se conviertan cada vez más en una realidad.

Abrir la puerta a Cristo salvador significa volver a proyectar la vida hacia las alturas. No os contentéis con experiencias banales, no os fiéis de quien os las propone. Tened confianza en la vida y abrid vuestro corazón a Cristo, vida que vence a la muerte.

En la Eucaristía Jesús resucitado se convierte en nuestro alimento y nos introduce ya desde ahora en la vida inmortal, dándonos la garantía de que un día podremos realizarla en plenitud y para siempre. De esa certeza brota la valentía para afrontar cualquier dificultad y hacer de la existencia un don sin reservas para Dios y para el prójimo. Se trata de una aventura extraordinaria, pero no podemos llevarla a término nosotros solos. Para eso Jesús quiso la Iglesia, su Cuerpo Místico y pueblo de la nueva alianza.

8. Jóvenes de Roma, sabed reconocer a Cristo presente en la Iglesia y poned a su disposición los simbólicos panes de cebada y los peces de vuestras cualidades y capacidades. Muchos de vosotros han realizado un encuentro constructivo con la Iglesia en las parroquias, en los grupos o en los movimientos; otros, desde la primera comunión o desde la confirmación, no tienen con ella una relación vital. Algunos la sienten lejana o ajena a sus problemas; otros, la juzgan severamente y rechazan sus enseñanzas.

Sin embargo, puedo asegurar que ninguno es extranjero en la Iglesia. Más aún, sin vosotros se siente como una familia sin hijos. Tiene necesidad de todos vosotros, de vuestra presencia, incluso de vuestras críticas constructivas. Necesita sobre todo vuestra activa participación en el anuncio del Evangelio, con el estilo y la vivacidad típicos de vuestra edad.

Jóvenes de Roma, amad a la Iglesia, aceptando los límites de las personas que la componen: descubrid su corazón y ayudadle a estar cercana a vosotros. Digo esto a todos los que ya forman parte de una comunidad, de una asociación, de un movimiento o de un grupo eclesial; y lo digo también a quienes no la frecuentan. En la Iglesia hay sitio para todos.

9. Me dirijo de modo muy especial a vosotros, jóvenes creyentes. Sed testigos de Cristo ante todo entre vuestros coetáneos. El Resucitado os llama a entablar con El y entre vosotros una alianza para hacer que la ciudad se más justa, libre y cristiana.

Sed protagonistas de esta alianza en vuestras relaciones con los demás jóvenes, en la familia, en los barrios, en la escuela y en la universidad, en los ambientes de trabajo y en los lugares de deporte y de sana diversión. Llevad esperanza y consuelo a donde haya desaliento y sufrimiento. Cada uno de vosotros dispóngase a acoger y ayudar a quienes quieran acercarse a la fe y a la Iglesia. Que no se pierda ninguno de los que el Padre pone en nuestro camino.

La Misión en la ciudad tiene precisamente como finalidad fortalecer en los bautizados el espíritu de acogida y el celo de la nueva evangelización, para que Roma, animada más profundamente por valores evangélicos, se abra al mundo entero. Este importante acontecimiento eclesial os ayudará a encontrar nuevas formas de diálogo con cuantos se interrogan sobre el sentido de la vida y de su futuro. Aseguradles que Jesús no dice nunca "no" a las exigencias auténticas del corazón; dice sólo, de forma fuerte y clara, "sí a la vida, al amor, a la libertad, a la paz y a la esperanza". Con El ninguna meta es imposible, e incluso un pequeño gesto de generosidad se multiplica y puede ser el inicio de un gran cambio.

Como miembros de un singular "voluntariado del espíritu", proponed a las personas con quienes os encontréis la experiencia personal de Jesús por la escucha de su palabra, el silencio y la oración; promoved iniciativas religiosas, incluso en el ámbito ecuménico, con el lenguaje juvenil de la música y del arte. Ensanchad el horizonte de vuestro apostolado a las exigencias de la misión universal de la Iglesia, teniendo presente el papel espiritual y civil particular de Roma, sede del Sucesor de Pedro.

10. Sed misioneros de esperanza. Gracias a la disponibilidad del joven del que habla el pasaje evangélico, Jesús pudo dar de comer a una muchedumbre inmensa. Y también gracias a vuestros dones y talentos puestos totalmente a su disposición, El llevará a término la obra de la salvación en nuestra ciudad.

«Abre la puerta a Cristo, tu Salvador».

Queridos jóvenes, ojalá que el título de la Misión ciudadana se convierta en programa y estímulo de toda vuestra jornada. Dirigid vuestra mirada a María, Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización. Toda su vida os muestra que nada es imposible para Dios. Imitándola e invocándola constantemente, podréis llegar a ser como Ella, portadores de alegría y amor. Junto a Ella, joven Virgen de Nazaret, aprenderéis a mirar vuestra vida diaria como un crisol donde el Señor os llama a realizar su proyecto de salvación. Gracias a su protección maternal, no os faltará nunca el vigor apostólico y misionero.

¡Que Dios os ayude y proteja! Os acompaño con mi afecto y mi oración, mientras de corazón imparto a cada uno de vosotros y a vuestras familias, al igual que a vuestros proyectos y deseos de bien, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 8 de septiembre de 1997, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen Maria.

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DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS


Primera Multiplicación de los Panes



Explicación. - El cuarto Evangelista ha omitido la mayor parte de los hechos ocurridos en el segundo año de la vida pública de Jesús: su objeto es llenar las lagunas de los sinópticos. Deja, por lo mismo, la historia de Jesús con la narración del discurso apologético pronunciado por el Señor en Jerusalén casi un año antes, cuando la curación del paralítico de la piscina, para reanudarla con la descripción del milagro de la multiplicación de los panes. Para este largo lapso de tiempo, en que tantas maravillas obró Jesús como hemos visto, no tiene San Juan más que esas simples palabras de transición: “Después de esto...” (v. 1), para entrar luego en la descripción del milagro de la multiplicación de lo panes.

Los demás evangelistas nos dan una serie de detalles preciosos que sirven para relacionar los hechos siguientes con lo ocurrido en los últimos días de la evangelización de la Galilea por Jesús, después de la muerte del Bautista.

Pero los cuatro evangelios narran el hecho maravilloso de la multiplicación de los panes en el desierto de Betsaida. Las narraciones más detalladas y completas son las de Mc. y Ioh. Se comprende que los tres sinópticos coincidieran en la narración del estupendo prodigio, que marca uno de los puntos culminantes de la vida de Jesús. Cuanto a Juan, como a este prodigio está vinculado uno de los más profundos discursos de Jesús, el Pan de la Vida, toma el hecho milagroso como la base de la disquisición teológica que le sigue, pronunciada por el Señor probablemente dos días más tarde, en sábado, en la Sinagoga de Cafarnaúm. Si realmente fue así la multiplicación de los panes hubiese tenido lugar en lo que podríamos llamar jueves santo del año anterior al de la muerte de Jesús, al atardecer. Así Jesús, que no subió este año a Jerusalén para la Pascua, hubiese dado un avance de la institución de la Eucaristía en la Multiplicación de los panes y en el admirable discurso que le siguió, un año cabal antes de la realidad.

(...)
El Milagro. (11-15) - Distribuida la multitud en grupos, adoptó Jesús actitud solemne: “Tomó pues Jesús los cinco panes y los dos peces, miró al cielo”, con lo que demuestra referir al Padre lo que va a hacer, “y los bendijo”. Era esta bendición una impartición de la divina gracia, que en este caso producía la multiplicación de los panes benditos, como en la Última Cena produciría la transubstanciación del pan en el cuerpo del Señor. “Y habiendo dado gracias”, en cuanto hombre, por haberse dignado Dios hacer tal milagro para bien corporal y espiritual de su pueblo, “rompió los panes y los dio a sus discípulos, y los discípulos los dieron a las turbas, y los repartió entre los que estaban sentados: y asimismo de los peces, cuanto querían”. Multiplicábase el pan en manos de Jesús y de los Apóstoles por una maravillosa adición de materia que no se concibe sino por creación o conversión de otra en ella: y como no se agotó la vasija de harina, ni la alcuza de aceite en casa de la viuda de Sarepta por la oración de Eliseo (3 Reg 17, 14), así brotaban copiosamente los panes y peces de las manos de Jesús y de sus Apóstoles.

