29 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO 17 B
(1-11)

 

1. SIGNO/MILAGRO 

El Evangelio de hoy, prólogo del discurso del pan de la vida, está lleno de resonancias bíblicas. "¿Con qué compraremos pan para que coman estos?" Y sus oyentes reviven las palabras de Moisés en el desierto: "¿De dónde voy a sacar carne para toda esta gente?". Y Yaveh respondió: "Ahora verás si mi Palabra vale o no".

Verdaderos conocedores de la Escritura que son los hebreos, esperaban que el Mesías renovara, mejorados, los prodigios de Moisés, y también los de Elías y Eliseo que habían revivido el espíritu de aquél. De Moisés recordaban el maná, el agua y las codornices. De los otros había un sin fin de historietas que, a modo de florecillas, narraban milagros populares como el que hoy narra la primera lectura: "¿Qué hago yo con esto para cien personas?" La Liturgia interrumpe el ciclo de Marcos para darnos, durante cinco domingos, el mensaje eucarístico que Juan inicia con la multiplicación de los panes. Sabido es que a este evangelista más le gusta hablar de "signos" que de "prodigios". Los hechos narrados por él no son tanto obras impresionantes cuanto mensajes simbólicos que abren los ojos a realidades superiores y más profundas, a veces insinuadas por el propio evangelista, a veces desarrolladas en amplios discursos de Jesús. El vino de Caná es "el primer signo", anuncio de "su hora", de la fiesta eterna: las bodas de Dios con la humanidad. La resurrección de Lázaro será "el séptimo signo": último y definitivo signo que manifestará a Jesús como Señor de la Vida: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá..." Por eso estos relatos no se proclaman solamente para recordar grandezas de Jesús, sino para ser renovados y revividos periódicamente en los sacramentos de la Iglesia, particularmente en el Bautismo y en la Eucaristía. La liturgia acude a estos signos de Juan, sobre todo en Cuaresma, para impartir sus catequesis bautismales. La curación de los ciegos y la resurrección de Lázaro son, junto a pasajes como Nicodemo o la Samaritana, inmejorables plataformas para una catequesis bautismal.

Hoy se proclama el signo de la multiplicación de los panes. "Estaba cerca la Pascua de los judíos", apostilla el evangelista. Entonces Jesús, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: "¿Con qué compraremos pan para que coman todos estos?" Difícil tenían la respuesta, porque eran tantos que ni con mucho dinero podría resolverse el problema. Sólo podían contar con los cinco panes y los dos peces que llevaba un muchacho. "¿Qué es esto para tantos?" Jesús ha tomado la iniciativa del diálogo y la toma también en la acción. "Tomó los panes, pronunció la bendición, los partió y se los dio". ¿Cómo no iban a recordar los judíos el rito pascual, próxima como estaba la Pascua? ¿Cómo no recordar los cristianos la Plegaria Eucarística que va a pronunciarse tras la proclamación del Evangelio? Se dieron cuenta los judíos de la situación, aunque a medias.

Allí estaba "el esperado profeta que tenía que venir al mundo" mejorando los signos de Moisés y de Elías. Estaba próxima la Fiesta de Pascua y se manifiesta un Salvador que alimentaba a su pueblo con el nuevo maná y revelaba la abundancia de los bienes mesiánicos: "Sobraron doce cestos". Se dieron cuenta, pero a medias. ¿Qué mejor mesías que quien alimenta gratis a su pueblo? Se retiró Jesús al silencio y a la oración. En el silencio de la noche, en intimidad con el Padre, pensó en la necesidad que aquel pueblo tenía de luz. ¿Cuántos de ellos pasarían del signo al significado, de la emoción a la fe, del Cristo milagrero al Cristo Salvador? Al día siguientes, en la sinagoga de Cafarnaún, hablaría abundantemente del pan de vida y salvación, como veremos en los próximos domingos. Quede para hoy una mirada al interior de la Iglesia y una reflexión sobre nuestros signos, gestos y acciones testimoniales. Después de poner todo el amor en realizarlos, habremos de tener cuidado: ni creer que hemos salvado a los hombres, ni ofuscarnos por su posible aplauso, ni silenciar el "otro pan que no perece". Un anunciador del Evangelio no hunde sus raíces en la sociedad consumista, sino en una Historia de Salvación que proclaman las Escrituras, celebran los sacramentos y se anuncia, plenamente realizada, en el Reino de Dios.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990. Pág. 134


 

2.

El signo que agrupa el contenido temático de la liturgia de la Palabra de este domingo es el de la multiplicación de los panes, en la primera y tercera lecturas. Es un signo que tiene especial importancia, hasta el punto de que es uno de los pocos narrados por los cuatro evangelistas. En Juan, está un tanto recortado y acomodado en función de la unidad temática del "pan de vida". Por ello podríamos glosarlo tomando toda la riqueza de detalles que aparecen, por adición, en la narración de los cuatro evangelistas (Jn. 6, 1-15; Mt. 14, 13-21; Mc. 6, 32-44; Lc., 9, 10-17).

El signo de la multiplicación de los panes aparece acompañando la enseñanza de Jesús. Es en el contexto del servicio de la Palabra de Jesús donde se le presenta la ocasión de atender materialmente a la gente. Pero Jesús, como primera reacción ante la gente, se pone a instruirlos largamente (Mc. 6, 34). Jesús no da sin más las cosas hechas: instruye por la palabra a la multitud para que ella misma adopte una actitud con sus discípulos. Y se trata de una instrucción larga, con calma, con paciencia. Jesús, con la misma pedagogía de Dios, no es un inmediatista, no se obsesiona con resultados inmediatos. Sabe que la solución de los problemas es larga.

El tiempo pasa y el problema se presenta: el pueblo tiene hambre. Reacción de los discípulos: "Despídelos para que puedan ir a las aldeas vecinas a comprar para comer" (Mc. 6, 35; Mt 14, 15; Lc. 9, 12). Muchas veces, cuando nuestras comunidades cristianas se encuentran con los problemas del pueblo, sienten la tentación de hacer lo mismo: despedir al pueblo, hacer que se vaya para que arregle sus problemas, como si la Iglesia y el Reino de Dios no tuviesen nada que ver con las condiciones económicas, políticas y sociales de nuestra gente. La Palabra de Dios -siguen pensando muchos discípulos hodiernos- alimenta el espíritu, pero no sirve para nada ante una multitud hambrienta. Los discípulos han escuchado pacientemente la Palabra de Jesús, pero se quedan impotentes ante el hambre del pueblo: no ven relación entre la Palabra de Dios y el hambre del pueblo. ¿Qué pueden hacer los cristianos ante un pueblo que pasa hambre? Jesús, sin embargo, no es un palabrero idealista, y no acepta la sugerencia de los discípulos: "Dadles vosotros de comer".

