SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Jn 6,1-15: Una acción de la Palabra es palabra para nosotros

Los milagros que realizó nuestro Señor Jesucristo son, en verdad, obras divinas que invitan a la mente humana a elevarse a la inteligencia de Dios por el espectáculo de las cosas visibles. Dios no es un ser que pueda ser visto con los ojos. Y los milagros con los que rige el mundo y gobierna toda criatura han perdido su valor por su repetición continua, hasta el punto de que nadie mira con atención las maravillosas y estupendas obras de Dios en el grano de una semilla cualquiera. Por eso se reservó en su misericordia el realizar algunas en un momento oportuno, fuera del curso habitual y leyes de la naturaleza, con el fin de que viendo, no obras mayores, sino nuevas, se asombrasen quienes no se sienten impresionados ya por las de cada día. Porque mayor milagro es el gobierno del mundo que la acción de saciar a cinco mil hombres con cinco panes. No obstante, en aquél nadie se fija, ni nadie lo admira; en esto último, en cambio, se fijan todos con admiración, no porque sea algo mayor, sino porque es más raro, porque es insólito.

¿Quién alimenta también ahora al mundo sino el mismo que hace que de pocos granos broten mieses abundantes? Dios, pues se comportó como Dios. Del mismo modo que con pocos granos multiplica las mieses, así multiplicó en sus manos los cinco panes. El poder estaba en las manos de Cristo; aquellos cinco panes eran como semillas que sin ser sembradas en la tierra eran multiplicadas por quien hizo la tierra. Esto se ha presentado a los sentidos para levantar nuestro espíritu y se ha mostrado a los ojos para ejercitar nuestra inteligencia, para que de esta manera admiremos al Dios invisible a través de las obras visibles; y así, elevados hasta la fe y purificados por la misma fe, lleguemos a desear ver invisiblemente al mismo Invisible, a quien ya conocíamos por las cosas visibles.

Sin embargo, no basta con considerar este aspecto en los milagros de Cristo. Preguntemos a los mismos milagros qué nos dicen de Cristo. Si se les comprende, ellos tienen su propio lenguaje. Dado que Cristo es la Palabra de Dios, una acción de la Palabra es palabra para nosotros. Por tanto, después de haber oído la grandeza del milagro, investiguemos también su profundidad. No nos deleitemos solamente con lo que aparece en la superficie, penetremos también en su profundidad. Esto mismo que exteriormente nos produce admiración, encierra algo dentro. Hemos visto, hemos contemplado algo grande, excelso, algo enteramente divino que sólo Dios puede realizar; y la obra nos ha hecho romper en alabanzas al Creador.

Supongamos que vemos un códice escrito con letras muy bien dibujadas. No nos satisfaría sólo el alabar la perfección de la mano del escritor que las hizo tan parecidas, iguales y hermosas, si no llegamos, mediante la lectura, a entender lo que con ellas nos quiso decir. Lo mismo sucede aquí: quienes contemplan el hecho exteriormente, se deleitan con su belleza hasta admirar al artífice; mas quien lo entiende es como si lo leyese. Una pintura se ve de manera distinta que un escrito. Cuando ves una pintura, te basta ver para alabar; pero cuando ves un escrito, no te basta ver, pues te está invitando a que lo leas. Incluso tú mismo, cuando ves un escrito que quizá no sabes leer, te expresas así: «¿Qué estará escrito aquí?» Después de haber visto el escrito, te preguntas por lo allí contenido. Aquel a quien pides la explicación de lo que has visto, te mostrará otra cosa. Él tiene unos ojos y tú tienes otros. ¿No veis los dos igualmente el escrito? Sí, pero no conocéis igualmente los signos. Tú ves y alabas; el otro ve y alaba, lee y entiende. Puesto que lo hemos visto y lo hemos alabado, leámoslo y entendámoslo.

El Señor está en una montaña. Vaya más allá nuestra inteligencia: el Señor en la montaña es la Palabra que está en lo alto. Lo que aconteció en la montaña, no es por tanto cosa sin importancia ni se ha de pasar por alto, sino que se debe considerar con atención. Vio las turbas; se dio cuenta de que tenían hambre, y misericordiosamente les dio de comer hasta saciarlas, no sólo con su bondad, sino también con su poder. ¿De qué sirve la bondad sola cuando falta el pan con que alimentar a la turba hambrienta? La bondad sin el poder hubiera dejado en ayunas y hambrienta a aquella multitud inmensa.

También los discípulos que estaban con el Señor se dieron cuenta del hambre de la multitud y querían alimentarla para que no desfalleciese; pero no tenían con qué. El Señor pregunta dónde se podría comprar pan para darle de comer. La Escritura añade: Hablaba así para probarle. Se refiere al discípulo Felipe a quien había hecho la pregunta. Porque él sabía bien lo que iba a hacer. ¿Por qué lo ponía a prueba, sino para mostrar la ignorancia del discípulo? Y quizá también quiso indicar algo al descubrir su ignorancia. Aparecerá luego, cuando comience a revelarnos el misterio y significado de los cinco panes. Entonces se verá por qué el Señor quiso mostrar en este hecho la ignorancia del discípulo, al preguntar lo que él tan bien sabía. A veces se pregunta lo que no se sabe con la intención de oírlo, para saberlo; y otras se pregunta lo que se sabe para averiguar si lo sabe aquel a quien se hace la pregunta. El Señor sabía las dos cosas: sabía lo que preguntaba, porque sabía bien lo que iba a hacer, y sabía igualmente que Felipe lo ignoraba. ¿Por qué le pregunta, sino para poner de manifiesto su ignorancia? Como ya dije, luego sabremos por qué obró así.