Fue estupendo el milagro: “Y comieron todos, y se hartaron”. Y para que apareciera más patente a los ojos de sus discípulos el milagro, cada uno de ellos pudo recoger una canasta de pan sobrante, al mandato de Jesús, incluso Judas, que había ya perdido la fe (Ioh. 6, 71.72), de donde le vino mayor condenación: “Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que han sobrado, para que no se pierdan”: ¡Bella y ejemplar lección e previsión, seguramente a beneficio de los pobres! “Y así recogieron, y llenaron doce canastos de pedazos de los cinco panes de cebada y de los peces que sobraron a los que habían comido. El número de los que comieron fue de cinco mil hombres, sin contar...”. Atendidas las diversas circunstancias de los quehaceres domésticos de las mujeres y del cuidado de los hijos pequeños, y que los que saldrían al desierto serían ya de doce años para arriba, que eran los que acompañaban las caravanas que iban a la Pascua, Curci cuenta como unos 3000, entre mujeres y niños, que deberían añadirse a los cinco mil hombres adultos.

Aquella multitud de hombres, imbuida de las ideas de un Mesías glorioso en el orden temporal, quiso llevar consigo a Jesús a Jerusalén, centro de la teocracia de Israel, adonde se dirigía para la celebración de la Pascua, fiesta instituida en memoria de la liberación de Egipto: allí le plocamarían rey y sacudirían el yugo de los romanos. El milagro que acaba de realizar es tan estupendo que basta para acreditarle de Mesías, el Profeta prometido de Moisés: “Aquellos hombres, pues, cuando vieron el milagro que Jesús había obrado decían: este es verdaderamente el Profeta que debe venir al mundo”. Corrió entre aquella multitud de hombres la voz y el propósito de llevarlo consigo para proclamarle rey: “Y Jesús, cuando entendió que habían de venir a arrebatarlo para hacerlo rey...”

Quizás los mismos discípulos, que participaban de las ideas del pueblo en ese punto (Mt. 20, 21; Act. 1, 6), entraron en los sentimientos de la multitud. Humanamente, el entusiasmo irreflexivo de aquella muchedumbre podía comprometer la obra de Jesús; por ello separa, no sin violencia, a sus Apóstoles de la turba: “Luego obligó a sus discípulos a que entrasen en la barca para que fuesen antes que él a la otra orilla, a Betsaida, mientras él despedía al pueblo”.

Mientras los discípulos, con la pena de separarse del Maestro, se hacían a la mar, donde de nuevo habían de ser testigos de su omnipotencia, Jesús, con suaves palabras, despidió al pueblo: “Y cuando lo hubo despedido, huyó otra vez al monte, él solo, a orar. Y cuando vino la noche, dice lacónicamente Mt., estaba allí solo”.

La escena es sublime. Cuando la oscuridad cierra el día, el rumor de la multitud que se aleja se extingue en la llanura; cruza el mar, rumbo a poniente, la barquilla de los Apóstoles; entretanto Jesús, solo en el desierto promontorio, dominando la multitud y sus queridos discípulos, que bogan mar adentro, entra en altísima oración con el Padre.

Lecciones Morales. (...)
- v. 3- “Subió Jesús al monte, y sentóse allí con sus discípulos”. - Plácenos considerar a Jesús como amador de la naturaleza: es su obra, porque es la obra del Verbo de Dios, y Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre. Fatigado como se hallaba, él y sus discípulos, pudo retirarse a descansar con ellos en la tranquilidad de un hogar, en la placidez de la vida doméstica. No quiere, y va por mar a un monte solitario, desde el que domina el pintoresco lago, con las ciudades marítimas allá en la lejanía... Y se sienta sobre la muelle y fresca hierba, en aquella tarde plácida de primavera. Se sienta, dice el Crisóstomo, no simplemente para no hacer nada, sino hablando con diligencia a sus Apóstoles, y aunándoles cada vez más consigo. Es un momento en que el Pedagogo divino nos enseña a utilizar los recursos de la naturaleza y gracia en provecho de nuestros prójimos. El espectáculo de la plena naturaleza templa y ensancha nuestro espíritu, le aleja de las mezquindades de los hombres, le prepara a las nobles empresas.

- v. 11 - “Tomó Jesús los cinco panes... y habiendo dado gracias... “ - ¿Por qué, dice el Crisóstomo, cuando cura al paralítico no ora, ni cuando resucita muertos, ni cuando calma las tempestades? Para enseñarnos que cuando empezamos a comer debemos dar gracias a Dios. Además, ora en las cosas pequeñas y no en las grandes, para que sepamos que no ora por necesidad, sino para darnos ejemplo, mayormente en esta ocasión, cuando tenía ante sí millares de espectadores a quienes darlo.

- v. 12 - “Recoged los pedazos que han sobrado” - Jesús quiere que seamos buenos administradores. Fue generoso en la multiplicación de los panes: es cuidadoso en recoger sus fragmentos. Saca panes de la nada, y manda guardar en espuertas lo que sobra de la multitud. Para enseñarnos que, por abundantes que sean los bienes que la Divina Providencia nos conceda, por simple herencia o donación o por el esfuerzo de nuestro trabajo, no podemos desperdiciarlos sin malbaratar la gracia de Dios. Nos atiende mil necesidades, presentes u futuras, a las que no sabremos si podemos, porque cambian con facilidad las fortunas con el correr de los tiempos. Y a más de nuestras necesidades de todo género, de cuyo socorro no podemos substraernos: los pobres, la prensa, el culto, las obras sociales de caridad, de beneficiencia, de fomento de organizaciones católicas, según las exigencias de lugares y tiempos. Guardemos los fragmentos para que no se pierdan...

- v. 15 - “Y Jesús cuando entendió que habían de venir... para hacerle rey...” - Era un rey, dice San Agustín, que temía le hiciesen rey. Ni era tal rey que le hiciesen los hombres, sino un rey que hace reyes a los hombres, porque reina siempre con el Padre, en cuanto es el Hijo de Dios. Ya los profetas habían vaticinado su reino en cuanto, según era hombre, fue hecho el Ungido o Cristo de Dios, y a sus fieles les hizo “cristianos”, porque son su reino, congregado y comprado con la sangre de Cristo. Su reino se hará manifiesto cuando brille la caridad de sus santos después del juicio. Mas los discípulos y las turbas creyeron que había venido para reinar ya en este mundo: con lo cual quisieron que se anticipara a su tiempo. Pero ahora el tiempo de la plena realeza de Jesús ha llegado ya para nosotros: reconozcámosle como a nuestro rey, y seamos perfectos súbdito suyos.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 661-670)


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p. LEONARDO CASTELLANI


La primera multiplicación de los panes



Este milagro se llevó a cabo más o menos en la mitad de la predicación de Cristo, segundo año de vida pública, antes del penúltimo viaje a Jerusalén, después de la fuga de Judea a causa de la degollación del Bautista y después del retorno de los Discípulos de la misión, (en primavera, cerca de la fiesta religiosa hebrea “de las Tiendas» o “Toldos”).

Otra multiplicación menor cuentan Mateo y Marcos un poco después, que sería tentador identificar con ésta reduciéndolas a una; como han hecho algunos Doctores; pero no se puede, porque lo probabilísimo es que fueron realmente dos. Si hubiese sido una sola, la gente de Jerusalén hubiese dicho: “¡cuentos de estos provincianos!”. Si hubiesen sido tres, se levanta el Sindicato de Panaderos Metropolitanos.

Los cuatro Evangelistas cuentan el milagro con diferentes pormenores. San Juan le da su sentido pleno, insertándolo en su capítulo VI que trata del “Pan de Vida» y añadiendo la Promesa de la Eucaristía, y el diálogo dramático en la Sinagoga de Cafarnaúm, que es uno de los relatos más sublimes que han salido de péñola humana.