Jesús les está diciendo en el fondo: ¿De qué sirve predicar y no hacer nada para mejorar las condiciones de vida del pueblo?, ¿de qué vale la fe sin obras? Y los discípulos reaccionan entonces dentro de las coordenadas de un sistema social donde el alimento del pueblo no puede ser visto sino como una mercancía y, por tanto, como objeto de compra, con dinero: "doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". La necesidad del pueblo está más allá de las posibilidades de los seguidores de Jesús. Para ellos, la única manera de solucionar el problema está dentro de las reglas del juego del sistema económico-social ya existente. Como si la relación hombre-dinero-alimento fuese tan natural como el derecho a vivir.

Pero Jesús no quiere saber cuánto dinero tienen ellos para comprar. Rompe las reglas del sistema. E introduce una nueva manera de obrar. Pregunta qué cosas tienen ellos para poder dar a los otros: "¿Cuántos panes tenéis? Id a ver" (Mc. 6, 38). Es clara la diferencia: comprar con dinero- dar lo que se tiene.

"Cinco panes y dos peces". Poco tenían, a primera vista. Pero cinco más dos es igual a siete. Y siete es un número que en la Biblia significa "muchos", como hoy el número ocho tumbado significa "infinito". Lo poco que se tenga puede ser mucho según cómo se utilice y se comparta. Las matemáticas de Dios son distintas.

Entonces Jesús les manda que se sienten y se acomoden en grupos (Mc. 6, 39-40). Para poder dar una solución a sus problemas, el pueblo debe organizarse. Sin organización comunitaria no hay solución para los problemas.

Jesús toma los panes y los peces y levanta los ojos al cielo. Cuenta con el poder de Dios, no con el poder humano o con el poder del dinero. Recita la bendición y hace que se reparta y comparta todo lo poco (?) que se tiene en la comunidad. Y se saciaron. Y sobraron doce canastas.

El modo de obrar de Jesús con el pueblo es de quien quiere liberarlo de toda necesidad física (curaciones de enfermedades), económica (multiplicación de los panes) y espiritual (felices los limpios de corazón). La multiplicación de los panes es la negación del sistema económico donde los bienes necesarios para la vida humana son propiedad de unos pocos, donde cualquier mercancía sólo puede ser adquirida con dinero. Jesús introduce el sistema del don, del compartir, de la comunión, del desprendimiento, de la acogida de las necesidades de todos los hambrientos, de la socialización. La palabra de Jesús produce un cambio de mentalidad por el que, ante las necesidades vitales del pueblo, nadie se reserva para sí en propiedad lo que pertenece a todos. Con él, el pueblo es propietario de todos los bienes, que reparte entre sí. Y esta nueva justicia, este nuevo orden económico, sin duda que es una buena nueva para todos nosotros. Hace falta solamente acogerla con corazón sincero.

DABAR 1979, 43


 

3. EU/SOLIDARIDAD

-El milagro de la eucaristía. Para nosotros, cristianos, la clave de la solidaridad está en la eucaristía, el misterio y milagro que celebramos ininterrumpidamente y que apenas si comprendemos y valoramos. Ya no se trata de que Dios multiplique el pan para darnos de comer, Dios mismo se hace pan en Jesús para ser el alimento que sacia el hambre de pan y todas las hambres del hombre. La eucaristía es el misterio del amor y de la solidaridad del Hijo de Dios con los hombres. Es también el signo de la solidaridad de los hombres entre sí y de todos con Dios. Jesús vino al mundo para que tengamos vida y la tengamos holgadamente.

Por eso vino y comenzó por hacerse solidario de los pobres, de los que tiene hambre y sed, de los que sufren, de los que luchan por la paz, de los que son perseguidos y marginados. En Jesús, Dios se ha hecho el prójimo de todos los hombres, para que ningún hombre quede al margen de la solidaridad. Un día sentenciará que tuvo hambre y sed, y no le dimos pan ni agua. Y no lo hicimos con Dios, porque no lo hacemos con el vecino, con el extranjero, con cualquiera. El que no ama al prójimo, al que ve, que no diga que ama a Dios, al que no ve.

EUCARISTÍA 1988, 35


 

4.

Los milagros son para San Juan signos o señales, como palabras visibles en las que Jesús presenta lo que después aclara de viva voz. No se trata, por lo tanto, al menos en primer lugar, de hechos portentosos. El milagro de la multiplicación de los panes en el desierto no está propiamente en la multiplicación sino en el hecho de que todos los hambrientos quedaron saciados, en el hecho de que todos comieron de un mismo pan y de unos mismos peces, en el hecho de que todos recibieran el regalo del amor de Jesús. Es ésta la misma señal o signo que Jesús presenta en la última cena; en ambos casos se trata de presentar el amor de Dios, el amor de Jesús a los hombres, como exigencia del amor de los hombres entre sí. Se trata de establecer la comunión con Jesús y la comunión en Jesús entre los hombres. Es el mismo San Juan el que describe el milagro de la multiplicación de los panes en la perspectiva de la cena del Señor.