Comentario al evangelio de San Juan 24,1-3 (Sigue)

 

Jn 6,1-15: La sangre redentora

Gran milagro es, amadísimos, hartarse con cinco panes y dos peces cinco mil hombres y aún sobrar doce canastos. Gran milagro, es verdad; pero el hecho no es tan de admirar si pensamos en su hacedor. Quien multiplicó los panes entre las manos de los repartidores, ¿no multiplica las semillas que germinan en la tierra y de unos granos llena las trojes? Pero como se realiza todos los años, nadie se admira de ello. No es su insignificancia la causa de que nadie se admire, sino su frecuencia. Al hacer estas cosas, el Señor hablaba a las mentes, no tanto con palabras, como por medio de obras. Los cinco panes simbolizan los cinco libros de la ley de Moisés; porque la ley antigua es, respecto al evangelio, lo que la cebada al trigo. En esos libros se contienen grandes misterios sobre Cristo. Por eso decía él: Si creyerais a Moisés me creeríais también a mí, pues él ha escrito de mí (Jn 5,46). Pero, como en la cebada el meollo está debajo de la paja, de idéntica manera está velado Cristo en los misterios de la ley; y como los misterios de la ley se despliegan al exponerlos, igual los panes crecían al repartirlos. Al haberos expuesto esto os he partido el pan. Los cinco mil hombres significan el pueblo sometido a los cinco libros de la ley; los doce canastos son los doce apóstoles, que, a su vez, se llenaron con los fragmentos de la ley. Los dos peces son o bien los dos mandamientos del amor de Dios y del prójimo, o bien los dos pueblos: el de la circuncisión y el del prepucio, o las dos funciones sagradas, la real y la sacerdotal.

Volvamos al hacedor de estas cosas. Él es el pan que ha bajado del cielo. Un pan que restablece, sin menguar él; se le puede sumir, pero no consumir. Este pan estaba figurado en el maná, por lo que se dijo: Les dio pan del cielo; el hombre comió pan de los ángeles (Sal 77,24-25). ¿Quién, sino Cristo es el pan del cielo? Mas para que el hombre comiera pan de los ángeles, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Si no se hubiera hecho hombre, no tendríamos su carne; y si no tuviéramos su carne, no comeríamos el pan del altar. Puesto que se nos ha dado una prenda tan valiosa, corramos a tomar posesión de nuestra herencia. Suspiremos, hermanos míos, por vivir con Cristo, pues tenemos en prenda su muerte. ¿Cómo no ha de darnos sus bienes quien ha sufrido nuestros males? En esta tierra, en este siglo perverso, ¿qué abunda sino el nacer, trabajar, padecer y morir? Examinad las cosas humanas, y desmentidme, si miento. Ved si los hombres están aquí para otro fin que nacer, padecer y morir. Tales son los productos de nuestra región; eso es lo que abunda en ella.

A proveerse de tales mercancías bajó del cielo el Mercader divino. Y como todo mercader da y recibe, da lo que tiene y recibe lo que no tiene, también Cristo dio y recibió. Pero ¿qué recibió? Lo que abunda entre nosotros: nacer, padecer y morir. Y ¿qué dio? Renacer, resucitar y reinar para siempre. ¡Oh mercader bueno, cómpranos! Mas, ¿qué digo «cómpranos», si más bien debemos darle gracias por habernos comprado? Y ¡a qué precio! Al precio de tu sangre que bebemos. Sí, nos das el precio. El evangelio que leemos es nuestro documento.

Somos siervos tuyos, somos criaturas tuyas, porque nos hiciste y nos redimiste. Un esclavo puede comprarlo cualquiera; lo que no es posible es crearlo; el Señor, en cambio, creó y redimió a sus siervos. Por la creación les dio la existencia; por la redención, la libertad. Habíamos ido a parar a manos del príncipe de este mundo, el seductor y esclavizador de Adán, principio y origen de nuestra esclavitud; pero vino el Redentor y fue vencido el seductor. Y ¿qué hizo el Redentor al que nos tenía esclavos? Para rescatarnos, hizo de la cruz un lazo, donde puso su sangre de cebo; sangre que el enemigo pudo verter y no mereció beber. Y como derramó la sangre de quien nada le debía, fue obligado a devolver los que le debían; por haber derramado la sangre del inocente, se le obligó a desprenderse de los culpables. El salvador, en efecto, derramó su sangre para borrar nuestros pecados, y así, por la sangre del Redentor, quedó borrado el documento con que el diablo nos sujetaba. Los vínculos de nuestros pecados eran los que nos sujetaban a él; tales eran las cadenas de nuestra cautividad. Y vino él, y encadenó al fuerte con su pasión y entró en su casa, es decir, en los corazones donde moraba y les arrebató sus vasos. Él los había llenado de su amargura, y aún se la dio a beber a nuestro Redentor con la hiel; pero al arrebatarle los vasos que había llenado y hacerlos propios, nuestro Señor vertió su amargura y los llenó de dulzura.

Sermón 130,1-2