Este milagro es muy popular; excepto, como dije, entre los panaderos. Cuentan que el cura Brochero estaba explicándolo, y se trabucó en los números -porque efectivamente hay dos multiplicaciones que difieren solamente en los números- y pegó un grito diciendo: “Mirad el poder de Cristo, que con cinco mil panes y dos mil pescados dio de comer a cinco hombres”, a lo cual el sacristán que estaba sentado bajo el púlpito comentó en voz alta: “¡lo hago yo también!”, con lo cual se rieron algunos y el cura se abatató del todo y dejó la prédica, para seguirla otro día. El domingo siguiente subió muy alerto y gritó: “Como les iba diciendo, Jesucristo con 5 panes y 2 peces dio de comer a 5.000 varones”, a lo cual el sacristán gritó de nuevo: “¡lo hago yo también!”.

“- ¿Cómo sacristán sacrílego?” -gritó el canónigo.

“- ¡Con lo que sobró el domingo pasado!” -ripostó el sacristán, que era un negrito ladino.

Y tenía razón, porque lo que sobró es lo que más llama la atención en este evangelio: 12 canastas de cachos, que todos los Evangelistas notan cuidadosamente, Cristo “mandó rejuntar”. ¿Por qué? El hombre que tenía en sus manos poder creador hizo con ellas un gesto de pobre: después de un milagro tan grande, acordarse de las curubicas. “Comieron todo lo que cada uno quiso”, dice San Juan. Y sobró. Sobró bastante. Era pan de centeno y eran una especie de sábalos o patíes, pescado de río. Cristo quiso mostrarse Dios, pero también mostrarse hombre: hombre pobre y palestino.

Es que los milagros de Dios se insertan en el curso de la vida humana sin perturbarla; cosa que ignoraban los panaderos de Jerusalén. Los milagros del diablo en cambio hacen alboroto y despatarro. Porque sabrán que el diablo puede hacer milagros, aunque falsos: prodigios (...).

Cristo hizo cooperar a los hombres en este milagro: primero, les llamó la atención sobre la dificultad, y los dejó proponer remedios, que incluso San Felipe se mandó un chiste malo -hay tres chistes de San Felipe en el Evangelio-; después les dijo: “Dadles vosotros de comer”, que fue cuando Felipe agarró la bolsa de Judas, la sacudió en el aire y dijo: “Pasen 200 dólares y les doy a comer, un bocadillo a la cuarta parte de éstos”; pues 200 dólares (denarios) era la suma de plata más grande que Felipe había visto en su vida; tercero, hizo que San Andrés recogiese los víveres que había, que eran como para comida de cinco, y es de notar el desinterés conmovedor de esos cinco prevenidos: era el atardecer, y lo habían seguido a Cristo a pie todo el día y el Cristo se había cortado en un bote, buscando un lugar solitario para descansar, los pobres cinco estarían hambrientísimos; lo cuarto, mandó que los Apóstoles hiciesen “anapéssein”, o sea formación de 50 en fondo, varones -a las mujeres, los antiguos no las ordenaban porque sabían que es imposible, cuando andan dan muchas juntas-; finalmente, apenas terminó la cena en el valle, que Jesús contempló conmovido desde la loma, mandó recoger los fragmentos; gesto ritual en las cenas palestinas en que se guardan cuidadosamente las reliquias para darlas a algún pobre -gesto aquí inútil aparentemente, que tanto extrañó a los Evangelistas-; pero resulta que San Pedro se había quedado sin ración, con el entusiasmo de empadronar y contar a la gente, según la leyenda. Y de no ser por una de las canastas de sobras, San Pedro ayuna fuera de tiempo.

Según la misma leyenda, los curas y seminaristas (quiero decir, los Discípulos) comieron al final, y de las sobras; que es una costumbre que se ha perdido, como explicaré otro día.

Fuera de bromas, Andrés y Pedro lloraron de alegría, sobre todo cuando vieron que la gente quería hacerlo rey a Cristo ahí mismo; y Cristo lloró de ternura, porque con este milagro se inicia realmente la institución de la Eucaristía. Cuando en la Última Cena Cristo tomó el pan, levantó los ojos al cielo, dio gracias, lo bendijo, y lo partió, los Discípulos recordaron de inmediato que habían visto ya ese gesto dos veces antes; y por eso San Juan lo nota tan cuidadosamente en estas apretadas 30 líneas.

Lo que pasó después es conocido: los galileos, que eran gente parecida a los irlandeses, quisieron proclamarlo Presidente y Home-Rule a Cristo ahí mismo; y Cristo tomó el bote de Pedro y cruzó el lago, aportando en Cafarnaúm: segunda huida; Cristo disparaba de la política. La muchedumbre lo buscó a pie segunda vez y al encontrarlo en la Sinagoga le reprocharon la huida... Cristo dijo: “¿Por qué me seguís? Porque os he dado pan de la tierra. Yo os daré el pan del cielo.”

Así comenzó el diálogo-sermón-promesa-profecía que es el Corazón de la Revelación Cristiana , así como el Sermón de la Montaña es su Carta, las Siete Palabras son su Sello y Testamento. Para explicarlo no bastan dos columnas más, ni siquiera un libro; ni siquiera -si vamos a hablar en serio- todos los libros del mundo. Feliz aquel a quien se lo explique su corazón.

Una posdata sobre un punto curioso, sobre el “anapéssein”; o sea la rápida formación de los hebreos varones de 50 en grupo -que dio 5.000 hombres, 100 grupos- lo cual quiere decir que había quizá 6.000 mujeres -sin contar las beatas unas 10.000 criaturas chicas... ¿Cómo se explica que Cristo hablara a grandes muchedumbres desde una loma o un bote? ¿Tenía por ventura altoparlantes o televisión? Eso preguntan muchos; y eso creyeron algunos Santos Padres, suponiendo que milagrosamente Cristo agigantaba su voz como la del homérico Sténtor: hacía su garganta estentórea y predicaba a los gritos. No fue así.

Hoy sabemos cómo fue: “multiplicaba” su voz lo mismo que los panes, con la ayuda de los Apóstoles: eso no es problema para las gentes llamadas de “estilo oral”. Tienen a modo de unos altavoces naturales. Pasaba esto: Cristo recitaba lentamente su recitado rítmico-mnemónico delante del grupo de discípulos, que lo repetía; y -créase o no- lo retenía de memoria, e inmediatamente los “matethoi” repetían las palabras del Maestro a las cabezas de cada grupo; los cuales hacían la misma operación: repetían y retenían. Así se multiplicaba el pan de la Palabra. Y el que no quiere creer que esto sea posible, que lea las notas científicas que pondré a estos evangelios cuando, Dios mediante, los publique en libro.

Y esto responde también a una pregunta que me hizo en San Juan, un ingeniero: “¿Por qué el Papa no predica cada domingo por televisión al mundo entero?”. No. Esa no fue la manera de predicar de Cristo; será la manera de predicar del Anticristo. Cristo quiere predicar por medio de otros, por medio de todos nosotros. San Pablo mandó que los maridos repitan a las mujeres en su casa el sermón del cura (1 Tim II, 11; 1 Cor XIV, 34). Hoy día las mujeres son las que sermonean; mal casi siempre.

Porque no hay que olvidar el motivo de este milagro: Cristo lo hizo porque “querían oírlo y El quería hablarles” -mucho más aún de lo que ellos oír-. Había “curado a sus enfermos” y no se iban: querían oír, de tal modo que “se olvidaron de comer”, dice el hagiógrafo. El remedio de esta dificultad era sencillo y los Apóstoles lo vieron: “Señor, manda que se dispersen y vayan a las alquerías y aldeas vecinas a comer”. Tarde piaste: antes había que haberse acordado de eso; la prudencia lo mandaba.

Pero ni Cristo ni el pueblo fueron prudentes en esta ocasión.

El amor suele atropellar la prudencia; pero él es una más alta prudencia. Es la prudencia del milagro.