Si Jesús hubiera multiplicado los panes y hubiera hecho después un mal reparto, si algunos hubieran recibido más y otros menos, si algunos se hubieran quedado hartos y otros insatisfechos, no hubiera habido milagro en el sentido en que San Juan lo entiende. A lo más, hubiera habido un hecho portentoso y difícil de explicar. La multiplicación de los panes puede ser sustituida en sus efectos por el trabajo humano, por la técnica moderna, por el desarrollo... el milagro nunca, y por más que nos empeñemos en llamar milagro al desarrollo, la verdad es que nuestros desarrollos son señales o signos en los que se expresa el egoísmo y no precisamente señales o milagros del amor. El milagro está, también aquí, en el reparto. Se ha dicho que el amor no resuelve los problemas sociales, y es verdad, sin duda, cuando el amor se malentiende como simple beneficencia. Un amor éste que va cubriendo los defectos de un sistema injusto y que no es suficientemente radical para cambiarlo. Un amor que no es amor sino pretexto que encubre nuestro egoísmo y tranquilidad para nuestra mala conciencia. Sin embargo, sólo el amor, el verdadero, puede oponerse al egoísmo, sólo el amor puede presentar la única alternativa válida en nuestro mundo capitalista. No es que esto quiera decir que sea la Iglesia la encargada de llevar a cabo la multiplicación de panes y peces para todos los hombres, pero sí es la que nunca puede renunciar a la misión de proclamar como principio de la convivencia el amor entre todos los hombres, sin lo cual todos nuestros progresos quedarán invalidados y dejarán a unos sin pan, a otros sin dignidad y a todos profundamente insatisfechos.

Los cristianos, domingo tras domingo, celebramos en el mundo este milagro, esta señal del amor, de un amor que viene de Dios y es fundamento del amor entre todos los hombres. Ahora bien, al celebrar Jesús aquella eucaristía campestre ("Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió") no se limitó a un acto de culto, sino que descendió hasta las necesidades de un pueblo hambriento y le dio a comer pan y peces. La señal del amor que celebramos en nuestras eucaristías no será señal creíble en nuestro mundo si nos limitamos a bendecir a Dios y a repartir entre los hombres el pan del cielo. También nosotros, que compartimos un mismo pan que es el Cuerpo de Cristo, nos obligamos con Cristo a vivir y a morir por todos los hombres y, consiguientemente, a dar a todos los hombres no ya el pan que es fruto de nuestro trabajo, sino incluso la misma vida. Sólo así nuestra eucaristía será efectivamente una señal del amor en el mundo y para el mundo. Sólo así,el amor que proclamamos será efectivamente un principio que irá encontrando camino real y práctico para resolver también los problemas sociales.

EUCARISTÍA 1973, 45


5.

EL PAN DE VIDA

El evangelio de los panes y los peces, aun tratándose de un relato con todos los datos que lo hacen histórico, es, sobre todo en Juan, la ocasión para una enseñanza mucho más transcendente que la simple información sobre el poder y la ternura de Jesús con una multitud que le sigue para escuchar su palabra y que se encuentra en descampado y sin alimentos.

El hecho fue lo suficientemente notable como para que pudiera ser instrumentalizado y reducido a su funcionalidad. Jesús reacciona contra esa reducción. Reducción y reacción son enseñanzas que destacan en el texto de Juan. El hecho de que los cuatro evangelistas recojan este acontecimiento nos hace pensar, por una parte, en la importancia que la catequesis apostólica daba a este relato para el conocimiento de Jesús, y por otra, en que también allí había intentos de reducir su significación en aras de viejas querencias mesiánicas judías.

Juan dedica todo el capítulo VI, y la liturgia cinco domingos, al discurso que Jesús hace sobre otras hambres y otros panes. Juan sitúa este hecho en torno a la pascua judía, y va estableciendo unas relaciones y unas diferencias entre esa pascua y la pascua cristiana, entre aquel éxodo y la conversión, entre el maná que no daba la vida y el Pan de Vida, entre la liberación de Egipto y la liberación total del hombre, entre los profetas y el propio Hijo, entre lo que los judío querían y lo que Cristo ofrece.

Una lectura significativa del texto de Juan nos obliga a destacar algunos datos esenciales al pensamiento cristiano: las gentes buscan a Jesús libremente, no son llevadas. El prodigio no cae de las nubes, se gesta en la propia comunidad y es un niño el que aporta la base: cinco panes de cebada. Los panes no están mediatizados por el egoísmo acaparador: "ni con doscientos denarios de pan comprado se daba un bocado a cada uno". No comerán como esclavos, ni de pie ni por familias; comerán todos juntos y recostados como los hombres libres. Comerán todos y sobrará, porque, aunque es poco, está liberado del egoísmo, y esto hace que Dios entre en escena. En la nueva pascua será el mismo Jesús el que dé las Gracias y reparte el Pan.

A pesar de este marco intencionado de Juan, parece que allí, una vez más, la abundancia llevó al materialismo; los signos fueron vaciados de su llamada a la fe y se buscó la eficacia inmediata: comer sin esfuerzo, estar dispuesto a adorar a quien da de comer. ¿Por qué se nos viene a la memoria las tentaciones de Jesús en el desierto: el pan, el milagro y la adoración del poder? Nos es lícito decir que Jesús pensaba en nuestras eucaristías, en tantas y tantas misas ¡"dichas"! por cualquier razón, vaciadas de significación y compromiso. Y nos vemos obligados a decir que nosotros, con más frecuencia que la deseada, instrumentalizamos el Pan de Vida.

Hay una diferencia entre allí y aquí: que Jesús allí no se dejó manipular y se escondió; en cambio aquí, Jesús no se esconde, ya depende de nosotros.

JAIME CEIDE
ABC/DIARIO
DOMINGO 28-7-1991/Pág. 51


 

6.

-Da más felicidad dar que recibir

Tanto el servidor de Eliseo como el propio Felipe ante Jesús se muestran muy realistas; tocan de pies en el suelo: con tan poco pan no hay suficiente para tanta gente... Y, claro, funcionando con este realismo, la solución que se impone es contundente: ¡si no hay ni para empezar, mejor ya ni preocuparse! La lógica de Eliseo y de Jesús es otra: da lo que tengas, habrá suficiente para todos y aún sobrará. Pero nos cuesta mucho razonar así, se nos hace muy difícil pensar como piensa Dios. Nosotros estamos más acostumbrados al intercambio: doy para que me den.

Menos mal que siempre hay alguien dispuesto a ofrecer lo que es bien suyo: aquel hombre que fue a llevar veinte panes de cebada a Eliseo, o aquel muchacho que dio los cinco panes y los dos peces que tenía. Entonces, sólo hace falta alguien como Eliseo o como Jesús que hagan llegar aquel pan a todos. No con la ayuda de trucos de magia, sino confiando en la lógica de Dios, según la cual la única manera de conseguir que todos abran el corazón y sean capaces de compartir es que haya alguien lo suficientemente arriesgado que empiece.