(P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo , Ed. Vórtice, Bs. As., 1957, Pág. 148-151)

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Mons. FULTON J. SHEEN


Pan y Reyes



La gente habla más de su salud cuando se siente enferma y más de la libertad cuando está en peligro de perderla. Sin embargo de cuanto digamos en pro de la libertad, ha de recordarse que al rehuir nuestra responsabilidad huimos de la libertad, como toda negación de nuestras culpas personales es también una negación de otra clase de libertad. Las coles no pueden cometer males, aunque digamos que tienen cogollos o cabezas; y las máquinas calculadoras no cometen pecados, aunque sumen o resten. Acaso el pensar lo que significa la carga de la responsabilidad nacida del libre albedrío sea el motivo de que haya tantos hombres dispuestos a renunciar al gran don de la libertad.

Eso explica porqué se busca alguien a quien entregar la tarea de disponer, de pensar por los demás y de librarlos de la pesada carga de las consecuencias de las libres decisiones de cada uno. En las democracias es el comunismo más popular entre los intelectuales que entre los trabajadores o la gente inculta, por la sencilla razón de que todo intelectual está más gastado y deprimido. El que busca un alivio a sus ansiedades y a las tristes consecuencias de sus actos, se convierte en fácil presa del comunismo, que le da un objetivo en el que el mito y la esclavitud mental se entretejen como dos malos genios. Esta búsqueda de alguien a quien las mentes neuróticas puedan entregarse, explica la fácil rendición de los ánimos a las ideas totalitarias.

Dos escritores del siglo XIX previeron que ese estado de cosas se produciría en el siglo XX, y uno de ellos predijo que los jefes a quienes las mentalidades libres se entregarían, procederían de Rusia. Solovief aseguró que el dirigente que dominase a las almas en nuestra generación sería el autor de un libro que tratase de la paz y seguridad para el mundo. Millones de hombres se someterían a él considerándole suprema autoridad en la esfera política y económica sin otra razón que la de prometer pan. Dostoievski también pensaba que Rusia y el mundo cederían a la “tentación del pan y del poder”.

Es imposible dejar de contrastar esa búsqueda de un dictador y rey económico con el caso de Nuestro Bienaventurado Señor cuando dio pan a las multitudes en el desierto. Después de alimentar a las masas hambrientas, ellas “quisieron hacerle rey”. Está en el corazón humano, cuando pierde el amor de lo espiritual, adorar a quienes le prometen el poder económico o al menos le ofrecen llenarle el estómago. El pueblo quería hacerle rey, en oposición a todos los reyes de la tierra, o sea que en lugar de entregarse a Él y a su sublime doctrina pensando en el pecado y en la redención, querían que Él se sometiera a ellos. No deseaban seguirle, sino que Él los siguiera. Por sinceros y entusiastas que fuesen, querían poner la divinidad al nivel de lo humano.

Él era rico y se hizo pobre por nuestro amor, mas no quería ser rey terreno por la fuerza. Un pobre ciego le paró en el camino para pedirle que le curara su ceguera, pero, si esto lo aceptaba, no bastaba la universal aclamación y sufragio de las masas para hacerle rey. Y supo poner el dedo sobre el error de todos: “Me buscáis por que habéis comido y estáis ahítos”. No le buscaban con la parte superior de su ser, sino con sus estómagos; no por su moralidad, sino por razones económicas; no por su salvadora gracia, sino porque lo espiritual dormitaba en sus almas.

Cuando se aprecian más los panes que el poder divino que los multiplica; cuando se admiran más los ríos que sus fuentes, la Humanidad aceptará cualquier rey si promete pan y prosperidad. No olvidemos que quien prometió lo espiritual no negó el pan a los pobres. Nuestras esperanzas y nuestras libertades se venden demasiado baratas cuando se entregan al que, alimentando el cuerpo, deja desnuda el alma. El problema es éste: todo el mundo se muere de hambre, porque el mundo oriental muere de hambre corporal y el occidental perece de hambre del alma. Al primero hay que alimentarlo, pero no han de hacerlo los que niegan la libertad cuando dan harina. El mundo occidental se salvará alimentando a Oriente a la vez que reconoce su hambre de espíritu y busca al verdadero rey de corazones: el que nos brinda el pan de vida.

(Fulton J. Shenn, Paz Interior , Ed. Planeta, Barcelona, 1966, Pág. 80- 82)

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GIOVANNI PAPINI



PANES Y PECES



Dos son las multiplicaciones de los panes y se parecen en todo, excepto en las proporciones de la cantidad - es decir precisamente en aquello donde reside el sentido espiritual que se puede sacar de las mismas.

Millares de pobres han seguido a Jesús a un sitio desierto, apartado de las poblaciones. Va para tres días que no comen, tal es el hambre del pan de vida que es su palabra. Pero el tercer día, Jesús se compadece de ellos - hay allí mujeres y niños - y ordena a sus discípulos que den de comer a esa muchedumbre Mas no tienen sino pocos panes y pocos peces y las bocas se cuentan por millares. Entonces Jesús los hace sentar a todos, sobre la verde hierba, en grupos de cincuenta y de ciento: bendice el poco alimento que hay y todos se hartan y sobran canastos llenos.

Si comparamos las dos multiplicaciones advertimos un hecho singular. La primera vez los panes eran cinco y cinco mil las personas y quedaron doce canastos de sobras. La segunda vez los panes eran siete dos de más - las personas cuatro mil - mil menos - y al final quedaron sólo siete espuertas. Con menos panes se sacia el hambre de más personas y sobra más; cuando los panes son más, menos son las personas saciadas y sobra menos pan. ¿Cuál es el significado moral de esta proporción inversa? Menos alimento tenemos y más podemos distribuir. Lo menos da lo más. Si los panes hubieran sido aún menos, doble cantidad de gente hubiera sido saciada y más también fueran las sobras. Si con cinco panes se satisfizo a cinco mil personas, con un pan solo se saciaban cinco veces más. El pan verdadero, el pan de la verdad satisface tanto más cuanto menos es. La ley Vieja es abundante, copiosa, dividida en innumerables porciones. La forman centenares de preceptos escritos y otros millares inventados por los Escribas y Fariseos. A primera vista parece una mesa gigantesca a la cual puede saciarse todo el pueblo. Pero todos esos preceptos, esas reglas, esas fórmulas no son más que hojas secas, ligeras virutas, jemas, trapos. Nadie puede vivir con esta clase de alimentos: cuanto más son menos sacian. El pueblo de los humildes y de los simples no logra quitarse el hambre de justicia con esas viandas innumerables pero imposibles de comer. Bástale en cambio una sola palabra que resuma todas las palabras y aventaje las beaterías petrificadas de los repletos y hartos; una palabra que llene el alma, que reconcilie el corazón, que calme el hambre de justicia y las muchedumbres serán hartas y sobrará comida aun para aquellos que no estaban presentes ese día.

El pan espiritual es de suyo milagroso. Un pan de trigo hasta para pocos; una vez consumido, no queda más para nadie. Pero el pan de la verdad, el pan de la alegría, el pan místico no se consume, no puede consumirse nunca, Partidlo entre millares de personas y siempre hay; distribuidlo entre millones y queda siempre intacto. Cada cual ha tomado su parte como los hombres y las mujeres que tenían hambre en el desierto, y cuanto más queda para los que vendrán más tarde.

Otro día en que los discípulos se encontraron sin pan, Jesús los amonestó que se guardaran de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos. Y los discípulos, casi siempre tardos en comprenderlo, se decían en su interior: Habla así, “porque no hemos tomado panes”. “Pero Jesús conociéndolo, les dijo: “¡Hombres de poca fe! ¿Por qué estáis pensando dentro de vosotros que no tenéis panes? ¿No comprendéis aún ni os acordáis de los cinco panes, de los cinco mil hombres y de cuántas cestas alzasteis? ¿Cómo no comprendéis que no por el pan os dije: Guardaos de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos?”. Es decir, de los ciegos guardianes de la Ley decaída.

Son los Doce, los escogidos y sin embargo no son rápidos en comprender y no creen como debe creerse.

También en la barca, la noche de la tempestad Jesús tuvo que reprenderlos. Dormía Jesús a popa, apoyada la cabeza en el cabezal de mi remero. Repentinamente se levanta recio el viento; y un turbión échase sobre el lago. Las olas se precipitan sobre la barca y parecía que de un momento a otro debían tragarla. Los discípulos, amedrentados, despiertan a Jesús: “¡Sálvanos! que perecemos!”. “¿A ti no te importa que nos hundamos?”.

Y levantándose Jesús, dijo al viento: Cállate, y al mar: Cálmate, y calló el viento, y sobrevino una grande bonanza.

Entonces gritó a los discípulos: “¿Por qué habéis tenido miedo, hombres de poca fe?”. ¿Por qué no tenéis fe? ¿Dónde, pues, está vuestra fe?

Y los salvados, avergonzados, decían: “Quién es éste que aun el viento y el mar le obedecen?”.

Es uno, ¡oh! Simón Pedro, que no tiene miedo. No solamente su naturaleza supera a la humana sino que tiene grande la fe, grande el amor, grande la voluntad. Nada animado o inanimado resiste a estas tres grandezas. Ha renunciado a todo lo que es temporal, y tiene la victoria sobre el tiempo; ha renunciado a los bienes de la carne y, por lo mismo, puede salvar la carne; ha renunciado a lo que viene de la materia y, por lo mismo, es Señor de la materia. Cada cual puede ser partícipe de esa dominación. La fe basta, con tal que no sea solamente fe en sí mismo.

Antes de Cristo, pocos años antes de Cristo, un gran hombre de Italia, capitán de muchas guerras, corrompido pero digno de mandar la putrefacción de la república, se encontró en el mar, en el verdadero mar, a bordo de un barquito de pocos remos, en busca de un ejército que no llegaba con la urgencia suficiente para darle la victoria. Y se levantó viento y estalló la tormenta y el piloto quería volver al puerto. Pero César, aferrada la mano del piloto, le dijo: Sigue y no temas. Llevas a César y su fortuna navega con vosotros.

Esas palabras de fe soberbia reanimaron a la chusma y, cada cual, como si un poco de la energía de César hubiera penetrado en esas almas, hizo cuanto estuvo de su parte por vencer la tempestad. Pero, a pesar de los esfuerzos de los marineros, la nave estuvo en un tris de zozobrar y tuvo que virar y regresar al puerto. La fe de César no era sino orgullo y ambición: fe en sí mismo. La fe de Jesús era todo amor: amor al Padre, amor a los hombres.

Con esta fe pudo ir caminando sobre las aguas como sobre la mullida hierba de un prado, al encuentro de la barca de los discípulos que bogaban afanosamente contra el huracán. En la oscuridad creyeron ellos que fuera un fantasma; y también esa vez, tuvo que confortarlos: “No temáis, soy yo”. Apenas a bordo, calmó el viento, y en pocos instantes más estuvieron en la orilla. Y esta vez también los discípulos se “asombraron; porque, - añade, el honrado Marcos - todavía no habían entendido lo de los panes, por cuanto su corazón estaba ofuscado”.

El recuerdo puede parecer ingenuo y es revelador. Porque el milagro de los panes es el fundamento de todos los demás. Cada parábola, dicha con palabras de poesía o representada con prodigios visibles, no es más que un pan elaborado de diversa manera para que los suyos - al menos lo suyos - comprendan la sola verdad necesaria: el espíritu es el único alimento digno del hombre y el hombre que se nutre con ese alimento es dueño del mundo

(Giovanni Papini, Historia de Cristo , Ed. Lux, Santiago de Chile, 1923, Pág. 158-162)

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p. ALFONSO TORRES, S.I.


LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES



(...) La parte principal de esta narración, o sea, el gran milagro de Jesucristo, que cuentan aquí los cuatro evangelistas, la dejamos para la lección sacra de hoy. Y hoy, Dios mediante, la vamos a comentar.

En este milagro, sin más que leer el evangelio de San Juan, encontramos nosotros todo esto que vais a oír. Lo primero, un diálogo entre el Señor y los suyos; inmediatamente después, la narración del mismo milagro, que abarca desde el momento en que se ofrecen al Señor los panes de cebada y los pececillos hasta el momento en que recogen lo que había sobrado en doce canastos; y, por último, encontramos un cierto entusiasmo y un cierto designio de glorificación que había surgido en la muchedumbre testigo del milagro, designio del cual huyó nuestro Señor retirándose a un monte a orar. Por su orden iremos explicando todas estas cosas que narran los sagrados evangelistas.

Si habéis tenido la curiosidad de leer, antes de venir aquí, el evangelio de San Juan y las narraciones de los otros tres evangelistas, habréis podido ver que hay entre ellos una cierta divergencia por lo que toca al diálogo que tuvo el Señor con los discípulos antes de realizar el milagro que comentamos. Los evangelistas sinópticos hablan como de una conversación sostenida por el Señor con los Doce, de ciertas impresione que los Doce manifestaron, mientras que el evangelista San Juan se limita a contar unas palabras que se cruzaron también entre el Señor y el apóstol San Andrés. Esta divergencia seguramente habréis notado si, como digo, habéis tenido la curiosidad de leer los cuatro evangelistas antes de venir a la lección sacra, se explica perfectamente cuando se sabe el modo de proceder que tuvo San Juan al escribir su evangelio. Cuando San Juan escribió su evangelio, ya circulaban los otros tres por la Iglesia cristiana. Al escribir el suyo, el discípulo ama tuvo interés particular en ir precisando las cosas que los evangelistas dejaban imprecisas, en ir completando las cosas que los otros evangelistas dejaban incompletas, y en poner en la narración aquellos pormenores y aquellas descripciones que conservaba fidelísimamente en la memoria a pesar de los muchos años transcurridos cuando estas cosas escribía.

Para San Juan debía de ser este escribir el Evangelio, en cierto sentido, una labor de rectificación, no porque hubiese yerros que corregir en los otros evangelistas, sino porque había imprecisiones que precisar y cosas incompletas que completar; pero al mismo tiempo debía de ser una labor dulcísima, porque era revivir las cosas que él mismo había visto que había como tocado con sus manos, y la misma precisión que él pone en sus narraciones y descripciones dan a entender este amor de su corazón, conque revivía los tiempos en que él había tenido la dicha de vivir con su Maestro.

Teniendo en cuenta esta manera especial de proceder, propia del evangelista San Juan, se entiende cómo debe componerse esta divergencia aparente que hay entre todos los evangelistas. En realidad, lo que acontece es esto que vais a oír.

Vienen las muchedumbres a Jesús; el Señor las mira con gran misericordia; se entrega al trabajo de predicarles y sanar a los enfermos, y en aquel trabajo pasan rápidamente las horas para las muchedumbres y para Jesús, hasta el punto de que todos parecen que se olvidan de sí mismos. Los apóstoles, que presenciaban aquel espectáculo, no parece que estaban tan absortos en lo que contemplaban, y no parecía que podían apartar del todo su corazón de las cosas temporales; y, cuando ya hubo avanzado bastante el día, cuando ya el día declinaba, comenzaron a insinuar al Señor que aquellas muchedumbres no habían comido, que estaban en un lugar desierto, que allí no podían encontrar el alimento necesario, y que tal vez sería mejor mandarlas a los pueblos más cercanos para que buscasen el necesario sustento. Preocupados de las cosas temporales, faltos de abandono en Jesús, creyeron hacer un acto de caridad y proceder con una gran previsión advirtiendo al Señor que declinaba el día y que aquellas gentes necesitaban encontrar el alimento.

Oyó el Señor esas insinuaciones de los suyos; no respondió a ellas con palabras de reprensión. El Señor debía de compadecer mucho las flaquezas de los apóstoles; más bien que de maldad, procedía de flaqueza la ignorancia de aquellos hombres. Entonces parece que les dijo - cuentan los evangelistas que dijo - que les dieran ellos de comer.