Mientras sólo demos las sobras de lo que tenemos, nunca conseguiremos que haya para todos. Mientras no nos eduquemos para compartir, como mucho llegaremos a tranquilizar con engaño nuestra conciencia, pero continuará faltando el pan para muchos. Y lo que vale para los bienes materiales, también lo podemos decir de nuestras aptitudes y cualidades. Demasiado a menudo nos amparamos en expresiones del estilo: "pobre de mí, si soy tan poca cosa...." "eso tiene que hacerlo gente preparada y no como yo", y otras parecidas, para ahorrarnos el perder la tranquilidad de nuestro ir haciendo. Y así, olvidamos que todos podemos aportar en bien del conjunto cosas que, tarde o temprano, se encontrarán a faltar.

-Jesús no se sale por la tangente

El final del fragmento del evangelio que hemos escuchado es sorprendente. "Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo".

Estamos tan acostumbrados a a ver (y a vivir) las ganas que hay de aprovechar todas las ocasiones de acceder a los lugares de poder y de privilegio y a oir (y, si nos toca a nosotros, a hacer oír también) los lamentos de los que son apartados de tales lugares, que la huida de Jesús nos debería dejar pasmados. Y nos tendría que hacer pensar sobre la manera como a veces entendemos a Dios y sobre la manera como el Dios de Jesús mira la relación entre los hombres y las mujeres con El.

Jesús quiere un pueblo de personas libres, que sepan compartir todo lo que son y tienen (no importa la cantidad, sino la calidad) para que todos puedan crecer en humanidad. Jesús quiere un pueblo de personas que, porque creen en Dios, asumen plenamente su responsabilidad en el mundo; personas que, porque sólo obedecen a Dios, se hacen servidores de todos.

Y lo que quiere Jesús, que es lo que quiere el Padre, topa con lo que quiere la gente. La gente quiere alguien sobre el que puedan descargar la propia responsabilidad (y mucho mejor si este alguien es el "Profeta que tenía que venir al mundo"); buscan a alguien que les pueda solucionar los problemas y les ahorre, así, tener que utilizar la cabeza y las manos; prefieren seguir unas normas claras y definidas dictadas por un líder indiscutible, antes que actuar con generosidad y amor.

Jesús se retira solo a la montaña precisamente porque no se sale por la tangente. El es fiel a su misión, que consiste en formar un pueblo libre de verdaderos hijos de Dios y no en adquirir un rebaño de corderillos sin criterio propio ni responsabilidad, abandonado a la voluntad de un líder.

-Construir comunidad

Este planteamiento, contrariamente a lo que alguien pueda pensar, no tiene nada que ver con el individualismo. Al contrario, se trata del único camino para construir comunidad (de personas libres, se comprende). Una comunidad con "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos". Una comunidad que no destruye las diferencia, sino que las integra en esta unidad que sólo se puede hacer con humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose con amor mutuamente y con mucho esfuerzo. Una comunidad que no es exclusivista ni excluyente porque cree que el "solo Dios y Padre de todos está por encima de todo, actúa a través de todo y es presente en todo".

Jesús, que quería una comunidad, un pueblo, una familia de hijos de Dios, no encontró ningún camino más, de acuerdo con el querer del Padre, que el dar la vida. Nosotros, que ahora participamos a través del pan y el vino de la Eucaristía, estamos llamados a extender esta vida, a hacerla llegar sobre todo a los que están más faltos de ella, para que todos tengamos vida y vida sobreabundante.

J. M. GRANE
MISA DOMINICAL 1985, 15


 

7.

-La escapada

Imaginemos una salida dominical de varios grupos que se encuentran en un mismo lugar. O bien, mucha gente saliendo de los núcleos urbanos; o quizá mejor una romería, o una fiesta. Hoy, en el evangelio, nos hallamos ante una especie de romería, de una romería importante porque se acerca una gran fiesta. Todavía se suelen hacer romerías, en las que se congregan gente de varios lugares. Aunque, sin ser una romería, también las playas se llenan de mucha gente, procedente de lugares bien diversos.

Normalmente, si es una romería, o una salida dominical a la playa o al monte todo el día, todo el mundo va bien equipado; nadie se olvida de un elemento fundamental: la comida. El evangelio nos narra que mucha gente de varios lugares que iban hacia Jerusalén a celebrar la Pascua (una fiesta muy importante), se encuentran con Jesús, un judío de Galilea que hacía "signos" (Milagros). Y se animan a seguirle, aprovechando la ocasión de que todos hacían el mismo camino.

Yendo tras Jesús se congregó mucha gente (conexión con el relato de Marcos del anterior domingo) en un prado verde, en un sitio muy bonito y adecuado para sentarse. Todo el mundo quiere ver y escuchar a Jesús. No se dan cuenta de que se han dejado la comida para la escapada que han hecho para encontrase con Jesús. Jesús se da cuenta de ello y sugiere una pregunta a uno de su grupo, una pregunta que quiere suscitar una posible reflexión de cara a una acción: "¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?".

La respuesta de Felipe es evasiva: "Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". Es una respuesta fácil, no se esfuerza mucho. No muestra demasiado interés para actuar. En cambio, Andrés, otro del grupo de Jesús, da una pequeña idea. Siempre que una situación, un hecho, un acontecimiento se comenta en grupo, se dan varias opiniones y propuestas. Andrés se ha fijado en un muchacho que ha ido prevenido a la escapada. Jesús -el evangelio de Juan nos lo presenta dominando siempre la situación y como buen pedagogo-, que "sabía lo que iba a hacer", parte de la propuesta de Andrés: un muchacho tiene cinco panes de cebada y un par de peces. A Jesús no le preocupa que esto sea muy poco para tantos.

-El gesto profético Jesús toma la iniciativa, toma los panes, dice la acción de gracias y los reparte. Hace un gesto. No son los discípulos que hayan aprendido a compartir ("dadles vosotros de comer"), no pasa lo mismo que en los otros relatos evangélicos sobre la multiplicación de los panes. Es Jesús quien reparte, reparte respetando la libertad de aceptar o no lo que se da. "Todo lo que quisieron", dice el evangelio., ¿No os suena algo? ¿No resuena en nuestra memoria el eco de la Eucaristía, en la que Jesús tiene la iniciativa? ¿Qué quiere significar Jesús con este gesto? Jesús significa con él su vida, de ahora y de después: es un gesto profético. Anticipa lo que después hará: entregarse. El se repartirá como hombre pobre que es, de una región pobre, por quien nadie daría ni un duro por su vida. No es uno que haya nacido para ser estrella.

Los panes de cebada eran el pan de los pobres. Jesús es de los pobres, porque es uno de ellos. Jesús, repartiendo el pan de los pobres, se da a sí mismo, gracias a su generosidad (oración sobre las ofrendas), y se entrega por amor (oración poscomunión). O sea, este gesto anticipa su entrega por amor. En este gesto profético, que es una ación, hay una experiencia de gratuidad: si uno se da, por poca cosa que sea (no es necesario ser una eminencia gris, un líder, un hombre importante) genera una dinámica imparable de comunión: ya no sumamos, un hombre más otro hombre, sino que ¡multiplicamos!

-La Eucaristía: la escapada y el gesto profético

La Eucaristía que ahora celebramos, en pleno verano, es expresión de este gesto profético (don de sí mismo) de Jesús: partir el pan para repartirse El mismo. Es como la escapada para encontrarnos con Jesús que se da con generosidad. Y por eso, con la fracción del pan, significamos la entrega de un pobre, Jesús; significamos que todos los hombres, no sólo su suma, estamos llamados, como humanidad, a la comunión, a una distribución solidaria de los panes de los pobres que poseemos. Y todo esto lo hacemos y celebramos porque Dios se nos da, y hoy, con generosidad para que entremos en comunión con El.

J. FONTBONA
MISA DOMINOCAL 1988, 16


 

8. 

El fragmento de evangelio que leemos cada domingo no está escogido (como sucedía antes de la reforma litúrgica posconciliar) de un modo arbitrario, sin relación con los de domingos anteriores y siguientes. La reforma litúrgica dispuso un orden, que durante los domingos ordinarios durante el año sigue uno de los evangelios sinópticos. Este año, por ejemplo, leemos el evangelio de Mc. Pero al ser éste el más breve, desde hoy y durante otros cuatro domingos INTERRUMPIMOS la lectura de Mc PARA LEER un capítulo del evangelio de Juan.

Un capítulo importante, que forma una unidad, que nos habla de Jc, de JC que da vida al hombre. UNA VIDA QUE ES DE DIOS, una vida de la que Jc es el ALIMENTO, una vida que recibimos POR LA FE, una vida que se expresa en el alimento de la EUCARISTÍA. Por tanto, aunque quizás este tiempo de calor no nos ayude demasiado, vale la pena que durante estos cinco domingos hagamos un esfuerzo por seguir esta lectura del evangelio de Juan, por ver qué cuestiones plantea a nuestra fe.

-Signo y contenido

Una típica característica del evangelio de Juan es la de UNIR LOS "SIGNOS" que obra JC CON EL CONTENIDO DE SU PALABRA. Las obras de J (lo que solemos llamar sus "milagros") son realmente para Juan "SIGNOS" QUE ILUMINAN lo que Jc es y dice. Por ejemplo, después de la curación del ciego de nacimiento, Juan nos habla de JC como aquel que es luz para el camino del hombre.

Así debemos entender lo que hoy hemos leído: es UN "SIGNO" QUE NOS INTRODUCE EN LAS PALABRAS DE JC SOBRE EL MISMO COMO PAN de Dios que da vida verdadera. Para captar en su verdadero sentido este "signo" de JC alimentando la multitud que le seguía, hemos de ver en ello algo más que un hecho maravilloso. Penetrar en su sentido nos ayudará luego a captar mejor las palabras de JC que leeremos en domingos siguientes.

-Preguntémonos cómo seguimos a JC

En primer lugar, se nos habla de UNA MULTITUD QUE SIGUE A JC. PERO QUE LE SIGUE "PORQUE HABÍAN VISTO los signos que hacía". Y este primer aspecto de la narración nos plantea unas cuestiones, unas preguntas para cada uno de nosotros. Sin plantearnoslas, difícilmente podremos captar la Palabra de JC que leeremos los próximos domingos.

Porque la narración de Juan quiere insistir en la indispensabilidad de UNA CONDICIÓN PREVIA: EL SEGUIR A JC. QUIEN NO EMPRENDE EL CAMINO, quien no está dispuesto a salir de sí mismo y dejarse cautivar por el seguimiento de JC, no tiene nada que hacer. EL HOMBRE SEGURO, el hombre que cree sabérselo todo, el que no tiene hambre y sed de más vida (de más verdad y de más amor), no puede captar nada de la Palabra de JC. Es un sordo y un ciego.

Pero NO CUALQUIER SEGUIMIENTO DE JC ES VALIDO. El evangelio de Juan lo repite a menudo, seguramente como advertencia en la primitiva comunidad cristiana a aquellos que se contentan con aparentes fidelidades a JC. Como veremos en los próximos domingos, la mayoría de la gente que seguía a JC no acepta luego su Palabra. Porque SU SEGUIRLE ERA SUPERFICIAL, no llegaba al corazón, se movía por motivos engañosos. ESTAS CUESTIONES HAN DE QUEDAR HOY PLANTEADAS para nosotros: ¿estamos dispuestos a emprender el camino de seguir a JC? ¿nuestro seguimiento es auténtico? Por ejemplo (y es un ejemplo fundamental): ¿qué venimos a buscar en la misa?

-Primero compartir

UN SEGUNDO ASPECTO hemos de subrayar en la narración de hoy. EL SIGNO DE JC ALIMENTANDO abundamentemente a la multitud que le seguía ES FUNDAMENTALMENTE UN COMPARTIR lo que se tiene, aunque lo que se tiene parezca muy poca cosa. Lo mismo hemos leído en la 1. lectura.

Sólo un muchacho -escribe Juan- tenía cinco panes y un par de peces. Pero esta pobreza, esta poca cosa, compartida, se convierte en alimento para miles de personas y aún sobra.

Es LA SEGUNDA CUESTIÓN PREVIA para entender las palabras de JC que vendrán luego. La disposición de seguir a JC, seguirle de verdad, debe ir UNIDA CON UNA DISPOSICIÓN A COMPARTIR LO QUE SE TIENE. No valen seguimientos egoístas, preocupados por uno mismo.