La palabra de Jesús respondiendo así a los discípulos era una palabra plenamente justificada y plenamente inteligible. Venían los apóstoles de predicar y de hacer milagros en virtud del poder que Cristo les había comunicado cuando les envió a evangelizar. Con ese poder de hacer milagros, ¿no podían ellos sustentar a las muchedumbres que estaban escuchando al divino Maestro? Ellos, sin embargo, no lo entendieron así. Y, siguiendo la conversación, hablando el Señor particularmente con Felipe y preguntándole dónde encontrarían pan para repartir a toda aquella muchedumbre, Felipe y los demás respondieron que aquello era imposible; doscientos denarios no bastarían para dar de comer a tanta gente (doscientos denarios son unas doscientas pesetas; imaginaos qué eran doscientas pesetas para dar de comer a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y niños que también se encontraban entre la muchedumbre). Y, sin embargo, doscientos denarios eran una cantidad enorme para la pobreza de los apóstoles. De modo que ellos, calculando humanamente, encontraban que, aunque era imposible que hubieran reunido esa enorme cantidad de doscientos denarios, la cantidad no sería suficiente para sustentar a aquellas gentes. Con eso seguían arguyendo al Señor para que despidiera a la muchedumbre y para que cada uno se fuese a buscar por los pueblos vecinos el sustento necesario.

Siguió el Señor compadeciéndose de los suyos. En conversación había aparecido la poca fe que aquellos hombres tenían en el alma, el poco abandono en el poder y en la misericordia de su Maestro divino; y, repito, sin reprenderles el Señor, les manda que averigüen si hay algo que comer allí, averiguan que hay unos panes de cebada, es decir, unos pan de los que comían los pobres, y unos pescadillos de los que solían encontrarse en el lago de Genezaret y conservarse después salados. Y no había más.

Aquí comienza propiamente la narración del milagro; pero antes de pasar adelante, antes de explicar el milagro mismo quisiera yo que os detuvierais un momento y mirarais a este diálogo del Señor. Hay ahí algo que es dificilísimo para corazón humano, y que, sin embargo, es una de las cosas más sólidamente fundadas y más amorosas que podemos ofrecer a nuestro Señor. En todo este diálogo, como ya os he hecho notar dos veces, falta el abandono en la misericordia del Señor. Los apóstoles están más bien como conturbados, tristes, por la dificultad de dar de comer a tanta gente, y eso revela que no tienen fe viva, gran confianza, y, sobre todo, no tienen completo abandono en las manos de Jesucristo.

Si aquellos hombres hubieran realizado lo que el Señor les había predicado, buscando primero “el reino de Dios y su justicia”; si hubieran estado encendidos en el mismo celo que había en el Corazón divino de Jesús en el mismo amor bien espiritual de aquellas gentes, hubieran sentido lo que sentía el Señor: que no había por qué preocuparse de las cosas temporales; había que hacer bien a las almas, había que ejercitar la caridad, y lo demás dejarlo en manos del Señor. Y lo curioso es-por aquí se entiende la dificultad que hay en abandonarse así-, lo curioso es que aquellos hombres estaban contemplando muchedumbre de milagros en aquella hora. El Señor había pasado el tiempo no sólo predicando, sino multiplicando los milagros, y, a pesar de tener ante sus ojos esas manifestaciones del poder de Jesucristo, no acaban de abandonarse en ese poder y en el amor que había en el Corazón Se ve muy claro la ceguera de esos hombres; se ve muy claro la imperfección de su conducta, y mirarlo así es un gran bien para nosotros, porque esa ceguera es con frecuencia la ceguera del propio corazón, esa imperfección es con frecuencia nuestra propia imperfección. Dejamos que entre en el alma la solicitud por nuestras cosas, y esta solicitud nos acapara, nos envuelve, nos domina, nos angustia, nos quita algo de nuestra viva fe, porque no sabemos abandonarnos en las manos del Señor. Lo mismo que se ve claro esto en los demás, se ve oscuro cuando toca a nuestra conducta, y, sin embargo, entonces Jesús era lo mismo que es ahora, y tenía los mismos sentimientos de misericordia que tiene ahora, y el mismo celo por el bien espiritual de las almas que tiene ahora, y buscaba nuestro provecho, nuestra santificación y nuestro premio con la misma generosidad con que la busca ahora en cada momento de nuestra vida.

Imaginaos cómo se habría transformado esta escena si los apóstoles, en vez de andar calculando los denarios que se necesitaban para dar de comer a aquellas gentes, hubieran pensado que nada había imposible para la omnipotencia divina, y, en vez de poner el corazón en esas preocupaciones y solicitud, lo hubieran puesto en el amor y en la confianza de Jesucristo. Hubieran dado a Jesús un placer inmenso; se hubieran ahorrado asimismo esas preocupaciones angustiosas y hubieran ejercitado al mismo tiempo la caridad para con el prójimo. Pues así se transformaría nuestra vida si, en vez de vivir con vanas solicitudes acerca de lo nuestro, de nuestros intereses, de lo que llamamos nosotros nuestro bien, supiéramos abandonarnos generosa y amorosamente en las manos de la providencia del Señor.

En ese ambiente de desconfianza, de demasiada solicitud, brilla el gran milagro; traen al Señor los cinco panes de cebada y los dos pececillos. Manda el Señor que las muchedumbres se sienten en el campo ordenadamente. El término que emplea el evangelista San Juan, “se recuesten”, es el término que solía emplearse para decir lo que expresamos nosotros ahora con la frase «sentarse a la mesa». Como si fuera a ofrecer un banquete, manda el Señor que se sienten en el campo todas aquellas gentes; se sienten con orden. Los distribuyeron, según dicen los evangelistas, en grupos de cincuenta, y, a veces, dos de estos grupos, por estar cercanos, ofrecían el aspecto de un grupo de un centenar de personas. Puso orden el Señor; de modo que el milagro no fue simplemente salir entre la muchedumbre desordenada y repartir los panes y los peces. Primero ordenó la muchedumbre; el espectáculo debía de ser hermosísimo, y todos los comentadores del evangelio lo hacen notar. Imaginaos al Señor, en la ladera de una cordillera qué sube suavemente dominando aquella muchedumbre, rodeado de los Doce; imaginaos un campo cubierto de verdura y de flores silvestres en plena primavera, y colocad en ese campo muchos grupos de cincuenta personas con los trajes abigarrados de los orientales; esto al caer la tarde y esto a las orillas del lago de Genezaret.

El Señor, que domina aquella muchedumbre ordenada, cuando ve a cada uno en su puesto, toma en las manos los cinco panes, levanta los ojos al cielo, bendice o da gracias, parte los panes y los va entregando a los apóstoles para que los distribuyan a la muchedumbre, dando a cada uno cuanto quisiera.

Si habéis penetrado un poco en la escena evangélica y os habéis dado cuenta del estado de ánimo de aquellas gentes en pleno entusiasmo, en plena gratitud, en pleno amor, clavados los ojos en Jesús, de donde esperan algo muy grande; si miráis en ese momento al Señor con el corazón rebosando caridad infinita, lleno de compasión y de benignidad mirando al cielo para bendecir o para dar gracia - porque la palabra, de hecho, significa lo mismo; eran las palabras que pronunciaba el padre de familia antes de repartir el sustento cotidiano, palabra de bendición a Dios, que había dado el pan de cada día, y palabra, por consiguiente, de gratitud por la gratitud de todos aquellos corazones por los beneficios recibidos, y luego partiendo el pan, veréis que, si para aquellas gentes ese partir el pan decía muy poco, para nosotros es un símbolo santísimo. Cuando después el Señor haya establecido la sagrada Eucaristía, el nombre del misterio eucarístico será éste: la “fracción del pan”. Y, cuando se hable en los Hechos de los Apóstoles de la Eucaristía, se hablará así, se dirá que estaban los discípulos, reunidos, partiendo el pan en distintos sitios de Jerusalén, por las casas de los cristianos; es decir, celebrando el misterio eucarístico. Aquellas gentes no conocían todavía esos misterios adorables; si los hubieran conocido, al ver a Jesús partiendo el pan, hubieran sentido sus almas inflamadas de doble gratitud y de doble amor por el sustento cotidiano y por el sustento de las almas, que es la sagrada Eucaristía.

Partió Jesús el pan, y los apóstoles fueron repartiéndolo entre la gente. Ignoramos nosotros la manera concreta como se hizo el milagro; ignoramos si el pan se multiplicó en las mismas manos de Jesús, si se multiplicó en el momento de recibirlo los apóstoles o si se multiplicó cuando los apóstoles lo iban distribuyendo, haciendo el Señor que no se agotara; pero es lo cierto que repartieron a toda la muchedumbre, en la cual, como sabemos, había, cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños; y cuando todos hubieron comido hasta saciarse, mandó el Señor que recogieran lo que había sobrado, para que no pereciera.

Recogieron los canastos de pan que nos dicen los sagrados evangelistas.

Las gentes, mientras estuvieron tomando el alimento, seguramente agradecieron al Señor el beneficio que les otorgaba; pero quizá no se dieron cuenta del milagro que se había operado hasta que vieron que allí donde no se habían encontrado más que cinco panes de cebada y dos pececillos, se recogían aquellos abundantes canastos de pan; aquello era el milagro patente delante de todos los ojos. Y la misma situación en que estaba el Señor, la misma situación en que estaban las muchedumbres, hacía ostensible este prodigio de su misericordia y de su amor, y nada tiene de extraño que el entusiasmo que había ido anidando en los corazones durante todo el día mientras predicaba Jesús y mientras multiplicaba los milagros, ahora subiera a lo más alto, y aquellas gentes se sintieran como arrebatadas y se dijeran entre sí: ¿Pero no es éste el que había de venir? ¿No es éste el que esperamos nosotros? Cuando venga el Mesías, ¿qué más podrá hacer? Si este milagro parece uno de aquellos milagros que hacía el Señor con nuestros padres cuando venían de Egipto a conquistar la tierra que ahora poseemos nosotros, la tierra de bendición, la tierra de Yahvé!

Y en medio de estos comentarios se enardecieron, y comenzaron a pensar y a comunicarse la idea de aclamar a Jesús rey, y parece ser que los mismos apóstoles se contagiaron de esa idea. A pesar de que el Señor les había dicho tantas veces que El buscaba otra cosa, que El se iba a inmolar y a sacrificar, aquellos hombres soñaban siempre con las grandezas humanas.

Advirtió el Señor el entusiasmo de la gente, advirtió que se contagiaban los suyos, y con rapidez obligó a los Doce a que entraran en una barca y pasaran a la otra orilla del lago, y huyó de la muchedumbre, se internó en los montes para orar al Padre celestial con santa humildad por la gloría de aquel día espléndido, precursor del anuncio eucarístico.

Esta es la narración del milagro, y en esa narración nosotros podríamos recoger frutos abundantes en cada versículo; frutos de enseñanza, frutos de desengaño, frutos de conocimiento de Cristo, frutos de confianza en las manos del Señor, frutos de abandono y frutos de gratitud; mas por encima de todos esos frutos hay uno que conviene notar hoy, porque es el fruto que ya os insinué en la lección sacra anterior y nos va a servir de preparación para las siguientes.

Los Padres, cuantos han estudiado este evangelio, han notado siempre que aquí hay como un símbolo de la Eucaristía; de todo cuanto con la Eucaristía se relaciona; los fundamentos, diríamos nosotros, del misterio eucarístico son el poder infinito de Jesús y el amor infinito de Jesús. El poder y el amor resplandecen aquí: el poder, en el milagro de la multiplicación de los panes; el amor, en la benignidad con que da de comer a aquellas gentes y en el sentimiento de misericordia que El llevaba en su corazón, y que nos manifiestan los sagrados evangelistas. En el milagro logrado sobre el mismo pan se nos da como una figura de ese otro milagro de la Eucaristía. Allí se multiplicaron los panes y los peces; aquí se convierte la sustancia del pan en el cuerpo santísimo de Cristo, y la sustancia del vino en su sangre, y este último milagro parece como una sombra, y como una preparación, y como una figura del otro milagro. En aquel milagro de la multiplicación de los panes y de los peces se ven anunciados ya los efectos de la Eucaristía. Decimos que la Eucaristía es el sacramento del amor, que ahí es donde se enardecen las almas y donde se entregan sin reserva a Jesucristo, y en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces vemos crecer el amor y el entusiasmo de las turbas hasta arrostrarlo todo y hasta disponerse a todo para la gloria de Jesucristo, incluso a batallar por El para proclamarle rey de la tierra santa contra todos los poderes del mundo.

De modo que todo cuanto hay en la Eucaristía, efectos de la Eucaristía, transustanciación, todo se encuentra como predispuesto, como preparado, como prejuzgado en la multiplicación de los panes y de los peces. Sin duda, el Señor eligió este milagro para disponer a las almas a oír hablar del sacramento, porque poco después, cuando vuelvan a reunirse en Cafarnaúm, pronunciará el Señor aquel sermón eucarístico hermosísimo que nos ha conservado el evangelista San Juan; y aquellas gentes, sin hacer otra cosa que recordar lo que acababan de ver en la orilla oriental del lago de Genezaret, podían muy bien recibir aquellas palabras con el corazón abierto, entender aquellos misterios y aceptar el gran anuncio del amor de Jesucristo.

Pero hay algo aquí que es tan hermoso, tan tierno, que no podemos dejar de decir. Mirad al Señor como trabajando porque las almas le crean cuando habla del misterio de su amor; mirad a Jesús preparando los corazones para que se dignen recibir el beneficio de la Eucaristía. Como si fuera El quien tuviera que agradecernos el que recibiéramos ese beneficio, como si a El fuera al que principalmente le interesara que los hombres participaran de esta bendición y de este pan del cielo, se esfuerza, se afana para preparar los espíritus a que reciban la Eucaristía. ¡Si debía ser de tal manera la disposición espiritual nuestra, que con sólo conocer ese misterio adorable más bien necesitáramos freno que contuviera nuestros entusiasmos y nuestro amor que no que nos espolearan a acercarnos a la Eucaristía y nos dispusieran para ello! Pero la benignidad de Jesús llega hasta ese punto. Reparte misericordias infinitas, derrama el amor de su Corazón sobre los hombres, y todavía parece como que El está rogando, esforzándose para que se dignen admitir esas misericordias suyas. Si esto revela de algún modo la miseria del corazón humano y hace entender lo tardos que somos para aceptar las gracias del Señor, también manifiesta hasta qué punto contamos con la benignidad, con el amor, con la caridad infinita de Jesús; y eso alienta nuestra alma, ensancha nuestro corazón, hace crecer nuestra generosidad, asienta en sólida base nuestra esperanza y además nos lleva a la entrega completa a Jesucristo, al abandono en sus manos divinas, porque en esas manos está nuestra esperanza y nuestro premio.

Sea éste el fruto de la lección sacra, sea este amor el que brote en nuestros corazones. Cierto que hay en nosotros entusiasmo para proclamar rey a Jesucristo; no rey temporal, sino rey eterno; no rey por la violencia, sino rey por el amor; que haya en nosotros entusiasmo para rogarle y forzarle que reine en nuestras almas; pero que haya al mismo tiempo esa entrega completa a su amor para vivir en adelante amándole y para no tener más pensamiento ni más anhelo en nuestra vida que llegar a amarle como El quiere ser amado en la patria del amor, que es cielo.