NO valen excusas de que primero es preciso tener para después compartir. Lo primero es compartir, aunque se tenga poco. Sólo el hombre abierto a los demás, dispuesto a compartir su vida, puede abrirse y participar de la vida, de la riqueza de vida que aporta JC.

Hasta aquí el evangelio de hoy. El domingo próximo continuará. JC nos propondrá un paso más. Un paso más que (hoy como veinte siglos atrás) SERA O NO POSIBLE SEGÚN sea nuestra disponibilidad a seguir a JC y nuestra disponibilidad a compartir lo que tenemos. Si compartimos la Eucaristía de JC, pidamos saber compartir toda nuestra vida. Cuanto más mejor.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1979, 16


9.

Aquella vez tenían cinco panes y eran más de cinco mil a comer. Es una historia muy vieja y muy repetida en la humanidad: el que haya cinco mil hombres que no tienen más que cinco panes. Pero suele coincidir con otra historia no menos vieja: el que, a la vez, en algún otro sitio, haya cinco hombres que tengan más que cinco mil panes.

En vista de todo esto, hay momentos en que uno empieza a dudar si es que el pan se hizo para el hombre o es el hombre el que se hizo para el pan. Porque cuando hay solo cinco panes para cinco mil hombres, no es el pan el que sirve al hombre, sino el hombre el que sirve, se arrastra y tiende las manos detrás del pan. Cuando hay cinco panes para cinco mil hombres, las matemática nos dan una solución aterradora: que sobran hombres.

Pero cuando sabemos que, a la vez, hay cinco hombres que tienen más de cinco mil panes, entonces ya no es verdad que sobran hombres, entonces es verdad alguna otra cosa, por ejemplo: que el pan no está en su sitio y, probablemente, los hombres tampoco. Pero bueno; en este caso histórico (y en otros muchos casos históricos) y la realidad es que había cinco panes y cinco mil hombres. Ante este planteamiento se suelen arbitrar dos soluciones: la primera, considerar que sobran hombres, y entonces algunos encuentran una magnifica ocasión para convertir a los hombres en infra-hombres; la otra solución es partir del supuesto de que faltan panes, y poner todo nuestro esfuerzo en tratar de multiplicar esos panes para que lleguen a todos, aunque haga falta hacer milagros. Esta es la solución humana y evangélica.

Es cierto que el milagro lo hizo Dios. Pero no del todo. Hubo allí un hombre que ofreció cinco panes: todos los que tenía. Este hombre hizo también el "milagro" de ofrecer a los demás todo lo que tenía. A Dios no le gusta milagrear solo; prefiere milagrear con nosotros. Podía haber hecho que las piedras se convirtieran en panes; pero estas son ideas de Satanás.

Dios sabe que aquellos cinco panes ofrecidos por aquel hombre tenían un valor inmenso: el valor de la generosidad total hacia los demás. Cristo no hace más que materializar el valor espiritual que tenían aquellos cinco panes. Ya nos dijo en otra ocasión que la monedilla que entregó la viuda valía mucho más que los dinerazos que entregaban los ricachones. Los cinco panes de este hombre generoso, claro que valían por cinco mil. El milagro no lo hizo solo Dios; lo hizo a medias y en colaboración con un hombre bueno.

Nosotros pensamos en milagros y, a veces, hasta pedimos milagros en los que queremos que Dios actúe como un mago, un prestidigitador o un saltimbanqui; que Dios se saque de la manga y nos reparta soluciones, bienestares, incluso salvaciones eternas, sin molestia ni esfuerzo de nuestra parte. Normalmente, Dios no actúa así; quiere que los milagros los empecemos nosotros; quiere que nuestra intervención en la historia sea leal, esforzada y generosa; quiere nuestros cinco panes.

Quiere que nuestras manos empuñen la historia y se abran hacia las manos de los demás; cuando nuestra mano haya empezado a moverse, entonces vendrá la mano omnipotente de Dios a ponerse sobre la nuestra, e irá surgiendo el milagro. Podremos multiplicar panes.... y otras muchas cosas. Aquel hombre tenía cinco panes, pero cada uno de nosotros tal vez tengamos cinco gotas de muchas cosas; cinco gotas de consuelo, cinco gotas de alegría, cinco gotas de amor. Y en este desierto que nos rodea hay muchos que no tienen ni una gota de esas cosas tan necesarias.

Vamos a por el milagro. Nuestra vocación de humanos y de cristianos es multiplicar. Si hacemos la prueba de dar nuestras cinco gotas de esto y de aquello, veremos con enorme sorpresa que dan resultados mucho mayores de los que esperábamos. Dios viene detrás multiplicando. Se repetirá exactamente lo que pasó en Galilea. En medio de la angustia general, hubo uno que dijo:

-Aquí hay uno que ofrece sus cinco panes.

Y entonces Jesús dijo inmediatamente:

-Decid a la gente que se siente en el suelo.

PEDRO MARÍA IRAOLAGOITIA
EL MENSAJERO


 

10.

-¿Qué es eso para tantos?

La escena de la multiplicación de los panes, tal como nos la narra el evangelio de Juan, está preñada de tensión entre diversos contrastes: puramente geográfico entre lago y montaña, entre 5.000 hombres y un muchacho con cinco panes y dos peces, entre la iniciativa de Jesús y las expresiones resignadas de los dos discípulos, entre la poca comida y las abundantes sobras, entre la reacción de la gente y la retirada de Jesús. ¡Cuántos elementos abiertamente contradictorios y difíciles de conciliar! Como única clave que los vincula y que resuelva la tensión, aparece un hecho: la acción de gracias y el reparto de los panes.

Allí donde se da gracias al Padre y se comparte el pan, se abre una nueva comunidad de vida. Esa vida es la de Jesús. Es una vida rebosante y sorprendente que resuelve lo que la lógica no acierta siquiera a plantear.

-Una nueva Pascua

Esta clave última y sencilla queda sin embargo enriquecida en el esquema de la Pascua y de la Alianza. Geográficamente muchos datos recuerdan el éxodo y la Pascua judía. El paso del mar de Tiberíades, la subida -como Moisés- a la montaña, el acompañamiento del pueblo y la mención expresa a la Pascua, fiesta de los judíos.

Conviene detenerse en una afirmación. "Los sequía mucha gente, porque había visto los signos que hacia con los enfermos.". Las acciones de Jesús habían tenido que ver con la liberación del mal, representado en la enfermedad o posesión demoníaca. También la Pascua judía tenía que ver con otra liberación, la de la esclavitud y de la opresión. La Pascua judía, cuya tradición conservaba el pueblo, tenía como centro la liberación, y los signos de liberación que hacía Jesús con los oprimidos por el mal encontraban eco en ese esquema.

Pero la nueva Pascua, cuyo cordero es Jesús, va a crear una comunidad no sólo liberada del mal, sino llena de vida. Esta es una Alianza de vida.

El cordero pascual se comía de pie, preparados para marchar en busca de mejores horizontes. Tendrían que encontrar la vida en una nueva tierra y un nuevo futuro. Ahora es Jesús el que distribuye personalmente el alimento, porque él es el cordero pascual. No es un rito para salir, es un alimento para vivir. Por eso los comensales están sentados. La comunidad de mesa de Jesús es la comunidad de vida. Ya participan de la vida. Ya no hay prisa. Es la mesa de la amistad y del gozo. Vivir es permanecer en ella.

-Acción de gracias significativa

Una nueva Pascua, una nueva comunidad, una nueva vida. Jesús nos introduce a esta novedad con la acción de gracias al Padre. La alternativa es posible allí donde se reconoce que todo es don del amor del Padre y le alabamos por ello. El pan y la palabra, indisolublemente unidos, proceden del Padre. La vida, es la vida del Padre. Por eso, ni el pan, ni la palabra, ni la vida, son posesión particular de nadie. Reconocer el don de Dios es negar por su base la propiedad y el acaparamiento. Ni del pan ni de la palabra. El evangelio de los signos intercambia los términos: lo que para nosotros es material o es espiritual, para la nueva comunidad es simplemente fuente de vida.

La acción de gracias, pilar de la nueva comunidad, entraña espontáneamente la dinámica de repartir y compartir. La vida no es alimentada por el dinero como piensan los discípulos, sino por la fraternidad en la comunicación.

La escena nos da dos nuevos datos: "quedaron saciados" y "recogieron lo mucho que sobró". Estar satisfecho, estar saciado, es mucho más que una afirmación biológica. Es toda una proclamación vital. La mesa de quienes reciben el don y lo comparten rebosa satisfacción y gozo, porque ha saciado los más profundos anhelos humanos. Y en esa mesa, siempre sobra pan/palabra y no se desperdicia. Hay doce canastos de reserva, para las doce tribus dispersas de Israel, siempre esperadas. Hoy diríamos mejor, hay para todos los pueblos de la humanidad, siempre bienvenidos en la mesa del Padre. No es preciso que entren por la puerta del templo. La yerba y el aire libre, tan anchos como el mundo, son hogar para sentarse en el corro de la fraternidad gozosa.

-Se retiró a la montaña

El fin del relato nos vuelve a iluminar y es coherente con lo que acabamos de decir. Jesús no vive del júbilo de la gente por el milagro. Sino porque vive del Padre, puede alimentar y dar vida gozosa a la gente. Por eso, rechaza el júbilo como justificación de su existencia y vuelve al monte, que, en la tipología de Moisés, es lugar de encuentro y soledad con Dios.

Nada más ajeno a Jesús que el desprecio de la gente o el carácter hosco. Su retirada es signo de verdad y de desinterés. No necesita el alimento del éxito, pero sí necesita el alimento del Padre.

¿Es nuestra fe sólo lugar "para liberarme de los males" y encuentro "mi vida" en otras fuentes? ¿O sigo a Jesús hacia la nueva comunidad de vida, donde se vive la acción de gracias y se comparte? ¿Con quiénes reparto mi pan y quiénes lo reparten conmigo? ¿Hay siempre una reserva para todos los hombres? ¿Qué decisiones provocan en mí el aplauso o la crítica que recibo?

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1991, 38


 

11. 

"¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?" (Jn 6, 5). Alimentar a la multitud es la ambición del Señor Jesús. Nosotros sabemos bien que sólo él puede responder a esta ambición. También nosotros queremos nutrir a los hombres, aportarles aquello de lo que realmente tienen hambre y sed; pero somos muy débiles como para hacer posible que todos tengan pan y pescado y para responder a las más profundas esperanzas de su corazón. La escena de la multiplicación de los panes nos ilumina y responde a nuestra angustia.

"Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces pero ¿qué es eso para tantos?" (Jn 6, 8-9). Esta es nuestra respuesta en forma de pregunta: podemos hacer esto o aquello, ¿pero qué es esto para tantos?.

El muchacho de los cinco panes de cebada es una luz para nosotros. En medio de los adultos poco previsores, que se han puesto en camino sin llevar ni un bocadillo, tan ávidos estaban por escuchar al Maestro y sus palabras de vida, hay un muchacho cuya madre o abuela ha sido precavida. "¡Con ese Jesús no se sabe nunca dónde vas a parar y cuanto tiempo va a durar! Llévate, pues, algo para comer". Es un muchacho: "¿Podrías darnos tus panes y tus peces?".

Pongámonos en el lugar del muchacho. Hay dos respuestas posibles: la razonable y la irrazonable. La razonable: "Mi mamá me recomendó mucho que comiera yo lo que me había dado. Además, si os lo doy, no habrá para todo el mundo. Podían haber pensado en su comida todos los demás. ¡Yo me quedo con mi merienda!". La irrazonable: "¿Qué vais a hacer con mis dos peces y mis cinco panes? Pero si el Maestro es quien me los pide, de acuerdo, aquí están". Este es el primer milagro realizado por Jesús; el que se produce en el corazón del chico. La multiplicación es el signo visible que traduce ese milagro del corazón.

Al actuar así, sin saberlo y bajo la inspiración del Espíritu Santo, ese chico "inventa" una moral paradójica, la del amor creador. Antes de las reglas del buen sentido humano, antes incluso de las nociones sociales del bien y de la justicia, el chico impone la relación con una persona y con su misterio. San Gregorio Magno en sus Morales sobre Job nos llama a contemplar la sabiduría de Dios que ilumina la locura de la elección del muchacho:

"Quienes humildemente escogen lo que es una locura para el mundo contemplan con claridad la sabiduría del mismo Dios... ¿Qué mayor locura en este mundo... que abandonar los bienes en las manos de los ladrones, no devolver ningún agravio por los agravios sufridos?... Gracias a esta sabia locura, se advierte como de pasada la sabiduría de Dios, no desde luego en su integridad, pero ya a la luz de la contemplación".

Podemos decir que esta fe es creadora. En efecto, medimos la pobre aportación del muchacho, sin relación con la necesidad a satisfacer. Pues bien, Jesús bendice esta aportación, da gracias a su Padre, todo el mundo come e incluso sobra.

La significación de esta escena es evidente. Dios tiene el poder de alimentar a su pueblo, pero quiere servirse de lo poco que cada uno puede ofrecer. Dios lo utiliza y lo multiplica para responder sobradamente a las necesidades de los hombres, nuestros hermanos. Dios quiere servirse de lo poco que somos y de lo poco que podemos ofrecer. Esta relación ya nos la daba la Virgen María y es la que nos da el muchacho de la multiplicación de los panes.

COR-POBRE: Yo soy pobre y estoy desprovisto de lo que se precisaría para responder a las llamadas de los hombres. Soy pobre, pero ¿tengo un corazón de pobre?, ¿tiene un corazón de pobre el que se tortura por su incapacidad de responder a las necesidades de su prójimo, cercano o lejano?, ¿tiene un corazón de pobre el que se tortura por hacerse él mismo pobre? No; tiene un corazón pobre el que acepta en la paz lo poco que es, lo poco que tiene y que entrega más allá de toda razón porque Jesús se lo pide.

COR-RICO: Veamos, por contraste, lo que es un corazón de rico: un corazón de propietario. Esto es mío; me quedo con ello; tengo derecho a ello. Tengo derecho a mi marido o a mi mujer. Pero no me hallaré verdaderamente liberado en el fondo de mi corazón mientras no entregue a los demás mi cónyuge. Puedo quejarme: "Mi mujer no hace más que ocuparse de la catequesis; cuando regreso, está en casa de una vecina que tiene dificultades". Cristo me responde: "Dásela a quienes la necesitan". La respuesta sería la misma que si se tratase de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestro afecto, de nuestros hijos. "Son tuyos; tienes derecho a ellos, pero entrégalos". Tener mentalidad de rico no quiere decir necesariamente poseer riquezas. Puede que se tengan o no se tengan. La respuesta del corazón rico es: "Quiero guardar lo poco que poseo".

En su defensa recurre al razonamiento más perfecto y al sentido común. ¿Qué significará esto en la miseria del mundo? ¿De qué servirá un poco de tiempo de evangelización, comparado con el desierto espiritual del mundo? ¿De qué servirán unas horas de catequesis ante la rápida descristianización de la juventud? ¿De qué servirá un modesto gesto de solidaridad en un mundo de conflictos y de guerra? Como aquel muchacho, entrégalo a lo tonto aunque en apariencia de nada sirva. Imaginémonos a un mocetón al lado del muchacho que le dice: "¿Estas loco? ¿De qué servirá eso? ¡Jesús y sus discípulos se quedarán con tus panes y con tus peces!". Imaginemos también lo que habría sucedido de haber sido mayor aquel muchacho, de haber estado casado. Pensad, por favor, la risa sarcástica de su esposa: "¡Es muy tuyo hacer eso! Siempre en las nubes y entre sueños

¿Qué adelantas con eso ahora?".

Pero el muchacho estaba disponible. Recibió una llamada y respondió simplemente, aunque pareciera en apariencia sin sentido. Cuando la creación del mundo, partiste de la nada, pero ahora quieres partir de la libertad de los hombres, de su capacidad de oír la llamada y de responder con todo el corazón, en la pobreza, con medios débiles, dejando a tu poder el cuidado de multiplicar más allá de todo lo que es concebible.

¿Qué medida existe, Señor Jesús, entre tus treinta años de vida en la tierra, tus tres años de vida pública, tu fracaso y tu muerte en la cruz y la salvación del mundo? Pero tú eres el Hijo de Dios y, por el poder del Espíritu Santo, Dios te ha resucitado de entre los muertos y te ha dado el poder de comunicar la vida eterna a todos los hombres, tus hermanos.

¿Qué medida existe, Señor Jesús, entre el sí de una muchacha sencilla, virgen, totalmente pobre, y la salvación del mundo? Pero, por el poder del Espíritu Santo, Dios tomó su carne de la Virgen María, haciendo al hombre capaz de participar en la vida de Dios.

¿Qué medida existe, Señor Jesús, entre el pequeño grupo de tus discípulos, reunido en un pequeño lugar del Mediterráneo, y la salvación del mundo? Ese pequeño grupo es tu Iglesia, la Iglesia de Dios y, por la fuerza del Espíritu Santo, tiene el poder de llevar la vida al mundo.

No sabemos qué decir a nuestros hijos sobre la fe, sobre su futuro, sobre su vida sexual y sobre el amor; no sabemos qué decir a todos esos jóvenes que se embrutecen, se drogan, ceden a la desesperación; no sabemos qué decir a todos esos hombres que se contentan con consumir sin plantearse preguntas o qué hacer por esos hombres que mueren de hambre viendo consumir a los otros; no sabemos qué decir porque nuestras palabras carecen de eficacia; no sabemos qué hacer porque nuestros gestos carecen de efecto. Haznos ver más allá de las apariencias. Tú multiplicas lo poco que podemos explicar de nuestra fe, de nuestra oración, de nuestro amor; lo poco que podemos hacer en la fe, en la oración y en el amor.

Seremos torpes pero tú eres el Dios creador. Serán imperfectas y ambiguas nuestras palabras y nuestros gestos pero tú eres el Dios perfecto. Caminaremos hacia el fracaso, pero tú eres el Dios vivo, tú has franqueado victoriosamente las aguas de la muerte. Toma nuestros panes y nuestros peces y da lo que quieran a los invitados a los que tú mismo has convocado. Porque tuyos son el reino, el poder y la gloria, Cristo, en quien nuestra humanidad ha superado su naturaleza y sus límites.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988. Pág. 138 ss.

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