(Alfonso Torres S.I., Lecciones Sacras sobre los Santos Evangelios , vol. 3º, BAC, Madrid, 1968, Pág. 222-232)

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EJEMPLOS PREDICABLES

I. Elías y la viuda de Sarepta

“Entonces le dirigió Yahvé su palabra diciendo: Levántate y vete a Sarepta de Sidón y mora allí. Yo he dado orden a una mujer viuda para que te mantenga. Levantóse y fuése a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una mujer viuda que recogía serojos; la llamó y le dijo: Vete a buscarme, por favor, un poco de agua en un vaso para que beba; y ella fue a buscarle. Llamóla de nuevo cuando iba a traérselo, y le dijo: Tráeme, por favor, también un bocado de pan; pero ella le contestó: Vive Yahvé, tu Dios, que no tengo nada de pan cocido y que no me queda más que un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija; precisamente estaba cogiendo unos serojos para ir a preparar esto para mí y para mí hijo; lo comeremos y nos dejaremos morir. El le dijo: No temas, ve y haz lo que has dicho, pero prepárame para mí antes una tortita cocida en el rescoldo y tráemela, y luego ya harás para ti y para tu hijo; pues he aquí lo que dice Yahvé: No faltará la harina que tienes en la tinaja ni disminuirá el aceite en la vasija hasta el día en que Yahvé haga caer la lluvia sobre la haz de la tierra. Fue ella e hizo lo que le había dicho Elías, y durante mucho tiempo tuvieron qué comer ella y su familia y Elías, sin que faltase la harina de la tinaja ni disminuyese el aceite de la vasija, según lo que había dicho Yahvé por Elías (3 Re 17,8 - 16)”.


II. La vasija de aceite de Eliseo

“Una mujer de las de los hijos de los profetas clamó a Eliseo diciendo: Tu siervo, mi marido, ha muerto, y bien sabes tú que mi marido era temeroso de Yahvé; ahora un acreedor ha venido para cogerme a mis dos hijos y hacerlos esclavos. Eliseo le dijo: ¿Qué puedo yo hacer por ti? Dime: ¿qué tienes en tu casa? Ella le respondió: Tu sierva no tiene en casa absolutamente nada más que una vasija de aceite. El le dijo: Vete a pedir fuera a todos los vecinos vasijas vacías, y no pidas pocas. Cuando vuelvas a casa, cierra la puerta tras de ti y tras de tus hijos y echa en todas esas vasijas el aceite, poniéndolas aparte, conforme vayan llenándose. Entonces ella se alejó, cerró la puerta tras de sí y de sus hijos; y éstos fueron presentándole las vasijas, y ella las llenaba. Cuando estuvieron llenas todas las vasijas, dijo a su hijo: Dame otra vasija; pero él le respondió: Ya no hay más. Estacionóse entonces el aceite, y ella fue a dar cuenta al hombre de Dios, que le dijo: Vete a vender el aceite y paga la deuda, y de lo que te quede, vive tú y tus hijos (4 Re 4,1 - 7)”.


III. La casa de la providencia en Turín

Tomamos una entre las mil anécdotas que pudieran incluirse de esta famosa institución, fundada por San José Benito Cottolengo, quien cobijó en ella a todos los infortunados de la capital del Piamonte y formó una legión de religiosas al servicio de la caridad (cf. San José Benito Cottolengo, fundador de la Pequeña Casa de la Divina Providencia, en Turín, 2º ed. Ed.Paulinas C. II P - 122 - I23).

“En medio de tanta solicitud por cuantos habitaban la Pequeña Casa, que cada día más rebosaba de gente, Cottolengo no olvidaba a los pobres de las buhardillas que lloraban de hambre y miseria. Los visitaba personalmente, y a veces enviaba a su fiel Rolando y a las Hermanas Vicentinas, entre las cuales muy a menudo a sor Caridad. Todos ejecutaban puntualmente sus mandatos. Quería que a todos llevasen un poco de “bien de Dios”, como él decía: ropa blanca, vestidos, caldo, carne, sopa, etc., según las necesidades de cada uno. “Esta tarde - decía un día a Rolando - quiero pagarte una buena merienda, pero no en la Pequeña Casa - aquí hay dema­siada gente - , sino en Po, donde, como sabes, hace un fresco que enamora”. Salieron de la Pequeña Casa, entraron en una tienda, después en otra, más allá en una tercera; había que proveerse de todo un poco... “para la merienda”. Llegaron al puente de María Teresa. ¡Nada de merienda ni aire fresco! Subieron juntos hasta el último piso, donde una familia - padre, madre y cuatro pequeños - moría de miseria y de hambre. “Tomad - dijo Cottolengo - , la divina Providencia os envía este poco de bien de Dios; os ruego que lo aceptéis”.

Ayudado por Rolando, encendió el fuego, preparó un poco de comida, y todos se refocilaron, no acertándo, a comprender quién podía haber revelado al Santo la miseria de aquella casa, puesto que la ocultaban a todos, y no cesaban de repetir: “¡Cómo nos ama el Señor! ¡Cómo nos protege la Consolata! No osábamos pedir limosna, y sin Cottolengo habríamos muerto de hambre”.


 28. NUESTRO GRAN PECADO

JOSÉ ANTONIO PAGOLA SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).


ECLESALIA, 22/07/09.- El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan. Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer.

Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.

Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos, todos son pobres: no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero.

Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sea «cinco panes de cebada y un par de peces».

La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real entre todos?

Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.

Al compartir el pan de la eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


29.

El reparto del pan, signo de la misión

En el episodio evangélico del reparto de pan entre la multitud (Jn 6,1-15) hay una gran influencia del relato de milagro del profeta Eliseo (2 Re 4,42-44), de las referencias de las acciones de Jesús sobre el pan y el vino en la última cena, y de la repetición regular de las palabras y acciones eucarísticas de Jesús en el culto cristiano primitivo. Con ello el evangelio expresa el dinamismo misionero que la presencia del Señor Jesús imprime en sus discípulos al implicarlos directamente en el partir el pan y repartirlo entre las multitudes hambrientas. Hoy podemos decir que el pan partido y compartido es un milagro al alcance de la humanidad y se convierte en un signo que nos da la vida, que refuerza la fraternidad y la solidaridad entre los cristianos y nos interpela sobre el hambre y la miseria que sufren grandes masas de la humanidad.

Pero trascendiendo el género literario de milagro y la historicidad de los hechos narrados en los evangelios acerca del reparto organizado y solidario del pan como don y signo del Reino de Dios lo esencial es la manifestación del Mesías Jesús a través de un signo y una enseñanza que hoy constituyen una auténtica alternativa al sistema social del mundo globalizado. Lo admirable no es la “multiplicación” de panes, sino su “reparto” entre los necesitados. El milagro no consiste en multiplicar sino en dividir. Lo que es digno de admiración y rompe la lógica matemática es el pan compartido y repartido. Y este pan compartido sacia a todos. Éste es el gran milagro que la Iglesia proclama desde el Evangelio y desde la Eucaristía. Frente al milagro diabólico del enriquecimiento capitalista que consiste en multiplicar y superproducir, manteniendo el crecimiento económico como objetivo prioritario del sistema, a costa de los empobrecidos, el milagro evangélico del reparto del pan, en su realidad histórica y simbólica, consiste en dividir y compartir. La Eucaristía es sacramento que anuncia y anticipa una nueva realidad mesiánica, proclamando la muerte de Jesús, un cuerpo roto, como dinamismo liberador en una humanidad injusta y en una sociedad consumista.

En descampado y abatida está también hoy la mayor parte de la humanidad, carente de las necesidades más vitales, sin pan, sin casa, sin trabajo o con escasez de recursos. Benedicto XVI acaba de decir en Caritas in Veritate, 27: “En la era de la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional”.

Jesús invita a sus discípulos a realizar el milagro: «Dadles vosotros de comer». Probablemente ellos pensarían que el milagro consiste en multiplicar los alimentos, y creerían que el problema es comprar. En cambio Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte. Jesús les muestra que, más que “comprar”, el camino a seguir es “organizarse” “partir” y compartir. Jesús da una lección excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene pendiente: el hambre. Bendecir el pan significa comprender que los bienes que da la tierra, en especial los que son necesarios para vivir con dignidad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda la humanidad, y si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que estructura nuestro planeta, habrá pan para todos y sobrará. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico.

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura